25/2/13

El tirano no tiene quien le escriba

Texto por Albano Flores

"L'amour pour principe et l'ordre pour base; le progrès pour but"
-Auguste Comte

Aseguro sin reserva que la pequeñez demostrada por los tiranos contemporáneos, como lo narra mi colega Juan Pablo Delgado en su texto “La balada del cobarde Joe y el extravagante Kim”, atestiguan la letalidad de las nuevas armas de democratización masiva. Argumento que es precisamente con estas novedosas armas con las cuales será posible terminar, de una vez por todas, la interminable guerra entre los pueblos y sus tiranos. 

A un paso feroz, levantando revueltas en Egipto y bajando sotanas en el Vaticano, considero que ha dejado de ser ingenuo pensar que en nuestras vidas se podrán extinguir por completo las últimas tiranías y que por fin superaremos esta etapa primitiva y vergonzosa de la historia. La continua reprobación internacional, aunada al movimiento interno en países autoritarios, da espacio a la ofensiva democrática menos violenta, pero más eficaz en la historia; y considero un privilegio vivir en estos tiempos, donde se observa el surgimiento de sociedades intercomunicadas que despiertan como potente marea con el poder de retirar el velo a los últimos secretos humillantes y oscuros de los gobiernos totalitarios y autocráticos del planeta. 

Sin tratar en ningún momento de negar o mermar las atrocidades cometidas por los tiranos contemporáneos, -y expresando claramente que cualquier barbaridad es mucha barbaridad-, se debe dejar claro que son incomparables y desmedidas las diferencias entre las revoluciones del siglo pasado y las que hoy ocurren.

Actualmente, miles de millones de individuos mantienen el poder sobre las redes sociales, las más modernas armas de destrucción y democratización masiva. Tanto Facebook como Twitter pueden funcionar ahora como auténticas Tommy Guns; armas de fuego que surgieron desapercibidas, disfrazadas de juguete, e incluso envueltas en letras juveniles, pero que resultaron ser sumamente hostiles y corrosivas para toda persona en busca de poder económico y político. Las redes sociales funcionan como altavoces de cada error y secreto de los personajes públicos; un megáfono de cada "filia" en el Vaticano y cada asesinato en Sudamérica. 

YouTube ¡la AK-47 de nuestros tiempos! ¡Destructora de reputaciones familiares y políticas! Como la ametralladora rusa, YouTube es fácil de usar y está al alcance de todos. Y como no, en este grupo también podemos incluir al franco-tirador más letal de nuestros tiempo, Wikileaks, que develó documentos clasificados como “ultra secretos” en todo el mundo, y nos permitió conocer acerca de la tortura americana denominada "waterboarding", nexos entre gobiernos y el crimen organizado y hasta las más tenebrosas fantasías sexuales del clero en la santísima Iglesia Católica.

Como las pequeñas y exóticas ranas del Amazonas, de un momento a otro, estas coloridas modas del Internet, que fueron diseñadas para satisfacer el morbo juvenil, se tornaron mortíferas. De manera casi súbita, nuestros vecinos se volvieron globales, toda persona con acceso a Internet un activista en potencia, y el Internet el ágora global para la libre expresión.


Estas nuevas armas, más allá de decapitar tiranías, protegen también a las naciones democráticas y capitalistas de sus propios defectos, particularmente de uno de sus más oscuros engendros: “el magnate”. Esta deformación animal, poderoso económicamente, audaz por evolución y corrupto por costumbre es también una presa de la Red virtual donde el poder que ostentaron Papas, reyes, zares, sultanes y dictadores es amenazado. El Internet lo exhibe y desenmascara al magnate, robándole a este monstruo moderno parte de su fuerza. 

Por lo tanto, podría asegurarse que vivimos una actualización de la democracia, una mucho más fuerte y contagiosa. Sin duda debemos parte del avance a la prensa escrita, a la televisión y a la radio, que lograron debilitar a numerosos regímenes autoritarios en el mundo; sin embargo, este movimiento resultó inútil para erradicar por completo un problema al que nos estábamos empezando a acostumbrar, (y en muchas ocasiones llegamos a aceptar): esa idea estúpida que diferentes culturas necesitan diferentes gobiernos, incluso si estos son opresivos. 

Las nuevas armas de democratización masiva despiertan la razón de los individuos que ahora se encuentran interconectados y les permiten entender al autoritarismo no como una forma de gobierno, sino como una forma de abuso de gobierno; y a la democracia como el ejercicio de ella y no como una declaración que esconde una dictadura. Y sobre todo, la democracia permite entender al gobierno como un mal necesario donde ante la equivalencia de orden y bienestar de dos naciones, será más perfecta la menos política.

¡EL HOMBRE PROGRESA! Es su vocación como ser humano, es lo que ha demostrado toda su historia y lo que se demuestra hoy. No se puede declarar que el bienestar es una constante elíptica y que en el curso de la historia se debe rodar siempre entre periodos de guerra y periodos de paz, sólo para volver a periodos de guerra otra vez. Si los datos de longevidad y bienestar son variables en la historia ¡no se tiene por qué asumir que los índices de violencia, sufrimiento y hostilidad sean constantes, ni que lo vayan a ser!

La mejor noticia para nosotros, sin embargo, es que con el uso correcto de las nuevas armas de democratización masiva podremos ver a la humanidad desenvolverse, -quizá todavía sin el amor como principio-, pero sí con el orden como base y el progreso como objetivo.

21/2/13

Benedicto XVI, el ateo


Para efecto de este texto, la verdad es que poco importa si el Papa cree en los dogmas de su Iglesia o no, pues el Santo Padre podría ser un empedernido ateo aunque ni siquiera él esté consciente de esto.



Texto por Daniel Morales


Aprovechando el reciente éxito de “El Árbol de Moras”, que ha recibido más de 11,000 visitas en poco más de un mes, considero que es un buen momento para publicar una entrada con un título cruelmente sensacionalista para ustedes, público ilustrado. Y ahora, habiendo ya hecho el daño de acusar públicamente a Joseph Ratizger de ser un falso creyente, debo confesarles que, desafortunadamente, no podría comprobarles si el supremo pontífice es ateo o no lo es.

Aunque para efecto de este texto, la verdad es que poco importa si el Papa cree en los dogmas de su Iglesia o no, pues mi argumento es que el Santo Padre podría ser un empedernido ateo aunque ni siquiera él esté consciente de esto.

Éste tema constituye el núcleo de la última polémica que ha levantado el genial filósofo Dan Dennett. En una conferencia reciente, este filósofo, con su icónica imagen de un Santa Clós bonachón, nos invita a reflexionar sobre algunas cuestiones que muchos considerarían incómodas: si no te consideras ateo, pero no crees realmente que tu dios está de tu lado apoyando a tu equipo en un partido de fútbol… puede que seas ateo. Si no te consideras ateo, pero no crees literalmente que tu dios escucha tus plegarias cuando rezas… puede que también seas ateo. Haciendo uso de su característica astucia, Dennett prevé la reticencia de los creyentes: si estás escuchando esta conferencia… puede que seas ateo. Y si estás pensando en dejar de escucharla… también puede que seas ateo.

El objetivo del señor Dennett no es causar agitación, sino poner a prueba una hipótesis que rápidamente está acumulando evidencia a su favor, gracias a su intenso trabajo investigativo. La  sospecha de Dennett es que muchas, -quizá muchísimas-, personas religiosas son, en el fondo, unos completos y verdaderos ateos. Junto con la investigadora Linda LaScola, Dennett comenzó el “Clergy Project”, un  estilo de club para reverendos, sacerdotes y otros líderes de congregaciones religiosas que han arribado a la conclusión de que en realidad han dejado de tener creencias sobrenaturales. Actualmente, el proyecto consiste de un sitio de Internet al que sólo pueden tener acceso los miembros del proyecto, que son previamente entrevistados por LaScola, y cuya identidad es mantenida en estricto secreto. 

Hasta el momento se cuenta con 410 miembros (Dennett ha indicado que la única razón por la que el número no es mayor es solamente porque la identidad de cada solicitante debe ser revisada minuciosamente para evitar la infiltración de, por ejemplo, periodistas, o “trolls” de diversas denominaciones). El sitio actúa como un espacio confidencial donde miembros pueden darse apoyo, compartir experiencias e historias, y ayudarse mutuamente a decidir qué se puede hacer con su nueva cosmovisión atea. Se está hablando de la posibilidad de ofrecerles entrenamiento en algún otro oficio, y un miembro exclamó que si lograran conseguir ofrecerlo de manera gratuita, la fila de solicitantes le daría la vuelta al mundo.


Surge entonces una importantísima pregunta: ¿por qué un individuo podría seguir siendo parte de una congregación religiosa si en realidad no cree en dios? La respuesta es compleja, pero fácil de comprender una vez que se analiza el embrollo desde la perspectiva del creyente afligido. Una forma de explicarlo es con la terminología de la economía de comportamiento. Nuestra tendencia natural hacia la aversión de pérdidas combinada con los "costos hundidos" de cualquier decisión (aquellos costos que se han incurrido y que no pueden ser recuperados), crea generalmente una percepción de "haber invertido demasiado para renunciar". Puedes imaginar a un individuo apostando en Las Vegas, que sabe que las probabilidades de ganar en cualquier juego son muy bajas, pero debido a que ha invertido ya  demasiado dinero, considera imposible retirarse de la mesa satisfecho y despreocupado. El simple pensamiento de los enormes costos que ha incurrido lo obligan a continuar jugando y a seguir perdiendo su dinero. 

De manera similar, es fácil imaginar cómo ciertos creyentes que han invertido cantidades exorbitantes de su tiempo, gastado quizá los mejores años de su juventud y la posibilidad de tener una pareja o una familia, tenderían a evitar, a toda costa, la idea de que cometieron un error de enorme magnitud; de aceptar que, durante toda su vida, han vivido bajo la creencia de una filosofía equivocada.

El otro motivo que ha surgido de las investigaciones de Dennett parece ser aún más significativo: los líderes de congregaciones religiosas saben que si anunciaran su ateísmo a sus más cercanos y mejores amigos, -ya sean colegas o feligreses- quedarían irremediablemente aislados, y quizá incluso condenados por la sociedad. Este miedo al rechazo social y a perder los únicos lazos humanos que han logrado crear es un sentimiento tan opresor como para ser aceptado con ligereza. Sumado a esto, muchos sacerdotes podrían mantener sus creencias por creer que su rebaño de feligreses, aunque no sean sus amigos cercanos, necesitan de ellos para recibir consejo, ánimo y fuerzas.

En mi opinión, no hay situación más bella que cuando la cruda realidad de la vida se presenta devastadoramente opuesta a lo que los dogmas (siempre irracionales y desprovistos de sentido común) nos indican. El grupo de sátira periodística “The Onion” ha creado un ejemplo perfecto de este escenario: "Dios contesta rezos de niño" anuncia el título sobre una fotografía de un pequeño en silla de ruedas, ""No", dice Dios.

En el caso del "cobarde Joe", epíteto creado por el colega Juan Pablo Delgado en su reciente entrada, el dogma del catolicismo indica que el puesto de supremo líder es vitalicio. De 265 Papas, sólo cuatro habían renunciado. Y sin embargo, la semana pasada el mundo se enteró de que el gran sombrero del Vicario de Cristo será abdicado, un escenario que millones de católicos hubieran creído imposible.

¿Será entonces que Joe Ratzinger, a sus 85 años, ha cruzado ese obstáculo intelectual que surge cuando se cree haber “invertido demasiado para renunciar”?  Porque sin duda, renunciar a la placentera vida de líder supremo de una religión que cuenta con más de mil millones de seguidores es una decisión curiosa y por mucho sospechosa. Como Papa, el viejo Joe tiene acceso a los más despampanantes lujos y riquezas, y estando en un puesto donde la tibieza de tu desempeño o la mediocridad de tus acciones no conlleva ipso facto a un inmediato despido laboral, entonces… ¿por qué renunciar?

Ratzinger explica que "no tiene fuerza" para seguir con el cargo que le han encomendado, aunque en verdad no se le conocen problemas de salud fuera de su avanzada edad. Para mí, me parece sumamente divertido imaginar que su falta de fuerza se debe en verdad a la súbita realización de que todo el dogma que ha luchado por acatar y propagar por ocho décadas; todas sus creencias más íntimas y personales; todas sus ideas más básicas, desde el inicio del universo hasta la razón por la que existe el humano, están completamente equivocadas; pensar que todo se deba a que ha dejado de creer en dios y en las enseñanzas de su propia Iglesia. Porque con una epifanía de tal magnitud, no cabe duda que hasta el más cínico optaría por dejar el cargo de supremo representante de estos cuentos de fantasía para retirarse a aceptar sus verdaderas creencias antes de morir. Nunca se ha invertido suficiente como para que verdaderamente deje de valer la pena aceptar la realidad.

¿Qué sigue para el viejo Joe? Si se me permite soñar, yo imagino que con un poco de suerte, todavía puede disfrutar algunos años de una celebridad ferozmente polémica si se declara ateo de manera pública. ¿Quién sabe? Quizá de esta forma podrá, finalmente, hacer algo bueno por la humanidad, cosa que, es bastante claro, no logró en sus ocho años de cobarde liderazgo al frente de la iglesia Católica. Un Joe Ratzinger que decide salir del clóset del ateísmo mandaría dos mensajes importantísimos a todo el mundo cristiano: primeramente, que jamás se “invierte demasiado” tiempo o dinero en creencias metafísicas que eviten que puedas renunciar a tu fe; y segundo, que si él puede claudicar a su Iglesia, ¿por qué no más católicos siguen su ejemplo?

18/2/13

La balada del cobarde Joe y el extravagante Kim

Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) y Kim Jong-un (tiranillo de Corea del Norte) no son tan distintos como una creería: ambos ostentan el poder absoluto en los pequeños feudos que controlan.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

"El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente."
- John Dalberg-Acton

La frase citada previamente se ha establecido como necio cliché en la mayoría de las esferas académicas y políticas de la sociedad contemporánea. No hay duda que todos hemos escuchado dicha expresión (o algún derivado de la misma) y la hemos aceptado sin demasiado problema; en parte porque jamás faltan ejemplos históricos en donde el poder ha llevado a hombres y mujeres por los escabrosos caminos del narcisismo, la corrupción o el crimen. 

A diferencia de aquél momento cuando escribía Dalberg-Acton (su célebre máxima fue formulada en 1887), resulta evidente que el concepto de “poder absoluto” es algo sumamente raro de encontrar en estos días. En completo contraste con los siglos anteriores, el XXI comienza con la democracia liberal como sistema político dominante en el planeta y esta nueva realidad geopolítica se ha encargado de acotar poco a poco el ecosistema que sirve de hábitat para la terrible especie conocida como “los dictadores”. Podríamos incluso ir un paso más lejos y aventurar que la familia de los “dictadores absolutos” se encuentra en peligro de extinción y en rápido proceso de desaparecer por completo. 

Sin embargo, en el panorama internacional contemporáneo existen todavía algunos especímenes que nos permiten apreciar, -como si analizáramos fósiles prehistóricos-, las rarezas y peculiaridades de la vida en un Estado totalitario. Dos ejemplos que sobresalen en este reliquiario político son la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte para la mayoría del público) y el Estado de la Ciudad del Vaticano: el primero gobernado por un bufón maniaco y el último por un tibio y cobarde emisario de dios.

Siendo realistas, incluso cuando los sistemas que rigen a ambas naciones son lo más cercano a un régimen totalitarista, los líderes al frente de dichos Estados han demostrado una profunda mediocridad personal y una impotencia por ejercer el enorme poder que les ha sido conferido. Lejos han quedado los grandes tiranos como Alejandro III de Macedonia, Maximilien Robespierre o Vladimir Ilyich Ulyanov, que con consecuencias positivas o negativas para la humanidad, lograron moldear el status quo de la época e imponer un nuevo zeitgeist que revolucionó a su mundo. 

Bajo ningún parámetro de medición podríamos considerar que las acciones de Kim Jong-un en Corea del Norte y de Benedicto XVI en el Vaticano se asemejan a las proezas de los tiranos de antaño. Ambos líderes se han mantenido inertes a los cambios sociales, políticos y económicos que transforman diariamente la cultura global, e incluso es posible catalogarlos como un genuino estorbo para el avance de la civilización. 


En el caso de Corea del Norte, el régimen absolutista de Kim Jong-un permite vislumbrar muy escasas luces para mantener el optimismo; pues sumado a su férreo seguimiento de la ideología Juche, -legado infame de su abuelo- el pequeño Kim mantiene a su país en la miseria crónica, la bancarrota financiera y un hermético aislamiento internacional. 

Este oscuro panorama reduce considerablemente el margen de acción en beneficio de su población, la cual sobrelleva su desgracia con arduo esfuerzo. Aun así, no deja de sorprender que entre las diversas líneas de acción que podría seguir para iniciar la modernización de su país, nuestro pequeño tiranillo haya establecido como prioridad el desarrollo de armas nucleares, como si en verdad existiera algún país con el interés de invadir semejante basurero.

En el extremo opuesto al reinado del maniaco Kim podemos encontrar al Vaticano. A diferencia de la pocilga coreana, la Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas con 179 países y jamás se le ha reconocido por carecer de majestuosos lujos. Aunado a esto, el régimen neo-feudal que rige a la Santa Sede le otorga incomparable poder al Vicario de Cristo y es menester recordar que en cuestiones teológicas, el señor Benedicto XVI es considerado infalible: un estatus del que ni siquiera Kim Jong-un puede presumir.

Por lo tanto, resulta sorprendente que nuestro tlatoani católico, aun cuando controla una fortuna extraordinaria y mantiene una congregación que sobrepasa los mil millones de feligreses, se haya mantenido renuente a realizar cualquier acción extraordinaria. Su enorme poder e influencia pudieron ser utilizados para movilizar a masas enteras de devotos en favor de una causa humanitaria; pudo haber promovido sin recatos la erradicación de la pobreza, unir fuerzas con otros líderes sociales para eliminar enfermedades pandémicas, o quizá llamar por la irrevocable igualdad de género en todo el mundo cristiano.

En cambio, desde el headquarters de la Iglesia Católica, Benedicto XVI decidió invertir su valioso tiempo en satanizar el uso de anticonceptivos en África, reprobar a las parejas homosexuales, denunciar a las monjas estadounidenses por sus liberalismo en materia sexual y proteger a cientos de sacerdotes pederastas que abusaron sexualmente a miles de infantes; todo mientras consagraba sus ratos de ocio para escribir libros de teología que pocos leerán y publicar encíclicas ultra conservadoras que nadie acatará.

La reciente noticia de que Joseph Ratzinger dejará vacante el trono de San Pedro debería llegar como alivio para todos; pues aun cuando uno no sea afín al catolicismo, toda la humanidad ha sido redimida de un Papa cobarde y tibio, el cual teniendo bajo su poder a una de las instituciones políticas más poderosas del mundo, decidió malgastar su oportunidad de ser un líder comprometido por remediar alguno de los innumerables problemas que afligen a millones de personas.

Aunque de ninguna manera considero apropiado -o incluso ético- que individuos ostenten el grado de poder que les ha sido conferido a Joe Ratzinger y al pequeño Kim, tampoco es correcto que estos líderes evadan su responsabilidad por utilizar dicho poder, preferentemente en acciones que incrementen el bienestar de la humanidad. Porque si es cansado tener que convivir con déspotas en el escenario internacional, mucho peor es cuando estos resultan ser unos tiranillos torpes e ineptos, que se empeñan por entorpecer el progreso de la especie humana.

11/2/13

LA INTRASCENDENTAL NECESIDAD DE TRASCENDER

Una de las trampas psicológicas más crueles e insensatas que hemos creado como humanidad es la idea de la trascendencia.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

“Until you have done something for humanity, you should be ashamed to die.”
- Horance Mann

I. Wish You Were Here

Una de las trampas psicológicas más crueles e insensatas que hemos creado como humanidad es la idea de la trascendencia. No hay duda que una gran mayoría de las personas en este planeta, (casi sin excepción alguna), están condenadas a arrastrar durante toda su existencia el pesado lastre que implica encontrar, -de cualquier forma posible-, la manera de trascender y de ser recordados después de esta vida. 

Nuestra fascinación hacia la idea de la trascendencia responde directamente al terror generalizado que existe por la muerte. Debido a que ningún individuo sensato desea morir, hemos tenido que formular estrategias para “evitar” la muerte. Esta incesante necesidad psicológica por intentar burlar el inevitable final y negar la realidad nos conduce a imaginar escenarios en donde, después de nuestra desaparición, de alguna forma persistirá algún eco, alguna señal, o alguna sutil memoria que indique al mundo que alguna vez existimos y estuvimos vivos en este planeta.

Las religiones organizadas, -siempre reconocidas por su astucia-, respondieron de manera fulminante a esta perpetua inquietud humana. Optando por tomar el camino más sencillo, lograron rodear el abismo metafísico con la simple promesa de una vida después de la muerte. Así, en su intento por consolar a su rebaño de feligreses, han asegurado que no es necesario trascender en esta vida y tampoco es necesario preocuparse por el fracaso, la miseria o la pobreza, pues después de la muerte se recibirá la eterna gloria en el paraíso.

Es obvio que esta explicación brilla por ser torpe y se presenta incapaz de brindar consuelo a un gran número de personas, iniciando por todos aquellos que se rehúsan a creer en fantasías espirituales. Aun así, incluso para quienes aceptan estos dogmas, el discurso propuesto por las religiones tampoco se muestra capaz de saciar la ineludible necesidad humana de realizar algo importante durante la vida y ser recordados después de la misma.

En términos generales, el camino que debemos tomar para trascender en este mundo y formar parte de los acervos de la genialidad humana es desenvolvernos en un área específica con maestría y virtuosismo inigualable. Sólo un tonto podría creer que la fama que ostentan actualmente la mayoría de nuestros héroes chatarra los llevará a ser inmortalizados en la memoria histórica; pues aunque podrán ser considerados ídolos populares ahora, en algunos años ni siquiera el recuerdo más vago de sus roles de telenovela, de sus canciones populares o de sus goles en el fútbol persistirán en la memoria humana. 

Sin embargo, resulta sumamente frustrante analizar como los grandes genios de la historia (Bach, Newton, Darwin…) han colocado la barra sumamente alta para el resto de los mortales. En todos estos casos, han transcurrido varios siglos y su legado artístico o científico continúa causando enorme admiración y respeto en amplios círculos de la sociedad. Incluso los genios contemporáneos, (Hawking, Dylan, Feynman…), sitúan en una terrible desventaja a todos aquellos que buscan trascender.

Para empeorar esta situación, la ideología que domina en la actualidad al pensamiento Occidental tiende a ahondar aún más nuestra miseria. Pues en todo lugar donde el individualismo es la doctrina reinante, se genera una urgente necesidad para resaltar sobre el resto de las “masas”, lo que al final termina por generar una conducta esquizofrénica para lograr destacar y ser reconocido en la sociedad al precio que sea. 


II. Welcome to the Machine

En respuesta a la trágica situación descrita previamente, existen tendencias de mercado que se han aventurado a satisfacer nuestro eterno vacío existencial por medio del consumo. Con similar astucia a la mostrada por las religiones organizadas, diversas industrias de la moda han propuesto como solución final a nuestra crisis algo que se podría describir como “personalidades prefabricadas”.

Estas personalidades prefabricadas permiten alcanzar a todo aquel que consume ciertos productos el espejismo de grandeza o la ilusión de poseer una inmensa profundidad intelectual o artística. Armado con este delirio, un individuo ya no requiere realizar acciones geniales, descubrimientos extraordinarios o proezas estéticas para creer que realiza algo trascendental en su vida, pues basta con mantener la “apariencia” de ser grandioso o de ser genial para que la sociedad muestre su admiración.

Debido a que la industria de la moda abarca a todos los nichos del mercado, es muy común encontrar una gran variedad de disfraces para estos personajes prefabricados. Así, una persona podría simular que es similar a su músico favorito si utiliza cierta vestimenta; de la misma forma que otra persona podrá creer que con un corte de cabello particular y cierto maquillaje la acerca a la gloria de su actriz preferida; también existen casos en donde un disfraz permite a uno simular tener la profundidad intelectual del escritor o filósofo a quien más aprecia. Esta farsa incluso llega a los límites del absurdo cuando personas pretenden padecer algún tipo de “locura” para sentirse compaginados con el artista atormentado al que más admiran.

De forma muy similar a la que utilizaríamos una máscara en el carnaval, este poder simbólico de la moda permite a un personaje prefabricado reinventar su realidad con una personalidad más interesante. Así, vestido con el atuendo de su elección, la simulación de ser importante y la percepción de trascendencia por medio del consumo se democratiza para todas las “masas”. 

Finalmente, todos los disfraces no son más que eso: una fachada que oculta la falta de méritos y la falta acciones significativas pero que mantiene la cálida ilusión de estar siguiendo los pasos de los grandes ídolos del momento. Esta ilusión permite sortear el vacío que se abre frente a uno debido a la enorme dificultad de trascender en el mundo moderno. Aunque también podría argumentarse que quizá para muchos la idea de la trascendencia haya tomado un segundo plano, dejando como preocupación principal la urgencia de resaltar sobre el resto de las personas.

III. Shine On You Crazy Diamond

Al analizar cómo el reconocimiento social y la noción del éxito se han transformado en simples juegos de consumo y apariencias, parecería que toda posibilidad de trascendencia real se encuentra fuera de nuestro alcance. 

Sin embargo, antes de hundirnos en fatalismos inútiles, debemos preguntarnos con honestidad la verdadera razón por la cual buscamos trascender. Pues si después de la muerte no existe nada para nosotros, ¿qué satisfacción podría existir en que seamos recordados en un mundo al que jamás regresaremos?

La única respuesta razonable a este problema es que no debemos de considerar la trascendencia como un fin en sí mismo. Preocuparnos por esto es caer directamente en la trampa de nuestra propia creación, ignorando que así, la trascendencia nos eludirá constantemente. Pues similar a la tragedia de Sísifo, nos encontraríamos condenados a empujar nuestra pesada roca del ego por una empinada colina de apariencias sociales, sólo para verla rodar hacia el fondo una vez que creemos haber llegado a la cima del éxito y el reconocimiento.

En contraste, existe la posibilidad de encontrar significado en la vida sabiendo que por medio de nuestras acciones se contribuyó al progreso de la humanidad. Pues más allá de los atajos religiosos, más allá de las modas ilusorias y más allá de la pasajera pretensión social, se encuentra la verdadera importancia de formar parte de la especie humana y saber que hemos realizado acciones que beneficiarán a las futuras generaciones. No hay duda que la única razón importante por la que alguien debe de ser recordado es por haber hecho algo positivo por la especie. 

Como nota final a este debate, nadie mejor que Carl Sagan para sintetizar esta satisfacción por existir y nuestra deuda que tenemos con la humanidad: 

“Porque nosotros somos la encarnación local de un Cosmos que ha crecido hasta tener consciencia de sí mismo. Hemos comenzado a contemplar nuestros orígenes: sustancia estelar que reflexiona sobre las estrellas; conjuntos organizados de decenas de miles de billones de billones de átomos que meditan sobre la evolución de los átomos; rastreando el largo camino a través del cual llegó a surgir, por lo menos aquí, la consciencia. Nuestras lealtades son hacia la especie y el planeta. Nosotros hablamos en nombre de la Tierra. Debemos nuestra obligación de sobrevivir no sólo a nosotros sino también a este Cosmos, antiguo y vasto, del cual procedemos.”

7/2/13

ES TARDE PARA EL HOMBRE ROMÁNTICO

Texto por Daniel Morales

"We are the Village Green Preservation Society
Preserving the old ways from being abused
Protecting the new ways for me and for you
What more can we do?"

- Raymond Douglas "Ray" Davies

La realidad contemporánea se encuentra repleta de fenómenos profundamente complejos; eventos que al desarrollarse a escalas gigantescas, son incapaces de ser asimilados por nuestras humildes mentes de primate. El comportamiento de sociedades, el auge y las caídas de los mercados financieros y las epidemias globales son buenos ejemplos de estos fenómenos. 

Paradójicamente, el problema que más nos aqueja no es el hecho de que estos procesos se rehúsen a caber en nuestros modelos mentales, sino la preocupante tendencia de ciertas personas a creer que ellos sí, y sin ayuda de evidencia, son capaces de comprenderlos e interpretarlos del todo.

Mi colega Juan Pablo Delgado ya ha discutido aquí la desatinada moda del espiritualismo "New Age" y sus nefastos adherentes. Con similar abstinencia de razonamiento crítico, un creciente grupo de personas aseveran, sin más evidencia que su propia (malograda) intuición, que el mundo actual está hundido en la más profunda podredumbre moral, donde no se puede encontrar ni una migaja de los valores que las sociedades del pasado gozaban. 

Esta romántica noción de los pueblos preindustriales generalmente viene acompañada de argumentos (sin respaldo alguno, obviamente) que denuncian la explosión de violencia en los tiempos modernos, que proponen que la calidad de vida está por los suelos, que expresan su repudio por el ser humano frío y calculador que ha sido creado por la ideología de Occidente.

No está de más recordar que esta visión pesimista de la sociedad Occidental es más popular, -muy irónicamente-, entre los individuos que componen dicha sociedad. Pareciera que está en boga creer que esta vida confortable, resultado de la explosión de la tecnología y el conocimiento en los dos últimos siglos, es moralmente vacía, precisamente debido a estos grandes avances. Los “románticos” creen que vivimos en el peor de todos los tiempos por culpa de la deshumanización causada por la Ciencia.

Nunca había visto un ejemplo más claro de esta ideología peligrosamente mal informada que el libro de ensayos ominosamente titulado “Es tarde para el hombre”, del popular escritor y poeta colombiano William Ospina. 

El principal ensayo del libro, “Los románticos y el futuro”, es una serie de condenas al mundo moderno y al positivismo. Ospina propone, por ejemplo, que "(…) el orbe que edades más sensatas vieron lleno de divinidades, organizado en mitos, perpetuado en leyendas y celebrado en cantos se ha pauperizado hasta ser sólo un laberinto sin centro, materia sin objeto y sin alma". Convenientemente, omite el detalle de que esos mismos mitos y divinidades que hoy buscamos destruir fueron la causa de incontables atrocidades, y hoy siguen causando daños indescriptibles en regiones que Ospina calificaría como “más sensatas" como en el África, donde niños albinos siguen siendo perseguidos, asesinados y pulverizados para ser utilizados en "remedios mágicos”.

Más aún, Ospina cree pertinente preguntarse "(…) cuáles son las grandes conquistas que la era del positivismo ha traído a la especie; si es verdad que en el reino racional de las mercancías somos más libres que bajo el imperio de los viejos Dioses y de sus viejos mitos, si bajo la sociedad de consumo somos más opulentos, si bajo el reinado de la tecnología somos más pacíficos, si bajo el reinado de la razón somos más razonables." 

Las preguntas capciosas de Ospina probablemente suenen para muchos como inofensivos ejercicios de pensamiento, incluso un bello llamado a debatir la ideología Occidental. Sin embargo, quedará claro que exponen una profunda insuficiencia cognitiva, pues se limitan a cuestionar los logros de la iluminación y el progreso del conocimiento, sin molestarse por hacer un mínimo esfuerzo investigativo. Afortunadamente, la humanidad cuenta con intelectuales menos desvergonzados y con más interés por la verdad, cuyos años de trabajo académico pueden darnos valiosas respuestas a las preguntas que plantea el Romántico. 

¿Seremos verdaderamente más libres? Respuesta: sí. Existen varios índices de libertad que lo demuestran sin dejar un lugar para dudas: el mundo Occidental es el más libre en prácticamente todos los aspectos. La estupidez de Ospina es la de no comprender que su crítica a la sociedad no sería tolerada (¡mucho menos publicada y celebrada!) en su idealizado mundo de mitos y divinidades. Simplemente basta imaginar su crítica, pero dirigida hacia el mundo islámico actual. No encontrarás la libertad de publicar abiertamente tus ideas ahí, ¿o sí, señor Ospina?

¿Más opulentos? Respuesta: sí. El autor Matt Ridley, en su libro “The Rational Optimist”, ha formulado un caso bellísimo (y exhaustivamente investigado) a favor de la emergente prosperidad causada por el consumo y los mercados. Ridley argumenta que, hasta la creación de la propiedad y los mercados, el ser humano jamás había tenido la oportunidad de decidir qué hacer con su tiempo. La división del trabajo, en combinación con el estallido de tecnología, ha permitido que la persona promedio hoy tenga a más personas trabajando para ella que el monarca más poderoso del planeta hace escasos siglos. Como uno de sus ejemplos favoritos, Ridley explica cómo en 1800 una persona tenía que trabajar seis horas para obtener una vela que le diera una hora de luz, mientras que hoy en día, para obtener una hora de luz, la persona promedio debe trabajar por medio segundo. Si eso no es opulencia, entonces no sé qué es.

¿Más pacíficos, más razonables? Otra vez, un contundente sí. El científico cognitivo Steven Pinker ha creado una obra magnífica llamada The Better Angels of Our Nature (altamente recomendada, y sin duda mucho más que la bazofia de Ospina), en la que reúne varios cientos de trabajos de investigación en los campos de antropología, sociología, economía y política para argumentar que el mundo moderno (y en particular el Occidental) vive en los tiempos más pacíficos de la historia de la humanidad. Difícil de creer, pero cierto. Basta mirar las cifras duras de mortandad o, para los más osados, recordar los inhumanos castigos medievales como la pera de la angustia (también conocida como pera vaginal), para entender el nivel de psicopatía que era rampante en las épocas de los cantos y las leyendas; sin olvidar el pasatiempo medieval favorito de quemar gatos vivos.

Pero para Ospina la realidad no es importante. Para él es suficiente invocar su ignorante imaginario, el cual le indica que "había más inocencia y más dignidad en los avances de las hordas de Atila (…) que en los campos de esqueletos vivientes del Tercer Reich y en sus cámaras de cianuro." ¿Inocencia? ¿Dignidad? Es realmente preocupante la miopía de Ospina, que no le permite ver la vulgaridad de sus palabras.

Pero la total ausencia de datos duros en el ensayo de Ospina no debe sorprendernos. Aunque suene irónico, el autor, en su alarmantemente mal informado ensayo, felizmente critica la mera idea de buscar información confiable. "Hoy es forzoso creer sólo en la evidencia, pero esa evidencia no es más que una ilusión. Nuestro problema es que somos demasiado sensatos, demasiado cuerdos, demasiado precisos." 

¡Que inmensurable estupidez! Difícil creer que una opinión tan retorcidamente oscurantista pueda existir, ¡mucho menos ser publicada y distribuída en una sociedad supuestamente educada! ¿Cómo reaccionaría Ospina, me pregunto yo, si le dijeran que en su próxima visita al dentista se utilizará solamente conocimiento y tecnología del siglo XVII? ¿Condenará entonces la precisión y la sensatez? ¿Se atreverá a calificar como ilusoria la evidencia de que ciertas moléculas pueden ser usadas para evitar el dolor, sin presentar algún peligro? ¿Que otras moléculas son capaces de matar las infecciones de sus muelas, evitando tener que extirparlas? 

Pero es en la conclusión de su ensayo donde Ospina confiesa lo que para él es la peor parte de la modernidad. "Algo nos ha sido quitado y ese algo es el asombro ante lo inexplicable de la realidad (…) no nos asombra ver flotar al planeta (…) no parece inquietarnos que el universo se prolongue hasta el fin. Nos parece que una cosa deja de ser misteriosa por el hecho de que se la enmascare en fórmulas matemáticas."

No es la primera vez que me encuentro argumentos como este. Parece ser que muchas personas comparten la visión rancia y retrógrada de Ospina, y temen que la vida pierde la “magia” cuando la ciencia explica algún fenómeno. ¿Qué responder? Me parece que hay que ser burdos: si no te asombra la realidad, muy tu problema.

Aquellos que en verdad son incapaces de asombrarse, aquellos que no obtienen, por ejemplo, un sentimiento inigualable de catarsis al recordar que la razón por la que existen es porque todos los seres vivos en la Tierra, desde la bacteria en el océano hasta el gigantesco sequoia en California, son literalmente su familia, no tienen remedio. Aquellos que no sienten un suspiro de humildad combinado con una explosión de incrédula fascinación al evocar que las estrellas en el cielo no son agujeros que dan a reinos celestiales sino que son gigantescos bultos de flamante materia en constante reacción, no tienen interés alguno por la belleza y la magia de la realidad.

Y quizá leer a Ospina haga a estas personas sentir que los responsables de sus deficiencias intelectuales no son ellos mismos, sino nuestra vacía sociedad Occidental.

Finalmente, lo más bello y “romántico" de todo este asunto es que, aun con la presencia de muchos Ospina o sin la existencia de ellos, nuestro avance como humanidad no se va a detener y ese asombroso deleite que ofrece la realidad persistirá para aquellos dispuestos a admirarla sin el oscuro velo del misticismo.

3/2/13

TUCOS: TODOS UNDOS CONTRA SHAKIRA (Y SUS SECUACES FILANTROCAPITALISTAS)

En el marco de pensamiento de Shakira, un individuo educado que decida no realizar una actividad "productiva" y que genera un "retorno" para el Estado, es por consiguiente un individuo inservible y fracasado.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

En el imaginario colectivo, el nombre de Shakira Mebarak Ripoll probablemente remite a una cálida vereda tropical de erotismo y sensualidad. No existe duda que las caderas de la señora Mebarak han cautivado al mundo entero, al igual que su Waka Waka y el resto de su música ramplona. Recientemente, el nacimiento de su hijo primogénito volvió a colocar a doña Shakira en los titulares de los diarios internacionales, para deleite de todo amante de la frivolidad farandulera.

Más allá de su intensa voluptuosidad, la Loba de Colombia también mantiene un perfil de vida menos superficial, aunque generalmente oculto de los reflectores y los paparazzi. Como sucede con relativa frecuencia en el mundo artístico, -basta con pensar en el insoportable zopenco conocido popularmente como Bono- la señora Ripoll también ha decidido dividir su tiempo entre hacer música e intentar salvar al mundo. Su proyecto filantrópico: mejorar la educación de los infantes.

Podría juzgarse de monstruoso que intente cuestionar el loable trabajo que Shakira intenta realizar con sus organizaciones sociales. No existe duda que la educación de los niños es algo fundamental para el desarrollo cívico de una sociedad, y que este tema debe de ser prioritario en la agenda de todo gobierno responsable y civilizado.

Sin embargo, en el caso particular de Shakira resulta evidente que ella decidió tomar una dirección sumamente controversial y cuestionable con su proyecto social. Pues aun cuando el objetivo sea muy meritorio, nuestra ninfa colombiana parece que se ha metido en la cama con personas mal halladas y mal averiguadas. 

La revelación de su polémico proyecto ocurrió durante la VI Cumbre de las Américas, celebrada en 2012 en Cartagena de Indias. En su discurso pronunciado frente a los líderes políticos y económicos del continente, Shakira habló de la dignidad que la educación otorga a los ciudadanos y la forma en la que la enseñanza temprana ayuda a poblaciones enteras de América Latina a escapar de la pobreza. Hasta el momento, todo parece ir muy bien…

Pero de pronto, a mitad de su discurso, la señora Ripoll develó la base filosófica que sustenta a su programa social: el filantrocapitalismo.

A simple vista, el filantrocapitalismo parece ser un concepto en extremo coherente. Según el marco teórico que Shakira describe, esta ideología pretende dejar atrás la simple entrega de caridad para transformar la ayuda social en programas que inviertan inteligentemente en la sociedad, generen un impacto positivo perdurable y logren eliminar los problemas sociales desde la raíz.


No obstante esto, en el núcleo del filantrocapitalismo se descubre una noción sumamente torcida. Durante su ponencia, -sin siquiera inmutarse por un momento-, la Loba fue llevando gradualmente a esta ideología hasta su extremo materialista más absurdo. 

En palabras de ella misma: “existe una enorme evidencia que educar a los jóvenes es la mejor inversión que una nación puede realizar. ¿Por qué?, bueno, porque ofrece los retornos inmediatos, más altos y más acelerados que cualquier otro retorno en cualquier otro tipo de inversión social.” 

Resulta inmediatamente sospechoso que conceptos como “educación” y “retorno” se encuentren en una misma oración. Algunos podrían alegar que la palabra “retorno” puede significar mil cosas en este contexto, pero la realidad es distinta: Shakira hace referencia específica a retornos económicos y monetarios. No conforme con esta barbaridad, la señora decide agregar: “ustedes que son los expertos en negocios, yo creo que se dan cuenta que está clarísimo que esto es un buen negocio para todos.”

Cuando se pensaba que su propuesta no podría ser más inadmisible, Shakira entonces da el golpe maestro y lleva su argumento a un nivel más perverso. Haciendo un llamado a los empresarios para que ellos también se involucren en proyectos educativos, esta ninfa los tienta argumentando que, invertir en la educación de un ciudadano “crea potencialmente un cliente valioso para ustedes y por eso este tipo de inversión (…) representa lo mejor para ustedes y lo mejor para sus empresas”.

Con la perversión del filantrocapitalismo al descubierto, el mensaje de la señora se observa como un llamado a formar ciudadanos educados, -no para que escapen del oscurantismo y la ignorancia y logren mejorar su vida-, sino para que en un futuro puedan unirse a las largas filas de consumidores. Un mensaje que sin duda hace eco en uno de los mayores problemas ideológicos de la actualidad: la idea de que para que algo sea considerado útil y valioso, debe de ser capitalizable y generar ingresos en un futuro. 

En este marco de pensamiento, un individuo educado que decida no realizar una actividad “productiva” y que genere un “retorno” para el Estado, es por consiguiente un individuo inservible y fracasado. Una idea por más inaceptable como absurda.

Aunque resulta necesario aceptar que existen diversas perspectivas para acercarse al tema de la filantropía, es menester recordar que en esta materia el fin no justifica a los medios. En algunos casos, -como en la versión del filantrocapitalismo promovida por Shakira-, la ideología inherente en los proyectos sociales puede resultar más perjudicial que benéfica para aquellos a quienes se intenta brindar asistencia.

Sin embargo, para el caso de nuestra Loba colombiana, quizá contar con una masa de consumidores confundidos sea precisamente lo que ella necesite. Pues sólo con una población programada para consumir se podría entender cómo su música vulgar se sigue vendiendo diariamente en todo el mundo.

31/1/13

La ética del planeta y el espíritu del ecologista

Los ambientalistas dicen estar salvando al planeta, cuando la realidad es que sólo pretenden salvar a la especia humana. Porque el planeta se encuentra bien y puede sobrevivir por muchos millones de años más: ¡somos nosotros los que estamos en peligro!


Texto por: Daniel Morales

Una frase tan ubicua que ha llegado a convertirse en cliché es una que los ambientalistas frenéticamente aúllan: "¡es necesario salvar al planeta!"

Cada vez que escucho esta frase debo reprimir mis ganas de indicar el poco sentido que tiene, so pena de desperdiciar un par de horas alegando con torpes ecologistas. No soy el primero en sugerir que expresiones como éstas son absurdas. En su momento, el comediante George Carlin astutamente explicó que el planeta no necesita ser "salvado": el planeta lleva existiendo miles de millones de años, y existirá mucho tiempo después de que nosotros hayamos desaparecido. 

El filósofo Slavoj Zizek, por su parte, frecuentemente argumenta que el “balance de la naturaleza” (otro cliché tan utilizado por la fauna de ambientalistas que pareciera que es ilegal no incluirlo en una plática sobre el tema) en realidad no existe, y propone que la historia natural se compone de "una serie de catástrofes", y nada más. 

¿A qué se refiere Zizek con esto? ¿Qué las catástrofes no son eventos en extremo raros? Y, más importante aún, ¿qué no estos eventos son negativos para el planeta? ¿No debemos hacer todo lo posible por evitar un evento catastrófico por el bien de nuestro planeta?

Las respuestas a estas preguntas no son tan intuitivas. La principal falacia operando aquí es hablar del planeta como si tuviera deseos y planes. El planeta no tiene nada de eso. Según lo que indica la ciencia, sólo ciertos organismos con sistemas nerviosos son capaces de tener deseos y planes. 

De hecho, al planeta no le podría importar en absoluto si desaparecen todos los osos panda, los koalas y los orangutanes de su faz. Mucho menos le podría importar si desaparecen los humanos. El planeta no tiene la capacidad de desear nada, absolutamente nada.

Pero he aquí un punto clave: a nosotros, los humanos, sí nos importaría si desaparecen esas peludas criaturas, ¡y más nos importaría si desaparecen los humanos!, al menos a la gran mayoría de las personas con cierta cordura.

Lo que me siento tentado a proponer a los ambientalistas que utilizan el tipo de discurso mencionado previamente, es que cualquier acción o argumento "para salvar a la Tierra" es, en su más pura forma, una acción o argumento egoísta. Ser un activista que lucha "a favor del planeta" no es más que luchar por mantener un orden ecológico que beneficia principalmente a los humanos. Como bien dijo Carlin, ¡el planeta no necesita sus esfuerzos! La tierra no se va a ir a ningún lado.

Si ya estamos en esto, también es relevante notar que no tiene ninguna lógica hablar de estados que son por sí mismos "buenos" o "malos" para el planeta. ¡No hay nada bueno o malo para el planeta! Un trozo de roca, metal y gas que flota en el espacio no cae en la categoría de objetos para los cuales pueden existir estados "buenos" o "malos". Si en el planeta ocurriera un evento apocalíptico que lo dejara totalmente despoblado de vida, eso no sería "malo" para el planeta. Sería malo exclusivamente para las criaturas que habitaban en él y que habrán muerto.


Pongamos como ejemplo al mono araña: si la selva de un mono araña es destruida y el mono muere de hambre, esto no sería “malo” para el planeta. Es malo para el mono araña, quien es un agente con intenciones. También sería “malo” para los humanos, no sólo porque gozan de la capacidad cognitiva de sentir tristeza por el destino del primate, sino también porque el humano necesita de grandes zonas selváticas en el planeta para sobrevivir. Y no se trata solamente del oxígeno producido en la flora de la selva, también existe una compleja red de alimentación que puede, en teoría, producir resultados enormemente destructivos si es alterada de manera drástica. Destructivos, reitero, no para el planeta, sino para el ser humano y el resto de los seres vivos.

Muchos cuestionarán, ¿y qué importa que se hable de cuáles cosas son buenas o malas para el planeta? ¿Qué lo importante no es hacer esfuerzos para mantener vivos a los sistemas biológicos en la tierra?

¡Claro! Yo también deseo que esos esfuerzos se lleven a cabo. Personalmente me parece que las especies deben ser protegidas en la medida de lo posible para no causar grandes desastres que afecten nuestra comodidad, por sus posibles usos prácticos para mejorar nuestras vidas, o simplemente por fines estéticos. 

Pero hacer la aseveración de que esto sería “bueno” para la Tierra es faltarle el respeto al planeta. Es engrandecer la importancia de nuestra presencia, o al menos la presencia de aquellas especies que están vivas el día de hoy. Me parece un acto de suprema soberbia creer que este simio inteligente y todas demás criaturas que viven actualmente son lo más interesante que puede ocurrir en el planeta. 

Podemos recordar una vez más el ingenio de George Carlin, quien nos invitó a imaginar un caso hipotético donde el planeta sí es consciente, y que la razón por la cual nos ha permitido existir hasta ahora es porque deseaba tener plástico. Quizá la Tierra simplemente quería tener grandes cantidades de este polímero, que no existía antes de nuestra llegada, y ahora que ha conseguido su plástico, puede prescindir de nosotros y mandarnos al carajo con algún virus. 

Aunque Carlin no va tan lejos con su idea, yo puedo imaginarme lo que pasaría si el humano fuera a desaparecer junto con la mayoría de las especies vivas hoy, dejando un mundo repleto de plástico. Carlin probablemente lo sabía también: es posible que eventualmente, quizá después de muchos miles de años, la vida se adaptaría al plástico. Posiblemente surgirían especies que vivirían en armonía con el plástico y quizás lo comerían o utilizarían como protección, ¿por qué razón sería esto imposible? Y después… ¡Quién sabe! 

Lo espectacular del proceso de evolución es que sus resultados no pueden ser previstos a priori. ¿Quién se hubiera imaginado que la catástrofe causada por el impacto de un enorme asteroide, el cual bloqueó la luz y el calor del sol por años y causó la devastación de aquella gran familia de organismos (en ese entonces lo más "interesante" que había ocurrido en la Tierra) hace 65 millones de años, resultaría en el surgimiento de un ambiente perfecto para los mamíferos ancestrales, quienes, sin la amenaza de grandes reptiles predadores, tomaron con éxito la batuta de la dominación planetaria y eventualmente se transformaron en nosotros? La respuesta: ¡Absolutamente nadie se lo hubiera imaginado!

De igual forma, si los ambientalistas no estuvieran preocupados solamente con el destino del Homo sapiens y el resto de las especies que conocemos y amamos, entonces dejarían que las catástrofes continuaran. Después de todo, un dato poco reconocido es que en un escenario donde toda la vida de la Tierra se extinga por completo es en extremo improbable. Simplemente es difícil imaginar cómo podría llegar a ocurrir, siendo la vida tan robusta. Y mientras haya algún organismo replicándose y tiempo, (que en este universo sobra), la evolución continuará por sendas inimaginables. Uno nunca sabe, pero quizá la parte realmente interesante de la historia planetaria vendrá en un futuro lejano, milenios después de que nosotros los humanos nos hayamos extinguido y quitado del camino. 

Tristemente, si es así, no estaremos nosotros aquí para saberlo. Pero al menos podemos vivir con la certeza de que si desaparecemos, la historia del planeta continuará por millones de años. Y a pesar de nuestras acciones (¿o gracias a ellas?), los organismos del futuro podrán tener su momento en este mundo, y podrán disfrutar a su manera de la enorme cantidad de plástico no biodegradable que dejaremos como legado en este planeta.

26/1/13

La insoportable espiritualidad del ser – Parte II: La Era de Acuario

Blandiendo con honra su bandera del New Age, este hijo de Gaia no le teme a la crítica, pues se considera iluminado por fuerzas cósmicas. Es un individuo que se siente atraído a la palabra “energía” como la hipnotizada polilla que revolotea en torno a la luz eléctrica.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

“Mantener una mente abierta es una virtud, pero no tan abierta que se caiga tu cerebro.”
- Jim Oberg

Podría considerarse increíble, pero la diferencia genética que separa a un Homo sapiens de un simple Pongo pygmaeus es solamente de un 3.1 por ciento. Por más insignificante que parezca, esta mínima variación en el ADN es la responsable de dotar a la especie humana, -y no a los orangutanes- con la habilidad única para razonar. 

De hecho, de no ser por nuestra inteligencia, el ser humano no sería tan distinto a cualquier otro primate. Es precisamente a raíz de la capacidad para aprender y reflexionar que nuestra civilización logró alcanzar los más asombrosos avances en cuestiones tecnológicas, humanísticas y sociales; incluso se podría asegurar que es la única razón por la que existe una civilización. 

Reflexionando sobre nuestro invaluable acervo cultural y científico, parecería insólito que en la actualidad existiese un ser racional que pudiera dudar del positivo legado de las Ciencias. Solamente un individuo con una afinidad intelectual cercana a la de un Pongo pygmaeus sería capaz de menospreciar nuestro patrimonio científico. 

Pero con el reciente surgimiento de las ideologías New Age, es posible confirmar la existencia de este tipo de personas. Los representantes de este Nuevo Renacer de la consciencia no sólo rechazan nuestro avance científico, sino que intentan imponer como verdadero su propio paradigma ideológico, forjado en las mismísimas cañerías de la imaginación humana. 

Esta nueva cosmovisión de la Era de Acuario, similar a una rabiosa Hidra de mil cabezas, se presenta amenazante al progreso científico colectivo; pues más allá de rayar en la absoluta incongruencia, pone en evidencia que, en efecto, existen todavía personas entre nosotros que mantienen un parentesco más cercano con el orangután más pedestre.

Un discípulo de Acuario es un sujeto que se proclama emisario de la Luz y representante de la Nueva Era. Su filosofía es imposible de puntualizar o resumir, pues realmente no es un método de pensamiento coherente, sino más bien una amplia colección de ideas arbitrarias. 

Blandiendo con honra su bandera del New Age, este hijo de Gaia no le teme a la crítica, pues se considera iluminado por fuerzas cósmicas. Es un individuo que se siente atraído a la palabra “energía” como la hipnotizada polilla que revolotea en torno a la luz eléctrica. Su lenguaje críptico se encuentra plagado de términos como “mística”, “vibras cuánticas” y “magnetismo planetario”.

Similar al creyente de cafetería –un personaje analizado en el texto anterior- este vagabundo espiritual decidió rechazar las rígidas cadenas de la teología oficial. Pero en lugar de encontrar la libertad de pensamiento, fue cayendo en espiral por el abismo de la mística y terminó siendo presa de gurús charlatanes y bufones espiritistas.

Para el seguidor del New Age, realmente no existe ideología alguna que deba ser rechazada. Si sospecha que su cristal de cuarzo no le brinda suficiente vibra positiva, sin dudarlo da un salto a los amuletos orientales. Cuando estos dejan de canalizar suficiente energía de Saturno, entonces opta por alinear sus chacras con un gurú; y cuando sus chacras se encuentran congestionadas, entonces es momento de ir por una limpieza de colon para eliminar todas las toxinas.


El típico entusiasta del Zodiaco se presenta como un religioso de cafetería narcotizado con crack. Pues mientras el religioso de cafetería se enfoca en seleccionar lo que le apetece dentro de su propia fe, el embajador de Capricornio elige lo que le gusta entre cientos de corrientes ideológicas. El arco que engloba su cosmovisión abarca desde la mitología maya hasta la herbolaria vietnamita; desde el vuduismo haitiano hasta el misticismo polinesio. 

Sin mencionar las obvias discrepancias ideológicas, el período de vida en el que ambos grupos adquieren sus creencias es la principal diferencia entre un fanático del New Age y un religioso tradicional. 

Una persona religiosa preferiblemente recibirá sus dogmas durante la niñez; lo cual es entendible, pues durante nuestro infantilismo mental es cuando tendemos a ser más susceptibles a toda clase ideas. En el extremo opuesto, un hijo de Gaia generalmente comenzará su adquisición de ideas durante su etapa adulta, lo cual es sorprendente; pues sin duda es difícil imaginar a una persona madura, poseedora del pleno uso de razón intelectual, de pronto decidiendo creer en hadas consejeras, ángeles protectores y el poder de los alineamientos cósmicos.

Algunos críticos podrán señalar que los seguidores del New Age son solamente trotamundos en un confuso mundo de ideologías antagonistas, viajeros espirituales que buscan las respuestas a las mismas preguntas que a todos nos conciernen; podrían argumentar que la disonante cosmovisión que los caracteriza es sólo un síntoma de ese intenso proceso de búsqueda. Sin duda un argumento rescatable, aunque con poca validez…

Es importante reconocer que para estudiar y comprender a la naturaleza y al Cosmos, la humanidad ya cuenta con un procedimiento que ha demostrado innumerables veces su eficacia: el método científico. Con este proceso de conocimiento, todo ser racional advertirá que los chacras, las piedras energéticas y las vibras galácticas no aportan nada valioso al acervo científico que requerimos para avanzar como especie. 

Pues no hay duda que el Universo que habitamos es un lugar extraordinario que no requiere de un plano espiritual o metafísico para lograr asombrarnos; y que la realidad del Cosmos es mágica por sí misma y puede prescindir de toda explicación mística para fascinarnos. 

Algo que también debe de reconocerse y admirarse es la incesante búsqueda del humano para encontrar las respuestas a sus preguntas más profundas. Pero en nuestro eterno viaje filosófico, les aseguro que ni Deepak Chopra, ni Rhonda Byrne, ni ninguno de los otro tantos gurús charlatanes nos podrán acercar más a la verdad que buscamos.

23/1/13

LA INSOPORTABLE ESPIRITUALIDAD DEL SER - PARTE II: RELIGIÓN DE CAFETERÍA

El creyente de cafetería se define principalmente por la completa desfachatez hacia el concepto de la revelación divina. Para estas personas, todas las reglas de su religión son negociables 

Texto por Juan Pablo Delgado

Las razones que existen para creer en dios son tan numerosas como el número de dioses que la humanidad ha inventado durante milenios. Para la mayoría de las personas, creer en dios es algo natural; su educación recibida a temprana edad, por medio de los padres o de alguna institución educativa, los acostumbró a tener arraigado en su pensamiento la existencia de ese Gran Hermano que los cuida y los vigila desde el cielo.

Se podría argumentar que una de las principales razones para creen en dios -y formar parte de una religión organizada- es el sentimiento de poseer la verdad absoluta sobre cuestiones humanas y morales. 

Cada una de las religiones del mundo ostenta por lo menos un libro que, -argumentan sus seguidores- fue dictado directamente por dios o escrito por inspiración divina. Cada una de las religiones cree también fervorosamente que su libro es el único verdadero y con validez universal; un pequeño detalle que ha costado a la humanidad incontables guerras y muertes a lo largo de la Historia. 

Con esta premisa en mente, una persona sin afiliación religiosa podría creer que ridiculizar a un creyente es relativamente sencillo: bastaría con tomar uno de esos textos de supuesta inspiración divina, encontrar rápidamente una de las miles de contradicciones e incoherencias que ahí se incluyen y proceder a crear una crítica ácida a partir de ella.

Sin embargo, cuanto más se aplica esta estrategia con algún antagonista religioso, más se observa que  presenta serias dificultades para tener el éxito deseado. Este recurrente fracaso se debe en gran parte a un fenómeno que ha permeado a las religiones contemporáneas: el creyente de cafetería.

El creyente de cafetería se define principalmente por la completa desfachatez hacia el concepto de la revelación divina. Para estas personas, todas las reglas de su religión son negociables y todas las leyes divinas son flexibles. Aun cuando se considera un sólido creyente en dios y en su divinidad absoluta, considera que quizá no todo lo que ese dios haya dicho debe tomarse con tanta seriedad.


Como su nombre lo indica, este tipo de devoto pretende que su religión es igual a elegir del menú en un restaurante o escoger entre los ingredientes de una barra de ensaladas. 

En el caso del cristianismo de cafetería, quizá el día de hoy un fiel devoto no tenga el apetito para los genocidios del Deuteronomio que fueron comandados por dios, pero sí tendrá un gran antojo por las fábulas de su hijo Jesús curando a los ciegos. Quizá el mensaje de su Mesías sobre dar toda posesión material a los pobres lo considere exagerado y eso de poner la otra mejilla, una linda tontería.

Un cristiano de cafetería protesta enfáticamente cuando el Estado le otorga ciertos derechos básicos a la comunidad homosexual, pero olvida la enseñanza central de su religión, aquella de amar al próximo como a uno mismo. Es un individuo que denuncia cuando el Estado concede derechos básicos a la mujer para decidir sobre su cuerpo, pero se encuentra a favor de la pena de muerte contra ciertos criminales. Los ejemplos son interminables…

El creyente de cafetería no quiere entender que su religión es una ideología sólida y cerrada; que si decide creer que su libro sagrado es realmente revelación divina, entonces no existe lugar para la negociación; es decidir entre todo o nada.

Pero como buen individuo pragmático, el creyente de cafetería prefiere considerar a su religión como algo ventajoso y placentero. Intentando burlar a su dios, se encomienda a sí mismo la decisión de decidir qué secciones de su fe le gustan y cuáles son mejor descartar.

A partir de esto surgen preguntas obligatorias. Si el creyente de cafetería muestra una desconsideración total por los dogmas de su religión, ¿cuál es entonces el objetivo de pertenecer a una religión organizada? ¿Por qué gastar su tiempo y dinero en una institución que no se acomoda a sus necesidades espirituales? Pero aún más importante, si el creyente de cafetería cree que todo negociable ¿por qué deciden mantener esa terrible angustia ante el pecado y el castigo eterno?; muy fácilmente podrían mandar estas creencias por el ducto de la basura por donde se fueron otras tantas. Un embrollo de lo más confuso…

El aspecto positivo del creyente de cafetería es que sin saberlo, logró robar a los altos sacerdotes el control total de la fe y el monopolio de la religión. Al tropicalizar la religión a su antojo, ha logrado corroer permanentemente la antes incuestionable autoridad que la Iglesia mantenía sobre la sociedad.

No obstante, aunque no existe duda de que un creyente de cafetería será siempre preferido sobre un creyente fundamentalista, este fenómeno ha dado paso a la gestación de un individuo todavía más incoherente, el cuál será analizado en la siguiente entrada.

21/1/13

EL PEQUEÑO CABARET DE LOS HÉROES CHATARRA

La sociedad debe de estar consciente que la mayoría de las personas que los cautivan son fabricados por una industria con fines de lucro y detrás de ellos existen inmensas campañas de marketing que pulen y manipulan su imagen.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Es inevitable sentir una perversa satisfacción cuando un líder querido y admirado por la sociedad de pronto cae de su pedestal y se hunde en la desgracia. No sé exactamente el origen de este placer, pero imagino que responde al encanto de observar cómo los seguidores de dicho líder, incrédulos y mortificados, se desgarran las vestiduras y se cuestionan cómo pudieron ser engañados por un charlatán y un fraude.

La frecuencia de este hecho no debe de llegar como sorpresa. En nuestra cultura de consumismo voraz, todo se ha transformado en un commodity o en una mercancía con potencial de lucro; incluso las personas ahora se nos venden prefabricadas y empaquetadas en la forma de ídolos y héroes para nuestro consumo masivo. 

Esta creciente industria de ídolos es la encargada de indicarnos incesantemente a quién debemos de admirar, de seguir, de apreciar, de imitar o de rendir pleitesía; el motor de esta industria es el culto a la personalidad, y como en un espectáculo de cabaret, la materia prima es la frivolidad y la superficialidad de una imagen. Muy similar al resto de los productos que consumimos, la gran mayoría de estos ídolos son mercancía chatarra; héroes desechables o de rápida caducidad. 

Para la sociedad contemporánea, poco o nada importan los logros de vida o el talento de una persona; los ídolos incluso son creados dentro de un reality show para luego desaparecer igual o más rápido. Estos bajos estándares son los responsables de darnos como modelos de vida a un montón de bichos raros con personalidades mediocres y no extraña que en la lista de ídolos más populares se encuentren los jugadores de futbol, las actrices de telenovelas y los cantantes de reggaeton. 

Con el reciente escándalo de Lance Armstrong, la cuestión de los héroes chatarra vuelve a cobrar relevancia, porque aun cuando a la mayoría de las personas el tema del ciclismo los tenga sin cuidado, la infatigable industria de ídolos se esmeró por crear un perfil sobrehumano en torno a Lance. Con el paso del tiempo, Armstrong dejó de ser solamente un buen ciclista para convertirse en un ejemplo vivo de perseverancia, de superación y de tenacidad.

Al final, Lance resultó ser un embustero y un fraude, aunque realmente poco importa esto. En el peor de los casos, Armstrong dejará algunos corazones rotos y otras tantas ilusiones destrozadas; y acostumbrados a consumir compulsivamente, una vez que nuestro héroe pasa de moda o se termina su vida útil, se desecha y se busca uno nuevo. 


El verdadero problema surge cuando la sana admiración se transforma en reverencia y adoración, pues esto suele generar una ceguera colectiva hacia los errores del líder en cuestión. Incluso en el caso de Armstrong ya se comenzaban a mostrar matices de esto, pues tras fuertes rumores de que Lance consumía drogas para incrementar su rendimiento físico, millones de personas se mantuvieron incapaces de aceptar este hecho y creyeron fielmente en la versión del ciclista acusado.

Esta situación puede llegar a extremos mucho más graves, y no extraña que en la religión organizada se den los peores casos. En este territorio, el ejemplo paradigmático del héroe chatarra fue Marcial Maciel, el Gran Líder de la secta religiosa conocida como los Legionarios de Cristo. 

Durante el apogeo de su popularidad, amplios sectores sociales se encontraban completamente fascinados con este hombre, hasta el punto que los integrantes de su secta pretendían declararlo santo de la Iglesia. Pero a diferencia de otros ídolos chatarra que son inofensivos, Maciel mantenía una doble vida como pederasta y pedófilo, abusando sexualmente a cientos de infantes durante su vida como sacerdote. 

Cuando por fin se presentó numerosa evidencia de sus crímenes, la sociedad se mostró incrédula, calificó a los delatores de instigadores injuriosos y toda acción para detener a este monstruo fue paralizada. Incluso su caída de gracia post mortem fue incapaz de ser celebrada alegremente por el inmenso horror que dejó Maciel.

Con los ejemplos citados no pretendo insinuar que sea necesario prescindir de toda admiración y respeto hacia nuestros ídolos y líderes; acepto que esto natural e incluso positivo en algunos casos.

Pero la sociedad debe de estar consciente que la mayoría de las personas que los cautivan son fabricados por una industria con fines de lucro y detrás de ellos existen inmensas campañas de marketing que pulen y manipulan su imagen. Cabe decir que a diferencia de estos productos de la mercadotecnia, los verdaderos héroes –los académicos, científicos o filántropos- raras veces son reconocidos y admirados por la sociedad.

Al final, cada quien es responsable de elegir a sus propios héroes de vida. En la mayoría de los casos, las consecuencias de seguir a un charlatán o a un bribón son poco graves.  Sin embargo, es necesario mantener siempre un sano escepticismo ante todos ellos, pues sólo evitando caer en un ofuscado culto a la personalidad se podrá prevenir el surgimiento de otra bestia como Maciel.

17/1/13

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE VIRGINIA

La idea de la virginidad es un concepto masculino; pues esta noción responde al intento por controlar el cuerpo, la vida y el placer de las mujeres.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Uno de los principales síntomas de la severa esquizofrenia social que sufrimos es nuestra compulsiva obsesión por el sexo, aunado a nuestra obsesión incesante por la virginidad. 

En su libro “The Purity Myth”, Jessica Valenti argumenta que “es complicado saber cuándo las personas comenzaron a preocuparse por la virginidad, pero lo que sí se conoce es que fueron los hombres, o las instituciones dirigidas por hombres, los que siempre han definido y asignado valor a la virginidad”.

No es de sorprender que la idea de la virginidad sea una concepto masculino, pues esta noción responde al intento por controlar el cuerpo, la vida y el placer de las mujeres. Muy rara vez se observa a grupos feministas abogando por un mayor control de su sexualidad y la curiosa tradición de asesinar a las mujeres “deshonradas” siempre ha sido exclusivamente masculina. 

Desde tiempos inmemoriales, la idea de la virginidad ha sido sustentada por una profunda inseguridad. El origen de esta inseguridad se encuentra en la imposibilidad del hombre de saber si sus hijos realmente le pertenecen. Una mujer sabe perfectamente con cuántos y cuáles hombres ha tenido sexo y el óvulo fertilizado siempre será suyo; pero el varón no puede estar seguro de que el infante en el vientre de su mujer comparte sus genes. Claro que ahora existen pruebas de ADN para conocer esto, pero en sociedades menos avanzadas, la única forma de “asegurarse” que los hijos fueran propios –y que la herencia de títulos, dinero y propiedad no terminaría en manos de unos bastardos- era eligiendo a una mujer virgen como esposa y manteniéndola después en perpetua reclusión doméstica.

Esta interesante idea rápidamente se infiltró en el reino de lo metafísico y lo sagrado. Las religiones organizadas –siempre dirigidas por hombres- no tardaron en unirse al frenesí de la virginidad y volverla un dogma de fe.

No es extraño que la figura femenina a quien la Iglesia Católica impuso como ejemplo a seguir haya sido María. ¿Y saben cuál fue el mayor logro de María? ¡nunca haber tenido sexo! Porque uno jamás habla de “María la Sabia” o “María la Magnánima”, ¡faltaba más! Hay que recordarla como la “Virgen María”, pues poco importa qué otras cosas haya hecho esa mujer en su vida, con tal de que nunca haya tenido sexo. 

La glorificación a la virginidad no es exclusiva del cristianismo. En el caso del Islam, la tentadora recompensa celestial para los mártires es poseer 72 vírgenes en el paraíso. Aunque algunos consideran este hadith como apócrifo, sigue siendo una excelente estrategia de marketing para inducir a jóvenes reprimidos a la idea del terrorismo suicida.


Con el paso del tiempo, nuestra obsesión por la virginidad comenzó a filtrarse en la vida cotidiana hasta el punto de llegar a representar el valor principal y último de las mujeres. En ciertos grupos sociales, la virginidad se mantiene como la única evidencia necesaria para calcular la moralidad de una mujer. Bajo esta mentalidad, poco interesa que una mujer sea estúpida, insulsa o maliciosa, pues mientras jamás haya ejercido su sexualidad, la sociedad la seguirá considerando como un persona moral y siempre merecedora de aprecio. 

Las consecuencias de esta mentalidad sobrepasan la obvia represión de la naturaleza sexual femenina. Pues al crear un vínculo directo entre la sexualidad y la moralidad, la sociedad pierde toda perspectiva real de la ética. Cuando la supuesta pureza inherente que conlleva la falta de sexo se transforma en la principal brújula moral de una cultura, se vuelve imposible construir una base sólida de comportamiento cívico.

No obstante la complejidad del tema, la medicina para la esquizofrenia que sufrimos es una fuerte dosis de racionalidad y libertad. Si en el predominante sistema cultural machista, los hombres son celebrados por sus proezas sexuales, las mujeres deberán de responder con la misma moneda. Pero tendrán que ser más astutas y nunca imitar comportamientos primitivos. 

Para que esto funcione, primeramente será necesario aceptar que la actitud masculina de glorificar el número de relaciones sexuales que ha tenido es estúpida y todos aquellos que la cultivan son unos brutos; si una mujer quiere seguir este camino, que lo haga bajo su propio riesgo. Habiendo entendido esto, será necesario comprender que la virginidad es voluntaria: quien quiera permanecer virgen hasta el matrimonio, que lo haga; quien no lo quiera así, lo mismo.

Pero el elemento fundamental es entender que la emancipación sexual de la mujer sólo podrá llegar con su emancipación económica, pues sólo con la libertad económica se obtiene la libertad de acción; y toda mujer con libertad de acción verá lo estéril que es usar la virginidad como elemento opresor.

Quizá entonces, con ese poder que emana de la libertad, se podrá iniciar un justo debate sobre el significado de la sexualidad.