21/2/13

Benedicto XVI, el ateo


Para efecto de este texto, la verdad es que poco importa si el Papa cree en los dogmas de su Iglesia o no, pues el Santo Padre podría ser un empedernido ateo aunque ni siquiera él esté consciente de esto.



Texto por Daniel Morales


Aprovechando el reciente éxito de “El Árbol de Moras”, que ha recibido más de 11,000 visitas en poco más de un mes, considero que es un buen momento para publicar una entrada con un título cruelmente sensacionalista para ustedes, público ilustrado. Y ahora, habiendo ya hecho el daño de acusar públicamente a Joseph Ratizger de ser un falso creyente, debo confesarles que, desafortunadamente, no podría comprobarles si el supremo pontífice es ateo o no lo es.

Aunque para efecto de este texto, la verdad es que poco importa si el Papa cree en los dogmas de su Iglesia o no, pues mi argumento es que el Santo Padre podría ser un empedernido ateo aunque ni siquiera él esté consciente de esto.

Éste tema constituye el núcleo de la última polémica que ha levantado el genial filósofo Dan Dennett. En una conferencia reciente, este filósofo, con su icónica imagen de un Santa Clós bonachón, nos invita a reflexionar sobre algunas cuestiones que muchos considerarían incómodas: si no te consideras ateo, pero no crees realmente que tu dios está de tu lado apoyando a tu equipo en un partido de fútbol… puede que seas ateo. Si no te consideras ateo, pero no crees literalmente que tu dios escucha tus plegarias cuando rezas… puede que también seas ateo. Haciendo uso de su característica astucia, Dennett prevé la reticencia de los creyentes: si estás escuchando esta conferencia… puede que seas ateo. Y si estás pensando en dejar de escucharla… también puede que seas ateo.

El objetivo del señor Dennett no es causar agitación, sino poner a prueba una hipótesis que rápidamente está acumulando evidencia a su favor, gracias a su intenso trabajo investigativo. La  sospecha de Dennett es que muchas, -quizá muchísimas-, personas religiosas son, en el fondo, unos completos y verdaderos ateos. Junto con la investigadora Linda LaScola, Dennett comenzó el “Clergy Project”, un  estilo de club para reverendos, sacerdotes y otros líderes de congregaciones religiosas que han arribado a la conclusión de que en realidad han dejado de tener creencias sobrenaturales. Actualmente, el proyecto consiste de un sitio de Internet al que sólo pueden tener acceso los miembros del proyecto, que son previamente entrevistados por LaScola, y cuya identidad es mantenida en estricto secreto. 

Hasta el momento se cuenta con 410 miembros (Dennett ha indicado que la única razón por la que el número no es mayor es solamente porque la identidad de cada solicitante debe ser revisada minuciosamente para evitar la infiltración de, por ejemplo, periodistas, o “trolls” de diversas denominaciones). El sitio actúa como un espacio confidencial donde miembros pueden darse apoyo, compartir experiencias e historias, y ayudarse mutuamente a decidir qué se puede hacer con su nueva cosmovisión atea. Se está hablando de la posibilidad de ofrecerles entrenamiento en algún otro oficio, y un miembro exclamó que si lograran conseguir ofrecerlo de manera gratuita, la fila de solicitantes le daría la vuelta al mundo.


Surge entonces una importantísima pregunta: ¿por qué un individuo podría seguir siendo parte de una congregación religiosa si en realidad no cree en dios? La respuesta es compleja, pero fácil de comprender una vez que se analiza el embrollo desde la perspectiva del creyente afligido. Una forma de explicarlo es con la terminología de la economía de comportamiento. Nuestra tendencia natural hacia la aversión de pérdidas combinada con los "costos hundidos" de cualquier decisión (aquellos costos que se han incurrido y que no pueden ser recuperados), crea generalmente una percepción de "haber invertido demasiado para renunciar". Puedes imaginar a un individuo apostando en Las Vegas, que sabe que las probabilidades de ganar en cualquier juego son muy bajas, pero debido a que ha invertido ya  demasiado dinero, considera imposible retirarse de la mesa satisfecho y despreocupado. El simple pensamiento de los enormes costos que ha incurrido lo obligan a continuar jugando y a seguir perdiendo su dinero. 

De manera similar, es fácil imaginar cómo ciertos creyentes que han invertido cantidades exorbitantes de su tiempo, gastado quizá los mejores años de su juventud y la posibilidad de tener una pareja o una familia, tenderían a evitar, a toda costa, la idea de que cometieron un error de enorme magnitud; de aceptar que, durante toda su vida, han vivido bajo la creencia de una filosofía equivocada.

El otro motivo que ha surgido de las investigaciones de Dennett parece ser aún más significativo: los líderes de congregaciones religiosas saben que si anunciaran su ateísmo a sus más cercanos y mejores amigos, -ya sean colegas o feligreses- quedarían irremediablemente aislados, y quizá incluso condenados por la sociedad. Este miedo al rechazo social y a perder los únicos lazos humanos que han logrado crear es un sentimiento tan opresor como para ser aceptado con ligereza. Sumado a esto, muchos sacerdotes podrían mantener sus creencias por creer que su rebaño de feligreses, aunque no sean sus amigos cercanos, necesitan de ellos para recibir consejo, ánimo y fuerzas.

En mi opinión, no hay situación más bella que cuando la cruda realidad de la vida se presenta devastadoramente opuesta a lo que los dogmas (siempre irracionales y desprovistos de sentido común) nos indican. El grupo de sátira periodística “The Onion” ha creado un ejemplo perfecto de este escenario: "Dios contesta rezos de niño" anuncia el título sobre una fotografía de un pequeño en silla de ruedas, ""No", dice Dios.

En el caso del "cobarde Joe", epíteto creado por el colega Juan Pablo Delgado en su reciente entrada, el dogma del catolicismo indica que el puesto de supremo líder es vitalicio. De 265 Papas, sólo cuatro habían renunciado. Y sin embargo, la semana pasada el mundo se enteró de que el gran sombrero del Vicario de Cristo será abdicado, un escenario que millones de católicos hubieran creído imposible.

¿Será entonces que Joe Ratzinger, a sus 85 años, ha cruzado ese obstáculo intelectual que surge cuando se cree haber “invertido demasiado para renunciar”?  Porque sin duda, renunciar a la placentera vida de líder supremo de una religión que cuenta con más de mil millones de seguidores es una decisión curiosa y por mucho sospechosa. Como Papa, el viejo Joe tiene acceso a los más despampanantes lujos y riquezas, y estando en un puesto donde la tibieza de tu desempeño o la mediocridad de tus acciones no conlleva ipso facto a un inmediato despido laboral, entonces… ¿por qué renunciar?

Ratzinger explica que "no tiene fuerza" para seguir con el cargo que le han encomendado, aunque en verdad no se le conocen problemas de salud fuera de su avanzada edad. Para mí, me parece sumamente divertido imaginar que su falta de fuerza se debe en verdad a la súbita realización de que todo el dogma que ha luchado por acatar y propagar por ocho décadas; todas sus creencias más íntimas y personales; todas sus ideas más básicas, desde el inicio del universo hasta la razón por la que existe el humano, están completamente equivocadas; pensar que todo se deba a que ha dejado de creer en dios y en las enseñanzas de su propia Iglesia. Porque con una epifanía de tal magnitud, no cabe duda que hasta el más cínico optaría por dejar el cargo de supremo representante de estos cuentos de fantasía para retirarse a aceptar sus verdaderas creencias antes de morir. Nunca se ha invertido suficiente como para que verdaderamente deje de valer la pena aceptar la realidad.

¿Qué sigue para el viejo Joe? Si se me permite soñar, yo imagino que con un poco de suerte, todavía puede disfrutar algunos años de una celebridad ferozmente polémica si se declara ateo de manera pública. ¿Quién sabe? Quizá de esta forma podrá, finalmente, hacer algo bueno por la humanidad, cosa que, es bastante claro, no logró en sus ocho años de cobarde liderazgo al frente de la iglesia Católica. Un Joe Ratzinger que decide salir del clóset del ateísmo mandaría dos mensajes importantísimos a todo el mundo cristiano: primeramente, que jamás se “invierte demasiado” tiempo o dinero en creencias metafísicas que eviten que puedas renunciar a tu fe; y segundo, que si él puede claudicar a su Iglesia, ¿por qué no más católicos siguen su ejemplo?