25/11/18

HAY QUE SABER LLEGAR

¡Ah, señores! ¡Qué hermosos los buenos viejos tiempos! Todo era solidaridad, hermandad y antiimperialismo yankee. Pero de vuelta al presente (y un infarto al corazón después) nuestro ya recorrido AMLO se levantará de su hamaca el 2 de diciembre, abrirá las ventanas de Palacio Nacional y verá un panorama totalmente distinto.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Quién sabe por qué somos así pero como mexicanos tenemos una fama ganada a pulso de siempre llegar tarde a los eventos sociales. En este caso la fiesta a la que arribamos con una década de tardanza es a la del populismo de la izquierda latinoamericana.

Porque estemos o no a favor de la llamada Cuarta Transformación de México la realidad es que el proyecto de Andrés Manuel López Obrador se percibe anacrónico y desentonado dentro del presente escenario internacional. ¿A qué me refiero?
Hagamos un ejercicio de imaginación y retrocedamos una década en el tiempo. Es 2006 y el presidente legítimo (ahora sí) es el mismísimo AMLO. A pocos días de iniciar su mandato presidencial ¿qué se hubiera encontrado en nuestra vecindad inmediata?



Nuestro flamante presidente de 53 años se hubiera encontrado con la decadente y libertina parranda organizada por la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y sus compinches.

Viajando al sur se hubiera encontrado con una Venezuela gobernada por el emperador Hugo Chávez, borracho hasta las chanclas de petrodólares. Brasil no cantaba mal las rancheras con el carismático Luiz Inácio Lula da Silva en el ápice de su poder. Más al sur hubiera visto a las pampas argentinas pisoteadas por Néstor Kirchner y su tétrica esposa Cristina.

En Bolivia el pintoresco Evo Morales gozaba de altísimos índices de popularidad. Chile tenía a una mujer de izquierda moderada en la figura de Michelle Bachelet. Ecuador se uniría a esta orgía de izquierdas con Rafael Correa a partir de 2007; Paraguay con Fernando Lugo en 2008, y Uruguay con José Mujica a partir de 2010.

Más cercano a casa AMLO hubiera compartido frontera marítima con el mismísimo comandante Fidel Castro, todavía líder supremo de su isla. En el patio trasero Daniel Ortega gobernaba con puño de hierro a Nicaragua.

¡Ah, señores! ¡Qué hermosos los buenos viejos tiempos! Todo era solidaridad, hermandad y antiimperialismo yankee.

Pero de vuelta al presente (y un infarto al corazón después) nuestro ya recorrido AMLO se levantará de su hamaca el 2 de diciembre, abrirá las ventanas de Palacio Nacional y verá un panorama totalmente distinto.

Próximamente Brasil será gobernado por un sicópata ultraderechista con tendencias homicidas. Venezuela es solo una sombra de lo que fue bajo el chavismo e implosiona en medio de una crisis económica y humanitaria sin precedente. Tanto Argentina como Chile giraron a la derecha tras gobiernos mediocres (Chile) y desastrosos (Argentina).

En Cuba Fidel Castro ya se nospetateó y Raúl, su hermano, está en retiro permanente; por si fuera poco, los cubanos buscarán con su nuevo presidente abrir espacios al libre mercado.

Evo Morales está a punto de causar una crisis constitucional al buscar reelegirse por cuarta ocasión. Nicaragua se hunde en el fango por la represión masiva de Ortega. Ecuador sigue en la izquierda pero en abierto conflicto con su antiguo patrón por la crisis humanitaria venezolana —incluso retirándose del ALBA por la negativa de Venezuela a tomarse con seriedad su desastre nacional y regional.

Es indiscutible: la bacanal de las izquierdas y del nuevo socialismo del siglo XXI terminó hace tiempo. Pero como buen mexicano AMLO llega tarde cantando a ronco pecho los cánticos revolucionarios del pueblo sabio.

Aunque ahora que lo pienso bien quizás AMLO solo esté rindiendo honor a José Alfredo con eso que decía de “no hay que llegar primero, sino hay que saber llegar”.

12/11/18

STALIN UPDATE

Yuval Noah Harari argumenta que la diferencia entre democracias y dictaduras no es la pugna entre dos sistemas éticos opuestos, sino entre dos sistemas de “procesamiento de información”


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Mientras aquí en México soñamos con trenes mayas, nuevos aeropuertos y refinerías innecesarias, los gobiernos con un mínimo de previsión política y social enfocan su atención en la revolución tecnológica que sacudirá la vida de millones de ciudadanos: el imparable auge y desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA).

En un futuro donde la IA dominará nuestras vidas se prevén dos grandes problemáticas.

La primera afectará al mundo laboral. Existen numerosas estimaciones sobre el tamaño del impacto, pero las cifras varían entre un 14% de los empleos siendo reemplazados por máquinas (OCDE, 2018), hasta un 30% de los trabajos siendo eliminados por robots inteligentes (McKinsey Global Institute, 2017).

Sin embargo, el escritor Yuval Noah Harari identifica algo aún más perverso en el auge de la IA. Para él, la misma tecnología que hará económicamente irrelevantes a masas de ciudadanos podría también eliminar sus libertades políticas y civiles, facilitando a los gobiernos el monitoreo, control y manipulación de sus gobernados.

Harari argumenta que esto ya sucede en China, con su Sistema de Crédito Social (SCS). El SCS es un algoritmo que monitorea las actividades que realizas en tu celular (las páginas que visitas, las compras que haces, la pornografía que ves, los pagos a tu tarjeta de crédito...) y otorga una calificación que indica si eres un ciudadano “confiable”. Un puntaje alto otorga privilegios, mientras que uno bajo impone castigos, incluyendo evitar la compra de pasajes de tren o avión, estudiar en escuelas privadas, trabajar en ciertas empresas, etcétera.

Ésta es la segunda problemática que traerá la irrupción de la IA: el surgimiento de un autoritarismo digital inteligente. Una “Smart Dictatorships”, si usted gusta, donde los gobiernos serán más eficientes para reprimir, controlar y castigar a sus ciudadanos cautivos. 

Harari argumenta que la diferencia entre democracias y dictaduras no es la pugna entre dos sistemas éticos opuestos, sino entre dos sistemas de “procesamiento de información”. Las democracias distribuyen la información entre numerosos agentes, mientras que los regímenes autoritarios la concentran en un círculo reducido de personas. 

Con la tecnología arcaica del siglo XX, los sistemas autoritarios inevitablemente colapsaban: al no poder procesar tanta información, la ineficiencia incrementaba, se estancaba la innovación y el crecimiento económico, y al final el sistema implosionaba.


Pero la IA soluciona todos estos problemas. Hoy es posible procesar miles de millones de datos de manera inmediata. De hecho, dice Harari, la IA “podría hacer a los sistemas centralizados aún más eficientes que los sistemas difusos”, porque una computadora trabaja mejor entre más datos concentra en un solo lugar. Así, la mayor desventaja de las dictaduras pasadas -concentrar el poder e información en un lugar- podría ser hoy su ventaja definitiva.

Por desgracia, nosotros mismos alimentamos esta pesadilla, al entregar diariamente -y sin chistar- nuestra información personal a empresas con poco interés por salvaguardar nuestra privacidad.

Harari advierte que una posible solución para detener a las dictaduras inteligentes sería crear nueva legislación que prohíba a las empresas de tecnología usar nuestra información personal a su gusto, y prohibirles entregarla a los gobiernos.

Pero… ¿Tendrán los arquitectos de la Cuarta Transformación de México la mínima idea de cómo resolver esta problemática? ¿O será el “pueblo sabio” quien nos defienda de la inteligencia artificial?

Porque si esto es así… ¡Estamos perdidos!

Publicado originalmente en Vértigo