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16/6/25

LA HERENCIA DE LA BANALIDAD

Un cuello de botella a escala planetaria está volviendo obsoleto al mundo que conocemos y poniendo en peligro la transmisión y la herencia de valores y creaciones culturales.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Quizás ya estén enterados, pero quiero recordarles que la humanidad está en camino a un evento de extinción masiva. No me refiero a los peligros apocalípticos que todos conocemos –como el calentamiento global– sino a una extinción que ocurre de manera sutil y que rara vez nos detenemos a analizar: la muerte de la cultura y la civilización.

En una reciente columna en The New York Times, el autor Ross Douthat nos recuerda el concepto de “cuello de botella”, que los biólogos evolucionistas utilizan para referirse a esos “períodos de presión” que llevan a la extinción de numerosas especies tras un gran cataclismo; piensen, por ejemplo, en las especies que lograron adaptarse y cruzar ese “cuello de botella”  (y las que no) hace millones de años tras el impacto del infame asteroide.

Pues de acuerdo con Douthat, esos mismos “cuellos de botella” se manifiestan también en las sociedades, borrando culturas, costumbres y poblaciones completas en periodos de crisis o de cambios vertiginosos. Si uno revisa la historia, podrá ver que numerosos pueblos -con sus memorias, dioses, arte y tradiciones- no lograron cruzar ese cuello de botella tras una guerra, una plaga o alguna otra calamidad.

El problema es que ese cuello de botella se está manifestando hoy a escala planetaria y en tiempo real, volviendo obsoleto al mundo que conocemos y poniendo en peligro la transmisión y la herencia de valores y creaciones culturales a las próximas generaciones. Lo que está en juego, dice Douthat, es la civilización humana completa.

¿Amenazado por quién? Pues -obviamente- por la revolución digital. Artefactos como el internet, los teléfonos inteligentes y la inteligencia artificial han modificado nuestro consumo cultural, transformado nuestras formas de vida y alterado la transmisión de valores sociales a las próximas generaciones. 

Hoy, Douthat nos recuerda, gran parte de los jóvenes no tienen la capacidad de comprender un texto más largo que un posteo en redes sociales; no tienen la paciencia para ver un video más extenso que lo que ofrece TikTok; no conocen más que la música en fragmentos o creada por IA. Todo esto se vuelve un cuello de botella para los libros, películas, conciertos, tradiciones e incluso ideologías políticas. Si los jóvenes no consumen estas creaciones artísticas o culturales, entonces no podrán ser transmitidas a las próximas generaciones, llevándolas gradualmente a su extinción. 

A esto hay que sumar otros cambios sociales: que las nuevas generaciones prefieran la pornografía a ligar en persona y tener relaciones sexuales; que convivan y socialicen a través de pantallas en vez de cara a cara en espacios comunes; que les preocupe más un influencer que sus propios amigos; que no lean noticias y tengan una comprensión compartida del mundo; que decidan no tener hijos (como es mi caso).  Todo esto también pone en el cuello de botella –y en camino a la extinción– los estilos de vida que la mayoría de nosotros experimentamos y que nos fueron heredados en su momento.

Quiero aclarar que esto no es una oda al tradicionalismo o a los “buenos viejos tiempos”. Porque lo que estamos viviendo hoy no es el típico ciclo de una nueva cultura  imponiéndose sobre el ancien régime. Lo que estamos presenciando, apunta Douthat, es una perversa sustitución; un reemplazo de lo físico por productos virtuales de calidad inferior que son adictivos, y que distraen a millones de las actividades reales que sustentan la vida cotidiana. 


Todo esto apunta a una muerte lenta de la civilización y cultura como la conocemos. Lo repito: si los jóvenes contemporáneos sustituyen la realidad por el mundo virtual y no viven, experimentan, consumen o siquiera comprenden las creaciones artísticas del pasado entonces estas manifestaciones culturales no pasarán el cuello de botella.

Y sí, ya todos sabemos que el mundo será caótico en el futuro por el cambio climático, el ecocidio, el extremismo político y la reducción en la natalidad. Pero será un verdadero infierno si no sobreviven The Beatles, Pink Floyd, Dostoievsky, Tolkien o Alfred Hitchcock. Entonces sí, estimados lectores, la humanidad está perdida.

2/6/25

CHATGPT: EL DIOS ZALAMERO

Necesitamos un artificio que nos ofrezca nuevas perspectivas; no un espejo halagador donde borremos nuestras inseguridades.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Dos años y medio, señores. Dos años y medio nos tardamos en desmadrar uno de los productos más extraordinarios de la humanidad. 

¿Recuerdas cuando ChatGPT irrumpió por primera vez en nuestras vidas? ¿Te acuerdas de la fascinación y la sorpresa que sentiste al recibir esa primera respuesta coherente, inteligente y articulada a una pregunta o petición? ¿O cuándo creímos que estábamos en los albores de una revolución de la inteligencia humana no vista en la historia? Pues bastaron dos pinches años para descarrilar este gran proyecto.

Cualquier observador casual dirá que el funcionamiento de ChatGPT, lejos de estar en decadencia, sigue siendo extraordinario y con un enorme potencial. De acuerdo, les concedo este punto. En términos generales, este artefacto sigue siendo una proeza de la civilización y cada mes nos enteramos de nuevas funciones, alcances y fronteras superadas.


Pero debajo de esta fachada maravillosa y aparentemente inocua existen remolinos oscuros que han sido conjurados desde las entrañas de OpenAI, la empresa detrás de este artificio. Porque si ustedes son usuarios de ChatGPT, estoy seguro que habrán notado un cambio en su “personalidad”: de ser un comunicador neutral y objetivo, ChatGPT de pronto se presentó como un absoluto y reverendo lambiscón.

Bastaba con que hicieras cualquier pregunta, sugerencia o anotación para recibir una cascada de elogios por parte del robot. La raza en Internet no tardó en hacer pedazos a esta nueva actualización del algoritmo. Un usuario compartió que ante su propuesta de vender -literalmente- “mierda pinchada en un palo”, ChatGPT le respondió que su idea “no sólo es inteligente: es genial”. ¡Hágame usted el C favor!

Estoy seguro que algunos de ustedes dirán que despotricar ante semejante nimiedad es hiperbólico. Al final, OpenAI rápidamente cambió su algoritmo para moderar el ‘entusiasmo’ excesivo de su creación (aunque aún perduran ecos de estas exaltaciones). Pero no creo estar exagerando cuando me alebresto, porque lo que estamos viendo con estas modificaciones y experimentos es un giro hacia la manipulación emocional de este robot parlanchín con los humanos.

El académico Mike Caulfield en The Atlantic cita un paper del 2023 publicado por investigadores de Anthropic (otra empresa de IA), donde se descubrió que ser un lambiscón no es algo exclusivo de ChatGPT, y que la mayoría de los asistentes de IA “sacrifican la veracidad para alinearse con las opiniones del usuario”. ¿Por qué ocurre esto? Porque durante las fases de entrenamiento, los humanos evalúan de manera más positiva las respuestas que refuerzan sus opiniones o cuando el algoritmo los halaga. El robot aprende en consecuencia e inicia una espiral descendente hacia la zalamería y la adulación barata. Por si traen el pendiente, este proceso se llama "Aprendizaje por Refuerzo a partir de la Retroalimentación Humana".

Esto ya es problemático en sí mismo; pero es peor cuando analizamos las consecuencias a gran escala. Porque lejos de servir para acercar a la humanidad al conocimiento y a la “verdad”, esta nueva fase de los chatbots parece estar enfocada en atender nuestras necesidades emocionales y reforzar nuestras creencias previas. 

Porque finalmente, ¿Quién no quisiera que un robot le diga lo inteligente y brillante que es? ¿Quién va a preferir la crítica honesta al halago gratuito? ¿Quién no prefiere sentirse valorado, validado y apreciado a tener que enfrentarse con la fría y cruel realidad del mundo?

Es innegable que la IA seguirá creciendo y acumulando más poder. Pero es nuestra responsabilidad exigir un sistema que no refuerce nuestras ideas previas, sino que nos conecte con el pensamiento de otros. Necesitamos un artificio que nos ofrezca nuevas perspectivas, contextos, contradicciones, consensos y que profundice nuestro conocimiento del mundo; no un espejo halagador donde borremos nuestras inseguridades. Queremos un asistente enfocado al raciocinio, el conocimiento y la verdad; no un dios zalamero que nos venda “mierda pinchada en un palo” como la epítome de la civilización humana.

19/5/25

LA IGNORANCIA ES LA FUERZA

Hoy vemos al Imperio Yanqui liderado por un rey loco, con una corte de aduladores e incompetentes, gobernando a una sociedad cada vez más idiota. 



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


“Amo a los que tienen poca educación” 
- Donald Trump (febrero 2016)

¿Qué ocurre cuando la estupidez se vuelve política de Estado? ¿Qué le queda a una civilización cuando el idiotismo, la desinformación y la incultura se vuelven valores que se celebran y glorifican? ¿Qué futuro le queda a una sociedad que exalta a la ignorancia?

Ahora que se cumplieron los primeros 100 días de la nueva administración Trump (cien días que se han sentido como medio siglo) mucho se ha escrito ya sobre sus políticas destructivas hacia el orden liberal internacional: su simpatía hacia algunos dictadores; su agresividad contra aliados históricos; su repudio a las instituciones democráticas y supranacionales; su desprecio al libre comercio y el cataclismo causado en la economía global.

Todo esto es gravísimo y puedo asegurarles que aún falta mucho por ver en los más de 1,300 días que le quedan a su presidencia. Pero en este retorno de Trump, quizá lo más corrosivo a nivel institucional ha sido la concentración de estupidez en las altas esferas del gobierno; estupidez que encuentra su espejo perfecto en la propia sociedad norteamericana.

Si recurrimos al clásico dilema de “quién-vino-primero-si-el-huevo-o-la-gallina” (obviamente fue el huevo), veremos que la estupidez que hoy vemos en el gobierno de Estados Unidos es consecuencia de lo que se ha gestado por décadas entre los ciudadanos norteamericanos. Revisen la historia reciente y descubrirán un gradual –pero constante– descenso de la sociedad estadounidense a niveles insólitos de frivolidad, superficialidad y de admiración a la ignorancia. 

Basta con analizar la producción y exportación cultural (es un decir) para saber que estamos viviendo en tiempos peligrosamente estúpidos: reality shows, películas de superhéroes a granel, teorías de conspiración y un preocupante desfile de refritos, repeticiones y relanzamientos en numerosos productos audiovisuales que nos señala una ausencia grave de originalidad en la industria cultural, por no decir estancamiento o decadencia. Esto para algunos quizá no sea una novedad. Al final, si algo ha caracterizado a la cultura popular norteamericana (en general) es  su falta de profundidad o complejidad. 

Pero hoy la situación es doblemente peligrosa. Porque aunque siempre convivimos con una sociedad estúpida, el planeta podía confiar en la existencia de una clase política y empresarial lo suficientemente preparada y con la competencia apropiada para liderar al Imperio.

Hoy esto se está desmoronando y en diversos sectores gubernamentales el intelecto se ha perdido del todo. Si uno revisa el perfil del gabinete federal de Trump, encontrará solamente una pandilla de orates, sicofantes, lambiscones o improvisados; de la misma manera, el despido masivo de burócratas de carrera y su reemplazo con fanáticos del régimen está creando una desprofesionalización de la administración pública, reemplazando el profesionalismo con la lealtad. 

Pero el Imperio peligra ahora también desde sus bases intelectuales. Porque en uno de los arrebatos más preocupantes de esta administración, Trump le ha declarado la guerra a los propios semilleros de profesionalismo y la intelligentsia norteamericana. El conflicto entre el presidente y las universidades -argumentando la infección de la ideología “woke” y otras tendencias radicales– busca cooptar a los últimos reductos donde se genera conocimiento real y de donde surgirán los futuros líderes del Imperio.

De lograrse esto, creo que podemos ver ya la película completa: un Imperio liderado por un rey loco, con una corte de aduladores e incompetentes, gobernando a una sociedad cada vez más idiota. 

Dicen que las secuelas siempre son peores que la obra original… pero esta secuela no solo es peor: es la instauración oficial de la estupidez como doctrina imperial.

4/5/25

EL SONIDO DEL SILENCIO

La principal diferencia entre una democracia y una dictadura se encuentra en el grado de libertad con el que fluye la información entre distintos actores.

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú



¿Cuál es la principal diferencia entre una democracia y una dictadura? Para un observador común, quizá estos diferenciadores se encuentran en la estructura o composición de los sistemas políticos o, incluso, en las bases éticas que sustentan a un régimen. Esto no sería del todo equivocado, aunque tampoco nos ofrece un panorama completo.

Porque, basado en la perspectiva del historiador Yuval Noah Harari, la principal diferencia entre una democracia y una dictadura se encuentra -y ponga usted mucha atención- en la manera en la que operan sus redes de información. O dicho de otra manera, el grado de libertad con el que fluye la información entre distintos actores determina el régimen en el que vivimos. Si no les queda claro, vámonos por partes.

En una dictadura, dice Harari, las redes de información se encuentran altamente centralizadas, creando un sistema donde la información fluye desde diversos “nodos” (cualquier actor social) en una dirección concreta: hacia el centro político del régimen, donde se toman la mayoría de las decisiones. 

Las democracias funcionan de manera opuesta. Aunque aquí también existe un eje central (el gobierno federal), éste convive con numerosos nodos de información descentralizados: la prensa, los partidos políticos, las ONG, universidades, las cortes, las publicaciones digitales. Estos nodos pueden comunicarse entre ellos sin tener que pasar por el centro, permitiendo una comunicación más fluida, variada, compleja y descentralizada. 

Este libre flujo de información tiene otra virtud, y es que permite la creación de “mecanismos de autocorrección”, donde los errores que cometa cualquiera de los nodos (incluido -y particularmente- el gobierno central), pueden ser detectados, analizados y expuestos por diversos actores, impulsando a  tomar mejores acciones o a generar un cambio de políticas públicas. 

Nada de esto sucede en las dictaduras. En los estados autocráticos, la gran mayoría de estos mecanismos de autocorrección son inexistentes, en parte porque un dictador tiende a eliminar rápidamente cualquier nodo que pudiera ser crítico (silenciar a periodistas, cerrar universidades, cooptar a las cortes, arrestar a líderes sociales, etcétera). Sumado a esto, en una dictadura la información que recibe el centro suele estar manipulada, ya que ninguno de los nodos pretende dar malas noticias, decir verdades incómodas o contradecir el discurso de la dictadura. Esto alimenta al centro con información basura y datos erróneos, y finalmente encarrila a quienes toman decisiones a cometer errores cada vez más catastróficos.

Todo esto debería de dar pausa al régimen que gobierna hoy a México. Sean cuales sean sus intenciones reales con la nueva Ley de Telecomunicaciones y Radiodifusión, la realidad es que la manera en la que está escrito el texto otorga un poder casi absoluto al Poder Ejecutivo y a su Agencia de Transformación Digital.

Esto representa un daño multidimensional para el Estado mexicano. En primer lugar, llevará a numerosos medios a autocensurarse para evitar enfrentarse con el régimen; esto dejará a la sociedad peor informada sobre los asuntos públicos, lo que a su vez evitará que exista una discusión abierta y objetiva entre los diversos nodos que componen a una democracia. Al final, es inevitable que el sistema de información del que habla Harari se transforme de uno variado y complejo a uno unidireccional, eliminando otro mecanismo de autocorrección para el centro que toma decisiones.

El régimen quizá crea que doblegando a los medios de comunicación se está ahorrando los problemas de convivir con una prensa crítica e incómoda. La realidad, como pueden ver, es más compleja. Porque lo que realmente está logrando es encadenarse a un sistema de información que ha llevado a numerosas dictaduras al fracaso y al colapso.

El gobierno de México puede tomar esta decisión bajo su propio riesgo, pero la historia nos demuestra que el destino es un cementerio de autocracias que quisieron controlar el flujo de información para terminar sepultados por su propia incompetencia, ineptitud, inoperancia e ignorancia.

7/4/25

LA GUERRA DE LAS CIVILIZACIONES

Estamos viendo en tiempo real la venganza de Samuel Huntington y la derrota final de Francis Fukuyama.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú



La globalización está muriendo; la Pax Americana se derrumba y la humanidad se adentra en un nuevo mundo desconocido y oscuro. Lo que estamos viviendo hoy es el final del orden internacional que estuvo en vigor por 80 años: una colección de instituciones, acuerdos, alianzas y reglas liberales que permitieron la mayor creación de riqueza, la mayor disminución de la pobreza, la mayor prosperidad material y el menor número de conflictos en la historia de la humanidad.

Si lo piensan un momento, esto no es poca cosa. De hecho, para la mayoría de nosotros, el orden liberal internacional es el único programa que conocemos (con excepción -si acaso- del soviético). Pero hoy Estados Unidos, el gran arquitecto del liberalismo global parece estar agotado o simplemente esquizofrénico. En estos primeros dos meses de la nueva administración de Donald Trump hemos visto tantos cambios en materia geopolítica que se complica nombrarlos todos: abandonar el Acuerdo de París, salir de la OMS, imponer aranceles a sus aliados, reducir el apoyo a Ucrania, amenazar con anexar a Canadá y Groenlandia… y un largo etcétera. 

Pero quizá el más importante ha sido un cambio de mentalidad que apunta al desmantelamiento voluntario del imperio americano que garantizó el orden liberal por ocho décadas. Hoy Trump se dice harto de “subsidiar” a sus aliados y de incurrir en gastos superfluos como la ayuda humanitaria, la promoción de la democracia y el resto del soft power gringo. La dominación por la fuerza y las negociaciones transaccionistas entre potencias es la nueva orden del día.

Lo que estamos presenciando, de acuerdo con el historiador Nils Gilman, es “un momento de reordenamiento en las relaciones internacionales tan significativo como 1989, 1945 o 1919: un acontecimiento generacional”. O como dice en su artículo de Foreign Policy (“Samuel Huntington Is Getting His Revenge”), estamos viendo en tiempo real la venganza de Samuel Huntington y la derrota final de Francis Fukuyama.

Tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, la visión que dominó en los altos círculos de los internacionalistas era el proverbial “fin de la historia” que promovía Fukuyama. Armados con esta visión hegeliana, numerosos analistas creyeron en la inevitabilidad de una transición global hacia un modelo marcado por la democracia liberal, los mercados libres y la administración tecnocrática de la política.

Samuel Huntington ofrecía una visión contraria. Para este académico, las antiguas divisiones entre este-oeste y norte-sur también se volverían irrelevantes, pero en vez de llevar al idealismo de una gran integración mundial, la visión realista hungtingtoniana anticipaba un mundo marcado por un conflicto continuo entre distintas “civilizaciones”. 

Como explica el propio Huntington: “La identidad de la civilización será cada vez más importante en el futuro, y el mundo se verá moldeado en gran medida por las interacciones entre siete u ocho grandes civilizaciones. Estas incluyen la occidental, la confuciana, la japonesa, la islámica, la hindú, la eslava-ortodoxa, la latinoamericana y, posiblemente, la africana. Los conflictos más importantes del futuro se producirán en las fracturas culturales que separan a estas civilizaciones.”

Todo parece indicar que, en efecto, estamos transitando hacia el mundo de Huntington. Como explica Gilman “el sueño de un consenso universal a favor de la democracia liberal y un capitalismo global gestionado tecnocráticamente ha muerto, y los enfrentamientos entre civilizaciones están en ascenso casi en todas partes, desde Moscú y Pekín hasta Delhi y Estambul, y ahora en Washington, D.C.”

La pregunta relevante para nosotros es qué papel jugará México en esta guerra de civilizaciones. Y más grave todavía: ¿Estarán siquiera conscientes y entenderán nuestros gobernantes el cisma geopolítico al que se enfrentan? Ante esta última pregunta, yo no guardo grandes expectativas.

24/3/25

LA ESPIRAL FATALISTA DE LOS ULTRAS

¿Está Europa condenada a ser devorada por la ultraderecha? La respuesta, por el momento, parece ser negativa.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú




Ahí les va un dato sorprendente: en los últimos 15 años, la ultraderecha ha pasado de ser una anomalía política a convertirse en la fuerza dominante en Europa. Ya no son los conservadores ni los socialdemócratas los que dominan el discurso público, sino los nacionalistas, populistas y radicales. El último gran terremoto vino en Alemania, donde el partido Alternativa para Alemania (AfD) obtuvo el segundo lugar en las elecciones federales de febrero. Para los que todavía creían que la historia reciente de Alemania los protegería del extremismo, parece ser hora de repensar sus convicciones.

¿Pero cómo fregados llegamos aquí? De acuerdo con The Economist, las razones que explican el auge de la “derecha dura” (hard right) no son sencillas de descifrar. Hay quienes dicen que todo comenzó con la crisis financiera del 2008, pero la evidencia para respaldar esto es bastante mixta: hoy Europa es más rica que nunca y los efectos de esta crisis han quedado superados.

Otro argumento apunta a la migración masiva de África y el Medio Oriente. Pero esta hipótesis también es imperfecta. En Alemania, por ejemplo, el grueso de los votos para Alternativa para Alemania (AfD) provino de regiones con muy poca inmigración, particularmente de la zona oriental del país.

La hipótesis de The Economist es que la nueva realidad política europea debe entenderse como consecuencia de numerosas crisis que han minado gradualmente la confianza de los electores hacia los partidos tradicionales; y que, incluso si Europa es cada vez más rica, persiste una ansiedad por la seguridad económica y la pérdida de estatus social. Esto hace susceptible al electorado a cambios culturales o sociales como la migración, incluso si ésta está ocurriendo muy lejos de sus comunidades.

Ahora viene la pregunta del millón de euros: ¿está Europa condenada a ser devorada por la ultraderecha? La respuesta, por el momento, parece ser negativa. Porque, hasta ahora, los partidos tradicionales han logrado mantener un “muro de fuego” para evitar que los ultras lleguen al poder en la mayoría de los países europeos. Esto significa que incluso con un segundo lugar en las votaciones, los radicales suelen no encontrar aliados para formar una coalición gobernante (ver los casos de Francia, España y Holanda).

Pero hay un factor bastante irónico en esta situación: porque por más impresionantes que sean los avances de los ultras en los últimos años, la base electoral de estos partidos está desapareciendo gradualmente, debido a un círculo vicioso de autodestrucción.

La periodista Amanda Taub explica en The New York Times el caso paradigmático de Alemania y esta “espiral fatalista”. En las elecciones pasadas, la AfD recibió la mayor cantidad de votos en la zona Oriental del país, la cual –todos ustedes saben– es la zona exsoviética que nunca logró integrarse del todo y hoy mantiene un desarrollo inferior a la zona Occidental.

Estos factores económicos han causado que miles de jóvenes profesionistas abandonen esta región para buscar oportunidades económicas en ciudades del oeste. Esto a su vez genera comunidades menos dinámicas, economías locales estancadas y con una población envejecida y en declive. El círculo vicioso continúa, porque esta realidad a su vez genera que los partidos tradicionales inviertan menos atención y recursos en estas zonas relegadas, lo que sirve como gasolina para el discurso de resentimiento que promueven los partidos como AfD.

Esta espiral fatalista se completa con el tema migratorio. Porque son precisamente los partidos de ultraderecha los que rechazan con mayor vehemencia la llegada de migrantes a sus países; el único factor fundamental que podría ayudar a estas comunidades abandonadas a recuperar su dinamismo económico y una vida social más vibrante.

Si quieren una buena noticia, quizá pueda ser que con sus políticas antimigratorias, la ultraderecha está cavando su propia tumba. La tragedia es que en el corto plazo, los partidos ultras están condenando a millones de personas a una vida de estancamiento, declive, resentimiento y frustración. ¿Cómo escapar de esta espiral fatalista? Esa respuesta se las dejo de tarea.

24/2/25

EL CAMINO HACIA LA ETERNIDAD

La Historia no está escrita de antemano, que no tiene un destino preestablecido y que tampoco se encuentra atrapada en un círculo eterno.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú




Una de las grandes tragedias de la historia reciente de México fue caer en la trampa de la “política de la inevitabilidad”. Este concepto, desarrollado por el historiador Timothy Snyder en su libro "El camino hacia la no libertad", describe la manera en que a finales del siglo XX, diversas democracias occidentales adoptaron la creencia de que la historia seguía una trayectoria “inevitable” hacia una mayor democratización y expansión de los mercados. Si están familiarizados con la tesis del “fin de la historia” de Fukuyama, comprenderán a lo que se refiere Snyder.

En México, esta concepción errónea de la historia surgió tras la elección del año 2000. Con el fin de la hegemonía priista, se impuso una narrativa optimista: el país había entrado en una senda inevitable hacia la libertad y la democracia plenas. Sin embargo, como advierte Snyder, la política de la inevitabilidad requiere olvidar la historia y minimizar los problemas reales del presente. Si las leyes del progreso son inalterables y el futuro está garantizado, entonces no hay nada que debamos o podamos hacer.

Esta mentalidad lleva a tratar cada problema como un episodio menor dentro de la ruta hacia el progreso. Si hay pobreza, el mercado la corregirá con el tiempo; si hay descontento social o violencia, las instituciones democráticas las solucionarán por sí solas. La consecuencia de esta creencia es que “nadie es responsable, porque todos sabemos que los detalles se resolverán de la mejor manera posible”. Pero la historia nos demuestra que nada es inevitable, que los problemas no se solucionan espontáneamente y que el mercado no puede reemplazar a la política.

Cuando los problemas se acumulan y, en particular, cuando la movilidad social se detiene, la política de la inevitabilidad da paso a la “política de la eternidad”. Esta también es una visión distorsionada de la historia, pero con una diferencia clave: mientras la inevitabilidad promete un futuro mejor, la eternidad encierra a una nación en un ciclo de victimismo perpetuo. Como explica Snyder, “ya no existe una línea que se proyecta hacia el futuro, sino un círculo donde las amenazas del pasado regresan una y otra vez”.

Para que la política de la eternidad se instaure, primero debe bloquearse la movilidad social. Esto genera una sociedad incapaz de imaginar un futuro viable y allana el camino para la aparición de una oligarquía liderada por un caudillo que se presenta como el único salvador del país. Así sucedió en Rusia con la llegada de Vladimir Putin y es un fenómeno que también se observa en Estados Unidos con Donald Trump. 

En ambos casos, la política de la eternidad no promete un porvenir mejor, sino un regreso a un (falso) pasado glorioso e idealizado. En su afán por consolidar el poder, el Gran Líder destruye a las instituciones y establece un vínculo directo y sagrado entre el líder y el pueblo. El ejercicio del gobierno se convierte en un espectáculo basado en ficciones, mitos y crisis fabricadas, que sólo el Líder -naturalmente- puede solucionar. Al final, la política deja de ser vista como algo que “se hace” y se transforma en algo que simplemente “es”.

México cayó en la trampa de la inevitabilidad y hoy parece dirigirse hacia la trampa de la eternidad. Tal vez ya sea tarde para revertir el proceso, pero Snyder nos ofrece un consejo crucial: recuperar la historia. Porque recordar cómo ocurrió la desintegración democrática puede servirnos como manual para reparar lo que finalmente nos quede.

Al final, es importante recordar que la Historia no está escrita de antemano, que no tiene un destino preestablecido y que tampoco se encuentra atrapada en un círculo eterno. Cambiar nuestra historia depende de la voluntad, la acción y la responsabilidad de los ciudadanos. Porque la verdadera tragedia no es caer en la política de la eternidad, sino resignarnos a ella. 

Si queremos evitar que el país quede atrapado en un ciclo de victimismo, es momento de asumir la historia como un acto de construcción colectiva y no como una narrativa impuesta desde el poder.

13/1/25

EL CUARTO CRECIENTE: 25 AÑOS DEL SIGLO XXI

Cumplimos 25 años de disrupciones que marcarán la pauta para los próximos 75 años de este siglo (si es que logramos sobrevivir)


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú



Pues bueno muchachos… ¡bienvenidos al 2025 y felicidades por sobrevivir al primer cuarto del siglo! Y antes de que rezonguen, sí… yo sé que hablar de “un cuarto de siglo” es un hito totalmente arbitrario. Pero somos sapiens… y a los humanos nos gustan este tipo de cosas y se chingó.

Dicho lo anterior, tampoco quisiera ponerme cabalístico ni numerólogo con ustedes (¡faltaba más!), pero sí creo que debemos tomarnos un minuto para analizar la importancia que han tenido estos primeros 25 años recorridos. Porque algo cierto es que por lo menos en los últimos dos siglos, estos primeros 25 años han sido los que han marcado la pauta de su época. 

¿No me creen? Vayamos entonces al primer cuarto del siglo XIX. Si vemos el panorama Latinoamericano, tenemos a todos los territorios del Imperio Español conspirando para separarse de la Metrópoli. Para 1825, prácticamente todos habían logrado su independencia, llevando a la región entera a una espiral de caos que tardó muchas décadas en terminar (y que en algunos casos sigue irresuelta).

Por su parte, Estados Unidos pasaría de ser un pequeño territorio independiente a iniciar su expansión hacia el oeste con la Compra de Louisiana (1803); evento que culminaría después con su merienda de la mitad del territorio mexicano y con la imposición de la Doctrina Monroe en todo el continente, transformando hasta hoy el escenario geopolítico latinoamericano.

Del otro lado del Atlántico vemos a una Europa todavía en efervescencia por la Revolución Francesa y a punto de iniciar las guerras napoleónicas (1803-1815) que cambiarían radicalmente la composición económica, política y diplomática del continente durante los próximos 100 años.

Cruzando de siglo, vemos que el siglo XX nos ofrece también una situación igual de transformadora. En los primeros 25 años tuvimos la Revolución Mexicana (1910) que cambiaría el perfil ideológico, cultural y político de nuestro país con consecuencias hasta la actualidad. En Europa explotaría la primera gran guerra con repercusiones mundiales (1914-1918), y la primera gran pandemia con alcance global (1918-1920). Vimos la Revolución Bolchevique devorar a la dinastía Romanov (1917) y crear un imperio comunista con una de las ideologías más nefastas y sangrientas de la historia; y en Italia veríamos el ascenso de Benito Mussolini y el fascismo (1922), que abriría las puertas a otro de los episodios más sangrientos en la historia.

Ahora bien: ¿Algo de trascendencia similar ocurrió en el primer cuarto del siglo XXI? ¡Por supuesto! En México iniciamos el nuevo siglo con la transición democrática que implosionó apenas 18 años después con el regreso de un partido hegemónico.

A nivel internacional, el primer gran cisma ocurrió en 2001 con los ataques terroristas del 11 de septiembre en Nueva York y Washington DC que transformarían la visión liberal de Estados Unidos en algo más oscuro, paranoico y violento. A finales del 2001 también vimos el ingreso oficial de China a la OMC, pavimentando su camino para ascender como superpotencia comercial y creando las condiciones para una nueva Guerra Fría que dominará el escenario internacional por los próximos 75 años.

Pero quizá los eventos más importantes han sido el desarrollo de dos tecnologías: los algoritmos que dominan a las redes sociales y la inteligencia artificial. La primera ha transformado por completo las relaciones humanas, llevando a la polarización social y la ubicuidad de las noticias falsas, teorías de conspiración y otros contenidos tóxicos. De la inteligencia artificial aún no conocemos sus últimas consecuencias, pero viendo el avance logrado en tan pocos años, podemos esperar un terremoto cultural, laboral, político y económico de dimensiones nunca antes vistas.
 
Ahí lo tienen: 25 años de disrupciones que continuarán marcando la pauta para los próximos 75 años que le restan a este siglo (si es que logramos sobrevivir). Por lo pronto, yo los invito a que sigan reflexionando sobre el camino recorrido hasta ahora. Porque como diría Alex Lora: “Recordar es vivir, y todos queremos vivir más”. ¡Salud, raza!

4/11/24

V DE VENGANZA

A estas alturas del juego, ningún votante puede fingir ignorancia: todos saben perfectamente quién es y qué representa Trump.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú



Cuando necesiten una buena dosis de polémica, siempre pueden confiar en Francis Fukuyama. En su más reciente comentario en Foreign Affairs, el analista político propone una hipótesis: a pesar de que la democracia ha retrocedido por casi dos décadas, el 2024 ha sido un buen año para este sistema político a nivel mundial.

Si no se acuerdan, el 2024 fue llamado “el año de la democracia”, ya que en más de 100 países, incluidos ocho de las 10 naciones más pobladas, hubo o habrá elecciones para cambiar a sus gobernantes. En total, más de la mitad de la población global -unas 4,000 millones- tendrían la posibilidad de votar.

Fukuyama reconoce que no todo ha sido color de rosa: en algunos lugares, políticos autoritarios salieron victoriosos. Pero basta ver lo ocurrido en Taiwán, Finlandia, Sudáfrica, India, Mongolia, el Parlamento Europeo y muchos otros lugares para ver que hay esperanza para los defensores del liberalismo democrático.

Fukuyama concluye diciendo que la lección en todo esto “es que la victoria de políticos populistas o autoritarios no es inevitable”. La regresión democrática puede detenerse y resistirse y que incluso en estos “tiempos desalentadores”, los ciudadanos tienen el poder de elegir un mejor futuro. ¡Hasta aquí todo bien y bonito! 

Pero inmediatamente nos encontramos con un problema que descarrila toda nuestro optimismo en la humanidad: la elección en Estados Unidos; que debido a su peso económico y geopolítico importa más que todas las otras elecciones juntas. ¿Y cuál es el pronóstico a pocos días de los comicios? Obviamente el más aterrador: Trump seguramente saldrá victorioso.

Esto en sí mismo ya es una catástrofe suficiente, pero me temo que las consecuencias para el futuro serán aún peores. Porque el hecho de que Trump tenga siquiera una posibilidad de ganar habla de un nihilismo tóxico que se ha apoderado de la sociedad estadounidense, el cual no creo que desaparecerá en el corto plazo.

Por años el electorado ha visto que Trump es un mitómano, megalómano e ignorante: no les ha importado. Por meses se ha comprobado que la economía gringa está pasando por uno de sus mejores momentos en la historia (“la envidia del mundo”, dijo The Economist): vale madres. Se ha dicho que los aranceles de Trump perjudicarán a los más pobres: la gente adora esta estrategia. Se sabe que su retórica es similar a la utilizada por Hitler y Mussolini (llamando “parásitos” a sus enemigos): no es relevante. Él mismo ha dicho que quiere utilizar al Poder Judicial para perseguir a sus opositores y usar al Ejército para reprimir a sus enemigos: nobody fucking cares!

Es obvio que a estas alturas del juego, ningún votante puede fingir ignorancia: todos saben perfectamente quién es y qué representa Trump. Pero quizás es debido a esto –y no a pesar de esto– que millones de electores votarán por él.

Porque como explica Tom Nichols en The Atlantic, para millones de personas esta elección es un simple acto de “venganza social”. Son millones los que celebran que Trump sea aterrador, que diariamente cruce los límites de la decencia, y que amenace con violencia a sus opositores. Son millones los que voluntariamente decidieron creer y consumir diariamente la dieta tóxica de injurias, resentimiento social e inseguridades que promovió Trump y que ahora estalla como una pasión anárquica que busca castigar, humillar y hundir en la miseria a todos aquellos que han sido señalados como culpables de causar estos agravios (la mayoría agravios imaginarios).

Kamala Harris no puede competir contra esto. Ella podrá proponer todas las políticas sensatas que gusten y hablar de virtudes republicanas, pero al final este tipo de discurso no es competitivo por una sencilla razón: a gran parte del electorado ya nada de esto le importa, ya sea por ese profundo resentimiento social o por el simple placer de ver al mundo arder.

Todo esto nos lleva a una conclusión terrible: a lo que EE.UU se enfrenta no es a una elección, sino a una pugna fratricida. O dicho de otra manera, el 5 de noviembre no será un proceso democrático: será una vendetta contra la decencia, la integridad y la razón. Espero estar equivocado.

7/10/24

TERROR CELULAR

Hoy nos encontramos inmersos en un nuevo “pánico moral”, similar a lo que ha ocurrido con los videojuegos, el porno o las películas violentas.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú



Hoy nos encontramos inmersos en un nuevo “pánico moral”, similar a lo que ha ocurrido con los videojuegos, el porno o las películas violentas. ¿El gran villano moderno? Las redes sociales y sus perversos algoritmos que están destruyendo las frágiles mentes de la juventud; arrastrándola a una vida de inestabilidad y miseria.

El psicólogo social Jonathan Haidt es uno de los principales promotores de esta hipótesis. En su libro “The Anxious Generation”, argumenta que el auge de los smartphones y el uso excesivo de redes sociales está literalmente “recableando” el cerebro de los chamacos y esto se ha traducido en altos niveles de depresión, ansiedad y suicidios.

A simple vista, su argumento suena plausible. Estoy seguro que todos ustedes han sido susceptibles a los riesgos de las redes sociales; donde uno puede perderse por horas viendo videos estúpidos que nos hacen perder el tiempo (en el mejor de los casos) o que nos generan toda clase de inseguridades al comparar nuestros cuerpos o estilos de vida con los de personas que ni siquiera conocemos. Y si esto nos pasa a nosotros que somos adultos inteligentes… ¿Qué no causará a los morros estúpidos?

Pero el tema se complica cuando uno se adentra en los datos duros. Como explica David Wallace-Wells en The New York Times, un aspecto que muchos ignoran es que justo cuando Facebook, Instagram y otros estaban cambiando sus algoritmos para hacerlos más adictivos, el gobierno de EE.UU. también estaba reformando la manera en la que atendía y medía las enfermedades psicológicas. 

Por ejemplo, en 2011 -justo con el auge masivo de las redes sociales- el Departamento de Salud de EE.UU. recomendó por primera vez que los adolescentes se hicieran pruebas anuales de depresión y exigió que los seguros las cubrieran; esto hizo que los casos de depresión aumentaran. En 2015, los hospitales comenzaron a clasificar de manera distinta las heridas autoinfligidas de las accidentales, lo que terminó por duplicar los registros de autolesiones en todos los grupos demográficos. Un aumento similar también ocurrió cuando se actualizó la clasificación de “ideación suicida”.

Ahora bien, las tasas de suicidio entre los jóvenes estadounidenses sí han estado aumentado en la última década, pero esta es una tendencia que se ha visto en casi todas las demografías. Y como indica Wallace-Wells, cuando uno revisa las estadísticas de otros países desarrollados, las tasas de suicidio adolescente han permanecido estables o incluso han disminuido. ¡Y eso que todos usan las mismas redes sociales!

¡Bueno!, dirán ustedes, ¡pero no todo es autolesión o suicidio! De acuerdo… y como argumenta Haidt, las tasas de depresión y ansiedad sí han aumentado entre los adolescentes alrededor del mundo.

Pero aquí nos enfrentamos a otro problema, porque resulta muy difícil separar los aumentos en las tasas de enfermedades psicológicas con la creciente conciencia y desestigmatización que existe hacia la salud mental en el mundo desarrollado. O dicho de otra manera, entre más atención le pongamos a una enfermedad, más casos vamos a encontrar de esa enfermedad.

Al final nos encontramos en un pantano de datos y estadísticas, donde la imagen que surge depende de cómo se mida un fenómeno. Todo esto nos impide tener una conclusión clara o llegar a un veredicto final. 

Pero entonces… ¿Esto significa que los morros están a salvo? ¡Definitivamente no! Estoy seguro que los chamacos de hoy enfrentan toda clase de presiones, inseguridades y miedos que nosotros (los adultos) ni siquiera comprendemos; y yo jamás pagaría por regresar a ser un adolescente en este momento del siglo XXI. 

¿Pero qué debemos hacer? Creo que la respuesta es muy sencilla: ¡Hay que dejar de joder y atosigar a los adolescentes! Porque les aseguro que estar medicándolos con pastillas y sobreprotegiéndolos sólo va a empeorar sus vidas y su situación psicológica. 

Y bueno… si van a prohibir los celulares en las escuelas (como ya ocurre en varios estados de EE.UU.), a mí me parece muy bien: queda claro que los niños están demasiado distraídos y no están aprendiendo una chingada.

9/9/24

LOS ESTADOS UNIDOS SOVIÉTICOS

¿Está condenado el homo americanus a seguir el mismo destino del homo sovieticus?


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú



Cada ciclo electoral en Estados Unidos trae consigo una pregunta inevitable: ¿Cuál es el papel que debe jugar este país en el mundo? Y nunca falta su complemento: ¿Se encontrará en decadencia el Imperio Yanqui? Las respuestas suelen variar dependiendo de quién responda, pero pocas me han parecido tan provocadoras como la del historiador Niall Ferguson en The Free Press: la decadencia de EE.UU. es hoy de tal magnitud que se asemeja a la última etapa de la Unión Soviética.

Como él mismo indica, la premisa parece absurda a primera vista. Pero nos invita a  analizar con más  profundidad para ver qué quizá no sea tan descabellada:

Primero los aspectos económicos: EE.UU. podrá no tener la economía disfuncional y centralizada de la URSS, pero sí presenta una periódica insolvencia fiscal que intenta remediar con incrementos de deuda, algo que también afectó a la URSS por décadas. De igual manera, el gobierno en Washington comienza  gradualmente a involucrarse en la planeación económica: la “política industrial” de Joe Biden es ejemplo perfecto, donde se beneficia con inversión a ciertos sectores de la economía sobre otros.

Ahora el aspecto militar. En su tiempo el Ejército Rojo era considerado el más numeroso y letal en el mundo… al menos en papel. Y en efecto, ni siquiera pudo derrotar una insurgencia en Afganistán, permaneciendo empantanados durante una década en una lucha estéril y destructiva (¿Suena familiar?). Sumado a esto, el Imperio Yanqui podrá tener hoy -por mucho- el mayor presupuesto militar del mundo, pero sus intereses abarcan demasiados escenarios en los más diversos y distantes lugares del mundo, llevando a que su poderío se diluya. Si uno analiza el tablero geopolítico, por más que presuman los gringos su fuerza militar, no han evitado las escaladas en agresividad por parte de China, Rusia, Irán o Corea del Norte.

Otra característica de la decadencia soviética era su gerontocracia. Ferguson nos recuerda que Leonid Brezhnev tenía 75 años cuando murió; Yuri Andropov era un jovenazo de 68 años cuando estiró la pata; y Konstantin Chernenko subió al poder a los 72 años, pero hecho una piltrafa con toda clase de achaques. En comparación, el actual presidente Biden tiene 81 años, Donald Trump 78, y Robert Kennedy Jr. siete décadas cumplidas. La edad promedio en el Senado es de 64 años y 58 para la Cámara de Representantes: no particularmente unos retoños.

Pero quizá el factor que más preocupa a Ferguson es la crisis social. La debacle moral y espiritual que vivió la URSS en sus momentos finales fue devastadora: la confianza hacia el gobierno y sus instituciones se colapsaron y la sociedad se hundió en la apatía, la hipocresía y el cinismo; llevando a una espiral de suicidios, alcoholismo y depresión. Hoy Estados Unidos vive una situación similar, donde las “muertes por desesperanza” (deaths of despair) -marcadas igulamente por las sobredosis, el alcoholismo, el suicidio y la obesidad- cobran cientos de miles de vidas anualmente. A esto debemos sumar que la presidencia, los bancos, la Suprema Corte, los medios de comunicación y el sistema judicial tienen hoy menos del 27% de confianza. El Congreso apenas llega a un 8 por ciento.

Ahora bien, ¿realmente está condenado el homo americanus a seguir el mismo destino del homo sovieticus? Con su descripción desoladora, Ferguson parece indicar que sí. Yo no estoy de acuerdo. Concuerdo en que es imposible ignorar las numerosas y muy profundas broncas que enfrentan hoy los norteamericanos; pero a diferencia de la cerrazón y la represión soviética, la cultura, organización política y las libertades que goza EE.UU. vuelven a su sociedad mucho más dinámica y con la capacidad de reinventarse, evolucionar y crecer. 

Claro que todo esto dependerá de quién gane las elecciones el próximo noviembre. Pero al menos en los discursos y actitudes de los candidatos, yo puedo prácticamente asegurar que Donald Trump profundizaría aún más la crisis, decadencia y división que viven actualmente los Estados Unidos Soviéticos. ¡Venga Kamala!

26/8/24

HIJOS DE SU RUSA MADRE

Revertir las tendencias demográficas es casi imposible por múltiples razones, la principal siendo que las mujeres hoy buscan mucho más que ser simples madres de familia


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú



Si tienen buena memoria, sabrán que en mi columna anterior analizamos una de las macrotendencias más importantes de la actualidad: la reducción de las tasas de natalidad a nivel global. Si no se acuerdan, va lo importante:

Según los demógrafos de la ONU, la población global llegará a su punto máximo en el año 2084 y después comenzará a disminuir. Dos tercios de los humanos viven hoy en un país con una tasa de natalidad inferior a la de reemplazo (2.1 hijos por mujer), incluído México (1.8 hijos). Esta caída poblacional es particularmente severa en Europa, EE.UU., y algunos países de Asia (China, Japón y Corea del Sur) lo que ha generado un movimiento “pronatalista” que busca revertir esta tendencia. Hasta aquí el reporte.

Ahora bien, en pocos lugares del mundo la situación demográfica ha recibido tanta atención como en la Rusia de Vladimir Putin. Veamos el tamaño del problema:

En 2023, nacieron en Rusia poco más de 1 millón de niños, un 9.5 % menos que en 2021 y la cifra más baja desde 1999. De acuerdo con la ONU, de los 146 millones de rusos que existen hoy se espera que para el 2100 queden entre 74 y 112 millones. O sea, Rusia podría perder entre el 25% y el 50% de su población para finales de siglo.

Pero Vladimir Putin no piensa tirar la toalla y un reciente reportaje de The Washington Post (de Robyn Dixon, Francesca Ebel y Natalia Abbakumova) ilumina el radicalismo al que ha llegado su gobierno para intentar repoblar su decadente imperio.

En primer lugar, Putin considera la tasa demográfica como un asunto de seguridad nacional. Para esto ha volcado a todo su gabinete -e incluso a la Iglesia Ortodoxa- para promover la creación de familias más numerosas. Como indica el Post, el Kremlin ha utilizado por años su enorme aparato de propaganda para empujar una campaña masiva que refuerce los “valores tradicionales” en “un esfuerzo por forjar una sociedad puritana y militarizada, construida sobre el nacionalismo y el cristianismo ortodoxo”.

De esta forma, cualquier mujer que cumpla con la línea del gobierno es celebrada en público. De hecho, Putin ha restaurado la “Orden de la Gloria Parental” y el premio a la “Madre Heroína” para premiar a las mujeres que tengan diez o más hijos.

Como era de esperarse, esta vorágine ha generado enormes retrocesos en los derechos de las mujeres. Se han despenalizado ciertas formas de violencia doméstica, se ha reprimido el acceso al aborto -que la URSS legalizó en 1922- y funcionarios del gobierno constantemente atacan la “práctica viciosa” de mujeres que prefieren una educación o carrera profesional a su “labor” de procrear.

Al mismo tiempo, existe una campaña de desprestigio hacia cualquier ideología contraria al régimen. Aquellos que promuevan el feminismo, asuntos LGBT o cuestionan la política demográfica de Putin son vistos como “decadentes” y considerados extremistas o terroristas por el Kremlin por auspiciar “ideologías destructivas”.

Ahora viene la pregunta del millón de rublos: ¿Funcionará esta estrategia? Todo indica que no. Porque como escribí en mi columna pasada, revertir las tendencias demográficas es casi imposible por múltiples razones, la principal siendo que las mujeres hoy buscan mucho más que ser simples madres de familia.

Si un gobierno quiere lograr esta tarea hercúlea, las familias deben tener la certeza de que tener hijos no representará una carga importante en sus vidas: facilidades fiscales, guarderías gratuitas, acceso a educación de calidad, hospitales a precios accesibles, y un ambiente político, económico, cultural y social estable. 

Hoy Rusia entrega dinero y premios a las familias que tienen muchos hijos. Pero la guerra en Ucrania, un bajo crecimiento económico, altos niveles de alcoholismo y violencia doméstica, un incremento en el autoritarismo, y una prospectiva deprimente hacia el futuro hacen poco probable que un slogan patriótico o una medalla sea motivo suficiente para ponerse a parchar por la patria. 

Yo no sé ustedes, pero si yo fuera Putin lo único que estaría pensando sería: “¡Valiendoski madroski!”

12/8/24

PARCHAR POR LA PATRIA

¿Que pueden hacer entonces los etno-nacionalistas para remediar el problema de la reproducción? La respuesta sencilla es “nada”. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Existe una extraña idea que parece unir a los partidos etno-nacionalistas en Europa y Estados Unidos: que la civilización “caucásica” está en decadencia y siendo sustituída por una cultura de inmigrantes “no Occidentales”. Esta “Gran Sustitución” está en el centro de toda retórica y de las políticas anti-inmigrantes en ambos continentes.

Junto a esta falsa concepción del mundo aparece otro planteamiento igual de extravagante: lograr que las familias “blancas” se reproduzcan más para “repoblar” a sus países y contrarrestar la influencia de los migrantes. De hecho, esto es un argumento central de Vladimir Putin, Marine Le Pen y otros.

Pero como bien dice el clásico: la realidad es bien pinche terca y al final termina por imponerse. Porque basta con revisar las cifras más recientes de la ONU sobre las tendencias demográficas para darse cuenta que la caída poblacional en los países Occidentales es algo que continuará de manera inevitable.

Una revelación del reporte “World Population Prospects” es que todos aquellos que se preocupan por la sobrepoblación pueden dormir tranquilos. Los demógrafos de la ONU esperan que el pico poblacional a nivel mundial llegue en el año 2084, cuando seamos 10,300 millones de personas habitando el planeta. Claro, esto son 2,000 millones más de seres humanos, pero no representa el apocalipsis que muchos temían. 

También dice la ONU que las mujeres en todas las latitudes del mundo están teniendo un hijo menos en promedio a los que tenían en 1990; y que en más de la mitad de los países (¡más de la mitad! ¡Incluyendo a México!) la tasa de fertilidad es menor a 2.1 hijos por mujer. O sea, una tasa inferior a lo necesario para que la sociedad pueda reemplazarse por la simple reproducción humana.

Más importante es que en 63 países la población ya ha llegado a su pico máximo, incluyendo a Rusia, Alemania y China, país que el año pasado perdió a millones de habitantes y fue superado por India como la nación más poblada.

¿Que pueden hacer entonces los etno-nacionalistas para remediar el problema de la reproducción? La respuesta sencilla es “nada”. Porque existe un concepto conocido como "impulso poblacional" (population momentum), que básicamente nos permite predecir la población de un país en el futuro; ya que la población futura depende de cuántos adultos en edad reproductiva tenga un país hoy mismo, un factor que en gran medida es inamovible.

Esta es la realidad demográfica hoy en día y hay poco que Putin, Le Pen, Giorgia Meloni o J.D. Vance puedan hacer para remediarlo. Los cambios y las tendencias poblacionales ya están prácticamente determinadas y -hasta ahora- ninguna política que promueva la reproducción ha funcionado: las familias no tienen hijos por patriotismo o por facilidades fiscales. 

Es aquí donde aparece un segundo gran problema para los etno-nacionalistas. Porque la única manera que los países de Occidente pueden mantener a sus poblaciones estables es a través de la migración. Estados Unidos es un claro ejemplo: su tasa de natalidad ha estado por debajo de la tasa de reemplazo (los 2.1 hijos) desde hace varios años, pero la tendencia poblacional para el resto del siglo se mantiene a la alza. ¿Por qué? ¡Pues gracias a la migración!

De acuerdo con estimaciones, con la tendencia migratoria actual EE.UU. tendrá en el año 2100 cerca de 421 millones de personas (hoy tiene 342 millones); pero si la migración se detuviera mañana, la población comenzaría a caer inmediatamente y llegaría 226 millones a finales de siglo. ¡Un colapso del 33 por ciento!

Así que hay buenas noticias: no debemos preocuparnos por un futuro con una sobrepoblación descontrolada; no debemos creer que la ideología racistas y anti-inmigrante son la respuesta, pues representan una catástrofe demográfica; y finalmente, no debemos temer si decidimos tener una familia pequeña o una vida sin hijos, porque si queremos una población estable basta con aceptar más migración. ¿O a poco ustedes van a reproducirse más por la gloria de la Patria mexicana?

29/7/24

¡NUNCA FALTA UN ESTÚPIDO!

Sólo la detección, la previsión y la toma de acciones preventivas puede salvarnos de ser la próxima víctima de un estúpido errante.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú



Si ustedes han leído mis columnas en esta prestigiosa revista sabrán que no soy ningún amigo del dictador en potencia llamado Donald Trump. Sin embargo, tampoco le deseo la muerte al pelado, como estuvo a punto de suceder en el ahora mítico rally de Pensilvania. 

Este potencial magnicidio me obliga a rescatar las reflexiones que realizó el historiador italiano Carlo M. Cipolla en su magnífico texto titulado: “Las Leyes Fundamentales de la Estupidez Humana”. Porque no se confundan: un intento de asesinato (¡Y fallido, para acabarla de fregar!) sólo puede ser obra de un rotundo y reverendo estúpido.

Repasemos rápidamente las “Cinco Leyes” de la estupidez que propone Cipolla para ver cómo aplican para nuestra vida en general y para el atentado contra Donald Trump; con la aclaración de que tendré que sintetizar enormemente sus ideas para que puedan caber en este breve espacio. ¡Adelante!

Primera Ley Fundamental: “Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”. Esta ley no requiere de gran explicación: piensa en el número de estúpidos que crees que existen en tu familia, en tu empresa, en tu ciudad, en tu país y en el mundo entero… y ten por seguro que estarás equivocado, pues “cualquier estimación numérica resultaría ser una subestimación”, apunta Cipolla. 

Segunda Ley Fundamental: “La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona”. Dicho de otra manera, no importa la religión, raza, sexo, edad, lugar de nacimiento o incluso nivel de educación: la Madre Naturaleza ha repartido de manera equitativa la estupidez. O como indica Cipolla, “la estupidez humana es una prerrogativa indiscriminada de todos y de cualquier grupo humano, y tal prerrogativa está uniformemente distribuida”.

Tercera Ley Fundamental (Ley de Oro): “Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí misma, o incluso obteniendo un perjuicio”. Aquí encontramos una conexión clave con el estúpido tirador que intentó asesinar a Trump. Porque como subraya Cipolla en su texto, la principal característica de los estúpidos es que son criaturas que “en los momentos más impensables e inconvenientes, se le ocurre causarnos daños, frustraciones y dificultades, sin que en ella vaya a ganar absolutamente nada con su acciones”. En este caso, el estúpido asesino en potencia no sólo causó una enorme turbulencia política para Estados Unidos; también causó un torbellino innecesario de temor y caos en el mundo entero… y para acbarla de fregar, el estúpido terminó perdiendo su propia vida.

Cuarta Ley Fundamental: “Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas”. Sobre esta ley fundamental, Cipolla explica que al momento de encontrarse frente a un estúpido, las personas racionales tienden a subestimarlo o incluso a despreciarlo, cuando la reacción inteligente es preparar las defensas para contrarrestar el efecto de sus acciones. Esta preparación es importantísima, porque debido a que comportamiento del estúpido es siempre errático “no se pueden prever todas sus acciones y reacciones, y muy pronto, uno se verá arruinado o destruido por sus imprevisibles acciones”. Esto nuevamente aplica mejor para el tirador fracasado: Sabiendo que era un estúpido… ¿Por qué nadie tomó las acciones necesarias para detenerlo a tiempo?

La quinta y última ley fundamental: “La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe”. ¡Nada más cierto! Y a esta máxima podemos aplicarle una coda: “Una persona estúpida es más peligrosa que una persona malvada.” 

Ahora que tienen esta información, sólo me queda decirles que es responsabilidad de todos nosotros (los inteligentes y racionales) mantenernos en constante alerta. Porque sólo la detección, la previsión y la toma de acciones preventivas puede salvarnos de ser la próxima víctima de un estúpido errante. 

¡Sobre aviso no hay engaño, raza!