25/3/13

Las manías en los tiempos del activismo


Una de las consecuencias más visibles del proceso de la globalización es la percepción de que cada día nos encontramos más “unidos” como especie humana. Esto es inevitable, pues con la masificación y democratización de las tecnologías de la comunicación, nunca antes la Humanidad pudo relacionarse de forma tan directa e inmediata con sus compañeros Homo sapiens que habitan en distantes zonas del globo. Los medios de comunicación, por su parte, han evolucionado gradualmente hasta el punto de mantenernos perpetuamente informados de los acontecimientos que ocurren en lejísimos lugares que probablemente jamás visitaremos y que incluso no podríamos ubicar en un mapa.

No tengo duda que esta realidad representa uno de los avances más constructivos en el proceso de integración de la civilización global; y pretender listar aquí los beneficios de las tecnologías de la información me parece a todas luces excesivo. Sin embargo, una de las consecuencias de este incesante bombardeo de noticias, -impulsado aún más por el acceso generalizado a las redes sociales- es que entre mayor sea nuestro “acercamiento” hacia otras culturas, mayor será también nuestro “acercamiento” hacia sus problemas y sufrimientos. Cuando los medios de comunicación nos traen las nuevas de lejanos lugares, en muchas ocasiones vienen cargadas de tragedias.

La consecuencia inevitable de adquirir esta desdichada información es el surgimiento de un impulso por ayudar; mantenerse inerte se ha vuelto inaceptable cuando suceden cosas horribles en el mundo. A esta particular situación le corresponde una pregunta obligada, ¿qué podría hacer yo, siendo un simple individuo, para asistir en la solución de estos problemas? Frente a dicha cuestión, una considerable cantidad de personas han respondido con una actitud que yo clasificaré como el “Síndrome del Activista Ético-Maniaco” (SAEM). 

Un individuo que presenta este síndrome considera que permanecer indiferentes ante las calamidades que afligen al mundo es imperdonable; pretender ignorar el sufrimiento ajeno te convierte en antisocial, y fallar en mostrar empatía con tus hermanos Homo sapiens te vuelve un monstruo misántropo.

Sin embargo, es interesante analizar la forma en la que el activista ético-maniaco se desenvuelve, y un análisis más profundo revela que las acciones varían poco entre aquellos que padecen de esta alteración psicológica. Su activismo comienza generalmente con una muestra de indignación o reprobación por el hecho en cuestión. Acto siguiente, los individuos con el SAEM se abalanzan sobre las redes sociales, en donde muestran su solidaridad con los afectados de varias formas, aunque principalmente por medio de algún comentario, un “like” o un tweet. Finalmente… ¡nada más! La función ha terminado y el espíritu activista se desvanece tan rápido como se generó.

Ejemplos de esto abundan en nuestro presente. Uno podrá recordar la infame campaña mediática en torno a Joseph Kony, que no generó resultado alguno pero que en el proceso hizo millonarios a los representantes de Invisible Children. Actualmente, otro caso similar es la campaña que se ha comenzado a gestar a favor de “Amina”, una dama de Túnez que desafió los cánones morales de su sociedad al mostrar sus senos y recibió una condena de muerte por parte de un miserable sacerdote islámico. En este caso, la sociedad virtual ha respondido rápidamente, subiendo fotografías a las redes sociales en donde muestran sus pechos o sus torsos desnudos en apoyo solidario con dicha mujer. ¡No hay duda que esto salvará a Amina!

En adición a estos casos se podrá hacer mención de innumerables campañas a favor de algo o en contra de otra cosa; llámese cáncer de mama, la muerte de delfines rosas del Amazonas, la elección de Enrique Peña Nieto, o la protección de perros callejeros o ¡qué se yo!, lo importante es que este estilo de activismo muestra un común denominador: los activistas ético-maniacos sienten que han hecho su parte. Consideran que dar “share” a un mensaje o una fotografía de alguna manera tendrá un efecto positivo para remediar el problema en cuestión. No es necesario recalcar que la realidad es muy distinta.


El análisis de esta forma de pensamiento no es nuevo. Una postura similar fue expuesta por el filósofo Slavoj Zizek en su férrea crítica contra el capitalismo cultural. En su ponencia, Zizek indicó cómo los consumidores contemporáneos buscan productos que integran en sí mismos una cualidad benéfica. El ejemplo planteado por Zizek es el café de Starbucks. Explica que cuando un consumidor va y compra una taza de café a Starbucks, no sólo está consumiendo una bebida, sino que consume todo un “modelo de ética”, pues al comprar en Starbucks, el consumidor también aporta capital a las diversas campañas “éticas” que lleva a cabo la empresa. Como ejemplo paralelo Slavoj menciona a los zapatos Toms, en donde al comprar un par de zapatos, la empresa regala otro par a un niño necesitado en África o en Guatemala. 

La importancia de mencionar a Zizek recae en la explicación que él da a este comportamiento consumista. Slavoj argumenta que al consumir Starbucks o Toms, el individuo se siente exento de ser un simple consumidor más, pues se redime creyendo que está realizando una acción ética en el proceso. Similar a esto, un activista ético-maniaco considera que el subir una fotografía o hacer un comentario denunciante equivale a hacer algo por el problema en cuestión, y es muy probable que el activista que padece del SAEM se sienta satisfecho y feliz consigo mismo: sin duda ya ha “realizado” una acción positiva por la humanidad.

De sobra está decir que la problemática aquí no es con el activismo en general; el problema es en relación al compromiso. No tengo duda de que existen miles de personas que actualmente, en todo el mundo, realizan un inmensurable bien por medio de su activismo. Pero hay que reconocer que para lograr el éxito, toda acción filantrópica y activismo político o social requiere de un firme compromiso. Recordemos que la Historia juzga no por las intenciones, sino por los resultados.

Me atrevo ahora a proponer que el padecimiento generalizado del SAEM se relaciona directamente con la forma en la que recibimos actualmente nuestra información acerca del mundo. No es secreto alguno que somos esclavos de la información que recibimos de los medios de comunicación masiva: lo que ellos dicen que es noticia, se vuelve noticia, y lo que los medios deciden ignorar podría igual no existir, pues nuestras mentes jamás lo registrarán como un hecho. 

Similar a esto, el activista ético-maniaco es víctima de su propia compulsión, pues su interés se encuentra irremediablemente atado a la coyuntura del momento. En vez de comprometerse con un solo tema y hacer todo lo posible por solucionarlo, el individuo que padece del SAEM cambia constantemente de intereses: hoy defiende a Amina, pero mañana será necesario “movilizarse” para proteger a los refugiados en Siria, y otro día quizá se necesite salvar a las ballenas en peligro de extinción. Sin embargo, cuando el tema pasa de moda y desaparece de los medios de comunicación y las redes sociales, es como si jamás hubiese existido; jamás se vuelve a mencionar el tema que hace apenas unos días tuvo consternado a nuestro activista ético-maniaco.

Mi compañero Albano Flores habló en su texto sobre el poder que las redes sociales tienen para debilitar a dictadores y derrumbar a Estados tiránicos. Pero es necesario puntualizar que no fueron solamente las redes sociales las que causaron la caída de Hosni Mubarak en Egipto o de Ben Ali en Túnez. ¡Fueron personas! Individuos que, más allá de utilizar las redes sociales, se comprometieron con el movimiento y salieron a las calles para cambiar su realidad. Y como diría el entrañable Cantinflas: “¡ahí está el detalle!”.

Texto por Juan Pablo Delgado

22/3/13

LOS RECUERDOS DEL PORVENIR FEMINISTA

La nueva sociedad a la que debemos de aspirar todos nosotros es una sociedad de igualdad, sí, una sociedad donde la mujer tiene cabida en todo momento. Pero también es una sociedad donde el hombre tiene cabida. Es una sociedad donde lo que dicta nuestras acciones no es la igualdad sino la equidad, donde no buscamos todos compartir la misma ideología sino el mismo respeto.


Texto por: Iván Eusebio Aguirre Darancou

Hoy estamos reunidos en este espacio virtual para “conmemorar” el mes internacional de la mujer. Hemos tenido unas décadas cargada de experiencias nuevas que nos han abierto las puertas a nuevas formas de pensar, de experimentar el mundo, de ser mejores mujeres y porqué no, también mejores hombres. No deja de resultarme triste que nos veamos obligados a llevar a cabo este tipo de eventos para promover la equidad de género y que los organicemos no como mero trabajo intelectual sino sobretodo como punta de lanza para crear nuevas sociedades. Sin embargo, estas palabras que quiero dedicarles a todas las mujeres aquí presentes, y a las no también, no son palabras de remembranza, mucho menos de tristeza. 

Todo lo contrario, quiero que estas palabras se entiendan en el marco de esta semana de conmemoración de las mujeres. Quiero que al oírlas pensemos en todas las mujeres del mundo que nos han permitido estar aquí reunidos, mujeres que sin tener la más remota idea de lo que es la igualdad de género o los llamados Gender Studies tuvieron la valentía de abrir ante nosotros nuevos mundos. Mujeres como Marie Curie, Sor Juana Inés de la Cruz, Safo. Gracias a ellas hemos avanzado, no como mujeres sino como humanidad. 

Y en este sentido quiero partir de una idea que a lo largo del mes se ha ido rebotando en diferentes mesas y ponencias. Queda claro que aún no hemos terminando de construir la sociedad perfecta de inclusión de género. La nueva sociedad a la que debemos de aspirar todos nosotros es una sociedad de igualdad, sí, una sociedad donde la mujer tiene cabida en todo momento. Pero también es una sociedad donde el hombre tiene cabida. Es una sociedad donde lo que dicta nuestras acciones no es la igualdad sino la equidad, donde no buscamos todos compartir la misma ideología sino el mismo respeto. Es una sociedad donde la mujer es respetada no por su belleza sino simplemente por ser parte del género humano. Es decir, la idea fundamental, -que espero dejar claro con toda esta sarta de palabras- es que la mujer no es más que la mitad del género humano, así como el hombre no es más que la otra mitad. Ambos son válidos en sí mismos, como parte de la humanidad en su totalidad. 

A lo largo de la historia, la mujer ha buscado un espacio donde ella puede ser gobernante libre de su propia existencia, separada geográfica y psíquicamente del reino del hombre. En la antigüedad, la Amazonia y la isla de Lesbos representaban ese lugar, en los siglos románticos el ático terminaba siendo el único punto de fuga, y en el siglo pasado el cuarto propio resultada el espacio idílico para el escape. Pero en la sociedad que hoy estamos forjando y que continuaremos formando, la mujer no huye del hombre, ni éste la orilla a refugiarse en la soledad. Todo lo contrario, los hombres abrimos los brazos para recibir todo aquello que la mujer está dispuesta a recibirnos. Porque sí, debemos como hombres y como sociedad pedir perdón por aquellos agravios, pero más que pedir perdón debemos abrirnos y mostrar apertura para recibir las iniciativas que las mujeres pueden aportar y trabajar junto con ellas.

Atrás han quedado los días del feminismo radical donde las mujeres como unidad social se alzaban contra el resto de nosotros para exigir sus derechos. Hoy, los derechos existen, las leyes se han escrito, los acuerdos se han firmado. El feminismo logró su cometido. Pero falta ahora el trabajo social, que descansa ya no en los hombros de las mujeres valientes que dedicaron sus vidas a la lucha, sino en los hombros de todos nosotros: los hombres y las mujeres que formamos parte de la sociedad. Queda bajo nuestra responsabilidad deshacernos de una vez por todas de los estereotipos de género que nos causan tanto conflicto. 

Creo que es importante señalar aquí que cuando hablo de una sociedad futura no me refiero a una sociedad igualitaria. Desde el surgimiento de las luchas feministas se han desarrollado corrientes muy diferentes, todas ellas válidas en su contexto social e histórico. Pero hoy en día cuando se menciona la palabra “feminismo” muchos de nosotros pensamos más en instancias de igualdad que equidad. Pensamos generalmente en una sociedad donde la mujer es igual al hombre, viste igual que el hombre, habla igual que el hombre, trabaja igual que el hombre. Es decir, la mujer se ve obligada a convertirse en hombre.

Sin embargo, la verdadera sociedad de equidad, la que debemos construir con esfuerzo y a la que le hemos agregado algunos ladrillos esta semana, es una sociedad donde el trabajo de la mujer, sea cual sea, vale por sí mismo. Una sociedad donde un hombre puede desempeñar un trabajo de ama de casa sin que sea menospreciado, o un trabajo de enfermero o secretario. Una sociedad donde una mujer no tenga que vestir pantalones para ser tomada en serio, ni tenga que cortarse el pelo ni mucho menos comportarse como otro hombre. Es una sociedad donde las oportunidades están abiertas tanto a mujeres como a hombres, y ya depende de cada uno decidir qué quiere hacer. 


¿Cómo lograr esto? ¿Cómo construir una sociedad que cuando la imaginamos resulta tan lejana como irreal? ¿Cómo vencer cientos de años de segregación de género? La respuesta, créanlo o no, es mucho más fácil de lo que parece. Lo estamos haciendo aquí. Podemos cambiar políticas, podemos cambiar leyes, podemos hacer manifestaciones, pero hasta que no nos detengamos y reflexionemos como individuos sobre nuestra postura, nada cambiara. 

Porque el cambio, si bien mucho más profundo que meramente político o legal, es también mucho más sencillo de lo que parece. Tanto como dejar de pensar en una mujer en función de un hombre. Tan sencillo como borrar de nuestra mente la dicotomía hombre-mujer y mejor pensar en un solo género humano. Porque mientras no dejemos de concebir a la mujer como algo aparte del hombre no podremos imaginarnos a la par. Planteaba el filósofo francés Jacques Derrida que las dicotomías clásicas que han regido nuestra vida a lo largo de siglos son inválidas en una sociedad como la nuestra. Que ya no podemos pensar sólo en blanco y negro, porque también hay todo un arco iris en medio. O dejar de pensar en simplemente día y noche, porque dejaríamos de lado todas las puestas de sol. 

Basta ya entonces de concursos de belleza, basta de que la mujer sea considerada como mujer sólo en función de su belleza. Existen tantas otras variables con las cuales podemos medir nuestra humanidad, nuestros géneros. Existe la inteligencia, existe la entrega, existe la empatía, existe el trabajo social, existe la política. Existe el compromiso por un mejor mundo. Y lo que es más, estos valores no son sólo de la mujer, sino del género humano. ¿Acaso un hombre tiene que probar algo para ser considerado hombre? ¿Acaso una mujer debería tener que ganar algo para ser considerada mujer?

Pues de igual manera nos conviene a todos pensar más en un solo género humano, una sola sociedad compuesta de muchas maneras de expresión, donde la mujer es una parte esencial del tejido social. Basta de mirar los estereotipos que los medios nos fomentan, basta de fomentar las ideas que siguen subrepticiamente existiendo sin que nos demos cuenta.

Pero tampoco se trata de ignorar nuestras diferencias genéticas y naturales. Más bien se trata de abrazar cada uno de nosotros nuestras diferencias personales, pero a partir de ellas encontrar en los otros, en las mujeres específicamente, aquello que nos hace falta para lograr concretar una realidad más completa. Esto lo lograremos con acciones sencillas, ayudándonos entre todos a través de la educación, de la lectura, de la inclusión en todo momento, a romper con las barreras que hemos creado a lo largo de siglos. 

Para finalizar, quiero recordar a Rosario Castellanos, quién a lo largo de su vida nos incitó a reflexionar sobre la situación de la mujer mexicana que en ese momento se encontraba en una encrucijada por demás importante. Denunció el maltrato femenino que aún hoy se sigue viviendo, denuncia el hecho de que la mujer sea considerada, entonces y hoy, un ser que existe sobre todo para la reproducción de la especie. Castellanos dedicó su vida y su obra a buscar nuevas maneras de ser mujer, nuevas maneras de existencia que fueran más allá de simplemente un concurso de belleza, o un concurso de inteligencia, o la creación artística. Quiero compartirles sus meditaciones:

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.

Castellanos nos mueve a ver a la mujer ya no sólo como madre, o como artista, o como mártir. Es más, hasta nos dice, basta de intelectuales, basta de feministas. Busquemos otros modos de ser que nos permitan existir en harmonía. Queda ante nosotros, los reunidos aquí y los que están dispuestos, los hombres y las mujeres, materializar estos lazos. Queda ante nosotros la tarea de crear la sociedad que permita la existencia de esos nuevos modos de ser… 


12/3/13

El hombre opresor ha muerto, ¡viva el hombre opresor!

La desigualdad entre los sexos se mantiene. Pretender que esto no es verdad no es ninguna solución; y decidir no hacer nada al respecto, es al final una decisión con consecuencias. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Nadie podría impugnar que las mujeres han tenido un tiempo extremadamente difícil en este planeta. Aunque no faltará algún historiador o antropólogo que hable de antiguas sociedades matriarcales donde la mujer era líder y soberana de sus súbditos aldeanos, la realidad es que desde que la Historia se ha escrito, ha sido escrita por hombres; y esta Historia nos muestra con total descaro cómo las damas han vivido en perpetua opresión y subyugación, siempre compitiendo en una carrera cuesta arriba con todas las reglas manipuladas en su contra. Inclusive actualmente, -¡e incluso cuando el sexo femenino constituye a la mayoría de la población mundial!-, las féminas siguen siendo “objetos” reprimidos y violentados en la mayor parte del mundo. 

Pasando por alto las obvias implicaciones éticas de este asunto, resulta sorprendente que nuestra realidad tenga que seguir funcionando de esta manera. De sobra es reconocido que la cultura de la masculinidad no es más que un género de lo más vulgar y grotesco. En verdad son pocas las “virtudes” que pueden rescatársele al hombre: a la gran mayoría les agrada ser toscos, violentos y practicar un humor basado en la misoginia y la inmundicia. Y por más que los hombres hablen de su supuesta superioridad, la realidad es que no existe absolutamente ningún área en donde las mujeres no puedan igualarles, exceptuando quizá la fuerza bruta. Comenzando por mencionar su supremacía en gracia y belleza (con obvias excepciones), las mujeres también pueden pavonearse de ser óptimas para exceder en todas las esferas de la vida moderna.

Bajo esta línea de pensamiento, la periodista Hanna Rosin decidió ir un paso más lejos y pronosticar sin tapujos el fin de la dominación masculina. En su texto “The End of Men”, Rosin basa su argumento en los cambios económicos que suceden actualmente en todo el planeta, aunque con mucha mayor fuerza en los países de Occidente. En esta nueva realidad, la economía industrial ha dado paso gradualmente a una economía de servicios, volviendo cada vez más prescindible todo trabajo que requiere principalmente de la fuerza física, y privilegiando aquellas cualidades que la sociedad ha clasificado como “femeninas”: la inteligencia social, la capacidad de comunicación y la aptitud de concentrarse en diversas tareas. Sin la primacía de la fuerza bruta, todos los obstáculos biológicos que hacen superior a un hombre se eliminan por completo. 

Sin duda sería muy sencillo clasificar de hiperbólico el argumento de Rosin, pues es obvio que los varones continúan dominando los más altos puestos laborales en todo el planeta y la discriminación laboral sigue siendo una realidad innegable, -desde al acceso al trabajo hasta la igualdad de paga. Sin embargo, no podemos ignorar que estas transformaciones socio-económicas representan cambios radicales para toda mujer; son las que nivelan el tablero del juego y las que empatan indiscutiblemente a las damas con sus contrapartes en cuanto a “capacidades” laborales.

Construyendo sobre estos argumentos económicos, no me parece aventurado argumentar que la mujer en Occidente se encuentra actualmente viviendo en su “mejor momento histórico”. Y no se requiere un extenso conocimiento de la Historia para apreciar esta realidad; basta con pensar brevemente en lo asombrosamente horrible (y lo extraordinariamente paupérrima) que era la condición social de la mujer hace apenas unas décadas, -y ya no se diga hace varios siglos- así como admirable observar el enorme progreso logrado a su favor en tan poco tiempo.


Por lo tanto, sorprende observar cómo enormes segmentos de la población femenina en Occidente, y concretamente en México (mi caso más presente), no dedican pensamiento alguno para analizar su “condición” actual. Y al ignorar por completo su Historia, un excesivo número de damas parecen creer que el estatus social que ostentan es algo obvio e inmutable. 

Algo de esto salió a relucir durante la reciente celebración del Día Internacional de la Mujer. Como cada año que arriba esta fecha, no se hicieron esperar las voces de ambos sexos manifestando su desprecio y crítica. A la necia pregunta de “¿por qué seguimos celebrando semejante día?” la respuesta es más que obvia: porque quizá sea la única esperanza de generar consciencia social en todas las mujeres adormiladas y aletargadas; porque sin esta celebración, todavía menos mujeres obtendrían la mínima perspectiva de los cambios que las han colocado en (casi) las mismas condiciones con sus contrapartes masculinas.

Y éste es precisamente el mayor problema, pues en los últimos siglos la mujer ha luchado infatigablemente por alcanzar la representación legal, el acceso a la educación y el acceso al mercado laboral. Y ahora, en esta segunda década del XXI, cuando sólo se requieren los últimos esfuerzos para modificar radicalmente su realidad, la solidaridad femenina ha desaparecido casi por completo.

Quizá sea una equivocada percepción personal la que me evita ver una realidad oculta (no lo creo), pero desconozco sobre la existencia de amplios grupos de mujeres que en su vida cotidiana discutan sobre su estatus contemporáneo y sobre los cambios requeridos para mejorarlo incluso más. Pues en lugar de reflexionar sobre la insólita libertad que actualmente ostentan, las féminas prefieren perder su valioso tiempo en temáticas triviales, sin percatarse de que, con tan solo un poco de solidaridad y lucha, ese engranaje que les otorgará la igualdad absoluta podrá dar su siguiente vuelta. 

Y no sólo eso, pues bajo una cosmovisión capitalista en lo laboral y consumista en lo económico, las mujeres se han vuelto las peores enemigas de ellas mismas. Comenzando con el entusiasmo colectivo por las críticas frívolas en contra de modas y estilos de vida, parece que existe una guerra declarada entre ellas que las lleva a auto-sabotearse, y con ello, destruir la única posibilidad de organización efectiva y progresista. Enfocadas en criticar las actitudes machistas que afectan su vida cotidiana, ignoran la magnitud de la guerra civil que consume a las filas de su propio sexo.

En uno de sus grandes ensayos, el entrañable Christopher Hitchens argumentó que el hombre requiere del humor para pretender que no son sirvientes y suplicantes de ninguna mujer. El humor entre hombres es un acto que se realiza casi exclusivamente entre ellos y en ocasiones se utiliza para escudarse de aquella realidad: de saber perfectamente (y reconocerlo sólo en secreto) que las mujeres son sus dueñas y superiores.

Pero este hecho no se ha traducido en una nueva realidad, y la desigualdad entre los sexos se mantiene como constante indiscutible. Pretender que esto no es así no es ninguna solución; decidir no hacer nada  es también, al final, una decisión; y esperar a que la mayoría de los hombres cambien de cosmovisión y cedan voluntariamente el poder acumulado durante miles de años me parece ilusorio.

Es precisamente ahora, con el estatus incomparable que ostenta la mujer contemporánea, cuando se debería de dar el último empuje. Nunca antes en la historia una dama se encontró tan cerca de alcanzar ese último grado de igualdad económica y política; de alcanzar los últimos escalones de la igualdad absoluta.

Pero con la inacción de las féminas en nuestra sociedad, parece ser que el hombre opresor podrá vivir para ver un nuevo día. Bien para ellos, los que han sobrevivido, pero terrible para el momentum histórico que no debió detenerse hasta colocar al último misógino bajo una afilada guillotina feminista.