18/8/19

MONINA: MOVIMIENTO DE NIPONIZACIÓN NACIONAL

Quiero invitarlos a ser parte de la Quinta Transformación de México por medio de Monina: el Movimiento de Niponización Nacional.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¡Escuchen la Palabra, hombres y mujeres de poca fe! He viajado a Oriente Lejano para traerles la buena nueva: ¡hay solución a nuestras desgracias!

Ya sin dramatismo bíblico les cuento que tras un periodo de vacaciones por Tokio regreso con una nueva visión del mundo y algunas respuestas para México. Pero vamos por partes.

De entrada decirles que Tokio no es la ciudad futurista que tenía en mente. No está repleta de pantallas parpadeantes con anime; ni hay una presencia heterogénea de personajes extraños o de robots haciendo la chamba de todos.

La realidad fue más mundana: una ciudad normal y funcional donde solo una minoría de los ciudadanos vive en su realidad paralela. Los robots brillaron por su ausencia.

Si algo resultó sorprendente fue que en un área metropolitana con 38 millones de habitantes la constante en todo lugar y momento fuera la misma: seguridad, tranquilidad y orden.

Aquí en la CDMX nos quejamos de vivir con 20 millones de mexicanos y donde el pan cotidiano son bloqueos, manifestaciones, desorden, basura y delincuencia. Pero Japón logró crear una ciudad cuasi-utópica con el doble de personas: ¿qué es lo que ellos hicieron bien y nosotros hacemos mal?



Les comparto cuatro ideas:

1. ¡Detalles, detalles, detalles! Somos un país con maestría en el “ingue su” y doctorado en el “ahí se va”. Cuando alguien quiere hacer bien las cosas se le instiga a dejarse de fregaderas y terminar rápido para ir a echar la chela.

En Japón la mentalidad es la opuesta. Todo, ¡absolutamente todo!, se hace con el mayor de los cuidados, lo cual termina por modificar el vínculo entre personas y objetos. Incluso la comida se presenta de manera tan exquisita que hasta da coraje comerla. En resumen: a mayor detalle, mayor cuidado.

2. El respeto al espacio ajeno es la paz. Algo intolerable para los japoneses es que te entrometas en su vida. Esto incluye bloquear el lado derecho de la escaleras eléctricas, hacer ruido en el Metro, contestar el teléfono en público, o incluso abuchear al equipo rival en los estadios. Si como mexicanos dejáramos de echar relajo en todo lugar podríamos crear espacios más amenos y menos tóxicos. O sea: el respeto al espacio ajeno es la paz.

3. ¡Es la basura, estúpido!  En Tokio los basureros son casi inexistentes en la vía pública pero la ciudad es una de las más limpias del mundo. ¿La respuesta? Cada pelado debe cargar con su basura hasta tirarla en su casa. Esta relación ciudad-persona-basura incrementa la responsabilidad personal, el cuidado hacia los espacios públicos e incluso te hace consciente de lo que consumes y los desechos que generas.

4. Mascotización. En México existe un escepticismo profundo hacia las autoridades, donde la policía es vapuleada e ignorada. En Japón esto no sucede, en parte porque los mensajes que emite la “autoridad” se expresan mediante “mascotas” o caricaturas, creando una comunicación cálida y empática.

En México tenemos muchos héroes populares que podrían ayudarnos. Si Juan Gabriel te pide que no tires basura en la calle o la Virgen de Guadalupe te pide que no fumes en espacios públicos… ¿seremos más obedientes? Yo creo que sí.

Lo anterior me lleva a pensar que con algunos pequeños cambios podríamos solucionar gran parte de las broncas que nos afligen como nación. Para esto quiero invitarlos a ser parte de la Quinta Transformación de México por medio de Monina: el Movimiento de Niponización Nacional.

¿Qué es lo mejor de Monina? Que su programa político puede resumirse en un solo mandamiento: “No joderás a tu prójimo”.

¡Problema resuelto!

Publicado originalmente en Vértigo

4/8/19

LOS RECUERDOS DEL OLVIDO

Nuestros recuerdos son prácticamente lo único que nos permite tener una narrativa coherente y cohesionada de nuestra vida. Es por medio de la remembranza de eventos que podemos crearnos una historia personal y, por consiguiente, un mínimo sentido de identidad.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Este texto no debía empezar así pero dejen que les presuma: me encuentro escribiendo esta columna en una clásica taberna de Málaga, bebiendo un magnífico vino tinto, acompañado de unas tapas. ¡Viva la Austeridad Republicana!

Lo interesante es que, aun cuando el ambiente del lugar es agresivamente ibérico (cabeza de toro en la pared, patas de cerdo colgando del techo, etcétera), la música de fondo se compone de boleros mexicanos, todos hablando del mismo desamor hiriente de algún desdichado.

¿Cuál es la importancia de esto? Pues que entre más caigo en la melancolía de las letras, más me percato de que en el fondo todas las canciones, irremediablemente, exploran un mismo tema: el olvido y la memoria.

Ah, compañeros… ¡el olvido y la memoria! Dos conceptos de importancia mayúscula aunque, debido a las furiosas corrientes del caos cotidiano, olvidamos siempre hablar de ellos; excepto —quizá— cuando se trata de pensar en desamores envenenados como el de los boleros.

Durante años el tema de la memoria me ha cautivado. Consideren esto: nuestros recuerdos son prácticamente lo único que nos permite tener una narrativa coherente y cohesionada de nuestra vida. Es por medio de la remembranza de eventos que podemos crearnos una historia personal y, por consiguiente, un mínimo sentido de identidad.

Los recuerdos y la memoria son la única brújula que podemos utilizar para dar dirección a nuestra existencia; para lograr contarnos —y contarles a otros— de dónde venimos y quiénes somos en este momento. Si lo queremos resumir: somos lo que recordamos. O en un plan Cartesiano: “Recuerdo, luego existo”.



Si todo esto es cautivador, más fascinante resulta saber que nuestra memoria (la tuya, la mía, la de todos) es —de hecho— la peor garante de confianza. Nuestros recuerdos no solo son cosas tergiversadas sino que podrían clasificarse como mentirosos, farsantes y embusteros.

Para el ciudadano común la memoria se presenta como carretes de celuloide perfectamente preservado que sacamos de un archivero para luego proyectar y revivir su contenido. ¡Oh, no! La realidad no podría ser más distinta.

De hecho, como explica Andre Fenton —neurocientífico de la Universidad de Nuevo York—, cada memoria que invocamos debe ser reconstruida desde cero, en un complejo proceso químico y eléctrico al interior de las marañas de nuestras neuronas.

En este proceso de reconstrucción toda clase de modificaciones suceden, cambiando gradualmente el recuerdo hasta que queda irreconocible y, por lo tanto, se convierte en un evento falseado.

¿Qué significa todo esto? ¡Una calamidad! Porque de seguir el hilo de consecuencias hasta su final, caemos en cuenta de que todo lo que recordamos muy probablemente es erróneo; que todas las historias que nos cuentan los amigos son una farsa, y que todas las memorias que dan sentido a nuestra esencia individual son ficciones.

Bien dice el inigualable Malcolm Gladwell en su podcast Revisionist History que el autoengaño del que somos víctimas con los errores de memoria es asombroso: desde no recordar si estuviste en un tiroteo con unos nazis (ver el caso de Larry Adler), hasta creer firmemente que el helicóptero donde volabas fue derribado por tropas de Saddam Hussein (ver el caso Brian Williams, error que le costó su chamba en NBC).

Al final la culpa no es nuestra: nuestro cerebro es por naturaleza falible (y engañable). Y contar una historia asombrosa sobre nuestro pasado como si fuera real no nos convierte en egotistas: nos hace simplemente humanos.

Y bien ¿a qué quería llegar con todo esto?

La verdad es que ya no me acuerdo.

¡Salud!