25/8/15

Los niños del hombre

En todo el debate sobre la adopción por parte de parejas homosexuales se olvida siempre que la homosexualidad no es solamente una forma de sexo, sino una forma de amor; y sólo por eso merece nuestro respeto.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Siempre he sido muy escéptico cuando una institución tan desprestigiada como la Iglesia Católica quiere opinar sobre derechos humanos. Más sospechoso aún (y mucho más perverso) resulta cuando la Iglesia aconseja sobre los derechos de los niños. Recientemente, el infame cardenal Norberto Rivera decidió expresar su rechazo al derecho de adopción por parejas homosexuales, como respuesta a la decisión de la Suprema Corte de permitir precisamente esto en el estado de Campeche.

En un editorial para el semanario Desde la Fe, nuestro ilustradísimo cardenal volvió a mostrar lo más oscuro y retrógrado de la institución que representa: acusa al lobby gay (sic) de querer destruir a las familias mexicana “normales”, y de buscar imponer “una dictadura ideológica en cuyo trasfondo actúa el mismo maligno”. ¿¡El maligno!? Parecería broma, pero esas fueron sus palabras exactas. No conforme con esto, agrega que la decisión de la Corte vuelve a los niños en simples “objetos”. ¡Mira quien habla! 

Sobra decir que nos encontramos frente a un tema que no tendría por que causar polémica. Las parejas del mismo sexo, al igual que el resto de la sociedad, poseen una serie de derechos humanos enlistados desde el primer artículo de la Constitución, comenzando por la igualdad de todos ante la ley sin importar las preferencias sexuales. Por lo tanto, no existe controversia alguna al hablar de la adopción: si una pareja heterosexual tiene este derecho, una pareja homosexual lo posee también. 

Después vienen los miedos citados constantemente por las conciencias moralistas. Aquí se aboga que un niño con padres homosexuales crecerá para convertirse también en un homosexual (¡faltaba más!). Estos argumentos, sobra decirlo, no sólo son completamente absurdos, sino igualmente infundados. No creo tener que explicárselos a ustedes. 


Sin embargo, llama la atención la forma tan holgada con el que este tipo de ideas, - claramente discriminatorias- se siguen vociferando sin consecuencia alguna. La Iglesia argumenta que su objetivo es tratar el tema de la adopción desde la moralidad, y no la legalidad. ¿Pero cómo calificar una acción de “moral” si despoja los derechos de las personas? 

Y recuerden que estamos hablando de la Iglesia Católica, aquella que persiguió durante siglos a judíos y blasfemos con la Inquisición; suprimió la libertad de las mujeres (nada más el 50% de la población mundial); otorgó su bendición al comercio de esclavos africanos; y detuvo el avance científico por varios siglos. Me queda claro que la moralidad no es particularmente su carta fuerte. 

A esta lista de atropellos habría que agregarle el extenso y opaco currículum de abuso sexual contra miles de infantes, que sigue sucediendo actualmente y por el que sólo se han ofrecido medias disculpas y pocas acciones. ¿Qué clase de autoridad moral tendría la Iglesia para sermonear sobre este tema? Ve tú a saber…

En todo este debate se olvida siempre que la homosexualidad no es solamente una forma de sexo, sino una forma de amor, y sólo por eso debe merecer nuestro respeto. Y en el caso particular de los niños, se ha comprobado numerosas veces que poco importa la preferencia sexual de sus padres; lo fundamental es que exista un ambiente de cariño y respeto en su hogar. 

Me queda claro que la Iglesia Católica ha mantenido siempre un interés especial en los niños, quizá demasiado especial. Pero como bien lo dijo en su momento el gran Christopher Hitchens: cualquier día permitiría que un amigo homosexual cuidara a mis hijos; pero si un sacerdote me pidiera lo mismo, no sólo me negaría, sino que llamaría a la policía inmediatamente. 

¿A poco no?


Este artículo fue publicado originalmente en Púrpura.

11/8/15

En busca del tiempo (y del proyecto) perdido

Si analizamos nuestra coyuntura contemporánea, México se encuentra ante la ausencia total de un proyecto nacional: transitamos por un desierto interminable de ideas miopes.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Hace cuatro décadas, nuestro futuro premio Nobel, Octavio Paz, sostuvo una conversación con el periodista Julio Scherer, en la cual advertía que uno de los mayores problemas de México era la ausencia de proyectos.

Y con justa razón, pues si revisamos nuestra historia nacional, podemos ver que hemos tenido etapas donde las grandes ideas eran la norma, y una serie de aspiraciones bien definidas guiaban al país: Juárez derrotó a los conservadores y al anquilosado clero para fundar la Segunda República; Díaz trajo estabilidad con su visión sui generis del Orden y Progreso, y su particular gusto por eliminar “en caliente” a los revoltosos; Cárdenas coqueteó con los socialistas para crear una reforma agraria de gran trascendencia.

Saltemos a nuestra actualidad. ¿Qué es lo que vemos ahora? Sin temor a equivocarme, creo que nos encontramos frente a la ausencia total de un proyecto nacional: transitamos por un desierto interminable de ideas miopes, planes cortoplacistas y soluciones que como parches intentan detener el incipiente desborde del caos, el cual ya ha hecho su debut en varios puntos del país.

Octavio Paz explicaba que esta situación no era excepcional de México, “pues el mundo vive, dese hace años, no las consecuencias de la muerte de Dios sino de la muerte del Proyecto”. Reflexionemos sobre esto y sobre nuestra fauna política contemporánea. ¿Qué proyectos nos han ofrecido en los últimos años?

Porque pensando sólo en el transcurso de mi vida, me doy cuenta que como sociedad nos han timado repetidas veces con promesas vacías. Hace 20 años era la entrada inmediata a la modernidad salinista; hace 15 años era la llegada de la democracia, que terminó como tragicomedia de vaudeville. Después vino la ultra-violenta guerra contra el narco que seguimos peleando hasta hoy. Y en el 2015… “Las Grandes Reformas”, que se los prometo amigo lector, si usted se espera un par de añitos más, le aseguro que viviremos para verlas en todo su esplendor.


No somos los únicos en esta posición, pues en todo Occidente sucede lo mismo. En Latinoamérica, su último gran proyecto terminó en una bacanal bolivariana; la Unión Europea sigue paralizada y en detox por culpa de Grecia; Estados Unidos olvidó que como superpotencia global, tiene más responsabilidades que ir a iniciar guerras en el Medio Oriente. De hecho, parece que los únicos con un proyecto real y a largo plazo son los fundamentalistas del Estado Islámico. Pero como bien dicen: muchas veces el humano más peligroso es un imbécil con motivación. Así que ni hablar del tema.

Volviendo a México, debemos percatarnos de que los años siguen transcurriendo y nuestro país simplemente no avanza. La pobreza se mantiene igual o peor que hace una década, y los grandes retos que nos imponemos es crecer la economía, cuando menos, un 3.5% para el próximo año. 

Pero la realidad es que cada vez tenemos menos recursos naturales y más desigualdad económica. Y aunque por mucho tiempo soñamos que nuestro país era un cuerno de la abundancia, bien lo sentenció nuestro Nobel: “descubrimos que los tesoros del cuerno se los habían robado los de afuera o no eran tales tesoros sino un montón de piedras.” 

Por ahora, nos queda seguir recorriendo este cementerio de proyectos, intentando recuperar el tiempo que hemos perdido o que nos han robado.

4/8/15

Ladrón que roba a ladrón

Si queremos un verdadero cambio en México, debemos repensar nuestra ética, y entender que "ladrón que roba a ladrón" no le corresponden cien años de perdón: ¡Le toca ir a la cárcel por ser otro maldito ladrón!



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Hace algunos días, un personaje muy reconocido en los círculos del hampa mexicano decidió escapar de prisión a través de un hoyo en la regadera de su celda. Inmediatamente, (y con justa razón) la sociedad mexicana lanzó un grito al cielo pidiendo justicia, y por qué no, las cabezas de los responsables de este acto “imperdonable”.

Más allá de la evidente astucia de este capo sinaloense, me queda claro que el tema central de esta tragicomedia mexicana es la corrupción, esa corrupción omnipresente que parece invadir todos los rincones de nuestro amado México.

Algunos dirán que la corrupción forma parte de nuestra condición humana y que debe ser “domada”; otros culparán su existencia a fuerzas oscuras que operan desde las sombras del poder; otros, a las profundas fallas estructurales de nuestro sistema político, social y económico.

Sin embargo, debemos aprovechar estos momentos de debilidad institucional para realizar una sincera reflexión, y pensar en nuestra propia esencia como sociedad y como nación. Porque, después de un escándalo de estas magnitudes, lo más sencillo es voltear hacia arriba –hacia las cúpulas opacas del poder y maldecir a ciertos individuos por su incompetencia. Pero, ¿qué hay de nosotros? ¿Cuál es la máscara que nos define como sociedad mexicana en este siglo XXI?

Y es que si la corrupción emana solamente de unas cuantas manzanas podridas que pululan en las altas esferas de la burocracia, pues entonces bastaría con cambiar (y quizá encarcelar) a los culpables, ¡y problema resuelto! Pero estoy seguro de que esto no resuelve el problema de fondo. Porque finalmente, la corrupción es parte, si bien no de nuestra condición humana, sí de nuestra idiosincrasia nacional.


Ahora bien, seguramente la gran mayoría de ustedes son personas íntegras y honestas. Pero si comenzamos a reflexionar sobre nuestras acciones diarias, ya sea como trabajadores, empleados, estudiantes, o simplemente ciudadanos: ¿podríamos decir con toda certeza que la culpa de la corrupción no es nuestra, y evadir toda responsabilidad en el asunto? O será acaso que todos alimentamos a este monstruo mexicano de alguna u otra manera, que lo hacemos crecer con nuestras acciones (u omisiones) cotidianas que consideramos “sí… quizá algo malas, pero no tan malas”.

Volviendo al tema, me queda claro que dejar escapar a un capo es algo verdaderamente criminal. Pero creo que este evento ha sido analizado de manera equivocada. Porque jamás es sólo una sola persona la responsable de un crimen de estas proporciones: siempre es una cadena de pequeños y breves actos que pueden considerarse “no tan malos”, pero que en conjunto terminan por generar eventos de tales magnitudes.

Porque si sobornar a alguien llevara a la total decadencia de nuestras instituciones nacionales, todos pensaríamos dos veces antes de cometer una acción con dichas consecuencias. Pero al realizar este pequeño acto, considerado insignificante para muchos, sí nos transformamos en una pieza más de ese engranaje que termina por corroer y oxidar a todo nuestro país.


Si queremos un verdadero cambio, debemos entonces repensar nuestros valores éticos cotidianos, y entender que el ladrón que roba a ladrón no le corresponden cien años de perdón: ¡Le corresponde ir a la cárcel, por ser otro maldito ladrón!