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29/8/22

NO HAY PLANETA B

Los efectos del cambio climático son inevitables, pero nuestras acciones determinarán el nivel de devastación que nos podemos autoinfligir.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Para cuando lean esto, el verano estará a pocas semanas de concluir. ¡Y vaya que ha sido un verano muuuuuy caliente! Pero antes de que piensen cochinadas, quiero aclarar que no hablo de aventuras amorosas o conquistas lujuriosas; pues en mi situación interpersonal actual toda bacanal y todo desenfreno son cosas del pasado. 

A lo que me refiero es a las insólitas temperaturas que experimentamos en todo el planeta durante los últimos meses. Una temporada marcada por incendios históricos, interminables olas de calor, sequías sin precedentes (¡saludos a Monterrey!), deshielo histórico en los polos y decenas de miles de muertes como consecuencia de lo anterior. En pocas palabras: fue algo absolutamente infernal.

A menos de que usted siga viviendo en la absoluta negación, es evidente que los efectos del calentamiento planetario llegaron para quedarse; sus disrupciones son reales; y sus consecuencias en la vida social y económica son palpables. El término en boca de los expertos ya no es “prevención” sino “adaptación”, dejando en claro que nada de lo que hagamos ahora evitará que se eleven las temperaturas globales en el corto plazo.

A pesar de lo distópico de este panorama, tampoco se trata de tirar la toalla. Sí, los efectos del cambio climático son inevitables, pero nuestras acciones determinarán el nivel de devastación que nos podemos autoinfligir. Dicho de otra manera: ya causamos un desmadre, pero no se tiene que convertir en una absoluta catástrofe.

De ahí la bocanada de aire fresco que llegó con la aprobación de la Ley de Reducción de la Inflación por el Congreso de los Estados Unidos. En el centro de esta ley se encuentra la mayor inversión a favor de iniciativas climáticas y desarrollo de energías limpias en la historia de EE.UU. Son $369 mil millones de dólares para subsidiar autos eléctricos y crear un sector eléctrico 100% renovable para 2035, entre otras cosas.


Después de años de negacionismo con Donald Trump, es evidente que EE.UU. (el segundo emisor global de contaminantes) está de vuelta en la carrera climática. Pero un sólo país no puede salvar al planeta. Se requiere que todos los grandes emisores de gases de efecto invernadero participen. Y entonces… ¿Cómo van el resto de los países que importan?  Lo siguiente lo tomo de los analistas de Foreign Policy:

China (primer emisor global): Beijing se está tomando su tiempo para reducir sus emisiones y -de hecho- las continuará aumentando hasta el 2030. El gobierno dice que las reducirá a cero neto total para el 2060, diez años después que la mayoría de las naciones desarrolladas. Aún así, su inversión en energías renovables es por mucho la más alta en el mundo, lo cual vuelve plausible su plan a mediano plazo.

India (cuarto emisor global): Narendra Modi tampoco parece tener prisa, ni mucha claridad de objetivos. El primer ministro de India dijo que su país llegaría a cero emisiones netas en el 2070, pero no ha presentado ningún compromiso formal a la ONU. Según expertos, para lograr su promesa debe invertir ¡12 billones de dólares! en los próximos años. Muy dudoso.

Rusia (quinto emisor global): La supervivencia de Vladimir Putin depende en gran parte de las exportaciones de combustibles fósiles; y con la guerra en Ucrania y sus consecuencias, no tiene planeada una reducción de las ventas. ¿Su estrategia? Que los enormes bosques de Rusia sirvan para compensar sus emisiones. ¿Energías fósiles y plantar árboles? Suena familiar.

Brasil (sexto emisor global): El futuro de Brasil dependerá de la elección presidencial de octubre. Si Jair Bolsonaro se reelige, despídanse del Amazonas. Si gana Lula da Silva, quizá veamos alguna mejora, aunque tampoco es un ecologista consumado.

Esta es la realidad actual: tenemos algo de avances pero también un valemadrismo generalizado. Si no queremos morir achicharrados en los próximos veranos es obvio que necesitamos mayores esfuerzos y la participación del mundo entero.

Recuerden: no hay un Planeta B.

2/8/21

ASESINAR AL FUTURO

En México estamos petrificados en el ámbar de la historia, enfocados en celebrar nuestro pasado de “resistencia”; celebrando las virtudes de los hidrocarburos; y encumbrando a héroes históricos que nada aportan a nuestro futuro.

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Es muy agradable cuando la realidad te corrige la plana. Confieso que en mi columna anterior (Vértigo 1061: “¿Quién habla por el futuro?”) permití que mi pesimismo se llevará lo mejor de mi texto. Les recuerdo:

Hablando del Future Design, un experimento en política pública iniciado en Japón, concluí que cómo especie humana somos incapaces de sobrepasar nuestro egoísmo y fijación en el corto plazo para preocuparnos por el mundo que dejaremos a las generaciones futuras.

De pronto… ¡Un macanazo de realidad! El 14 de julio, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, publicó un tuit donde resumía la nueva visión de la Unión Europea para los años próximos: “Podemos elegir una forma de vida mejor, más saludable y más próspera. Salvar el clima es nuestra tarea generacional. Debe unirnos y animarnos. Se trata de asegurar el bienestar y la libertad de nuestros hijos. No hay tarea más grande y noble”. ¡Ay goey! ¡Ejemplo loable de mi periodismo adelantador!

Y en efecto, poco antes de ese tuit, la UE había anunciado su revitalizado plan para reducir sus emisiones de carbono y lograr “cero emisiones netas” para el 2050. Al final, alguien sí hizo su tarea y tomó el ejemplo del Japan’s Future Design. ¡Bien por Europa!

Con esto en mente, quiero regresar al texto referido en mi columna anterior (“How to be a Good Ancestor” de Sigal Samuel) para reforzar el aspecto ético y moral que debe ser intrínseco al considerar nuestras acciones presentes y su impacto en el futuro.

Primero dos conceptos básicos para entrarle al tema: la distancia espacial y la distancia temporal.

Entender el primero es muy sencillo. Samuel cita un ejemplo planteado por la filósofa Hilary Greaves de la Universidad de Oxford: si vas caminando y ves a un niño ahogándose en un río, al cual puedes rescatar sin mayor problema, lo moralmente correcto sería que lo hicieras. Todos de acuerdo (¡Espero!). Pero qué sucede si esto ocurre al otro lado del planeta (digamos en China). ¿Esperarías que un adulto que vaya pasando también ayude al niño chino en peligro? Si no eres un monstruo, responderás que ‘sí’. Esto, apunta Samuel, significa que “la distancia espacial es moralmente irrelevante”.

¿Pero qué pasa con la moralidad temporal? Aquí las cosas se ponen interesantes. Samuel cita un ejemplo un poco más extremo del filósofo Roman Krznaric: Si consideras reprobable colocar una bomba en un tren que matará a un montón de niños hoy, también está mal si la bomba va a detonar en 10 minutos o 10 horas o 10 años. En otras palabras, la distancia temporal entre una acción y su consecuencia es también moralmente irrelevante.

Aquí se encuentra el imperativo moral que tenemos hacia las generaciones próximas. Si sabemos que nuestras acciones y actitudes serán una bomba en el futuro, lo moralmente correcto sería “desactivar” este escenario catastrófico y evitar el sufrimiento o muerte de millones de personas que quizás ni siquiera han nacido. No hacerlo sería aumentar la carga de explosivos en ese hipotético tren que -tarde o temprano- sabemos que va a detonar.

Algunos países ya empiezan a tomar esta perspectiva moral. Suecia tiene su “Ministerio del Futuro” dedicado a crear políticas públicas de largo plazo; Gales y los Emiratos Árabes Unidos cuentan con una agencia similar. Algo es algo, pero no es ni siquiera suficiente.

De México mejor ni hablar. Aquí estamos petrificados en el ámbar de la historia, enfocados en celebrar nuestro pasado de “resistencia”; celebrando las virtudes de los hidrocarburos; y encumbrando a héroes históricos que nada aportan a nuestro futuro.

Cada día ponemos una pieza más en la bomba climática que estallará dentro de 20 o 30 años. Pero pueden dormir tranquilos en sus huipiles nacionalistas, sabiendo que gran parte de este mecanismo explosivo será “Made in Mexico”.

19/7/21

¿QUIÉN HABLA POR EL FUTURO?

Problemas como el cambio climático, pandemias y las tecnologías emergentes requieren romper con nuestra fijación en el presente


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú



"¿Por qué debería preocuparme por las generaciones futuras? ¿Cuándo han hecho ellas algo por mí?" 

- Groucho Marx.


¡Se les dijo pero no hicieron caso! Estamos apenas en las primeras semanas del verano y varios récords de temperatura ya han sido superados. Cito a The Washington Post: “El noroeste del Pacífico y Canadá están sufriendo una ola de calor sin precedentes. Las principales ciudades como Portland, Oregon y Seattle rompieron sus récords históricos de días más calurosos por amplios márgenes. Miles se han quedado sin electricidad; las calles se doblan y agrietan por las altas temperaturas del asfalto”.


Vamos a un caso específico: a finales de junio, la temperatura en la localidad de Lytton, en la Columbia Británica, superó los 48 grados Celsius. ¡Un grado más alto que el récord histórico en Las Vegas! Las muertes por esta ola de calor ya comienzan a acumularse, superando al momento de escribir esto los 500 fallecidos en Canadá y Estados Unidos. 


¿Pero qué creen? ¡Que hoy no vamos a hablar del cambio climático! Ni de la niña Greta, ni de informes de la ONU que pronostiquen nuestro (casi seguro) futuro apocalíptico. ¡Insólito para esta columna! ¿Verdad? 


La temática de fondo es otra: que como sociedad y civilización no estamos pensando a largo plazo ni tomando las precauciones sobre el mundo que les dejaremos a nuestra descendencia (propia o ajena). Sí, numerosos países hacen promesas loables de descarbonizar su economía o invertir en energías renovables (claro que no todos, como usted comprenderá). Pero a nivel local, rara vez la sociedad se involucra en el proceso de crear políticas públicas que realmente representen los intereses de las futuras generaciones.


De ahí mi sorpresa de encontrar un texto de la periodista Sigal Samuel en Vox (“How to be a good ancestor”) en el cual describe al Japan's Future Design. Les explico:



En el año 2015, en el pueblo de Yahaba (noreste de Japón), un grupo de ciudadanos se reunieron para formular políticas públicas locales. Sin embargo, este experimento tenía una peculiaridad. La mitad de los asistentes debían vestir de manera normal y abogar por cualquier acción que ellos considerasen apropiada. Pero la segunda mitad debían vestirse en batas ceremoniales especiales y pretender que eran visitantes del futuro, en concreto del año 2060. El enfoque de este segundo grupo era promover políticas públicas enfocadas en el largo plazo; políticas que beneficiaran a la población que viviría en Yahaba dentro de 45 años.


¿Qué fue lo que sucedió? ¡Los “visitantes del futuro” ganaron! Lograron convencer a sus conciudadanos de que las políticas públicas con proyección futura eran ideales y la única forma de salvaguardar la viabilidad de generaciones posteriores. Quizá más importante fue que “lograron actuar en contra de sus intereses inmediatos”, explica Sigal, algo que rara vez ocurre en los gobiernos del mundo.


Queda claro que este experimento tardará en generar tracción a nivel global. Como especie, parecemos incapaces de sobrepasar nuestros asuntos cotidianos para preocuparnos en ser “mejores ancestros” para aquellos que eventualmente nos reemplazarán. Sin embargo, Sigal explica que problemas como el cambio climático, pandemias y las tecnologías emergentes requieren lograr este cambio de paradigma. Pensar más allá de la mera “sustentabilidad” y “romper con nuestra fijación en el presente”. 


Todo esto se los dejo de tarea. Porque basta echar un vistazo a nuestro país para reconocer que la gran mayoría de nuestros gobernantes no están siquiera pensando en el futuro; muchos de ellos están atrapados en el presente o de plano viviendo en el pasado. De seguir así, sólo nos quedará esperar el juicio de la historia y la desolación (y segura decepción) de los mexicanos del 2060.


10/5/21

HAY TRANSFORMACIONES MÁS IGUALES QUE OTRAS

Al final, queda claro que tanto nosotros como los gringos estamos pasando por una Cuarta Transformación. La de ellos es una Cuarta Transformación tecnológica. La de nosotros es simplemente... una transformación de cuarta. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Hay que decir las cosas claras: ¡Hay de transformaciones a transformaciones!

A diferencia de las chabacanerías tropicales que nos recetan a diario en este país, nuestros vecinos del norte se dejaron de ocurrencias y propusieron una revolución sin precedentes en la historia de la humanidad: una absoluta transformación tecnológica, económica y social para salvar al mundo de un cataclismo ecológico. 

¿Qué fue lo que ocurrió? El 22 de abril, en el marco de una Cumbre Climática Virtual, el presidente Joe Biden anunció los nuevos compromisos que asumirá Estados Unidos en la reducción de gases de efecto invernadero. Su objetivo: reducir en un 50% las emisiones para el final de la década (comparado con niveles del 2005); casi el doble de lo propuesto por Brack Obama en 2015.

Semejante tarea hercúlea generará enorme escepticismo. ¡Y nadie podría culpar a los incrédulos! De hecho, podríamos decir que a partir de ahora, todas las acciones que tome la administración de Biden deberán estar enfocadas a cumplir este objetivo. Una cosa que falle, y todo el proyecto se descarrila.

Pero estos enormes y agresivos retos no eliminan la urgencia y trascendencia de este compromiso. “Esto es un imperativo moral, un imperativo económico, un momento de peligros pero también de posibilidades extraordinarias”, apuntó Biden al inaugurar la Cumbre. 

¿Qué tienen que hacer para lograr todo esto? De entrada, invertir billones de dólares en infraestructura; reestructurar las reglas del capitalismo; asegurar que miles de industrias y trabajadores puedan transitar a la economía del futuro; transformar la manera en la que millones de estadounidenses se alimentan, se transportan y consumen energía eléctrica. Poca cosa, como pueden ver.

Pero bien indican Coral Davenport, Lisa Friedman y Jim Tankersley en The New York Times, que si Biden logra orquestar esta transición, las ganancias serían inmensas: un menor riesgo de sufrir una catástrofe climática, un renovado liderazgo global para las industrias estadounidenses en los sectores clave que definirán al siglo XXI; y un torrente de nuevos nuevos y mejores empleos para la clase media. The Rhodium Group, una consultora en temas de energía, indicó que el plan Biden podría crear 600,000 nuevos empleos al año en promedio durante el período 2022-2031. ¡Ahí nomás!

Mientras todo esto se debate en el Imperio Yanqui, en nuestro México Mágico las cosas son diametralmente opuestas. Aquí nuestra participación en la Cumbre Climática se trató de nuevos yacimientos petroleros y de cómo fortalecer el mercado interno de gasolinas. Lo equivalente a llegar con un pomo de Bacardí a una reunión de Alcohólicos Anónimos. 

Esta no es la primera vez que nuestros gobernantes prefieren promover ideología a costa de la ciencia. Pero es precisamente esta mentalidad “anticlimática” (en ambos sentidos de la palabra) la que nos dejará fuera de la verdadera transformación que se avecina en los siguientes 10 años: inteligencia artificial, computación cuántica, nanotecnología, el internet de las cosas, biotecnología, realidad virtual, robótica, tecnología espacial, materiales inteligentes. 

Esta Cuarta Transformación Industrial requerirá de enormes apoyos e incentivos gubernamentales para lograrse, pero terminará por generar millones de empleos y muchos más millones de dólares. Estados Unidos ha entendido esto. Aquí no tenemos siquiera un plan para aprovecharla, mucho menos para liderarla.

Al final, queda claro que tanto nosotros como los gringos estamos pasando por una Cuarta Transformación. La de ellos es una Cuarta Transformación tecnológica. La de nosotros es simplemente... una transformación de cuarta. 

Bien dijeron los sabios de la antigüedad: todas las transformaciones son iguales, pero algunas son más iguales que otras.


8/6/20

LA VERDADERA PESTE CHINA

¿Alguien se acuerda del cambio climático? ¿Pusieron atención a lo que ocurre en Hong Kong? Pues hoy continuamos con nuestro recorrido por los temas ignorados y desatendidos por nuestra obsesiva fijación pandémica.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¡Éxtasis! Si sólo comprendieran el placer que viene con la libertad de ignorar al microscópico yasabenquién: los días recuperan sus dimensiones; los contornos de la realidad se manifiestan con claridad; las puertas de la conciencia se expanden. ¡Un delirio!

Les recuerdo que en mi columna anterior tomé un voto de silencio sobre la actual situación epidemiológica. Había dicho que todos estábamos tan dopados por la monotonía informativa que habíamos perdido de vista acontecimientos más interesantes, trascendentales e inclusos peligrosos para nuestro futuro inmediato.

Así que hoy continuaremos este viaje hacia las fronteras ignoradas y desatendidas por nuestra obsesiva fijación pandémica. ¡No temas, lector! ¡Avancemos!


Primero una brevísima parada en el histórico logro del 30 de mayo: el cohete Falcon 9 de SpaceX despegó desde Florida llevando con éxito a Bob Behnken y Doug Hurley al espacio sideral. Así inicia una nueva era en la exploración espacial, y si no ven la importancia de este acontecimiento, entonces no tienen alma y merecen una maldición maligna.

Segunda parada: cambio climático (no se quejen). Porque si algo ha causado optimismo en los últimos meses es ver cómo la naturaleza recupera el terreno perdido tras la retirada del homo sapiens. Todos vieron a los delfines en Venecia o cómo los Himalayas se vieron desde Jalandhar (India) por primera vez en décadas por la ausencia de contaminación.

No canten victoria: la amenaza del cambio climático seguirá cuando salgan de casa. Es un hecho que en los primeros meses del 2020, las emisiones globales de gases de efecto invernadero cayeron un 17%. Pero en mayo, la concentración de CO2 en la atmósfera ascendió a 418 partes por millón. O sea… fue la concentración más alta jamás registrada en la historia humana. La parálisis mundial no enmendó la destrucción que hemos causamos: el CO2 sigue acumulándose.

Pero no nos adelantemos y hablemos mejor de algo que nos afecta hoy mismo. Tercera parada: ¡Hong Kong!

¿Por qué tanto alboroto en HK? Va un resumen: Desde que los británicos regresaron este territorio al dominio chino, HK se gobernó con ciertas libertades que fueron tolerados [en parte] por una China autoritaria (“Un país, dos sistemas”). Pero el año pasado, el gobierno de HK quiso imponer una nueva ley de seguridad que permitiría la extradición de criminales a China. Esto abría las puertas a detenciones arbitrarias y a juicios corrompidos. Obviamente se armó la gorda y vimos protestas masivas durante meses. La ley terminó en el limbo legislativo.

Pero el desgraciado de Xi Jinping no se dio por vencido y a finales de mayo aprobó una Ley de Seguridad Nacional para combatir la “traición, sedición, secesión, y subversión”. Lo que no pudo hacerse a nivel local, se hizo a nivel nacional. Cabe decir que los términos de la ley son tan ambiguos que prácticamente criminaliza cualquier protesta contra el gobierno central de Beijing.

Las consecuencias son enormes en cuestiones geopolíticas, diplomáticas, comerciales y humanitarias. Revela a una China tramposa con intenciones de dominación absoluta a nivel nacional y regional; hace añicos los sueños democráticos y liberales de HK; pone en peligro la autonomía de Taiwán; incrementa la desconfianza global y aumenta la tensión entre China y EE.UU que podría concluir en un encuentro bélico.

El mensaje de China para el mundo es muy claro: ha iniciado una nueva era de terror.

Todo esto sucedió mientras millones de personas alucinaban con pandemias, dejando en claro que los verdaderos peligros son distintos a los que creemos. Basta preguntarle a cualquier ciudadano Hong Kong.

Publicado originalmente en Vértigo Político

24/11/19

HOLA GORDURA, MI VIEJA AMIGA

Ya establecimos que somos tragones profesionales. Ahora debemos aceptar que también somos unos despilfarradores. Según la Administración de Medicamentos y Alimentos de EUA (FDA, por sus siglas en inglés), la población de Estados Unidos desperdicia entre el 30 y el 40% de todos los alimentos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

No me pregunten cómo, pero llegamos vivos a finales de noviembre. Para algunos esto significa que pronto celebraremos el primer aniversario de la 4T. Para mí no... yo soy más pedestre y mis preocupaciones son mundanas. En lo personal, estas fechas sólo significan una cosa: el inicio de las posadas y la amenaza constante de la gordura.

Seamos honestos: nadie logró bajar los kilos extra que acumularon a finales del 2018 y lo mismo pasará este año. Así se inicia esa espiral decadente de la que nunca podrán escapar. ¡Conste que me incluyo!

¿Pero quién podría culparnos? Somos un país de gordos y gordas que adoran la fritanga, los tamales, los buñuelos y la chela. ¿No me creen? Revisen los datos de la OCDE: 72.5% de la población mexicana sufre de obesidad o sobrepeso. 

Frente a esta pesada realidad, resulta urgente repensar nuestra relación con la comida. ¡Pero ni crean que quiero convencerlos de adoptar mejores planes de alimentación! Sabemos que eso es imposible. Lo que sí pido es atención a las cosas que no estamos comiendo. Les explico.

Ya establecimos que somos tragones profesionales. Ahora debemos aceptar que también somos unos despilfarradores. Según la Administración de Medicamentos y Alimentos de EUA (FDA, por sus siglas en inglés), la población de Estados Unidos desperdicia entre el 30 y el 40% de todos los alimentos.

“¡Oh bueno!”, dirán ustedes, “es que los gringos no tienen llenadera”. Pues antes de darse baños de pureza, sepan que en México estamos en la mismas. Datos oficiales indican que aquí desperdiciamos el 37% de los alimentos que producimos, lo que equivale a 10 millones 431 mil toneladas de comida al año que podría alimentar a 7 millones de personas.

Pa’ acabarla de fregar, el CONEVAL (2018) indica que 25.5 millones de mexicanos presentan una carencia en el acceso a la alimentación, lo que representa el 20.4% de la población total.  ¡Tráguense esa, chatos!

Así que estamos en el peor de dos mundos: por un lado tenemos una cifra apabullante de obesos, y por otro un despilfarro inclemente de alimentos, todo mientras el 20% de la población no tiene acceso a ellos. ¿Qué hacer?


Pues les traigo un par de soluciones.

Les Frigos Solidaires: Vamos primero a Francia y sus “Refrigeradores de la Solidaridad”. El concepto es muy sencillo: la raza y los restaurantes que quieren tirar comida, mejor van y la colocan en refrigeradores que están en lugares específicos. Quien no tenga qué comer, va y agarra esa comida gratis.

Happy hours: ¡Otra gran idea! Porque si alguien es culpable de desperdiciar alimentos son los supermercados. Es por esto que algunos (en Europa) están organizando su “hora feliz”, donde todos los productos a punto de caducar son vendidos con enormes descuentos.

Too Good to Go: Una aplicación de celular que funciona como si fuera Bumble, nomás que en vez de tener a la banda buscando pasión, tienes por un lado a un negocio que ofrece comida a punto de perecer y en el otro a una persona que busca comida barata. Hacen match con los productos y pasan a recogerlos. Esta App tiene a 13 millones de usuarios y contratos con 25,000 restaurantes en 11 países.

Leyes: Otra vez Francia, que desde hace más de una década está en guerra contra el desperdicio de alimentos. Basta con decir que fue el primer país en prohibir legalmente que los supermercados tiren los alimentos no utilizados.

Así que ya saben: una cosa es ser glotones, y otra despilfarradores. La buena noticia es que en estas fiestas navideñas, podemos ser gordos sin dejar de ser ecológicos.

¡Saquen los tamales!


Publicado originalmente en Vértigo