23/5/22

LOS REACCIONARIOS NUNCA DUERMEN

Así como a las gringas les pueden quitar un derecho que han gozado durante 50 años, lo mismo puede pasar en cualquier país y con cualquier derecho.


Texto: Juan Pablo Delgado Cantú


Seguro que a estas alturas ya todos están enterados del papelazo que aconteció a inicios de mayo en la Suprema Corte de Estados Unidos. Para los despistados, va una breve recapitulación:

El 04 de mayo se filtró el borrador de una opinión del juez Samuel Alito donde pretende anular los dictámenes de Roe v. Wade (1973) y Planned Parenthood v. Casey (1992). Estas resoluciones, respectivamente, son las que legalizan el aborto y colocan límites a la intervención del gobierno sobre las decisiones y el cuerpo de las personas. De acuerdo con el texto de Alito, el aborto simplemente no está protegido por la constitución y por lo tanto, no debería tener una protección jurídica a nivel federal. 

Por ahora el aborto permanece legal en Estados Unidos, ya que la votación final sobre el asunto sucederá seguramente a principios de julio. Pero esta filtración es terrorífica por otras razones, ya que expone cómo ciertos derechos y libertades que muchos creen garantizados en la sociedad, en realidad nunca están completamente seguros.

Y claro que habrá algunos que consideran que este tema es una bronca particular y específica de los gringos; que aquí en México no debemos de preocuparnos. Al final de cuentas, nuestra propia Suprema Corte despenalizó la interrupción del embarazo en septiembre del 2021 (aunque su resolución no asegura que se modificarán las leyes a nivel estatal) y también hemos visto como Colombia y Argentina han legalizado esta práctica.

Pero no debemos enredarnos en el tema del aborto. Porque la temática frente a nosotros es más amplia. Porque así como a las gringas les pueden quitar un derecho que han gozado durante 50 años, lo mismo puede pasar en cualquier país y con cualquier derecho.

Bien lo señala Max Fisher en The New York Times, cuando dice que existe una correlación entre los gobiernos que restringen los derechos de las mujeres y una erosión más amplia de la democracia. Porque claro, restringir los derechos de las mujeres es un síntoma de la erosión generalizada de derechos civiles y políticos que llevan a cabo estos regímenes populistas o iliberales.

¿Y por qué tanta preocupación? Porque en la actualidad son precisamente los regímenes autoritarios o antiliberales los que más están avanzando en el mundo. Basta revisar el reporte de Freedom House sobre el estado de la democracia en el mundo para darse cuenta del tamaño de la bronca. 


De acuerdo con su último reporte publicado en febrero de este año, las libertades a nivel global han sufrido 16 años consecutivos de declive. Durante el 2021, un total de 60 países sufrieron caídas en su calidad democrática, al tiempo que solo 25 mejoraron. Peor aún: sólo el 20 por ciento de la población global vive actualmente en países libres, mientras que ocho de cada 10 personas viven en países no libres o parcialmente libres, la proporción más alta desde 1997. 

Así que no importa la postura que tengas sobre el tema del aborto (un derecho que yo apoyo profundamente, por si a alguien le interesa saber). Porque el problema que ocurre en Estados Unidos es sólo una muestra de cómo los gobiernos alrededor del mundo están eliminando los límites y libertades erigidos entre la vida privada de un individuo y el poder del Estado. 

Pocos lo han plasmado de manera tan clara la problemática que enfrentamos como el comentarista político y cómico John Oliver: “Las libertades nunca están garantizadas; se ganan con esfuerzo pero se pueden perder fácilmente. El progreso requiere una lucha constante y sostenida, al igual que la valentía de las personas que elegimos como líderes”.

Están advertidos: ningún derecho está garantizado. Hoy les tocó a los gringos estar perdiendo un derecho esencial, pero mañana puede tocarnos a nosotros. Sólo nos queda exigir, luchar y nunca bajar la guardia. Recuerden: los enemigos de la libertad nunca duermen.

9/5/22

GRAN HERMANO REGIÓN 4

A diferencia del “dinero tonto” que ahora utilizamos, pronto el gobierno sabrá donde se encuentra cada “peso digital” y para qué se está utilizando. Así, el Banxico tendrá conocimiento de cada uno de nuestros pagos y compras.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


En las mazmorras del Banco de México se está cocinando una idea sumamente peligrosa para la privacidad de todos los ciudadanos: la creación de una moneda digital que planea reemplazar al peso mexicano.

Esta ocurrencia la planteó recientemente la gobernadora Victoria Rodríguez Ceja, quien puso cómo fecha de lanzamiento para este proyecto orwelliano el año 2025. Así que tenemos tres años para prepararnos.

“¿Y por qué tanto alboroto?”, se preguntarán ustedes. Pues creo que basta con malpensar un poco para comprender las posibilidades perversas y la capacidad de abuso que tiene esta moneda. 

Bien indicó Tarik Hansen, analista de tecnologías de la información para la Reserva Federal de Estados Unidos, que una moneda digital controlada por un banco central tiene la capacidad de recopilar y almacenar toda clase de información de identificación personal, la cual podría ligar a los usuarios con todas sus operaciones y transacciones financieras. 

Porque a diferencia del “dinero tonto” que ahora utilizamos, pronto el gobierno sabrá donde se encuentra cada “peso digital” y para qué se está utilizando. Así, el Banxico tendrá conocimiento de cada uno de nuestros pagos y compras: sabrá qué clase de productos estamos comprando, dónde los compramos, cuándo los compramos y qué tan seguido los compramos. Esto aplicará con todas y cada una de tus transacciones que realices el resto de tu vida, porque la idea de Banxico es dejar de imprimir dinero eventualmente.



Todo esto me hizo recordar un texto del historiador Yuval Noah Harari, que incluso les compartí en el 2018. En aquel documento (Why Technology Favors Tyranny), Harari introduce el concepto de las “dictaduras inteligentes” que podrían florecer gracias a la Inteligencia Artificial (IA). El argumento es el siguiente:

Harari apunta primero que la diferencia entre democracias y dictaduras no se reduce a una pugna entre dos sistemas éticos opuestos. Igual de importante es que utilizan dos sistemas distintos para el “procesamiento de información”: las democracias distribuyen la información entre numerosos agentes, mientras que los regímenes autoritarios la concentran en un círculo reducido de personas. 

Esto explica el colapso de prácticamente todas las dictaduras del siglo XX. Sin la tecnología necesaria para procesar enormes cantidades de información, el círculo en la cima del poder no podía digerir todos los datos, lo cual llevaba a un incremento en la ineficiencia, al estancamiento de la innovación, a la pérdida del crecimiento económico y al final, a la imposición del régimen en cuestión.

Pero Harari apunta que el auge de la IA soluciona estos problemas. Con la capacidad de procesar miles de millones de datos de manera inmediata, esta tecnología “podría hacer a los sistemas centralizados aún más eficientes que los sistemas difusos”, porque una computadora trabaja mejor entre más data concentra en un solo lugar. Así, la mayor desventaja de las dictaduras pasadas -concentrar el poder e información en un lugar- podría ser hoy la ventaja definitiva de estas “dictaduras inteligentes”. En otras palabras: más información es igual a más control y más poder.

Nada de esto quiere decir que en tres años el Banxico se convertirá en la piedra angular de un régimen totalitario. Pero lo que sí es una realidad es que el gobierno de México tendrá una base de datos de cada ciudadano, la cual continuará creciendo con cada transacción y compra que realicemos. No es una exageración suponer que en un futuro, alguna (o todas) las oficinas del gobierno federal podrían acceder a esta data y usarla en nuestra contra.

Ya están advertidos: tenemos tres años para prepararnos. Y si no aseguramos la privacidad absoluta al momento de lanzar esta moneda digital, pronto despertaremos gobernados por el Gran Hermano de Orwell… aunque sea Región 4.

2/5/22

FEAR AND LOATHING IN BEIJING - PARTE 3

Aquí nos encontramos hoy: en el inicio de esta batalla entre democracias y autocracias que definirá lo que resta de este siglo. ¿Quién saldrá victoriosa? 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

En las dos primeras partes de esta trilogía establecimos un par de asuntos: 1) Que estamos viendo surgir un nuevo orden internacional, basado -como todos los anteriores- en el miedo. 2) Que si en la segunda mitad del Siglo XX el enemigo común del liberalismo fue la Unión Soviética, ahora será China; 3) Que éste no será un orden basado en el neoliberalismo económico, pues éste fortalece a los proyectos expansionistas de Beijing; 4) Que algunas viejas alianzas (OTAN) deberán complementarse con nuevos arreglos comerciales y militares (QUAD, AUKUS) que deberán poner énfasis en los derechos humanos, los derechos laborales y los derechos ecológicos. 5) Que la batalla entre las autocracias y las democracias será el conflicto que definirá al Siglo XXI.

Mi texto anterior terminó con un mensaje ominoso: más allá de que estas alianzas pudieran fracasar por tensiones o contradicciones internas, quizá el mayor peligro es que China también tiene amigos, y podría crear su propio orden global dominado por autocracias y gobiernos antiliberales.

Y esto tiene lógica: ante un nuevo orden liderado por Estados Unidos, Beijing querrá aliarse con regímenes afines y crear un orden contrario. Parte de esta temática es explorada a profundidad por la periodista Anne Applebaum en The Atlantic (“The Bad Guys Are Winning”), donde apunta que las dictaduras de hoy -a diferencia de épocas anteriores- parecen haber formado una especie de “club” para apoyarse y beneficiarse mutuamente.

De acuerdo con Applebaum, la ideología de estas dictaduras es lo menos importante, ya que uno encuentra en esta asociación a comunistas, nacionalistas e incluso teocracias. En principio, los integrantes de esta mafia autoritaria buscan aumentar su poder y la riqueza personal de sus líderes. Esto sucede de varias maneras: las empresas corruptas de un país hacen negocios con las de otro tirano; la policía de un país entrena y equipa a los cuerpos policiacos de su compadre. Las agencias de propaganda comparten estrategias y recursos (granjas de trolls, etcétera) para promover a otro régimen. Y cuando Estados Unidos o la Unión Europea salen a imponerles sanciones, estos países saltan al rescate del imputado para limitar los efectos de este boicot.

Un ejemplo reciente de este comportamiento mafioso ocurrió con Bielorrusia, quien tras su elección fraudulenta de 2020 se convirtió en paria internacional. Rápidamente llegó el aislamiento económico y las sanciones por parte de gringos y europeos. Sin embargo, el tirano Alexander Lukashenko fue cobijado por sus amigos autoritarios; y tanto Rusia como China, Cuba e Irán llegaron a salvarlo. 



Lo mismo sucede ahora con Vladimir Putin, quien acorralado por Occidente ha logrado mantener una línea de crédito abierta con China y ha recibido el apoyo de los gobiernos antes mencionados más otros como Venezuela y Nicaragua.

Applebaum indica que actualmente esta mafia de tiranos funciona como una organización suelta, sin verdadera cohesión formal y sin tener a un líder que funcione como capo di tutti capi. 

Sin embargo, considero que la debacle de Rusia en Ucrania, sumado al poderío económico y militar limitado de estos países hampones, colocarían al régimen de Beijing como líder natural e indiscutible de esta mafia autocrática. De suceder esto, la posibilidad de impulsar un “orden autoritario” formalizado -con tratados y acuerdos de asistencia y protección mutua- no sería descabellado.

Para evitar este futuro sombrío, la primera prioridad del naciente orden internacional será evitar a toda costa una unión entre Rusia y China, las dos autocracias con poderío nuclear más fuertes del mundo, muy al estilo de lo realizado por Nixon y Kissinger en 1972. De no lograrlo, esta unión sería la piedra angular de un bloque neoautoritario que girará en torno a Beijing. 

Aquí nos encontramos hoy: en el inicio de esta batalla entre democracias y autocracias que definirá lo que resta de este siglo. ¿Quién saldrá victoriosa? 

Ahora sí… ¡Hagan sus apuestas, señores!