22/3/12

UNA REVOLUCIÓN SIN CAFEÍNA, POR FAVOR...

Aunque se crea que la guerra contra el crimen organizado en México es una guerra de criminales contra criminales (sean del gobierno o del narcotráfico), la realidad es que no todos los criminales son iguales: hay algunos criminales peores que otros.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Una señal de la madurez lograda por la sociedad civil en México es el surgimiento de diversas organizaciones que pretenden resolver la urgente situación de violencia. Muchos de ellos cantan el slogan de “no más sangre”, otros salen en grupo vestidos con camisas blancas y gritan consignas y majaderías frente a oficinas del gobierno; otros tantos visitan las zonas más afectadas por la guerra y exigen transparencia y rendición de cuentas al Gobierno.

Si alguien me pregunta, yo diría que todas estas acciones son muy loables.

Pero a nivel personal, creo que algunos miembros de estos grupos son fundamentalmente débiles. He escuchado a muchos pidiendo el restablecimiento del orden constitucional sin los problemas que conlleva una acción de esta magnitud. Todos quieren paz y seguridad, pero sin tener que sufrir para conseguirla; quieren una revolución sin cafeína.

Y muchos parecen no saber que aquellos que derraman la mayoría de esa sangre son completamente indiferentes a sus peticiones y no son elegidos por voto popular.

No obstante, no podemos ignorar que el Estado también ha cometido atrocidades contra la población civil, y los camisas blancas han hecho bien en expresar su derecho de mantener vigilado a este poder y exigir la rápida acción de la justicia. Ya en los últimos años, grupos de Derechos Humanos han denunciado muchos de estos crímenes y el gobierno del presidente Felipe Calderón no ha podido permanecer silencioso y ha tenido que responder públicamente.

Pero no hay que confundirnos, amigos. Pues aunque se crea que ésta es una guerra de criminales contra criminales (sean del gobierno o del narcotráfico) y aunque se crea que todos los criminales son iguales, no hay duda que algunos criminales son más iguales que otros.

 

Los cárteles del narcotráfico son quienes han cometido los crímenes más bestiales y son quienes persistentemente atentan contra la libertad de la sociedad. Son ellos los que decapitan, asesinan y llenan las fosas comunes, secuestran, extorsionan, mutilan y amenazan… ¿Qué el Ejército ha comedido algunas acciones similares? ¡Sobra mencionarlo! Pero no existe punto de comparación entre ambos bandos. Heriberto “el Verdugo” Lazcano no es igual al Secretario Guillermo Galván.

Analogías y metáforas sobran para describir este conflicto. Muchos han utilizado la metáfora del narcotráfico como un cáncer que consume al Estado. Siguiendo sobre esta metáfora, se podría decir que uno no puede erradicar un tumor con oraciones, buenas intenciones o con 3 tazas diarias de té de manzanilla. Se requiere de una intervención quirúrgica directa o severas sesiones de quimioterapia.

Y el tener aún un final incierto en la guerra, después de cinco años de combate directo, debería de poner en evidencia el enorme poder que los cárteles ostentan. Un poder –paramilitar y económico- que han acumulado por décadas y que jamás fue guardado celosamente. En todo momento han utilizado este poder para comprar y corromper a las tibias “autoridades” municipales, estatales y federales. La consecuencia inevitable es un Estado doblegado a sus demandas y la creación de un Narco-Estado, en donde la autoridad civil funciona sólo para garantizar el bienestar de los cárteles.

No intento decir que debemos de seguir ciegamente al presidente Calderón en su combate frontal contra los cárteles. El número de muertos, el surgimiento de paramilitares, el atropello de Derechos Humanos y la continuidad en el flujo de drogas hacia el norte y de dinero y armas hacia México son todas señales del fracaso de su estrategia.

Pero si como país pretendemos alcanzar un mayor nivel de bienestar social y económico, es obligatorio eliminar la consolidación de este modelo de gobierno. Y eliminar a un grupo que atenta contra el poder del Estado desde el interior no se logrará con slogans, con discursos elocuentes de paz, con camisas blancas o con marchas que piden el fin de la sangre.

Louis Saint-Just lo dijo muy bien durante la Revolución Francesa: “¿Qué es lo que quieren aquellos que no quieren ni Virtud ni Terror?”. La respuesta es conocida: quieren corrupción. Y esto es sólo otro nombre para la claudicación y la derrota.

12/3/12

FELIPE EL TERRIBLE

Felipe Calderón no es ningún dictador; si queremos encontrar a un verdadero tirano-genocida basta con dar una repasada a la historia del siglo XX.

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Pocas acciones se presentan más sencillas y naturales para el ciudadano mexicano que el acto de maldecir a su gobierno. Concretamente, es la figura física y simbólica del presidente la que generalmente se presenta como el lienzo en donde la sociedad exorciza y arroja diariamente a sus demonios.

Y con justa razón… pues en cualquier Estado liberal, la posibilidad de criticar a los líderes políticos y expresar libremente pensamientos u opiniones es la quintaesencia del espíritu democrático; la base más sólida para el progreso socio-político. Y como sociedad, nada menos debemos exigir, demandar y conservar.

No obstante, una particular paradoja ha surgido en el discurso público durante el último lustro. Mientras nos embriagamos hasta el hartazgo en un desenfreno de injurias e insultos hacia la fauna política mexicana, se ha esparcido la noción entre algunos de que actualmente estamos al borde de (o ya vivimos en) un régimen fascista, totalitario o en una pseudo-dictadura militar que oprime a su ciudadanía en su intento de lograr objetivos perversos y siniestros… los cuales nadie ha logrado identificar con claridad.

No han faltado aquellos que, sin inmutarse, argumentan que Calderón busca con su guerra llevar a cabo un genocidio (¡faltaba más!), todo en asociación perversa con el Imperio norteamericano, quien siempre observa y manipula desde las sombras. Estas opiniones marginales… bueno, mejor no ahondar en este punto. Bastará con decir que esta perspectiva y otras similares son lo más cercano que uno encuentra al borde de la paranoia y la locura.

Pero regresando al estado actual de nuestro país; a ese supuesto régimen fascista del Comandante Calderón. Sin detenerme mucho en la obviedad de lo absurdo de esta línea de argumentación, me parece que la problemática aquí se presenta como una de carácter histórico y conceptual.


Este tipo de juicios, sumado a otros, hacen evidente la completa ausencia de una perspectiva histórica, concretamente de una comprensión de la historia del siglo pasado. Se descubre entonces que existe un vacío de conocimiento y entendimiento que evita formular un análisis constructivo del presente.

Cómo es posible, me pregunto, que alguien que acusa a Calderón de fascista o totalitario no comprenda que, al llamarlo así en público y no sentir inmediatamente la represión por parte Estado (sobre su persona o su familia), se elimina automáticamente la validez y veracidad de su argumento.

Estas personas, - ¿acaso jamás han revisado jamás la historia del siglo XX? - han torcido de forma grotesca conceptos y términos, algo digno sólo de los seguidores del Tea Party en Estados Unidos. Este infantilismo en el uso de conceptos los coloca en un plano externo a la realidad, y evita una crítica certera de los problemas contemporáneos.

Las palabras no son cosas vacías de significado y una equivocación en el uso de términos y conceptos innegablemente lleva a una equivocación para comprender la realidad y las circunstancias presentes.

Está de más mencionar que existe evidencia contundente sobre los enormes errores cometidos por el presidente Calderón en muchas esferas de la administración pública. Es de conocimiento general que la guerra contra los cárteles, aunque completamente necesaria, (a menos que se crea que el modelo del Narco-Estado es la cúspide de la organización social y un sistema político que nos dará seguridad y el crecimiento económico que deseamos) se ha conducido de forma inadecuada, y que la muerte de cada ciudadano mexicano, con algunas excepciones, es una verdadera tragedia.

El inicio para la reconstrucción del país debe de comenzar con la recuperación del debate racional para definir correctamente el presente de México. Saber que calificar al régimen Calderonista de fascista o totalitario es un atropello a la inteligencia.

Si alguien quiere hablar de verdaderas dictaduras, basta con revisar la historia reciente de Chile, Argentina, Rusia, Brasil, Paraguay, Haití, Irak, Libia, Corea del Norte, Camboya, El Salvador, Irán, Panamá, Myanmar, Afganistán, Rumania, etcétera, etcétera. Estos países han vivido lo peor del totalitarismo. No versiones diluidas o descafeinadas, ¡nada de eso!, aquí estamos hablando de serias dosis concentradas de represión Estatal.

Así que, estimados camaradas, por respeto a las víctimas de verdaderas dictaduras militares y por respeto a la verdad histórica… incluso por respeto a la democracia (inmadura y defectuosa) de México, es necesario dejar los infantilismos y volver a la conversación racional.

Porque hablar de Calígula, Iván IV, Stalin, Stroessner y… ¿Calderón?
Por favor… ¡no jodan!

8/3/12

EL EVANGELIO SEGÚN JOSEPH KONY

La ideología del carnicero Joseph Kony y su Lord's Resistance Army está basada directamente en la ideología Cristiana.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Sin temor a equivocarme, puedo asegurar que la categoría de actos humanos más deplorables, aflictivos e inexcusables son aquellos que atentan contra la integridad física o psicológica de los infantes. Sea el uso de niños en diversos trabajos forzados, la violación sexual de cientos de miles por parte del clero católico, la mutilación genital de millones de niñas en seguimiento a una perversa ley islámica, o en un caso aún más bestial, el uso de niños como soldados de guerra. Los distintos escenarios donde la humanidad violenta directamente contra la infancia son incontables y un caso es siempre más grotesco que el anterior.

Recientemente, un video de la organización Invisible Children que llama por la captura de Joseph Kony ha comenzado a causar gran controversia a nivel global. A pesar de innegables errores en la técnica del video, – una particular crítica dirigida al director utilizando a su hijo para explicar importantes detalles de un serio conflicto civil (¿a qué clase de audiencia cree que su video va dirigido, señor Russell?)- me parece sumamente acertado el mensaje subyacente de la causa: Joseph Kony debe de ser capturado (o asesinado) y su ejército debe desbandarse.

Pero el director Jason Russell comete otro evidente error, uno mucho más serio que embelesar a sus seguidores usando la dudosa ternura de su hijo.

Durante el video, el señor Russell muestra y cita un documento redactado por la Corte Criminal Internacional, donde plantea la premisa que el carnicero Kony y su ejército no están luchando por ninguna causa y que sólo perpetúan el combate para mantener su poder. En el 2012, no dudo que esto sea verdad. Pero al enmarcar de esta forma al conflicto civil de Uganda, Invisible Children desecha cualquier análisis crítico que ilumine el origen de la guerra y concretamente, el origen del ejército de Joseph Kony. Con esto, el carnicero queda sin pasado y su hueste sin base ideológica alguna.



Y no hay que ir muy lejos para remediar el error, pues el mismo nombre de la horda de niños asesinos liderado por Kony nos ilumina lo suficiente: Lord’s Resistance Army (Ejército de Resistencia del Señor). Y… ¿a quién creen que Kony se refiere con “Señor” cuando fundó su movimiento? Pues naturalmente a quien otros dos mil millones de personas en el mundo consideran su protector, guardián y amigo: al dios del cristianismo.

Como contexto histórico, es relevante mencionar que el Lord’s Resistance Army (LRA) se formó en 1987 bajo el nombre del Lord’s Salvation Army y en 1992 cambia su nombre al conocido actualmente. Su fundador, el muchacho Joseph Kony, nació en 1961 y en su momento fue un ferviente monaguillo católico que declaraba ser profeta religioso y espiritista. Afirmaba seguir las órdenes directas de dios para reemplazar al gobierno de Uganda con uno regido por los Diez Mandamientos de la Biblia. Es importante mencionar que Uganda se encontraba en una terrible turbulencia política después del sangriento régimen de Idi Amín Dada, considerado por muchos como uno de los gobiernos más brutales de la historia moderna.

Así que, para el joven carnicero/monaguillo, su objetivo principal era gobernar Uganda de acuerdo a los diez mandamientos bíblicos. Aunque para defensa de cualquier lector que se considere seguidor de Cristo, cabe subrayar que pesar de su ideología cristiana, el ideario de su movimiento es un sincretismo de diversas religiones y corrientes de misticismo y superstición.

Y al profundizar más en el necesario contexto histórico, uno se encuentra también con la sangrienta dimensión de los conflictos y las tensiones étnicas que han afligido al continente africano por décadas, en el caso de Uganda, residuos del colonialismo británico. Conflictos que influyeron de forma importante en la fundación del LRA y en las cuales Kony tomó parte, en su inicio como defensor de los Acholi en contra de los Kakwa y Lugbara, aunque ahora, al parecer, como defensor sólo de su propia megalomanía.

Reitero que no pretendo infamar la causa de Invisible Children. Necesario y justo es que Joseph Kony sea enjuiciado o pasado por las armas. Pero como en cualquier otra causa social o política, es fundamental conocer el contexto histórico de aquello que se pretende apoyar; ligeros detalles que el video ni siquiera se esfuerza en transmitir.

Y como argumento final: si la causa de Invisible Children se basa en la protección de los niños en Uganda, no está de más mencionar que el ejército nacional de Uganda, (sí, aquel a quien las tropas de Estados Unidos están apoyando e instruyendo) también utiliza a miles de niños dentro de sus filas.

Pero en fin…
Nada es perfecto en este mundo.

Aunque, sin excusa alguna, en el caso del carnicero Kony, mi deseo es que encuentre uno de los “ierros” que Gonzalo N. Santos aplicaba a sus enemigos políticos: encierro, destierro o entierro.