29/9/15

La revolución verde (o cómo tu ensalada de lechuga está destruyendo al planeta)

Comer algunos tipos de lechuga es equivalente a masticar agua crujiente; pero el impacto ambiental y ecológico que requiere preparar una ensalada de lechuga es enorme. Por esta razón, tu ensalada de lechuga está destruyendo al planeta.

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


En este mundo moderno, resulta muy común caer rendidos y arrodillados frente a las ensaladas cuando nuestra vida ha pasado por un periodo de embarazosa glotonería o excesivos vicios. También estoy seguro que todos hemos sentido ese heroico virtuosismo cuando rechazamos las garnachas o las tortas por un gran plato de lechuga, el cual devoramos en la búsqueda de indulgencia por nuestros pecados de gula.

No obstante, queridos lectores, lo que muy pocas personas saben es que al dejarnos llevar por los cantos de sirena de ese embustero vegetal conocido como la lechuga, lo que en verdad logramos no es cuidar nuestra figura, sino contribuir a la destrucción del planeta Tierra.

Seguro que para muchos de ustedes esta premisa parecerá absurda o estrafalaria. Sin embargo, como bien lo argumentó el periodista Tamar Haspel en su reciente artículo del Washington Post, existen múltiples razones por las cuáles las ensaladas de lechuga deben ser consideradas el enemigo público número uno por todos nosotros.

En primer lugar, la lechuga es uno de los vegetales con menos valor nutricional en el mundo. Pensemos un momento en la lechuga iceberg (probablemente la más común en los supermercados): su composición es 96% agua, con algunas escazas vitaminas repartidas entre sus hojas. Por lo tanto, podríamos decir que consumir lechuga no es demasiado distinto a tomar un vaso de agua. Eso sí, para que la infame lechuga llegue a nuestra ensalada, fue necesario tomar enormes extensiones de terrenos para su cultivo, sumarle un inmenso gasto de agua para regarlas, para que finalmente podamos consumir algo que es prácticamente… ¡agua crujiente!

A este gastadero de recursos debemos agregarle la huella de carbono que involucra refrigerar nuestra crujiente agua por numerosas horas, así como la gran cantidad de gasolina requerida para transportarla desde el campo hasta los centros de distribución en las ciudades, donde terminará por ser consumida por millones de personas sin aportarles prácticamente ningún nutriente. Les repito compañeros: ¡esa maldita lechuga es una calamidad ecológica!


Ahora bien, estoy consciente que gran parte de los vegetales están compuestos mayoritariamente por agua, y que el 96% de agua en la lechuga no es un problema en sí mismo. Lo que quiero subrayar aquí es que estamos desperdiciando una enorme cantidad de recursos para consumir alimentos que contienen tan pocos nutrientes como un pedazo de cartón.

Porque la lechuga no es la única culpable en todo esto. Para encontrar más vegetales embusteros, sirve mucho revisar el análisis nutricional desarrollado por Charles Benbrook y Donald David. Su estudio nos permite ver a detalle cuáles de los vegetales que consumimos periódicamente son una falacia nutricional. Y en el fondo de su lista de nutrición aparecen otras verduras junto con la vapuleada lechuga: los pepinos, los rábanos y el apio. Todos ellos vegetales muy comunes en nuestras ensaladas que al final son también aspiradoras de recursos naturales con un escasísimo valor nutricional.

 Todo esto es relevante porque nos encontramos en un punto de nuestra historia donde cada día requerimos encontrar mejores maneras para alimentar a todos los seres humanos –recordemos que somos más de 7 mil millones de personas en el mundo-. Por lo que resulta verdaderamente absurdo continuar plantando, regando, cosechando, y transportando esas miles de toneladas de agua crujiente a nuestros platos.

¿Qué debemos hacer entonces? ¿Acaso esto significa que estamos condenados a una vida de obesidad y de fritanga? ¡No, queridos amigos!, no debemos caer en la desesperación o en el nihilismo. Porque por fortuna, existen muchas opciones que son infinitamente más nutritivas que la lechuga y los apios, y que incluso hacen una mejor ensalada bajo cualquier medición. Y para esto, no hay que mirar más lejos que la espinaca y la col rizada (kale, en inglés).

Así que ya saben la respuesta a este dilema. Pero si ustedes quieren seguir consumiendo lechugas y pepinos, y arruinar en el proceso a nuestro planeta con sus egoístas decisiones, pues no queda más que desearles éxito en enflacar esos tres kilos extra que traen encima. Y sí… supongo que nos veremos pronto en el apocalipsis ecológico que han desatado.

¡Buen provecho, compañeros!


Una versión de este artículo se publicó originalmente en Púrpura

10/9/15

Hoy no me quiero embarazar

Siempre me ha parecido curioso que las personas más obsesionadas por evitar el aborto sean al mismo tiempo las más angustiadas por evitar el uso de anticonceptivos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Siempre me ha parecido curioso que las personas más obsesionadas por evitar el aborto sean al mismo tiempo las más angustiadas por evitar el uso de anticonceptivos. Nunca he entendido esta contradicción, pues me parece que la ecuación es sumamente sencilla: si más gente utiliza anticonceptivos, menor será el número de embarazos no deseados, lo que da como resultado un menor número de abortos. ¡Así de fácil! 

Por lo tanto, si el objetivo de nuestros hermanos católicos, cristianos, evangélicos -o ve tú a saber la denominación a la que pertenezcan- es tener un menor número de abortos, pues entonces sería urgente promover en todos los rincones del mundo el uso de anticonceptivos.

Hago un breve paréntesis ya que estamos en el tema: ¿Por qué los cristianos se enfocan tanto en odiar a los homosexuales? ¿Qué no son ellos los menos proclives a tener un aborto en toda su vida? Muy extraño todo eso, pero como en muchas otras cosas ya hemos aprendido que “los caminos del Señor son misteriosos”. Dejemos este tema para otro episodio. 

Volviendo a lo que nos concierne, estoy casi seguro que todos ustedes se han encontrado en algún momento con uno de estos seres piadosos que sataniza a toda mujer por pensar en interrumpir su embarazo, pero que al mismo tiempo le prohíbe disfrutar su sexualidad con la seguridad que ahora nos brinda la medicina moderna. 

Mucho de esto responde a la extraña simbiosis que estas personas han creado entre la moralidad y la sexualidad. Porque para muchos, ser una mujer virgen significa ser una mujer pura; y por lo tanto, toda aquella que comete un acto sexual, es automáticamente vetada del club de las almas piadosas. 

Pensémoslo bien, ¿no les parece extraño que la figura femenina a quien la Iglesia Católica impuso como ejemplo a seguir haya sido María? Y díganme ustedes, ilustres lectores, cuál fue el mayor logro de María. ¡Pues claro! ¡Nunca haber tenido sexo! Porque jamás escuchamos hablar de “María la Sabia”, “María la Magnífica” o “María la Virtuosa”. ¡Faltaba más! Debemos recordar a estar mujer como la “Virgen María”; pues poco importa qué más hizo esta señora en su vida, con tal de que nunca haya tenido sexo. 


Gran parte de esta mentalidad viene ligada a las prioridades que la Iglesia ha tomado en las últimas décadas. Recordemos por un momento el caso de Anjezë Bojaxhiu, una monja originaria de Albania que usando la magia de la mercadotecnia y la publicidad, llegó a convertirse en la superestrella del catolicismo bajo su nombre artístico de “Teresa”. El pasado 5 de septiembre, el mundo conmemoró el decimoctavo aniversario luctuoso de esta señora, pero en vez de lanzar las campanas al vuelo, debemos recordar algunos detallitos turbios sobre la Madre Teresa. 

Porque lejos de ser una anciana piadosa que cuidaba a los pobres de Calcuta, nuestra afamada Teresa era también el rostro del catolicismo en contra del aborto y el uso de anticonceptivos a nivel global (auspiciada por mi tocayo, el Papa Juan Pablo II). Su mensaje central cuando predicaba mostraba un fanatismo absoluto en contra de cualquier método para controlar la fertilidad de la mujer. Incluso al recibir el Premio Nobel de la Paz, nuestra Santa Madre habló del aborto como el principal culpable en la destrucción de la paz mundial. ¿En serio Madre? ¿No era un mayor peligro para la paz el arsenal nuclear de la Guerra Fría, la desigualdad económica o la escasez de recursos naturales? Lo que nadie le preguntó es cómo esperaba terminar con los abortos, si era igual de fanática para frenar el uso de cualquier método para evitar embarazos. 

Poco vale la pena discutir los disparates de esta mujer en temas de sexualidad. Y aunque ahora, 18 años después de su fallecimiento, millones de personas sigan creyendo en sus ideas, la realidad contemporánea es que la sexualidad es algo que cada día comienza a escapar del reino la superstición, para convertirse en la responsabilidad individual de personas que (esperemos) tomen decisiones responsables. 

 Así que la próxima vez que quieran conmemorar el fallecimiento de nuestra Santa Madre Teresa, recuerden lo mucho que hemos avanzado como sociedad para escapar del oscurantismo religioso en temas sexuales. Porque seamos honestos, ¿en verdad queremos seguir tomando consejos sobre sexualidad de monjas vírgenes y sacerdotes castos? 

A esto yo les respondo: ¡gracias, pero no gracias!



Este texto se publicó originalmente en Púrpura.

1/9/15

Una mentada de madre

La Madre Teresa era una monja corrupta, fanática y reaccionaria. Que nos quieran ahora vender la idea de que era una mujer santa... bueno, eso sí que es una mentada de madre.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Resulta siempre entretenido observar cuando uno de los grandes ídolos populares cae de su pedestal para hundirse en la desgracia y la ignominia. Esto rara vez tiene consecuencias graves: si una figura pública es balconeada como un fraude, a lo mucho dejará corazones rotos o ilusiones astilladas.

Problemas serios surgen cuando la admiración se transforma en idolatría; pues la veneración hacia una persona hace que la sociedad se ciegue ante sus errores o crímenes. Pocos ejemplos más aterradores que Marcial Maciel, un espécimen que murió rodeado con aura de santidad, sólo para revelarse que gustaba pasar sus días en decadentes espirales de pederastia, fornicación y adulterio.

Después del caso Maciel parecería absurdo que sigamos confiando ciegamente en las personas que admiramos; mucho menos si aseguran recibir mensajes directos de Dios. Pero incluso hoy, algunas personas todavía escapan del escrutinio público por tener una membrecía en el reino de lo sagrado.

No hay que buscar más lejos que Anjezë Bojaxhiu, una monja de Albania que saltó a la fama mundial bajo el nombre de Teresa. Porque incluso después de 18 años de su muerte (conmemorada cada 5 de septiembre), la opinión pública se ha visto muy lenta en revelar las bajezas que cometió esta mujer al frente de las Misioneras de la Caridad.


La Madre Teresa, -lejos de ser esa anciana risueña que amaba a los pobres-, dejó un legado de corrupción sazonado con su fetichismo por el sufrimiento. Más que cuidar a los pobres en los hospitales que fundó, esta señora pasaba su tiempo viajando en lujosos jets y codeándose con lo peor de la fauna política.

Claro ejemplo fue su viaje a Haití de 1981, cuando comentó que pocas veces había visto tanta cercanía entre un pueblo y su gobierno. Pequeño detalle: el gobierno en cuestión era el horrífico régimen de los Duvalier, una dinastía que oprimió y saqueó a sus ciudadanos durante 29 años. Por si fuera poco, después de recibir una donación millonaria, -dinero que (sobra decir) pertenecía al pueblo haitiano y no al dictador-, nuestra Madre sostuvo que conocer a los Duvalier fue una “hermosa lección” de vida.

Uno esperaría que las millonarias donaciones fueran invertidas en mejorar sus hospicios en Calcuta. ¡Faltaba más! La señora uso ese dinero para fundar cientos de conventos de su organización por todo el planeta, mientras sus hospitales jamás dejaron de ser depósitos de enfermos en condiciones deplorables. Y si a esto le agregamos el fetichismo que mostraba hacia el dolor y el sufrimiento de sus pacientes (porque había que imitar el ejemplo de Jesucristo) estamos hablando de verdaderos sanatorios infernales.

La extravagante adulación hacia la Madre Teresa ofuscó también la visión filantrópica de toda una generación. Porque en su largo peregrinar, esta señora presentó a la India y al resto del Tercer Mundo como lugares dantescos que requerían de nuestra caridad y compasión. Total, para qué buscar soluciones reales a la pobreza, crear verdaderos hospitales o programas de planificación familiar, si al final la gente lo que necesita es caridad y compasión.

Últimadamente, ustedes pueden seguir pensando lo que gusten sobre la Madre Teresa. Pero que intenten seguir vendiéndola como faro de moralidad para el mundo o como una santa en vida, ¡eso sí que es una mentada de madre!