22/6/20

SIGUE LA BOLA...

El mundo rompió su encierro para exigir una transformación profunda en el pacto social. Nosotros nos inventamos una lucha de clases para hacer desmadre y vandalizar.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Iniciamos con una máxima de los antiguos poetas: “¡Nos salieron más cabrones que bonitos!”.

Mientras pensaba en un tema para esta columna, mi primer instinto –cual eterno optimista– era presentar un panorama desolador del mundo. Me preocupaba que la pandemia nos había convertido en una sociedad dócil y obediente; y que los gobiernos empoderados por nuestro miedo aprovecharían esto para imponer aún más restricciones durante la “nueva normalidad”. El resultado –creía yo– sería una una distopía donde nuestras libertades de pensamiento, asociación, traslado y diversión se verían más limitadas, mientras el Estado, cual ogro benefactor, diría que esta nueva esclavitud era “por nuestro bien”.

Así iban las cosas, cuando de pronto… ¡CATAPLUM! ¡Que se arma la marabunta! La sociedad estalló, perdió miedo al virus, abandonó su encierro y volvió a las calles con venganza.

El detonante fue el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis. A partir de entonces, las manifestaciones masivas se extendieron por cientos de ciudades en EE.UU. y luego a nivel internacional: todas buscando eliminar la brutalidad policiaca y el racismo estructural que impera al momento de aplicar la ley.

En México también vimos nuestra serie de protestas, pero con sus agravantes idiosincráticos.

El alboroto comenzó con la muerte de Giovanni López, quien aparentemente fue asesinado por policías en el municipio de Ixtlahuacán de los Membrillos, Jalisco.

Como suele suceder en nuestro país, las cosas rápidamente se desdibujaron. En vez de protestar como el resto del mundo para reparar a nuestras corporaciones policiacas, la gente decidió politizar el asunto y pidió la renuncia del gobernador Enrique Alfaro.

Esto es incoherente. En primer lugar, Alfaro no es responsable de la policía municipal. En segundo lugar, su renuncia no resuelve nada. Y que quede claro, no busco defender al gobernador, porque en realidad ese sujeto me tiene sin cuidado.

Mi punto es que nuevamente estamos perdiendo una oportunidad irrepetible para pedir una verdadera transformación en nuestro sistema de impartición de justicia. Nadie puede negarlo: las policías municipales de México son un verdadero desastre.


Van algunas cifras del INEGI: en el 2018 hubo 24.7 millones de víctimas de algún delito del fuero común. Pero la población tiene tan poca confianza en sus policías locales que no reportó el 93.2% de estos delitos, citando como principales causas que “sería una pérdida de tiempo” o que “no tiene confianza en las autoridades”. De los crímenes reportados ante el Ministerio Público, en el 51.1% de los casos “no pasó nada” o se detuvo la investigación. A nivel nacional, el 67.2% de la población considera a la inseguridad como el problema que más afecta sus vidas.

¿Por qué diablos no protestamos contra esto? ¿Por qué no armar un verdadero congal contra esta cotidianidad dantesca? ¿Por qué no salir a la calle para pedir el final de la opacidad, de la corrupción, de las mordidas, del abuso policial? Vivimos diariamente al borde del abismo; a merced de la barbarie y el crimen. ¿No es algo que merezca una protesta de proporciones bíblicas?

Pero no… mejor será vandalizar un palacio de gobierno estatal o destruir comercios en el Centro Histórico de la capital. En esto acabó nuestro gran movimiento. Aquí las miserias de nuestros ideales. ¡Viva la revolución!

El mundo rompió su encierro para exigir una transformación profunda en el pacto social. Nosotros nos inventamos una lucha de clases para hacer desmadre y vandalizar.

Ellos salieron más cabrones que bonitos. Nosotros simplemente primitivos.

Publicado originalmente en Vértigo

8/6/20

LA VERDADERA PESTE CHINA

¿Alguien se acuerda del cambio climático? ¿Pusieron atención a lo que ocurre en Hong Kong? Pues hoy continuamos con nuestro recorrido por los temas ignorados y desatendidos por nuestra obsesiva fijación pandémica.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¡Éxtasis! Si sólo comprendieran el placer que viene con la libertad de ignorar al microscópico yasabenquién: los días recuperan sus dimensiones; los contornos de la realidad se manifiestan con claridad; las puertas de la conciencia se expanden. ¡Un delirio!

Les recuerdo que en mi columna anterior tomé un voto de silencio sobre la actual situación epidemiológica. Había dicho que todos estábamos tan dopados por la monotonía informativa que habíamos perdido de vista acontecimientos más interesantes, trascendentales e inclusos peligrosos para nuestro futuro inmediato.

Así que hoy continuaremos este viaje hacia las fronteras ignoradas y desatendidas por nuestra obsesiva fijación pandémica. ¡No temas, lector! ¡Avancemos!


Primero una brevísima parada en el histórico logro del 30 de mayo: el cohete Falcon 9 de SpaceX despegó desde Florida llevando con éxito a Bob Behnken y Doug Hurley al espacio sideral. Así inicia una nueva era en la exploración espacial, y si no ven la importancia de este acontecimiento, entonces no tienen alma y merecen una maldición maligna.

Segunda parada: cambio climático (no se quejen). Porque si algo ha causado optimismo en los últimos meses es ver cómo la naturaleza recupera el terreno perdido tras la retirada del homo sapiens. Todos vieron a los delfines en Venecia o cómo los Himalayas se vieron desde Jalandhar (India) por primera vez en décadas por la ausencia de contaminación.

No canten victoria: la amenaza del cambio climático seguirá cuando salgan de casa. Es un hecho que en los primeros meses del 2020, las emisiones globales de gases de efecto invernadero cayeron un 17%. Pero en mayo, la concentración de CO2 en la atmósfera ascendió a 418 partes por millón. O sea… fue la concentración más alta jamás registrada en la historia humana. La parálisis mundial no enmendó la destrucción que hemos causamos: el CO2 sigue acumulándose.

Pero no nos adelantemos y hablemos mejor de algo que nos afecta hoy mismo. Tercera parada: ¡Hong Kong!

¿Por qué tanto alboroto en HK? Va un resumen: Desde que los británicos regresaron este territorio al dominio chino, HK se gobernó con ciertas libertades que fueron tolerados [en parte] por una China autoritaria (“Un país, dos sistemas”). Pero el año pasado, el gobierno de HK quiso imponer una nueva ley de seguridad que permitiría la extradición de criminales a China. Esto abría las puertas a detenciones arbitrarias y a juicios corrompidos. Obviamente se armó la gorda y vimos protestas masivas durante meses. La ley terminó en el limbo legislativo.

Pero el desgraciado de Xi Jinping no se dio por vencido y a finales de mayo aprobó una Ley de Seguridad Nacional para combatir la “traición, sedición, secesión, y subversión”. Lo que no pudo hacerse a nivel local, se hizo a nivel nacional. Cabe decir que los términos de la ley son tan ambiguos que prácticamente criminaliza cualquier protesta contra el gobierno central de Beijing.

Las consecuencias son enormes en cuestiones geopolíticas, diplomáticas, comerciales y humanitarias. Revela a una China tramposa con intenciones de dominación absoluta a nivel nacional y regional; hace añicos los sueños democráticos y liberales de HK; pone en peligro la autonomía de Taiwán; incrementa la desconfianza global y aumenta la tensión entre China y EE.UU que podría concluir en un encuentro bélico.

El mensaje de China para el mundo es muy claro: ha iniciado una nueva era de terror.

Todo esto sucedió mientras millones de personas alucinaban con pandemias, dejando en claro que los verdaderos peligros son distintos a los que creemos. Basta preguntarle a cualquier ciudadano Hong Kong.

Publicado originalmente en Vértigo Político