Parte 3 de 3 de la serie: "Tijuana: Un salvaje recorrido por el corazón del desconcierto mexicano."
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Los extranjeros disfrutaron de una cerveza con clamato por primera vez en sus vidas, en un pequeño bar con vista al mar. "En las playas mexicanas los gringos beben Coronas y los mexicanos beben clamatos" ofreció el japonés. Supongo que de cierta manera tiene razón. Pedí los clamatos en copa, y con grandes camarones adentro. Ambos extranjeros pasaron por el ritual de horrorizarse ante la idea de verter su cerveza en un gazpacho almejoso en el que literalmente flotaban animales del mar ("¿acaso podría existir un brebaje más insólito y asqueroso para combinar con esta refrescante cerveza?"), y posteriormente enamorarse del complejo sabor de la bebida más improbable de México.
Terminamos nuestra aventura en un restaurante sinaloense que nos habían recomendado (en el viaje hacia allá, el taxista no tardó en mencionar animadamente el mejor lugar para conocer chicas fáciles. Empezaba a notar un patrón ahí). Apenas abrimos las puertas del taxi, a varios metros de El Negro Durazo, se escuchaba ya el tremendo ruidazo de música banda en su interior. Giré para ver las caras de mis colegas, y ellos no escondieron su espanto. No dejé opción a la duda, me dirigí directamente a la entrada. Al abrir la puerta recibimos una cachetada de sonido que casi nos dobla la espina dorsal.