La sociedad debe de estar consciente que la mayoría de las personas que los cautivan son fabricados por una industria con fines de lucro y detrás de ellos existen inmensas campañas de marketing que pulen y manipulan su imagen.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
Es inevitable sentir una perversa satisfacción cuando un líder querido y admirado por la sociedad de pronto cae de su pedestal y se hunde en la desgracia. No sé exactamente el origen de este placer, pero imagino que responde al encanto de observar cómo los seguidores de dicho líder, incrédulos y mortificados, se desgarran las vestiduras y se cuestionan cómo pudieron ser engañados por un charlatán y un fraude.
La frecuencia de este hecho no debe de llegar como sorpresa. En nuestra cultura de consumismo voraz, todo se ha transformado en un commodity o en una mercancía con potencial de lucro; incluso las personas ahora se nos venden prefabricadas y empaquetadas en la forma de ídolos y héroes para nuestro consumo masivo.
Esta creciente industria de ídolos es la encargada de indicarnos incesantemente a quién debemos de admirar, de seguir, de apreciar, de imitar o de rendir pleitesía; el motor de esta industria es el culto a la personalidad, y como en un espectáculo de cabaret, la materia prima es la frivolidad y la superficialidad de una imagen. Muy similar al resto de los productos que consumimos, la gran mayoría de estos ídolos son mercancía chatarra; héroes desechables o de rápida caducidad.
Para la sociedad contemporánea, poco o nada importan los logros de vida o el talento de una persona; los ídolos incluso son creados dentro de un reality show para luego desaparecer igual o más rápido. Estos bajos estándares son los responsables de darnos como modelos de vida a un montón de bichos raros con personalidades mediocres y no extraña que en la lista de ídolos más populares se encuentren los jugadores de futbol, las actrices de telenovelas y los cantantes de reggaeton.
Con el reciente escándalo de Lance Armstrong, la cuestión de los héroes chatarra vuelve a cobrar relevancia, porque aun cuando a la mayoría de las personas el tema del ciclismo los tenga sin cuidado, la infatigable industria de ídolos se esmeró por crear un perfil sobrehumano en torno a Lance. Con el paso del tiempo, Armstrong dejó de ser solamente un buen ciclista para convertirse en un ejemplo vivo de perseverancia, de superación y de tenacidad.
Al final, Lance resultó ser un embustero y un fraude, aunque realmente poco importa esto. En el peor de los casos, Armstrong dejará algunos corazones rotos y otras tantas ilusiones destrozadas; y acostumbrados a consumir compulsivamente, una vez que nuestro héroe pasa de moda o se termina su vida útil, se desecha y se busca uno nuevo.
El verdadero problema surge cuando la sana admiración se transforma en reverencia y adoración, pues esto suele generar una ceguera colectiva hacia los errores del líder en cuestión. Incluso en el caso de Armstrong ya se comenzaban a mostrar matices de esto, pues tras fuertes rumores de que Lance consumía drogas para incrementar su rendimiento físico, millones de personas se mantuvieron incapaces de aceptar este hecho y creyeron fielmente en la versión del ciclista acusado.
Esta situación puede llegar a extremos mucho más graves, y no extraña que en la religión organizada se den los peores casos. En este territorio, el ejemplo paradigmático del héroe chatarra fue Marcial Maciel, el Gran Líder de la secta religiosa conocida como los Legionarios de Cristo.
Durante el apogeo de su popularidad, amplios sectores sociales se encontraban completamente fascinados con este hombre, hasta el punto que los integrantes de su secta pretendían declararlo santo de la Iglesia. Pero a diferencia de otros ídolos chatarra que son inofensivos, Maciel mantenía una doble vida como pederasta y pedófilo, abusando sexualmente a cientos de infantes durante su vida como sacerdote.
Cuando por fin se presentó numerosa evidencia de sus crímenes, la sociedad se mostró incrédula, calificó a los delatores de instigadores injuriosos y toda acción para detener a este monstruo fue paralizada. Incluso su caída de gracia post mortem fue incapaz de ser celebrada alegremente por el inmenso horror que dejó Maciel.
Con los ejemplos citados no pretendo insinuar que sea necesario prescindir de toda admiración y respeto hacia nuestros ídolos y líderes; acepto que esto natural e incluso positivo en algunos casos.
Pero la sociedad debe de estar consciente que la mayoría de las personas que los cautivan son fabricados por una industria con fines de lucro y detrás de ellos existen inmensas campañas de marketing que pulen y manipulan su imagen. Cabe decir que a diferencia de estos productos de la mercadotecnia, los verdaderos héroes –los académicos, científicos o filántropos- raras veces son reconocidos y admirados por la sociedad.
Al final, cada quien es responsable de elegir a sus propios héroes de vida. En la mayoría de los casos, las consecuencias de seguir a un charlatán o a un bribón son poco graves. Sin embargo, es necesario mantener siempre un sano escepticismo ante todos ellos, pues sólo evitando caer en un ofuscado culto a la personalidad se podrá prevenir el surgimiento de otra bestia como Maciel.