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12/9/22

LA BLASFEMIA MODERNA

¿Qué hubiera ocurrido si Salman Rushdie hubiera publicado Los Versos Satánicos en el 2022?


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

“No tiene sentido; no tiene propósito; no tiene por qué ser respetado como frase. 'Estoy ofendido por eso’. ¡Bueno, y qué chingados importa!".
- Steven Fry

El atentado contra la vida del escritor Salman Rushdie vuelve a poner al radicalismo religioso en el centro del discurso público. En concreto, la brutal intersección entre el fanatismo y la libertad de expresión.

Como bien saben, la trágica odisea de Sir Salman inicia en 1989 con una fatwa del Ayatollah Khomeini en la cual ordena la muerte de Rushdie como respuesta a la publicación de su novela Los Versos Satánicos. O sea, porque el señor Salman cometió una blasfemia. 

Si no tienen la definición a la mano, va la de la RAE. Blasfemia: “palabra o expresión injuriosas contra alguien o algo sagrado”. Y una más por amor a la precisión. Injuria: “Hecho o insulto que ofende a una persona por atentar contra su dignidad, honor, credibilidad, etc”.

Aquí encontramos el meollo del asunto: Sir Salman fue condenado a muerte simplemente por “ofender” con sus palabras. Pero hay que dejar algo en claro: el derecho a no ser ofendido no existe. 

De entrada, porque “ofenderse” es una reacción sumamente subjetiva. Cuando alguien comete una agresión física, el dolor que causa el impacto de un puño es prácticamente universal. Con esto en mente, podemos decretar que está prohibido golpear a alguien. Lo mismo ocurre con el discurso de odio. En muchos lugares existen legislaciones que penalizan un discurso que tiene la intención de violentar, evitando discrecionalidades cuando se toma en cuenta la “intención” de ese lenguaje odioso.

Pero esto no sucede con la ofensa. Lo que es ofensivo para una persona, puede no serlo para otra. Es por eso que en una sociedad liberal existe el derecho a expresar con absoluta libertad cualquier opinión sin temor a represalias, dando por hecho que en este intercambio de opiniones, algunas podrán parecer equivocadas, extrañas o incluso “ofensivas”.

Pero esto es lo bonito del asunto: el respeto a las opiniones ajenas garantiza que cuando tus opiniones sean las que alguien considera “ofensivas”, aún así serán respetadas. 


Todo lo anterior me lleva a una pregunta: ¿Qué hubiera ocurrido si Salman hubiera publicado Los Versos Satánicos en el 2022? La pregunta es relevante porque a finales de los 80s, la opinión pública en Occidente mayoritariamente defendió su derecho a publicar su novela, argumentando que en toda democracia debe prevalecer un respeto a la tolerancia y el derecho a la libertad de expresión. 

Pero hoy vivimos en un mundo hipersensibilizado donde la “ofensa” vuelve a cobrar relevancia, aunque ahora dentro de un marco secular. Lo vemos a diario, donde las “buenas conciencias” cancelan a escritores, académicos, comediantes, actores, políticos, libros y películas cuando emiten alguna opinión impopular u ofensiva.

¿Saldrían ellos a defender a Rushdie como sucedió en 1989? ¿O serían aliados de una teocracia oscurantista, alegando una actitud colonialista de un autor privilegiado y educado en Cambridge que ahora se “apropia” de una cultura ajena para insultarla?

Podría parecer descabellado, pero yo me decanto por la segunda opción. Porque así como siguen perdurando fanatismos religiosos que debieron quedar sepultados; igual existen millones de personas que han traído de vuelta este radicalismo en una versión laica, prefiriendo pisotear tus derechos elementales antes de que “ofendas” la sensibilidad de otro. Estos son los Ayatollahs seculares de hoy emitiendo sus fatwas asesinas contra cualquier blasfemia moderna.

¡De rodillas paganos! 

27/9/21

LA RABIETA DEL PROFETA

 Si hablamos de respetar los derechos de las mujeres “dentro del islam”, haríamos bien en ir a la fuente original. ¿Qué dice el Corán respecto al tema?

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¡Ahora sí! Tras 20 años de guerra, Estados Unidos se retiró oficialmente de Afganistán y el país se encuentra nuevamente en las garras del temible Talibán. La preocupación ahora es conocer la verdadera agenda de este grupo. En público dicen que su movimiento no es igual al que tomó el poder en 1996; pero reportes denuncian ya abusos y crímenes similares a los de hace cinco lustros.

Para mí no hay gran confusión: el Talibán miente. Sus líderes son los mismos que hace 25 años y dejaron claro que no habrá democracia en su país. Un representante comentó a Reuters: “Ni siquiera se discutirá qué tipo de sistema político se aplicará en Afganistán porque es muy claro: es la ley sharía y punto”.

Aún así, una frase emitida por otro vocero quedó ominosamente suspendida en el aire: “Las mujeres estarán contentas de vivir bajo la ley sharía (...) vamos a permitir que trabajen y estudien, pero dentro del marco de la ley islámica”.

Antes de seguir, veamos de qué se trata todo esto de la sharía. La explicación más sencilla es que se trata de un cuerpo de reglas religiosas que guían la vida diaria de los musulmanes, basada en el Corán y en los dichos y enseñanzas del profeta Mahoma.

En el mundo islámico, este sistema se aplica dentro de un amplio espectro, pasando desde lo más laxo hasta lo más autoritario. Esto varía entre sociedades, familias e individuos. La mayoría de los países aplican la sharía para cuestiones civiles (matrimonio, herencias, custodia de niños...) pero otros llegan a basar su código penal en esta tradición. El Talibán, sobra decir, es de los más estrictos y totalitarios.

Durante su reinado del terror se instauró el Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio que forzaba las medidas más oscuras del Islam: las mujeres debían cubrir su cuerpo con un burka; se les prohibió el estudio, trabajo y salir de casa sin compañía de un familiar varón; se prohibió la música, televisión y deportes; y claro, ejecutaban públicamente a adúlteros, homosexuales y otros ‘indeseables’.

Pero si hablamos de respetar los derechos de las mujeres “dentro del islam”, haríamos bien en ir a la fuente original. ¿Qué dice el Corán respecto al tema? Aquí utilizo la traducción del Dr. Juan Vernet (Ed. Plaza, 1997):


AZORA IV (19 y 20) “Aquellas de vuestras mujeres que cometen fornicación (...) mantenerlas cautivas en las habitaciones hasta que las llame la muerte”.

Azora IV (38) “Los hombres están por encima de las mujeres, porque Dios ha favorecido a unos respecto de otros, y porque ellos gastan parte de su riqueza en favor de las mujeres. Las mujeres piadosas son sumisas a las disposiciones de Dios; son reservadas en ausencia de sus maridos (...) A aquella de quienes temáis la desobediencia, amonestados, mantenerlas separadas en sus habitaciones, golpeadlas”.

Azora IV (175) [Sobre las herencias] “al varón corresponde una parte igual a la de dos hembras”.

Azora XXIV (30) “Di a las creyentes que bajen sus ojos, oculten sus partes y no muestren sus adornos (...) ¡Cubran su seno con el velo!”.

Azora XXXIII (32) “¡Mujeres del profeta! No sois como las otras mujeres (...) ¡Permaneced en vuestras casas!”.

Dejemos aquí este breve compendio de las joyas del Corán. Y para aquellos que aleguen que el Pentateuco o los Evangelios plantean cosas similares, yo les respondo: seguro que sí, pero nadie en su sano juicio piensa basar hoy nuestra Constitución o Código Penal en textos escritos hace 2000 años.

Porque una cosa es muy clara, las sociedades del siglo XXI no pueden ser gobernadas con leyes escritas en la Edad de Hierro o en el siglo VII. Las sociedades son ahora más avanzadas y complejas que los grupos seminómadas que rondaban por la península arábiga hace siglos. Pero más importante aún: que los derechos de las mujeres no son negociables, no importa lo que diga Allah o su profeta.

24/5/21

LA RELIGIÓN NO SE DESTRUYE, SÓLO SE TRANSFORMA

El peligro ahora es que los debates políticos comienzan a transformarse en discusiones metafísicas; algo letal para las democracias liberales.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Les confieso algo: durante gran parte de mi adolescencia creí firmemente que la religión debía desaparecer para que la sociedad pudiera avanzar hacia una nueva era de racionalidad e ilustración. Esta cruzada secular fue un fracaso. No logré convencer a nadie.

Para mi fortuna, no era necesaria mi participación. La religión ha ido retrocediendo en gran parte de Occidente, incluso en nuestro México, por numerosas y muy diversas causas que no vale la pena discutir ahora.

Tomemos el caso de Estados Unidos. De acuerdo con Gallup, durante gran parte del siglo XX el 70% de las personas en promedio asistían a alguna iglesia de manera periódica. Pero en su medición del 2020, esta participación tuvo una caída brutal, terminando en un alarmante 47 por ciento.

En México las cosas son algo similares. El censo del 2010 mostraba a poco más de 84 millones de católicos y 10 millones de “otras” religiones. Los no creyentes apenas sumaban 4.6 millones de personas. Para el censo del 2020, se contaban 9.1 millones de no creyentes (un incremento de 96%); mientras que los feligreses subieron sus números de manera más marginal, 7%  para católicos y 59% para otras religiones.

Estas cifras debieron alegrar al ateo beligerante que aún vive dentro de mí. Sin embargo, el académico Shadi Hamid avanza una hipótesis que complica este panorama. La pérdida de religión -argumenta- no genera una sociedad racional y científica, sino que engendra un mundo de polarización, radicalismo y división. Les explico. 



En su artículo publicado en The Atlantic (America Without God), Hamid alude al académico Samuel Goldman y su “ley de la conservación de la religión”. Esta teoría indica que en toda sociedad “existe una oferta relativamente constante y finita de convicción religiosa” y que lo único que varía “es cómo y dónde se expresa esta convicción”. Esto significa que entre más se diluye la religiosidad en una sociedad, más incrementa la intensidad ideológica; porque el fervor que antes se canalizaba hacia la religión ahora se expresa en pasiones políticas. En otras palabras, la religión no se destruye, sólo se transforma.

Las expresiones polarizantes en EE.UU. son muy claras. En la derecha, la religión ha dado pie a un movimiento mesiánico centrado en Donald Trump y el etnonacionalismo. En la izquierda, la cultura “woke” ha reimaginado el concepto de pecado, penitencia y excomunión para aquellos que transgreden sus normativas culturales o discursivas.

Lo preocupante es que las convicciones religiosas y políticas no comparten la misma esencia. Las religiones tienden a crear una realidad externa compartida por la sociedad (un nomos, diría Peter Berger), pero las ideologías políticas tienden a fragmentarse rápidamente. Por su naturaleza mundana la política genera división y antipatía entre los ciudadanos. “A nadie sorprende que las ideologías ascendentes en Estados Unidos, teniendo que llenar el vacío dejado por la religión, sean tan divisivas. Están destinadas a ser divisivas”, argumenta Hamid.

El retroceso del cristianismo ha comenzado a erosionar el terreno común donde la sociedad norteamericana podía coincidir y respaldarse. El peligro ahora, argumenta Hamid, es que los debates políticos comienzan a transformarse en discusiones metafísicas; algo letal para las democracias liberales, que toma las diferencias públicas como negociables, pero nunca como dogmas intransigentes.

En México este proceso avanza de manera más lenta, pero gradualmente vemos nuevos niveles de polarización al tiempo que retrocede la religiosidad. ¿Estaremos también frente a una radicalización política ante la ausencia de creencias religiosas? 

Ante esta posibilidad, sólo basta recordar la máxima de los teólogos antiguos: ¡Que Dios nos agarre confesados!


24/5/19

LA IGLESIA Y SUS PREJUICIOS CONTRA LA ADOPCIÓN HOMOPARENTAL

Ante el extenso y opaco currículum de abuso sexual contra miles de infantes, ¿qué clase de autoridad moral tendría la Iglesia para sermonear sobre este tema?


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

[FROM THE ARCHIVES: Publicado originalmente en agosto 2015]

Siempre he sido muy escéptico cuando una institución tan desprestigiada como la Iglesia Católica quiere opinar sobre derechos humanos. Más sospechoso aún (y mucho más perverso) resulta cuando la Iglesia aconseja sobre los derechos de los niños.

Recientemente, el infame cardenal Norberto Rivera decidió expresar su rechazo al derecho de adopción homoparental –es decir, la que se lleva a cabo por parejas homosexuales–, como respuesta a la decisión de la Suprema Corte de permitir precisamente esto en el estado de Campeche. En un editorial para el semanario Desde la Fe, nuestro ilustradísimo cardenal volvió a mostrar lo más oscuro y retrógrado de la institución que representa: acusa al lobby gay (sic) de querer destruir a las familias mexicanas “normales”, y de buscar imponer “una dictadura ideológica en cuyo trasfondo actúa el mismo maligno”. ¿¡El maligno!? Parecería broma, pero esas fueron sus palabras exactas. No conforme con esto, agrega que la decisión de la Corte vuelve a los niños en simples “objetos”. ¡Mira quién habla!

Sobra decir que nos encontramos frente a un tema que no tendría por qué causar polémica. Las parejas del mismo sexo, al igual que el resto de la sociedad, poseen una serie de derechos humanos enlistados desde el primer artículo de la Constitución, comenzando por la igualdad de todos ante la ley sin importar las preferencias sexuales. Por lo tanto, no existe controversia alguna al hablar de la adopción: si una pareja heterosexual tiene este derecho, una pareja homosexual lo posee también.

Después vienen los miedos citados constantemente por las conciencias moralistas. Aquí se aboga que un niño con padres homosexuales crecerá para convertirse también en un homosexual (¡faltaba más!). Estos argumentos, sobra decirlo, no sólo son completamente absurdos, sino igualmente infundados. No creo tener que explicárselos a ustedes.

Sin embargo, llama la atención la forma tan holgada con el que este tipo de ideas –claramente discriminatorias– se siguen vociferando sin consecuencia alguna. La Iglesia argumenta que su objetivo es tratar el tema de la adopción desde la moralidad, y no la legalidad. ¿Pero cómo calificar una acción de “moral” si despoja los derechos de las personas?


Y recuerden que estamos hablando de LA Iglesia Católica, aquella que persiguió durante siglos a judíos y blasfemos con la Inquisición; suprimió la libertad de las mujeres (nada más el 50% de la población mundial); otorgó su bendición al comercio de esclavos africanos; y detuvo el avance científico por varios siglos. Me queda claro que la moralidad no es precisamente su fuerte.

A esta lista de atropellos habría que agregarle el extenso y opaco currículum de abuso sexual contra miles de infantes, que sigue sucediendo actualmente y por el que sólo se han ofrecido medias disculpas y pocas acciones. ¿Qué clase de autoridad moral tendría la Iglesia para sermonear sobre este tema? Ve tú a saber…

En todo este debate se olvida siempre que la homosexualidad no es solamente una forma de sexo, sino una forma de amor, y sólo por eso debe merecer nuestro respeto. Y en el caso particular de los niños, se ha comprobado numerosas veces que poco importa la preferencia sexual de sus padres; lo fundamental es que exista un ambiente de cariño y respeto en su hogar.

Me queda claro que la Iglesia Católica ha mantenido siempre un interés especial en los niños, quizá demasiado especial. Pero como bien lo dijo en su momento el gran Christopher Hitchens: cualquier día permitiría que un amigo homosexual cuidara a mis hijos; pero si un sacerdote me pidiera lo mismo, no sólo me negaría, sino que llamaría a la policía inmediatamente.

¿A poco no?

3/3/19

PURÉ DE PAPA

Iniciamos el año planeando magníficas proezas napoleónicas únicamente para caer en cuenta que soñar es gratis, pero lograr objetivos es una tremenda friega. ¡Ni hablar, señores! Pero incluso en el pantano podemos sentirnos mejor sabiendo que existen personas con problemas aún mayores. Para esto no miremos más lejos que la Santa Sede.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Para cuando lean esto la tortuosa pendiente de febrero habrá terminado y solo queda esperar que marzo traiga verdes praderas de orden y progreso.

No hay duda: iniciamos el año planeando magníficas proezas napoleónicas únicamente para caer en cuenta que soñar es gratis, pero lograr objetivos es una tremenda friega. ¡Ni hablar, señores!

Pero incluso en el pantano podemos sentirnos mejor sabiendo que existen personas con problemas aún mayores. Para esto no miremos más lejos que la Santa Sede.

Entra en escena Francisco I, soberano de la Ciudad del Vaticano, Obispo de Roma, Vicario de Cristo y siervo de los siervos de Dios. ¡Ni más ni menos!

La pesada cruz sobre sus hombros es la epidemia de abusos sexuales (y otras mañas) cometidas por el clero católico. Pero Francisco busca una salida y el 21 de febrero inauguró una cumbre histórica que reunió a más de 200 obispos, cardenales y líderes religiosos de todo el mundo para enfrentar esta bochornosa (y criminal) temática.

La urgencia era obvia ya que basta recordar lo ocurrido solo en 2018 para dimensionar el cataclismo institucional que enfrentaban. Ahí les van algunos highlights del año pasado.

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8/1/17

¡DIOS NOS LIBRE!

Nuestro problema como civilización es que no hemos creado un paradigma similar al religioso: un programa filosófico secular que supla la ausencia de significado y genere una idea cohesiva sobre la cual podamos identificarnos.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Durante años he sido un ateo irredento, y entre el catálogo de ideas que sostengo creo que la separación entre el Estado y la Iglesia es una de las acciones más importantes que Occidente ha tomado para entrar a la Modernidad.

No argumento que la secularización o el ateísmo generan en automático una sociedad más justa o noble; sino que la religión tiende a radicalizar a las personas, las encierra en ideologías herméticas, las ata a preconcepciones emanadas de autoridades divinas, y genera un rechazo hacia los avances científicos, más si estos contradicen sus dogmas religiosos.

La hipótesis es que entre más secularismo, mayor racionalidad; o entre menos religión, menos oscurantismo.

Pero este proyecto no considera un elemento intrínseco de los humanos: la necesidad de orden y sentido.

Para millones de personas, la religión ofrece precisamente esto: la certeza de que una autoridad superior ha preestablecido significado, destino y trascendencia en su existencia. Y al quitar el factor religioso, millones de personas parecen buscar nuevas fuentes de autoridad que les brinden lo que antes la divinidad les otorgaba.

Y esto tiene consecuencias...


El académico Shadi Hamid argumenta que la victoria de Trump y el auge del neo-fascismo en Europa es consecuencia directa de este proceso. Para Hamid, estos programas ideológicos incluso presentan similitudes con el espectro del Islamismo radical que recorre al Medio Oriente y otras latitudes.

Sea ya el tribalismo racial en EE.UU o el etno-nacionalismo europeo, para Hamid hay un hilo conector: "una sacudida en la búsqueda de significado político" que surge cuando las ideologías contemporáneas (neo-liberalismo, globalización...) fracasan al no brindar certeza, orden o significado a las personas. Ante este vacío, se busca un modelo de política que ya no tiene como prioridad mejorar la calidad de vida, sino dirigir la energía de una sociedad hacia un objetivo moral, filosófico o ideológico.

¿Suena familiar?

Para salir de este laberinto no necesitamos un retorno a la religión o una dosis más alta de devoción. Ya hemos visto las consecuencias de esto con el neo-Islamismo  y la nueva generación de jóvenes radicales y ultra-violentos.

Nuestro problema como civilización es que no hemos creado un paradigma similar al religioso: un programa filosófico secular que supla la ausencia de significado y genere una idea cohesiva sobre la cual podamos identificarnos.

Porque los economistas podrán hablar del PIB y el presidente de reformas estructurales, pero ninguna de estas ideas tiene la fuerza suficiente para dar cohesión y brindar propósito a la existencia de millones de personas.

Más bien, la salida de este laberinto debe emanar de lo que nos hace intrínsecamente humanos: la inteligencia. Porque cuando vemos los grandes avances científicos: en medicina, en la exploración (y posible colonización) del Cosmos o en inteligencia artificial, por mencionar algunos, nos enfrentamos a algo que nos supera como individuos y que puede darnos un significado más alto como especie. Entender que no importan los vicios que aún perduran, pues nuestra especie puede alcanzar nuevas alturas en conocimiento.

Eso sí... más vale que alguien se apresure en formular un programa ideológico de este tipo, porque el 2017 inicia con el horizonte atiborrado de oscuridad.

16/10/16

IN GOD WE TRUST

Dios parece estar muerto o por lo menos desaparecido de un escenario donde solía ser un rockstar: la campaña presidencial de los Estados Unidos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Seguro que todos conocen la frase de Nietzsche sobre la muerte de Dios. En una de sus obras icónicas, un hombre enloquecido enfrenta a un grupo de personas y sentencia: "Dios está muerto (…) Y nosotros lo hemos matado”.

Interpretaciones varían sobre el significado de esta frase y quizá para muchos -todavía creyentes en un ser superior- todo lo que diga Mr. Nietzsche les sea irrelevante.

Sin embargo, hoy esta frase resulta clave para entender una anomalía: Dios parece estar muerto o por lo menos desaparecido de un escenario donde solía ser un rockstar: la campaña presidencial de los Estados Unidos.

De hecho, su ausencia se siente todavía más pesada sobre el Partido Republicano, por décadas el portavoz de la Derecha Cristiana.

Noah Silvas blog

Esta mezcla entre política y religión no es reciente. Basta recordar que en 1920 fueron los grupos conservadores los que promovieron la prohibición del alcohol. Para 1960 -consecuencia de la liberación sexual- la religión y la moral se colocaron en primer plano de la vida política norteamericana. Más aún en los 70s, cuando la cuestión del aborto (legal tras Roe vs. Wade en 1973) se volvió prioridad para los cristianos. En la era de Reagan, el cristianismo y los Republicanos ya dormían en la misma cama.

Esta estrategia continuó sirviendo en los 90s cuando Bill Clinton estuvo cerca de ser destituido por su dudosa moral. Siguió en el siglo XXI con la creencia de Bush Jr. sobre su “misión divina”, declarando que Dios le había ordenado invadir Irak y Afganistán para llevar la paz al Medio Oriente.

En este tiempo los Republicanos aprendieron que al atizar las pasiones conservadoras podían ganar prácticamente cualquier elección, pues la demografía WASP (White Anglo-Saxon Protestant) les daba una tremenda cantidad de votos.

Hoy la cosa es distinta: Dios parece haber tomado vacaciones o sencillamente aplicó para una jubilación temprana de la política. Porque tanto Clinton como Trump han ignorado magistralmente a lo sacro durante la campaña.

De Clinton se sabe que no le gusta discutir su fe en público. Pero resulta llanamente increíble el apoyo que los cristianos han dado al magnate neoyorquino. Porque Trump no sólo ha mentido, engañado y presumido que no suele pedir perdón a Dios. También promovió por un tiempo el aborto, no cumple con el ideal de “la familia tradicional” y contradice la principal enseñanza sobre sexualidad que tanto pregonan los conservadores (sexo monógamo dentro del matrimonio). Bien menciona el periodista Collin Hansen que si algo define a Trump es su devoción a “la impía trinidad del dinero, el sexo y el poder”.

¿Cómo explicar esto? La respuesta nos llevaría por múltiples senderos de la sociología y la antropología, algo imposible de recorrer en una columna tan breve.

Aún así, yo quiero ofrecer una respuesta: que Dios ha sido derrotado por el capitalismo. Porque el estrés económico que resienten millones de norteamericanos los hace voltear hacia un nuevo Mesías que hará de nuevo grande a su país. Visto de otra manera, el poder del dinero ha sustituido a la fe; y el evangelio de un millonario misógino se volvió más atractivo que el de un judío empobrecido que habla de misericordia.

Así, creo que por fin entendemos de qué va la frase “In God We Trust” en el dinero gringo. Se refiere al único Dios verdadero de los yankees: el billete verde.

Una versión de este texto se publicó originalmente en Vértigo

20/2/16

ADICTOS AL PECADO

Alcohólicos Anónimos se basa en una corriente ideológica que niega el progreso de la ciencia y la medicina a favor de la culpa y la idea de que todos somos pecadores.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Un aspecto central de todas las religiones monoteístas es la creencia en el pecado. Como cristianos, sabemos que incluso un bebé –sin deberla ni temerla- llega a este mundo como pecador, obligado a encontrar la absolución a como dé lugar.

Podemos estar o no de acuerdo con estos planteamientos, pero aquí no indagaremos en teología. Porque con cualquier cuestión religiosa, el problema no son las creencias personales, sino que éstas suelen traspasar el ámbito privado para invadir esferas más allá de su jurisdicción.

Por desgracia, resulta que este traspapeleo de creencias es muy común,  y uno de los lugares más extraños donde encontramos ideas religiosas extraviadas es en la industria de la rehabilitación.

¿A qué me refiero? Pues como todos lo saben, la práctica estándar para la rehabilitación es recomendar un proceso conocido como los “12 pasos”, creación original de Alcohólicos Anónimos (AA) allá en 1935.

¿De qué trata todo esto? Los 12 pasos son una lista de acciones para cortar de tajo una adicción y resurgir a una nueva vida libre de vicios. ¿Suena bien, verdad? ¡Para nada!

Marcelle Lender Dancing in the Bolero in Chilperic; via WikiArt

De entrada debemos aclarar que las adicciones son una cuestión estrictamente médica. Lejos han quedado los días cuando surgió AA, donde el conocimiento sobre el cerebro estaba en pañales. Ahora, todo médico que se respete sabe que las adicciones son enfermedades neuronales y deben tratarse como al resto de los trastornos físicos o psicológicos. 

Es por esto que resulta curioso que los 12 pasos sigan siendo el método prevaleciente para la rehabilitación. Porque no estamos hablando de un tratamiento científico, sino de un instructivo basado en religión y fuerza de voluntad. ¿Así queremos tratar algo tan delicado y trágico como la adicción? ¡Faltaba más!

Para empezar, cinco de los doce pasos en la lista hacen referencia directa a Dios; obligando a las personas a entregar su voluntad a un “Poder Superior”, o peor aún (como indica el paso seis) estar dispuesto “a dejar que Dios los libre de todos los defectos de carácter”. 

¿Pero qué es esto? ¿En verdad podemos decir que los adictos son personas con defectos de carácter? ¡Totalmente absurdo! Si hablamos de una enfermedad, sería tan absurdo como catalogar de “débiles” a quienes padecen cáncer o diabetes.

Y aquí está el mayor peligro de los 12 pasos. Porque al hablar de la adicción como una falla moral, hemos evitado que miles de personas conozcan y utilicen medicamentos que eliminan su condición de adictos. Porque quizá no lo sepan, pero la medicina lleva décadas ofreciendo múltiples medicamentos para tratar adicciones: medicinas que atacan directamente el ansia por consumir ciertas sustancias, o que neutralizan los receptores de placer en el cerebro, evitando el rush que sentimos al consumir ciertas drogas.  Si esto es una realidad, ¿por qué seguir rendidos ante un Poder Superior? ¡Vaya usted a saber!

Lo que me parece cierto es que AA sigue la misma línea religiosa de la que hablamos anteriormente: donde las personas “pecadoras” deben encontrar la absolución a través de la oración y el sacrificio.
Por fortuna, la ciencia nos da una salida. Y parecería que en este siglo XXI, todas las adicciones pueden curarse con tomar una simple pastilla, y en una de esas, pronto sucederá lo mismo con todos nuestros pecados.

¿Qué opinan, compañeros?

Texto publicado originalmente en Vértigo.

20/10/15

Apocalipsis Ahora

No hay duda que uno de los aspectos más extraños de nuestra especie -aparentemente racional- es la fijación y el fetichismo que tenemos con la idea del fin del mundo.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Uno de los aspectos más extraños de nuestra especie –aparentemente racional-, es la fijación y el fetichismo que tenemos con la idea del fin del mundo. 

Reconozco que durante siglos, cuando la sociedad aún era supersticiosa y preIlustrada, la noción del fin del mundo pudo estar muy en boga. Imagine por un momento que es usted un campesino en la Europa medieval. Sin el mínimo conocimiento científico de la naturaleza, ¿cómo explicar la peste bubónica, los cometas, los eclipses o una inundación masiva?: todo era señal del fin de los tiempos.

Hoy es fácil reírse de esas cosas y calificarlas de idiotas. Porque claro, ahora vivimos en una civilización avanzada: tenemos Internet, la pastilla anticonceptiva, alfabetismo generalizado; hemos erradicado enfermedades, e incluso observado los rincones más lejanos del Cosmos. Sería impensable que creamos todavía en tonterías similares a las del Medievo.

Tristemente, en pleno siglo XXI seguimos aceptando sin chistar las ideas más absurdas y descabelladas. Y si a estos disparates los condimentamos con el prospecto del fin del mundo, entonces estamos de frente a un gigantesco bestseller, con amplias posibilidades de terminar como multimillonaria producción de Michael Bay.

Ejemplos de nuestras manías colectivas abundan: desde la secta Davidiana en Waco, Texas; la religión-ovni de Heaven’s Gate en California; hasta el terror del año 2000, cuando todos esperamos como tontos el inminente colapso de las computadoras. El caso más reciente de estos atropellos a la razón fue en el 2012, cuando el mundo entero se cautivó por la inevitable destrucción del planeta, ya que así lo habían predicho (ni más ni menos) que los mayas. ¡Hágame usted el recabrón favor!


Esto nos obliga a preguntar de dónde surge nuestra fascinación por ideas apocalípticas; y para responder esto, yo apuntaría al sospechoso habitual de muchas ideas extrañas que aún perduran: las religiones organizadas. Porque desde el Zoroastrismo en Persia hasta las corrientes judeo-cristianas ahora globalizadas, la mayoría de las religiones han tenido una fascinación por el fin de los tiempos; por llegar a esa culminación cósmica donde la luz destruye a la oscuridad; donde la cizaña es lanzada al fuego; donde los elegidos son salvados por un Mesías que regresa a impartir justicia divina. Las variaciones dependen de la sucursal religiosa más cercana.

Si dudan de esta hipótesis, basta mencionar que en el 2013 el Pew Research Center reveló que el 43% de los estadounidenses creían que el mismísimo Jesucristo regresará a la Tierra antes del año 2050, lo que significa la llegada del Juicio Final. ¿Así o más claro, señores?

Ahora bien, yo seré el primero en defender que una sociedad libre, todos tenemos el derecho de creer y pensar lo que nos venga en gana. Pero mientras nos entretenemos con las profecías de Nostradamus o la Virgen de Fátima, nuestro planeta enfrenta verdaderos problemas que podrían convertirse en catástrofe: proliferación nuclear, terrorismo, la destrucción del medio ambiente, el cambio climático, y muchos etcéteras.

Si queremos seguir creyendo ideas absurdas, estoy seguro que nuestro Apocalipsis no llegará en la forma de cataclismo cósmico: será una consecuencia inevitable de nuestra propia estupidez.

Una versión de este texto apareció originalmente en Vértigo.

10/9/15

Hoy no me quiero embarazar

Siempre me ha parecido curioso que las personas más obsesionadas por evitar el aborto sean al mismo tiempo las más angustiadas por evitar el uso de anticonceptivos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Siempre me ha parecido curioso que las personas más obsesionadas por evitar el aborto sean al mismo tiempo las más angustiadas por evitar el uso de anticonceptivos. Nunca he entendido esta contradicción, pues me parece que la ecuación es sumamente sencilla: si más gente utiliza anticonceptivos, menor será el número de embarazos no deseados, lo que da como resultado un menor número de abortos. ¡Así de fácil! 

Por lo tanto, si el objetivo de nuestros hermanos católicos, cristianos, evangélicos -o ve tú a saber la denominación a la que pertenezcan- es tener un menor número de abortos, pues entonces sería urgente promover en todos los rincones del mundo el uso de anticonceptivos.

Hago un breve paréntesis ya que estamos en el tema: ¿Por qué los cristianos se enfocan tanto en odiar a los homosexuales? ¿Qué no son ellos los menos proclives a tener un aborto en toda su vida? Muy extraño todo eso, pero como en muchas otras cosas ya hemos aprendido que “los caminos del Señor son misteriosos”. Dejemos este tema para otro episodio. 

Volviendo a lo que nos concierne, estoy casi seguro que todos ustedes se han encontrado en algún momento con uno de estos seres piadosos que sataniza a toda mujer por pensar en interrumpir su embarazo, pero que al mismo tiempo le prohíbe disfrutar su sexualidad con la seguridad que ahora nos brinda la medicina moderna. 

Mucho de esto responde a la extraña simbiosis que estas personas han creado entre la moralidad y la sexualidad. Porque para muchos, ser una mujer virgen significa ser una mujer pura; y por lo tanto, toda aquella que comete un acto sexual, es automáticamente vetada del club de las almas piadosas. 

Pensémoslo bien, ¿no les parece extraño que la figura femenina a quien la Iglesia Católica impuso como ejemplo a seguir haya sido María? Y díganme ustedes, ilustres lectores, cuál fue el mayor logro de María. ¡Pues claro! ¡Nunca haber tenido sexo! Porque jamás escuchamos hablar de “María la Sabia”, “María la Magnífica” o “María la Virtuosa”. ¡Faltaba más! Debemos recordar a estar mujer como la “Virgen María”; pues poco importa qué más hizo esta señora en su vida, con tal de que nunca haya tenido sexo. 


Gran parte de esta mentalidad viene ligada a las prioridades que la Iglesia ha tomado en las últimas décadas. Recordemos por un momento el caso de Anjezë Bojaxhiu, una monja originaria de Albania que usando la magia de la mercadotecnia y la publicidad, llegó a convertirse en la superestrella del catolicismo bajo su nombre artístico de “Teresa”. El pasado 5 de septiembre, el mundo conmemoró el decimoctavo aniversario luctuoso de esta señora, pero en vez de lanzar las campanas al vuelo, debemos recordar algunos detallitos turbios sobre la Madre Teresa. 

Porque lejos de ser una anciana piadosa que cuidaba a los pobres de Calcuta, nuestra afamada Teresa era también el rostro del catolicismo en contra del aborto y el uso de anticonceptivos a nivel global (auspiciada por mi tocayo, el Papa Juan Pablo II). Su mensaje central cuando predicaba mostraba un fanatismo absoluto en contra de cualquier método para controlar la fertilidad de la mujer. Incluso al recibir el Premio Nobel de la Paz, nuestra Santa Madre habló del aborto como el principal culpable en la destrucción de la paz mundial. ¿En serio Madre? ¿No era un mayor peligro para la paz el arsenal nuclear de la Guerra Fría, la desigualdad económica o la escasez de recursos naturales? Lo que nadie le preguntó es cómo esperaba terminar con los abortos, si era igual de fanática para frenar el uso de cualquier método para evitar embarazos. 

Poco vale la pena discutir los disparates de esta mujer en temas de sexualidad. Y aunque ahora, 18 años después de su fallecimiento, millones de personas sigan creyendo en sus ideas, la realidad contemporánea es que la sexualidad es algo que cada día comienza a escapar del reino la superstición, para convertirse en la responsabilidad individual de personas que (esperemos) tomen decisiones responsables. 

 Así que la próxima vez que quieran conmemorar el fallecimiento de nuestra Santa Madre Teresa, recuerden lo mucho que hemos avanzado como sociedad para escapar del oscurantismo religioso en temas sexuales. Porque seamos honestos, ¿en verdad queremos seguir tomando consejos sobre sexualidad de monjas vírgenes y sacerdotes castos? 

A esto yo les respondo: ¡gracias, pero no gracias!



Este texto se publicó originalmente en Púrpura.

1/9/15

Una mentada de madre

La Madre Teresa era una monja corrupta, fanática y reaccionaria. Que nos quieran ahora vender la idea de que era una mujer santa... bueno, eso sí que es una mentada de madre.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Resulta siempre entretenido observar cuando uno de los grandes ídolos populares cae de su pedestal para hundirse en la desgracia y la ignominia. Esto rara vez tiene consecuencias graves: si una figura pública es balconeada como un fraude, a lo mucho dejará corazones rotos o ilusiones astilladas.

Problemas serios surgen cuando la admiración se transforma en idolatría; pues la veneración hacia una persona hace que la sociedad se ciegue ante sus errores o crímenes. Pocos ejemplos más aterradores que Marcial Maciel, un espécimen que murió rodeado con aura de santidad, sólo para revelarse que gustaba pasar sus días en decadentes espirales de pederastia, fornicación y adulterio.

Después del caso Maciel parecería absurdo que sigamos confiando ciegamente en las personas que admiramos; mucho menos si aseguran recibir mensajes directos de Dios. Pero incluso hoy, algunas personas todavía escapan del escrutinio público por tener una membrecía en el reino de lo sagrado.

No hay que buscar más lejos que Anjezë Bojaxhiu, una monja de Albania que saltó a la fama mundial bajo el nombre de Teresa. Porque incluso después de 18 años de su muerte (conmemorada cada 5 de septiembre), la opinión pública se ha visto muy lenta en revelar las bajezas que cometió esta mujer al frente de las Misioneras de la Caridad.


La Madre Teresa, -lejos de ser esa anciana risueña que amaba a los pobres-, dejó un legado de corrupción sazonado con su fetichismo por el sufrimiento. Más que cuidar a los pobres en los hospitales que fundó, esta señora pasaba su tiempo viajando en lujosos jets y codeándose con lo peor de la fauna política.

Claro ejemplo fue su viaje a Haití de 1981, cuando comentó que pocas veces había visto tanta cercanía entre un pueblo y su gobierno. Pequeño detalle: el gobierno en cuestión era el horrífico régimen de los Duvalier, una dinastía que oprimió y saqueó a sus ciudadanos durante 29 años. Por si fuera poco, después de recibir una donación millonaria, -dinero que (sobra decir) pertenecía al pueblo haitiano y no al dictador-, nuestra Madre sostuvo que conocer a los Duvalier fue una “hermosa lección” de vida.

Uno esperaría que las millonarias donaciones fueran invertidas en mejorar sus hospicios en Calcuta. ¡Faltaba más! La señora uso ese dinero para fundar cientos de conventos de su organización por todo el planeta, mientras sus hospitales jamás dejaron de ser depósitos de enfermos en condiciones deplorables. Y si a esto le agregamos el fetichismo que mostraba hacia el dolor y el sufrimiento de sus pacientes (porque había que imitar el ejemplo de Jesucristo) estamos hablando de verdaderos sanatorios infernales.

La extravagante adulación hacia la Madre Teresa ofuscó también la visión filantrópica de toda una generación. Porque en su largo peregrinar, esta señora presentó a la India y al resto del Tercer Mundo como lugares dantescos que requerían de nuestra caridad y compasión. Total, para qué buscar soluciones reales a la pobreza, crear verdaderos hospitales o programas de planificación familiar, si al final la gente lo que necesita es caridad y compasión.

Últimadamente, ustedes pueden seguir pensando lo que gusten sobre la Madre Teresa. Pero que intenten seguir vendiéndola como faro de moralidad para el mundo o como una santa en vida, ¡eso sí que es una mentada de madre!

25/8/15

Los niños del hombre

En todo el debate sobre la adopción por parte de parejas homosexuales se olvida siempre que la homosexualidad no es solamente una forma de sexo, sino una forma de amor; y sólo por eso merece nuestro respeto.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Siempre he sido muy escéptico cuando una institución tan desprestigiada como la Iglesia Católica quiere opinar sobre derechos humanos. Más sospechoso aún (y mucho más perverso) resulta cuando la Iglesia aconseja sobre los derechos de los niños. Recientemente, el infame cardenal Norberto Rivera decidió expresar su rechazo al derecho de adopción por parejas homosexuales, como respuesta a la decisión de la Suprema Corte de permitir precisamente esto en el estado de Campeche.

En un editorial para el semanario Desde la Fe, nuestro ilustradísimo cardenal volvió a mostrar lo más oscuro y retrógrado de la institución que representa: acusa al lobby gay (sic) de querer destruir a las familias mexicana “normales”, y de buscar imponer “una dictadura ideológica en cuyo trasfondo actúa el mismo maligno”. ¿¡El maligno!? Parecería broma, pero esas fueron sus palabras exactas. No conforme con esto, agrega que la decisión de la Corte vuelve a los niños en simples “objetos”. ¡Mira quien habla! 

Sobra decir que nos encontramos frente a un tema que no tendría por que causar polémica. Las parejas del mismo sexo, al igual que el resto de la sociedad, poseen una serie de derechos humanos enlistados desde el primer artículo de la Constitución, comenzando por la igualdad de todos ante la ley sin importar las preferencias sexuales. Por lo tanto, no existe controversia alguna al hablar de la adopción: si una pareja heterosexual tiene este derecho, una pareja homosexual lo posee también. 

Después vienen los miedos citados constantemente por las conciencias moralistas. Aquí se aboga que un niño con padres homosexuales crecerá para convertirse también en un homosexual (¡faltaba más!). Estos argumentos, sobra decirlo, no sólo son completamente absurdos, sino igualmente infundados. No creo tener que explicárselos a ustedes. 


Sin embargo, llama la atención la forma tan holgada con el que este tipo de ideas, - claramente discriminatorias- se siguen vociferando sin consecuencia alguna. La Iglesia argumenta que su objetivo es tratar el tema de la adopción desde la moralidad, y no la legalidad. ¿Pero cómo calificar una acción de “moral” si despoja los derechos de las personas? 

Y recuerden que estamos hablando de la Iglesia Católica, aquella que persiguió durante siglos a judíos y blasfemos con la Inquisición; suprimió la libertad de las mujeres (nada más el 50% de la población mundial); otorgó su bendición al comercio de esclavos africanos; y detuvo el avance científico por varios siglos. Me queda claro que la moralidad no es particularmente su carta fuerte. 

A esta lista de atropellos habría que agregarle el extenso y opaco currículum de abuso sexual contra miles de infantes, que sigue sucediendo actualmente y por el que sólo se han ofrecido medias disculpas y pocas acciones. ¿Qué clase de autoridad moral tendría la Iglesia para sermonear sobre este tema? Ve tú a saber…

En todo este debate se olvida siempre que la homosexualidad no es solamente una forma de sexo, sino una forma de amor, y sólo por eso debe merecer nuestro respeto. Y en el caso particular de los niños, se ha comprobado numerosas veces que poco importa la preferencia sexual de sus padres; lo fundamental es que exista un ambiente de cariño y respeto en su hogar. 

Me queda claro que la Iglesia Católica ha mantenido siempre un interés especial en los niños, quizá demasiado especial. Pero como bien lo dijo en su momento el gran Christopher Hitchens: cualquier día permitiría que un amigo homosexual cuidara a mis hijos; pero si un sacerdote me pidiera lo mismo, no sólo me negaría, sino que llamaría a la policía inmediatamente. 

¿A poco no?


Este artículo fue publicado originalmente en Púrpura.

21/2/13

Benedicto XVI, el ateo


Para efecto de este texto, la verdad es que poco importa si el Papa cree en los dogmas de su Iglesia o no, pues el Santo Padre podría ser un empedernido ateo aunque ni siquiera él esté consciente de esto.



Texto por Daniel Morales


Aprovechando el reciente éxito de “El Árbol de Moras”, que ha recibido más de 11,000 visitas en poco más de un mes, considero que es un buen momento para publicar una entrada con un título cruelmente sensacionalista para ustedes, público ilustrado. Y ahora, habiendo ya hecho el daño de acusar públicamente a Joseph Ratizger de ser un falso creyente, debo confesarles que, desafortunadamente, no podría comprobarles si el supremo pontífice es ateo o no lo es.

Aunque para efecto de este texto, la verdad es que poco importa si el Papa cree en los dogmas de su Iglesia o no, pues mi argumento es que el Santo Padre podría ser un empedernido ateo aunque ni siquiera él esté consciente de esto.

Éste tema constituye el núcleo de la última polémica que ha levantado el genial filósofo Dan Dennett. En una conferencia reciente, este filósofo, con su icónica imagen de un Santa Clós bonachón, nos invita a reflexionar sobre algunas cuestiones que muchos considerarían incómodas: si no te consideras ateo, pero no crees realmente que tu dios está de tu lado apoyando a tu equipo en un partido de fútbol… puede que seas ateo. Si no te consideras ateo, pero no crees literalmente que tu dios escucha tus plegarias cuando rezas… puede que también seas ateo. Haciendo uso de su característica astucia, Dennett prevé la reticencia de los creyentes: si estás escuchando esta conferencia… puede que seas ateo. Y si estás pensando en dejar de escucharla… también puede que seas ateo.

El objetivo del señor Dennett no es causar agitación, sino poner a prueba una hipótesis que rápidamente está acumulando evidencia a su favor, gracias a su intenso trabajo investigativo. La  sospecha de Dennett es que muchas, -quizá muchísimas-, personas religiosas son, en el fondo, unos completos y verdaderos ateos. Junto con la investigadora Linda LaScola, Dennett comenzó el “Clergy Project”, un  estilo de club para reverendos, sacerdotes y otros líderes de congregaciones religiosas que han arribado a la conclusión de que en realidad han dejado de tener creencias sobrenaturales. Actualmente, el proyecto consiste de un sitio de Internet al que sólo pueden tener acceso los miembros del proyecto, que son previamente entrevistados por LaScola, y cuya identidad es mantenida en estricto secreto. 

Hasta el momento se cuenta con 410 miembros (Dennett ha indicado que la única razón por la que el número no es mayor es solamente porque la identidad de cada solicitante debe ser revisada minuciosamente para evitar la infiltración de, por ejemplo, periodistas, o “trolls” de diversas denominaciones). El sitio actúa como un espacio confidencial donde miembros pueden darse apoyo, compartir experiencias e historias, y ayudarse mutuamente a decidir qué se puede hacer con su nueva cosmovisión atea. Se está hablando de la posibilidad de ofrecerles entrenamiento en algún otro oficio, y un miembro exclamó que si lograran conseguir ofrecerlo de manera gratuita, la fila de solicitantes le daría la vuelta al mundo.


Surge entonces una importantísima pregunta: ¿por qué un individuo podría seguir siendo parte de una congregación religiosa si en realidad no cree en dios? La respuesta es compleja, pero fácil de comprender una vez que se analiza el embrollo desde la perspectiva del creyente afligido. Una forma de explicarlo es con la terminología de la economía de comportamiento. Nuestra tendencia natural hacia la aversión de pérdidas combinada con los "costos hundidos" de cualquier decisión (aquellos costos que se han incurrido y que no pueden ser recuperados), crea generalmente una percepción de "haber invertido demasiado para renunciar". Puedes imaginar a un individuo apostando en Las Vegas, que sabe que las probabilidades de ganar en cualquier juego son muy bajas, pero debido a que ha invertido ya  demasiado dinero, considera imposible retirarse de la mesa satisfecho y despreocupado. El simple pensamiento de los enormes costos que ha incurrido lo obligan a continuar jugando y a seguir perdiendo su dinero. 

De manera similar, es fácil imaginar cómo ciertos creyentes que han invertido cantidades exorbitantes de su tiempo, gastado quizá los mejores años de su juventud y la posibilidad de tener una pareja o una familia, tenderían a evitar, a toda costa, la idea de que cometieron un error de enorme magnitud; de aceptar que, durante toda su vida, han vivido bajo la creencia de una filosofía equivocada.

El otro motivo que ha surgido de las investigaciones de Dennett parece ser aún más significativo: los líderes de congregaciones religiosas saben que si anunciaran su ateísmo a sus más cercanos y mejores amigos, -ya sean colegas o feligreses- quedarían irremediablemente aislados, y quizá incluso condenados por la sociedad. Este miedo al rechazo social y a perder los únicos lazos humanos que han logrado crear es un sentimiento tan opresor como para ser aceptado con ligereza. Sumado a esto, muchos sacerdotes podrían mantener sus creencias por creer que su rebaño de feligreses, aunque no sean sus amigos cercanos, necesitan de ellos para recibir consejo, ánimo y fuerzas.

En mi opinión, no hay situación más bella que cuando la cruda realidad de la vida se presenta devastadoramente opuesta a lo que los dogmas (siempre irracionales y desprovistos de sentido común) nos indican. El grupo de sátira periodística “The Onion” ha creado un ejemplo perfecto de este escenario: "Dios contesta rezos de niño" anuncia el título sobre una fotografía de un pequeño en silla de ruedas, ""No", dice Dios.

En el caso del "cobarde Joe", epíteto creado por el colega Juan Pablo Delgado en su reciente entrada, el dogma del catolicismo indica que el puesto de supremo líder es vitalicio. De 265 Papas, sólo cuatro habían renunciado. Y sin embargo, la semana pasada el mundo se enteró de que el gran sombrero del Vicario de Cristo será abdicado, un escenario que millones de católicos hubieran creído imposible.

¿Será entonces que Joe Ratzinger, a sus 85 años, ha cruzado ese obstáculo intelectual que surge cuando se cree haber “invertido demasiado para renunciar”?  Porque sin duda, renunciar a la placentera vida de líder supremo de una religión que cuenta con más de mil millones de seguidores es una decisión curiosa y por mucho sospechosa. Como Papa, el viejo Joe tiene acceso a los más despampanantes lujos y riquezas, y estando en un puesto donde la tibieza de tu desempeño o la mediocridad de tus acciones no conlleva ipso facto a un inmediato despido laboral, entonces… ¿por qué renunciar?

Ratzinger explica que "no tiene fuerza" para seguir con el cargo que le han encomendado, aunque en verdad no se le conocen problemas de salud fuera de su avanzada edad. Para mí, me parece sumamente divertido imaginar que su falta de fuerza se debe en verdad a la súbita realización de que todo el dogma que ha luchado por acatar y propagar por ocho décadas; todas sus creencias más íntimas y personales; todas sus ideas más básicas, desde el inicio del universo hasta la razón por la que existe el humano, están completamente equivocadas; pensar que todo se deba a que ha dejado de creer en dios y en las enseñanzas de su propia Iglesia. Porque con una epifanía de tal magnitud, no cabe duda que hasta el más cínico optaría por dejar el cargo de supremo representante de estos cuentos de fantasía para retirarse a aceptar sus verdaderas creencias antes de morir. Nunca se ha invertido suficiente como para que verdaderamente deje de valer la pena aceptar la realidad.

¿Qué sigue para el viejo Joe? Si se me permite soñar, yo imagino que con un poco de suerte, todavía puede disfrutar algunos años de una celebridad ferozmente polémica si se declara ateo de manera pública. ¿Quién sabe? Quizá de esta forma podrá, finalmente, hacer algo bueno por la humanidad, cosa que, es bastante claro, no logró en sus ocho años de cobarde liderazgo al frente de la iglesia Católica. Un Joe Ratzinger que decide salir del clóset del ateísmo mandaría dos mensajes importantísimos a todo el mundo cristiano: primeramente, que jamás se “invierte demasiado” tiempo o dinero en creencias metafísicas que eviten que puedas renunciar a tu fe; y segundo, que si él puede claudicar a su Iglesia, ¿por qué no más católicos siguen su ejemplo?

26/1/13

La insoportable espiritualidad del ser – Parte II: La Era de Acuario

Blandiendo con honra su bandera del New Age, este hijo de Gaia no le teme a la crítica, pues se considera iluminado por fuerzas cósmicas. Es un individuo que se siente atraído a la palabra “energía” como la hipnotizada polilla que revolotea en torno a la luz eléctrica.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

“Mantener una mente abierta es una virtud, pero no tan abierta que se caiga tu cerebro.”
- Jim Oberg

Podría considerarse increíble, pero la diferencia genética que separa a un Homo sapiens de un simple Pongo pygmaeus es solamente de un 3.1 por ciento. Por más insignificante que parezca, esta mínima variación en el ADN es la responsable de dotar a la especie humana, -y no a los orangutanes- con la habilidad única para razonar. 

De hecho, de no ser por nuestra inteligencia, el ser humano no sería tan distinto a cualquier otro primate. Es precisamente a raíz de la capacidad para aprender y reflexionar que nuestra civilización logró alcanzar los más asombrosos avances en cuestiones tecnológicas, humanísticas y sociales; incluso se podría asegurar que es la única razón por la que existe una civilización. 

Reflexionando sobre nuestro invaluable acervo cultural y científico, parecería insólito que en la actualidad existiese un ser racional que pudiera dudar del positivo legado de las Ciencias. Solamente un individuo con una afinidad intelectual cercana a la de un Pongo pygmaeus sería capaz de menospreciar nuestro patrimonio científico. 

Pero con el reciente surgimiento de las ideologías New Age, es posible confirmar la existencia de este tipo de personas. Los representantes de este Nuevo Renacer de la consciencia no sólo rechazan nuestro avance científico, sino que intentan imponer como verdadero su propio paradigma ideológico, forjado en las mismísimas cañerías de la imaginación humana. 

Esta nueva cosmovisión de la Era de Acuario, similar a una rabiosa Hidra de mil cabezas, se presenta amenazante al progreso científico colectivo; pues más allá de rayar en la absoluta incongruencia, pone en evidencia que, en efecto, existen todavía personas entre nosotros que mantienen un parentesco más cercano con el orangután más pedestre.

Un discípulo de Acuario es un sujeto que se proclama emisario de la Luz y representante de la Nueva Era. Su filosofía es imposible de puntualizar o resumir, pues realmente no es un método de pensamiento coherente, sino más bien una amplia colección de ideas arbitrarias. 

Blandiendo con honra su bandera del New Age, este hijo de Gaia no le teme a la crítica, pues se considera iluminado por fuerzas cósmicas. Es un individuo que se siente atraído a la palabra “energía” como la hipnotizada polilla que revolotea en torno a la luz eléctrica. Su lenguaje críptico se encuentra plagado de términos como “mística”, “vibras cuánticas” y “magnetismo planetario”.

Similar al creyente de cafetería –un personaje analizado en el texto anterior- este vagabundo espiritual decidió rechazar las rígidas cadenas de la teología oficial. Pero en lugar de encontrar la libertad de pensamiento, fue cayendo en espiral por el abismo de la mística y terminó siendo presa de gurús charlatanes y bufones espiritistas.

Para el seguidor del New Age, realmente no existe ideología alguna que deba ser rechazada. Si sospecha que su cristal de cuarzo no le brinda suficiente vibra positiva, sin dudarlo da un salto a los amuletos orientales. Cuando estos dejan de canalizar suficiente energía de Saturno, entonces opta por alinear sus chacras con un gurú; y cuando sus chacras se encuentran congestionadas, entonces es momento de ir por una limpieza de colon para eliminar todas las toxinas.


El típico entusiasta del Zodiaco se presenta como un religioso de cafetería narcotizado con crack. Pues mientras el religioso de cafetería se enfoca en seleccionar lo que le apetece dentro de su propia fe, el embajador de Capricornio elige lo que le gusta entre cientos de corrientes ideológicas. El arco que engloba su cosmovisión abarca desde la mitología maya hasta la herbolaria vietnamita; desde el vuduismo haitiano hasta el misticismo polinesio. 

Sin mencionar las obvias discrepancias ideológicas, el período de vida en el que ambos grupos adquieren sus creencias es la principal diferencia entre un fanático del New Age y un religioso tradicional. 

Una persona religiosa preferiblemente recibirá sus dogmas durante la niñez; lo cual es entendible, pues durante nuestro infantilismo mental es cuando tendemos a ser más susceptibles a toda clase ideas. En el extremo opuesto, un hijo de Gaia generalmente comenzará su adquisición de ideas durante su etapa adulta, lo cual es sorprendente; pues sin duda es difícil imaginar a una persona madura, poseedora del pleno uso de razón intelectual, de pronto decidiendo creer en hadas consejeras, ángeles protectores y el poder de los alineamientos cósmicos.

Algunos críticos podrán señalar que los seguidores del New Age son solamente trotamundos en un confuso mundo de ideologías antagonistas, viajeros espirituales que buscan las respuestas a las mismas preguntas que a todos nos conciernen; podrían argumentar que la disonante cosmovisión que los caracteriza es sólo un síntoma de ese intenso proceso de búsqueda. Sin duda un argumento rescatable, aunque con poca validez…

Es importante reconocer que para estudiar y comprender a la naturaleza y al Cosmos, la humanidad ya cuenta con un procedimiento que ha demostrado innumerables veces su eficacia: el método científico. Con este proceso de conocimiento, todo ser racional advertirá que los chacras, las piedras energéticas y las vibras galácticas no aportan nada valioso al acervo científico que requerimos para avanzar como especie. 

Pues no hay duda que el Universo que habitamos es un lugar extraordinario que no requiere de un plano espiritual o metafísico para lograr asombrarnos; y que la realidad del Cosmos es mágica por sí misma y puede prescindir de toda explicación mística para fascinarnos. 

Algo que también debe de reconocerse y admirarse es la incesante búsqueda del humano para encontrar las respuestas a sus preguntas más profundas. Pero en nuestro eterno viaje filosófico, les aseguro que ni Deepak Chopra, ni Rhonda Byrne, ni ninguno de los otro tantos gurús charlatanes nos podrán acercar más a la verdad que buscamos.

23/1/13

La insoportable espiritualidad del ser – Parte I: Religión de cafetería


Las razones que existen para creer en dios son tan numerosas como el número de dioses que la humanidad ha inventado durante milenios. Para la mayoría de las personas, creer en dios es algo natural; su educación recibida a temprana edad, por medio de los padres o de alguna institución educativa, los acostumbró a tener arraigado en su pensamiento la existencia de ese Gran Hermano que los cuida y los vigila desde el cielo.

Se podría argumentar que una de las principales razones para creen en dios -y formar parte de una religión organizada- es el sentimiento de poseer la verdad absoluta sobre cuestiones humanas y morales. 

Cada una de las religiones del mundo ostenta por lo menos un libro que, -argumentan sus seguidores- fue dictado directamente por dios o escrito por inspiración divina. Cada una de las religiones cree también fervorosamente que su libro es el único verdadero y con validez universal; un pequeño detalle que ha costado a la humanidad incontables guerras y muertes a lo largo de la Historia. 

Con esta premisa en mente, una persona sin afiliación religiosa podría creer que ridiculizar a un creyente es relativamente sencillo: bastaría con tomar uno de esos textos de supuesta inspiración divina, encontrar rápidamente una de las miles de contradicciones e incoherencias que ahí se incluyen y proceder a crear una crítica ácida a partir de ella.

Sin embargo, cuanto más se aplica esta estrategia con algún antagonista religioso, más se observa que  presenta serias dificultades para tener el éxito deseado. Este recurrente fracaso se debe en gran parte a un fenómeno que ha permeado a las religiones contemporáneas: el creyente de cafetería.

El creyente de cafetería se define principalmente por la completa desfachatez hacia el concepto de la revelación divina. Para estas personas, todas las reglas de su religión son negociables y todas las leyes divinas son flexibles. Aun cuando se considera un sólido creyente en dios y en su divinidad absoluta, considera que quizá no todo lo que ese dios haya dicho debe tomarse con tanta seriedad.


Como su nombre lo indica, este tipo de devoto pretende que su religión es igual a elegir del menú en un restaurante o escoger entre los ingredientes de una barra de ensaladas. 

En el caso del cristianismo de cafetería, quizá el día de hoy un fiel devoto no tenga el apetito para los genocidios del Deuteronomio que fueron comandados por dios, pero sí tendrá un gran antojo por las fábulas de su hijo Jesús curando a los ciegos. Quizá el mensaje de su Mesías sobre dar toda posesión material a los pobres lo considere exagerado y eso de poner la otra mejilla, una linda tontería.

Un cristiano de cafetería protesta enfáticamente cuando el Estado le otorga ciertos derechos básicos a la comunidad homosexual, pero olvida la enseñanza central de su religión, aquella de amar al próximo como a uno mismo. Es un individuo que denuncia cuando el Estado concede derechos básicos a la mujer para decidir sobre su cuerpo, pero se encuentra a favor de la pena de muerte contra ciertos criminales. Los ejemplos son interminables…

El creyente de cafetería no quiere entender que su religión es una ideología sólida y cerrada; que si decide creer que su libro sagrado es realmente revelación divina, entonces no existe lugar para la negociación; es decidir entre todo o nada.

Pero como buen individuo pragmático, el creyente de cafetería prefiere considerar a su religión como algo ventajoso y placentero. Intentando burlar a su dios, se encomienda a sí mismo la decisión de decidir qué secciones de su fe le gustan y cuáles son mejor descartar.

A partir de esto surgen preguntas obligatorias. Si el creyente de cafetería muestra una desconsideración total por los dogmas de su religión, ¿cuál es entonces el objetivo de pertenecer a una religión organizada? ¿Por qué gastar su tiempo y dinero en una institución que no se acomoda a sus necesidades espirituales? Pero aún más importante, si el creyente de cafetería cree que todo negociable ¿por qué deciden mantener esa terrible angustia ante el pecado y el castigo eterno?; muy fácilmente podrían mandar estas creencias por el ducto de la basura por donde se fueron otras tantas. Un embrollo de lo más confuso…

El aspecto positivo del creyente de cafetería es que sin saberlo, logró robar a los altos sacerdotes el control total de la fe y el monopolio de la religión. Al tropicalizar la religión a su antojo, ha logrado corroer permanentemente la antes incuestionable autoridad que la Iglesia mantenía sobre la sociedad.

No obstante, aunque no existe duda de que un creyente de cafetería será siempre preferido sobre un creyente fundamentalista, este fenómeno ha dado paso a la gestación de un individuo todavía más incoherente, el cuál será analizado en la siguiente entrada.

Texto por Juan Pablo Delgado

15/1/13

EN BUSCA DEL HONOR PERDIDO DE EVA: UNA REVISIÓN CRÍTICA DEL GÉNESIS


Con su fatídica búsqueda por la Verdad, su rebeldía ante la autoridad y su negación a permanecer en perpetua ignorancia, la memoria de Eva podrá colocarse en un privilegiado lugar entre Sócrates y Prometeo.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

«Al principio, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas. Entonces Dios dijo: «Que exista la luz». Y la luz existió.» (Génesis 1:1 – 1:3)

Con estas palabras se inicia el libro de mitología más vendido en el mundo. Pero a pesar de la tentación por satirizar a la Biblia, es menester comprender que todas las sociedades primitivas tuvieron su acervo de mitos y leyendas para explicar el origen del Universo, de la vida en la Tierra y del orden social. Desde una perspectiva contemporánea, todas estas historias son igualmente ridículas.

De hecho, el Génesis judeo-cristiano no hace más que presentar la cosmovisión de un grupo de pastores confundidos que intentaban comprender su lugar en el mundo. Y aunque estuvieron en boga durante siglos (so pena de acabar en las mazmorras de la Inquisición), actualmente son pocos quienes ven con seriedad las fábulas que se incluyen en el Antiguo Testamento.

No obstante su aparente inocuidad, el Génesis no es un texto benévolo. Si los mitos sirvieron durante siglos para establecer el orden y las jerarquías en la sociedad, es entonces esta fábula la responsable de colocar a la mujer en su inferioridad perpetua ante el hombre.

Sumado a esto, no hay duda de que Eva es uno de los personajes más incomprendidos y repudiados en la literatura. Por esta razón, es necesario rescatar su honor para lograr dar fin a las severas distorsiones que emanan del Génesis.

Desde su entrada en escena, Eva es presentada como un ser inferior. Si en los primeros seis días dios creó al Universo y a todo ser viviente -incluyendo al hombre-, no sorprende que su única omisión fue la creación de la mujer.

Eva llegará después y sólo como un sobrante del cuerpo de Adán, pues su creación se dará a partir de una insignificante costilla.

Más allá de su bajísima condición social por nacimiento, la tragedia apenas comienza para Eva. En uno de los pasajes más infames, la Biblia procede a presentar a la mujer como la fuente de toda desgracia para la humanidad.

Habiendo dios prohibido enfáticamente comer el fruto del Árbol del Conocimiento, Eva es tentada por una serpiente para hacer precisamente esto, bajo la promesa de que obtendría la sabiduría del bien y el mal. La pérfida mujer prosigue a tentar al hombre para que él también coma del fruto. Las consecuencias serán la expulsión del Paraíso y la muerte.

Con el desafío a la eterna ignorancia impuesta por dios, se redacta entonces la sentencia final. En las palabras de una deidad iracunda, la condena para la mujer es la siguiente: «Multiplicaré los sufrimientos de tus embarazos; darás a luz a tus hijos con dolor. Sentirás atracción por tu marido, y él te dominará» Sin duda un fallo muy favorable para el hombre, quien ahora podrá citar a la Biblia para ejercer su control absoluto sobre los deseos y las acciones de la mujer.


Condenar a Eva tiene otras consecuencias reales. A diferencia de cualquier personaje literario, el cristianismo se encargó de transformar a esta mujer en una tergiversada representación simbólica del género femenino y sus acciones se usarían como falsa radiografía para intentar comprender los sombríos misterios de este sexo. Incluso hoy, en el imaginario colectivo se continúa percibiendo a Eva como una mujer traicionera y manipuladora que se dedica a engaña al hombre.

Sin embargo, es aquí donde encontramos un error medular de interpretación. Pues falsamente exhibida como tentadora y perversa –un estigma que perseguirá a toda mujer durante siglos- el Génesis en verdad nos presenta a Eva como la primera persona ilustrada de la historia.

Prefiriendo el conocimiento sobre la obediencia, Eva ejerce la característica intrínseca del ser humano: la curiosidad por comprender la realidad, la pasión por adquirir nuevo conocimiento y la necesidad por escapar de una cegadora ignorancia.

Retando incluso a su propio creador, Eva escoge la filosofía sobre la religión y demanda el derecho a la libertad de pensamiento. Adán, por el contrario, es un ser atrasado que se conforma por obedecer fanáticamente y servilmente a su dios.

Aunque parece exagerado afirmar que este cuento pudiera tener un impacto en una sociedad moderna, es importante cuestionarnos hasta qué punto las relaciones entre los sexos y el orden simbólico masculino de nuestra cultura se derivan de las historias mitológicas del cristianismo. No debemos olvidar que nuestras construcciones morales tienen profundas raíces en la tradición judeo-cristiana, como tampoco se puede ignorar que la Iglesia Católica continua teniendo una fuerte influencia en amplios sectores de la población.

No obstante una exitosa campaña de difamación durante siglos, la memoria y la honra de Eva podrán ahora resurgir victoriosas. Pues si existe un factor positivo en todo el Génesis, es precisamente el ejemplar comportamiento de esta mujer. 


Con su fatídica búsqueda de la Verdad, su rebeldía ante la autoridad y su negación a permanecer en perpetua ignorancia, la memoria de Eva podrá colocarse en un privilegiado lugar entre Sócrates y Prometeo.