5/2/17

EL RINOCERONTE CALVO

La técnica utilizada por Vladislav Surkov para manipular a la sociedad consiste en minar la percepción que se tiene de la realidad; creando toda clase de contradicciones para que las personas nunca conozcan que ocurre realmente.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Las "noticias falsas" fueron cosa de niños. Ahora vivimos en plena paranoia Orwelliana con el nacimiento de los "hechos alternativos" (Conway dixit).

Numerosos analistas comentaron (me incluyo) que si algo murió en la campaña de Donald Trump y ahora en su presidencia, fue la Verdad.

Pero no nos enmarañemos en discusiones epistemológicas o axiológicas de conceptos como “la verdad”. Conviene mejor dedicarnos a analizar la estrategia detrás de las acciones de Trump.

Ya sabemos que estamos frente a un hombre ególatra y narcisista. Algo sin parangón en la democracia estadounidense a la hora de mentir y tergiversar los datos.

Pero como escribía Héctor Aguilar Camín: "Trump: puede estar loco, pero hay método en su locura."

Para comprender el método, recurro al documentalista Adam Curtis, quien habla en su más reciente obra ("HyperNormalisation") sobre un siniestro personaje: Vladislav Surkov, hombre de confianza y asesor del presidente Vladimir Putin por más de 15 años. De acuerdo con Curtis, una técnica utilizada por Surkov para manipular a la sociedad consiste en minar la percepción que se tiene de la realidad; creando toda clase de contradicciones para que las personas nunca conozcan que ocurre realmente.

Curtis lo describe al decir que Surkov transformó a la política rusa en un “desconcertante y siempre cambiante escenario de teatro”.

Como ejemplo de esto, indica que Surkov solía apoyar en público a grupos neo-nazis, defensores de derechos humanos e incluso partidos opositores de Putin, dejando así a la sociedad (y a los opositores del régimen) sin saber dónde estaban realmente los intereses del Kremlin. Instauró así una realidad líquida y camaleónica, una estrategia de poder que dejaba a cualquier miembro de la oposición en constante confusión. Y aquí donde radica la genialidad de su estrategia: pues cuando la realidad se vuelve imposible de definir, se convierte también en algo imposible de combatir.


Algo similar hace Trump. Al inventarse una personalidad caleidoscópica, un día puede relacionarse con supremacistas blancos y otro con judíos conservadores. En el mismo enunciado desmantela al TLCAN y deporta a millones, pero siempre deseando que México sea un país amigo y próspero.

Con esta personalidad maleable que varía según la audiencia, Trump oscila entre dos –o más- realidades y abraza la contradicción. El problema es que nosotros quedamos presos en sus contradicciones: paralizados de actuar al no saber si la bestia está de nuestro lado o más bien se prepara para destrozarnos.

Más terrorífico es que esta táctica corroe y erosiona al corazón mismo de las democracias. Lo menciona la periodista Brooke Gladstone: "si cada individuo elige ahora su propia realidad y la democracia depende de generar consensos… ¿Qué tipo de democracia nos queda?"

Yo diría que una democracia simulada, donde el Gran Orangután es rey y bufón; juez y verdugo al mismo tiempo.

Por lo tanto, es nuestro deber como audiencia negarle a Trump su puesta en escena y mantener nuestra atención en la verdad y los hechos.

De otra forma, seremos simples espectadores en un teatro del absurdo llevado a su extremo más grotesco (y peligroso). Una obra digna de haber sido escrita por Eugène Ionesco, aunque ahora el guión se escriba en la Casa Blanca y lleve por título (¡por qué no!): "El Rinoceronte Calvo".