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24/10/22

EL TRÓPICO DE TRUMP

La elección en Brasil recuerda a lo que vivió Estados Unidos en 2016, donde dos candidatos defectuosos eran considerados similares.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Brasil está al borde del abismo. La elección presidencial a inicios de octubre demostró nuevamente lo inexactas que puedan ser las encuestas y las opiniones de los dizque expertos. El expresidente Lula da Silva no arrasó; el actual mandatario Jair Bolsonaro se refuerza para ganar la segunda vuelta; y lo que ocurra el a finales de este mes determinará no sólo el futuro de la mayor democracia en América Latina (y la cuarta a nivel global), sino del planeta entero. 

La tragedia más inmediata es que -como suele suceder en numerosos procesos electorales- la sociedad brasileña se enfrenta a una disyuntiva entre dos candidatos corruptos, polarizantes y controversiales. Como solemos decir en México: tienen que elegir al menos pior.




Pero así como hasta en los perros hay razas y hasta la basura se separa, debemos de entender que las diferencias entre Lula y Bolsonaro no son menores y que elegir a uno sobre otro tiene consecuencias trascendentales. Veamos:

Lula dirigió Brasil en una época de bonanza debido a los altos precios del petróleo y de las materias primas. Con el viento a favor, su presidencia vio una reducción notable de la pobreza y un alza en los indicadores sociales y económicos. ¿Sus errores? Amiguismo y corrupción. Lula fue señalado en la masiva operación anticorrupción “Lava Jato”, de nexos inconfesables entre Petrobras (la paraestatal petrolera), diversas empresas constructoras y su persona. Al final, fue condenado a 12 años de prisión, una sentencia que fue derogada al poco tiempo por fallas al debido proceso.

Pero Bolsonaro es de otra estirpe y de otro calibre. Este señor no sólo es un misógino y un nostálgico por la cruenta dictadura militar de Brasil, sino que parece dispuesto a hundir a la democracia brasileña en aras de mantenerse en el poder. 

Las señales existen desde hace tiempo. En 2018, antes de ganar su primera elección, comentó que no aceptaría “un resultado electoral que no sea mi propia victoria”. Tres años después, en plena campaña por su reelección,  indicó que “existen aquellos que piensan que pueden quitarme la presidencia (...) A ellos les digo que sólo tengo tres destinos: arresto, muerte o victoria. Y díganle a esos bastardos que nunca seré arrestado (...) sólo Dios puede quitarme de la presidencia”.

Pero esto no es lo peor. Porque aún dejando a la democracia de lado, Bolsonaro representa un peligro para la supervivencia del planeta. Desde que asumió el poder, el ritmo de deforestación en el Amazonas ha incrementado en un 60%, de acuerdo con el analista Jams Bosworth. Sumado a esto, mantiene una relación cercana con el gigantesco sector ganadero y minero, a quienes ha dado carta blanca para deforestar, quemar y destruir enormes zonas de reserva natural. Sumado a lo anterior, Bolsonaro ha eliminado gran parte del presupuesto de las agencias enfocadas en la protección del ecosistema, hostigando a los activistas ambientales e incluso minimizando cuando alguno de ellos es asesinado.

El daño causado al Amazonas no será fácil de revertir incluso si la mismísima Greta Thunberg fuera la presidenta de Brasil. Numerosos expertos ya advierten que estamos muy cerca de un “punto de no retorno”, momento en el cual la devastación será tan profunda que la selva pierde la capacidad de recuperarse. Pero una reelección de Bolsonaro sería el último clavo en este ataúd, llevando al mundo a una verdadera catástrofe ecológica.

La elección en Brasil me recuerda a la que vivió Estados Unidos en 2016, donde dos candidatos defectuosos eran considerados similares. Lula -como Hillary Clinton- quizá traiga consigo amiguismo y corrupción a su presidencia; pero Bolsonaro -al igual que Donald Trump- representa un verdadero peligro para su democracia, para su sociedad y para la civilización humana.

De Trump logramos librarnos en el 2020, esperemos que Brasil haga lo propio con Bolsonaro a finales de este mes. De lo contrario… ¡Que Dios nos agarre confesados!

9/10/22

MÉXICO Y LA URSS: ¿ORIGEN ES DESTINO?

Al final, México y Rusia se vuelven hermanos de un mismo padecimiento: para ciertos países, origen es destino.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

La muerte de la Reina Isabel II vino a poner el último clavo en el ataúd del siglo XX; el penúltimo, -si no llevan la cuenta- lo había puesto Mikhail Gorbachev cuando murió a finales de agosto. Visto de lejos, el deceso de ambos mandatarios marca el final de dos regímenes que dominaron gran parte del mundo durante los últimos 100 años: el comunismo internacional y el imperialismo británico.

Ríos de tinta se han escrito ya sobre Isabel II: sobre las rabietas del nuevo rey, sobre la supervivencia de la monarquía, sobre el futuro del Reino Unido… Pero una reflexión más jugosa nos ofrece el deceso Gorbachev, que a pesar de recibir decenas de obituarios, no obtuvo toda la atención necesaria porque la Reina Chabela lo alcanzó en el más allá apenas 8 días después. 

En concreto me llama la atención el tema de las oportunidades históricas perdidas. En el caso soviético -quizá por idealismo, quizá por ineptitud- Gorvachev buscó liberalizar el sistema político de su imperio comunista y terminó por causar su implosión. Lo que siguió fue una década turbulenta que sacudió la política de la Federación Rusa y destruyó su economía. 

Dentro de este caos que marcó a la década de 1990, pudimos ver el nacimiento, crecimiento y muerte del proceso democratizador en Rusia, el cual concluyó finalmente con el auge de Vladimir Putin, un autócrata que mantiene un control férreo del poder 22 años después.

Toda proporción guardada, creo que existe un paralelismo con México. Habiendo pasado también 70 años de dictadura (distinta a las siete décadas de autoritarismo soviético, sin duda), aquí en México iniciamos nuestra transición democrática justo cuando Putin ascendía al poder. Muy similar al caso ruso, las ilusiones democráticas para México también fueron desbordadas.

Pero también similar al destino de Rusia, aquí nuestros políticos igualmente malbarataron esta oportunidad histórica. Rápidamente caímos en cuenta que la democracia no era ninguna panacea, sino un proceso caótico al que no estábamos acostumbrados. Los poderes arcaicos (mafias, sindicatos, etcétera) seguían paralizado al país; los partidos políticos se volvieron una clase oligárquica y repartieron el poder entre ellos; el crimen organizado arrasó con miles de vidas y comercios. Y así, a 22 años de la transición democrática, México vuelve gradualmente a su origen centralista y autoritario. 


¿Qué fue lo que ocurrió? Más allá de la ineptitud política que caracterizó a esta etapa democrática, todo parece indicar que nuestra sociedad -al igual que la rusa- simplemente no tenía las bases culturales adecuadas para hacer florecer una democracia liberal. 

Cuando se le pregunta hoy a los mexicanos sobre este tema, parece que transitamos por un momento esquizofrénico. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Cultura Cívica del INEGI (2020) los mexicanos en su mayoría (65.2%) prefieren un gobierno democrático por encima de cualquier otro. Sin embargo, un 31% considera que un gobierno no demorático puede ser mejor o que simplemente les “da lo mismo”. 

A esto sumemos que un 77.5% aceptan de un gobierno “encabezado por un líder político fuerte” (¿Tipo Vladimir Putin?) y un 40.1% aceptaría vivir bajo un régimen encabezado por militares. ¡40 por ciento!

Esto deja en claro que la cultura democrática no logró permear en estas dos décadas. De hecho, sólo el 73.4% de los mexicanos dice saber qué significa la democracia… ¡En pleno siglo XXI! También deja en claro que ante la falta de prosperidad y soluciones, la población regresa a lo que conoce: a un poder centralizado y protector que ponga orden.

Al final, México y Rusia se vuelven hermanos de un mismo padecimiento: para ciertos países, origen es destino. Sólo queda preguntarnos si la Historia nos ofrecerá una segunda oportunidad para democratizar y liberalizar a nuestras sociedades.

25/9/22

LA POTENCIA DESINFLADA

México ha claudicado a tener un lugar en la mesa para resolver asuntos que afectan a nuestra economía.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

El título de esta columna no pretende ser ningún albur. Más bien es una descripción de la flácida realidad que experimenta México en su proyección global y en su manejo de su política internacional, sin duda una de las áreas más ninguneada por el régimen actual. 

Porque igual y con tanta bronca que cargamos no se acuerdan, pero México es hoy la decimoquinta potencia económica mundial. O dicho de otra manera, México es un país con el peso político y económico suficiente para placearse como potencia media en el escenario global; y esto -al menos en la teoría- nos debería motivar a tomar un papel más activo en los acontecimientos geopolíticos. Esto claramente no está sucediendo.

Hoy nuestra agenda internacional reduce a todo el mundo exterior en tres parcelas:  Centroamérica (por los migrantes), Estados Unidos (por el T-MEC y los migrantes) y un puñado de dictaduras latinoamericanas sin importancia internacional (¿por afinidad? ¿por amiguismo?). O sea… somos un país de vecindad.

Nada se dice sobre el conflicto en Ucrania, el calentamiento global, la crisis alimentaria, las políticas económicas globales, o incluso la reconfiguración del poder económico en el Pacífico (del cual formamos parte). ¿Por qué? Porque volvimos a escudar nuestra diplomacia en la arcaica Doctrina Estrada (no intervenir en asuntos de otros países), la máxima de Don Benito (“respeto al derecho ajeno…”) y si nos va bien… en algunas votaciones simbólicas dentro de organismos multilaterales. 




¡Y así no se puede, señores! Esta es la actitud de un país débil e inseguro, no de una potencia regional. Y claro… en el pasado este tipo de actitudes era entendible e incluso necesario. En el siglo XIX, México nació como un país débil y durante 50 años sufrimos diversas amenazas de reconquista, invasiones, pérdida territorial e incluso la imposición de un monarca extranjero. ¡Claro que teníamos una visión paranoica frente al mundo! ¡Todos nos querían chingar!

Ya en el siglo XX cargamos con los platos rotos de la revolución y la subsecuente reconstrucción del país bajo una política de aislamiento y sustitución de importaciones. Y si esta perspectiva cambió radicalmente en 1970 -cuando Luis Echeverría quiso reivindicar al Tercer Mundo- hoy resulta absolutamente urgente seguir dinamizando nuestras relaciones con el resto del mundo e intervenir activamente en la resolución de problemas globales.

Porque una cosa es clara: todo lo que ocurre en este mundo hiperconectado e hiperglobalizado nos afectará de una y otra manera. Simular que esto no es cierto significa claudicar al juego y permitir que otros decidan por nosotros el rumbo de la geopolítica. 

Un caso ejemplar es Ucrania. Para millones de mexicanos, lo que ocurre hoy a 11 mil kilómetros de nuestro país es absolutamente intrascendente, pero todos estamos sufriendo las consecuencias de ese conflicto: alza en los precios del petróleo, mayor inflación, mayores costos de alimentos a nivel mundial, más disrupciones en las cadenas de suministros.

Claro que no abogo por el envío de tropas o algún tipo de intervención bélica, pero simplemente con denunciar el conflicto nos vuelve parte de la conversación alrededor de estos temas. Aquí hemos decidido enterrar nuestra cabeza en la arena. Y así, claudicamos a tener un lugar en la mesa para resolver estos asuntos que afectan a nuestra economía.

Queda claro que no habrá un cambio en nuestra política internacional durante este sexenio. Pero es imperativo retomar la posición y proyección nacional que la decimoquinta potencia requiere. De no hacerlo, el mundo nos dejará fuera de todas las decisiones importantes. Y esa potencia no se recuperará ni con un Cialis.

15/8/22

LA REVOLUCIÓN DE LOS FLOJOS

Si antes los derechos se ganaban en las calles, ahora el feminismo se expresaba en un slogan, en un hashtag o en un comentario en redes sociales


Texto por: Juan Pablo Degado Cantú

Ninguna revolución puede realizarse sin ensuciarse las manos. Si no me creen, pregúntenle a Robespierre, Carranza, Mao o Castro. Yo diría que la misma lógica aplica para los cambios sociales menos violentos: si queremos transformar cualquier factor social debemos -por lo menos- salir a las calles para luchar y exigir dichos cambios. 

Esto podría parecer lógico, pero viendo la realidad actual es evidente que no lo es. ¿A qué me refiero? A que hoy estamos experimentando una tendencia sumamente dañina para la sociedad civil. Algo que los gringos se refieren como “slacktivism”, que bien podría traducirse al castellano educado como “activismo de huevones”; o de “flojos” si quieren ser todavía más correctos.

Uno encuentra por lo general este tipo de “activismo” en redes sociales, usualmente en respuesta a algún evento coyuntural. Por ejemplo, cuando Rusia atacó a Ucrania, millones de “activistas” flojos agregaron un emoji de la banderita ucraniana a su perfil de Twitter para mostrar su apoyo al país invadido. O si ocurre un sismo en Haití, nos volcamos a utilizar el hashtag “#RecenPorHaití”. Y así muchos etcéteras. 

Al final, este tipo de “activismo” no funciona para absolutamente nada y no logra ningún cambio sustantivo en la realidad. Les puedo jurar que Vladimir Putin no tendrá una crisis de conciencia tras ver mensajes en Twitter; y los haitianos tampoco tendrán alimento o refugio por obra y gracia de un hashtag.
Pero bueno, aquí no busco criticar de manera gratuita una actitud sangrona de la sociedad. Porque mi verdadero problema con el slacktivism es que éste sí tiene consecuencias graves en la sociedad, en particular cuando millones de personas consideran que -efectivamente- sus acciones en el mundo virtual se traducen en efectos en el mundo real. 



Como caso concreto apuntemos hacia el feminismo en Estados Unidos. Durante décadas las mujeres habían salido a la calle para exigir sus derechos más fundamentales: el derecho al voto, a la independencia económica, al aborto, a la igualdad laboral y salarial…

Pero con la cuarta ola del feminismo (que inició alrededor del 2010) el movimiento feminista cambió de actitud y de tono. De acuerdo con la periodista Susan Faludi, éste fue el momento en el que gran parte del movimiento feminista fue cooptado por las marcas comerciales, por los influencers y por los slacktivistas.

Si antes los derechos se ganaban en las calles, ahora el feminismo se expresaba en un slogan, en un hashtag o en un comentario en redes sociales, dice Faludi. Las superestrellas del pop y las actrices de Hollywood se declaraban abiertas feministas y el mundo las amaba por eso, pero nadie tomaba ninguna acción concreta. Todas las marcas de ropa producían camisas con frases como “El Futuro es Femenino”, pero no se avanzaba ninguna legislación que asegurara ese futuro. El feminismo estaba en todas partes y era abrazado por todos (¡Y qué bueno!), pero nunca de una manera tan superficial… y tan frívola.

En la conciencia pública, las cosas parecían ir bastante bien. De acuerdo con Pew Research, en el año 2020 el 61% de las mujeres estadounidenses decían que “feministsa” era una palabra que las definía; mientras que el 61% de la población total (Pew Research, 2022) aprobaban el aborto. 

Pero al final este tipo de slacktivism no sirvió para mucho. Porque a diferencia del movimiento feminista actual, los conservadores de Estados Unidos no estaban portando camisetas con slogans o retuiteando a sus artistas favoritas. Ellos estaban colocando a jueces, alcaldes, gobernadores y legisladores en posiciones claves, y estaban cambiando las leyes de su país… logrando al final eliminar de un plumazo un derecho que por medio siglo fue fundamental para tantas mujeres.

En otras palabras, los reaccionarios y conservadores ganaron porque se ensuciaron las manos.

1/8/22

GUERRA, HUH, YEAH ¿PARA QUÉ ES BUENA?

En los últimos 70 años, ninguna superpotencia logró ganar definitivamente una guerra. Ahí tenemos el fracaso de Estados Unidos en Vietnam, Afganistán e Irak, pero también sus retiradas humillantes de Somalia y el Líbano. La Unión Soviética también fracasó en Afganistán. Hoy Rusia está fracasando en Ucrania.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Ahí les va una declaración que quedará grabada en mármol para la posteridad: la guerra es una reverenda y absoluta estupidez. ¡Ay goey!

No digo esto desde una óptica pacifista o siquiera ética. Esta observación es meramente pragmática. Hoy en día, la guerra simplemente no paga como antes.

Tomemos el caso de Rusia. A estas alturas del juego creo que es evidente que su invasión a Ucrania ha resultado ser un fracaso. Al momento de escribir esto, estamos terminando el quinto mes de conflicto. Pero aunque Vladimir Putin resulte el ganador y logre quedarse con un pedazo de territorio ucraniano, esto no necesariamente dejará a su país en una posición más fuerte. 

La razón de esto es que los conflictos ya no funcionan como antes. Todos sabemos que por siglos diversos imperios se enriquecieron a través de conquistas y campañas militares. Los Romanos se merendaron al mundo helénico; los españoles a los mexicas, y así un largo etcétera. Pero si revisamos la historia a partir del siglo XX nos daremos cuenta que ningún país que ganó una guerra se enriqueció directamente de la misma. 


Este es un argumento que rescata el economista Paul Krugman en The New York Times. Krugman nos refiere a “La Gran Ilusión”, una obra de 1909 del autor británico Norman Angell, donde se establece que la guerra para ese entonces ya se había vuelto obsoleta. Angell no se refería a que no hubiera futuras guerras (hubiera sido un error garrafal), sino simplemente que los vencedores no podrían obtener ganancias de su victoria, y por lo tanto, la guerra no tenía sentido.

Esto fue evidente con los grandes vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Al finalizar la guerra, Francia y Gran Bretaña quedaron en quiebra y su poder imperial hecho pedazos. Estados Unidos -el gran ganador- tampoco recibió una bonanza por derrotar a Hitler, y en los años subsecuentes vivió una inflación por encima del 20 por ciento.

¿Pero por qué la guerra ya no es redituable? De acuerdo con la teoría de Angell esto se debe a la “interdependencia vital” que existe entre los países; algo que la globalización y la tecnología han profundizado a niveles imposibles de imaginar en 1909.  Porque como bien apunta Krugman, en una economía global es sumamente difícil conquistar a otro país sin afectar la “división de trabajo internacional” y el sistema financiero del mundo. O sea… que una guerra termina por desmadrar la maquinaria económica global, afectando al invasor, al invadido y a todos los espectadores.

Esto lo hemos visto en tiempo real durante los últimos meses. La invasión a Ucrania llevó a una escasez de trigo y petróleo, que incrementó sus precios y que terminó por afectar los niveles de inflación a nivel mundial. En mayo del 2022, el nivel de inflación en Rusia era 17.1% más alto que un año anterior, de acuerdo con cifras oficiales. A esto sumen todos los estragos que la guerra le ha causado al pueblo ruso.

Y conquistar territorio tampoco deja mucha lana. Claro, antes un ejército podía robar tierra y ganado, pero hoy los activos fijos son de distinta índole. Claro que puedes confiscar una fábrica o un complejo industrial, pero Krugman indica que esta confiscación destruye los incentivos y la seguridad que todo trabajador requiere para ser productivos y eficientes. Incluso con todo el territorio que conquistó la Alemania Nazi, la producción que pudo extraer de ellos no llegó a financiar ni del 30% de su maquinaria bélica. 

Se los repito… la guerra no paga como antes; y por si fuera poco, tampoco se ganan. 

En los últimos 70 años, ninguna superpotencia logró ganar definitivamente una guerra. Ahí tenemos el fracaso de Estados Unidos en Vietnam, Afganistán e Irak, pero también sus retiradas humillantes de Somalia y el Líbano. La Unión Soviética también fracasó en Afganistán. Hoy Rusia está fracasando en Ucrania.

Putin dice ser un fanático de la historia, pero al parece le pasó de noche esta lección tan importante.

18/7/22

LIBERTAD: UNA PELÍCULA DE MICHAEL BAY

Creo que todos los defensores del liberalismo debemos mirar con atención lo que ocurre hoy en el Este de Europa. Porque por primera vez en décadas, el conflicto entre Rusia y Ucrania ha permitido el surgimiento de un súper héroe liberal.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Si tienen buena memoria sabrán que en mi columna pasada (“La Soledad Radicalizadora”; Vértigo #1109) les expuse un breve sumario sobre algunas ideas de Hannah Arendt. En particular, sobre cómo el sentimiento de soledad en las sociedades modernas es esencial para el éxito de todo proyecto populista o autocrático.

El argumento era el siguiente: millones de personas viven hoy aisladas de sus vecinos, sus comunidades y de las instituciones. Sus vidas se perciben sin rumbo. Este factor es explotado por el líder autoritario, quien les hace protagonistas de una narrativa épica (recuperar un pasado idílico o llegar a un futuro utópico), lo que otorga sentido a los ciudadanos e incrementa la fuerza del autócrata. 

Y seamos honestos, no es fácil tachar de idiotas a millones de personas que escuchan estos cantos de sirena. Porque en el fondo, la gente quiere sentirse importante. Sentir que forman parte de la Historia (con mayúscula); que son parte de un movimiento que sacudirá al status quo; que sus acciones responden a un gran cambio; que ellos son la vanguardia de una renovación política, social y económica. 

¿Y acaso ofrece esto la narrativa liberal? ¡Ni madres! Y quizá aquí encontramos uno de los principales conflictos entre el liberalismo y el populismo. ¡El liberalismo es muy pinche aburrido! 


Claro que es sumamente loable hablar de la autonomía del individuo, de la libertad y de los derechos. Pero seamos honestos… al final esto termina siendo de flojera. ¿Qué prefieren ustedes? ¿Una cátedra sobre la libertad o una épica que los pone en pie de guerra contra “los enemigos históricos” que buscan negarnos un paraíso perdido? ¡La respuesta es obvia!

Si lo ponemos en términos cinematográficos, el mensaje liberal de hoy parece un libreto para una película de Hallmark, mientras que el populismo trae las explosiones y la acción de un blockbuster de Michael Bay.

¿Qué podemos hacer entonces? La estrategia más práctica e inmediata es hacer a la narrativa liberal más atractiva. Porque mientras los populistas tengan a actores como Donald Trump o Rodrigo Duterte, y nosotros sigamos reclutando a pantuflas viejas como Ursula von der Leyen o Joe Biden, simplemente no hay manera de competir.

¡Pues estamos de suerte! Porque desde las planicies ucranianas llega el héroe del liberalismo que todos estábamos esperando: Volodimir Zelensky. 

No se rían. Creo que todos los defensores del liberalismo debemos mirar con atención lo que ocurre hoy en el Este de Europa. Porque por primera vez en décadas, el conflicto entre Rusia y Ucrania ha permitido el surgimiento de un súper héroe liberal.

No importa si Zelensky les cae gordo. Lo importante es que nadie como él para inyectarle fuerza y vitalidad al proyecto liberal en estos tiempos tan aciagos. Es un líder carismático, un verdadero hombre de acción que lucha contra el imperialismo ruso, y también (de acuerdo con amigas y con Twitter) un pelado bastante guapo.  En pocas palabras: tenemos a un jóven apuesto y gallardo que literalmente está poniendo su vida en riesgo para luchar en favor de la libertad. ¿Querían una buena narrativa para el liberalismo? ¡Qué más pueden pedir! 

La cosa es que esto no puede quedarse en sólo un protagonista. Necesitamos que el liberalismo tenga la misma actitud agresiva y bizarra (en su definición original) para poder competir contra los Erdogans, los Bolsonaros y los Orbans del mundo. 

Pero por algo se empieza y con el libreto que hoy se maneja Zelensky, cualquier película de Michael Bay parece haber sido escrita por un taquero. ¡A comprar boletos!

CODA: Un giro verdadero digno de Hollywood sería que al final del conflicto, Zelesnky se autoproclame “héroe del pueblo” y decida perpetuarse en el poder. ¡Ay nanita!

20/6/22

¡AFGANISTÁN YA VALIOMADRISTÁN!

Espero que hayan apreciado este amable recordatorio sobre el sufrimiento que sigue causando el asqueroso régimen Talibán. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Nadie podría negar que como especie tenemos una severa crisis de atención. En los últimos años hemos sido testigos de numerosos eventos y crisis que monopolizaron nuestra atención sólo para ser descartados y olvidados en cuestión de días o incluso horas. 

C'est la vie. Esta es la naturaleza humana y también la naturaleza misma de las noticias: nos gusta lo nuevo y brilloso, nos gusta la novedad; y lo que hoy es emocionante, mañana es aburrido. ¡Nadie quiere leer el periódico de hace una semana!

Y así hemos pasado los últimos años cambiando de profesiones. Primero fuimos todos epidemiólogos; luego inmunólogos y expertos en vacunas; luego ingenieros expertos en infraestructura del metro; expertos en estrategia militar; expertos en aeropuertos y espacios aéreos; expertos en control de armas; y últimamente, expertos en relaciones maritales con los casos de Johnny Depp y Shakira.

Aún así, creo que esta actitud puede llegar a un extremo cuando está de por medio el sufrimiento de millones de personas. Un caso particular de esto es Afganistán.

Porque incluso desde antes de que Vladimir Putin decidiera invadir Ucrania hace ya más de 100 días (otro evento que rápidamente se esfuma de nuestra atención), el enfoque del público ya se había olvidado del martirio que nuevamente viven los afganos bajo un régimen teocrático y fundamentalista. Claro, todos se rasgaron las vestiduras cuando el Talibán retomó Kabul en agosto del 2021, pero en un santiamén se olvidaron de todo y… ¡a otra cosa, mariposa!

Así que en un intento de reavivar su atención por el tema, pongamos nuestros ojos de nuevo en Afganistán. ¿Cómo van las cosas por allá? Pues en pocas palabras: ¡De la chingada! Veamos…


Crisis económica: El regreso del Talibán significó un colapso absoluto de la economía afgana, la cual dependía en su totalidad del apoyo exterior. Ahora, millones de afganos están desempleados y gran parte de los trabajadores del sector público no han recibido su salario en meses. Por su parte, los gringos decidieron secuestrar las reservas internacionales de Afganistán valuadas en 7,000 millones de dólares, lo que ha contribuido a la implosión del sistema bancario.

Hambruna: De acuerdo Naciones Unidas, casi la mitad de la población (cerca de 20 millones de personas) se encuentra hoy mismo en peligro de sufrir hambruna. De esta población, casi 10 millones son niños y menores de edad. Si esto no los encabrona, nótese que la UNICEF ha reportado que esta situación ha llevado a decenas de miles de familias a vender a sus hijas como esposas o a rentar a sus hijos como trabajadores en condiciones esclavizantes. 

Derechos de mujeres: Como estaba previsto, el Talibán mintió cuando prometió reformas en su política hacia las mujeres. En los meses que lleva en el poder, ha prohibido a las mujeres estudiar más allá del sexto grado; ha vuelto a imponer la burka que cubre por completo el cuerpo de las mujeres; y ha prohibido que las mujeres salgan a la calle sin acompañantes hombres.

¿Ya se escandalizaron nuevamente? ¡Espero que sí! Lo peor aquí es que la situación de Afganistán difícilmente mejorará en el corto plazo. La administración de Joe Biden ha decidido entregar la mitad de las reservas económicas congeladas a las familias afectadas por los ataques del 11-S 2001. Por su parte, el gobierno Talibán sigue sin ser reconocido por la mayoría de los países del mundo, coartando su capacidad para negociar ayuda humanitaria o establecer nuevos tratados comerciales.

Espero que hayan apreciado este amable recordatorio sobre el sufrimiento que sigue causando el asqueroso régimen Talibán. Y claro, entiendo que el mundo sigue girando y la coyuntura evoluciona diariamente. Pero recuerden que un evento no deja de existir simplemente por no estar en los titulares de las noticias.

Dicho lo cual, una cosa es segura: Por ahora, ¡Afganistán ya valiomadristán!

6/6/22

¡LA OBSESIÓN OS HARÁ LIBRES!

Los enemigos de la libertad son sujetos obsesivos; toman su tiempo y organizan sus fichas para atacar en el momento adecuado. Si la misión de estos reaccionarios es restar derechos, trabajarán incansablemente hasta conseguirlo.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


En el tercera entrega de la saga de Douglas Adams The Hitchhiker's Guide to the Galaxy, los entrañables personajes se encuentran luchando contra la genocida civilización de Krikkit, quienes tras descubrir que existían otras formas de vida en el universo, decidieron que su misión era destruirlas a todas.

En un intercambio sobre cómo salvar al Universo, Ford Prefect -uno de los protagonistas de la obra- comenta sobre la futilidad de combatir a estos enemigos galácticos: "Nosotros no estamos obsesionados con nada. Y ese es el factor decisivo. No podemos ganar contra la obsesión. A ellos les importa, a nosotros no. Ellos ganan."

Creo que hoy nuestra civilización se enfrenta a una situación similar. Ya establecimos en mi columna pasada (“Los Reaccionarios Nunca Duermen”, Vértigo #1005) cómo nuestras libertades nunca están del todo garantizadas; y cómo en cualquier momento -como en el caso del aborto en Estados Unidos- éstas pueden revertirse o eliminarse.

Porque al final del día, muy pocos de nosotros estamos ‘obsesionados’ por mantener nuestras libertades. No es que no nos importen; sino que una vez obtenidas creemos que la batalla está ganada y procedemos a retirar nuestras tropas. Pero los enemigos de la libertad no piensan así. En la mayoría de los casos son sujetos obsesivos; toman su tiempo y organizan sus fichas para atacar en el momento adecuado. Si la misión de estos reaccionarios es restar derechos, trabajarán incansablemente hasta conseguirlo.



Volvamos al caso del aborto en Estados Unidos. La filtración de la Suprema Corte donde se prevé la revocación de Roe v. Wade no fue una ocurrencia del juez Samuel Alito. Más bien es el resultado de décadas de trabajo de fuerzas conservadoras y religiosas, que durante 50 años han buscado la forma de minar y destruir este derecho. 

Para estos reaccionarios la estrategia ha sido clara: secuestrar   poco a poco al Poder Judicial. Bien indica la escritora Margaret Talbot en The New Yorker (“Amy Coney Barrett’s Long Game”), cómo organizaciones como The Federalist Society y otros grupos conservadores han trabajado por años en llenar las cortes federales -incluida la Suprema Corte- con jueces afines a su ideología. 

Donald Trump fue el último eslabón en esta estrategia. Como presidente se dedicó a nombrar jueces que quisieran eliminar a Roe v. Wade, atascando al Poder Judicial con magistrados conservadores y de preferencia jóvenes (para que duren más años). De acuerdo con un análisis de los académicos David Fontana y Micah Schwartzman “los nominados de Trump a las cortes federales de apelaciones fueron los más jóvenes de cualquier presidente al menos desde el inicio del siglo XX”. Si revisamos sus tres nombramientos a la Suprema Corte la situación es similar: Neil Gorsuch (49 años), Brett Kavanaugh (53 años) y Amy Coney Barrett (48 años).

Pero quizá esto les parezca un problema específico de Estados Unidos. Quizá algunos argumenten que en México no hemos llegado a una situación tan extrema, ya que aquí nuestra Suprema Corte ha garantizado el derecho al aborto, al matrimonio igualitario o al consumo de marihuana.

Pero el punto es que nunca estamos a salvo, y las fuerzas reaccionarias se encuentran hoy mismo conspirando para restarnos libertades. Basta con ver la decisión de la ministra Margarita Ríos Farjat, quien argumentando que “ningún derecho es absoluto” nos enjaretó la eliminación del ‘Secreto Bancario’, una de las violaciones más graves a la privacidad e intimidad de todos los mexicanos. Bajo este nuevo paradigma, todas nuestras libertades están ahora en peligro.

Así que debemos aprender en cabeza ajena. Si las libertades están siendo erosionadas en países con una tradición democrática y un Estado de Derecho más sólidos, no queda más que esperar lo peor para México. La complacencia ha demostrado ser una actitud fallida. Los bárbaros ya están ante las puertas y son implacables. 

23/5/22

LOS REACCIONARIOS NUNCA DUERMEN

Así como a las gringas les pueden quitar un derecho que han gozado durante 50 años, lo mismo puede pasar en cualquier país y con cualquier derecho.


Texto: Juan Pablo Delgado Cantú


Seguro que a estas alturas ya todos están enterados del papelazo que aconteció a inicios de mayo en la Suprema Corte de Estados Unidos. Para los despistados, va una breve recapitulación:

El 04 de mayo se filtró el borrador de una opinión del juez Samuel Alito donde pretende anular los dictámenes de Roe v. Wade (1973) y Planned Parenthood v. Casey (1992). Estas resoluciones, respectivamente, son las que legalizan el aborto y colocan límites a la intervención del gobierno sobre las decisiones y el cuerpo de las personas. De acuerdo con el texto de Alito, el aborto simplemente no está protegido por la constitución y por lo tanto, no debería tener una protección jurídica a nivel federal. 

Por ahora el aborto permanece legal en Estados Unidos, ya que la votación final sobre el asunto sucederá seguramente a principios de julio. Pero esta filtración es terrorífica por otras razones, ya que expone cómo ciertos derechos y libertades que muchos creen garantizados en la sociedad, en realidad nunca están completamente seguros.

Y claro que habrá algunos que consideran que este tema es una bronca particular y específica de los gringos; que aquí en México no debemos de preocuparnos. Al final de cuentas, nuestra propia Suprema Corte despenalizó la interrupción del embarazo en septiembre del 2021 (aunque su resolución no asegura que se modificarán las leyes a nivel estatal) y también hemos visto como Colombia y Argentina han legalizado esta práctica.

Pero no debemos enredarnos en el tema del aborto. Porque la temática frente a nosotros es más amplia. Porque así como a las gringas les pueden quitar un derecho que han gozado durante 50 años, lo mismo puede pasar en cualquier país y con cualquier derecho.

Bien lo señala Max Fisher en The New York Times, cuando dice que existe una correlación entre los gobiernos que restringen los derechos de las mujeres y una erosión más amplia de la democracia. Porque claro, restringir los derechos de las mujeres es un síntoma de la erosión generalizada de derechos civiles y políticos que llevan a cabo estos regímenes populistas o iliberales.

¿Y por qué tanta preocupación? Porque en la actualidad son precisamente los regímenes autoritarios o antiliberales los que más están avanzando en el mundo. Basta revisar el reporte de Freedom House sobre el estado de la democracia en el mundo para darse cuenta del tamaño de la bronca. 


De acuerdo con su último reporte publicado en febrero de este año, las libertades a nivel global han sufrido 16 años consecutivos de declive. Durante el 2021, un total de 60 países sufrieron caídas en su calidad democrática, al tiempo que solo 25 mejoraron. Peor aún: sólo el 20 por ciento de la población global vive actualmente en países libres, mientras que ocho de cada 10 personas viven en países no libres o parcialmente libres, la proporción más alta desde 1997. 

Así que no importa la postura que tengas sobre el tema del aborto (un derecho que yo apoyo profundamente, por si a alguien le interesa saber). Porque el problema que ocurre en Estados Unidos es sólo una muestra de cómo los gobiernos alrededor del mundo están eliminando los límites y libertades erigidos entre la vida privada de un individuo y el poder del Estado. 

Pocos lo han plasmado de manera tan clara la problemática que enfrentamos como el comentarista político y cómico John Oliver: “Las libertades nunca están garantizadas; se ganan con esfuerzo pero se pueden perder fácilmente. El progreso requiere una lucha constante y sostenida, al igual que la valentía de las personas que elegimos como líderes”.

Están advertidos: ningún derecho está garantizado. Hoy les tocó a los gringos estar perdiendo un derecho esencial, pero mañana puede tocarnos a nosotros. Sólo nos queda exigir, luchar y nunca bajar la guardia. Recuerden: los enemigos de la libertad nunca duermen.

9/5/22

GRAN HERMANO REGIÓN 4

A diferencia del “dinero tonto” que ahora utilizamos, pronto el gobierno sabrá donde se encuentra cada “peso digital” y para qué se está utilizando. Así, el Banxico tendrá conocimiento de cada uno de nuestros pagos y compras.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


En las mazmorras del Banco de México se está cocinando una idea sumamente peligrosa para la privacidad de todos los ciudadanos: la creación de una moneda digital que planea reemplazar al peso mexicano.

Esta ocurrencia la planteó recientemente la gobernadora Victoria Rodríguez Ceja, quien puso cómo fecha de lanzamiento para este proyecto orwelliano el año 2025. Así que tenemos tres años para prepararnos.

“¿Y por qué tanto alboroto?”, se preguntarán ustedes. Pues creo que basta con malpensar un poco para comprender las posibilidades perversas y la capacidad de abuso que tiene esta moneda. 

Bien indicó Tarik Hansen, analista de tecnologías de la información para la Reserva Federal de Estados Unidos, que una moneda digital controlada por un banco central tiene la capacidad de recopilar y almacenar toda clase de información de identificación personal, la cual podría ligar a los usuarios con todas sus operaciones y transacciones financieras. 

Porque a diferencia del “dinero tonto” que ahora utilizamos, pronto el gobierno sabrá donde se encuentra cada “peso digital” y para qué se está utilizando. Así, el Banxico tendrá conocimiento de cada uno de nuestros pagos y compras: sabrá qué clase de productos estamos comprando, dónde los compramos, cuándo los compramos y qué tan seguido los compramos. Esto aplicará con todas y cada una de tus transacciones que realices el resto de tu vida, porque la idea de Banxico es dejar de imprimir dinero eventualmente.



Todo esto me hizo recordar un texto del historiador Yuval Noah Harari, que incluso les compartí en el 2018. En aquel documento (Why Technology Favors Tyranny), Harari introduce el concepto de las “dictaduras inteligentes” que podrían florecer gracias a la Inteligencia Artificial (IA). El argumento es el siguiente:

Harari apunta primero que la diferencia entre democracias y dictaduras no se reduce a una pugna entre dos sistemas éticos opuestos. Igual de importante es que utilizan dos sistemas distintos para el “procesamiento de información”: las democracias distribuyen la información entre numerosos agentes, mientras que los regímenes autoritarios la concentran en un círculo reducido de personas. 

Esto explica el colapso de prácticamente todas las dictaduras del siglo XX. Sin la tecnología necesaria para procesar enormes cantidades de información, el círculo en la cima del poder no podía digerir todos los datos, lo cual llevaba a un incremento en la ineficiencia, al estancamiento de la innovación, a la pérdida del crecimiento económico y al final, a la imposición del régimen en cuestión.

Pero Harari apunta que el auge de la IA soluciona estos problemas. Con la capacidad de procesar miles de millones de datos de manera inmediata, esta tecnología “podría hacer a los sistemas centralizados aún más eficientes que los sistemas difusos”, porque una computadora trabaja mejor entre más data concentra en un solo lugar. Así, la mayor desventaja de las dictaduras pasadas -concentrar el poder e información en un lugar- podría ser hoy la ventaja definitiva de estas “dictaduras inteligentes”. En otras palabras: más información es igual a más control y más poder.

Nada de esto quiere decir que en tres años el Banxico se convertirá en la piedra angular de un régimen totalitario. Pero lo que sí es una realidad es que el gobierno de México tendrá una base de datos de cada ciudadano, la cual continuará creciendo con cada transacción y compra que realicemos. No es una exageración suponer que en un futuro, alguna (o todas) las oficinas del gobierno federal podrían acceder a esta data y usarla en nuestra contra.

Ya están advertidos: tenemos tres años para prepararnos. Y si no aseguramos la privacidad absoluta al momento de lanzar esta moneda digital, pronto despertaremos gobernados por el Gran Hermano de Orwell… aunque sea Región 4.

2/5/22

FEAR AND LOATHING IN BEIJING - PARTE 3

Aquí nos encontramos hoy: en el inicio de esta batalla entre democracias y autocracias que definirá lo que resta de este siglo. ¿Quién saldrá victoriosa? 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

En las dos primeras partes de esta trilogía establecimos un par de asuntos: 1) Que estamos viendo surgir un nuevo orden internacional, basado -como todos los anteriores- en el miedo. 2) Que si en la segunda mitad del Siglo XX el enemigo común del liberalismo fue la Unión Soviética, ahora será China; 3) Que éste no será un orden basado en el neoliberalismo económico, pues éste fortalece a los proyectos expansionistas de Beijing; 4) Que algunas viejas alianzas (OTAN) deberán complementarse con nuevos arreglos comerciales y militares (QUAD, AUKUS) que deberán poner énfasis en los derechos humanos, los derechos laborales y los derechos ecológicos. 5) Que la batalla entre las autocracias y las democracias será el conflicto que definirá al Siglo XXI.

Mi texto anterior terminó con un mensaje ominoso: más allá de que estas alianzas pudieran fracasar por tensiones o contradicciones internas, quizá el mayor peligro es que China también tiene amigos, y podría crear su propio orden global dominado por autocracias y gobiernos antiliberales.

Y esto tiene lógica: ante un nuevo orden liderado por Estados Unidos, Beijing querrá aliarse con regímenes afines y crear un orden contrario. Parte de esta temática es explorada a profundidad por la periodista Anne Applebaum en The Atlantic (“The Bad Guys Are Winning”), donde apunta que las dictaduras de hoy -a diferencia de épocas anteriores- parecen haber formado una especie de “club” para apoyarse y beneficiarse mutuamente.

De acuerdo con Applebaum, la ideología de estas dictaduras es lo menos importante, ya que uno encuentra en esta asociación a comunistas, nacionalistas e incluso teocracias. En principio, los integrantes de esta mafia autoritaria buscan aumentar su poder y la riqueza personal de sus líderes. Esto sucede de varias maneras: las empresas corruptas de un país hacen negocios con las de otro tirano; la policía de un país entrena y equipa a los cuerpos policiacos de su compadre. Las agencias de propaganda comparten estrategias y recursos (granjas de trolls, etcétera) para promover a otro régimen. Y cuando Estados Unidos o la Unión Europea salen a imponerles sanciones, estos países saltan al rescate del imputado para limitar los efectos de este boicot.

Un ejemplo reciente de este comportamiento mafioso ocurrió con Bielorrusia, quien tras su elección fraudulenta de 2020 se convirtió en paria internacional. Rápidamente llegó el aislamiento económico y las sanciones por parte de gringos y europeos. Sin embargo, el tirano Alexander Lukashenko fue cobijado por sus amigos autoritarios; y tanto Rusia como China, Cuba e Irán llegaron a salvarlo. 



Lo mismo sucede ahora con Vladimir Putin, quien acorralado por Occidente ha logrado mantener una línea de crédito abierta con China y ha recibido el apoyo de los gobiernos antes mencionados más otros como Venezuela y Nicaragua.

Applebaum indica que actualmente esta mafia de tiranos funciona como una organización suelta, sin verdadera cohesión formal y sin tener a un líder que funcione como capo di tutti capi. 

Sin embargo, considero que la debacle de Rusia en Ucrania, sumado al poderío económico y militar limitado de estos países hampones, colocarían al régimen de Beijing como líder natural e indiscutible de esta mafia autocrática. De suceder esto, la posibilidad de impulsar un “orden autoritario” formalizado -con tratados y acuerdos de asistencia y protección mutua- no sería descabellado.

Para evitar este futuro sombrío, la primera prioridad del naciente orden internacional será evitar a toda costa una unión entre Rusia y China, las dos autocracias con poderío nuclear más fuertes del mundo, muy al estilo de lo realizado por Nixon y Kissinger en 1972. De no lograrlo, esta unión sería la piedra angular de un bloque neoautoritario que girará en torno a Beijing. 

Aquí nos encontramos hoy: en el inicio de esta batalla entre democracias y autocracias que definirá lo que resta de este siglo. ¿Quién saldrá victoriosa? 

Ahora sí… ¡Hagan sus apuestas, señores!

18/4/22

FEAR AND LOATHING IN BEIJING - PARTE 2

Occidente debe alejarse de la ortodoxia neoliberal que reinó por décadas para crear un nuevo capitalismo más ‘amable’.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


En mi columna anterior hablamos de cómo se crea un nuevo orden internacional; y concluimos -basado en los argumentos de Michael Beckley (Foreign Affairs)- que el ingrediente fundamental es el miedo.

Por ejemplo, fue precisamente el miedo a la Unión Soviética lo que dio auge al orden liberal internacional durante el siglo XX, logrando unificar -y mantener unidos- a una colección de países liderados por Estados Unidos. Pero 30 años más tarde, y sin su enemigo predilecto, el orden liberal se encuentra en crisis.

¡Pierdan cuidado! Tenemos a un nuevo contrincante: la República Popular de China. Una potencia agresiva y represiva que causa terror en sus vecinos cercanos y que hoy está generando un reacomodo en las alianzas y las prioridades globales. 

Para entender el posible nuevo orden debemos recordar de dónde venimos. Durante la Guerra Fría, EE.UU. puso énfasis en el capitalismo muy por encima de la democracia. El llamado mundo libre era principalmente “un constructo económico”, argumenta Beckley. Mientras un gobierno aceptara el libre mercado, poco importaba si era gobernado por un sangriento dictador. Tal fue la expansión de este modelo que incluso aceptaron a China dentro de la OMC.

Y aquí inicia nuestro problema presente. Porque aunque China se siga creyendo comunista (“socialismo con características chinas”, dirían ellos), la realidad es que su economía ha estado inmersa en el modelo capitalista por décadas. China ha prosperado con el sistema actual; y ahora lo utiliza de manera voraz para expandir su poder. El orden liberal se devora a sí mismo y alimenta a su adversario más temido.


Por lo tanto, Beckley argumenta que el nuevo orden global ahora sí tendrá que colocar en su núcleo la defensa de la democracia y los derechos humanos, dos factores claramente ausentes en China y que terminarían por excluirla del nuevo orden. Si el conflicto en la Guerra Fría fue entre la planificación económica central y el libre mercado, ahora será entre la democracia y las autocracias.

Ya vemos los primeros movimientos en el tablero. En cuestiones de seguridad, los vecinos inmediatos de China (Taiwán, Vietnam, Corea del Sur, Japón) comienzan a robustecer su poder bélico para complicar la expansión de Beijing en los mares de China Oriental y Meridional. 

En un círculo más amplio de contención, Australia, India, Japón y Estados Unidos forman el Diálogo de Seguridad Cuadrilátero (QUAD, por sus siglas en inglés); y Australia, el Reino Unido y los EE.UU se unieron para crear el AUKUS.

En términos económicos, el G7 (países democráticos con el 60% del poder económico global) ya comienzan a formar redes redes comerciales exclusivas para dominar sectores estratégicos y evitar que China los monopolice, en particular tecnología de inteligencia artificial, semiconductores y telecomunicaciones (G5). 

A esto debemos sumar la iniciativa Build Back Better World de EE.UU y la Global Gateway de la Unión Europea que busca contrarrestar la Belt and Road Initiative de los chinos en los países en desarrollo.

Pero el problema es más profundo: Occidente debe alejarse de la ortodoxia neoliberal que reinó por décadas para crear un nuevo capitalismo más ‘amable’. Esto no lo harían por altruismo (¡faltaba más!), sino porque es la manera de crear una nueva red comercial que excluya a China por su represión laboral y su explotación indiscriminada del medio ambiente. Esto traería como beneficio adicional la defensa de los trabajadores y el combate al cambio climático. ¡Nada mal!

Ahora bien, nada asegura que el nuevo orden logre derrotar a China. En el proceso, pueden surgir desacuerdos, conflictos y contradicciones que desmoronen a esta naciente unión de democracias. Pero quizá el mayor peligro es que China también tiene amigos, y podría crear su propio orden global paralelo, dominado por autocracias y gobiernos iliberales. 

Esto se los explico en la siguiente columna.

10/4/22

#LEYCANNABIS | MANUAL DE LA LIBERTAD


#LeyCannabis | La legalización del cannabis es un tema que genera un montón de debate.

Para no 'hacernos bolas', Juan Pablo Delgado analiza los dos puntos de vista para ver a qué equipo irle.

Por un lado están la mayoría de los países del mundo, incluido México, que parece que están siguiendo al pie de la letra el manual de la prohibición y en la otra esquina están los países que tomaron sus lecciones del manual de la libertad. 




Fuente: Azteca Noticias
 

31/3/22

#DATECUENTA - COVID19 ¿EN VERDAD FUNCIONÓ EL "QUÉDATE EN CASA"?

 
El pasado 11 de marzo se cumplieron dos años desde que la #OMS catalogó como pandemia al #Covid19.

Los gobiernos del mundo se apanicaron y comenzaron a poner toda clase de restricciones sin saber ni qué estaba sucediendo: la peor fue el famoso "Quédate en casa". ¿Se acuerdan? ¿Realmente funcionó? 

#DateCuenta con Juan Pablo Delgado. 





28/3/22

FEAR AND LOATHING IN BEIJING

El orden internacional rara vez ha sido creado bajo una visión optimista de cooperación y negociación. Más bien, ha sido el miedo y el odio hacia un enemigo común el que ha movilizado a grupos de países a unirse y organizarse.


Texto: Juan Pablo Delgado Cantú

“Te vamos a hacer una cosa terrible, te vamos a privar de un enemigo”.
- Georgi Arbatov
 

La guerra en Europa parece haber despistado a muchos analistas internacionales. Cuando uno revisa la prensa, se encuentra con una incontable cantidad de sesudas opiniones de cómo Rusia, con su invasión militar, está cambiando las reglas del tablero internacional y creando un nuevo orden geopolítico.

Dejen se los digo de una vez: ¡Olvídense de Rusia! Porque aunque nadie puede negar lo dantesco de las imágenes que salen desde Ucrania, ni tampoco que la actitud de Vladimir Putin es por demás temeraria e irresponsable; si lo que en verdad queremos es conocer el verdadero cambio en el orden global, entonces debemos escapar de las gélidas estepas de Ucrania y viajar unos 6,000 kilómetros hacia el Este.

Porque al hablar del nuevo orden internacional el protagonista de esta historia no es Rusia, sino China;  y el cemento sobre el cual se construye este nuevo orden es el miedo ante esta enorme potencia emergente. ¿Rusia? ¡Rusia es un anacronismo! China es hoy el epicentro en torno al cual gira el nuevo orden internacional.

Este es el argumento que detalladamente presenta el académico Michael Beckley, en su genial artículo en Foreign Affairs titulado “The Enemy of my Enemy”. Ahí apunta que el orden internacional rara vez ha sido creado bajo una visión optimista de cooperación y negociación en aras de construir un mejor futuro para la humanidad.  Más bien, ha sido “el miedo y el odio” hacia un enemigo común el que ha movilizado a grupos de países a unirse y organizarse. Como indica Beckley, los sistemas de orden internacional más fuertes en la historia moderna -desde Westphalia en el siglo XVII hasta el orden liberal internacional en el XX- “fueron alianzas creadas por las grandes potencias para competir contra sus principales rivales”.


Esto explica en parte la decadencia actual del orden liberal creado por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. De acuerdo con Beckley, Occidente necesitaba de la Unión Soviética para mantener su cohesión y unidad. Después de 1991, cuando su némesis por excelencia dejó de existir, EE.UU. y sus aliados perdieron el rumbo y el orden liberal comenzó a desmoronarse. En este proceso, diversas fuerzas que por décadas fueron reprimidas en favor de mantener un frente unido contra los soviéticos -soberanía, nacionalismo, religión- volvieron con venganza para desestabilizar la idea de la inevitabilidad del liberalismo internacional.

En paralelo, Estados Unidos y sus aliados doblaron su apuesta en el sistema que habían construido y buscaron hacerlo global. Pero los nuevos enemigos que pudieron haberle dado una nueva vida a este orden liberal (la lucha contra el terrorismo, la eliminación de dictaduras…) simplemente no dieron el ancho… ¡Hasta ahora!

Hoy el ascenso de una China cada vez más agresiva y combativa ha puesto en jaque al status quo y por primera vez desde la Guerra Fría, “una masa crítica de países enfrenta una amenaza seria a su seguridad, bienestar y modo de vida”, sentencia Beckley.

Sin embargo, no esperen que el nuevo orden internacional sea una simple repetición del combate ideológico que existió contra el comunismo soviético. La principal diferencia es que la pugna contra la Unión Soviética no era tanto una cuestión de modelos políticos (al final, dictaduras hubo en ambos bandos), sino una batalla por imponer la supremacía de un sistema económico en el mundo.

Con China la situación es distinta. China lleva décadas absorbiendo y emulando el modelo capitalista de Occidente; pero ha tomado elementos de este liberalismo económico para torcerlos y crear su perversa versión autoritaria y mercantilista del capitalismo. Hoy es el orden liberal y la economía globalizada la que alimenta la fuerza de este nuevo enemigo.

Pero hasta aquí llegamos hoy. En mi próxima columna veremos la organización de este nuevo orden internacional, para conocer si Occidente vivirá para contarla. ¡Hasta entonces!

22/3/22

MANUAL DE LA MISERIA: RUSIA VS. UCRANIA

 

Todo el mundo parece tener una opinión sobre el conflicto entre Rusia y Ucrania. Algunos dicen que el culpable es Vladimir Putin, pero otros acusan a los gringos y a sus aliados europeos. ¿A quién podemos creerle?

Para no meternos en embrollos, lo mejor es analizar estos dos modelos en pugna. Desde la llegada de Putin al poder Rusia ha seguido el Manual de la Miseria, mientras que Ucrania ha tomado sus lecciones del Manual de la Prosperidad.
Juan Pablo Delgado te explica en qué consiste cada uno.


Fuente: Azteca Noticias

13/3/22

HAY QUE CULTIVAR NUESTRO JARDÍN

Lo que estamos viviendo ahora es simplemente un regreso a la normalidad.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Primero la obligada fe de erratas: ¡Sí, yo sé! Hice gala en estas páginas de un profundo análisis del periodista Eugene Chausovsky sobre los “imperativos geopolíticos” y el “marco estratégico” de Vladimir Putin (Vértigo #1091) para concluir bombásticamente que “las condiciones para una invasión simplemente no existen en la actualidad, y por lo tanto, es sumamente improbable que veamos una invasión militar en las próximas semanas”. Así que… Emm… ¿Ups?


Dicho lo anterior y dejando de lado cualquier otra predicción sobre el futuro del conflicto; pasemos mejor a explorar cuáles son las corrientes que se ocultan en el trasfondo de esta guerra entre Ucrania y Rusia.


En primer lugar, reconocer la importancia de lo que estamos presenciando: el mayor conflicto en el continente en Europa desde las guerras en Yugoslavia, o quizás desde la guerra contra el imperialismo Nazi; sólo que ahora uno de los beligerantes es una potencia nuclear. Y como bien apunta Anthony Faiola en The Washington Post: “Para un continente donde las guerras habían retrocedido a los libros de historia (...) el asalto de Moscú parece algo casi incomprensiblemente anacrónico, y un salto temeroso hacia lo desconocido”. 


¡Pues sí! Pero mientras crece el bulto de vestiduras rasgadas de una comentocracia pasmada, la situación en Europa del Este parece tener una claridad meridiana para el periodista David Brooks, quien argumenta en The New York Times (“The Dark Century”) que lo que estamos viviendo ahora es simplemente un regreso a la normalidad.


¿Normalidad? ¡Oh sí! Brooks inicia su análisis haciendo referencia a uno de los mayores clichés de nuestros tiempos: que el sistema liberal está en retroceso. Año tras año los informes de Freedom House y el Democracy Index (The Economist) muestran cómo más países van cayendo a esa zona gris de “democracias imperfectas” o “regímenes híbridos”. Claro que el retroceso del liberalismo -por sí mismo- no causó una invasión; pero sí constituye un factor clave para esta situación actual. ¡Veamos!


Brooks argumenta -como otros expertos- que la democracia y la paz son factores completamente atípicos para la humanidad. La condición para tener paz y democracia es crear (entre otras cosas) sociedades con instituciones fuertes y asociaciones que promuevan el servicio público; con ciudadanos educados y virtuosos que comprendan los peligros de la ambición humana y la fragilidad democrática para prevenir su caída. Para esto, Brooks utiliza la analogía de un cultivo, donde no se trata sólo de aventar las “semillas” de la democracia sino de cuidar su crecimiento constantemente.


El problema -argumenta Brooks- es que hemos vivido demasiado tiempo dentro de la burbuja liberal para imaginar que existe otro sistema que pudiera suplantarlo. Pero aquí está la trampa: porque son precisamente los otros sistemas -agresivos y autoritarios- los que representan la “normalidad” y se encuentran siempre al acecho. Como una selva esperando a crecer y recuperar su terreno perdido. De esta manera, no cuidar nuestro terruño democrático no genera el caos, simplemente nos regresa al estado normal de las cosas. 


¿Qué es lo normal para Brooks? “El siglo XV, XVI, XVII y XVIII son lo normal. Grandes países como China, Rusia y Turquía controlados por líderes con inmenso poder. Eso es normal. Pequeñas aristocracias acumulando gran parte de la riqueza nacional. Normal. Asuntos globales regidos por la ley de la selva, con países grandes amenazando a los pequeños. Esa es la forma en la que ha sido la mayor parte de la historia humana”.


El retroceso del liberalismo no causó que Rusia invadiera a Ucrania, pero sí permitió el fortalecimiento de un líder como Putin que logró usar su poder como autócrata y la xenofobia para depredar sobre su vecino más débil.


Y si el problema central es nuestra complacencia con el liberalismo, haríamos bien en atender a las palabras de Voltaire y ponernos a cultivar nuestro jardín.