Una de las consecuencias más visibles del proceso de la globalización es la percepción de que cada día nos encontramos más “unidos” como especie humana. Esto es inevitable, pues con la masificación y democratización de las tecnologías de la comunicación, nunca antes la Humanidad pudo relacionarse de forma tan directa e inmediata con sus compañeros Homo sapiens que habitan en distantes zonas del globo. Los medios de comunicación, por su parte, han evolucionado gradualmente hasta el punto de mantenernos perpetuamente informados de los acontecimientos que ocurren en lejísimos lugares que probablemente jamás visitaremos y que incluso no podríamos ubicar en un mapa.
No tengo duda que esta realidad representa uno de los avances más constructivos en el proceso de integración de la civilización global; y pretender listar aquí los beneficios de las tecnologías de la información me parece a todas luces excesivo. Sin embargo, una de las consecuencias de este incesante bombardeo de noticias, -impulsado aún más por el acceso generalizado a las redes sociales- es que entre mayor sea nuestro “acercamiento” hacia otras culturas, mayor será también nuestro “acercamiento” hacia sus problemas y sufrimientos. Cuando los medios de comunicación nos traen las nuevas de lejanos lugares, en muchas ocasiones vienen cargadas de tragedias.
La consecuencia inevitable de adquirir esta desdichada información es el surgimiento de un impulso por ayudar; mantenerse inerte se ha vuelto inaceptable cuando suceden cosas horribles en el mundo. A esta particular situación le corresponde una pregunta obligada, ¿qué podría hacer yo, siendo un simple individuo, para asistir en la solución de estos problemas? Frente a dicha cuestión, una considerable cantidad de personas han respondido con una actitud que yo clasificaré como el “Síndrome del Activista Ético-Maniaco” (SAEM).
Un individuo que presenta este síndrome considera que permanecer indiferentes ante las calamidades que afligen al mundo es imperdonable; pretender ignorar el sufrimiento ajeno te convierte en antisocial, y fallar en mostrar empatía con tus hermanos Homo sapiens te vuelve un monstruo misántropo.
Sin embargo, es interesante analizar la forma en la que el activista ético-maniaco se desenvuelve, y un análisis más profundo revela que las acciones varían poco entre aquellos que padecen de esta alteración psicológica. Su activismo comienza generalmente con una muestra de indignación o reprobación por el hecho en cuestión. Acto siguiente, los individuos con el SAEM se abalanzan sobre las redes sociales, en donde muestran su solidaridad con los afectados de varias formas, aunque principalmente por medio de algún comentario, un “like” o un tweet. Finalmente… ¡nada más! La función ha terminado y el espíritu activista se desvanece tan rápido como se generó.
Ejemplos de esto abundan en nuestro presente. Uno podrá recordar la infame campaña mediática en torno a Joseph Kony, que no generó resultado alguno pero que en el proceso hizo millonarios a los representantes de Invisible Children. Actualmente, otro caso similar es la campaña que se ha comenzado a gestar a favor de “Amina”, una dama de Túnez que desafió los cánones morales de su sociedad al mostrar sus senos y recibió una condena de muerte por parte de un miserable sacerdote islámico. En este caso, la sociedad virtual ha respondido rápidamente, subiendo fotografías a las redes sociales en donde muestran sus pechos o sus torsos desnudos en apoyo solidario con dicha mujer. ¡No hay duda que esto salvará a Amina!
En adición a estos casos se podrá hacer mención de innumerables campañas a favor de algo o en contra de otra cosa; llámese cáncer de mama, la muerte de delfines rosas del Amazonas, la elección de Enrique Peña Nieto, o la protección de perros callejeros o ¡qué se yo!, lo importante es que este estilo de activismo muestra un común denominador: los activistas ético-maniacos sienten que han hecho su parte. Consideran que dar “share” a un mensaje o una fotografía de alguna manera tendrá un efecto positivo para remediar el problema en cuestión. No es necesario recalcar que la realidad es muy distinta.
El análisis de esta forma de pensamiento no es nuevo. Una postura similar fue expuesta por el filósofo Slavoj Zizek en su férrea crítica contra el capitalismo cultural. En su ponencia, Zizek indicó cómo los consumidores contemporáneos buscan productos que integran en sí mismos una cualidad benéfica. El ejemplo planteado por Zizek es el café de Starbucks. Explica que cuando un consumidor va y compra una taza de café a Starbucks, no sólo está consumiendo una bebida, sino que consume todo un “modelo de ética”, pues al comprar en Starbucks, el consumidor también aporta capital a las diversas campañas “éticas” que lleva a cabo la empresa. Como ejemplo paralelo Slavoj menciona a los zapatos Toms, en donde al comprar un par de zapatos, la empresa regala otro par a un niño necesitado en África o en Guatemala.
La importancia de mencionar a Zizek recae en la explicación que él da a este comportamiento consumista. Slavoj argumenta que al consumir Starbucks o Toms, el individuo se siente exento de ser un simple consumidor más, pues se redime creyendo que está realizando una acción ética en el proceso. Similar a esto, un activista ético-maniaco considera que el subir una fotografía o hacer un comentario denunciante equivale a hacer algo por el problema en cuestión, y es muy probable que el activista que padece del SAEM se sienta satisfecho y feliz consigo mismo: sin duda ya ha “realizado” una acción positiva por la humanidad.
De sobra está decir que la problemática aquí no es con el activismo en general; el problema es en relación al compromiso. No tengo duda de que existen miles de personas que actualmente, en todo el mundo, realizan un inmensurable bien por medio de su activismo. Pero hay que reconocer que para lograr el éxito, toda acción filantrópica y activismo político o social requiere de un firme compromiso. Recordemos que la Historia juzga no por las intenciones, sino por los resultados.
Me atrevo ahora a proponer que el padecimiento generalizado del SAEM se relaciona directamente con la forma en la que recibimos actualmente nuestra información acerca del mundo. No es secreto alguno que somos esclavos de la información que recibimos de los medios de comunicación masiva: lo que ellos dicen que es noticia, se vuelve noticia, y lo que los medios deciden ignorar podría igual no existir, pues nuestras mentes jamás lo registrarán como un hecho.
Similar a esto, el activista ético-maniaco es víctima de su propia compulsión, pues su interés se encuentra irremediablemente atado a la coyuntura del momento. En vez de comprometerse con un solo tema y hacer todo lo posible por solucionarlo, el individuo que padece del SAEM cambia constantemente de intereses: hoy defiende a Amina, pero mañana será necesario “movilizarse” para proteger a los refugiados en Siria, y otro día quizá se necesite salvar a las ballenas en peligro de extinción. Sin embargo, cuando el tema pasa de moda y desaparece de los medios de comunicación y las redes sociales, es como si jamás hubiese existido; jamás se vuelve a mencionar el tema que hace apenas unos días tuvo consternado a nuestro activista ético-maniaco.
Mi compañero Albano Flores habló en su texto sobre el poder que las redes sociales tienen para debilitar a dictadores y derrumbar a Estados tiránicos. Pero es necesario puntualizar que no fueron solamente las redes sociales las que causaron la caída de Hosni Mubarak en Egipto o de Ben Ali en Túnez. ¡Fueron personas! Individuos que, más allá de utilizar las redes sociales, se comprometieron con el movimiento y salieron a las calles para cambiar su realidad. Y como diría el entrañable Cantinflas: “¡ahí está el detalle!”.
Texto por Juan Pablo Delgado