3/4/16

ANDROIDES PARANOICOS

Transitamos por un momento donde la reputación digital es sumamente importante. Pero entre más pasemos viviendo bajo esta "economía de la reputación", más perderemos nuestra autenticidad como individuos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Hace algunos días, una amiga me platicaba sobre la conversación que tuvo con un conductor de Uber. Al terminar su trayecto, el chofer se volteó hacia ella y le comentó: “Me parece extraño que siendo una chica tan agradable, tengas una calificación tan mala”. 

- “¿Una calificación mala?” cuestionó ella. – “Sí”, dijo él, “aquí en el sistema me aparece que tienes cuatro estrellas de diez en tu perfil de Uber”.

Más allá de lo absurdo de este intercambio, esta historia pone en evidencia la corrupción que ha permeado a las nuevas tecnologías. Porque es un hecho que para muchas personas, poder calificar viajes en Uber, cuartos de Airbnb, o el servicio de un restaurante por Yelp es una manera de ejercer su autoridad como consumidor: “Si algo no me gustó, tengo derecho expresar una opinión, eso les enseñará a ser mejores”, diría uno de estos clientes jacobinos.

Todo esto suena muy bien con la excepción de un detalle: que solemos olvidar que muchos de estos servicios que criticamos cándidamente se encuentran juzgándonos a nosotros de vuelta. Mientras tú dices que el cuarto de Airbnb era una porquería; el dueño te califica igual por considerar que fuiste un inquilino detestable. 

Esto podrá no importarnos, pero debemos considerar que nuestro perfil digital es cada día nuestro único rostro público, comunicando al mundo el tipo de persona (o consumidor) que somos, y definiendo la opinión que deben tener de nosotros. Por lo tanto, cada cosa que hagamos podrá dejar una mancha para la posteridad, y terminar valiendo sólo cuatro estrellas.


El escritor Bret Easton Ellis se aventura más lejos en su crítica de lo que llama “la economía de la reputación”. Argumenta que entre más tiempo pasemos en el mundo digital, más nos obsesionamos con la imagen que creamos en este espacio. 

Todo suena muy bien, pero la trampa es que al momento de buscar controlar nuestro perfil digital, es probable que aceptemos la pérdida de nuestra autenticidad y personalidad real. Porque en este juego macabro de juzgar y ser juzgados… ¿no buscaremos crear un personaje que no sea polémico, controversial o molesto para otros? ¿No estaremos dispuestos a suprimir detalles incómodos (aunque auténticos) de nuestra personalidad con tal de “pertenecer” al rebaño y no ser juzgados?

Easton Ellis respondé que “sí” y menciona que incluso ha surgido toda una industria alrededor de esto, enfocada en administrar la reputación de las personas. A cambio de tu dinero, un “profesional” se encargará de moldear tu personalidad idónea, para así ser más agradable a la mirada inquisitiva del mundo. ¡Lo que nos faltaba!

Porque entre más promovamos esta economía de la reputación, más estaremos alimentando a este sistema que define el perfil digital de nuestras vidas sin nuestro conocimiento. Y de seguir por este camino, la economía de la reputación terminará por imponer una actitud generalizada de conformismo, mediocridad y pasividad en las personas: no vayamos a sobresalir mucho que terminemos por ser juzgados por ello.

Para todos ustedes que se encuentren en un lugar similar al de mi amiga de las cuatro estrellas, mi consejo sería sólo uno: más vale tener una personalidad real, auténtica e imperfecta; que al final las empresas pueden tragarse sus estrellas con el resto de sus opiniones.

¿Qué dicen ustedes? 

Texto publicado originalmente en Vértigo