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8/1/17

¡DIOS NOS LIBRE!

Nuestro problema como civilización es que no hemos creado un paradigma similar al religioso: un programa filosófico secular que supla la ausencia de significado y genere una idea cohesiva sobre la cual podamos identificarnos.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Durante años he sido un ateo irredento, y entre el catálogo de ideas que sostengo creo que la separación entre el Estado y la Iglesia es una de las acciones más importantes que Occidente ha tomado para entrar a la Modernidad.

No argumento que la secularización o el ateísmo generan en automático una sociedad más justa o noble; sino que la religión tiende a radicalizar a las personas, las encierra en ideologías herméticas, las ata a preconcepciones emanadas de autoridades divinas, y genera un rechazo hacia los avances científicos, más si estos contradicen sus dogmas religiosos.

La hipótesis es que entre más secularismo, mayor racionalidad; o entre menos religión, menos oscurantismo.

Pero este proyecto no considera un elemento intrínseco de los humanos: la necesidad de orden y sentido.

Para millones de personas, la religión ofrece precisamente esto: la certeza de que una autoridad superior ha preestablecido significado, destino y trascendencia en su existencia. Y al quitar el factor religioso, millones de personas parecen buscar nuevas fuentes de autoridad que les brinden lo que antes la divinidad les otorgaba.

Y esto tiene consecuencias...


El académico Shadi Hamid argumenta que la victoria de Trump y el auge del neo-fascismo en Europa es consecuencia directa de este proceso. Para Hamid, estos programas ideológicos incluso presentan similitudes con el espectro del Islamismo radical que recorre al Medio Oriente y otras latitudes.

Sea ya el tribalismo racial en EE.UU o el etno-nacionalismo europeo, para Hamid hay un hilo conector: "una sacudida en la búsqueda de significado político" que surge cuando las ideologías contemporáneas (neo-liberalismo, globalización...) fracasan al no brindar certeza, orden o significado a las personas. Ante este vacío, se busca un modelo de política que ya no tiene como prioridad mejorar la calidad de vida, sino dirigir la energía de una sociedad hacia un objetivo moral, filosófico o ideológico.

¿Suena familiar?

Para salir de este laberinto no necesitamos un retorno a la religión o una dosis más alta de devoción. Ya hemos visto las consecuencias de esto con el neo-Islamismo  y la nueva generación de jóvenes radicales y ultra-violentos.

Nuestro problema como civilización es que no hemos creado un paradigma similar al religioso: un programa filosófico secular que supla la ausencia de significado y genere una idea cohesiva sobre la cual podamos identificarnos.

Porque los economistas podrán hablar del PIB y el presidente de reformas estructurales, pero ninguna de estas ideas tiene la fuerza suficiente para dar cohesión y brindar propósito a la existencia de millones de personas.

Más bien, la salida de este laberinto debe emanar de lo que nos hace intrínsecamente humanos: la inteligencia. Porque cuando vemos los grandes avances científicos: en medicina, en la exploración (y posible colonización) del Cosmos o en inteligencia artificial, por mencionar algunos, nos enfrentamos a algo que nos supera como individuos y que puede darnos un significado más alto como especie. Entender que no importan los vicios que aún perduran, pues nuestra especie puede alcanzar nuevas alturas en conocimiento.

Eso sí... más vale que alguien se apresure en formular un programa ideológico de este tipo, porque el 2017 inicia con el horizonte atiborrado de oscuridad.

11/12/16

¡AY CRISTO, MIS CHOCHOS!

La inmensa mayoría de las promesas que venden los productos homeopáticos “no están basadas en métodos científicos modernos y no son aceptadas por expertos médicos actuales”.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

“Los hechos son una cosa muy terca”, dijo John Adams durante el juicio de los soldados británicos acusados en la Masacre de Boston, “y no importa cuáles sean nuestros deseos, nuestras inclinaciones o los designios de nuestra pasión: nada de esto puede alterar el estado de la evidencia y los hechos”, añadió.

¡Ah claro, los hechos! Qué cosas tan bellas serían si no fuéramos nosotros igual de tercos con nuestras pasiones y deseos.

Porque incluso si la evidencia nos grita directamente a la cara, nos toma de los hombros y nos sacude, aun así es complicado dejar de lado el engaño y caer en los brazos de la racionalidad.

Hablo ahora de las tibias reacciones que causó uno de los mayores triunfos de la medicina en los últimos años. ¿A qué me refiero? Pues a que hace un par de días la Comisión Federal de Comercio (CFC) de Estados Unidos arremetió públicamente contra la homeopatía indicando que “la inmensa mayoría” de las promesas que venden los productos homeopáticos “no están basadas en métodos científicos modernos y no son aceptadas por expertos médicos actuales”.

Y sentencia con autoridad: a partir de ahora, los seudomedicamentos de esta estirpe tendrán que informar a los consumidores que “no hay evidencias científicas de que el producto funciona y que las indicaciones alegadas se basan únicamente en teorías de la homeopatía del siglo XVIII”.

¡Ya se habían tardado! Porque la base de la homeopatía es tan extravagante y tan poco científica, que no se requiere de un título en Medicina o un intelecto muy alto para poder refutar sus aseveraciones.

fuente: LiveScience
Por si no están enterados, esta charlatanería asevera que lo “similar cura a lo similar” y que entre menos sustancia activa contenga su “medicamento” mayor será su efecto en el paciente. ¡Mira nada más!

La periodista Lila MacLellan nos ofrece un ejemplo de esto en acción: si una persona busca curar su problema de ansiedad, es posible que un “médico” homeopático le prescriba una minúscula dosis de arsénico, ya que en teoría el arsénico causa ansiedad en sus víctimas envenenadas, por lo que aliviaría los mismos síntomas en una fórmula homeopática.

¡Arsénico en pleno siglo XXI! ¡Lo que nos faltaba!

Para algunos todo esto podrá ser una tontería. Dirán que la gente puede comprar lo que se le venga en gana, total que nadie se ha muerto por la homeopatía. Esto podrá ser verdad cuando se busca un placebo para aliviar un resfriado, pero no cuando se padece de cáncer, Parkinson o diabetes, todos padecimientos que los seguidores de esta seudociencia aseveran que pueden curarse con unas pastillas de azúcar sumergidas en alcohol.

El mayor problema es que la refutación de la CFC causó tan pocas olas en el discurso público y tan pocas reacciones, que hoy los homeópatas siguen practicando su charlatanería como si nada hubiera ocurrido, manteniendo una industria de miles de millones de dólares en el proceso.

¡Oh, sí… muy difícil es que las personas dejen de escuchar a las sirenas de sus designios y deseos!

Pero ya lo decía el gran escritor Christopher Hitchens: “Aquello que puede ser afirmado sin evidencia, puede ser descartado sin evidencia”.

Y para como veo el mundo —lleno de charlatanes, impostores, embusteros y demagogos—, parece que será lo único que nos haga sobrevivir el próximo año.

¡Ay, Cristo, mis chochos!

Texto publicado originalmente en Vértigo.

20/11/16

SOPITAS PARA LA MENTE

Lo que se requiere es una sociedad que posea las herramientas intelectuales para reconocer la verdad por sí misma. Porque la verdad no necesita de árbitros; lo que necesita son defensores.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Hace dos semanas escribí sobre la perniciosa influencia que los medios de información chatarra tenían en la salud de las democracias. Argumenté que ningún régimen democrático puede sobrevivir cuando la sociedad se deja consumir por charlatanerías y abandona todo parámetro compartido para entender la realidad.

Aunque reconozco que he dado mucha lata con este tema, mi insistencia no es gratuita. De no tomar acciones, veremos cómo este nihilismo informativo se agudiza en el futuro próximo.

Si usted todavía cree que el tema es irrelevante (no lo es) basta con decir que se ha convertido en una cuestión existencial en el discurso público estadounidense; no sólo porque ahí están los tres grandes núcleos infectados por las noticias chatarra -Google, Facebook y Twitter- sino también porque la desinformación causada por mentiras y rumores pudo ser un factor clave en la victoria del Fascista Americano (Letras Libres dixit).

Google y Facebook ya lanzaron el primer cañonazo en esta guerra, buscando asfixiar a los sitios que publican notas falsas al excluirlos de los servicios de publicidad de donde obtienen sus ganancias.

El caso de Facebook es particularmente complejo. Esta plataforma con 1,800 millones de suscriptores es para muchos de ellos el principal medio para conocer lo que sucede en el mundo.

Pew Research Center indica que en EE.UU. el 44% de las personas obtienen sus noticias a través de Facebook; cifra que aumenta a 61% entre los Millennials. En México la situación es similar: un 47% de las personas con acceso a Internet utilizan redes sociales para recibir noticias (IAB México). De acuerdo con Forbes, esto indica que los mexicanos ya usan Facebook como alternativa a los medios tradicionales de información; una tendencia que sin duda seguirá aumentando.


¿Cómo asegurar entonces que millones de ciudadanos eviten caer en las garras del rumor, la mentira y la ficción? Algunos argumentarán a favor de la censura. Dirán que basta con que un grupo de editores o algún algoritmo supriman las noticias falsas. Pero como bien indica Mark Zuckerberg, muchas veces es complicado discernir entre lo verdadero y lo falso en un texto. Agrega que en este proceso se puede atropellar la libertad de expresión, suprimiendo voces y perspectivas que no concuerdan con las propias al creer que son mentiras.

Mucha razón tiene el chaval Zuckerberg, aunque yo agregaría algo que es quizás igual de importante: que una empresa privada no debería tener la responsabilidad de “identificar” la verdad para nosotros.
Porque en esta problemática la solución jamás será la censura o la creación de "guardianes de la verdad". Lo que se requiere es una sociedad que posea las herramientas intelectuales para reconocer la verdad por sí misma. En palabras del periodista Jim Rutenberg: “la verdad no necesita de árbitros; lo que necesita son defensores”.

Todo esto suena muy bien si hubiera por lo menos algún tipo de plan para eliminar el analfabetismo mediático en nuestro país; pero al día de hoy no existe ni un borrador de éste.

Eso sí… ya hemos visto la tremenda disrupción y turbulencia que las noticias falsas tuvieron en la elección gringa del 2016. Si así les fue a los yanquis… no quiero ni saber lo que nos espera a nosotros en el 2018.

¡Aguas, señores! O como dicen en mi pueblo: sobre aviso no hay engaño.

Este texto apareció originalmente en Vértigo

14/11/16

¿QUÉ ES LA VERDAD? ILUSIÓN, SOMBRA, FICCIÓN...

Ninguna democracia podrá sobrevivir en un contexto donde la sociedad que pretende gobernar no comparte ni siquiera los mismos parámetros de la realidad. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Escribo esta columna sin conocer los resultados electorales en Estados Unidos. Pero al final es irrelevante, porque gane Mr. Trump o Mrs. Clinton el mayor perdedor en la contienda habrá sido el pensamiento crítico.

Hace tiempo escribí cómo el electorado yanqui parecía haber llegado a un grado de cinismo sin parangón, claudicando a cualquier interés por conocer la verdad y los datos que sustentan al mundo.

En aquel momento hablé de cómo políticos populistas y una sociedad ignorante habían confluido para corroer a la democracia. Pero un culpable escapó a la guillotina: los nuevos medios de comunicación digitales.

Por algún tiempo se argumentó que el internet serviría para robustecer al sistema democrático, puesto que si los electores tenían más fuentes de información y un mayor número de perspectivas más correcta sería su comprensión del mundo. Pero lejos de instaurar una utopía democrática, los nuevos medios digitales abrieron una oscura grieta, por la cual millones de personas han caído para no regresar jamás.

En el centro de esta controversia están los sitios de noticias chatarra. Plataformas de corte radical que promueven agendas partidistas e ideológicas. Lo que menos les importa es que las noticias que transmiten tengan un ápice de relación con la realidad que todos habitamos.

¿A quién me refiero? En concreto a las nuevas cloacas de (des)información que se han destapado; sitios de la ultraderecha como Breitbart, The Blaze, The Grudge Report y un sinfín de opinadores de radio que pululan las ondas de AM.

Son aquellos que por años dijeron que Barack Obama era musulmán y originario de Kenia; y los mismos que ahora pintan a doña Hillary Clinton como el anticristo que busca quitar las armas a todos los buenos patriotas.

deviantart

La popularidad de estos medios chatarra no solo se debe a la ignorancia mediática del electorado yanqui (incapaz de discernir entre veracidad y amarillismo), sino también al incesante ataque y desprestigio que estos nuevos jugadores han infligido a los medios tradicionales del periodismo, por su presunta cercanía a los círculos del poder.

Bien comentó el influyente conductor de radio conservador Charlie Sykes que mientras él y sus compinches se entretenían arremetiendo contra los medios tradicionales terminaron por eliminar su credibilidad y por ende todo punto de referencia con la veracidad periodística.

Además reconoció que ahora todo intento por hacer regresar a su audiencia a la realidad es inútil: sus radioescuchas están ya infectados con el virus de la sospecha y la desconfianza contra la prensa “de élite”.

El resultado es un país donde no existe ya ningún tipo de árbitro que determine lo que es verídico y comprobable; donde las teorías de conspiración son igual de válidas que una estadística gubernamental.

Y aquí se esconde el mayor peligro, ya que ninguna democracia podrá sobrevivir en un contexto donde la sociedad que pretende gobernar no comparte ni siquiera los mismos parámetros de la realidad. Donde la división entre burbujas ideológicas es tal que cada una tiene sus propios datos y estadísticas.

Quien resulte triunfador no solo heredará un país dividido ideológicamente, sino también una sociedad hundida en la paranoia, la desinformación, el tribalismo y la ignorancia.

¡Que Dios se apiade de su alma!

Texto publicado originalmente en Vértigo

1/11/16

EL MONSTRUO BAJO LA CAMA

Al final, éste ha sido el verdadero monstruo que se esconde bajo la cama. No la globalización y no la economía, sino el espectro del racismo, la intolerancia y la xenofobia.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Reza un proverbio muy gastado que aquellos que no conocen su historia están condenados a repetirla. Para muchos esta frase concentra lecciones claras de sabiduría; finalmente nadie quiere otro de esos “Grandes Saltos hacia Adelante” del Sr. Mao o traer de vuelta los Gulag del Camarada Stalin.

Pero el concepto de “conocer” la historia encierra numerosas complicaciones. Como toda persona inteligente sabe, la historia rara vez es algo que pueda conocerse de manera objetiva. Claro, existen personajes, fechas, lugares… pero el contexto dentro del cual suceden los hechos suele interpretarse de forma subjetiva.

Y aquí entramos a un terreno escabroso. Porque al final es el contexto de la Historia lo que determina si queremos o no repetirla. Para cierto grupo, un momento histórico podrá ser terrible, aunque para otros fue una época dorada.

Todo esto nos trae al mayor problema político en la actualidad: el auge de los movimientos populistas de ultra-derecha en Occidente.

Si usted me hubiera preguntado hace unas semanas qué es lo que genera el auge de estos movimientos, yo hubiera declarado con certeza que todo se debe a la crisis económica contemporánea.

Porque así nos han vendido los medios esta historia: la crisis financiera del 2008 y las fuerzas de la globalización (libre movimiento de personas, empresas, capitales...) han dejado a algunos ganadores pero a un inmenso número de perdedores. Este último grupo, cansado de la promesas incumplidas por la élite cosmopolita y viendo sus trabajaos diluirse por las corrientes del libre mercado, estalla en un iracundo berrinche y decide votar por aquellos que les ofrecen seguridad y estabilidad en tiempos caóticos. ¿Suena lógico, verdad?

Lógico sí… correcto no.


Bien lo menciona la periodista Lucy Bravo (Aldea Global/Vértigo No.814), que “tanto la prensa como los políticos han ignorado el racismo inherente del movimiento encabezado por Trump, para escudarlo en supuestas dificultades de la clase media trabajadora”. Siguiendo su línea, yo agregaré a los partidos de la extrema derecha en Europa.

Todo esto lo confirma una gran investigación realizada por Vox ("White Riot"), que tras analizar decenas de estudios establece que la realidad subyacente del movimiento de ultra-derecha ha sido siempre tan obvia como terrorífica: no es resentimiento económico, sino el odio contra los migrantes y un “coctel tóxico de intolerancia racial y religiosa”.

Al final, éste ha sido el verdadero monstruo que se esconde bajo la cama. No la globalización y no la economía, sino el espectro del racismo, la intolerancia y la xenofobia.

Revisando a detalle, todos estos movimientos políticos persiguen un simple objetivo: regresar a un momento histórico cuando los hombres blancos tenían el poder económico, político y social. De ahí esa nostalgia del “Make America Great Again" de Trump, y la "Francia para los Franceses" del Frente Nacional.

El periodista Marc Bassets sentencia: “la nostalgia es una arma política cargada de futuro. Quienes la agitan (...) recogen éxitos electorales".

Queda claro que olvidar la Historia puede llevarnos a repetir los peores capítulos que hemos escrito con sangre. Pero el mayor problema no es éste, sino la incapacidad que mostramos para olvidar -de una vez por todas- nuestros instintos más bajos como seres humanos.

Texto originalmente publicado en Vértigo

16/10/16

IN GOD WE TRUST

Dios parece estar muerto o por lo menos desaparecido de un escenario donde solía ser un rockstar: la campaña presidencial de los Estados Unidos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Seguro que todos conocen la frase de Nietzsche sobre la muerte de Dios. En una de sus obras icónicas, un hombre enloquecido enfrenta a un grupo de personas y sentencia: "Dios está muerto (…) Y nosotros lo hemos matado”.

Interpretaciones varían sobre el significado de esta frase y quizá para muchos -todavía creyentes en un ser superior- todo lo que diga Mr. Nietzsche les sea irrelevante.

Sin embargo, hoy esta frase resulta clave para entender una anomalía: Dios parece estar muerto o por lo menos desaparecido de un escenario donde solía ser un rockstar: la campaña presidencial de los Estados Unidos.

De hecho, su ausencia se siente todavía más pesada sobre el Partido Republicano, por décadas el portavoz de la Derecha Cristiana.

Noah Silvas blog

Esta mezcla entre política y religión no es reciente. Basta recordar que en 1920 fueron los grupos conservadores los que promovieron la prohibición del alcohol. Para 1960 -consecuencia de la liberación sexual- la religión y la moral se colocaron en primer plano de la vida política norteamericana. Más aún en los 70s, cuando la cuestión del aborto (legal tras Roe vs. Wade en 1973) se volvió prioridad para los cristianos. En la era de Reagan, el cristianismo y los Republicanos ya dormían en la misma cama.

Esta estrategia continuó sirviendo en los 90s cuando Bill Clinton estuvo cerca de ser destituido por su dudosa moral. Siguió en el siglo XXI con la creencia de Bush Jr. sobre su “misión divina”, declarando que Dios le había ordenado invadir Irak y Afganistán para llevar la paz al Medio Oriente.

En este tiempo los Republicanos aprendieron que al atizar las pasiones conservadoras podían ganar prácticamente cualquier elección, pues la demografía WASP (White Anglo-Saxon Protestant) les daba una tremenda cantidad de votos.

Hoy la cosa es distinta: Dios parece haber tomado vacaciones o sencillamente aplicó para una jubilación temprana de la política. Porque tanto Clinton como Trump han ignorado magistralmente a lo sacro durante la campaña.

De Clinton se sabe que no le gusta discutir su fe en público. Pero resulta llanamente increíble el apoyo que los cristianos han dado al magnate neoyorquino. Porque Trump no sólo ha mentido, engañado y presumido que no suele pedir perdón a Dios. También promovió por un tiempo el aborto, no cumple con el ideal de “la familia tradicional” y contradice la principal enseñanza sobre sexualidad que tanto pregonan los conservadores (sexo monógamo dentro del matrimonio). Bien menciona el periodista Collin Hansen que si algo define a Trump es su devoción a “la impía trinidad del dinero, el sexo y el poder”.

¿Cómo explicar esto? La respuesta nos llevaría por múltiples senderos de la sociología y la antropología, algo imposible de recorrer en una columna tan breve.

Aún así, yo quiero ofrecer una respuesta: que Dios ha sido derrotado por el capitalismo. Porque el estrés económico que resienten millones de norteamericanos los hace voltear hacia un nuevo Mesías que hará de nuevo grande a su país. Visto de otra manera, el poder del dinero ha sustituido a la fe; y el evangelio de un millonario misógino se volvió más atractivo que el de un judío empobrecido que habla de misericordia.

Así, creo que por fin entendemos de qué va la frase “In God We Trust” en el dinero gringo. Se refiere al único Dios verdadero de los yankees: el billete verde.

Una versión de este texto se publicó originalmente en Vértigo

9/10/16

ESTE TÍTULO ES FALSO

El electorado estadounidense parece haber llegado a un grado de cinismo sin parangón en la historia, claudicando por completo a cualquier responsabilidad democrática o a cualquier interés de conocer la Verdad de los hechos; de conocer los datos veraces que sustentan al mundo y a la realidad. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

El legendario comediante George Carlin sentenció hace veinte años que él jamás se quejaba de los políticos, ya que finalmente todos se quejaban de ellos y todos decían lo mismo: que los políticos apestan y no son de fiar.

Sin embargo, como acto siguiente Carlin volteaba su lupa para enfrentar a la audiencia, argumentando que en vez de criticar a los políticos haríamos mejor criticando al electorado: “si tienes un público egoísta e ignorante, tendrás entonces una clase política egoísta e ignorante”.

Menciono todo esto porque el veredicto de Carlin parece cada día más relevante; más aún cuando estamos en medio de una crisis política que desgasta y erosiona a los sistemas democráticos en todo el mundo y que nos podría llevar al oscurantismo después de un siglo de liberalismo en Occidente.

Ejemplos como el Brexit y el auge de Donald Trump vuelven urgente la necesidad de contar con un electorado a la altura de las circunstancias presentes. Un electorado que esté informado y dispuesto a tomar decisiones inteligentes y acertadas.

Se vale soñar, amigos, pues nada podría estar más lejos de la realidad.

Al analizar nuestra coyuntura presente es evidente que nuestro problema democrático es más profundo de lo que aparenta; y va mucho más allá de políticos deshonestos o electores indiferentes. El problema, de hecho, es más cercano a una crisis epistemológica: en la arena política, la Verdad es cada día más irrelevante.



La campaña presidencial de Estados Unidos es ejemplo perfecto de esto. Una calamidad absoluta para cualquier amante de los hechos o la verdad que terminó coronada con el debate entre Hillary Clinton y Donald Trump de la semana pasada. Un encuentro a todas luces surrealista, donde una mujer sumamente preparada se enfrentó a un orangután ignorante, mentiroso y farsante.

De acuerdo con Politifact, el 85% de todas las declaraciones que Donald Trump ha hecho durante la campaña (incluyendo el debate) han sido completamente falsas (18%), falsas (35%), mayoritariamente falsas (17%) o medias verdades (14%). Solamente el 15% de ellas han sido verdaderas (4%) o  casi verdaderas (11%).

¿Habían visto ustedes algo semejante en sus vidas?

Lo peor de todo –según analistas- es que probablemente la mitomanía de Trump no tenga ningún tipo de impacto con sus seguidores. Finalmente, el magnate ya ganó la primaria del Partido Republicano y está prácticamente empatado con la señora Clinton.

El problema aquí no parece ser culpa de políticos oportunistas. Todos sabemos perfectamente que los políticos son deshonestos en distintos grados. Es el típico juego del proceso democrático: los candidatos nos prometen las riquezas de Cíbola y nosotros tomamos sus promesas with a grain of salt, como dirían los Yankees.

Sin embargo, el electorado estadounidense parece haber llegado a un grado de cinismo sin parangón en la historia, claudicando por completo a cualquier responsabilidad democrática o a cualquier interés de conocer la Verdad de los hechos; de conocer los datos veraces que sustentan al mundo y a la realidad.

Se le atribuye al senador norteamericano Daniel Patrick Moynihan decir que “todo el mundo tiene derecho a una opinión pero no sus propios hechos”. Una frase que seguramente tiene sentido y lógica, aunque a estas alturas… ¡a quién carajos le importa!

Texto publicado originalmente en Vértigo

24/9/16

QUEJAS Y RECLAMOS

Hemos vivido los últimos 15 años entre terrorismo, caos, crisis financiera y una guerra civil. Sumado a que somos la generación más educada, pero igualmente la peor pagada en los últimos 30 años.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Por mucho tiempo he sostenido que soy una persona pesimista en lo general, aunque optimista en lo individual.

Basta con echar un vistazo al estado del mundo para darse cuenta que nuestro pronóstico como humanidad es a buenas luces negativo, aunque cada día acercándose más a lo calamitoso.

Pero esa es la actitud de mi vida: buscar mantener el optimismo a sabiendas de que gran parte de la humanidad se encuentra en una carrera hacia el abismo.

Últimamente, debo aceptarlo, esto se ha vuelto más complicado.

Con la conmemoración del decimoquinto aniversario de los ataques terroristas del 11 de septiembre, esa “oscuridad” de la que habla Leonard Cohen se ha postrado sobre mi mente. Porque son este tipo de fechas las que te detienen por un momento y te obligan a poner tu vida en perspectiva. “Quince años…” -piensa uno- “¿En verdad ha pasado tanto tiempo?”.

Pues sí señores, yo era apenas un muchacho de 14 años cuando en una escuela de Arkansas (es una larga historia) vi al WTC caer en llamas. Esto quiere decir que durante toda mi adolescencia y lo que llevo de adultez he vivido en un mundo donde el terrorismo (con toda su paranoia y pérdida de libertades civiles) es una constante y una realidad latente.

Y a quince años de este evento, queda preguntarse… ¿Cómo vamos en el combate al terrorismo?



La pregunta es ociosa, porque todos sabemos que la estrategia ha sido un fracaso. Veamos la vida cotidiana en el Medio Oriente, Asia Central, Estados Unidos y la Unión Europea, para entender que la situación no ha mejorado ni un ápice. El terrorismo sigue a la alza, aunque ahora de manera democratizada, al eliminar la lenta burocracia de Al-Qaeda por un terrorismo "do-it-yourself" promovido por el Estado Islámico y su club de amigos fundamentalistas.

Septiembre nos tiene otra sorpresa, pues hace 8 años (un 15 de septiembre, para ser exactos), la firma de Lehman Brothers se declaró en bancarrota, iniciando la crisis financiera más profunda en la historia reciente. Agreguemos eso también a la lista.

Sigo con mis quejas y reclamos porque aquí en México la cosa no va mejor. Quizás no tengamos broncas con Allāh o el Terror Inc. pero sí con otros grupos criminales de la misma calaña. Para nosotros, este 2016 igual nos cae como balde de agua fría, pues en diciembre estaremos cumpliendo nuestra primera década en la absurda guerra contra el narcotráfico.

Así lo es… diez años ya de operativos, retenes, decapitados, secuestros, extorsiones y otra larga letanía de atropellos a los derechos humanos; y sí… estamos igual o peor que al inicio de la guerra. Basta recordar que este mes de julio registramos la mayor cifra de homicidios desde el verano del 2011.

Así que la próxima vez que se quejen de cómo nosotros los Millennials somos unos cínicos o malcriados, que no queremos casarnos ni tener hijos, o no queremos comprar una casa o un auto… ¡Tengan paciencia, señores! Hemos vivido los últimos 15 años entre caos, crisis financiera y una guerra civil. Sumado a que somos la generación más educada, pero igualmente la peor pagada en los últimos 30 años.

Quién sabe qué sea… pero sigo sin explicarme por qué estoy de este humor y no puedo ser feliz. En una de esas es porque el verano termina este 21 de septiembre.

¡Ah! ¡Y ni siquiera empecemos con el tema del calentamiento global!

Una versión de este texto se publicó originalmente en Vértigo.

13/9/16

¿CUÁNTO POR SU CHAMACO, LOLITA?

La idea aquí propuesta es entregar dinero como motivación a todas las chamacas para que -¡voluntariamente!- utilicen métodos anticonceptivos de largo plazo y así podamos detener la epidemia de embarazos adolescentes.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Si se tratara de un virus o una infección contagiosa, México estaría frente a una epidemia de proporciones bíblicas. Porque es una realidad que vivimos una calamidad en el sector Salud por los embarazos adolescentes: un 19% de los bebés que nacen en México son de niñas menores a los 20 años.

Diariamente, más de mil niñas entre 10 y 19 años de edad se convierten en madres. En 2014 se sumaron 374,075 bebés concebidos por madres adolescentes; y de estos, cerca de 6 mil son de niñas menores a los 14 años (cifras de la SSA).

La OCDE valida estos datos, aunque pinta un panorama aún más oscuro: México ostenta el deshonroso primer lugar en embarazos adolescentes en esta organización, llegando a medio millón de nacimientos por año; prácticamente un embarazo adolescente cada minuto.

Ante este panorama tan adverso... ¿qué carajos queda por hacer? Los programas de educación sexual evidentemente no han sido efectivos, y aquella tontería de la abstinencia que promueven los religiosos menos ha funcionado.

Sin embargo –queridos amigos- han venido a la columna correcta, pues quiero presentarles una solución realista y pragmática a este problema.


Para entrar en tema, les contaré la historia de Barbara Harris, quien en 1989  -con 37 años de edad y siendo madre de seis hijos varones- decide cumplir el sueño de toda su vida: tener una hija.

Para esto contacta a un centro de adopción y al poco tiempo recibe la llamada esperada: ha llegado una bebé de ocho meses que puede ser adoptada. Pequeño detalle: la niña dio positivo al nacer de fenciclidina (PCP), crack y heroína. Era hija de una mujer junkie.

Aún con algo de recelo decide adoptar a la niña, a quien nombra Destiny. A los pocos meses recibe una nueva llamada: La madre biológica de Destiny había dado a luz a otro bebé, también con daños por heroína; Bárbara lo adopta también. Un año más tarde, una tercera llamada y una nueva hija... "¿Se la empaquetamos, señora?" -"¡Pues sí!, responde Bárbara". Otro año después: otra llamada; otro niño.

Ante esta realidad, Bárbara comienza a cuestionarse: “¿Cómo es posible que alguien pueda ir por la vida regando bebés dañados por drogas sin sufrir alguna consecuencia?”

Evidentemente no podía obligar a las mujeres a esterilizarse o usar anticonceptivos de manera forzosa, ya que al instante entraríamos en un pantano de problemas éticos. Sin embargo: ¿Por qué no pagarle a las mujeres para que dejen de tener bebés? Bajo esta premisa, decide ofrecer 200 dólares a cada mujer que quisiera -voluntariamente- esterilizarse o tomar anticonceptivos de largo plazo.

Esto me lleva a pensar... ¿No podríamos importar ese modelo a México para combatir los embarazos adolescentes? Me queda claro que las pubertas no representan el mismo problema que mujeres adictas al crack. Pero aún así, no podemos ser cándidos y suponer que una mujer de 14 años se encuentra preparada para brindar la formación integral que requiere un chamaco en el siglo 21.

¿Por qué no entonces darles una lana a estas muchachas para que -¡voluntariamente!- utilicen métodos anticonceptivos de largo plazo? Cuando caduquen estos medicamentos, ellas ya serán mayores de edad y podrán hacer lo que les venga en gana con su útero y su vida.

¿Qué opinan señores? ¿Quién le entra para incluir esta propuesta en la agenda legislativa?


Texto publicado originalmente en Vértigo

22/8/16

HISTORIAS DE TERROR BOLIVARIANAS

Resulta claro que Venezuela llegó a su situación calamitosa por tomar malas decisiones políticas. Pero no podemos ignorar que estas acciones no fueron impuestas con ley marcial. En algún momento grandes sectores de la población apoyaron estas medidas.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
@DelgadoCantu

Últimamente he estado pensando en las narrativas personales. Sobre cómo inventamos nuestra propia historia, seleccionando algunos eventos y dotándolos de significado, para luego incluirlos en la Gran Narrativa de la vida. Un ejercicio donde fincamos toda clase de traumas y éxitos que definen nuestro presente.

La misma cuestión aplica para los países. Porque al igual que nosotros, alguien se encargó de crear un cuento de la Historia Nacional, eligiendo triunfos, derrotas, heridas y victorias que definen el presente colectivo de una sociedad.

Ya todos conocemos los fantasmas que aterrorizan a México. Como niños seguimos viendo monstruos en las sombras de la noche: sea ya la Conquista, la intervención gringa o la francesa. ¡Bueno señores, hasta Porfirio Díaz nos sigue dando miedo!

No obstante, hemos crecido para entrar en la adolescencia y comenzar a perderle miedo a la oscuridad. Las nuevas generaciones están más interesadas en Pokemón y quizá no tengan ni idea de quién diablos fue Santa Anna, Winfield Scott o Maximiliano de Habsburgo, ni por qué deberían afectar su presente. Basta observar para ver que los jóvenes están muy cómodos con el multiculturalismo y la apertura ante el mundo.

Pero como todos sabemos, la adolescencia es también un periodo turbulento. Así como nosotros experimentamos con drogas e ideologías absurdas, igual las naciones pubertas hacen cosas que poco sentido tienen para los adultos, pero que para el país imberbe resultan reveladoras. Y tal cómo hemos visto, si estos excesos no se controlan, uno puede acabar como junkie en las frías calles de la ciudad.

Pues el mundo tiene a un nuevo amigo junkie. Un país llamado Venezuela que bajo el gobierno de Hugo Chávez abandonó su vida en los suburbios y escapó al desierto para unirse a la familia Manson, llevando su vida a los abismos de la crisis y la desesperanza.


Resulta claro que Venezuela llegó a esta situación por tomar malas decisiones políticas y volverse adicto a su droga predilecta: el petróleo. Pero no podemos ignorar que estas acciones no fueron impuestas con ley marcial. En algún momento grandes sectores de la población apoyaron estas medidas.

Según el economista Ricardo Hausmann, esto sucedió porque el chavismo tergiversó los paradigmas sociales que sustentaban la vida y la historia venezolana, manipulando la conciencia nacional colectiva y creando una nueva narrativa basada en los demonios de Chávez.

Así, una sociedad abierta comenzó a considerar a los empresarios, a la inversión extranjera y al capitalismo como encarnaciones de Lucifer; haciendo que medidas como expropiaciones, control de precios y manipulación de divisas embonaran en su nueva lógica.

Los resultados –sobra decirlo- han sido calamitosos. Pero más aterrador es el corto tiempo que tomó para transformar la mente de una sociedad entera. Cómo en pocos años, se convenció a millones que el modelo chavista era viable.

Si esto pasó en Venezuela, algunas preguntas se vuelven obligatorias para los países adolescentes. ¿Cómo estamos sorteando nuestra pubertad? ¿Qué tan viable es que tomemos el Kool-Aid buscando eliminar el rezago y la pobreza? O peor aún… ¿Qué tan susceptibles somos a la manipulación de los Charles Mansons modernos?

Quizá usted y yo estemos a salvo… ¿Pero qué decir de millones de mexicanos?

Texto publicado originalmente en Vértigo

7/8/16

LOS SENTIMIENTOS DE LA REALIDAD

Entiendo que muchos están cansados del establishment político y su discurso. Pero si como sociedad no podemos ver las mismas cifras y entenderlas de la misma manera, entonces estamos frente a una fractura profunda: un mundo donde cada loco puede inventar su realidad a partir de lo que ellos “sienten” que es verdad.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
@DelgadoCantu

Hace dos semanas escribí sobre el auge del populismo anti-intelectual, resumido a la perfección por el entonces Ministro de Justicia británico, Michael Gove, en su frase: “la gente ya está harta de escuchar a los expertos”.

Pero resulta obvio que si buscábamos llevar esta ideología a los límites del absurdo era necesario contar con un grupo de personas todavía más ignorantes. Por fortuna no tuvimos que buscar muy lejos, pues una gran muestra se reunió recientemente en Cleveland para conmemorar la Convención Nacional del Partido Republicano.

A diferencia de Gove, los Republicanos han decidido cavar todavía más profunda la trinchera de la ignorancia, pidiendo no sólo ignorar a los expertos, sino ignorar por completo la realidad, creando en su lugar un mundo donde los datos y las cifras estadísticas no tienen importancia, y donde basta con “sentir” que algo es verdad para que así lo sea. ¡Bienvenidos señores, al anti-realismo mágico!

Uno de los mayores expositores de este pensamiento es –obviamente- el señor Donald Trump, quien en la Convención Republicana presentó una visión apocalíptica del mundo, persuadiendo a su audiencia de que viven rodeados de elementos lúgubres, donde los migrantes rondan libremente asesinando familias, los musulmanes planean ataques terroristas, la economía está destruida y el poder militar yankee es inexistente. Todo su mensaje se basó en emociones sombrías: angustia, dolor, miedo y desconfianza…

Sin embargo, ha sido señalado por muchos -incluso por el presidente Obama- que nada de esto se refleja en el mundo real. Todo fue al final una fantasía retorcida del magnate neoyorquino.


Para empeorar las cosas, entra en escena Newt Gingrich, speaker del Congreso durante la década de 1990. Cuestionado por CNN sobre las declaraciones de Trump de cómo los homicidios están fuera de control (cuando de hecho están en su nivel más bajo en 25 años), Gingrich respondió que a él le importa poco lo que muestren las estadísticas, pues “la gente se siente amenazada; y como político, yo me iré con los sentimientos de las personas, y dejaré que ustedes (los periodistas) se vayan con los teóricos”.

¡Qué chulada! O sea que ahora podemos hacer de nuestras “emociones” la brújula para navegar la realidad.

¡Pues no! La economía, las finanzas públicas y las estadísticas de todo tipo se miden con números y con datos. Poco importa si alguien siente que el crimen o la inmigración ilegal están aumentando; si las cifras muestran lo contrario, entonces debemos creer en las cifras (siempre y cuando tengan validez científica).

Lo peor es que muchos políticos han entendido este perverso juego y han aprendido a jugarlo con un cinismo desmedido. Aunque todavía peor es que la sociedad ha caído voluntariamente en esta trampa, permitiendo que la clase política los manipule y entretenga con un espectáculo de prestidigitación y aire caliente. ¿A quién no le gusta ver sus emociones validadas por una figura de autoridad?

Entiendo que muchos están cansados del establishment político y su discurso. Pero si como sociedad no podemos ver las mismas cifras y entenderlas de la misma manera, entonces estamos frente a una fractura profunda: un mundo donde cada loco puede inventar su realidad a partir de lo que ellos “sienten” que es verdad.

¡Lo que nos faltaba, señores!

24/7/16

EN BUSCA DEL POPULISMO PERDIDO

Uno puede entender el desprecio hacia las élites y el nuevo gusto por el populismo. Es evidente que millones siguen encabritados por el estrepitoso fracaso del establishment para predecir y remediar las consecuencias de la crisis del 2008: desempleo masivo, crecimiento paupérrimo, salarios estancados y un futuro incierto para millones de personas.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Una de las frases más preocupantes de nuestros tiempos fue mencionada poco antes del referéndum que dejó a la Gran Bretaña fuera de la Unión Europea.

Al hablar sobre cómo todas las instituciones y autoridades financieras opinaban que el Brexit era una terrible idea, el entonces Ministro de Justicia británico, Michael Gove, sentenció: “la gente ya está harta de escuchar a los expertos”.

Esta frase resume el espíritu contemporáneo: un momento donde las actitudes peyorativas contra la élite se generalizan y el desprecio popular en su contra se traduce en anti-intelectualismo orgulloso y soberbio.

Este síntoma no es particular del Reino Unido. En el resto de Europa vemos a la racionalidad política deformarse bajo las oscuras fuerzas del populismo que manipulan los miedos sociales. En Estados Unidos, Donald Trump golpea el tambor de la ignorancia y el radicalismo que los Republicanos han tocado por años, traducido en un desprestigio hacia el establishment, el multiculturalismo y todo aquello que huela a “intelectual”.

Uno puede entender el desprecio hacia las élites y el nuevo gusto por el populismo. Es evidente que millones siguen encabritados por el estrepitoso fracaso del establishment para predecir y remediar las consecuencias de la crisis del 2008: desempleo masivo, crecimiento paupérrimo, salarios estancados y un futuro incierto para millones de personas.

Luigi Russolo - La Rivolta

Sin embargo, algo más perverso se gesta en el núcleo de este movimiento de protesta. Porque la desconfianza contra los “expertos” parece permear al mundo científico y académico. Esta visión anti-intelectual es promovida por políticos perversos –o simplemente idiotas- que usan el hartazgo social para erosionar la confianza en la ciencia y la racionalidad. La lógica es simple: si se logra desprestigiar la validez científica, más fácil será vender paraísos falsos y toda clase de propuestas estrafalarias.

Bajo esta visión retorcida, las conclusiones científicas se vuelven una opinión más, con la misma validez que una creencia subjetiva. De aquí que millones de personas sigan dudando del calentamiento global (más del 95% de los científicos lo aceptan) o crean que la migración hacia Estados Unidos está fuera de control (de hecho, está en su punto más bajo en décadas).

Y entonces… ¿qué hacemos para contrarrestar a este populismo anti-intelectual? Ante esta cuestión, el filósofo Karl Popper argumentaría que la barrera principal contra cualquier tipo de totalitarismo es la confianza colectiva hacia la razón y los principios neutrales de la ciencia. Si queremos que la polifonía de voces funcione en una democracia, todos debemos aceptar la racionalidad científica como plataforma común.

¿Y cómo lograr esto en el ambiente actual? Yo propongo que si el populismo se está imponiendo ante las viejas élites, la mejor forma de combatirlo será creando un nuevo estilo de populismo. Este populismo no deberá ser ni “progresista” (Chantal Mouffe dixit), ni mesiánico (AMLO et al.) ni “derechista” (Trump & friends), sino uno que combata a las políticas demagógicas de todo tipo y promueva las ideas que dieron vida a las democracias de Occidente. Porque si el populismo está de moda, entonces habrá que vender su mejor versión: un populismo basado en la razón y la racionalidad científica.

Eso sí… Los detalles de este proyecto se los dejo de tarea.

Texto publicado originalmente en Vértigo

11/7/16

DEN UNA OPORTUNIDAD A LA GUERRA

Quizá debamos considerar una idea polémica: que los seres humanos simplemente no hemos evolucionado para disfrutar la paz. Porque parecería que cada vez que la conseguimos, inmediatamente buscamos algún pleito entre nosotros o con nuestros vecinos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

El filósofo John Lennon lo dijo clarísimo en una de sus canciones emblemáticas: "Lo único que estamos diciendo es que den una oportunidad a la paz".

Y como hippies trasnochados que somos, después de 35 años sus palabras nos siguen pareciendo obvias; pues al menos de que tengas un residuo genético de Stalin o Pol Pot, nadie se atrevería a proponer que la paz es indeseable.

Pues espero no arruinar su fiesta, pero parece que hemos vivido en una ilusión todo este tiempo.

De acuerdo con el académico Stephen Walt, la paz no es tan inocua como parece y más bien es un arma de doble filo, ya que puede ocasionar todo tipo de inestabilidad en el mundo. Me explico:

Tomando la teoría política de Michael Desch, este profesor de Harvard propone que ha sido la guerra -o la percepción de una amenaza externa- lo que ha permitido el surgimiento de Estados fuertes y centralizados, así como de políticas nacionales cohesivas. Y en contra del sentido común, menciona que los periodos prolongados de paz son en realidad perniciosos, pues hacen que las diferencias internas crezcan y se profundicen, llevando a los Estados a la ineficiencia y la inestabilidad.

Para probar su punto menciona la coyuntura europea entre el Tratado de Versalles de 1815 y la Guerra de Crimea de 1853: un interregnum de paz continental que llevó a numerosos países a sufrir toda clase de caos intestinos. Lo mismo pasó en tierra Yankee, pues habiendo domado las amenazas externas, comenzó a germinar ese huevo de serpiente que desató la guerra civil de 1861.


En el centro de esta propuesta hay una idea simple: cuando un Estado se siente amenazado desde afuera, se ve obligado a desarrollar "burocracias eficientes, un sistema fiscal que funciona, ejércitos formidables, y también promueve el patriotismo y apacigua las divisiones internas". Todas acciones ideales para mantener la calma en el país.

Ejemplo de esto fueron las dos guerras mundiales y la subsecuente Guerra Fría, conflictos que llevaron a Estados Unidos a cohesionarse como nunca antes.

Quizá ustedes protesten y digan que la guerra contra Al-Qaeda no llevó a los gringos a la unidad; sino al contrario, que ahora vemos sus diferencias más marcadas que nunca. A este argumento, Walt indica que los ataques del 11 de septiembre, las guerras en Oriente Medio e incluso eventos como el de Boston y Orlando no han sido lo suficientemente calamitosos para lograr enterrar las divisiones sociales. Al final, la probabilidad de morir en un acto terrorista es cercana a 1 en 4 millones: una amenaza ambigua y difusa para tener una fuerza cohesionadora en la sociedad yankee.

Situación parecida la vemos en Europa, donde un prolongado periodo de paz llevó al surgimiento de viejas rencillas entre países y al surgimiento de líderes populistas que buscan desestabilizar el status-quo de la Unión. Es extraño, pero todo parece indicar que Europa sufre los efectos de una sobredosis de paz.

Al final, quizá debamos considerar una idea todavía más polémica: que los seres humanos simplemente no hemos evolucionado para disfrutar la paz. Porque parecería que cada vez que la conseguimos, inmediatamente buscamos algún pleito entre nosotros o con nuestros vecinos.

Con esta realización, creo que debemos dejar de lado el idealismo de Lennon y cantar mejor en sincronía: "All we are saying is give war a chance".

Texto publicado originalmente en Vértigo

26/6/16

LA VIOLENTA OBJETIVIDAD

Quizá sea tiempo de mandar al carajo la objetividad y comenzar a ejercer el poder que tenemos como comunicadores a través de las palabras.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Les presento una cuestión: ¿Deben los periodistas utilizar su lenguaje para combatir la violencia y la opresión en el mundo? ¿O debemos ser fieles a esa vieja esposa que llamamos objetividad?

La pregunta no es gratuita. A muchos nos enseñaron que la objetividad es pilar inquebrantable de nuestro oficio: una de esas cosas que nos hace sentir nobles; que nos exalta como profesionistas.

Yo seré sincero: creo que he sido un adúltero con la objetividad. Porque aunque sea una búsqueda loable, definitivamente es inútil como concepto por ser inalcanzable. Dejen me explico: al momento de buscar entender algún evento, debemos relacionar siempre esa información con nuestro bagaje cultural. Y en ese proceso, recurrimos invariablemente a preconcepciones, prejuicios, creencias, educación, supersticiones, etcétera. Sólo así podemos entender la realidad frente a nosotros.

¡Y no sólo eso! Pues una vez recopilada la información, debemos compartirla con la audiencia, utilizando –obviamente- el lenguaje: palabras que acaban por significar cosas distintas para cada persona. Y por si fuera poco, una vez que la audiencia recibe la información deben recurrir a sus propios prejuicios, sesgos, normas culturales, educación, etcétera, para procesarla. O sea... ¡No hay remedio!



Pero no seamos tan negativos, de acuerdo con el poeta y dramaturgo nigeriano, Wole Soyinka, los periodistas tienen una salida: utilizar el lenguaje como herramienta activa en su trabajo. Este premio Nobel de literatura argumenta que nunca debemos perder de vista el poder de las palabras, ya que el lenguaje es parte del “armamento” que tenemos para oponer resistencia ante la tiranía y la barbarie en el mundo. Soyinka toma como ejemplo al Estado Islámico, protagonista de incontables atrocidades en el Medio Oriente.

Frente a este agresor tan particular, cuestiona por qué los medios de comunicación (entiéndase nosotros) no han cuestionado elementos tan básicos cómo el mismo nombre de la organización.

Él dice que ante la búsqueda de una objetividad académica, hemos pasado por alto que al llamar a este grupo "Estado Islámico" sólo le estamos haciendo un favor, legitimando y normalizando a un agresor que no es “Islámico” y más bien una “corporación de homicidio anti-islámica”; y que tampoco es un Estado, sino un “grupo irredimible, sadista y obsesionado con la muerte (que) se complace con desestabilizar a Estados reales y exterminar poblaciones”.

De ahí que cuestione el interés de los periodistas por buscar la "objetividad" a toda costa, cuando tenemos el poder de socavar activamente a este grupo con nuestras palabras, ya que las personas bajo su yugo son incapaz de hacerlo. Bien dice Soyinka que "existe la libertad de expresión, pero también la libertad de elección al expresarse”.

Todo esto debe llevarnos a repensar aquellos los temas que tratamos de manera "objetiva" cuando en el fondo son indefendibles: dizque "maestros" mexicanos que no educan; "científicos" que niegan el cambio climático; "congresistas" que no representan a su electorado.

Quizá sea tiempo de mandar al carajo la objetividad y comenzar a ejercer el poder que tenemos como comunicadores a través de las palabras. O podemos seguir igual, buscando ser "objetivos" ante la ignorancia, la barbarie y la podredumbre que consume a nuestro mundo.

¿Qué opinan, señores?

Texto publicado originalmente en Vértigo

12/6/16

SALVAJE ES EL VIENTO

Todos hemos caído presas de una "idea-zombi" en el tema del amor. Porque al hablar de matrimonio, nos hemos engolosinado con la idea romántica de éste, llegando a una la glorificación del matrimonio romántico. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Les cuento una historia: hace un par de años platiqué con una chica de Corea del Sur, quien arbitrariamente estaba ese día bebiendo cervezas con nosotros en un bar. La cuestioné sobre su experiencia en México y si pensaba quedarse en el país al terminar sus estudios. Su respuesta fue negativa, pero su explicación fue perturbadora: “No puedo quedarme” me dijo “mis padres esperan que vuelva a Corea para casarme; incluso ya me enviaron un catálogo para que eligiera a mi futuro esposo desde aquí”.

¡¿Un esposo por catálogo?! ¡¿En qué clase de averno anti-feminista había caído?!

Porque para nosotros en Occidente, resulta obvio que el matrimonio es una cuestión de amor, y que arreglarlo por catálogo es un ejemplo de esas "ideas-zombis" que debieron morir hace tiempo pero que se rehúsan a dejar nuestro mundo.

Y aunque existen numerosas razones para repudiar al "matrimonio por catálogo", creo que nosotros también hemos caído presas de otra "idea-zombi" en el mismo tema. Porque al hablar de matrimonio, nos hemos engolosinado con la idea romántica de éste, llegando a una la glorificación del matrimonio romántico.



Esta propuesta surge  con el romanticismo en el siglo XIX: una ideología que hacía de las emociones humanas el más alto y noble objetivo de la vida. Al poco tiempo, el romanticismo infectó a la literatura, el arte, la música y la filosofía. ¡Había que terminar con la aburrida racionalidad de la Ilustración, señores!

No conforme con devorar las artes, el romanticismo tomó entonces la idea del matrimonio -antes un asunto meramente económico y práctico- y la transformó en una historia de amor. Así, una persona debía buscar a su alma gemela para iniciar una relación de pasión eterna, tener una conexión emocional y espiritual inquebrantable y un ímpetu sexual hasta los 80 años. ¡No hay nada que el amor no pueda superar!

Pues bien lo explica el filósofo Alain de Botton, que es precisamente esta mentalidad la que más nos acerca a un matrimonio fallido. Porque es obvio -por cuestiones psicológicas y biológicas- que todos esos sentimientos melcochosos y el engatusamiento que tenemos al inicio de una relación no pueden durar para siempre. Pero armados con el ideal romántico, los pobres enamorados confunden estas emociones iniciales con la señal de haber encontrado a su pareja perfecta.

Pero al final del cuento, las parejas se dan cuenta que no son son perfectas, y poco a poco ven esa miel empalagosa del amor transformarse en arena. Muy tarde se dan cuenta que la perfección romántica no existe, y que todos terminaremos por frustrarnos, enojarnos, molestarnos o decepcionarnos mutuamente.

Pero aquí Alain de Botton nos ofrece una solución. Dice él que “la persona que es mejor para nosotros no es aquella que comparte cada uno de nuestros gustos (porque él o ella no existe), sino la persona que puede negociar las diferencias en gustos de manera inteligente. En vez de preservar una idea nocional de la perfecta complementariedad, es la capacidad de tolerar diferencias con generosidad la verdadera señal de que una persona no es “completamente equivocada” para nosotros. La compatibilidad es un logro del amor; no debe de ser su precondición".

¡Pobres románticos tontos! Después de tanto pugnar, parece que la Ilustración siempre tuvo la solución para el amor: La racionalidad y la inteligencia.

Texto publicado originalmente en Vértigo

7/6/16

LA NOSTALGIA EN LOS TIEMPOS DEL OPIO

Si hacemos un análisis burdo de la historia, podemos construir un puente entre las drogas consumidas en un momento determinado y el espíritu social de una época. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Aunque se escuche tonto, les confiezo que durante gran parte de mi adolescencia solía idealizar a la cultura norteamericana de los años sesenta. Con mis credenciales de millennial -nacido en el oscuro año de nuestro Señor, 1987- jamás tuve ni el mínimo contacto con el zeitgeist gringo de aquel momento; aunque algo podía imaginar a través de la música de Bob Dylan, Jim Morrison, Janis Joplin –entre muchos otros- y las drogas psicodélicas consumidas para hacer eco a Timothy Leary: "Turn on, tune in, drop out". 

Reconozco que es superficial etiquetar a un periodo histórico a partir de drogas y bandas de rock. Pero en ese momento percibía una desencanto con el presente mexicano, lo que me llevó a reimaginar un momento donde los psicodélicos, una música extraordinaria y un sentimiento de rebeldía eran tema de todos los días. Quizá a algunos de ustedes le pasó lo mismo…

Resultará sencillo pisotear mi ingenuidad adolescente, aunque pido un momento para proponer una idea interesante a partir de esto: porque creo que si hacemos un análisis burdo de la historia, podemos construir un puente entre las drogas consumidas en un momento determinado y el espíritu social de una época. Dejen explico:


Ya decía que en la década de los 60 dominaron los psicodélicos que pretendían “expandir la mente” y crear un mundo mejor; tras un predecible desencanto, los setenta vieron el auge de los quaaludes (un depresivo para dormir); los vertiginosos ochenta tuvieron a la cocaína como símbolo de los excesos; y la década de 1990 fue toda parranda, donde el éxtasis (metanfetaminas) marcaba el fin de la Guerra Fría y la victoria del consumismo Occidental.

Al seguir por esta línea de pensamiento habría que preguntar: ¿Cuál es la droga que define a Estados Unidos hoy y qué es lo que dice sobre su percepción del presente? 

Después de investigar (y descartar a la marihuana, que jamás dejó de estar en boga) la respuesta es sorprendente: son ahora los opiáceos los que dominan la adicción en el Imperio Yankee, lo que revela a una sociedad tremendamente deprimida.

Basta ver el incremento vertiginoso en el consumo de la heroína y los analgésicos con opio (Oxycontin, etcétera) para saber que están frente a una verdadera epidemia nacional; algo que el gobierno ya reconoció. 

Pero el mayor problema es el abuso de estas drogas: tan sólo en el 2014, se registraron más de 28,000 muertes por sobredosis con algún tipo de opio; unas 76 muertes al día. Este es un nivel de mortandad no visto desde la epidemia del SIDA hace más de dos décadas.

Y si no me creen que esto es un síntoma de una sociedad depresiva, basta enfocarse en sus cifras de suicidios, que ascienden a más de 40,000 al año (109 al día), lo que hace del suicidio una de las 10 causas principales de muerte en Estados Unidos. En contexto: la tasa de homicidios es de 5.1 muertes por cada 100,000 habitantes, los suicidios 13 por cada 100,000 habitantes. ¡Joder señores!

Así que hoy tenemos como vecinos del norte a una sociedad que muere en gran parte por sobredosis de opio o por suicidios: sin duda un terrible presagio para su futuro. Y con este desencanto total por el mundo, quizá no deba sorprendernos que busquen con esa nostalgia adolescente las épocas felices de su pasado; buscando de cualquier manera “hacer a su país grande de nuevo”.

Publicado originalmente en Vértigo

15/5/16

EL POPULISMO SÍ SERÁ TELEVISADO

En ningún otro momento de la historia un candidato tan insano como Donald Trump había tenido tantos canales de comunicación para viralizar sus mensajes tóxicos. 

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

La victoria de Donald Trump en las elecciones primarias representa algo más que el triunfo de la ignorancia, la estupidez y el racismo en Estados Unidos. Y aunque a nadie escapa que amplios sectores de la sociedad americana exhiben una sobredosis de estas tres condiciones, el éxito del magnate neoyorkino es más bien una victoria de algo distinto pero igual de perverso: el populismo mediatizado.

Obviamente es natural que los políticos utilicen los medios de comunicación para masificar sus mensajes: Roosevelt usó el radio durante los años 30; Kennedy aprovechó su galanura para sobresalir en la televisión; Obama utilizó las (entonces novedosas) redes sociales con gran éxito. 

Pero es evidente que en ningún otro momento de la historia un candidato tan insano había tenido tantos canales de comunicación para viralizar sus mensajes tóxicos. Hoy las plataformas que Trump tiene a sus disposición (y el número de personas que tienen acceso a ellas) sobrepasan por mucho lo que vimos hace apenas ocho años.

A esto debemos sumar que pocos han sabido utilizar con tanta maestría a los medios de comunicación como nuestro amigo anaranjado. Desde el inicio de su campaña secuestró a los canales de noticias de 24 horas, los volvió adictos a los ratings que les generaba, y en el proceso también a nosotros, con sus cotidianos mensajes bombásticos, extremistas y estrafalarios.

Esto fue una estrategia maestra que le otorgó una presencia perpetua (¡y gratis!) en los medios, pero que también ayudó a legitimidad su mensaje hueco y populachero. Una vez que tomó el control de la agenda mediática, remató con mucho arte (de  muy mal gusto) en Twitter, llevando su campaña al mundo surrealista de los programas de "reality"; insultando a sus oponentes políticos, aumentando lo grotesco y extravagante de sus comentarios, y promoviendo toda clase de conspiraciones reales o imaginarias. Nosotros como público sólo pudimos mirar su ascenso asombrados con horror y horrorizados con asombro. 


Porque si alguien creyó que el mundo político terminaría por domar a este señor, la realidad fue precisamente la contraria: Trump llevó a la política a un viaje psicodélico, entrando en una vorágine de drama, suspenso, acción, sexismo, violencia y discriminación. ¡Igual que una buena serie de HBO!

Me queda clarísimo que el electorado estadounidense tiene numerosas razones para estar completamente encabritados y buscar acabar con el establishment: los políticos los han alimentado por años con promesas vacías y mentiras de todo tipo. Pero un rencor racional no debería tener una respuesta irracional. 

Porque querer un cambio no significa que cualquier cambio es el correcto: como ejemplo tenemos a Venezuela, que por montarse sobre la revolución bolivariana terminó al borde de ser un estado fallido. Por si fuera poco, hace un par de días los filipinos eligieron a Rodrigo Duterte, alias “el castigador” como presidente; un personaje que se burla de las víctimas de violación sexual y promete asesinar en la vía pública a los corruptos, delincuentes y drogadictos. ¡Lo que nos faltaba, señores!

Es innegable que el sistema democrático ha dejado mucho que desear, incluso aquí en México.  Pero al momento de buscar soluciones, sólo hay que asegurarnos que la cura no sea peor que la enfermedad.

¿Qué opinan ustedes? 

Texto publicado originalmente en Vértigo

1/5/16

NO WOMAN NO CRY

Actualmente, el mayor abuso a los derechos humanos no involucra represión política o los otros temas en los que siempre nos enfocamos; el mayor abuso involucra los cromosomas con los que la gente nace.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

A menos de que usted sea un sociópata o un misántropo, es imposible no escandalizarse por el informe publicado hace unos días por la ONU/SEGOB/INMUJERES, en el cuál se hace un detallado retrato de la violencia cotidiana que enfrentan las mujeres en México.

De acuerdo con el informe, en el 2014 ocurrieron 2,289 casos de defunciones femeninas con presunción de homicidio (DFPH) en México. O dicho en otras palabras, “en ese año, en el país tuvieron lugar en promedio 6.3 DFPH al día, una tasa de 3.7 de estas muertes por cada 100,000 mujeres. En el año anterior, 2013, hubo 2,594 casos de DFPH, lo que se traduce en un promedio de siete DFPH al día y en una tasa de 4.3 por cada 100,000 mujeres.” Si sumamos el total, la sombría estadística entre 1985 y 2014 asciende a 47,178 DFPH en México.

Si usted como yo considera que esta realidad es simplemente apabullante, los invito a tomar un paso atrás para ver el verdadero genocidio (¡sí, genocidio!) que sucede en contra de las mujeres alrededor del mundo. Vamos por partes…

Quizá usted crea en ese rumor que dice cómo hay más mujeres que hombres en la población total del planeta. Esto suena lógico; así sucede en Norteamérica, Europa y América Latina.

Pero si usted piensa así, le comento que está totalmente equivocado. Y la razón de esto es por el sistemático “genocidio de género” del cual son víctimas las mujeres a nivel global.


Othello And Desdemona; via fineartlib
Nicholas Kristof y Sheryl WuDunn exponen en su libro y documental “Half the Sky”, que en los últimos 50 años han sido asesinadas más mujeres por el simple hecho de ser mujeres que el número total de hombres que murieron en todas las guerras del siglo XX.

Indican también que en cualquier década del siglo pasado, más mujeres murieron a causa de este rutinario feminicidio global que el número total de personas asesinadas en todos los genocidios del siglo XX. El escritor Salman Rushdie, por su parte, indica que el problema es todavía más grave, pues a esta cifra de feminicidios habría que agregar los millones de fetos que son abortados en múltiples países (China, India, etcétera) simplemente porque nacerían con un cromosoma X y no un cromosoma Y.

Les comparto otras cifras horribles: más de 630 millones de mujeres viven en un lugar donde la violencia doméstica no es ilegal; y más de 2,600 millones de mujeres habitan en países donde la violación sexual dentro del matrimonio no es castigada por la ley. Cada año, más de 300 millones de niñas son víctimas de mutilación genital en África, y en todo el mundo, 3 de cada 5 mujeres sufrirán algún tipo de violencia durante su vida.

Tomen un minuto para repasar este panorama…

¿Dónde nos deja esto? En mi opinión, esta escandalosa realidad debería obligarnos a replantear radicalmente nuestras prioridades, y reconsiderar cuál será la batalla moral que definirá al siglo XXI. Porque nadie puede tolerar vivir en un mundo donde las mujeres no sólo son consideradas ciudadanas de segunda categoría, sino una demografía que puede ser violentada sin consecuencias.

A esto, Nicholas Kristof nos ofrece su postura: “(Actualmente) el mayor abuso a los derechos humanos no involucra represión política y no involucra los otros temas en los que siempre nos enfocamos; el mayor abuso a los derechos humanos involucra los cromosomas con los que la gente nace”.

¡Así las cosas en el planeta Tierra!

Texto publicado originalmente en Vértigo

17/4/16

FOREVER YOUNG

Seguro que muchos están pensando que la terapia de atenuación de crecimiento es algo barbárico e inaceptable. Pero basta con escuchar las historias de aquellos que han optado por esta terapia para entender sus razones.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Si platicas con cualquier persona responsable, todos aceptarán que cuidar a un niño es un asunto tremendamente complicado. Como padres, no sólo deben asegurar su desarrollo físico e intelectual, también hay que desembolsar una cantidad escandalosa de dinero para su bienestar, y supervisar día y noche al chamaco para evitar cualquier tragedia. Sin embargo, al final los niños crecen, se valen por sí mismos, y un buen día se van de casa para iniciar su vida independiente. 

¿Pero qué pasa cuando esto no sucede? ¿Qué pasa cuando un hijo nace con un padecimiento que lo mantiene incapacitado por el resto de su vida?

Esta situación coloca en una encrucijada a miles de familias en todo el mundo. Porque es un hecho que cuando un infante sufre de daño cerebral severo (o algo similar) muy difícilmente podrá salir adelante por sus propios medios. De hecho, para estas familias el futuro se presenta doblemente complicado: por un lado deben cuidar a su hijo toda la vida; pero al mismo tiempo, van envejeciendo al tiempo que el niño crece, haciendo cada vez más complicado su cuidado.

Esta situación parece conducirnos a un callejón sin salida… ¿Pero qué opinarían si existiera un método para hacer que tu hijo fuera siempre un infante? ¿Inadmisible? ¿Algo estrafalario y absurdo? ¡Tranquilos, señores! Permítanme explicar…



Entra en escena la medicina moderna, la cual por medio de un proceso conocido como terapia de atenuación del crecimiento, puede evitar por completo el crecimiento físico de una persona. ¿Cómo diablos sucede esto? Pues de hecho es algo sencillo: basta con inyectar grandes cantidades de estrógenos a un infante, lo que permite el cierre epifisario prematuro (los cartílagos que se encuentran en los huesos de niños y adolescentes). Así, el sistema óseo interpreta el endurecimiento de los cartílagos como una señal de que ya ha crecido lo suficiente, deteniendo el desarrollo corporal, y haciendo que una persona permanezca por siempre de la talla de un niño pequeño.

Seguro que muchos están pensando que esto es algo barbárico e inaceptable. Pero basta con leer las historias de aquellos que han optado por esta terapia para entenderlos. Su argumento es que después de años de cuidado, las atenciones más simples hacia sus hijos (ahora adultos) –como bañarlos, vestirlos, cargarlos, o llevarlos al baño- se van volviendo prohibitivamente complicadas. 

Obviamente esto ha causado gran controversia desde su aplicación hace un par de décadas, ya que los opositores consideran que al detener el crecimiento natural de una persona –sin importar su condición de salud- se está cometiendo un atropello total a sus derechos humanos.

Yo por muchos años (de hecho, hasta el día de hoy) he mantenido una postura contraria a la reproducción, precisamente para evitar la enorme responsabilidad de cuidar a un niño. Así que en este tema, me declaro incapaz de imaginar lo que significaría tener que asistir a una persona toda la vida, sabiendo que a pesar del amor o el cariño que le demos, jamás podrá valerse por sí misma.

Aún así, debo aceptar que la terapia de atenuación del crecimiento no me parece ni absurda ni escandalosa; y creo que debemos comprender a las familias que deciden aplicar este método, cumpliendo así con la canción de Bob Dylan que deseaba que su hijo fuera “por siempre joven”.

Texto publicad originalmente en Vértigo

3/4/16

ANDROIDES PARANOICOS

Transitamos por un momento donde la reputación digital es sumamente importante. Pero entre más pasemos viviendo bajo esta "economía de la reputación", más perderemos nuestra autenticidad como individuos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Hace algunos días, una amiga me platicaba sobre la conversación que tuvo con un conductor de Uber. Al terminar su trayecto, el chofer se volteó hacia ella y le comentó: “Me parece extraño que siendo una chica tan agradable, tengas una calificación tan mala”. 

- “¿Una calificación mala?” cuestionó ella. – “Sí”, dijo él, “aquí en el sistema me aparece que tienes cuatro estrellas de diez en tu perfil de Uber”.

Más allá de lo absurdo de este intercambio, esta historia pone en evidencia la corrupción que ha permeado a las nuevas tecnologías. Porque es un hecho que para muchas personas, poder calificar viajes en Uber, cuartos de Airbnb, o el servicio de un restaurante por Yelp es una manera de ejercer su autoridad como consumidor: “Si algo no me gustó, tengo derecho expresar una opinión, eso les enseñará a ser mejores”, diría uno de estos clientes jacobinos.

Todo esto suena muy bien con la excepción de un detalle: que solemos olvidar que muchos de estos servicios que criticamos cándidamente se encuentran juzgándonos a nosotros de vuelta. Mientras tú dices que el cuarto de Airbnb era una porquería; el dueño te califica igual por considerar que fuiste un inquilino detestable. 

Esto podrá no importarnos, pero debemos considerar que nuestro perfil digital es cada día nuestro único rostro público, comunicando al mundo el tipo de persona (o consumidor) que somos, y definiendo la opinión que deben tener de nosotros. Por lo tanto, cada cosa que hagamos podrá dejar una mancha para la posteridad, y terminar valiendo sólo cuatro estrellas.


El escritor Bret Easton Ellis se aventura más lejos en su crítica de lo que llama “la economía de la reputación”. Argumenta que entre más tiempo pasemos en el mundo digital, más nos obsesionamos con la imagen que creamos en este espacio. 

Todo suena muy bien, pero la trampa es que al momento de buscar controlar nuestro perfil digital, es probable que aceptemos la pérdida de nuestra autenticidad y personalidad real. Porque en este juego macabro de juzgar y ser juzgados… ¿no buscaremos crear un personaje que no sea polémico, controversial o molesto para otros? ¿No estaremos dispuestos a suprimir detalles incómodos (aunque auténticos) de nuestra personalidad con tal de “pertenecer” al rebaño y no ser juzgados?

Easton Ellis respondé que “sí” y menciona que incluso ha surgido toda una industria alrededor de esto, enfocada en administrar la reputación de las personas. A cambio de tu dinero, un “profesional” se encargará de moldear tu personalidad idónea, para así ser más agradable a la mirada inquisitiva del mundo. ¡Lo que nos faltaba!

Porque entre más promovamos esta economía de la reputación, más estaremos alimentando a este sistema que define el perfil digital de nuestras vidas sin nuestro conocimiento. Y de seguir por este camino, la economía de la reputación terminará por imponer una actitud generalizada de conformismo, mediocridad y pasividad en las personas: no vayamos a sobresalir mucho que terminemos por ser juzgados por ello.

Para todos ustedes que se encuentren en un lugar similar al de mi amiga de las cuatro estrellas, mi consejo sería sólo uno: más vale tener una personalidad real, auténtica e imperfecta; que al final las empresas pueden tragarse sus estrellas con el resto de sus opiniones.

¿Qué dicen ustedes? 

Texto publicado originalmente en Vértigo