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13/9/16

¿CUÁNTO POR SU CHAMACO, LOLITA?

La idea aquí propuesta es entregar dinero como motivación a todas las chamacas para que -¡voluntariamente!- utilicen métodos anticonceptivos de largo plazo y así podamos detener la epidemia de embarazos adolescentes.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Si se tratara de un virus o una infección contagiosa, México estaría frente a una epidemia de proporciones bíblicas. Porque es una realidad que vivimos una calamidad en el sector Salud por los embarazos adolescentes: un 19% de los bebés que nacen en México son de niñas menores a los 20 años.

Diariamente, más de mil niñas entre 10 y 19 años de edad se convierten en madres. En 2014 se sumaron 374,075 bebés concebidos por madres adolescentes; y de estos, cerca de 6 mil son de niñas menores a los 14 años (cifras de la SSA).

La OCDE valida estos datos, aunque pinta un panorama aún más oscuro: México ostenta el deshonroso primer lugar en embarazos adolescentes en esta organización, llegando a medio millón de nacimientos por año; prácticamente un embarazo adolescente cada minuto.

Ante este panorama tan adverso... ¿qué carajos queda por hacer? Los programas de educación sexual evidentemente no han sido efectivos, y aquella tontería de la abstinencia que promueven los religiosos menos ha funcionado.

Sin embargo –queridos amigos- han venido a la columna correcta, pues quiero presentarles una solución realista y pragmática a este problema.


Para entrar en tema, les contaré la historia de Barbara Harris, quien en 1989  -con 37 años de edad y siendo madre de seis hijos varones- decide cumplir el sueño de toda su vida: tener una hija.

Para esto contacta a un centro de adopción y al poco tiempo recibe la llamada esperada: ha llegado una bebé de ocho meses que puede ser adoptada. Pequeño detalle: la niña dio positivo al nacer de fenciclidina (PCP), crack y heroína. Era hija de una mujer junkie.

Aún con algo de recelo decide adoptar a la niña, a quien nombra Destiny. A los pocos meses recibe una nueva llamada: La madre biológica de Destiny había dado a luz a otro bebé, también con daños por heroína; Bárbara lo adopta también. Un año más tarde, una tercera llamada y una nueva hija... "¿Se la empaquetamos, señora?" -"¡Pues sí!, responde Bárbara". Otro año después: otra llamada; otro niño.

Ante esta realidad, Bárbara comienza a cuestionarse: “¿Cómo es posible que alguien pueda ir por la vida regando bebés dañados por drogas sin sufrir alguna consecuencia?”

Evidentemente no podía obligar a las mujeres a esterilizarse o usar anticonceptivos de manera forzosa, ya que al instante entraríamos en un pantano de problemas éticos. Sin embargo: ¿Por qué no pagarle a las mujeres para que dejen de tener bebés? Bajo esta premisa, decide ofrecer 200 dólares a cada mujer que quisiera -voluntariamente- esterilizarse o tomar anticonceptivos de largo plazo.

Esto me lleva a pensar... ¿No podríamos importar ese modelo a México para combatir los embarazos adolescentes? Me queda claro que las pubertas no representan el mismo problema que mujeres adictas al crack. Pero aún así, no podemos ser cándidos y suponer que una mujer de 14 años se encuentra preparada para brindar la formación integral que requiere un chamaco en el siglo 21.

¿Por qué no entonces darles una lana a estas muchachas para que -¡voluntariamente!- utilicen métodos anticonceptivos de largo plazo? Cuando caduquen estos medicamentos, ellas ya serán mayores de edad y podrán hacer lo que les venga en gana con su útero y su vida.

¿Qué opinan señores? ¿Quién le entra para incluir esta propuesta en la agenda legislativa?


Texto publicado originalmente en Vértigo

22/8/16

HISTORIAS DE TERROR BOLIVARIANAS

Resulta claro que Venezuela llegó a su situación calamitosa por tomar malas decisiones políticas. Pero no podemos ignorar que estas acciones no fueron impuestas con ley marcial. En algún momento grandes sectores de la población apoyaron estas medidas.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
@DelgadoCantu

Últimamente he estado pensando en las narrativas personales. Sobre cómo inventamos nuestra propia historia, seleccionando algunos eventos y dotándolos de significado, para luego incluirlos en la Gran Narrativa de la vida. Un ejercicio donde fincamos toda clase de traumas y éxitos que definen nuestro presente.

La misma cuestión aplica para los países. Porque al igual que nosotros, alguien se encargó de crear un cuento de la Historia Nacional, eligiendo triunfos, derrotas, heridas y victorias que definen el presente colectivo de una sociedad.

Ya todos conocemos los fantasmas que aterrorizan a México. Como niños seguimos viendo monstruos en las sombras de la noche: sea ya la Conquista, la intervención gringa o la francesa. ¡Bueno señores, hasta Porfirio Díaz nos sigue dando miedo!

No obstante, hemos crecido para entrar en la adolescencia y comenzar a perderle miedo a la oscuridad. Las nuevas generaciones están más interesadas en Pokemón y quizá no tengan ni idea de quién diablos fue Santa Anna, Winfield Scott o Maximiliano de Habsburgo, ni por qué deberían afectar su presente. Basta observar para ver que los jóvenes están muy cómodos con el multiculturalismo y la apertura ante el mundo.

Pero como todos sabemos, la adolescencia es también un periodo turbulento. Así como nosotros experimentamos con drogas e ideologías absurdas, igual las naciones pubertas hacen cosas que poco sentido tienen para los adultos, pero que para el país imberbe resultan reveladoras. Y tal cómo hemos visto, si estos excesos no se controlan, uno puede acabar como junkie en las frías calles de la ciudad.

Pues el mundo tiene a un nuevo amigo junkie. Un país llamado Venezuela que bajo el gobierno de Hugo Chávez abandonó su vida en los suburbios y escapó al desierto para unirse a la familia Manson, llevando su vida a los abismos de la crisis y la desesperanza.


Resulta claro que Venezuela llegó a esta situación por tomar malas decisiones políticas y volverse adicto a su droga predilecta: el petróleo. Pero no podemos ignorar que estas acciones no fueron impuestas con ley marcial. En algún momento grandes sectores de la población apoyaron estas medidas.

Según el economista Ricardo Hausmann, esto sucedió porque el chavismo tergiversó los paradigmas sociales que sustentaban la vida y la historia venezolana, manipulando la conciencia nacional colectiva y creando una nueva narrativa basada en los demonios de Chávez.

Así, una sociedad abierta comenzó a considerar a los empresarios, a la inversión extranjera y al capitalismo como encarnaciones de Lucifer; haciendo que medidas como expropiaciones, control de precios y manipulación de divisas embonaran en su nueva lógica.

Los resultados –sobra decirlo- han sido calamitosos. Pero más aterrador es el corto tiempo que tomó para transformar la mente de una sociedad entera. Cómo en pocos años, se convenció a millones que el modelo chavista era viable.

Si esto pasó en Venezuela, algunas preguntas se vuelven obligatorias para los países adolescentes. ¿Cómo estamos sorteando nuestra pubertad? ¿Qué tan viable es que tomemos el Kool-Aid buscando eliminar el rezago y la pobreza? O peor aún… ¿Qué tan susceptibles somos a la manipulación de los Charles Mansons modernos?

Quizá usted y yo estemos a salvo… ¿Pero qué decir de millones de mexicanos?

Texto publicado originalmente en Vértigo

7/8/16

LOS SENTIMIENTOS DE LA REALIDAD

Entiendo que muchos están cansados del establishment político y su discurso. Pero si como sociedad no podemos ver las mismas cifras y entenderlas de la misma manera, entonces estamos frente a una fractura profunda: un mundo donde cada loco puede inventar su realidad a partir de lo que ellos “sienten” que es verdad.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
@DelgadoCantu

Hace dos semanas escribí sobre el auge del populismo anti-intelectual, resumido a la perfección por el entonces Ministro de Justicia británico, Michael Gove, en su frase: “la gente ya está harta de escuchar a los expertos”.

Pero resulta obvio que si buscábamos llevar esta ideología a los límites del absurdo era necesario contar con un grupo de personas todavía más ignorantes. Por fortuna no tuvimos que buscar muy lejos, pues una gran muestra se reunió recientemente en Cleveland para conmemorar la Convención Nacional del Partido Republicano.

A diferencia de Gove, los Republicanos han decidido cavar todavía más profunda la trinchera de la ignorancia, pidiendo no sólo ignorar a los expertos, sino ignorar por completo la realidad, creando en su lugar un mundo donde los datos y las cifras estadísticas no tienen importancia, y donde basta con “sentir” que algo es verdad para que así lo sea. ¡Bienvenidos señores, al anti-realismo mágico!

Uno de los mayores expositores de este pensamiento es –obviamente- el señor Donald Trump, quien en la Convención Republicana presentó una visión apocalíptica del mundo, persuadiendo a su audiencia de que viven rodeados de elementos lúgubres, donde los migrantes rondan libremente asesinando familias, los musulmanes planean ataques terroristas, la economía está destruida y el poder militar yankee es inexistente. Todo su mensaje se basó en emociones sombrías: angustia, dolor, miedo y desconfianza…

Sin embargo, ha sido señalado por muchos -incluso por el presidente Obama- que nada de esto se refleja en el mundo real. Todo fue al final una fantasía retorcida del magnate neoyorquino.


Para empeorar las cosas, entra en escena Newt Gingrich, speaker del Congreso durante la década de 1990. Cuestionado por CNN sobre las declaraciones de Trump de cómo los homicidios están fuera de control (cuando de hecho están en su nivel más bajo en 25 años), Gingrich respondió que a él le importa poco lo que muestren las estadísticas, pues “la gente se siente amenazada; y como político, yo me iré con los sentimientos de las personas, y dejaré que ustedes (los periodistas) se vayan con los teóricos”.

¡Qué chulada! O sea que ahora podemos hacer de nuestras “emociones” la brújula para navegar la realidad.

¡Pues no! La economía, las finanzas públicas y las estadísticas de todo tipo se miden con números y con datos. Poco importa si alguien siente que el crimen o la inmigración ilegal están aumentando; si las cifras muestran lo contrario, entonces debemos creer en las cifras (siempre y cuando tengan validez científica).

Lo peor es que muchos políticos han entendido este perverso juego y han aprendido a jugarlo con un cinismo desmedido. Aunque todavía peor es que la sociedad ha caído voluntariamente en esta trampa, permitiendo que la clase política los manipule y entretenga con un espectáculo de prestidigitación y aire caliente. ¿A quién no le gusta ver sus emociones validadas por una figura de autoridad?

Entiendo que muchos están cansados del establishment político y su discurso. Pero si como sociedad no podemos ver las mismas cifras y entenderlas de la misma manera, entonces estamos frente a una fractura profunda: un mundo donde cada loco puede inventar su realidad a partir de lo que ellos “sienten” que es verdad.

¡Lo que nos faltaba, señores!

24/7/16

EN BUSCA DEL POPULISMO PERDIDO

Uno puede entender el desprecio hacia las élites y el nuevo gusto por el populismo. Es evidente que millones siguen encabritados por el estrepitoso fracaso del establishment para predecir y remediar las consecuencias de la crisis del 2008: desempleo masivo, crecimiento paupérrimo, salarios estancados y un futuro incierto para millones de personas.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Una de las frases más preocupantes de nuestros tiempos fue mencionada poco antes del referéndum que dejó a la Gran Bretaña fuera de la Unión Europea.

Al hablar sobre cómo todas las instituciones y autoridades financieras opinaban que el Brexit era una terrible idea, el entonces Ministro de Justicia británico, Michael Gove, sentenció: “la gente ya está harta de escuchar a los expertos”.

Esta frase resume el espíritu contemporáneo: un momento donde las actitudes peyorativas contra la élite se generalizan y el desprecio popular en su contra se traduce en anti-intelectualismo orgulloso y soberbio.

Este síntoma no es particular del Reino Unido. En el resto de Europa vemos a la racionalidad política deformarse bajo las oscuras fuerzas del populismo que manipulan los miedos sociales. En Estados Unidos, Donald Trump golpea el tambor de la ignorancia y el radicalismo que los Republicanos han tocado por años, traducido en un desprestigio hacia el establishment, el multiculturalismo y todo aquello que huela a “intelectual”.

Uno puede entender el desprecio hacia las élites y el nuevo gusto por el populismo. Es evidente que millones siguen encabritados por el estrepitoso fracaso del establishment para predecir y remediar las consecuencias de la crisis del 2008: desempleo masivo, crecimiento paupérrimo, salarios estancados y un futuro incierto para millones de personas.

Luigi Russolo - La Rivolta

Sin embargo, algo más perverso se gesta en el núcleo de este movimiento de protesta. Porque la desconfianza contra los “expertos” parece permear al mundo científico y académico. Esta visión anti-intelectual es promovida por políticos perversos –o simplemente idiotas- que usan el hartazgo social para erosionar la confianza en la ciencia y la racionalidad. La lógica es simple: si se logra desprestigiar la validez científica, más fácil será vender paraísos falsos y toda clase de propuestas estrafalarias.

Bajo esta visión retorcida, las conclusiones científicas se vuelven una opinión más, con la misma validez que una creencia subjetiva. De aquí que millones de personas sigan dudando del calentamiento global (más del 95% de los científicos lo aceptan) o crean que la migración hacia Estados Unidos está fuera de control (de hecho, está en su punto más bajo en décadas).

Y entonces… ¿qué hacemos para contrarrestar a este populismo anti-intelectual? Ante esta cuestión, el filósofo Karl Popper argumentaría que la barrera principal contra cualquier tipo de totalitarismo es la confianza colectiva hacia la razón y los principios neutrales de la ciencia. Si queremos que la polifonía de voces funcione en una democracia, todos debemos aceptar la racionalidad científica como plataforma común.

¿Y cómo lograr esto en el ambiente actual? Yo propongo que si el populismo se está imponiendo ante las viejas élites, la mejor forma de combatirlo será creando un nuevo estilo de populismo. Este populismo no deberá ser ni “progresista” (Chantal Mouffe dixit), ni mesiánico (AMLO et al.) ni “derechista” (Trump & friends), sino uno que combata a las políticas demagógicas de todo tipo y promueva las ideas que dieron vida a las democracias de Occidente. Porque si el populismo está de moda, entonces habrá que vender su mejor versión: un populismo basado en la razón y la racionalidad científica.

Eso sí… Los detalles de este proyecto se los dejo de tarea.

Texto publicado originalmente en Vértigo

11/7/16

DEN UNA OPORTUNIDAD A LA GUERRA

Quizá debamos considerar una idea polémica: que los seres humanos simplemente no hemos evolucionado para disfrutar la paz. Porque parecería que cada vez que la conseguimos, inmediatamente buscamos algún pleito entre nosotros o con nuestros vecinos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

El filósofo John Lennon lo dijo clarísimo en una de sus canciones emblemáticas: "Lo único que estamos diciendo es que den una oportunidad a la paz".

Y como hippies trasnochados que somos, después de 35 años sus palabras nos siguen pareciendo obvias; pues al menos de que tengas un residuo genético de Stalin o Pol Pot, nadie se atrevería a proponer que la paz es indeseable.

Pues espero no arruinar su fiesta, pero parece que hemos vivido en una ilusión todo este tiempo.

De acuerdo con el académico Stephen Walt, la paz no es tan inocua como parece y más bien es un arma de doble filo, ya que puede ocasionar todo tipo de inestabilidad en el mundo. Me explico:

Tomando la teoría política de Michael Desch, este profesor de Harvard propone que ha sido la guerra -o la percepción de una amenaza externa- lo que ha permitido el surgimiento de Estados fuertes y centralizados, así como de políticas nacionales cohesivas. Y en contra del sentido común, menciona que los periodos prolongados de paz son en realidad perniciosos, pues hacen que las diferencias internas crezcan y se profundicen, llevando a los Estados a la ineficiencia y la inestabilidad.

Para probar su punto menciona la coyuntura europea entre el Tratado de Versalles de 1815 y la Guerra de Crimea de 1853: un interregnum de paz continental que llevó a numerosos países a sufrir toda clase de caos intestinos. Lo mismo pasó en tierra Yankee, pues habiendo domado las amenazas externas, comenzó a germinar ese huevo de serpiente que desató la guerra civil de 1861.


En el centro de esta propuesta hay una idea simple: cuando un Estado se siente amenazado desde afuera, se ve obligado a desarrollar "burocracias eficientes, un sistema fiscal que funciona, ejércitos formidables, y también promueve el patriotismo y apacigua las divisiones internas". Todas acciones ideales para mantener la calma en el país.

Ejemplo de esto fueron las dos guerras mundiales y la subsecuente Guerra Fría, conflictos que llevaron a Estados Unidos a cohesionarse como nunca antes.

Quizá ustedes protesten y digan que la guerra contra Al-Qaeda no llevó a los gringos a la unidad; sino al contrario, que ahora vemos sus diferencias más marcadas que nunca. A este argumento, Walt indica que los ataques del 11 de septiembre, las guerras en Oriente Medio e incluso eventos como el de Boston y Orlando no han sido lo suficientemente calamitosos para lograr enterrar las divisiones sociales. Al final, la probabilidad de morir en un acto terrorista es cercana a 1 en 4 millones: una amenaza ambigua y difusa para tener una fuerza cohesionadora en la sociedad yankee.

Situación parecida la vemos en Europa, donde un prolongado periodo de paz llevó al surgimiento de viejas rencillas entre países y al surgimiento de líderes populistas que buscan desestabilizar el status-quo de la Unión. Es extraño, pero todo parece indicar que Europa sufre los efectos de una sobredosis de paz.

Al final, quizá debamos considerar una idea todavía más polémica: que los seres humanos simplemente no hemos evolucionado para disfrutar la paz. Porque parecería que cada vez que la conseguimos, inmediatamente buscamos algún pleito entre nosotros o con nuestros vecinos.

Con esta realización, creo que debemos dejar de lado el idealismo de Lennon y cantar mejor en sincronía: "All we are saying is give war a chance".

Texto publicado originalmente en Vértigo

26/6/16

LA VIOLENTA OBJETIVIDAD

Quizá sea tiempo de mandar al carajo la objetividad y comenzar a ejercer el poder que tenemos como comunicadores a través de las palabras.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Les presento una cuestión: ¿Deben los periodistas utilizar su lenguaje para combatir la violencia y la opresión en el mundo? ¿O debemos ser fieles a esa vieja esposa que llamamos objetividad?

La pregunta no es gratuita. A muchos nos enseñaron que la objetividad es pilar inquebrantable de nuestro oficio: una de esas cosas que nos hace sentir nobles; que nos exalta como profesionistas.

Yo seré sincero: creo que he sido un adúltero con la objetividad. Porque aunque sea una búsqueda loable, definitivamente es inútil como concepto por ser inalcanzable. Dejen me explico: al momento de buscar entender algún evento, debemos relacionar siempre esa información con nuestro bagaje cultural. Y en ese proceso, recurrimos invariablemente a preconcepciones, prejuicios, creencias, educación, supersticiones, etcétera. Sólo así podemos entender la realidad frente a nosotros.

¡Y no sólo eso! Pues una vez recopilada la información, debemos compartirla con la audiencia, utilizando –obviamente- el lenguaje: palabras que acaban por significar cosas distintas para cada persona. Y por si fuera poco, una vez que la audiencia recibe la información deben recurrir a sus propios prejuicios, sesgos, normas culturales, educación, etcétera, para procesarla. O sea... ¡No hay remedio!



Pero no seamos tan negativos, de acuerdo con el poeta y dramaturgo nigeriano, Wole Soyinka, los periodistas tienen una salida: utilizar el lenguaje como herramienta activa en su trabajo. Este premio Nobel de literatura argumenta que nunca debemos perder de vista el poder de las palabras, ya que el lenguaje es parte del “armamento” que tenemos para oponer resistencia ante la tiranía y la barbarie en el mundo. Soyinka toma como ejemplo al Estado Islámico, protagonista de incontables atrocidades en el Medio Oriente.

Frente a este agresor tan particular, cuestiona por qué los medios de comunicación (entiéndase nosotros) no han cuestionado elementos tan básicos cómo el mismo nombre de la organización.

Él dice que ante la búsqueda de una objetividad académica, hemos pasado por alto que al llamar a este grupo "Estado Islámico" sólo le estamos haciendo un favor, legitimando y normalizando a un agresor que no es “Islámico” y más bien una “corporación de homicidio anti-islámica”; y que tampoco es un Estado, sino un “grupo irredimible, sadista y obsesionado con la muerte (que) se complace con desestabilizar a Estados reales y exterminar poblaciones”.

De ahí que cuestione el interés de los periodistas por buscar la "objetividad" a toda costa, cuando tenemos el poder de socavar activamente a este grupo con nuestras palabras, ya que las personas bajo su yugo son incapaz de hacerlo. Bien dice Soyinka que "existe la libertad de expresión, pero también la libertad de elección al expresarse”.

Todo esto debe llevarnos a repensar aquellos los temas que tratamos de manera "objetiva" cuando en el fondo son indefendibles: dizque "maestros" mexicanos que no educan; "científicos" que niegan el cambio climático; "congresistas" que no representan a su electorado.

Quizá sea tiempo de mandar al carajo la objetividad y comenzar a ejercer el poder que tenemos como comunicadores a través de las palabras. O podemos seguir igual, buscando ser "objetivos" ante la ignorancia, la barbarie y la podredumbre que consume a nuestro mundo.

¿Qué opinan, señores?

Texto publicado originalmente en Vértigo

12/6/16

SALVAJE ES EL VIENTO

Todos hemos caído presas de una "idea-zombi" en el tema del amor. Porque al hablar de matrimonio, nos hemos engolosinado con la idea romántica de éste, llegando a una la glorificación del matrimonio romántico. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Les cuento una historia: hace un par de años platiqué con una chica de Corea del Sur, quien arbitrariamente estaba ese día bebiendo cervezas con nosotros en un bar. La cuestioné sobre su experiencia en México y si pensaba quedarse en el país al terminar sus estudios. Su respuesta fue negativa, pero su explicación fue perturbadora: “No puedo quedarme” me dijo “mis padres esperan que vuelva a Corea para casarme; incluso ya me enviaron un catálogo para que eligiera a mi futuro esposo desde aquí”.

¡¿Un esposo por catálogo?! ¡¿En qué clase de averno anti-feminista había caído?!

Porque para nosotros en Occidente, resulta obvio que el matrimonio es una cuestión de amor, y que arreglarlo por catálogo es un ejemplo de esas "ideas-zombis" que debieron morir hace tiempo pero que se rehúsan a dejar nuestro mundo.

Y aunque existen numerosas razones para repudiar al "matrimonio por catálogo", creo que nosotros también hemos caído presas de otra "idea-zombi" en el mismo tema. Porque al hablar de matrimonio, nos hemos engolosinado con la idea romántica de éste, llegando a una la glorificación del matrimonio romántico.



Esta propuesta surge  con el romanticismo en el siglo XIX: una ideología que hacía de las emociones humanas el más alto y noble objetivo de la vida. Al poco tiempo, el romanticismo infectó a la literatura, el arte, la música y la filosofía. ¡Había que terminar con la aburrida racionalidad de la Ilustración, señores!

No conforme con devorar las artes, el romanticismo tomó entonces la idea del matrimonio -antes un asunto meramente económico y práctico- y la transformó en una historia de amor. Así, una persona debía buscar a su alma gemela para iniciar una relación de pasión eterna, tener una conexión emocional y espiritual inquebrantable y un ímpetu sexual hasta los 80 años. ¡No hay nada que el amor no pueda superar!

Pues bien lo explica el filósofo Alain de Botton, que es precisamente esta mentalidad la que más nos acerca a un matrimonio fallido. Porque es obvio -por cuestiones psicológicas y biológicas- que todos esos sentimientos melcochosos y el engatusamiento que tenemos al inicio de una relación no pueden durar para siempre. Pero armados con el ideal romántico, los pobres enamorados confunden estas emociones iniciales con la señal de haber encontrado a su pareja perfecta.

Pero al final del cuento, las parejas se dan cuenta que no son son perfectas, y poco a poco ven esa miel empalagosa del amor transformarse en arena. Muy tarde se dan cuenta que la perfección romántica no existe, y que todos terminaremos por frustrarnos, enojarnos, molestarnos o decepcionarnos mutuamente.

Pero aquí Alain de Botton nos ofrece una solución. Dice él que “la persona que es mejor para nosotros no es aquella que comparte cada uno de nuestros gustos (porque él o ella no existe), sino la persona que puede negociar las diferencias en gustos de manera inteligente. En vez de preservar una idea nocional de la perfecta complementariedad, es la capacidad de tolerar diferencias con generosidad la verdadera señal de que una persona no es “completamente equivocada” para nosotros. La compatibilidad es un logro del amor; no debe de ser su precondición".

¡Pobres románticos tontos! Después de tanto pugnar, parece que la Ilustración siempre tuvo la solución para el amor: La racionalidad y la inteligencia.

Texto publicado originalmente en Vértigo

7/6/16

LA NOSTALGIA EN LOS TIEMPOS DEL OPIO

Si hacemos un análisis burdo de la historia, podemos construir un puente entre las drogas consumidas en un momento determinado y el espíritu social de una época. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Aunque se escuche tonto, les confiezo que durante gran parte de mi adolescencia solía idealizar a la cultura norteamericana de los años sesenta. Con mis credenciales de millennial -nacido en el oscuro año de nuestro Señor, 1987- jamás tuve ni el mínimo contacto con el zeitgeist gringo de aquel momento; aunque algo podía imaginar a través de la música de Bob Dylan, Jim Morrison, Janis Joplin –entre muchos otros- y las drogas psicodélicas consumidas para hacer eco a Timothy Leary: "Turn on, tune in, drop out". 

Reconozco que es superficial etiquetar a un periodo histórico a partir de drogas y bandas de rock. Pero en ese momento percibía una desencanto con el presente mexicano, lo que me llevó a reimaginar un momento donde los psicodélicos, una música extraordinaria y un sentimiento de rebeldía eran tema de todos los días. Quizá a algunos de ustedes le pasó lo mismo…

Resultará sencillo pisotear mi ingenuidad adolescente, aunque pido un momento para proponer una idea interesante a partir de esto: porque creo que si hacemos un análisis burdo de la historia, podemos construir un puente entre las drogas consumidas en un momento determinado y el espíritu social de una época. Dejen explico:


Ya decía que en la década de los 60 dominaron los psicodélicos que pretendían “expandir la mente” y crear un mundo mejor; tras un predecible desencanto, los setenta vieron el auge de los quaaludes (un depresivo para dormir); los vertiginosos ochenta tuvieron a la cocaína como símbolo de los excesos; y la década de 1990 fue toda parranda, donde el éxtasis (metanfetaminas) marcaba el fin de la Guerra Fría y la victoria del consumismo Occidental.

Al seguir por esta línea de pensamiento habría que preguntar: ¿Cuál es la droga que define a Estados Unidos hoy y qué es lo que dice sobre su percepción del presente? 

Después de investigar (y descartar a la marihuana, que jamás dejó de estar en boga) la respuesta es sorprendente: son ahora los opiáceos los que dominan la adicción en el Imperio Yankee, lo que revela a una sociedad tremendamente deprimida.

Basta ver el incremento vertiginoso en el consumo de la heroína y los analgésicos con opio (Oxycontin, etcétera) para saber que están frente a una verdadera epidemia nacional; algo que el gobierno ya reconoció. 

Pero el mayor problema es el abuso de estas drogas: tan sólo en el 2014, se registraron más de 28,000 muertes por sobredosis con algún tipo de opio; unas 76 muertes al día. Este es un nivel de mortandad no visto desde la epidemia del SIDA hace más de dos décadas.

Y si no me creen que esto es un síntoma de una sociedad depresiva, basta enfocarse en sus cifras de suicidios, que ascienden a más de 40,000 al año (109 al día), lo que hace del suicidio una de las 10 causas principales de muerte en Estados Unidos. En contexto: la tasa de homicidios es de 5.1 muertes por cada 100,000 habitantes, los suicidios 13 por cada 100,000 habitantes. ¡Joder señores!

Así que hoy tenemos como vecinos del norte a una sociedad que muere en gran parte por sobredosis de opio o por suicidios: sin duda un terrible presagio para su futuro. Y con este desencanto total por el mundo, quizá no deba sorprendernos que busquen con esa nostalgia adolescente las épocas felices de su pasado; buscando de cualquier manera “hacer a su país grande de nuevo”.

Publicado originalmente en Vértigo

15/5/16

EL POPULISMO SÍ SERÁ TELEVISADO

En ningún otro momento de la historia un candidato tan insano como Donald Trump había tenido tantos canales de comunicación para viralizar sus mensajes tóxicos. 

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

La victoria de Donald Trump en las elecciones primarias representa algo más que el triunfo de la ignorancia, la estupidez y el racismo en Estados Unidos. Y aunque a nadie escapa que amplios sectores de la sociedad americana exhiben una sobredosis de estas tres condiciones, el éxito del magnate neoyorkino es más bien una victoria de algo distinto pero igual de perverso: el populismo mediatizado.

Obviamente es natural que los políticos utilicen los medios de comunicación para masificar sus mensajes: Roosevelt usó el radio durante los años 30; Kennedy aprovechó su galanura para sobresalir en la televisión; Obama utilizó las (entonces novedosas) redes sociales con gran éxito. 

Pero es evidente que en ningún otro momento de la historia un candidato tan insano había tenido tantos canales de comunicación para viralizar sus mensajes tóxicos. Hoy las plataformas que Trump tiene a sus disposición (y el número de personas que tienen acceso a ellas) sobrepasan por mucho lo que vimos hace apenas ocho años.

A esto debemos sumar que pocos han sabido utilizar con tanta maestría a los medios de comunicación como nuestro amigo anaranjado. Desde el inicio de su campaña secuestró a los canales de noticias de 24 horas, los volvió adictos a los ratings que les generaba, y en el proceso también a nosotros, con sus cotidianos mensajes bombásticos, extremistas y estrafalarios.

Esto fue una estrategia maestra que le otorgó una presencia perpetua (¡y gratis!) en los medios, pero que también ayudó a legitimidad su mensaje hueco y populachero. Una vez que tomó el control de la agenda mediática, remató con mucho arte (de  muy mal gusto) en Twitter, llevando su campaña al mundo surrealista de los programas de "reality"; insultando a sus oponentes políticos, aumentando lo grotesco y extravagante de sus comentarios, y promoviendo toda clase de conspiraciones reales o imaginarias. Nosotros como público sólo pudimos mirar su ascenso asombrados con horror y horrorizados con asombro. 


Porque si alguien creyó que el mundo político terminaría por domar a este señor, la realidad fue precisamente la contraria: Trump llevó a la política a un viaje psicodélico, entrando en una vorágine de drama, suspenso, acción, sexismo, violencia y discriminación. ¡Igual que una buena serie de HBO!

Me queda clarísimo que el electorado estadounidense tiene numerosas razones para estar completamente encabritados y buscar acabar con el establishment: los políticos los han alimentado por años con promesas vacías y mentiras de todo tipo. Pero un rencor racional no debería tener una respuesta irracional. 

Porque querer un cambio no significa que cualquier cambio es el correcto: como ejemplo tenemos a Venezuela, que por montarse sobre la revolución bolivariana terminó al borde de ser un estado fallido. Por si fuera poco, hace un par de días los filipinos eligieron a Rodrigo Duterte, alias “el castigador” como presidente; un personaje que se burla de las víctimas de violación sexual y promete asesinar en la vía pública a los corruptos, delincuentes y drogadictos. ¡Lo que nos faltaba, señores!

Es innegable que el sistema democrático ha dejado mucho que desear, incluso aquí en México.  Pero al momento de buscar soluciones, sólo hay que asegurarnos que la cura no sea peor que la enfermedad.

¿Qué opinan ustedes? 

Texto publicado originalmente en Vértigo

1/5/16

NO WOMAN NO CRY

Actualmente, el mayor abuso a los derechos humanos no involucra represión política o los otros temas en los que siempre nos enfocamos; el mayor abuso involucra los cromosomas con los que la gente nace.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

A menos de que usted sea un sociópata o un misántropo, es imposible no escandalizarse por el informe publicado hace unos días por la ONU/SEGOB/INMUJERES, en el cuál se hace un detallado retrato de la violencia cotidiana que enfrentan las mujeres en México.

De acuerdo con el informe, en el 2014 ocurrieron 2,289 casos de defunciones femeninas con presunción de homicidio (DFPH) en México. O dicho en otras palabras, “en ese año, en el país tuvieron lugar en promedio 6.3 DFPH al día, una tasa de 3.7 de estas muertes por cada 100,000 mujeres. En el año anterior, 2013, hubo 2,594 casos de DFPH, lo que se traduce en un promedio de siete DFPH al día y en una tasa de 4.3 por cada 100,000 mujeres.” Si sumamos el total, la sombría estadística entre 1985 y 2014 asciende a 47,178 DFPH en México.

Si usted como yo considera que esta realidad es simplemente apabullante, los invito a tomar un paso atrás para ver el verdadero genocidio (¡sí, genocidio!) que sucede en contra de las mujeres alrededor del mundo. Vamos por partes…

Quizá usted crea en ese rumor que dice cómo hay más mujeres que hombres en la población total del planeta. Esto suena lógico; así sucede en Norteamérica, Europa y América Latina.

Pero si usted piensa así, le comento que está totalmente equivocado. Y la razón de esto es por el sistemático “genocidio de género” del cual son víctimas las mujeres a nivel global.


Othello And Desdemona; via fineartlib
Nicholas Kristof y Sheryl WuDunn exponen en su libro y documental “Half the Sky”, que en los últimos 50 años han sido asesinadas más mujeres por el simple hecho de ser mujeres que el número total de hombres que murieron en todas las guerras del siglo XX.

Indican también que en cualquier década del siglo pasado, más mujeres murieron a causa de este rutinario feminicidio global que el número total de personas asesinadas en todos los genocidios del siglo XX. El escritor Salman Rushdie, por su parte, indica que el problema es todavía más grave, pues a esta cifra de feminicidios habría que agregar los millones de fetos que son abortados en múltiples países (China, India, etcétera) simplemente porque nacerían con un cromosoma X y no un cromosoma Y.

Les comparto otras cifras horribles: más de 630 millones de mujeres viven en un lugar donde la violencia doméstica no es ilegal; y más de 2,600 millones de mujeres habitan en países donde la violación sexual dentro del matrimonio no es castigada por la ley. Cada año, más de 300 millones de niñas son víctimas de mutilación genital en África, y en todo el mundo, 3 de cada 5 mujeres sufrirán algún tipo de violencia durante su vida.

Tomen un minuto para repasar este panorama…

¿Dónde nos deja esto? En mi opinión, esta escandalosa realidad debería obligarnos a replantear radicalmente nuestras prioridades, y reconsiderar cuál será la batalla moral que definirá al siglo XXI. Porque nadie puede tolerar vivir en un mundo donde las mujeres no sólo son consideradas ciudadanas de segunda categoría, sino una demografía que puede ser violentada sin consecuencias.

A esto, Nicholas Kristof nos ofrece su postura: “(Actualmente) el mayor abuso a los derechos humanos no involucra represión política y no involucra los otros temas en los que siempre nos enfocamos; el mayor abuso a los derechos humanos involucra los cromosomas con los que la gente nace”.

¡Así las cosas en el planeta Tierra!

Texto publicado originalmente en Vértigo

17/4/16

FOREVER YOUNG

Seguro que muchos están pensando que la terapia de atenuación de crecimiento es algo barbárico e inaceptable. Pero basta con escuchar las historias de aquellos que han optado por esta terapia para entender sus razones.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Si platicas con cualquier persona responsable, todos aceptarán que cuidar a un niño es un asunto tremendamente complicado. Como padres, no sólo deben asegurar su desarrollo físico e intelectual, también hay que desembolsar una cantidad escandalosa de dinero para su bienestar, y supervisar día y noche al chamaco para evitar cualquier tragedia. Sin embargo, al final los niños crecen, se valen por sí mismos, y un buen día se van de casa para iniciar su vida independiente. 

¿Pero qué pasa cuando esto no sucede? ¿Qué pasa cuando un hijo nace con un padecimiento que lo mantiene incapacitado por el resto de su vida?

Esta situación coloca en una encrucijada a miles de familias en todo el mundo. Porque es un hecho que cuando un infante sufre de daño cerebral severo (o algo similar) muy difícilmente podrá salir adelante por sus propios medios. De hecho, para estas familias el futuro se presenta doblemente complicado: por un lado deben cuidar a su hijo toda la vida; pero al mismo tiempo, van envejeciendo al tiempo que el niño crece, haciendo cada vez más complicado su cuidado.

Esta situación parece conducirnos a un callejón sin salida… ¿Pero qué opinarían si existiera un método para hacer que tu hijo fuera siempre un infante? ¿Inadmisible? ¿Algo estrafalario y absurdo? ¡Tranquilos, señores! Permítanme explicar…



Entra en escena la medicina moderna, la cual por medio de un proceso conocido como terapia de atenuación del crecimiento, puede evitar por completo el crecimiento físico de una persona. ¿Cómo diablos sucede esto? Pues de hecho es algo sencillo: basta con inyectar grandes cantidades de estrógenos a un infante, lo que permite el cierre epifisario prematuro (los cartílagos que se encuentran en los huesos de niños y adolescentes). Así, el sistema óseo interpreta el endurecimiento de los cartílagos como una señal de que ya ha crecido lo suficiente, deteniendo el desarrollo corporal, y haciendo que una persona permanezca por siempre de la talla de un niño pequeño.

Seguro que muchos están pensando que esto es algo barbárico e inaceptable. Pero basta con leer las historias de aquellos que han optado por esta terapia para entenderlos. Su argumento es que después de años de cuidado, las atenciones más simples hacia sus hijos (ahora adultos) –como bañarlos, vestirlos, cargarlos, o llevarlos al baño- se van volviendo prohibitivamente complicadas. 

Obviamente esto ha causado gran controversia desde su aplicación hace un par de décadas, ya que los opositores consideran que al detener el crecimiento natural de una persona –sin importar su condición de salud- se está cometiendo un atropello total a sus derechos humanos.

Yo por muchos años (de hecho, hasta el día de hoy) he mantenido una postura contraria a la reproducción, precisamente para evitar la enorme responsabilidad de cuidar a un niño. Así que en este tema, me declaro incapaz de imaginar lo que significaría tener que asistir a una persona toda la vida, sabiendo que a pesar del amor o el cariño que le demos, jamás podrá valerse por sí misma.

Aún así, debo aceptar que la terapia de atenuación del crecimiento no me parece ni absurda ni escandalosa; y creo que debemos comprender a las familias que deciden aplicar este método, cumpliendo así con la canción de Bob Dylan que deseaba que su hijo fuera “por siempre joven”.

Texto publicad originalmente en Vértigo

3/4/16

ANDROIDES PARANOICOS

Transitamos por un momento donde la reputación digital es sumamente importante. Pero entre más pasemos viviendo bajo esta "economía de la reputación", más perderemos nuestra autenticidad como individuos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Hace algunos días, una amiga me platicaba sobre la conversación que tuvo con un conductor de Uber. Al terminar su trayecto, el chofer se volteó hacia ella y le comentó: “Me parece extraño que siendo una chica tan agradable, tengas una calificación tan mala”. 

- “¿Una calificación mala?” cuestionó ella. – “Sí”, dijo él, “aquí en el sistema me aparece que tienes cuatro estrellas de diez en tu perfil de Uber”.

Más allá de lo absurdo de este intercambio, esta historia pone en evidencia la corrupción que ha permeado a las nuevas tecnologías. Porque es un hecho que para muchas personas, poder calificar viajes en Uber, cuartos de Airbnb, o el servicio de un restaurante por Yelp es una manera de ejercer su autoridad como consumidor: “Si algo no me gustó, tengo derecho expresar una opinión, eso les enseñará a ser mejores”, diría uno de estos clientes jacobinos.

Todo esto suena muy bien con la excepción de un detalle: que solemos olvidar que muchos de estos servicios que criticamos cándidamente se encuentran juzgándonos a nosotros de vuelta. Mientras tú dices que el cuarto de Airbnb era una porquería; el dueño te califica igual por considerar que fuiste un inquilino detestable. 

Esto podrá no importarnos, pero debemos considerar que nuestro perfil digital es cada día nuestro único rostro público, comunicando al mundo el tipo de persona (o consumidor) que somos, y definiendo la opinión que deben tener de nosotros. Por lo tanto, cada cosa que hagamos podrá dejar una mancha para la posteridad, y terminar valiendo sólo cuatro estrellas.


El escritor Bret Easton Ellis se aventura más lejos en su crítica de lo que llama “la economía de la reputación”. Argumenta que entre más tiempo pasemos en el mundo digital, más nos obsesionamos con la imagen que creamos en este espacio. 

Todo suena muy bien, pero la trampa es que al momento de buscar controlar nuestro perfil digital, es probable que aceptemos la pérdida de nuestra autenticidad y personalidad real. Porque en este juego macabro de juzgar y ser juzgados… ¿no buscaremos crear un personaje que no sea polémico, controversial o molesto para otros? ¿No estaremos dispuestos a suprimir detalles incómodos (aunque auténticos) de nuestra personalidad con tal de “pertenecer” al rebaño y no ser juzgados?

Easton Ellis respondé que “sí” y menciona que incluso ha surgido toda una industria alrededor de esto, enfocada en administrar la reputación de las personas. A cambio de tu dinero, un “profesional” se encargará de moldear tu personalidad idónea, para así ser más agradable a la mirada inquisitiva del mundo. ¡Lo que nos faltaba!

Porque entre más promovamos esta economía de la reputación, más estaremos alimentando a este sistema que define el perfil digital de nuestras vidas sin nuestro conocimiento. Y de seguir por este camino, la economía de la reputación terminará por imponer una actitud generalizada de conformismo, mediocridad y pasividad en las personas: no vayamos a sobresalir mucho que terminemos por ser juzgados por ello.

Para todos ustedes que se encuentren en un lugar similar al de mi amiga de las cuatro estrellas, mi consejo sería sólo uno: más vale tener una personalidad real, auténtica e imperfecta; que al final las empresas pueden tragarse sus estrellas con el resto de sus opiniones.

¿Qué dicen ustedes? 

Texto publicado originalmente en Vértigo

27/3/16

EL TRABAJO OS HARÁ LIBRES

Aparentemente inocuo, "haz lo que amas" se ha convertido en el mantra laboral de nuestros tiempos. Pero aunque nos haga sentir bien, la realidad es que esta frase esconde una filosofía sumamente perversa.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¿Quién de ustedes no ha escuchado aquella frase que reza “haz lo que amas”? Hay incluso personas susceptibles a la cursilería que la llevan a un nivel más melcochoso: “¡Haz lo que amas y nunca más tendrás que trabajar en tu vida!”

Aparentemente inocuo, “haz lo que amas” (HLQA) se ha convertido en el mantra laboral de nuestros tiempos. Pero bien lo indica la escritora Miya Tokumitsu, que aunque esta frase nos haga sentir bien, la realidad es que esconde una filosofía sumamente perversa; una filosofía que nos lleva a devaluar el trabajo -y peor aún- a deshumanizar a la mayoría de los trabajadores en el mundo.

Vámonos por partes… En primer lugar, basta con analizar un poco esta idea para percatarnos de que en el centro de HLQA se encuentra una corriente de ese individualismo narcisista que permea a las sociedades modernas.

Aunque esta frase ha existido por algo de tiempo, fue el otrora CEO de Apple, Steve Jobs, quien popularizó HLQA en la cultura contemporánea. En un discurso para la Universidad de Stanford, comentó que “el trabajo es algo que llenará gran parte de tu vida, y la única manera de estar verdaderamente satisfecho es hacer un gran trabajo. Y la única manera de hacer un gran trabajo es hacer lo que amas”.

Bien menciona Tokumitsu que a nadie se le ocurrió cuestionar a Jobs sobre los miles de trabajadores explotados en sus fábricas de China; trabajadores anónimos que finalmente le permitían a este señor “hacer lo que amaba”.


Y es precisamente aquí donde encontramos esa realidad siniestra que esconde HLQA. Porque al tomarla como válida, nos encontramos apoyando de manera implícita a un mundo laboral separado por castas: una donde algunos “iluminados” trabajan en lo que aman (cuestiones intelectuales o creativas), mientras las masas sin rostro se desempeñan en las actividades del submundo, ausentes de ese placer o reconocimiento que debería darles el trabajo.

La orden de HLQA nos lleva a ensimismarnos en un narcisismo por el trabajo propio, olvidando por completo las condiciones laborales de la mayoría de las personas en el mundo: aquellas que con su trabajo hacen posible el funcionamiento básico de una sociedad.

Tokumitsu lo explica: “Si trabajar en Silicon Valley, como publicista de un museo, o en un think-tank es esencial para poder desarrollarnos –o mejor dicho, para poder amarnos a nosotros mismos- ¿Qué pensaremos sobre la vida interna y las aspiraciones de aquellos que limpian cuartos de hotel o acomodan cajas en una bodega?” La respuesta: absolutamente nada.

La filosofía de HLQA termina por afligir también a aquellos que tienen un trabajo que “aman”. Pues es la creencia de estar recibiendo una gratificación inmaterial por su esfuerzo, que el trabajador se vuelve susceptible a todo tipo de explotación y vejaciones laborales. En palabras de Tokumitsu: “nada hace más fácil que los trabajadores acepten la explotación laboral que convenciéndolos de que están haciendo lo que aman”.

En todo este embrollo, debemos recordar que nuestro trabajo responde a una necesidad del mercado, y no necesariamente a un ejercicio de superación personal. Porque de seguir pensando así, seremos víctimas de la misma lógica perversa que llevó a los alemanes a prometerles a sus prisiones que -de trabajar obedientemente- el “trabajo los liberaría”.

¡Faltaba más!

Este texto se publicó originalmente en Vértigo

15/3/16

AS TIME GOES BY...

Si el "tiempo es dinero" como dicen algunas personas, entonces la humanidad ha estado cometiendo el peor robo contra las mujeres. Por siglos les hemos robado su tiempo.

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¿Quién de ustedes nunca quiso tener algún súper poder? Yo apostaría a que todos han fantaseado en algún momento con poder volar, ser invisibles, o tener visión de rayos X.

Pero quizá la respuesta más interesante a esta pregunta la dieron Bill Gates y su esposa Melinda hace un par de semanas, cuando jóvenes preparatorianos los cuestionaron sobre su poder preferido. ¿Sus respuestas?: tener más tiempo y crear más energía.

Quisiera concentrarme en la respuesta de Melinda, porque aún cuando la escasez de energía eléctrica es un problema que afecta a millones de personas, la escasez de tiempo me parece una realidad más perversa.

¿A qué se refiere Melinda con la falta de tiempo? Pues como explica en la Carta Anual de su fundación, la falta de tiempo significa cosas distintas dependiendo de tu género y tu condición socioeconómica.

Porque es un hecho que en todo el mundo, la manera en la que hombres y mujeres invierten su tiempo está completamente desbalanceada. Mientras los hombres pasan más tiempo trabajando por dinero, las mujeres cargan desproporcionalmente con el trabajo no remunerado. De acuerdo la OCDE (en su estudio “Employment: Time spent in paid and unpaid work”) a nivel mundial las mujeres invierten un promedio de 4.5 horas al día en trabajo sin remuneración (más que el doble que los hombres), que incluye toda clase de actividades consideradas “domésticas”, como comprar comida, cuidar hijos o limpiar la casa. 

Salvador Dali - The Persistance of Memory; via dalipaintings.net

Aquí en México utilizamos un torpe eufemismo para hablar de este trabajo sin paga: “los quehaceres”. Pero no nos hagamos idiotas, señores: ¡Trabajo no pagado sigue siendo trabajo! Lo peor es que pocos cuestionan que estos labores sean “obligaciones” predominantemente femeninas. Pues mientras los hombres mexicanos realizan diariamente casi dos horas (112.6 minutos) de “quehaceres”, las mujeres invierten más de seis horas al día (373.3 minutos). Pero esto no significa que las señoras se queden de fodongas el resto del día; pues a estas seis horas hay que sumarle las cuatro horas en promedio de trabajo que también realizan las mujeres para ganar dinero.

Es obvio que alguien tiene que hacer las actividades del hogar; pero es el desbalance en el tiempo invertido por cada género el que termina por corroer la vida de las mujeres. Pues con esta falta de tiempo, no sólo se desplaza el tiempo de descanso, de diversión, de reflexión, o de esparcimiento. Entre menos tiempo dispongan las mujeres, se reduce también su posibilidad de trabajar por dinero o  de estudiar una carrera profesional.

Para muchas personas, hoy resulta facilísimo pretender que las mujeres se encuentran suficientemente empoderadas porque pueden trabajar, ocupar altos puestos políticos, o por haber tomado el control de su reproducción. Sin embargo, no podemos ignorar que seguimos robándoles lo más valioso en esta vida: el tiempo.

Fue Benjamín Franklin quien acuñó la frase que domina la cultura norteamericana: “Time is Money”. Pues si en realidad el “tiempo es dinero”, estamos entonces frente al robo más grande de la Historia. Porque como una bola de bandidos, hemos robado durante siglos lo más importante que tienen las mujeres: su tiempo libre; que bien pudieron haber invertido en desarrollarse como profesionistas, en vez de estar lavando calzones sucios.

¡Lo que nos faltaba!

Este texto se publicó originalmente en Vértigo

4/3/16

LOS HOMBRES QUE COMPRARON AL MUNDO

Es indiscutible que Amazon, Apple, Facebook, Google y Microsoft ahora reinan sobre todo lo que acontece en la tecnología digital; con cada paso que damos en Internet, estaremos traspasando en su territorio.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Prepárense, estimados amigos, para el regreso del sistema feudal. No… no me refiero al tipo de gobierno que dominó por mil años el Medioevo de Europa, sino a un nuevo feudalismo digno del siglo XXI: el feudalismo digital. 

Quizá no hayan caído en cuenta, pero cada día nos acercamos más a ser siervos de uno de los cinco grandes reyes que dominan el mundo digital. Porque es un hecho que casi todas las acciones que realizamos en internet terminan por involucrar a estos titanes que dominan el Olimpo de la World Wide Web. 

Bien lo menciona el periodista Farhad Manjoo, al indicar que algo indiscutible es que Amazon, Apple, Facebook, Google y Microsoft ahora reinan sobre todo lo que acontece en la tecnología digital; y no sólo eso, sino que el poder e influencia que ejercen estas empresas en sus zonas de control se incrementan cada día, asegurando que estos monarcas permanezcan en sus tronos, al menos en el futuro cercano.

Parecería que este laberinto al que hemos ingresado es ahora inescapable. Pues con cualquier paso que damos en el mundo digital, estamos ya traspasando el territorio de una de estas grandes empresas.

Cito nuevamente a Manjoo para explicarme: “Windows sigue siendo el rey de las computadoras de escritorio, Google reina sobre las búsquedas en internet y las nuevas tecnologías, y junto con Apple, Google también controla los sistemas operativos de los teléfonos móviles y las aplicaciones que usamos en ellos; Facebook y Google controlan el negocio de publicidad en Internet; y Amazon, Microsoft y Google controlan la infraestructura que utilizan muchas nuevas empresas para funcionar.” 

"The Tube Train" - Cyril Edward Power ; via arttattler.com

Como dirían en aquella popular serie de comedia “¿Y ahora, quién podrá defendernos?” Pues la realidad es que no es posible visualizar a un héroe que nos salve, porque el tamaño y el poderío de estas empresas evitan el surgimiento de cualquier competencia que pueda ponerlas en jaque. Cada start-up que aparece en el radar, termina por ser devorada por estos gigantes glotones; o simplemente (como sucede con nuevos jugadores como Uber y Netflix), deben de utilizar los servidores que controlan estas empresas. Resulta sorprendente que incluso la CIA y otras dependencias del gobierno norteamericano dependen de Amazon para almacenar su información. ¡Salve, Imperator Bezos!

Para muchos esta realidad es algo imperceptible. Finalmente, a quién fregados le importa que estas corporaciones dominen el internet. ¿Que al final del día no nos dan una enorme cantidad de servicios gratuitos? ¡Faltaba más! 

En este mundo absolutamente nada es gratis; y en el centro de todo este embrollo se esconde una realidad todavía más perversa: que a través de nuestras actividades cotidianas en internet, lo que único que hacemos es alimentar las bases de datos de estas empresas, dando información y regalando nuestra intimidad, todo para hacerle la vida más fácil a quien sea que quiera vendernos algo.

Ahora bien, es sabido que todos los imperios tienden a desaparecer en algún momento de la historia, por lo que habría que preguntarnos si estos nuevos monarcas digitales seguirán el mismo camino. 

Sin embargo, me parece que la pregunta correcta es otra: ¿Queremos realmente que desaparezcan? Porque a como yo veo las cosas, muchos preferirían ser esclavos a perder su acceso a Facebook.

¿Qué opinan, compañeros?

Este texto se publicó originalmente en Vértigo.

20/2/16

ADICTOS AL PECADO

Alcohólicos Anónimos se basa en una corriente ideológica que niega el progreso de la ciencia y la medicina a favor de la culpa y la idea de que todos somos pecadores.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Un aspecto central de todas las religiones monoteístas es la creencia en el pecado. Como cristianos, sabemos que incluso un bebé –sin deberla ni temerla- llega a este mundo como pecador, obligado a encontrar la absolución a como dé lugar.

Podemos estar o no de acuerdo con estos planteamientos, pero aquí no indagaremos en teología. Porque con cualquier cuestión religiosa, el problema no son las creencias personales, sino que éstas suelen traspasar el ámbito privado para invadir esferas más allá de su jurisdicción.

Por desgracia, resulta que este traspapeleo de creencias es muy común,  y uno de los lugares más extraños donde encontramos ideas religiosas extraviadas es en la industria de la rehabilitación.

¿A qué me refiero? Pues como todos lo saben, la práctica estándar para la rehabilitación es recomendar un proceso conocido como los “12 pasos”, creación original de Alcohólicos Anónimos (AA) allá en 1935.

¿De qué trata todo esto? Los 12 pasos son una lista de acciones para cortar de tajo una adicción y resurgir a una nueva vida libre de vicios. ¿Suena bien, verdad? ¡Para nada!

Marcelle Lender Dancing in the Bolero in Chilperic; via WikiArt

De entrada debemos aclarar que las adicciones son una cuestión estrictamente médica. Lejos han quedado los días cuando surgió AA, donde el conocimiento sobre el cerebro estaba en pañales. Ahora, todo médico que se respete sabe que las adicciones son enfermedades neuronales y deben tratarse como al resto de los trastornos físicos o psicológicos. 

Es por esto que resulta curioso que los 12 pasos sigan siendo el método prevaleciente para la rehabilitación. Porque no estamos hablando de un tratamiento científico, sino de un instructivo basado en religión y fuerza de voluntad. ¿Así queremos tratar algo tan delicado y trágico como la adicción? ¡Faltaba más!

Para empezar, cinco de los doce pasos en la lista hacen referencia directa a Dios; obligando a las personas a entregar su voluntad a un “Poder Superior”, o peor aún (como indica el paso seis) estar dispuesto “a dejar que Dios los libre de todos los defectos de carácter”. 

¿Pero qué es esto? ¿En verdad podemos decir que los adictos son personas con defectos de carácter? ¡Totalmente absurdo! Si hablamos de una enfermedad, sería tan absurdo como catalogar de “débiles” a quienes padecen cáncer o diabetes.

Y aquí está el mayor peligro de los 12 pasos. Porque al hablar de la adicción como una falla moral, hemos evitado que miles de personas conozcan y utilicen medicamentos que eliminan su condición de adictos. Porque quizá no lo sepan, pero la medicina lleva décadas ofreciendo múltiples medicamentos para tratar adicciones: medicinas que atacan directamente el ansia por consumir ciertas sustancias, o que neutralizan los receptores de placer en el cerebro, evitando el rush que sentimos al consumir ciertas drogas.  Si esto es una realidad, ¿por qué seguir rendidos ante un Poder Superior? ¡Vaya usted a saber!

Lo que me parece cierto es que AA sigue la misma línea religiosa de la que hablamos anteriormente: donde las personas “pecadoras” deben encontrar la absolución a través de la oración y el sacrificio.
Por fortuna, la ciencia nos da una salida. Y parecería que en este siglo XXI, todas las adicciones pueden curarse con tomar una simple pastilla, y en una de esas, pronto sucederá lo mismo con todos nuestros pecados.

¿Qué opinan, compañeros?

Texto publicado originalmente en Vértigo.

2/2/16

ALIVIO DE LUTO

La idea de la muerte -y los rituales en torno a ella- han sufrido enormes transformaciones en las últimas décadas, llegando ahora al mundo digital.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¿Quién de aquí recuerda a Bernarda Alba, aquella anciana amargada de la que escribió García Lorca? Por años, su historia me dejó con sentimientos encontrados, evitando poder sacudirme del todo el implacable calor que descendía sobre su casa y definía el tortuoso encierro de ella y sus hijas.

¿Y a qué viene al caso Bernarda?, preguntarán. Pues la saco del olvido porque al releer la obra de Lorca, encontré un detalle que pasé por alto anteriormente: que la maldita señora no sólo encierra a sus hijas, ¡sino que el encierro debe durar casi una década! Así lo dice ella en la obra: “En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas”.

¿Pueden imaginar un encierro de ocho años por el luto de algún familiar? ¡Faltaba más! 

Porque actualmente pensar como Bernarda es a toda luz irracional, y seguramente atropelle varios derechos humanos: es obvio que en las últimas décadas, la idea de la muerte –y los rituales en torno a ella- han sufrido grandes transformaciones. 

Los sociólogos William Wood y John Williamson explican que en los países desarrollados –y yo incluiría a las ciudades de México- el asunto de morir y ser velado se ha convertido en algo privado, incluso con aspectos burocráticos. La muerte aparece hoy tras puertas cerradas, en las salas de hospitales o una casa funeraria. Y aunque mantenga algunos aspectos sociales, lejos han quedado los eventos comunitarios que marcaban a la España de Lorca o el México agrario.

Pero al analizar nuestra vida contemporánea, podemos ver que la muerte está teniendo un regreso inesperado al espacio público. Sólo que ya no hablamos de ceremonias fúnebres en las plazas o callejones; el luto es ahora un ritual que se desarrolla en las plataformas digitales.

Jean-Léon Gérôme - The Duel After the Masquerade; via Wikimedia

Pensemos en la muerte del legendario David Bowie. Horas después de la fatídica noticia, miles de personas se convirtieron en altares digitales como parte de un luto masificado: admiradores, fanáticos y uno que otro metiche se volcaron para rendir tributo y expresar condolencias, haciendo de las redes sociales un evento funerario donde todos podían participar y compartir.

Aunque mucho de esto responda a actitudes fantoches, ejemplos de emocionalidad genuina también existen cuando fallece una persona común –digamos un amigo o familiar-. De pronto, las redes sociales se vuelven espacios de remembranza, y obituarios aparecen en nuestras redes sociales, ahí a un lado de los memes o las noticias del Medio Oriente.

Tener la posibilidad de compartir noticias fúnebres con el mundo entero no significa que debamos hacerlo. Aún así, la tentación existe, y esto quizá responda a algo más profundo. Porque compartir la muerte con amigos y desconocidos puede ayudarnos a hacer más llevadera una pérdida; a ver la muerte de forma menos opresiva, o incluso ayudarnos a cambiar un paradigma de tristeza por uno de comunión. Claro está que también es posible que al publicitar digitalmente la muerte de alguien, le restemos toda solemnidad y decoro al asunto.

Son cuestiones complejas. Pero algo indiscutible es que si tenemos que elegir entre un mundo de cementerios digitales o uno de encarcelamiento por un luto, me queda claro que Bernarda y su gente pueden irse a la fregada.

¿Qué opinan, compañeros?

Este texto se publicó originalmente en Vértigo.

19/1/16

PAINT IT BLACK

El pesimismo defensivo involucra tener bajas expectativas de la realidad; imaginar siempre los peores escenarios; pero también considerar y resolver todo lo que pueda salir mal.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

El filósofo Roger Scruton indicó que para las personas optimistas la esperanza suele ser más importante que la verdad. Los optimistas avanzan hacia el futuro con un sentido de propósito –dice él- y evitan opiniones disidentes que puedan arruinarles su ciega ilusión por el porvenir. 

Si el optimismo es la mentalidad preferida por la sociedad como argumenta Scruton, el pesimismo suele ser una forma de pensar vapuleada o incluso proscrita por las personas: nadie quiere tener a su alrededor amigos pesimistas que les agüen sus ánimos, mucho menos al inicio de un nuevo año. 

Pero es justo ahora cuando debemos abandonar ese optimismo ciego y comportarnos como personas realistas, mucho más cuando hablamos de un hecho indiscutible: que pocos de nosotros vamos a cumplir con nuestros propósitos de año nuevo.

Porque bien lo dijo el comediante John Oliver: los propósitos de año nuevo son el punto medio entre mentirnos a nosotros mismos y mentirle a otras personas. Y si somos honestos, aceptaremos que incluso si iniciamos el año con grandes expectativas, seguramente terminaremos algo decepcionados.

Es por esto que quiero ir en contra del optimismo generalizado que abunda en estas fechas y recomendarles una nueva estrategia para no caer en los desfiladeros de las promesas incumplibles: el pesimismo defensivo. 

Jackson Pollock - Autumn Rythm

¿De qué trata esta idea? Pues de acuerdo con Julie Norem, profesora de sicología en el Wellesley College y creadora de este concepto, el pesimismo defensivo es una estrategia que involucra tener bajas expectativas de la realidad e imaginar siempre el peor de los escenarios. Sin embargo, esto no significa que el pesimismo defensivo sea una mentalidad catastrofista, pues cada vez que imaginemos una situación negativa, también debemos considerar de manera vívida y concreta cada una de las cosas que puedan salir mal. Sólo así podremos prepararnos y tomar acciones para prevenir el fracaso.

Les comparto un ejemplo real. Yo estoy pensando en ahorrar una cantidad importante de dinero para viajar a La Habana en los próximos meses. Sin embargo, esto será muy complicado ya que suelo dilapidar mis finanzas en parrandas y alcohol. ¿Voy a dejar de tomar alcohol en este 2016? ¡Faltaba más!

Así que comienzo con bajas expectativas, pero prosigo a realizar una lista de todos los elementos que me ayuden a prevenir el fracaso: podría separar de antemano el dinero exacto para gastar en vino tinto y whisky con soda; evitar llevar mi tarjeta de crédito a las cantinas, o incluso optar por licores más económicos a los que comúnmente consumo. Acepto que tengo poca fuerza de voluntad para dejar el alcohol, pero hago todo lo posible por reducir las consecuencias que este comportamiento tienen en mis finanzas.

Porque nadie podría negar que una mentalidad optimista generalmente nos lleva a sentirnos bien con nosotros mismos. Pero pretender que el nuevo año será uno repleto de éxitos y triunfos es una mentalidad muy cándida, al igual que suponer que nuestra fuerza de voluntad es suficiente para lograr todas las cosas que nos proponemos. 

Es por esto que una sana dosis de pesimismo defensivo es la mejor medicina para iniciar el año nuevo: pues así podemos prevenir todos los peligros en el camino y no dirigirnos como esos sonrientes optimistas hacia el barranco del fracaso y el desengaño. 


Este texto se publicó originalmente en Vértigo

6/1/16

HUMANO, DEMASIADO HUMANO...

¿Si las personas se la pasan buscando mayoritariamente pornografía en Internet, para qué celebrar tanto el aumento en el acceso a esta gran herramienta tecnológica?


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

No sé si ustedes se enteraron, pero este 2015 marcó el momento cuando por primera vez en México, más de la mitad de la población tuvo acceso a Internet. Esto es un triunfo inmenso, quizás a la altura de la alfabetización masiva o el acceso a la salud alcanzado en el siglo pasado.

Porque nadie puede negarlo: el Internet es por mucho el invento más extraordinario e importante de la especie humana. Sería inútil enumerar aquí las razones de por qué esto es verdad, y seguro ustedes las conocen. Pero basta con decir que es tan útil y necesario en la vida contemporánea, que algunos países han hecho del acceso a Internet parte de los derechos humanos.

Sin embargo, basta con echar un breve vistazo al panorama digital para darse cuenta que aquí en nuestro México las cosas no van tan bien. Y es que la población mexicana parece no estar aprovechando al máximo esta herramienta revolucionaria. Les propongo algo: pasen un par de minutos en cualquiera de las redes sociales para darse cuenta cómo todos parecen estar obsesionada con bebés, memes de John Travolta, videos de gatos que hacen tonterías, o fotos cachorros bonitos.

¿Qué diablos significa todo esto? ¿Cómo es posible que teniendo frente a nosotros la herramienta tecnológica más impresionante de la historia, hayamos terminado en este nivel tan bajo?

Es por esto que decidí llegar al fondo de este asunto, e intentar responder la pregunta más importante: ¿Qué uso le están dando realmente los mexicanos al Internet?

Para resolver este embrollo, les propongo un experimento sencillo: un juego que demuestra el pavoroso estado al que hemos llegado como sociedad digital. Y no se preocupen, es un juego que pueden jugar en familia y seguramente los mantendrá cautivados por muchos minutos en estas vacaciones.


¿De qué trata el juego? Pues las reglas son muy simples: basta con acceder a la página de Google Trends, elegir a “México” como país de análisis y teclear la palabra “porno”. Aquí podrás ver cuántas veces se ha buscado este término en Google durante diversos periodos de tiempo: hay que elegir “últimos 12 meses”. El juego entonces es muy fácil: todos los participantes deben proponer una palabra que compita contra “porno”, y el que encuentre alguna que lo supere en búsquedas… ¡gana un premio!

Hasta el momento, yo sólo he encontrados tres palabras ganadoras: “Facebook”, “Youtube” y por alguna extraña razón, “Google”, o sea que hay gente que entra a Google para buscar “Google” (cada quien sus locuras).

Ahora bien, no quiero que me malinterpreten, pues aquí no pretendo ser mojigato ni moralista. Nada tiene de malo utilizar Internet para darse una escapada pornográfica de vez en cuando. Pero por bondad, señores: ¡hay que balancear! Porque con los resultados que nos arroja Google Trends, parece que somos una sociedad ultra sexualizada, con una fijación total los videos XXX. ¡Vamos muy mal! 

Así que sólo queda preguntar: ¿Si la gente se la pasa buscando mayoritariamente pornografía, para qué celebrar tanto el aumento del acceso a Internet? 

¡Pues no lo sé! Por ahora, lo único que queda es esperar a que el año 2016 nos arroje mejores resultados. 

Eso sí, creo que ya nadie se puede hacer el tonto: ya todos sabemos lo que millones de mexicanos andan buscando en Internet a altas horas de la noche.

¡Feliz inicio de año, compañeros!

Texto publicado originalmente en Vértigo