2/5/13

EL CROMOSOMA DE LAS TINIEBLAS


Más de 630 millones de mujeres viven en un lugar donde la violencia doméstica no es ilegal y más de 2,600 millones de mujeres habitan en países donde la violación sexual dentro del matrimonio no es castigada por la ley. Cada año, más de 300 millones de niñas son víctimas de mutilación genital en el continente africano y en todo el mundo, 3 de cada 5 mujeres sufrirán algún tipo de violencia durante su vida.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


“The horror! The horror!”
- Mr. Kurtz

Hace tiempo escribí un texto para El Árbol de Moras en el cual criticaba la inacción de las mujeres en Occidente para dar “el último empuje” y alcanzar la inexorable igualdad económica y política dentro de la sociedad. Entre los argumentos presentados, también mencioné que resulta sorprendente cómo, incluso cuando el sexo femenino constituye actualmente la mayoría de la población mundial, las féminas siguen siendo “objetos” reprimidos y violentados en la mayor parte del planeta.

Retomando aquella línea de argumentación, tengo que reconocer que he cometido una terrible equivocación. Mi desliz fue creer que fuera verídico que el sexo femenino representa en realidad a la mayoría de la población global… ¡esto es un error! Podrá ser verdad en América y Europa, -de esto no hay duda-, pero es completamente equivocado cuando se pretende extender dicha aseveración al resto de los continentes.

Considerando ahora esta certeza, surgen algunas preguntas fundamentales: ¿Cómo es posible que en Occidente el sexo femenino sí constituya a la mayoría de la población, pero que esto no se replique en otras áreas del mundo? ¿Cuáles son las diferencias socio-políticas que han permitido que ésta sea la realidad?

Para responder estas preguntas es necesario retomar la compleja temática de la opresión femenina y profundizar en la verdadera miseria que enfrentan las mujeres en todo el mundo;  una miseria que va mucho más allá de las faltas de oportunidades laborales, la falta de acceso a la educación o la violencia doméstica que todos podríamos imaginar. La situación que enfrentan las mujeres en el mundo requiere mirar al Horror directamente a los ojos.

Una de las bases para comprender la topografía de este infierno dantesco es la extensa investigación realizada por Nicholas Kristof y Sheryl WuDunn para su libro y documental “Half the Sky”. A las preguntas que propuse anteriormente, Kristof y WuDunn responden que las mujeres no representan la mayoría de la población mundial debido al sistemático y rutinario “genocidio de género” del cual son víctimas.

Para entender la magnitud de este feminicidio global, se puede comenzar por citar algunas cifras tan básicas como escalofriantes. 

Según los datos expuestos en “Half the Sky”, en los últimos 50 años han sido asesinadas más mujeres, precisamente por ser mujeres, que el número total de hombres que murieron en todas las guerras del siglo XX.  Kristof y WuDunn también indican que en cualquier década del siglo pasado, más mujeres murieron a causa de este rutinario feminicidio que el número total de personas asesinadas en todos los genocidios del siglo XX. Por su parte, el escritor Salman Rushdie indicó que el problema es incluso más grave, pues al número total de feminicidios habría que agregar los millones de fetos que son abortados simplemente porque nacerían con un cromosoma X y no un cromosoma Y.


Algunas otras cifras relevantes: Más de 630 millones de mujeres viven en un lugar donde la violencia doméstica no es ilegal y más de 2,600 millones de mujeres habitan en países donde la violación sexual dentro del matrimonio no es castigada por la ley. Cada año, más de 300 millones de niñas son víctimas de mutilación genital en el continente africano y en todo el mundo, 3 de cada 5 mujeres sufrirán algún tipo de violencia durante su vida.

Les daré un minuto para que repasen estos datos…

Esta escandalosa realidad, más allá de causarnos una profunda indignación que quizá nos haga perder la fe en nuestra especie, debería obligarnos a replantear radicalmente nuestras prioridades en este mundo. Es necesario reconsiderar cuál es realmente el tema moral que será definitorio en el presente siglo. Nick Kristof ofrece una postura con la cual concuerdo completamente: “(Actualmente) el mayor abuso a los derechos humanos no involucra represión política y no involucra los otros temas en los que siempre nos enfocamos; (el mayor abuso a los derechos humanos) involucra los cromosomas con los que la gente nace”.

Resulta irrelevante la actitud que ustedes, estimados lectores, decidan tomar en respuesta a estas cifras. Lo que debemos de aceptar sin contratiempos es que, a pesar de la enorme complejidad de este problema, es imperativo que cualquier estrategia para comenzar a resolverlo debe de estar basado en el empoderamiento de las mujeres. No existe forma de disipar este infierno si las mujeres no forman la base y la vanguardia en cualquier solución. 

Todos los expertos en temas políticos y sociales que participan en “Half the Sky” concuerdan que la mejor manera de lograr el empoderamiento de la mujer es a través de la educación. Cuando una sociedad decide educar a su población femenina, automáticamente les otorga un poder que previamente no tenían; un poder para reconocer las estructuras sociales de las cuales son prisioneras y un poder que les permitirá emanciparse por medio del acceso a la economía formal. 

Cuando una mujer (como le sucede a millones) se dedica a la prostitución desde los 11 años, su capacidad de reconocer su valor social y personal se ve seriamente coartado. En cambio, sólo por medio de la educación social y cívica, fundamentalmente necesaria en cualquier solución, será posible comenzar a destruir las antiguas estructuras patriarcales y será posible transformar las percepciones que actualmente estigmatizan a las mujeres.

Todo tipo de educación es fundamentalmente importante debido a que las actitudes patriarcales y misóginas son igualmente internalizadas por hombres como por mujeres. Como se indica en “Half the Sky”: El factor principal que determina si estás a favor de la violencia doméstica no es si eres hombre, sino el nivel de educación que has recibido. 

Al escribir sobre este tema pude evitar reflexionar en el grotesco abismo donde han caído todos aquellos que se autoproclaman relativistas culturales. Me refiero a todos aquellos pazguatos que promueven el respeto a las culturas locales y abogan a favor de los usos y costumbres de una región, sin considerar los atropellos a la ética que pudieran cometerse. 

Cabe decir que si todos defendiéramos dicha mentalidad, no habría lugar para la crítica de la violencia doméstica, la esclavitud sexual o la mutilación genital de la que son víctimas millones de mujeres en todo el mundo. Para esos papanatas relativistas, si una sociedad considera que es correcto cortar el clítoris a una infante de 9 años, ¿quiénes somos nosotros para juzgarlo como incorrecto? ¡Nada más cercano a la quintaesencia de la estupidez!

De sobra estar indicar que cualquier cultura que imponga un régimen de terror y violencia sobre las mujeres es una cultura innegablemente fracasada, y por lo tanto, una cultura exenta de todo respeto. Por lo tanto, el primer paso a tomar para remediar los horrores que afligen al sexo femenino es la reprobación total del relativismo cultural.

En paralelo a este primer paso, es necesario continuar con la solución moral y ética que involucra empoderar a las mujeres para seguir marchando en el camino de la dignidad y el progreso humano. No obstante, no debemos descartar otras soluciones, como aquella que recomienda el señor Kurtz en su panfleto mencionado en “El Corazón de las Tinieblas”. La estrategia de Kurtz para terminar con el Horror es la siguiente:

“¡Exterminad a todos los bárbaros!”

12/4/13

Venga a nosotros el reino de los pazguatos

Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo uno. O mejor aún, no le des ninguno.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Considero correcto afirmar que, si quisiéramos encontrar el régimen autoritario óptimo, éste sería aquél que la sociedad parece elegir por voluntad propia. Una dictadura que se impone por la fuerza, desde el exterior, y que gobierna por medio del terror, generalmente se extingue rápidamente. Por el contrario, un sistema político autoritario que pretende ser la voluntad misma del pueblo, incluso cuando utilice medios coercitivos para mantenerse en el poder, muy probablemente tendrá más éxito.  

Similar a estos sistemas políticos dictatoriales, en las sociedades contemporáneas se ha gestado un modelo que podría clasificarse como “la dictadura cultural de las masas”. Bajo este régimen cultural, una élite ostenta el poder para manipular, promover y masificar ciertos mensajes culturales, todo bajo la ilusión de estar “satisfaciendo” los deseos de la sociedad.

A partir de esto surge una pregunta obligada: ¿cuáles constituyen los verdaderos deseos de la sociedad? Para evitar aquí violencia innecesaria contra mi argumento, creo que es posible generalizar burdamente y concluir que existen tres constantes innegables que se presentan en la mayoría de los individuos: la búsqueda de la felicidad, la búsqueda del placer y la búsqueda del entretenimiento.

Incluso podríamos ir un poco más lejos, como lo hizo Ray Bradbury en su novela Fahrenheit 451, y aventurarnos a decir que la mayoría de las personas buscan la felicidad casi exclusivamente a través del placer y el entretenimiento.

Con tan solo observar brevemente a la sociedad en la cual vivimos, podemos rápidamente concluir que este argumento es a todas luces factible. Sin pretender aquí hacer juicios de valores moralistas, me parece correcto afirmar que en la búsqueda por la felicidad, la gente no duda en atascarse de música pop, literatura barata, telenovelas, revistas de farándula, filmes de Michael Bay, comida chatarra, Deepak Chopra… Todo esto nada más que diversos caminos para encontrar “la felicidad” por medio del placer y la diversión.

Ray Bradbury lo explica maravillosamente en su libro a través del personaje Beatty, el jefe de los bomberos encargados de quemar libros. Argumenta Beatty:

“Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo uno. O mejor aún, no le des ninguno. (…) Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado, o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos «hechos» que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices, porque los hechos de esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como Filosofía o Sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino se encuentra la melancolía. (…) Así pues, adelante con los clubs, las fiestas, los acróbatas y los prestidigitadores, el sexo y las drogas, más de todo lo que esté relacionado con reflejos automáticos. Si el drama es malo, si la película no dice nada, si la comedia carece de sentido, dame una inyección de teramina. Me parecerá que reacciono con la obra, cuando sólo se trata de una reacción táctil a las vibraciones. Pero no me importa. Prefiero un entretenimiento completo.”

No hay duda que la intelligentsia de la tiranía cultural de las masas lleva décadas sabiendo esto y lo ha explotado al máximo; basta mirar rápidamente la programación en la televisión para darse cuenta de esta realidad. Pero como se mencionó anteriormente, es importante recordar que la base argumentativa que utiliza dicha intelligentsia es una imitación de los modelos dictatoriales exitosos: simulan ser simplemente la manifestación de la voluntad del pueblo; ellos simplemente están ofreciendo lo que el público quiere y desea, aunque son ellos mismos los que les han impuesto qué desear y qué querer. 


A pesar de la abrumadora influencia de la dictadura cultural de las masas, no todos se han dejado engañar tan fácilmente. En contraposición directa a este modelo, existe un bando contrario que, aunque mucho menos numeroso, pretende neutralizar su autoridad. Este reducido grupo es la “élite cultural ortodoxa”, quienes consideran que su oferta cultural es por mucho superior a la que ofrece su rival. La élite cultural ortodoxa considera que, si tan sólo pudieran eliminar a la cúpula perversa que controla los medios de comunicación (a los Murdoch, los Azcárraga…), la verdadera democratización de la cultura terminará por imponerse. 

Sin embargo, esto parece ser una ilusión. Porque en su intento por aumentar la calidad de los contenidos mediáticos y de la oferta cultural, la élite cultural ortodoxa termina por transformarse también en un rígido modelo dictatorial. La élite cultura ortodoxa impone también sus dogmas y cánones, mantiene su códice de literatura permitida y literatura chatarra; de arte tolerado y arte decadente. Incluso un Pantheon donde los dioses intelectuales mantienen su poder, influencia y vigencia después de la muerte. 

Y cuando la élite cultural ortodoxa habla de la “verdadera democratización” de la cultura, lo que no reconocen es que ellos mismos se han tendido una trampa. El periodista Sergio Sarmiento, con cierto humor ácido, escribió acerca del significado de la “verdadera democratización”, particularmente en el caso de los medios de comunicación masiva.

 “Una televisión democrática sería, me imagino, una en que la programación fuera definida por las preferencias de la mayoría. Llevaría, de hecho, a una verdadera dictadura del rating. Según el blog Ratings México los programas más vistos en la televisión mexicana son las telenovelas de Televisa Porque el amor manda y Amores verdaderos que se transmiten por la noche de lunes a viernes. En las tardes reina la peruana Laura Bozzo con su programa ahora llamado simplemente Laura. La selección nacional de futbol suele también conseguir los niveles más altos de público. Una televisión realmente democrática tendría solamente programas de alto rating.”

Así pues, como resultado final de todo esto embrollo, me parece que la sociedad ha terminado por quedar atrapada en una realidad bipolar, completamente a merced de dos modelos dictatoriales opuestos: por un lado, un modelo de corte populista que dice representar la voluntad y los deseos de las masas; y en el polo contrario, un modelo de corte liberal que dice representar lo mejor para la sociedad por medio de una alta cultura que (según ellos) representa el ideal al que todos deben aspirar. 

Sin embargo, a todos los miembros de la élite cultural ortodoxa les digo, (e incluso cuando yo me identifico con ellos): me parece que la guerra está perdida y no tengo duda que la victoria y el avance de la dictadura cultural de las masas es inevitable. Las consecuencias de esta realidad ya fue presentada por Ray Bradubury: una sociedad donde los libros son vistos con asco y la sociedad se idiotiza con amigos virtuales en televisiones del tamaño de paredes completas.

Muchos podrán considerar esto exagerado. Hoy todos damos por hecho que la filosofía, la literatura, la historia y las bellas artes persistirán por siempre. ¿Pero es coherente afirmar esto? Si consideramos que la mayoría de las universidades tienen relegado el estudio de las Humanidades y que la mayoría de las personas se encuentran muy conformes con la cultura chatarra, creo que en realidad todo apunta hacia la dominación absoluta de la dictadura cultural de las masas.

Es posible que nos encontremos viviendo en una de las últimas generaciones donde la élite cultural ortodoxa tenga un poder o una influencia real. Quizá en un futuro, cuando el reino de los pazguatos se encuentre entre nosotros, los canales de televisión que enseñan historia comenzarán a tratar conspiraciones alienígenas, o quizá en las bibliotecas coloquen a Paulo Cohelo y a Rhonda Byrne en la sección de Filosofía o Psicología. 

O quizá esto ya sea una realidad…

25/3/13

Las manías en los tiempos del activismo


Una de las consecuencias más visibles del proceso de la globalización es la percepción de que cada día nos encontramos más “unidos” como especie humana. Esto es inevitable, pues con la masificación y democratización de las tecnologías de la comunicación, nunca antes la Humanidad pudo relacionarse de forma tan directa e inmediata con sus compañeros Homo sapiens que habitan en distantes zonas del globo. Los medios de comunicación, por su parte, han evolucionado gradualmente hasta el punto de mantenernos perpetuamente informados de los acontecimientos que ocurren en lejísimos lugares que probablemente jamás visitaremos y que incluso no podríamos ubicar en un mapa.

No tengo duda que esta realidad representa uno de los avances más constructivos en el proceso de integración de la civilización global; y pretender listar aquí los beneficios de las tecnologías de la información me parece a todas luces excesivo. Sin embargo, una de las consecuencias de este incesante bombardeo de noticias, -impulsado aún más por el acceso generalizado a las redes sociales- es que entre mayor sea nuestro “acercamiento” hacia otras culturas, mayor será también nuestro “acercamiento” hacia sus problemas y sufrimientos. Cuando los medios de comunicación nos traen las nuevas de lejanos lugares, en muchas ocasiones vienen cargadas de tragedias.

La consecuencia inevitable de adquirir esta desdichada información es el surgimiento de un impulso por ayudar; mantenerse inerte se ha vuelto inaceptable cuando suceden cosas horribles en el mundo. A esta particular situación le corresponde una pregunta obligada, ¿qué podría hacer yo, siendo un simple individuo, para asistir en la solución de estos problemas? Frente a dicha cuestión, una considerable cantidad de personas han respondido con una actitud que yo clasificaré como el “Síndrome del Activista Ético-Maniaco” (SAEM). 

Un individuo que presenta este síndrome considera que permanecer indiferentes ante las calamidades que afligen al mundo es imperdonable; pretender ignorar el sufrimiento ajeno te convierte en antisocial, y fallar en mostrar empatía con tus hermanos Homo sapiens te vuelve un monstruo misántropo.

Sin embargo, es interesante analizar la forma en la que el activista ético-maniaco se desenvuelve, y un análisis más profundo revela que las acciones varían poco entre aquellos que padecen de esta alteración psicológica. Su activismo comienza generalmente con una muestra de indignación o reprobación por el hecho en cuestión. Acto siguiente, los individuos con el SAEM se abalanzan sobre las redes sociales, en donde muestran su solidaridad con los afectados de varias formas, aunque principalmente por medio de algún comentario, un “like” o un tweet. Finalmente… ¡nada más! La función ha terminado y el espíritu activista se desvanece tan rápido como se generó.

Ejemplos de esto abundan en nuestro presente. Uno podrá recordar la infame campaña mediática en torno a Joseph Kony, que no generó resultado alguno pero que en el proceso hizo millonarios a los representantes de Invisible Children. Actualmente, otro caso similar es la campaña que se ha comenzado a gestar a favor de “Amina”, una dama de Túnez que desafió los cánones morales de su sociedad al mostrar sus senos y recibió una condena de muerte por parte de un miserable sacerdote islámico. En este caso, la sociedad virtual ha respondido rápidamente, subiendo fotografías a las redes sociales en donde muestran sus pechos o sus torsos desnudos en apoyo solidario con dicha mujer. ¡No hay duda que esto salvará a Amina!

En adición a estos casos se podrá hacer mención de innumerables campañas a favor de algo o en contra de otra cosa; llámese cáncer de mama, la muerte de delfines rosas del Amazonas, la elección de Enrique Peña Nieto, o la protección de perros callejeros o ¡qué se yo!, lo importante es que este estilo de activismo muestra un común denominador: los activistas ético-maniacos sienten que han hecho su parte. Consideran que dar “share” a un mensaje o una fotografía de alguna manera tendrá un efecto positivo para remediar el problema en cuestión. No es necesario recalcar que la realidad es muy distinta.


El análisis de esta forma de pensamiento no es nuevo. Una postura similar fue expuesta por el filósofo Slavoj Zizek en su férrea crítica contra el capitalismo cultural. En su ponencia, Zizek indicó cómo los consumidores contemporáneos buscan productos que integran en sí mismos una cualidad benéfica. El ejemplo planteado por Zizek es el café de Starbucks. Explica que cuando un consumidor va y compra una taza de café a Starbucks, no sólo está consumiendo una bebida, sino que consume todo un “modelo de ética”, pues al comprar en Starbucks, el consumidor también aporta capital a las diversas campañas “éticas” que lleva a cabo la empresa. Como ejemplo paralelo Slavoj menciona a los zapatos Toms, en donde al comprar un par de zapatos, la empresa regala otro par a un niño necesitado en África o en Guatemala. 

La importancia de mencionar a Zizek recae en la explicación que él da a este comportamiento consumista. Slavoj argumenta que al consumir Starbucks o Toms, el individuo se siente exento de ser un simple consumidor más, pues se redime creyendo que está realizando una acción ética en el proceso. Similar a esto, un activista ético-maniaco considera que el subir una fotografía o hacer un comentario denunciante equivale a hacer algo por el problema en cuestión, y es muy probable que el activista que padece del SAEM se sienta satisfecho y feliz consigo mismo: sin duda ya ha “realizado” una acción positiva por la humanidad.

De sobra está decir que la problemática aquí no es con el activismo en general; el problema es en relación al compromiso. No tengo duda de que existen miles de personas que actualmente, en todo el mundo, realizan un inmensurable bien por medio de su activismo. Pero hay que reconocer que para lograr el éxito, toda acción filantrópica y activismo político o social requiere de un firme compromiso. Recordemos que la Historia juzga no por las intenciones, sino por los resultados.

Me atrevo ahora a proponer que el padecimiento generalizado del SAEM se relaciona directamente con la forma en la que recibimos actualmente nuestra información acerca del mundo. No es secreto alguno que somos esclavos de la información que recibimos de los medios de comunicación masiva: lo que ellos dicen que es noticia, se vuelve noticia, y lo que los medios deciden ignorar podría igual no existir, pues nuestras mentes jamás lo registrarán como un hecho. 

Similar a esto, el activista ético-maniaco es víctima de su propia compulsión, pues su interés se encuentra irremediablemente atado a la coyuntura del momento. En vez de comprometerse con un solo tema y hacer todo lo posible por solucionarlo, el individuo que padece del SAEM cambia constantemente de intereses: hoy defiende a Amina, pero mañana será necesario “movilizarse” para proteger a los refugiados en Siria, y otro día quizá se necesite salvar a las ballenas en peligro de extinción. Sin embargo, cuando el tema pasa de moda y desaparece de los medios de comunicación y las redes sociales, es como si jamás hubiese existido; jamás se vuelve a mencionar el tema que hace apenas unos días tuvo consternado a nuestro activista ético-maniaco.

Mi compañero Albano Flores habló en su texto sobre el poder que las redes sociales tienen para debilitar a dictadores y derrumbar a Estados tiránicos. Pero es necesario puntualizar que no fueron solamente las redes sociales las que causaron la caída de Hosni Mubarak en Egipto o de Ben Ali en Túnez. ¡Fueron personas! Individuos que, más allá de utilizar las redes sociales, se comprometieron con el movimiento y salieron a las calles para cambiar su realidad. Y como diría el entrañable Cantinflas: “¡ahí está el detalle!”.

Texto por Juan Pablo Delgado

22/3/13

LOS RECUERDOS DEL PORVENIR FEMINISTA

La nueva sociedad a la que debemos de aspirar todos nosotros es una sociedad de igualdad, sí, una sociedad donde la mujer tiene cabida en todo momento. Pero también es una sociedad donde el hombre tiene cabida. Es una sociedad donde lo que dicta nuestras acciones no es la igualdad sino la equidad, donde no buscamos todos compartir la misma ideología sino el mismo respeto.


Texto por: Iván Eusebio Aguirre Darancou

Hoy estamos reunidos en este espacio virtual para “conmemorar” el mes internacional de la mujer. Hemos tenido unas décadas cargada de experiencias nuevas que nos han abierto las puertas a nuevas formas de pensar, de experimentar el mundo, de ser mejores mujeres y porqué no, también mejores hombres. No deja de resultarme triste que nos veamos obligados a llevar a cabo este tipo de eventos para promover la equidad de género y que los organicemos no como mero trabajo intelectual sino sobretodo como punta de lanza para crear nuevas sociedades. Sin embargo, estas palabras que quiero dedicarles a todas las mujeres aquí presentes, y a las no también, no son palabras de remembranza, mucho menos de tristeza. 

Todo lo contrario, quiero que estas palabras se entiendan en el marco de esta semana de conmemoración de las mujeres. Quiero que al oírlas pensemos en todas las mujeres del mundo que nos han permitido estar aquí reunidos, mujeres que sin tener la más remota idea de lo que es la igualdad de género o los llamados Gender Studies tuvieron la valentía de abrir ante nosotros nuevos mundos. Mujeres como Marie Curie, Sor Juana Inés de la Cruz, Safo. Gracias a ellas hemos avanzado, no como mujeres sino como humanidad. 

Y en este sentido quiero partir de una idea que a lo largo del mes se ha ido rebotando en diferentes mesas y ponencias. Queda claro que aún no hemos terminando de construir la sociedad perfecta de inclusión de género. La nueva sociedad a la que debemos de aspirar todos nosotros es una sociedad de igualdad, sí, una sociedad donde la mujer tiene cabida en todo momento. Pero también es una sociedad donde el hombre tiene cabida. Es una sociedad donde lo que dicta nuestras acciones no es la igualdad sino la equidad, donde no buscamos todos compartir la misma ideología sino el mismo respeto. Es una sociedad donde la mujer es respetada no por su belleza sino simplemente por ser parte del género humano. Es decir, la idea fundamental, -que espero dejar claro con toda esta sarta de palabras- es que la mujer no es más que la mitad del género humano, así como el hombre no es más que la otra mitad. Ambos son válidos en sí mismos, como parte de la humanidad en su totalidad. 

A lo largo de la historia, la mujer ha buscado un espacio donde ella puede ser gobernante libre de su propia existencia, separada geográfica y psíquicamente del reino del hombre. En la antigüedad, la Amazonia y la isla de Lesbos representaban ese lugar, en los siglos románticos el ático terminaba siendo el único punto de fuga, y en el siglo pasado el cuarto propio resultada el espacio idílico para el escape. Pero en la sociedad que hoy estamos forjando y que continuaremos formando, la mujer no huye del hombre, ni éste la orilla a refugiarse en la soledad. Todo lo contrario, los hombres abrimos los brazos para recibir todo aquello que la mujer está dispuesta a recibirnos. Porque sí, debemos como hombres y como sociedad pedir perdón por aquellos agravios, pero más que pedir perdón debemos abrirnos y mostrar apertura para recibir las iniciativas que las mujeres pueden aportar y trabajar junto con ellas.

Atrás han quedado los días del feminismo radical donde las mujeres como unidad social se alzaban contra el resto de nosotros para exigir sus derechos. Hoy, los derechos existen, las leyes se han escrito, los acuerdos se han firmado. El feminismo logró su cometido. Pero falta ahora el trabajo social, que descansa ya no en los hombros de las mujeres valientes que dedicaron sus vidas a la lucha, sino en los hombros de todos nosotros: los hombres y las mujeres que formamos parte de la sociedad. Queda bajo nuestra responsabilidad deshacernos de una vez por todas de los estereotipos de género que nos causan tanto conflicto. 

Creo que es importante señalar aquí que cuando hablo de una sociedad futura no me refiero a una sociedad igualitaria. Desde el surgimiento de las luchas feministas se han desarrollado corrientes muy diferentes, todas ellas válidas en su contexto social e histórico. Pero hoy en día cuando se menciona la palabra “feminismo” muchos de nosotros pensamos más en instancias de igualdad que equidad. Pensamos generalmente en una sociedad donde la mujer es igual al hombre, viste igual que el hombre, habla igual que el hombre, trabaja igual que el hombre. Es decir, la mujer se ve obligada a convertirse en hombre.

Sin embargo, la verdadera sociedad de equidad, la que debemos construir con esfuerzo y a la que le hemos agregado algunos ladrillos esta semana, es una sociedad donde el trabajo de la mujer, sea cual sea, vale por sí mismo. Una sociedad donde un hombre puede desempeñar un trabajo de ama de casa sin que sea menospreciado, o un trabajo de enfermero o secretario. Una sociedad donde una mujer no tenga que vestir pantalones para ser tomada en serio, ni tenga que cortarse el pelo ni mucho menos comportarse como otro hombre. Es una sociedad donde las oportunidades están abiertas tanto a mujeres como a hombres, y ya depende de cada uno decidir qué quiere hacer. 


¿Cómo lograr esto? ¿Cómo construir una sociedad que cuando la imaginamos resulta tan lejana como irreal? ¿Cómo vencer cientos de años de segregación de género? La respuesta, créanlo o no, es mucho más fácil de lo que parece. Lo estamos haciendo aquí. Podemos cambiar políticas, podemos cambiar leyes, podemos hacer manifestaciones, pero hasta que no nos detengamos y reflexionemos como individuos sobre nuestra postura, nada cambiara. 

Porque el cambio, si bien mucho más profundo que meramente político o legal, es también mucho más sencillo de lo que parece. Tanto como dejar de pensar en una mujer en función de un hombre. Tan sencillo como borrar de nuestra mente la dicotomía hombre-mujer y mejor pensar en un solo género humano. Porque mientras no dejemos de concebir a la mujer como algo aparte del hombre no podremos imaginarnos a la par. Planteaba el filósofo francés Jacques Derrida que las dicotomías clásicas que han regido nuestra vida a lo largo de siglos son inválidas en una sociedad como la nuestra. Que ya no podemos pensar sólo en blanco y negro, porque también hay todo un arco iris en medio. O dejar de pensar en simplemente día y noche, porque dejaríamos de lado todas las puestas de sol. 

Basta ya entonces de concursos de belleza, basta de que la mujer sea considerada como mujer sólo en función de su belleza. Existen tantas otras variables con las cuales podemos medir nuestra humanidad, nuestros géneros. Existe la inteligencia, existe la entrega, existe la empatía, existe el trabajo social, existe la política. Existe el compromiso por un mejor mundo. Y lo que es más, estos valores no son sólo de la mujer, sino del género humano. ¿Acaso un hombre tiene que probar algo para ser considerado hombre? ¿Acaso una mujer debería tener que ganar algo para ser considerada mujer?

Pues de igual manera nos conviene a todos pensar más en un solo género humano, una sola sociedad compuesta de muchas maneras de expresión, donde la mujer es una parte esencial del tejido social. Basta de mirar los estereotipos que los medios nos fomentan, basta de fomentar las ideas que siguen subrepticiamente existiendo sin que nos demos cuenta.

Pero tampoco se trata de ignorar nuestras diferencias genéticas y naturales. Más bien se trata de abrazar cada uno de nosotros nuestras diferencias personales, pero a partir de ellas encontrar en los otros, en las mujeres específicamente, aquello que nos hace falta para lograr concretar una realidad más completa. Esto lo lograremos con acciones sencillas, ayudándonos entre todos a través de la educación, de la lectura, de la inclusión en todo momento, a romper con las barreras que hemos creado a lo largo de siglos. 

Para finalizar, quiero recordar a Rosario Castellanos, quién a lo largo de su vida nos incitó a reflexionar sobre la situación de la mujer mexicana que en ese momento se encontraba en una encrucijada por demás importante. Denunció el maltrato femenino que aún hoy se sigue viviendo, denuncia el hecho de que la mujer sea considerada, entonces y hoy, un ser que existe sobre todo para la reproducción de la especie. Castellanos dedicó su vida y su obra a buscar nuevas maneras de ser mujer, nuevas maneras de existencia que fueran más allá de simplemente un concurso de belleza, o un concurso de inteligencia, o la creación artística. Quiero compartirles sus meditaciones:

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.

Castellanos nos mueve a ver a la mujer ya no sólo como madre, o como artista, o como mártir. Es más, hasta nos dice, basta de intelectuales, basta de feministas. Busquemos otros modos de ser que nos permitan existir en harmonía. Queda ante nosotros, los reunidos aquí y los que están dispuestos, los hombres y las mujeres, materializar estos lazos. Queda ante nosotros la tarea de crear la sociedad que permita la existencia de esos nuevos modos de ser… 


12/3/13

El hombre opresor ha muerto, ¡viva el hombre opresor!

La desigualdad entre los sexos se mantiene. Pretender que esto no es verdad no es ninguna solución; y decidir no hacer nada al respecto, es al final una decisión con consecuencias. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Nadie podría impugnar que las mujeres han tenido un tiempo extremadamente difícil en este planeta. Aunque no faltará algún historiador o antropólogo que hable de antiguas sociedades matriarcales donde la mujer era líder y soberana de sus súbditos aldeanos, la realidad es que desde que la Historia se ha escrito, ha sido escrita por hombres; y esta Historia nos muestra con total descaro cómo las damas han vivido en perpetua opresión y subyugación, siempre compitiendo en una carrera cuesta arriba con todas las reglas manipuladas en su contra. Inclusive actualmente, -¡e incluso cuando el sexo femenino constituye a la mayoría de la población mundial!-, las féminas siguen siendo “objetos” reprimidos y violentados en la mayor parte del mundo. 

Pasando por alto las obvias implicaciones éticas de este asunto, resulta sorprendente que nuestra realidad tenga que seguir funcionando de esta manera. De sobra es reconocido que la cultura de la masculinidad no es más que un género de lo más vulgar y grotesco. En verdad son pocas las “virtudes” que pueden rescatársele al hombre: a la gran mayoría les agrada ser toscos, violentos y practicar un humor basado en la misoginia y la inmundicia. Y por más que los hombres hablen de su supuesta superioridad, la realidad es que no existe absolutamente ningún área en donde las mujeres no puedan igualarles, exceptuando quizá la fuerza bruta. Comenzando por mencionar su supremacía en gracia y belleza (con obvias excepciones), las mujeres también pueden pavonearse de ser óptimas para exceder en todas las esferas de la vida moderna.

Bajo esta línea de pensamiento, la periodista Hanna Rosin decidió ir un paso más lejos y pronosticar sin tapujos el fin de la dominación masculina. En su texto “The End of Men”, Rosin basa su argumento en los cambios económicos que suceden actualmente en todo el planeta, aunque con mucha mayor fuerza en los países de Occidente. En esta nueva realidad, la economía industrial ha dado paso gradualmente a una economía de servicios, volviendo cada vez más prescindible todo trabajo que requiere principalmente de la fuerza física, y privilegiando aquellas cualidades que la sociedad ha clasificado como “femeninas”: la inteligencia social, la capacidad de comunicación y la aptitud de concentrarse en diversas tareas. Sin la primacía de la fuerza bruta, todos los obstáculos biológicos que hacen superior a un hombre se eliminan por completo. 

Sin duda sería muy sencillo clasificar de hiperbólico el argumento de Rosin, pues es obvio que los varones continúan dominando los más altos puestos laborales en todo el planeta y la discriminación laboral sigue siendo una realidad innegable, -desde al acceso al trabajo hasta la igualdad de paga. Sin embargo, no podemos ignorar que estas transformaciones socio-económicas representan cambios radicales para toda mujer; son las que nivelan el tablero del juego y las que empatan indiscutiblemente a las damas con sus contrapartes en cuanto a “capacidades” laborales.

Construyendo sobre estos argumentos económicos, no me parece aventurado argumentar que la mujer en Occidente se encuentra actualmente viviendo en su “mejor momento histórico”. Y no se requiere un extenso conocimiento de la Historia para apreciar esta realidad; basta con pensar brevemente en lo asombrosamente horrible (y lo extraordinariamente paupérrima) que era la condición social de la mujer hace apenas unas décadas, -y ya no se diga hace varios siglos- así como admirable observar el enorme progreso logrado a su favor en tan poco tiempo.


Por lo tanto, sorprende observar cómo enormes segmentos de la población femenina en Occidente, y concretamente en México (mi caso más presente), no dedican pensamiento alguno para analizar su “condición” actual. Y al ignorar por completo su Historia, un excesivo número de damas parecen creer que el estatus social que ostentan es algo obvio e inmutable. 

Algo de esto salió a relucir durante la reciente celebración del Día Internacional de la Mujer. Como cada año que arriba esta fecha, no se hicieron esperar las voces de ambos sexos manifestando su desprecio y crítica. A la necia pregunta de “¿por qué seguimos celebrando semejante día?” la respuesta es más que obvia: porque quizá sea la única esperanza de generar consciencia social en todas las mujeres adormiladas y aletargadas; porque sin esta celebración, todavía menos mujeres obtendrían la mínima perspectiva de los cambios que las han colocado en (casi) las mismas condiciones con sus contrapartes masculinas.

Y éste es precisamente el mayor problema, pues en los últimos siglos la mujer ha luchado infatigablemente por alcanzar la representación legal, el acceso a la educación y el acceso al mercado laboral. Y ahora, en esta segunda década del XXI, cuando sólo se requieren los últimos esfuerzos para modificar radicalmente su realidad, la solidaridad femenina ha desaparecido casi por completo.

Quizá sea una equivocada percepción personal la que me evita ver una realidad oculta (no lo creo), pero desconozco sobre la existencia de amplios grupos de mujeres que en su vida cotidiana discutan sobre su estatus contemporáneo y sobre los cambios requeridos para mejorarlo incluso más. Pues en lugar de reflexionar sobre la insólita libertad que actualmente ostentan, las féminas prefieren perder su valioso tiempo en temáticas triviales, sin percatarse de que, con tan solo un poco de solidaridad y lucha, ese engranaje que les otorgará la igualdad absoluta podrá dar su siguiente vuelta. 

Y no sólo eso, pues bajo una cosmovisión capitalista en lo laboral y consumista en lo económico, las mujeres se han vuelto las peores enemigas de ellas mismas. Comenzando con el entusiasmo colectivo por las críticas frívolas en contra de modas y estilos de vida, parece que existe una guerra declarada entre ellas que las lleva a auto-sabotearse, y con ello, destruir la única posibilidad de organización efectiva y progresista. Enfocadas en criticar las actitudes machistas que afectan su vida cotidiana, ignoran la magnitud de la guerra civil que consume a las filas de su propio sexo.

En uno de sus grandes ensayos, el entrañable Christopher Hitchens argumentó que el hombre requiere del humor para pretender que no son sirvientes y suplicantes de ninguna mujer. El humor entre hombres es un acto que se realiza casi exclusivamente entre ellos y en ocasiones se utiliza para escudarse de aquella realidad: de saber perfectamente (y reconocerlo sólo en secreto) que las mujeres son sus dueñas y superiores.

Pero este hecho no se ha traducido en una nueva realidad, y la desigualdad entre los sexos se mantiene como constante indiscutible. Pretender que esto no es así no es ninguna solución; decidir no hacer nada  es también, al final, una decisión; y esperar a que la mayoría de los hombres cambien de cosmovisión y cedan voluntariamente el poder acumulado durante miles de años me parece ilusorio.

Es precisamente ahora, con el estatus incomparable que ostenta la mujer contemporánea, cuando se debería de dar el último empuje. Nunca antes en la historia una dama se encontró tan cerca de alcanzar ese último grado de igualdad económica y política; de alcanzar los últimos escalones de la igualdad absoluta.

Pero con la inacción de las féminas en nuestra sociedad, parece ser que el hombre opresor podrá vivir para ver un nuevo día. Bien para ellos, los que han sobrevivido, pero terrible para el momentum histórico que no debió detenerse hasta colocar al último misógino bajo una afilada guillotina feminista.

25/2/13

El tirano no tiene quien le escriba

Texto por Albano Flores

"L'amour pour principe et l'ordre pour base; le progrès pour but"
-Auguste Comte

Aseguro sin reserva que la pequeñez demostrada por los tiranos contemporáneos, como lo narra mi colega Juan Pablo Delgado en su texto “La balada del cobarde Joe y el extravagante Kim”, atestiguan la letalidad de las nuevas armas de democratización masiva. Argumento que es precisamente con estas novedosas armas con las cuales será posible terminar, de una vez por todas, la interminable guerra entre los pueblos y sus tiranos. 

A un paso feroz, levantando revueltas en Egipto y bajando sotanas en el Vaticano, considero que ha dejado de ser ingenuo pensar que en nuestras vidas se podrán extinguir por completo las últimas tiranías y que por fin superaremos esta etapa primitiva y vergonzosa de la historia. La continua reprobación internacional, aunada al movimiento interno en países autoritarios, da espacio a la ofensiva democrática menos violenta, pero más eficaz en la historia; y considero un privilegio vivir en estos tiempos, donde se observa el surgimiento de sociedades intercomunicadas que despiertan como potente marea con el poder de retirar el velo a los últimos secretos humillantes y oscuros de los gobiernos totalitarios y autocráticos del planeta. 

Sin tratar en ningún momento de negar o mermar las atrocidades cometidas por los tiranos contemporáneos, -y expresando claramente que cualquier barbaridad es mucha barbaridad-, se debe dejar claro que son incomparables y desmedidas las diferencias entre las revoluciones del siglo pasado y las que hoy ocurren.

Actualmente, miles de millones de individuos mantienen el poder sobre las redes sociales, las más modernas armas de destrucción y democratización masiva. Tanto Facebook como Twitter pueden funcionar ahora como auténticas Tommy Guns; armas de fuego que surgieron desapercibidas, disfrazadas de juguete, e incluso envueltas en letras juveniles, pero que resultaron ser sumamente hostiles y corrosivas para toda persona en busca de poder económico y político. Las redes sociales funcionan como altavoces de cada error y secreto de los personajes públicos; un megáfono de cada "filia" en el Vaticano y cada asesinato en Sudamérica. 

YouTube ¡la AK-47 de nuestros tiempos! ¡Destructora de reputaciones familiares y políticas! Como la ametralladora rusa, YouTube es fácil de usar y está al alcance de todos. Y como no, en este grupo también podemos incluir al franco-tirador más letal de nuestros tiempo, Wikileaks, que develó documentos clasificados como “ultra secretos” en todo el mundo, y nos permitió conocer acerca de la tortura americana denominada "waterboarding", nexos entre gobiernos y el crimen organizado y hasta las más tenebrosas fantasías sexuales del clero en la santísima Iglesia Católica.

Como las pequeñas y exóticas ranas del Amazonas, de un momento a otro, estas coloridas modas del Internet, que fueron diseñadas para satisfacer el morbo juvenil, se tornaron mortíferas. De manera casi súbita, nuestros vecinos se volvieron globales, toda persona con acceso a Internet un activista en potencia, y el Internet el ágora global para la libre expresión.


Estas nuevas armas, más allá de decapitar tiranías, protegen también a las naciones democráticas y capitalistas de sus propios defectos, particularmente de uno de sus más oscuros engendros: “el magnate”. Esta deformación animal, poderoso económicamente, audaz por evolución y corrupto por costumbre es también una presa de la Red virtual donde el poder que ostentaron Papas, reyes, zares, sultanes y dictadores es amenazado. El Internet lo exhibe y desenmascara al magnate, robándole a este monstruo moderno parte de su fuerza. 

Por lo tanto, podría asegurarse que vivimos una actualización de la democracia, una mucho más fuerte y contagiosa. Sin duda debemos parte del avance a la prensa escrita, a la televisión y a la radio, que lograron debilitar a numerosos regímenes autoritarios en el mundo; sin embargo, este movimiento resultó inútil para erradicar por completo un problema al que nos estábamos empezando a acostumbrar, (y en muchas ocasiones llegamos a aceptar): esa idea estúpida que diferentes culturas necesitan diferentes gobiernos, incluso si estos son opresivos. 

Las nuevas armas de democratización masiva despiertan la razón de los individuos que ahora se encuentran interconectados y les permiten entender al autoritarismo no como una forma de gobierno, sino como una forma de abuso de gobierno; y a la democracia como el ejercicio de ella y no como una declaración que esconde una dictadura. Y sobre todo, la democracia permite entender al gobierno como un mal necesario donde ante la equivalencia de orden y bienestar de dos naciones, será más perfecta la menos política.

¡EL HOMBRE PROGRESA! Es su vocación como ser humano, es lo que ha demostrado toda su historia y lo que se demuestra hoy. No se puede declarar que el bienestar es una constante elíptica y que en el curso de la historia se debe rodar siempre entre periodos de guerra y periodos de paz, sólo para volver a periodos de guerra otra vez. Si los datos de longevidad y bienestar son variables en la historia ¡no se tiene por qué asumir que los índices de violencia, sufrimiento y hostilidad sean constantes, ni que lo vayan a ser!

La mejor noticia para nosotros, sin embargo, es que con el uso correcto de las nuevas armas de democratización masiva podremos ver a la humanidad desenvolverse, -quizá todavía sin el amor como principio-, pero sí con el orden como base y el progreso como objetivo.

21/2/13

Benedicto XVI, el ateo


Para efecto de este texto, la verdad es que poco importa si el Papa cree en los dogmas de su Iglesia o no, pues el Santo Padre podría ser un empedernido ateo aunque ni siquiera él esté consciente de esto.



Texto por Daniel Morales


Aprovechando el reciente éxito de “El Árbol de Moras”, que ha recibido más de 11,000 visitas en poco más de un mes, considero que es un buen momento para publicar una entrada con un título cruelmente sensacionalista para ustedes, público ilustrado. Y ahora, habiendo ya hecho el daño de acusar públicamente a Joseph Ratizger de ser un falso creyente, debo confesarles que, desafortunadamente, no podría comprobarles si el supremo pontífice es ateo o no lo es.

Aunque para efecto de este texto, la verdad es que poco importa si el Papa cree en los dogmas de su Iglesia o no, pues mi argumento es que el Santo Padre podría ser un empedernido ateo aunque ni siquiera él esté consciente de esto.

Éste tema constituye el núcleo de la última polémica que ha levantado el genial filósofo Dan Dennett. En una conferencia reciente, este filósofo, con su icónica imagen de un Santa Clós bonachón, nos invita a reflexionar sobre algunas cuestiones que muchos considerarían incómodas: si no te consideras ateo, pero no crees realmente que tu dios está de tu lado apoyando a tu equipo en un partido de fútbol… puede que seas ateo. Si no te consideras ateo, pero no crees literalmente que tu dios escucha tus plegarias cuando rezas… puede que también seas ateo. Haciendo uso de su característica astucia, Dennett prevé la reticencia de los creyentes: si estás escuchando esta conferencia… puede que seas ateo. Y si estás pensando en dejar de escucharla… también puede que seas ateo.

El objetivo del señor Dennett no es causar agitación, sino poner a prueba una hipótesis que rápidamente está acumulando evidencia a su favor, gracias a su intenso trabajo investigativo. La  sospecha de Dennett es que muchas, -quizá muchísimas-, personas religiosas son, en el fondo, unos completos y verdaderos ateos. Junto con la investigadora Linda LaScola, Dennett comenzó el “Clergy Project”, un  estilo de club para reverendos, sacerdotes y otros líderes de congregaciones religiosas que han arribado a la conclusión de que en realidad han dejado de tener creencias sobrenaturales. Actualmente, el proyecto consiste de un sitio de Internet al que sólo pueden tener acceso los miembros del proyecto, que son previamente entrevistados por LaScola, y cuya identidad es mantenida en estricto secreto. 

Hasta el momento se cuenta con 410 miembros (Dennett ha indicado que la única razón por la que el número no es mayor es solamente porque la identidad de cada solicitante debe ser revisada minuciosamente para evitar la infiltración de, por ejemplo, periodistas, o “trolls” de diversas denominaciones). El sitio actúa como un espacio confidencial donde miembros pueden darse apoyo, compartir experiencias e historias, y ayudarse mutuamente a decidir qué se puede hacer con su nueva cosmovisión atea. Se está hablando de la posibilidad de ofrecerles entrenamiento en algún otro oficio, y un miembro exclamó que si lograran conseguir ofrecerlo de manera gratuita, la fila de solicitantes le daría la vuelta al mundo.


Surge entonces una importantísima pregunta: ¿por qué un individuo podría seguir siendo parte de una congregación religiosa si en realidad no cree en dios? La respuesta es compleja, pero fácil de comprender una vez que se analiza el embrollo desde la perspectiva del creyente afligido. Una forma de explicarlo es con la terminología de la economía de comportamiento. Nuestra tendencia natural hacia la aversión de pérdidas combinada con los "costos hundidos" de cualquier decisión (aquellos costos que se han incurrido y que no pueden ser recuperados), crea generalmente una percepción de "haber invertido demasiado para renunciar". Puedes imaginar a un individuo apostando en Las Vegas, que sabe que las probabilidades de ganar en cualquier juego son muy bajas, pero debido a que ha invertido ya  demasiado dinero, considera imposible retirarse de la mesa satisfecho y despreocupado. El simple pensamiento de los enormes costos que ha incurrido lo obligan a continuar jugando y a seguir perdiendo su dinero. 

De manera similar, es fácil imaginar cómo ciertos creyentes que han invertido cantidades exorbitantes de su tiempo, gastado quizá los mejores años de su juventud y la posibilidad de tener una pareja o una familia, tenderían a evitar, a toda costa, la idea de que cometieron un error de enorme magnitud; de aceptar que, durante toda su vida, han vivido bajo la creencia de una filosofía equivocada.

El otro motivo que ha surgido de las investigaciones de Dennett parece ser aún más significativo: los líderes de congregaciones religiosas saben que si anunciaran su ateísmo a sus más cercanos y mejores amigos, -ya sean colegas o feligreses- quedarían irremediablemente aislados, y quizá incluso condenados por la sociedad. Este miedo al rechazo social y a perder los únicos lazos humanos que han logrado crear es un sentimiento tan opresor como para ser aceptado con ligereza. Sumado a esto, muchos sacerdotes podrían mantener sus creencias por creer que su rebaño de feligreses, aunque no sean sus amigos cercanos, necesitan de ellos para recibir consejo, ánimo y fuerzas.

En mi opinión, no hay situación más bella que cuando la cruda realidad de la vida se presenta devastadoramente opuesta a lo que los dogmas (siempre irracionales y desprovistos de sentido común) nos indican. El grupo de sátira periodística “The Onion” ha creado un ejemplo perfecto de este escenario: "Dios contesta rezos de niño" anuncia el título sobre una fotografía de un pequeño en silla de ruedas, ""No", dice Dios.

En el caso del "cobarde Joe", epíteto creado por el colega Juan Pablo Delgado en su reciente entrada, el dogma del catolicismo indica que el puesto de supremo líder es vitalicio. De 265 Papas, sólo cuatro habían renunciado. Y sin embargo, la semana pasada el mundo se enteró de que el gran sombrero del Vicario de Cristo será abdicado, un escenario que millones de católicos hubieran creído imposible.

¿Será entonces que Joe Ratzinger, a sus 85 años, ha cruzado ese obstáculo intelectual que surge cuando se cree haber “invertido demasiado para renunciar”?  Porque sin duda, renunciar a la placentera vida de líder supremo de una religión que cuenta con más de mil millones de seguidores es una decisión curiosa y por mucho sospechosa. Como Papa, el viejo Joe tiene acceso a los más despampanantes lujos y riquezas, y estando en un puesto donde la tibieza de tu desempeño o la mediocridad de tus acciones no conlleva ipso facto a un inmediato despido laboral, entonces… ¿por qué renunciar?

Ratzinger explica que "no tiene fuerza" para seguir con el cargo que le han encomendado, aunque en verdad no se le conocen problemas de salud fuera de su avanzada edad. Para mí, me parece sumamente divertido imaginar que su falta de fuerza se debe en verdad a la súbita realización de que todo el dogma que ha luchado por acatar y propagar por ocho décadas; todas sus creencias más íntimas y personales; todas sus ideas más básicas, desde el inicio del universo hasta la razón por la que existe el humano, están completamente equivocadas; pensar que todo se deba a que ha dejado de creer en dios y en las enseñanzas de su propia Iglesia. Porque con una epifanía de tal magnitud, no cabe duda que hasta el más cínico optaría por dejar el cargo de supremo representante de estos cuentos de fantasía para retirarse a aceptar sus verdaderas creencias antes de morir. Nunca se ha invertido suficiente como para que verdaderamente deje de valer la pena aceptar la realidad.

¿Qué sigue para el viejo Joe? Si se me permite soñar, yo imagino que con un poco de suerte, todavía puede disfrutar algunos años de una celebridad ferozmente polémica si se declara ateo de manera pública. ¿Quién sabe? Quizá de esta forma podrá, finalmente, hacer algo bueno por la humanidad, cosa que, es bastante claro, no logró en sus ocho años de cobarde liderazgo al frente de la iglesia Católica. Un Joe Ratzinger que decide salir del clóset del ateísmo mandaría dos mensajes importantísimos a todo el mundo cristiano: primeramente, que jamás se “invierte demasiado” tiempo o dinero en creencias metafísicas que eviten que puedas renunciar a tu fe; y segundo, que si él puede claudicar a su Iglesia, ¿por qué no más católicos siguen su ejemplo?

18/2/13

La balada del cobarde Joe y el extravagante Kim

Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) y Kim Jong-un (tiranillo de Corea del Norte) no son tan distintos como una creería: ambos ostentan el poder absoluto en los pequeños feudos que controlan.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

"El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente."
- John Dalberg-Acton

La frase citada previamente se ha establecido como necio cliché en la mayoría de las esferas académicas y políticas de la sociedad contemporánea. No hay duda que todos hemos escuchado dicha expresión (o algún derivado de la misma) y la hemos aceptado sin demasiado problema; en parte porque jamás faltan ejemplos históricos en donde el poder ha llevado a hombres y mujeres por los escabrosos caminos del narcisismo, la corrupción o el crimen. 

A diferencia de aquél momento cuando escribía Dalberg-Acton (su célebre máxima fue formulada en 1887), resulta evidente que el concepto de “poder absoluto” es algo sumamente raro de encontrar en estos días. En completo contraste con los siglos anteriores, el XXI comienza con la democracia liberal como sistema político dominante en el planeta y esta nueva realidad geopolítica se ha encargado de acotar poco a poco el ecosistema que sirve de hábitat para la terrible especie conocida como “los dictadores”. Podríamos incluso ir un paso más lejos y aventurar que la familia de los “dictadores absolutos” se encuentra en peligro de extinción y en rápido proceso de desaparecer por completo. 

Sin embargo, en el panorama internacional contemporáneo existen todavía algunos especímenes que nos permiten apreciar, -como si analizáramos fósiles prehistóricos-, las rarezas y peculiaridades de la vida en un Estado totalitario. Dos ejemplos que sobresalen en este reliquiario político son la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte para la mayoría del público) y el Estado de la Ciudad del Vaticano: el primero gobernado por un bufón maniaco y el último por un tibio y cobarde emisario de dios.

Siendo realistas, incluso cuando los sistemas que rigen a ambas naciones son lo más cercano a un régimen totalitarista, los líderes al frente de dichos Estados han demostrado una profunda mediocridad personal y una impotencia por ejercer el enorme poder que les ha sido conferido. Lejos han quedado los grandes tiranos como Alejandro III de Macedonia, Maximilien Robespierre o Vladimir Ilyich Ulyanov, que con consecuencias positivas o negativas para la humanidad, lograron moldear el status quo de la época e imponer un nuevo zeitgeist que revolucionó a su mundo. 

Bajo ningún parámetro de medición podríamos considerar que las acciones de Kim Jong-un en Corea del Norte y de Benedicto XVI en el Vaticano se asemejan a las proezas de los tiranos de antaño. Ambos líderes se han mantenido inertes a los cambios sociales, políticos y económicos que transforman diariamente la cultura global, e incluso es posible catalogarlos como un genuino estorbo para el avance de la civilización. 


En el caso de Corea del Norte, el régimen absolutista de Kim Jong-un permite vislumbrar muy escasas luces para mantener el optimismo; pues sumado a su férreo seguimiento de la ideología Juche, -legado infame de su abuelo- el pequeño Kim mantiene a su país en la miseria crónica, la bancarrota financiera y un hermético aislamiento internacional. 

Este oscuro panorama reduce considerablemente el margen de acción en beneficio de su población, la cual sobrelleva su desgracia con arduo esfuerzo. Aun así, no deja de sorprender que entre las diversas líneas de acción que podría seguir para iniciar la modernización de su país, nuestro pequeño tiranillo haya establecido como prioridad el desarrollo de armas nucleares, como si en verdad existiera algún país con el interés de invadir semejante basurero.

En el extremo opuesto al reinado del maniaco Kim podemos encontrar al Vaticano. A diferencia de la pocilga coreana, la Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas con 179 países y jamás se le ha reconocido por carecer de majestuosos lujos. Aunado a esto, el régimen neo-feudal que rige a la Santa Sede le otorga incomparable poder al Vicario de Cristo y es menester recordar que en cuestiones teológicas, el señor Benedicto XVI es considerado infalible: un estatus del que ni siquiera Kim Jong-un puede presumir.

Por lo tanto, resulta sorprendente que nuestro tlatoani católico, aun cuando controla una fortuna extraordinaria y mantiene una congregación que sobrepasa los mil millones de feligreses, se haya mantenido renuente a realizar cualquier acción extraordinaria. Su enorme poder e influencia pudieron ser utilizados para movilizar a masas enteras de devotos en favor de una causa humanitaria; pudo haber promovido sin recatos la erradicación de la pobreza, unir fuerzas con otros líderes sociales para eliminar enfermedades pandémicas, o quizá llamar por la irrevocable igualdad de género en todo el mundo cristiano.

En cambio, desde el headquarters de la Iglesia Católica, Benedicto XVI decidió invertir su valioso tiempo en satanizar el uso de anticonceptivos en África, reprobar a las parejas homosexuales, denunciar a las monjas estadounidenses por sus liberalismo en materia sexual y proteger a cientos de sacerdotes pederastas que abusaron sexualmente a miles de infantes; todo mientras consagraba sus ratos de ocio para escribir libros de teología que pocos leerán y publicar encíclicas ultra conservadoras que nadie acatará.

La reciente noticia de que Joseph Ratzinger dejará vacante el trono de San Pedro debería llegar como alivio para todos; pues aun cuando uno no sea afín al catolicismo, toda la humanidad ha sido redimida de un Papa cobarde y tibio, el cual teniendo bajo su poder a una de las instituciones políticas más poderosas del mundo, decidió malgastar su oportunidad de ser un líder comprometido por remediar alguno de los innumerables problemas que afligen a millones de personas.

Aunque de ninguna manera considero apropiado -o incluso ético- que individuos ostenten el grado de poder que les ha sido conferido a Joe Ratzinger y al pequeño Kim, tampoco es correcto que estos líderes evadan su responsabilidad por utilizar dicho poder, preferentemente en acciones que incrementen el bienestar de la humanidad. Porque si es cansado tener que convivir con déspotas en el escenario internacional, mucho peor es cuando estos resultan ser unos tiranillos torpes e ineptos, que se empeñan por entorpecer el progreso de la especie humana.

11/2/13

LA INTRASCENDENTAL NECESIDAD DE TRASCENDER

Una de las trampas psicológicas más crueles e insensatas que hemos creado como humanidad es la idea de la trascendencia.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

“Until you have done something for humanity, you should be ashamed to die.”
- Horance Mann

I. Wish You Were Here

Una de las trampas psicológicas más crueles e insensatas que hemos creado como humanidad es la idea de la trascendencia. No hay duda que una gran mayoría de las personas en este planeta, (casi sin excepción alguna), están condenadas a arrastrar durante toda su existencia el pesado lastre que implica encontrar, -de cualquier forma posible-, la manera de trascender y de ser recordados después de esta vida. 

Nuestra fascinación hacia la idea de la trascendencia responde directamente al terror generalizado que existe por la muerte. Debido a que ningún individuo sensato desea morir, hemos tenido que formular estrategias para “evitar” la muerte. Esta incesante necesidad psicológica por intentar burlar el inevitable final y negar la realidad nos conduce a imaginar escenarios en donde, después de nuestra desaparición, de alguna forma persistirá algún eco, alguna señal, o alguna sutil memoria que indique al mundo que alguna vez existimos y estuvimos vivos en este planeta.

Las religiones organizadas, -siempre reconocidas por su astucia-, respondieron de manera fulminante a esta perpetua inquietud humana. Optando por tomar el camino más sencillo, lograron rodear el abismo metafísico con la simple promesa de una vida después de la muerte. Así, en su intento por consolar a su rebaño de feligreses, han asegurado que no es necesario trascender en esta vida y tampoco es necesario preocuparse por el fracaso, la miseria o la pobreza, pues después de la muerte se recibirá la eterna gloria en el paraíso.

Es obvio que esta explicación brilla por ser torpe y se presenta incapaz de brindar consuelo a un gran número de personas, iniciando por todos aquellos que se rehúsan a creer en fantasías espirituales. Aun así, incluso para quienes aceptan estos dogmas, el discurso propuesto por las religiones tampoco se muestra capaz de saciar la ineludible necesidad humana de realizar algo importante durante la vida y ser recordados después de la misma.

En términos generales, el camino que debemos tomar para trascender en este mundo y formar parte de los acervos de la genialidad humana es desenvolvernos en un área específica con maestría y virtuosismo inigualable. Sólo un tonto podría creer que la fama que ostentan actualmente la mayoría de nuestros héroes chatarra los llevará a ser inmortalizados en la memoria histórica; pues aunque podrán ser considerados ídolos populares ahora, en algunos años ni siquiera el recuerdo más vago de sus roles de telenovela, de sus canciones populares o de sus goles en el fútbol persistirán en la memoria humana. 

Sin embargo, resulta sumamente frustrante analizar como los grandes genios de la historia (Bach, Newton, Darwin…) han colocado la barra sumamente alta para el resto de los mortales. En todos estos casos, han transcurrido varios siglos y su legado artístico o científico continúa causando enorme admiración y respeto en amplios círculos de la sociedad. Incluso los genios contemporáneos, (Hawking, Dylan, Feynman…), sitúan en una terrible desventaja a todos aquellos que buscan trascender.

Para empeorar esta situación, la ideología que domina en la actualidad al pensamiento Occidental tiende a ahondar aún más nuestra miseria. Pues en todo lugar donde el individualismo es la doctrina reinante, se genera una urgente necesidad para resaltar sobre el resto de las “masas”, lo que al final termina por generar una conducta esquizofrénica para lograr destacar y ser reconocido en la sociedad al precio que sea. 


II. Welcome to the Machine

En respuesta a la trágica situación descrita previamente, existen tendencias de mercado que se han aventurado a satisfacer nuestro eterno vacío existencial por medio del consumo. Con similar astucia a la mostrada por las religiones organizadas, diversas industrias de la moda han propuesto como solución final a nuestra crisis algo que se podría describir como “personalidades prefabricadas”.

Estas personalidades prefabricadas permiten alcanzar a todo aquel que consume ciertos productos el espejismo de grandeza o la ilusión de poseer una inmensa profundidad intelectual o artística. Armado con este delirio, un individuo ya no requiere realizar acciones geniales, descubrimientos extraordinarios o proezas estéticas para creer que realiza algo trascendental en su vida, pues basta con mantener la “apariencia” de ser grandioso o de ser genial para que la sociedad muestre su admiración.

Debido a que la industria de la moda abarca a todos los nichos del mercado, es muy común encontrar una gran variedad de disfraces para estos personajes prefabricados. Así, una persona podría simular que es similar a su músico favorito si utiliza cierta vestimenta; de la misma forma que otra persona podrá creer que con un corte de cabello particular y cierto maquillaje la acerca a la gloria de su actriz preferida; también existen casos en donde un disfraz permite a uno simular tener la profundidad intelectual del escritor o filósofo a quien más aprecia. Esta farsa incluso llega a los límites del absurdo cuando personas pretenden padecer algún tipo de “locura” para sentirse compaginados con el artista atormentado al que más admiran.

De forma muy similar a la que utilizaríamos una máscara en el carnaval, este poder simbólico de la moda permite a un personaje prefabricado reinventar su realidad con una personalidad más interesante. Así, vestido con el atuendo de su elección, la simulación de ser importante y la percepción de trascendencia por medio del consumo se democratiza para todas las “masas”. 

Finalmente, todos los disfraces no son más que eso: una fachada que oculta la falta de méritos y la falta acciones significativas pero que mantiene la cálida ilusión de estar siguiendo los pasos de los grandes ídolos del momento. Esta ilusión permite sortear el vacío que se abre frente a uno debido a la enorme dificultad de trascender en el mundo moderno. Aunque también podría argumentarse que quizá para muchos la idea de la trascendencia haya tomado un segundo plano, dejando como preocupación principal la urgencia de resaltar sobre el resto de las personas.

III. Shine On You Crazy Diamond

Al analizar cómo el reconocimiento social y la noción del éxito se han transformado en simples juegos de consumo y apariencias, parecería que toda posibilidad de trascendencia real se encuentra fuera de nuestro alcance. 

Sin embargo, antes de hundirnos en fatalismos inútiles, debemos preguntarnos con honestidad la verdadera razón por la cual buscamos trascender. Pues si después de la muerte no existe nada para nosotros, ¿qué satisfacción podría existir en que seamos recordados en un mundo al que jamás regresaremos?

La única respuesta razonable a este problema es que no debemos de considerar la trascendencia como un fin en sí mismo. Preocuparnos por esto es caer directamente en la trampa de nuestra propia creación, ignorando que así, la trascendencia nos eludirá constantemente. Pues similar a la tragedia de Sísifo, nos encontraríamos condenados a empujar nuestra pesada roca del ego por una empinada colina de apariencias sociales, sólo para verla rodar hacia el fondo una vez que creemos haber llegado a la cima del éxito y el reconocimiento.

En contraste, existe la posibilidad de encontrar significado en la vida sabiendo que por medio de nuestras acciones se contribuyó al progreso de la humanidad. Pues más allá de los atajos religiosos, más allá de las modas ilusorias y más allá de la pasajera pretensión social, se encuentra la verdadera importancia de formar parte de la especie humana y saber que hemos realizado acciones que beneficiarán a las futuras generaciones. No hay duda que la única razón importante por la que alguien debe de ser recordado es por haber hecho algo positivo por la especie. 

Como nota final a este debate, nadie mejor que Carl Sagan para sintetizar esta satisfacción por existir y nuestra deuda que tenemos con la humanidad: 

“Porque nosotros somos la encarnación local de un Cosmos que ha crecido hasta tener consciencia de sí mismo. Hemos comenzado a contemplar nuestros orígenes: sustancia estelar que reflexiona sobre las estrellas; conjuntos organizados de decenas de miles de billones de billones de átomos que meditan sobre la evolución de los átomos; rastreando el largo camino a través del cual llegó a surgir, por lo menos aquí, la consciencia. Nuestras lealtades son hacia la especie y el planeta. Nosotros hablamos en nombre de la Tierra. Debemos nuestra obligación de sobrevivir no sólo a nosotros sino también a este Cosmos, antiguo y vasto, del cual procedemos.”

7/2/13

ES TARDE PARA EL HOMBRE ROMÁNTICO

Texto por Daniel Morales

"We are the Village Green Preservation Society
Preserving the old ways from being abused
Protecting the new ways for me and for you
What more can we do?"

- Raymond Douglas "Ray" Davies

La realidad contemporánea se encuentra repleta de fenómenos profundamente complejos; eventos que al desarrollarse a escalas gigantescas, son incapaces de ser asimilados por nuestras humildes mentes de primate. El comportamiento de sociedades, el auge y las caídas de los mercados financieros y las epidemias globales son buenos ejemplos de estos fenómenos. 

Paradójicamente, el problema que más nos aqueja no es el hecho de que estos procesos se rehúsen a caber en nuestros modelos mentales, sino la preocupante tendencia de ciertas personas a creer que ellos sí, y sin ayuda de evidencia, son capaces de comprenderlos e interpretarlos del todo.

Mi colega Juan Pablo Delgado ya ha discutido aquí la desatinada moda del espiritualismo "New Age" y sus nefastos adherentes. Con similar abstinencia de razonamiento crítico, un creciente grupo de personas aseveran, sin más evidencia que su propia (malograda) intuición, que el mundo actual está hundido en la más profunda podredumbre moral, donde no se puede encontrar ni una migaja de los valores que las sociedades del pasado gozaban. 

Esta romántica noción de los pueblos preindustriales generalmente viene acompañada de argumentos (sin respaldo alguno, obviamente) que denuncian la explosión de violencia en los tiempos modernos, que proponen que la calidad de vida está por los suelos, que expresan su repudio por el ser humano frío y calculador que ha sido creado por la ideología de Occidente.

No está de más recordar que esta visión pesimista de la sociedad Occidental es más popular, -muy irónicamente-, entre los individuos que componen dicha sociedad. Pareciera que está en boga creer que esta vida confortable, resultado de la explosión de la tecnología y el conocimiento en los dos últimos siglos, es moralmente vacía, precisamente debido a estos grandes avances. Los “románticos” creen que vivimos en el peor de todos los tiempos por culpa de la deshumanización causada por la Ciencia.

Nunca había visto un ejemplo más claro de esta ideología peligrosamente mal informada que el libro de ensayos ominosamente titulado “Es tarde para el hombre”, del popular escritor y poeta colombiano William Ospina. 

El principal ensayo del libro, “Los románticos y el futuro”, es una serie de condenas al mundo moderno y al positivismo. Ospina propone, por ejemplo, que "(…) el orbe que edades más sensatas vieron lleno de divinidades, organizado en mitos, perpetuado en leyendas y celebrado en cantos se ha pauperizado hasta ser sólo un laberinto sin centro, materia sin objeto y sin alma". Convenientemente, omite el detalle de que esos mismos mitos y divinidades que hoy buscamos destruir fueron la causa de incontables atrocidades, y hoy siguen causando daños indescriptibles en regiones que Ospina calificaría como “más sensatas" como en el África, donde niños albinos siguen siendo perseguidos, asesinados y pulverizados para ser utilizados en "remedios mágicos”.

Más aún, Ospina cree pertinente preguntarse "(…) cuáles son las grandes conquistas que la era del positivismo ha traído a la especie; si es verdad que en el reino racional de las mercancías somos más libres que bajo el imperio de los viejos Dioses y de sus viejos mitos, si bajo la sociedad de consumo somos más opulentos, si bajo el reinado de la tecnología somos más pacíficos, si bajo el reinado de la razón somos más razonables." 

Las preguntas capciosas de Ospina probablemente suenen para muchos como inofensivos ejercicios de pensamiento, incluso un bello llamado a debatir la ideología Occidental. Sin embargo, quedará claro que exponen una profunda insuficiencia cognitiva, pues se limitan a cuestionar los logros de la iluminación y el progreso del conocimiento, sin molestarse por hacer un mínimo esfuerzo investigativo. Afortunadamente, la humanidad cuenta con intelectuales menos desvergonzados y con más interés por la verdad, cuyos años de trabajo académico pueden darnos valiosas respuestas a las preguntas que plantea el Romántico. 

¿Seremos verdaderamente más libres? Respuesta: sí. Existen varios índices de libertad que lo demuestran sin dejar un lugar para dudas: el mundo Occidental es el más libre en prácticamente todos los aspectos. La estupidez de Ospina es la de no comprender que su crítica a la sociedad no sería tolerada (¡mucho menos publicada y celebrada!) en su idealizado mundo de mitos y divinidades. Simplemente basta imaginar su crítica, pero dirigida hacia el mundo islámico actual. No encontrarás la libertad de publicar abiertamente tus ideas ahí, ¿o sí, señor Ospina?

¿Más opulentos? Respuesta: sí. El autor Matt Ridley, en su libro “The Rational Optimist”, ha formulado un caso bellísimo (y exhaustivamente investigado) a favor de la emergente prosperidad causada por el consumo y los mercados. Ridley argumenta que, hasta la creación de la propiedad y los mercados, el ser humano jamás había tenido la oportunidad de decidir qué hacer con su tiempo. La división del trabajo, en combinación con el estallido de tecnología, ha permitido que la persona promedio hoy tenga a más personas trabajando para ella que el monarca más poderoso del planeta hace escasos siglos. Como uno de sus ejemplos favoritos, Ridley explica cómo en 1800 una persona tenía que trabajar seis horas para obtener una vela que le diera una hora de luz, mientras que hoy en día, para obtener una hora de luz, la persona promedio debe trabajar por medio segundo. Si eso no es opulencia, entonces no sé qué es.

¿Más pacíficos, más razonables? Otra vez, un contundente sí. El científico cognitivo Steven Pinker ha creado una obra magnífica llamada The Better Angels of Our Nature (altamente recomendada, y sin duda mucho más que la bazofia de Ospina), en la que reúne varios cientos de trabajos de investigación en los campos de antropología, sociología, economía y política para argumentar que el mundo moderno (y en particular el Occidental) vive en los tiempos más pacíficos de la historia de la humanidad. Difícil de creer, pero cierto. Basta mirar las cifras duras de mortandad o, para los más osados, recordar los inhumanos castigos medievales como la pera de la angustia (también conocida como pera vaginal), para entender el nivel de psicopatía que era rampante en las épocas de los cantos y las leyendas; sin olvidar el pasatiempo medieval favorito de quemar gatos vivos.

Pero para Ospina la realidad no es importante. Para él es suficiente invocar su ignorante imaginario, el cual le indica que "había más inocencia y más dignidad en los avances de las hordas de Atila (…) que en los campos de esqueletos vivientes del Tercer Reich y en sus cámaras de cianuro." ¿Inocencia? ¿Dignidad? Es realmente preocupante la miopía de Ospina, que no le permite ver la vulgaridad de sus palabras.

Pero la total ausencia de datos duros en el ensayo de Ospina no debe sorprendernos. Aunque suene irónico, el autor, en su alarmantemente mal informado ensayo, felizmente critica la mera idea de buscar información confiable. "Hoy es forzoso creer sólo en la evidencia, pero esa evidencia no es más que una ilusión. Nuestro problema es que somos demasiado sensatos, demasiado cuerdos, demasiado precisos." 

¡Que inmensurable estupidez! Difícil creer que una opinión tan retorcidamente oscurantista pueda existir, ¡mucho menos ser publicada y distribuída en una sociedad supuestamente educada! ¿Cómo reaccionaría Ospina, me pregunto yo, si le dijeran que en su próxima visita al dentista se utilizará solamente conocimiento y tecnología del siglo XVII? ¿Condenará entonces la precisión y la sensatez? ¿Se atreverá a calificar como ilusoria la evidencia de que ciertas moléculas pueden ser usadas para evitar el dolor, sin presentar algún peligro? ¿Que otras moléculas son capaces de matar las infecciones de sus muelas, evitando tener que extirparlas? 

Pero es en la conclusión de su ensayo donde Ospina confiesa lo que para él es la peor parte de la modernidad. "Algo nos ha sido quitado y ese algo es el asombro ante lo inexplicable de la realidad (…) no nos asombra ver flotar al planeta (…) no parece inquietarnos que el universo se prolongue hasta el fin. Nos parece que una cosa deja de ser misteriosa por el hecho de que se la enmascare en fórmulas matemáticas."

No es la primera vez que me encuentro argumentos como este. Parece ser que muchas personas comparten la visión rancia y retrógrada de Ospina, y temen que la vida pierde la “magia” cuando la ciencia explica algún fenómeno. ¿Qué responder? Me parece que hay que ser burdos: si no te asombra la realidad, muy tu problema.

Aquellos que en verdad son incapaces de asombrarse, aquellos que no obtienen, por ejemplo, un sentimiento inigualable de catarsis al recordar que la razón por la que existen es porque todos los seres vivos en la Tierra, desde la bacteria en el océano hasta el gigantesco sequoia en California, son literalmente su familia, no tienen remedio. Aquellos que no sienten un suspiro de humildad combinado con una explosión de incrédula fascinación al evocar que las estrellas en el cielo no son agujeros que dan a reinos celestiales sino que son gigantescos bultos de flamante materia en constante reacción, no tienen interés alguno por la belleza y la magia de la realidad.

Y quizá leer a Ospina haga a estas personas sentir que los responsables de sus deficiencias intelectuales no son ellos mismos, sino nuestra vacía sociedad Occidental.

Finalmente, lo más bello y “romántico" de todo este asunto es que, aun con la presencia de muchos Ospina o sin la existencia de ellos, nuestro avance como humanidad no se va a detener y ese asombroso deleite que ofrece la realidad persistirá para aquellos dispuestos a admirarla sin el oscuro velo del misticismo.