Con su fatídica búsqueda por la Verdad, su rebeldía ante la autoridad y su negación a permanecer en perpetua ignorancia, la memoria de Eva podrá colocarse en un privilegiado lugar entre Sócrates y Prometeo.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
«Al principio, Dios creó el cielo y la tierra. La
tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de
Dios se cernía sobre las aguas. Entonces Dios dijo: «Que exista la luz». Y la
luz existió.» (Génesis
1:1 – 1:3)
Con estas
palabras se inicia el libro de mitología más vendido en el mundo. Pero a pesar
de la tentación por satirizar a la Biblia, es menester comprender que todas las
sociedades primitivas tuvieron su acervo de mitos y leyendas para explicar el origen
del Universo, de la vida en la Tierra y del orden social. Desde una perspectiva
contemporánea, todas estas historias son igualmente ridículas.
De hecho, el Génesis
judeo-cristiano no hace más que presentar la cosmovisión de un grupo de
pastores confundidos que intentaban comprender su lugar en el mundo. Y aunque estuvieron
en boga durante siglos (so pena de acabar en las mazmorras de la Inquisición),
actualmente son pocos quienes ven con seriedad las fábulas que se incluyen en
el Antiguo Testamento.
No obstante su
aparente inocuidad, el Génesis no es un texto benévolo. Si los mitos sirvieron
durante siglos para establecer el orden y las jerarquías en la sociedad, es entonces
esta fábula la responsable de colocar a la mujer en su inferioridad perpetua ante
el hombre.
Sumado a esto,
no hay duda de que Eva es uno de los personajes más incomprendidos y repudiados
en la literatura. Por esta razón, es necesario rescatar su honor para lograr dar
fin a las severas distorsiones que emanan del Génesis.
Desde su
entrada en escena, Eva es presentada como un ser inferior. Si en los primeros
seis días dios creó al Universo y a todo ser viviente -incluyendo al hombre-, no
sorprende que su única omisión fue la creación de la mujer.
Eva llegará
después y sólo como un sobrante del cuerpo de Adán, pues su creación se dará a
partir de una insignificante costilla.
Más allá de su
bajísima condición social por nacimiento, la tragedia apenas comienza para Eva.
En uno de los pasajes más infames, la Biblia procede a presentar a la mujer
como la fuente de toda desgracia para la humanidad.
Habiendo dios
prohibido enfáticamente comer el fruto del Árbol del Conocimiento, Eva es tentada
por una serpiente para hacer precisamente esto, bajo la promesa de que obtendría
la sabiduría del bien y el mal. La pérfida mujer prosigue a tentar al hombre
para que él también coma del fruto. Las consecuencias serán la expulsión del
Paraíso y la muerte.
Con el desafío
a la eterna ignorancia impuesta por dios, se redacta entonces la sentencia final.
En las palabras de una deidad iracunda, la condena para la mujer es la
siguiente: «Multiplicaré los sufrimientos
de tus embarazos; darás a luz a tus hijos con dolor. Sentirás atracción por tu
marido, y él te dominará» Sin duda un fallo muy favorable para el hombre, quien
ahora podrá citar a la Biblia para ejercer su control absoluto sobre los deseos
y las acciones de la mujer.
Condenar a Eva
tiene otras consecuencias reales. A diferencia de cualquier personaje literario,
el cristianismo se encargó de transformar a esta mujer en una tergiversada representación
simbólica del género femenino y sus acciones se usarían como falsa radiografía para
intentar comprender los sombríos misterios de este sexo. Incluso hoy, en el
imaginario colectivo se continúa percibiendo a Eva como una mujer traicionera y manipuladora que se dedica a engaña
al hombre.
Sin embargo, es
aquí donde encontramos un error medular de interpretación. Pues falsamente exhibida
como tentadora y perversa –un estigma que perseguirá a toda mujer durante
siglos- el Génesis en verdad nos presenta a Eva como la primera persona ilustrada
de la historia.
Prefiriendo el
conocimiento sobre la obediencia, Eva ejerce la característica intrínseca del
ser humano: la curiosidad por comprender la realidad, la pasión por adquirir
nuevo conocimiento y la necesidad por escapar de una cegadora ignorancia.
Retando incluso
a su propio creador, Eva escoge la filosofía sobre la religión y demanda el
derecho a la libertad de pensamiento. Adán, por el contrario, es un ser
atrasado que se conforma por obedecer fanáticamente y servilmente a su dios.
Aunque parece exagerado
afirmar que este cuento pudiera tener un impacto en una sociedad moderna, es
importante cuestionarnos hasta qué punto las relaciones entre los sexos y el
orden simbólico masculino de nuestra cultura se derivan de las historias
mitológicas del cristianismo. No debemos
olvidar que nuestras construcciones morales tienen profundas raíces en la
tradición judeo-cristiana, como tampoco se puede ignorar que la Iglesia
Católica continua teniendo una fuerte influencia en amplios sectores de la población.
No obstante una exitosa campaña de difamación durante siglos, la memoria y la honra de Eva podrán ahora resurgir victoriosas. Pues si existe un factor positivo en todo el Génesis, es precisamente el ejemplar comportamiento de esta mujer.
Con su fatídica búsqueda de la Verdad, su rebeldía ante la autoridad y su negación a permanecer en perpetua ignorancia, la memoria de Eva podrá colocarse en un privilegiado lugar entre Sócrates y Prometeo.