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27/3/16

EL TRABAJO OS HARÁ LIBRES

Aparentemente inocuo, "haz lo que amas" se ha convertido en el mantra laboral de nuestros tiempos. Pero aunque nos haga sentir bien, la realidad es que esta frase esconde una filosofía sumamente perversa.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¿Quién de ustedes no ha escuchado aquella frase que reza “haz lo que amas”? Hay incluso personas susceptibles a la cursilería que la llevan a un nivel más melcochoso: “¡Haz lo que amas y nunca más tendrás que trabajar en tu vida!”

Aparentemente inocuo, “haz lo que amas” (HLQA) se ha convertido en el mantra laboral de nuestros tiempos. Pero bien lo indica la escritora Miya Tokumitsu, que aunque esta frase nos haga sentir bien, la realidad es que esconde una filosofía sumamente perversa; una filosofía que nos lleva a devaluar el trabajo -y peor aún- a deshumanizar a la mayoría de los trabajadores en el mundo.

Vámonos por partes… En primer lugar, basta con analizar un poco esta idea para percatarnos de que en el centro de HLQA se encuentra una corriente de ese individualismo narcisista que permea a las sociedades modernas.

Aunque esta frase ha existido por algo de tiempo, fue el otrora CEO de Apple, Steve Jobs, quien popularizó HLQA en la cultura contemporánea. En un discurso para la Universidad de Stanford, comentó que “el trabajo es algo que llenará gran parte de tu vida, y la única manera de estar verdaderamente satisfecho es hacer un gran trabajo. Y la única manera de hacer un gran trabajo es hacer lo que amas”.

Bien menciona Tokumitsu que a nadie se le ocurrió cuestionar a Jobs sobre los miles de trabajadores explotados en sus fábricas de China; trabajadores anónimos que finalmente le permitían a este señor “hacer lo que amaba”.


Y es precisamente aquí donde encontramos esa realidad siniestra que esconde HLQA. Porque al tomarla como válida, nos encontramos apoyando de manera implícita a un mundo laboral separado por castas: una donde algunos “iluminados” trabajan en lo que aman (cuestiones intelectuales o creativas), mientras las masas sin rostro se desempeñan en las actividades del submundo, ausentes de ese placer o reconocimiento que debería darles el trabajo.

La orden de HLQA nos lleva a ensimismarnos en un narcisismo por el trabajo propio, olvidando por completo las condiciones laborales de la mayoría de las personas en el mundo: aquellas que con su trabajo hacen posible el funcionamiento básico de una sociedad.

Tokumitsu lo explica: “Si trabajar en Silicon Valley, como publicista de un museo, o en un think-tank es esencial para poder desarrollarnos –o mejor dicho, para poder amarnos a nosotros mismos- ¿Qué pensaremos sobre la vida interna y las aspiraciones de aquellos que limpian cuartos de hotel o acomodan cajas en una bodega?” La respuesta: absolutamente nada.

La filosofía de HLQA termina por afligir también a aquellos que tienen un trabajo que “aman”. Pues es la creencia de estar recibiendo una gratificación inmaterial por su esfuerzo, que el trabajador se vuelve susceptible a todo tipo de explotación y vejaciones laborales. En palabras de Tokumitsu: “nada hace más fácil que los trabajadores acepten la explotación laboral que convenciéndolos de que están haciendo lo que aman”.

En todo este embrollo, debemos recordar que nuestro trabajo responde a una necesidad del mercado, y no necesariamente a un ejercicio de superación personal. Porque de seguir pensando así, seremos víctimas de la misma lógica perversa que llevó a los alemanes a prometerles a sus prisiones que -de trabajar obedientemente- el “trabajo los liberaría”.

¡Faltaba más!

Este texto se publicó originalmente en Vértigo

15/3/16

AS TIME GOES BY...

Si el "tiempo es dinero" como dicen algunas personas, entonces la humanidad ha estado cometiendo el peor robo contra las mujeres. Por siglos les hemos robado su tiempo.

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¿Quién de ustedes nunca quiso tener algún súper poder? Yo apostaría a que todos han fantaseado en algún momento con poder volar, ser invisibles, o tener visión de rayos X.

Pero quizá la respuesta más interesante a esta pregunta la dieron Bill Gates y su esposa Melinda hace un par de semanas, cuando jóvenes preparatorianos los cuestionaron sobre su poder preferido. ¿Sus respuestas?: tener más tiempo y crear más energía.

Quisiera concentrarme en la respuesta de Melinda, porque aún cuando la escasez de energía eléctrica es un problema que afecta a millones de personas, la escasez de tiempo me parece una realidad más perversa.

¿A qué se refiere Melinda con la falta de tiempo? Pues como explica en la Carta Anual de su fundación, la falta de tiempo significa cosas distintas dependiendo de tu género y tu condición socioeconómica.

Porque es un hecho que en todo el mundo, la manera en la que hombres y mujeres invierten su tiempo está completamente desbalanceada. Mientras los hombres pasan más tiempo trabajando por dinero, las mujeres cargan desproporcionalmente con el trabajo no remunerado. De acuerdo la OCDE (en su estudio “Employment: Time spent in paid and unpaid work”) a nivel mundial las mujeres invierten un promedio de 4.5 horas al día en trabajo sin remuneración (más que el doble que los hombres), que incluye toda clase de actividades consideradas “domésticas”, como comprar comida, cuidar hijos o limpiar la casa. 

Salvador Dali - The Persistance of Memory; via dalipaintings.net

Aquí en México utilizamos un torpe eufemismo para hablar de este trabajo sin paga: “los quehaceres”. Pero no nos hagamos idiotas, señores: ¡Trabajo no pagado sigue siendo trabajo! Lo peor es que pocos cuestionan que estos labores sean “obligaciones” predominantemente femeninas. Pues mientras los hombres mexicanos realizan diariamente casi dos horas (112.6 minutos) de “quehaceres”, las mujeres invierten más de seis horas al día (373.3 minutos). Pero esto no significa que las señoras se queden de fodongas el resto del día; pues a estas seis horas hay que sumarle las cuatro horas en promedio de trabajo que también realizan las mujeres para ganar dinero.

Es obvio que alguien tiene que hacer las actividades del hogar; pero es el desbalance en el tiempo invertido por cada género el que termina por corroer la vida de las mujeres. Pues con esta falta de tiempo, no sólo se desplaza el tiempo de descanso, de diversión, de reflexión, o de esparcimiento. Entre menos tiempo dispongan las mujeres, se reduce también su posibilidad de trabajar por dinero o  de estudiar una carrera profesional.

Para muchas personas, hoy resulta facilísimo pretender que las mujeres se encuentran suficientemente empoderadas porque pueden trabajar, ocupar altos puestos políticos, o por haber tomado el control de su reproducción. Sin embargo, no podemos ignorar que seguimos robándoles lo más valioso en esta vida: el tiempo.

Fue Benjamín Franklin quien acuñó la frase que domina la cultura norteamericana: “Time is Money”. Pues si en realidad el “tiempo es dinero”, estamos entonces frente al robo más grande de la Historia. Porque como una bola de bandidos, hemos robado durante siglos lo más importante que tienen las mujeres: su tiempo libre; que bien pudieron haber invertido en desarrollarse como profesionistas, en vez de estar lavando calzones sucios.

¡Lo que nos faltaba!

Este texto se publicó originalmente en Vértigo

4/3/16

LOS HOMBRES QUE COMPRARON AL MUNDO

Es indiscutible que Amazon, Apple, Facebook, Google y Microsoft ahora reinan sobre todo lo que acontece en la tecnología digital; con cada paso que damos en Internet, estaremos traspasando en su territorio.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Prepárense, estimados amigos, para el regreso del sistema feudal. No… no me refiero al tipo de gobierno que dominó por mil años el Medioevo de Europa, sino a un nuevo feudalismo digno del siglo XXI: el feudalismo digital. 

Quizá no hayan caído en cuenta, pero cada día nos acercamos más a ser siervos de uno de los cinco grandes reyes que dominan el mundo digital. Porque es un hecho que casi todas las acciones que realizamos en internet terminan por involucrar a estos titanes que dominan el Olimpo de la World Wide Web. 

Bien lo menciona el periodista Farhad Manjoo, al indicar que algo indiscutible es que Amazon, Apple, Facebook, Google y Microsoft ahora reinan sobre todo lo que acontece en la tecnología digital; y no sólo eso, sino que el poder e influencia que ejercen estas empresas en sus zonas de control se incrementan cada día, asegurando que estos monarcas permanezcan en sus tronos, al menos en el futuro cercano.

Parecería que este laberinto al que hemos ingresado es ahora inescapable. Pues con cualquier paso que damos en el mundo digital, estamos ya traspasando el territorio de una de estas grandes empresas.

Cito nuevamente a Manjoo para explicarme: “Windows sigue siendo el rey de las computadoras de escritorio, Google reina sobre las búsquedas en internet y las nuevas tecnologías, y junto con Apple, Google también controla los sistemas operativos de los teléfonos móviles y las aplicaciones que usamos en ellos; Facebook y Google controlan el negocio de publicidad en Internet; y Amazon, Microsoft y Google controlan la infraestructura que utilizan muchas nuevas empresas para funcionar.” 

"The Tube Train" - Cyril Edward Power ; via arttattler.com

Como dirían en aquella popular serie de comedia “¿Y ahora, quién podrá defendernos?” Pues la realidad es que no es posible visualizar a un héroe que nos salve, porque el tamaño y el poderío de estas empresas evitan el surgimiento de cualquier competencia que pueda ponerlas en jaque. Cada start-up que aparece en el radar, termina por ser devorada por estos gigantes glotones; o simplemente (como sucede con nuevos jugadores como Uber y Netflix), deben de utilizar los servidores que controlan estas empresas. Resulta sorprendente que incluso la CIA y otras dependencias del gobierno norteamericano dependen de Amazon para almacenar su información. ¡Salve, Imperator Bezos!

Para muchos esta realidad es algo imperceptible. Finalmente, a quién fregados le importa que estas corporaciones dominen el internet. ¿Que al final del día no nos dan una enorme cantidad de servicios gratuitos? ¡Faltaba más! 

En este mundo absolutamente nada es gratis; y en el centro de todo este embrollo se esconde una realidad todavía más perversa: que a través de nuestras actividades cotidianas en internet, lo que único que hacemos es alimentar las bases de datos de estas empresas, dando información y regalando nuestra intimidad, todo para hacerle la vida más fácil a quien sea que quiera vendernos algo.

Ahora bien, es sabido que todos los imperios tienden a desaparecer en algún momento de la historia, por lo que habría que preguntarnos si estos nuevos monarcas digitales seguirán el mismo camino. 

Sin embargo, me parece que la pregunta correcta es otra: ¿Queremos realmente que desaparezcan? Porque a como yo veo las cosas, muchos preferirían ser esclavos a perder su acceso a Facebook.

¿Qué opinan, compañeros?

Este texto se publicó originalmente en Vértigo.

20/2/16

ADICTOS AL PECADO

Alcohólicos Anónimos se basa en una corriente ideológica que niega el progreso de la ciencia y la medicina a favor de la culpa y la idea de que todos somos pecadores.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Un aspecto central de todas las religiones monoteístas es la creencia en el pecado. Como cristianos, sabemos que incluso un bebé –sin deberla ni temerla- llega a este mundo como pecador, obligado a encontrar la absolución a como dé lugar.

Podemos estar o no de acuerdo con estos planteamientos, pero aquí no indagaremos en teología. Porque con cualquier cuestión religiosa, el problema no son las creencias personales, sino que éstas suelen traspasar el ámbito privado para invadir esferas más allá de su jurisdicción.

Por desgracia, resulta que este traspapeleo de creencias es muy común,  y uno de los lugares más extraños donde encontramos ideas religiosas extraviadas es en la industria de la rehabilitación.

¿A qué me refiero? Pues como todos lo saben, la práctica estándar para la rehabilitación es recomendar un proceso conocido como los “12 pasos”, creación original de Alcohólicos Anónimos (AA) allá en 1935.

¿De qué trata todo esto? Los 12 pasos son una lista de acciones para cortar de tajo una adicción y resurgir a una nueva vida libre de vicios. ¿Suena bien, verdad? ¡Para nada!

Marcelle Lender Dancing in the Bolero in Chilperic; via WikiArt

De entrada debemos aclarar que las adicciones son una cuestión estrictamente médica. Lejos han quedado los días cuando surgió AA, donde el conocimiento sobre el cerebro estaba en pañales. Ahora, todo médico que se respete sabe que las adicciones son enfermedades neuronales y deben tratarse como al resto de los trastornos físicos o psicológicos. 

Es por esto que resulta curioso que los 12 pasos sigan siendo el método prevaleciente para la rehabilitación. Porque no estamos hablando de un tratamiento científico, sino de un instructivo basado en religión y fuerza de voluntad. ¿Así queremos tratar algo tan delicado y trágico como la adicción? ¡Faltaba más!

Para empezar, cinco de los doce pasos en la lista hacen referencia directa a Dios; obligando a las personas a entregar su voluntad a un “Poder Superior”, o peor aún (como indica el paso seis) estar dispuesto “a dejar que Dios los libre de todos los defectos de carácter”. 

¿Pero qué es esto? ¿En verdad podemos decir que los adictos son personas con defectos de carácter? ¡Totalmente absurdo! Si hablamos de una enfermedad, sería tan absurdo como catalogar de “débiles” a quienes padecen cáncer o diabetes.

Y aquí está el mayor peligro de los 12 pasos. Porque al hablar de la adicción como una falla moral, hemos evitado que miles de personas conozcan y utilicen medicamentos que eliminan su condición de adictos. Porque quizá no lo sepan, pero la medicina lleva décadas ofreciendo múltiples medicamentos para tratar adicciones: medicinas que atacan directamente el ansia por consumir ciertas sustancias, o que neutralizan los receptores de placer en el cerebro, evitando el rush que sentimos al consumir ciertas drogas.  Si esto es una realidad, ¿por qué seguir rendidos ante un Poder Superior? ¡Vaya usted a saber!

Lo que me parece cierto es que AA sigue la misma línea religiosa de la que hablamos anteriormente: donde las personas “pecadoras” deben encontrar la absolución a través de la oración y el sacrificio.
Por fortuna, la ciencia nos da una salida. Y parecería que en este siglo XXI, todas las adicciones pueden curarse con tomar una simple pastilla, y en una de esas, pronto sucederá lo mismo con todos nuestros pecados.

¿Qué opinan, compañeros?

Texto publicado originalmente en Vértigo.

2/2/16

ALIVIO DE LUTO

La idea de la muerte -y los rituales en torno a ella- han sufrido enormes transformaciones en las últimas décadas, llegando ahora al mundo digital.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¿Quién de aquí recuerda a Bernarda Alba, aquella anciana amargada de la que escribió García Lorca? Por años, su historia me dejó con sentimientos encontrados, evitando poder sacudirme del todo el implacable calor que descendía sobre su casa y definía el tortuoso encierro de ella y sus hijas.

¿Y a qué viene al caso Bernarda?, preguntarán. Pues la saco del olvido porque al releer la obra de Lorca, encontré un detalle que pasé por alto anteriormente: que la maldita señora no sólo encierra a sus hijas, ¡sino que el encierro debe durar casi una década! Así lo dice ella en la obra: “En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas”.

¿Pueden imaginar un encierro de ocho años por el luto de algún familiar? ¡Faltaba más! 

Porque actualmente pensar como Bernarda es a toda luz irracional, y seguramente atropelle varios derechos humanos: es obvio que en las últimas décadas, la idea de la muerte –y los rituales en torno a ella- han sufrido grandes transformaciones. 

Los sociólogos William Wood y John Williamson explican que en los países desarrollados –y yo incluiría a las ciudades de México- el asunto de morir y ser velado se ha convertido en algo privado, incluso con aspectos burocráticos. La muerte aparece hoy tras puertas cerradas, en las salas de hospitales o una casa funeraria. Y aunque mantenga algunos aspectos sociales, lejos han quedado los eventos comunitarios que marcaban a la España de Lorca o el México agrario.

Pero al analizar nuestra vida contemporánea, podemos ver que la muerte está teniendo un regreso inesperado al espacio público. Sólo que ya no hablamos de ceremonias fúnebres en las plazas o callejones; el luto es ahora un ritual que se desarrolla en las plataformas digitales.

Jean-Léon Gérôme - The Duel After the Masquerade; via Wikimedia

Pensemos en la muerte del legendario David Bowie. Horas después de la fatídica noticia, miles de personas se convirtieron en altares digitales como parte de un luto masificado: admiradores, fanáticos y uno que otro metiche se volcaron para rendir tributo y expresar condolencias, haciendo de las redes sociales un evento funerario donde todos podían participar y compartir.

Aunque mucho de esto responda a actitudes fantoches, ejemplos de emocionalidad genuina también existen cuando fallece una persona común –digamos un amigo o familiar-. De pronto, las redes sociales se vuelven espacios de remembranza, y obituarios aparecen en nuestras redes sociales, ahí a un lado de los memes o las noticias del Medio Oriente.

Tener la posibilidad de compartir noticias fúnebres con el mundo entero no significa que debamos hacerlo. Aún así, la tentación existe, y esto quizá responda a algo más profundo. Porque compartir la muerte con amigos y desconocidos puede ayudarnos a hacer más llevadera una pérdida; a ver la muerte de forma menos opresiva, o incluso ayudarnos a cambiar un paradigma de tristeza por uno de comunión. Claro está que también es posible que al publicitar digitalmente la muerte de alguien, le restemos toda solemnidad y decoro al asunto.

Son cuestiones complejas. Pero algo indiscutible es que si tenemos que elegir entre un mundo de cementerios digitales o uno de encarcelamiento por un luto, me queda claro que Bernarda y su gente pueden irse a la fregada.

¿Qué opinan, compañeros?

Este texto se publicó originalmente en Vértigo.

19/1/16

PAINT IT BLACK

El pesimismo defensivo involucra tener bajas expectativas de la realidad; imaginar siempre los peores escenarios; pero también considerar y resolver todo lo que pueda salir mal.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

El filósofo Roger Scruton indicó que para las personas optimistas la esperanza suele ser más importante que la verdad. Los optimistas avanzan hacia el futuro con un sentido de propósito –dice él- y evitan opiniones disidentes que puedan arruinarles su ciega ilusión por el porvenir. 

Si el optimismo es la mentalidad preferida por la sociedad como argumenta Scruton, el pesimismo suele ser una forma de pensar vapuleada o incluso proscrita por las personas: nadie quiere tener a su alrededor amigos pesimistas que les agüen sus ánimos, mucho menos al inicio de un nuevo año. 

Pero es justo ahora cuando debemos abandonar ese optimismo ciego y comportarnos como personas realistas, mucho más cuando hablamos de un hecho indiscutible: que pocos de nosotros vamos a cumplir con nuestros propósitos de año nuevo.

Porque bien lo dijo el comediante John Oliver: los propósitos de año nuevo son el punto medio entre mentirnos a nosotros mismos y mentirle a otras personas. Y si somos honestos, aceptaremos que incluso si iniciamos el año con grandes expectativas, seguramente terminaremos algo decepcionados.

Es por esto que quiero ir en contra del optimismo generalizado que abunda en estas fechas y recomendarles una nueva estrategia para no caer en los desfiladeros de las promesas incumplibles: el pesimismo defensivo. 

Jackson Pollock - Autumn Rythm

¿De qué trata esta idea? Pues de acuerdo con Julie Norem, profesora de sicología en el Wellesley College y creadora de este concepto, el pesimismo defensivo es una estrategia que involucra tener bajas expectativas de la realidad e imaginar siempre el peor de los escenarios. Sin embargo, esto no significa que el pesimismo defensivo sea una mentalidad catastrofista, pues cada vez que imaginemos una situación negativa, también debemos considerar de manera vívida y concreta cada una de las cosas que puedan salir mal. Sólo así podremos prepararnos y tomar acciones para prevenir el fracaso.

Les comparto un ejemplo real. Yo estoy pensando en ahorrar una cantidad importante de dinero para viajar a La Habana en los próximos meses. Sin embargo, esto será muy complicado ya que suelo dilapidar mis finanzas en parrandas y alcohol. ¿Voy a dejar de tomar alcohol en este 2016? ¡Faltaba más!

Así que comienzo con bajas expectativas, pero prosigo a realizar una lista de todos los elementos que me ayuden a prevenir el fracaso: podría separar de antemano el dinero exacto para gastar en vino tinto y whisky con soda; evitar llevar mi tarjeta de crédito a las cantinas, o incluso optar por licores más económicos a los que comúnmente consumo. Acepto que tengo poca fuerza de voluntad para dejar el alcohol, pero hago todo lo posible por reducir las consecuencias que este comportamiento tienen en mis finanzas.

Porque nadie podría negar que una mentalidad optimista generalmente nos lleva a sentirnos bien con nosotros mismos. Pero pretender que el nuevo año será uno repleto de éxitos y triunfos es una mentalidad muy cándida, al igual que suponer que nuestra fuerza de voluntad es suficiente para lograr todas las cosas que nos proponemos. 

Es por esto que una sana dosis de pesimismo defensivo es la mejor medicina para iniciar el año nuevo: pues así podemos prevenir todos los peligros en el camino y no dirigirnos como esos sonrientes optimistas hacia el barranco del fracaso y el desengaño. 


Este texto se publicó originalmente en Vértigo

6/1/16

HUMANO, DEMASIADO HUMANO...

¿Si las personas se la pasan buscando mayoritariamente pornografía en Internet, para qué celebrar tanto el aumento en el acceso a esta gran herramienta tecnológica?


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

No sé si ustedes se enteraron, pero este 2015 marcó el momento cuando por primera vez en México, más de la mitad de la población tuvo acceso a Internet. Esto es un triunfo inmenso, quizás a la altura de la alfabetización masiva o el acceso a la salud alcanzado en el siglo pasado.

Porque nadie puede negarlo: el Internet es por mucho el invento más extraordinario e importante de la especie humana. Sería inútil enumerar aquí las razones de por qué esto es verdad, y seguro ustedes las conocen. Pero basta con decir que es tan útil y necesario en la vida contemporánea, que algunos países han hecho del acceso a Internet parte de los derechos humanos.

Sin embargo, basta con echar un breve vistazo al panorama digital para darse cuenta que aquí en nuestro México las cosas no van tan bien. Y es que la población mexicana parece no estar aprovechando al máximo esta herramienta revolucionaria. Les propongo algo: pasen un par de minutos en cualquiera de las redes sociales para darse cuenta cómo todos parecen estar obsesionada con bebés, memes de John Travolta, videos de gatos que hacen tonterías, o fotos cachorros bonitos.

¿Qué diablos significa todo esto? ¿Cómo es posible que teniendo frente a nosotros la herramienta tecnológica más impresionante de la historia, hayamos terminado en este nivel tan bajo?

Es por esto que decidí llegar al fondo de este asunto, e intentar responder la pregunta más importante: ¿Qué uso le están dando realmente los mexicanos al Internet?

Para resolver este embrollo, les propongo un experimento sencillo: un juego que demuestra el pavoroso estado al que hemos llegado como sociedad digital. Y no se preocupen, es un juego que pueden jugar en familia y seguramente los mantendrá cautivados por muchos minutos en estas vacaciones.


¿De qué trata el juego? Pues las reglas son muy simples: basta con acceder a la página de Google Trends, elegir a “México” como país de análisis y teclear la palabra “porno”. Aquí podrás ver cuántas veces se ha buscado este término en Google durante diversos periodos de tiempo: hay que elegir “últimos 12 meses”. El juego entonces es muy fácil: todos los participantes deben proponer una palabra que compita contra “porno”, y el que encuentre alguna que lo supere en búsquedas… ¡gana un premio!

Hasta el momento, yo sólo he encontrados tres palabras ganadoras: “Facebook”, “Youtube” y por alguna extraña razón, “Google”, o sea que hay gente que entra a Google para buscar “Google” (cada quien sus locuras).

Ahora bien, no quiero que me malinterpreten, pues aquí no pretendo ser mojigato ni moralista. Nada tiene de malo utilizar Internet para darse una escapada pornográfica de vez en cuando. Pero por bondad, señores: ¡hay que balancear! Porque con los resultados que nos arroja Google Trends, parece que somos una sociedad ultra sexualizada, con una fijación total los videos XXX. ¡Vamos muy mal! 

Así que sólo queda preguntar: ¿Si la gente se la pasa buscando mayoritariamente pornografía, para qué celebrar tanto el aumento del acceso a Internet? 

¡Pues no lo sé! Por ahora, lo único que queda es esperar a que el año 2016 nos arroje mejores resultados. 

Eso sí, creo que ya nadie se puede hacer el tonto: ya todos sabemos lo que millones de mexicanos andan buscando en Internet a altas horas de la noche.

¡Feliz inicio de año, compañeros!

Texto publicado originalmente en Vértigo

21/12/15

ALTA SUCIEDAD

El mayor peligro de las palabras es su capacidad para engañarnos; confundirnos cuando aparecen como mensajes vacíos, pero que la mente interpreta como correctos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¿No les parece extraño el poder de las palabras? Cómo algo tan etéreo como la combinación particular de vocales y consonantes puede terminar por ofendernos o inspirarnos.

El escritor Toño Malpica calificó a las palabras como “la noche más oscura, la más profunda tiniebla, el mayor terror de todos”; y antes que él, el premio Nobel de literatura, Rudyard Kipling, habló de las palabras como “la droga más poderosa de la humanidad”. Porque claro, fuimos nosotros quienes las inventamos, pero de pronto, parece que nos convertimos en esclavos de nuestras propias creaciones: capaces de aterrorizarnos o narcotizarnos.

Más allá de esto, creo que el mayor peligro de las palabras es su capacidad para engañarnos; confundirnos cuando aparecen como mensajes vacíos, pero que la mente interpreta como correctos y profundos. 

Este particular rasgo apareció recientemente en dos ocasiones, cada una con su diverso grado de perversidad. 

Por el lado lúdico-perverso está el reciente estudio "Acerca de la recepción y detección de la charlatanería pseudoprofunda", donde se demostró que una cuarta parte de las 280 personas analizadas calificaron como “profundas” ciertas frases que no tenían sentido alguno. Por ejemplo: “la naturaleza es un ecosistema auto-regulado de conciencia” o “la totalidad aquieta fenómenos infinitos”. Absolutas tonterías que fueron generadas digitalmente por un programa que apunta a los resultados desde su nombre: “The New Age Bullshit Generator”.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando el mensaje que recibimos tiene consecuencias graves? Pues es aquí donde entramos al lado más perverso de las palabras: cuando la droga que nos administran nos transforma en seres agresivos. 



Entra al escenario Donald Trump, un gran charlatán que ha hecho de las palabras la base de su campaña por la Casa Blanca. Como bien lo indica The New York Times, es a través del “poder oscuro” de sus palabras que Trump ha cautivado a audiencias enteras. El problema es que gran parte de su mensaje es basura tóxica.

¿Cómo lo sabemos? Pues la amable gente del Times se dio a la tarea de analizar cada comentario que Trump pronunció en público durante la primera semana de diciembre –un total de 95,000 palabras- y descubrió un turbio laberinto digno de los demagogos del siglo XX.

El discurso de Trump se basa en la repetición de frases divisorias, palabras burdas e imágenes violentas. Tiene un hábito de usar el “tú” y el “nosotros” cuando denuncia a “ellos” y a los “otros”, que representan peligros reales o imaginarios. Utiliza su retórica para erosionar la confianza en datos y números; insulta y ataca a sus contrincantes: todo esto mientras se muestra a sí mismo como víctima de los medios. Y mientras los otros candidatos apuntan al patriotismo o las pasiones compartidas, Trump crea vínculos con la ansiedad y los miedos del electorado. Al final, no ofrece estrategias reales para solucionar las cosas, sólo exige la confianza absoluta en su proyecto y en su personalidad.

Queda claro que las palabras pueden ser peligrosas: pero una cosa es dejarnos engañar por tonterías pseudocientíficas y otra es caer en el estupor del opio de la demagogia. Pues es aquí, en el discurso de la división y el odio, cuando nos adentramos en la noche más oscura, en la más profunda tiniebla. 

¡Aguas, compañeros!

Este texto se publicó originalmente en Vértigo.

30/11/15

STAIRWAY TO HEAVEN

Todo parece indicar que la civilización humana no va tan mal como creíamos; esto de acuerdo a los argumentos de Steven Pinker.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¿Es usted optimista o pesimista sobre el futuro de la humanidad? Yo, debo aceptar, perdí hace tiempo la esperanza por el porvenir de nuestra especie: suelo ser optimista en lo personal, pero no por el futuro colectivo.

Esto no se gana gratis. Diariamente, los medios de comunicación ofrecen panoramas terribles donde el mundo parece carcomerse en violencia, corrupción, misoginia, superstición y barbarie. ¿Cómo carajos ser optimistas?

Por esto llamó mi atención el reciente debate organizado por Munk Debates. La controversia era muy clara: “Que se compruebe que los mejores días de la humanidad están por llegar…”A favor de la moción estaba el afamado científico Steven Pinker, quien expuso un caso sumamente sólido que merece transcribirse en parte:

• Esperanza de vida: Hace un siglo y medio, la esperanza de vida era de 30 años; hoy vivimos 70 años en promedio y la cifra sigue avanzando.

• Salud: Hemos logrado grandes avances en medicina y erradicación de epidemias. En Wikipedia, conceptos como “viruela” están escritos en pretérito: “La viruela fue una enfermedad infecciosa…”. Lo mismo pasará pronto con el polio, la malaria, la rubéola, etcétera...

• Prosperidad: Hace 200 años, el 85% de la población vivía en extrema pobreza; hoy la cifra es 10%, y la ONU dice que para el 2030 podríamos erradicarla.

• Paz: La guerra entre naciones poderosas se ha vuelto inexistente. Los países desarrollados llevan 70 años sin luchar entre ellos. Las guerras civiles existen, pero son más escazas y menos violentas. Si las cifras de muertes eran de 300 por cada 100,000 habitantes en la Segunda Guerra Mundial, hoy son de 0.2 por cada 100,000.

• Seguridad: Las estadísticas de crímenes violentos se desploman en todo el mundo; y es posible que en 30 años se reduzcan a la mitad de las cifras actuales.

• Libertad: El Índice de Democracia Global se encuentra en su nivel más alto. Actualmente, el 60% de la humanidad vive en sociedades abiertas: el mayor porcentaje en la historia.

• Conocimiento: En 1820, el 17% de la población mundial tenía educación básica; hoy la cifra asciende al 87%, y rápidamente nos acercamos a la cobertura total.

• Derechos Humanos: Gobiernos y ONG han luchado contra el trabajo infantil, el tráfico de personas, la pena de muerte, la violencia contra la mujer... Pronto, estos temas seguirán el camino de los sacrificios humanos, el canibalismo, la esclavitud… 

• Igualdad de Género: Las mujeres hoy tienen más educación, mejores ingresos, más control de su reproducción, y más acceso a puestos de poder e influencia.

• Inteligencia. En todo el mundo, cada década se registra un incremento de tres puntos en el IQ de las personas.


Pinker dice que a excepción de la guerra, ninguno de estos indicadores son proclives a estallar como burbujas caóticas: estas categorías son acumulativas y se sustentan entre ellas. Aún así, advierte que no debemos tener esperanza ciega hacia el futuro, pues aún quedan peligros por resolver. No obstante, entre mayor riqueza e igualdad haya en el mundo, más sencillo será limpiar nuestro ecosistema, evitar guerras estúpidas, y lograr educar, sanar y proteger a los ciudadanos.

Debo aceptar que no dejaré de ser un amargado en esta vida, pero reconozco que el señor Pinker tienen un excelente punto: la verdad es que no vamos tan mal como creímos.



Este artículo fue publicado originalmente en Vértigo.

26/11/15

WE ARE THE CHAMPIONS

México parece ser campeón en las peores cosas; pero lo más terrible es nuestro segundo campeonato seguido en el número de adolescentes embarazadas.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

No existe duda que uno de los mayores triunfos del movimiento feminista en particular -y del progreso humano en general- haya sido el invento de la píldora anticonceptiva. 

Con su entrada al mercado hace 55 años, la píldora prometía una nueva era para las mujeres, en donde podrían ser libres de ejercer su sexualidad responsablemente; de forjar su propio futuro sin temor a embarazarse; y en donde un proyecto de familia pudiera aplazarse de manera controlada y sin caer en los infiernos de tener a un chamaco cuando no se planea. Para México, más honroso todavía resultaba que un compatriota nuestro, el químico Luis Ernesto Miramontes, haya sido la mente maestra detrás de este descubrimiento médico.  

¡Ah, si tan sólo la realidad no fuera tan necia, y permitiera ser reales a nuestros paraísos imaginados! Porque medio siglo después de la llegada de la píldora, nuestro país se encuentra aún muy alejado de esa utopía humanista. 

¿Por qué tanto pesimismo? Pues basta con ver la realidad reflejada en el último informe de la OCDE titulado “¿Cómo va la vida?” (La respuesta a esa pregunta para México sería: va muy mal) 

Porque más allá de que seamos el primer lugar en obesidad, el primer lugar en agresión y robos, o tengamos los peores salarios de la OCDE; ostentamos también otro deshonroso primer puesto que es indudablemente uno de los más graves: la mayor tasa de embarazos entre adolescentes.

Lo interesante es que la mayoría de nuestros rivales de la OCDE ni siquiera se acercan a nuestras cifras (excepto Chile). Esto nos ha permitido mantenernos como campeones indiscutibles de embarazos adolescentes por dos años consecutivos. Y si consideramos las cifras del 2014, este primer lugar se traduce a medio millón de embarazos adolescentes al año; mil 252 partos por día; o un embarazo no deseado cada minuto. ¡Viva México campeón!


A diferencia de los otros terribles indicadores de la OCDE, los embarazos adolescentes son probablemente los más trágicos para una sociedad. Porque el daño colateral se desborda a múltiples esferas: desde un incremento en las tensiones familiares, hasta la falta de educación y oportunidades para el muchacho que nacerá en nueve meses.

¿Y qué diablos está sucediendo en México? Pues es indudable que los embarazos adolescentes son consecuencia de múltiples variables: desde la marginación, desinformación, pobreza, machismo y otros tantos etcéteras. No es casualidad que los estados con mayores cifras en este rubro sean Chiapas, Oaxaca y Guerrero. Pero un segundo grupo de estados con alta incidencia de embarazos no deseados (Guanajuato, Puebla y Aguascalientes) apuntan a quien yo considero otro sospechoso común: la arraigada religiosidad en nuestra sociedad.

Hace apenas unos días, el Sínodo de Obispos reunidos en el Vaticano se rehusó a realizar cambios a su postura sobre el uso de anticonceptivos: toda relación sexual deberá estar abierta a la vida. ¿Pues así cómo, señores?

Es irrefutable que en cualquier sociedad del mundo, una mujer sólo podrá empoderarse si cuenta con seguridad económica y el control absoluto de su sexualidad y reproducción. Pero en el caso de México, parece que seguimos todavía tan cerca de Dios y tan lejos de Luis Miramontes. Sigamos así, y ya tendremos en el 2016 nuestro tercer campeonato en la OCDE.

¡Ánimo, señores!

Este artículo fue publicado originalmente en Vértigo.

19/11/15

EL DICTADOR SÍ TIENE QUIEN LE ESCRIBA

El tirano del siglo XXI no requiere de monumentales campañas de propaganda para crear realidades alternativas. Basta con crear un estado de desinformación masiva para paralizar a la sociedad. ¿Para qué luchar contra la era de la información si puedes usarla a tu favor?



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Al hablar de los dictadores del pasado, es fácil dejarnos llevar por las grandes monstruosidades del siglo XX: Stalin mandó al Gulag a millones de sus compatriotas; Hitler se regodeaba pensando en la Solución Final; Mao envío al camposanto a enormes secciones de su población; mientras que Pol Pot enterró al 25 por ciento de su gente buscando la utopía socialista. ¡Faltaba más!

Una característica que definía a estos regímenes era su fascinación por imponer grandes narrativas ideológicas a sus ciudadanos. Todos los sociópatas mencionados -y otros tantos que siguieron su ejemplo- buscaban un mundo nuevo basado en la estrafalaria ideología que trajeran en boga en ese momento. Eso sí, para crear esa realidad ilusoria, se requería de una enorme maquinaria de propaganda y censura, así como un aparato de persecución para aplacar a disidentes que quisieran pasarse de listos. Nada bueno resultó jamás de esto…

Hoy el mundo es distinto al de aquellos tiempos, y ahora encontramos a una nueva camada de tiranillos que poco tienen que ver con sus antecesores. Todavía sobreviven algunos ejemplos del dictador-genocida (te estamos viendo Corea del Norte y Siria) pero la realidad es que nuestros tiranos contemporáneos son mucho menos sanguinarios, aunque sí más astutos para controlar a sus pueblos.

A diferencia de los antiguos dictadores, los tiranos de hoy han tomado el arma más poderosa de las democracias liberales –la masificación de la información- y la han usado a su favor. Con la libre circulación de opiniones en Internet y el poder de las redes sociales, el tirano del siglo XXI no requiere de monumentales campañas de propaganda para crear realidades alternativas. Basta con desplegar una simple estrategia para lograr esto: crear un estado de desinformación masiva que confunda y paralice a la sociedad.


Tomemos el caso de Rusia, gobernada por el régimen neozarista de Vladimir Putin. Aquí, los medios han creado un mundo distópico donde Europa y Estados Unidos conspiran activamente para desestabilizar a su inocente país; y en donde la invasión de Crimea fue un triunfo anti-imperialista y no un atropello a la diplomacia internacional. El periodista Peter Pomerantsev menciona que para los ciudadanos rusos, la exposición simultánea a medios europeos y a los mensajes del Kremlin los han llevado al borde de la esquizofrenia. ¿El resultado? Una incomprensión absoluta de la realidad que los rodea.

Cosa similar sucede en China o Venezuela, donde el gobierno permite la disidencia en redes sociales, sólo para detectar a posibles líderes “revoltosos” y después arrestarlos. ¿Para qué luchar contra la era de la información si puedes usarla a tu favor?

Esto apunta a un escenario terrible, resumido por el analista Vassily Gatov: si la batalla más grande del siglo XX fue contra la censura y en pro de la libertad de información, la batalla del presente será contra el uso de información como arma de los regímenes autoritarios.

La solución a todo este embrollo es muy complicada. Pero un inicio sería comenzar por analizar nuestro propio comportamiento en Internet. Porque muchas veces, no necesitamos a un tirano que nos engañe y nos confunda: solemos hacer esto nosotros mismos, al inundar cada día a nuestras mentes con información ridícula, tonta o llanamente inútil.

¿A poco no?


Este artículo se publicó originalmente en Vértigo

18/11/15

¡EL ATAQUE DE LOS PERRHIJOS!

Seguro que a muchos animal-lovers no les gustará que critiquen a sus perros mimados, pero creo que debemos aceptar que algunos sectores de la sociedad han transformado a sus mascotas en fetiches y objetos de culto.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Un fantasma recorre La Condesa: ¡el fantasma de la mataperros! Seguro que todos ustedes han seguido aunque sea en parte este thriller policiaco que se desarrolla en las proximidades del Parque México. Para algunos, éste se ha convertido en el crimen del siglo, y la presunta “mataperros” –esa misteriosa anciana que ponía fin a la vida de los canes con raticida– es ahora considerada “enemigo público número uno” por muchos capitalinos.

Más allá de que la mataperros nos ofrezca un delicioso platillo de morbo y surrealismo mexicano, esta historia periodística sirve como puente para adentrarnos en una característica que ha surgido en los últimos años en la sociedad mexicana.

Estoy de acuerdo en que es terrible la muerte de unos pobres perros que ni la debían ni la temían, pero la extensa cobertura que se le ha dado al tema, aunada a la reacción pública ante este crimen, nos permite analizar esa terrible obsesión –por no decir fanatismo– que las personas han desarrollado hacia los animales y en especial hacia sus mascotas.

Antes de seguir, debe quedar claro que jamás seré partidario del maltrato animal ni aplaudo ningún acto de violencia contra los animales (excepto algunos insectos: ¡les hablo a ustedes, pinches cucarachas y zancudos!). Pero es necesario reconocer que la fijación que existe hacia las mascotas hoy en día se ha salido completamente de control. Ha llegado a un punto que sobrepasa lo excesivo para llegar a lo ridículo.

Consideremos algunos datos: En Estados Unidos, los gringos gastarán en este 2015 un total de 60 mil millones de dólares en productos y servicios para sus mascotas. No sólo eso, la National Retail Federation calculó que los yankees desembolsan cada año más de 350 millones de dólares para –fíjese nada más– ¡comprar disfraces de Halloween para sus mascotas!

En México no nos quedamos muy atrás. Los últimos datos indican que el dueño de una mascota invierte en promedio más de 1,400 pesos al mes en sus animales. Mucho de este dinero va a comprar comida y en servicios veterinarios, algo que me parece bastante bien. Pero al igual que los disfraces que compran los norteamericanos, aquí en México también somos proclives a cometer toda clase de excesos con nuestras mascotas.


Yo tuve muchos perros durante mi infancia, y quizá el mayor lujo que tuvo ese animal (más allá del amor y el cariño) fue un suéter para no pasar frío en los crudos inviernos regiomontanos. ¿Pero manicure? ¿Fiesta de cumpleaños? ¿Menú especial con postre? ¿Masajes en un spa? ¡Hágame usted el rechingado favor!

Seguro que a muchos animal-lovers no les gustará que critiquen a sus perros mimados, pero creo que es necesario aceptar que algunos sectores de la sociedad han transformado a las mascotas en objetos de culto. ¿Dónde quedaron aquellos tiempos donde los perros eran sólo perros y los gatos eran simples gatos?

Para muchos, las mascotas se han convertido en su nueva religión: animales que requieren de adoración e idolatría como si se tratara de semidioses o criaturas sagradas. Hay incluso zapatos que puedes comprarle a tu perro, para que tu Schnauzer dandy o el príncipe Pomerano no tenga que pisar el sucio asfalto de la Roma Norte. ¡Lo que nos faltaba!

Estas actitudes responden a un incremento de la clase media y media alta en México con aspiraciones distintas a las de generaciones anteriores. Ahora, los jóvenes adultos prefieren aplazar el momento de tener hijos por diversas razones, sean económicas, personales o profesionales. Y en lugar de hijos, estos yuppies han optado por su equivalente animal: los perrhijos.

Claro… todos quieren tratar bien a sus mascotas y buscan su “felicidad”. Pero como diría Cantinflas: “ahí está el detalle”. Porque no importa cuánto queramos a nuestras mascotas, los perros o los gatos jamás responderán a los conceptos de felicidad que tenemos como Homo sapiens. Te puedo asegurar que tu bellísimo Poodle será igual de feliz con un filete de salmón noruego que con unos pellejos de pollo; y que a tu fascinante Yorkshire Terrier le da lo mismo dormir con sábanas de seda que con una simple jerga: ¡son sólo perros, por bondad!

Cabe aclarar que no pretendo decirles en qué deban gastar su dinero, ni tampoco vengo a sermonear sobre cómo la miseria humana merece más de nuestra atención que unos perros envenenados: cada quien gastará su dinero como mejor le venga en gana, y cada quien se preocupará por la causa que prefiera.

Pero algo sí quiero dejar en claro, y es que debemos poner límites a la obsesión que tenemos por nuestras mascotas. Porque una cosa es que ahora los padres sean esclavos de sus hijos mimados, ¿pero ser esclavo de tu propio perro?

¡Gracias, pero no gracias!


Este artículo se publicó originalmente en Púrpura

5/11/15

Infidelidad y celos: ¡son los genes, estúpido!

La evolución masculina hace a los hombres más proclives a sentir mucho más celos si una mujer nos ha "traicionado" sexualmente, y tendemos a sentir menos daño si se trata de una infidelidad emocional.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Hace un par de días platicaba con mi novia acerca de la infidelidad y los celos. No porque nos encontráramos en alguno de los círculos de ese infierno, sino porque analizábamos cómo ambos géneros perciben de manera distinta estos temas.

Citando la respuesta de un amigo, ella me comentaba que no entendía cómo un hombre puede considerar poco grave que una mujer se metiera en la cama con otra chica. ¿Qué al final no es un acto explícito de infidelidad sexual? La pregunta es relevante porque presenta un panorama interesante sobre las relaciones interpersonales, y en concreto, sobre los actos que pueden desatar celos o ser vistos como una incuestionable puesta de cuernos.

Yo he sido siempre un jacobino cuando se trata de defender la fidelidad. Quizá la infidelidad sea el único tema que he prohibido de manera puntual en una relación, y también una de las cosas que ameritan el rompimiento de cualquier noviazgo.

Sin embargo –y para responder la pregunta planteada, aquella de la “infidelidad lésbica”, por llamarla de alguna forma– debo reconocer que me encuentro en el mismo bando que ese anónimo amigo de mi novia: si me entero de que mi mujer se ha ido con alguna amiga a tener una aventura sexual, estoy seguro de que mi mente no desataría alarmas o comenzaría una guerra fría contra ella.

La diferencia entre la percepción de mi pareja y la mía no es nada extraño; y así como otras tantas cosas que nos perturban y nos causan delirios diariamente, debemos buscar el origen de este embrollo en nuestro pasado genético, o más puntual, en el proceso evolutivo que desemboca en nuestro presente.

Comencemos por los hombres. Durante milenios, los hombres hemos vivido con una terrible paranoia: no saber si nuestros hijos comparten los genes propios. Tanto nos ha perturbado esta cuestión que hemos desarrollado complejos sistemas de opresión para mantener a las mujeres encerradas en casa o censuradas con ridículos hiyabs o nicabs, para evitar así provocar la tentación sexual en otros hombres. Este temor por la incertidumbre genética de nuestros hijos nos genera una paranoia incontrolable: una realidad donde todos los hombre son vistos como rivales en potencia que podrían truncar la transmisión de nuestros genes. De ahí que un acto de infidelidad sexual de la mujer pueda terminar contigo manteniendo (o peor aún… heredando tu fortuna) a un hijo bastardo que no comparte tu código genético.

A grandes rasgos, esta realidad histórica demuestra porque los hombres hemos evolucionado para sentir muchos más celos si una mujer nos ha “traicionado” sexualmente, y tendemos a sentir menos daños si trata de una infidelidad emocional (esto no significa que seamos inmunes al dolor, así que no se intenten pasar de listas).


Ahora las mujeres… En su caso, la evolución ha tomado un camino distinto al de los hombres. Las mujeres siempre han podido asegurar que el hijo que nacerá les pertenece (las razones son obvias), y por lo tanto, la evolución genética se ha enfocado en asegurar la manutención y la seguridad de ellas y de sus hijos.

En este contexto, una infidelidad emocional puede ser mucho más severa, pues las consecuencias de dejar que otra perra maldita seduzca a tu hombre podrían significar el final de esa seguridad física o material brindada por él.

Ahora bien, ¡tranquilos todos! Estoy seguro de que muchos de ustedes levantarán la voz en protesta, indicando que los hombres ahora cuentan con pruebas de paternidad que resuelven el problema genético; y que las mujeres son independientes y no dependen de un hombre para salir adelante o cuidar de sus hijos. No me queda duda de que ambas cosas sean verdad.

Pero aquí no estoy hablando de racionalizar los celos con nuestra mentalidad del siglo XXI. Porque aunque los roles sociales hayan cambiado, y aún cuando la tecnología nos permita revisar los genes para asegurar la paternidad, nuestro cuerpo (y principalmente nuestro cerebro) siguen cargando con los mismos traumas que la evolución instaló hace millones de años. Un par de décadas no significan nada para el inmenso proceso evolutivo, eso se los aseguro.

Por lo tanto, si buscamos la respuesta al dilema de la “infidelidad lésbica”, podemos ver que para la mente primitiva de un hombre, resulta obvio que al tratarse de una relación sexual con otra mujer, ésta no simboliza ningún peligro para la transmisión de los genes, y por lo tanto, un macho puede lidiar de manera sencilla con la situación.

Así que la próxima vez que sientan celos, no se vayan a traumar. Recuerden que están luchando contra una programación que lleva millones de años desarrollándose. Aunque si de plano su pareja es tan patán que decide ligarse a alguien más, pues entonces basta con mandarlos a la chingada, o como bien diría la encantadora Raffaella Carrà: “Búscate otro más bueno, vuélvete a enamorar”.

¡Faltaba más!


Este texto se publicó originalmente en Púrpura.

26/10/15

EMPATÍA POR EL DIABLO

Existe un gran problema con el recuerdo colectivo. Porque olvidar la historia se ha convertido en la manera más sencilla para evitar los temas que más nos duelen como sociedad.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Al momento de repasar nuestras vidas, seguro hemos entrado a un mundo dantesco de donde surgen recuerdos que mejor deberían ser incinerados en el horno del olvido. En mi adolescencia, hay tantas noches de rocanrol, psicodelia y otros excesos suficientes para llenar una larga lista de infamias que, de ser públicas, seguro mancharían mi apellido para la posteridad.

Retomo el porte y me percato que sólo a partir del análisis crudo de mi pasado es posible encontrar las enseñanzas a las que se refieren los hombres ilustres. Sin historia no hay aprendizaje, y sin aprendizaje ningún tipo de sabiduría o progreso.

Esta misma filosofía debería extenderse a sociedades y a países enteros. Aunque por extrañas razones, encontramos en cambio a un mundo que no sólo evita recordar, sino que se esfuerza por ocultar o maquillar su pasado.

Primer ejemplo: a finales de julio pasado, el tabloide británico The Sun develó un video donde aparece la reina Isabel II y su familia practicando el infame saludo Nazi usado para glorificar a Hitler. La realeza británica no tardó en protestar, abogando que el video data de 1933, cuando la reina tenía apenas 7 años: la chamaca no podía saber lo que hacía. Pero más allá del morbo, lo que este video muestra es a una monarquía británica en buenas relaciones con el nazismo, y nos remite a un momento donde parte de la sociedad inglesa consideraba a las políticas de Hitler como el camino para crear un mejor futuro.


En México, es trillado decir que vivimos en una nación habitada por fantasmas de héroes y villanos: los primeros tallados en bronce y los segundos condenados a la ignominia eterna. Hace apenas un mes, el periodista Sergio Sarmiento criticaba el rechazo generalizado que aún existe hacia Agustín de Iturbide. A dos siglos de distancia, nos sigue causando angustia reconocer a este criollo con pretensiones napoleónicas como nuestro verdadero “padre de la patria”.

El problema es que olvidar la historia se ha convertido en la manera más sencilla para evitar los temas que más nos duelen como sociedad. Y esto no es exclusivo de México, pasa lo mismo con Alemania (el nazismo), Estados Unidos (la esclavitud) y España (el franquismo). 

El escritor Javier Cercas se aventura a una explicación, indicando que cuando el pasado no nos gusta, tendemos a esconderlo o ignorarlo, ya que en realidad la verdad no nos gusta: como sociedad preferimos las mentiras. Sin embargo, agrega el autor español que nuestra ceguera por el pasado “nos deja inermes y del todo vulnerables a la fascinación épica y al idealismo sentimental y embustero de los periódicos, así como a los infatigables vendedores de paraísos”.

Porque destruir la historia, por buena o mala que sea, evita que podamos conocer más de nosotros mismos y aprender del pasado colectivo. Debemos aceptar y reconocer incluso nuestros peores momentos, para saber cómo evitarlos en el futuro. No olvidemos tampoco que muchas ideologías que ahora consideramos indefendibles se encuentran aún entre nosotros, esperando una nueva crisis para salir a presumirnos sus nuevas esvásticas.

No por nada en México hay quien pide el regreso de un “hombre fuerte” para restablecer la paz y el orden. Pero por andar buscando al nuevo Benito Juárez, seguro que terminamos con un Santa Anna o un Echeverría. 

¡Lo que nos faltaba!

Esta columna se publicó originalmente en Vértigo.

20/10/15

APOCALIPSIS AHORA

No hay duda que uno de los aspectos más extraños de nuestra especie -aparentemente racional- es la fijación y el fetichismo que tenemos con la idea del fin del mundo.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Uno de los aspectos más extraños de nuestra especie –aparentemente racional-, es la fijación y el fetichismo que tenemos con la idea del fin del mundo. 

Reconozco que durante siglos, cuando la sociedad aún era supersticiosa y preIlustrada, la noción del fin del mundo pudo estar muy en boga. Imagine por un momento que es usted un campesino en la Europa medieval. Sin el mínimo conocimiento científico de la naturaleza, ¿cómo explicar la peste bubónica, los cometas, los eclipses o una inundación masiva?: todo era señal del fin de los tiempos.

Hoy es fácil reírse de esas cosas y calificarlas de idiotas. Porque claro, ahora vivimos en una civilización avanzada: tenemos Internet, la pastilla anticonceptiva, alfabetismo generalizado; hemos erradicado enfermedades, e incluso observado los rincones más lejanos del Cosmos. Sería impensable que creamos todavía en tonterías similares a las del Medievo.

Tristemente, en pleno siglo XXI seguimos aceptando sin chistar las ideas más absurdas y descabelladas. Y si a estos disparates los condimentamos con el prospecto del fin del mundo, entonces estamos de frente a un gigantesco bestseller, con amplias posibilidades de terminar como multimillonaria producción de Michael Bay.

Ejemplos de nuestras manías colectivas abundan: desde la secta Davidiana en Waco, Texas; la religión-ovni de Heaven’s Gate en California; hasta el terror del año 2000, cuando todos esperamos como tontos el inminente colapso de las computadoras. El caso más reciente de estos atropellos a la razón fue en el 2012, cuando el mundo entero se cautivó por la inevitable destrucción del planeta, ya que así lo habían predicho (ni más ni menos) que los mayas. ¡Hágame usted el recabrón favor!


Esto nos obliga a preguntar de dónde surge nuestra fascinación por ideas apocalípticas; y para responder esto, yo apuntaría al sospechoso habitual de muchas ideas extrañas que aún perduran: las religiones organizadas. Porque desde el Zoroastrismo en Persia hasta las corrientes judeo-cristianas ahora globalizadas, la mayoría de las religiones han tenido una fascinación por el fin de los tiempos; por llegar a esa culminación cósmica donde la luz destruye a la oscuridad; donde la cizaña es lanzada al fuego; donde los elegidos son salvados por un Mesías que regresa a impartir justicia divina. Las variaciones dependen de la sucursal religiosa más cercana.

Si dudan de esta hipótesis, basta mencionar que en el 2013 el Pew Research Center reveló que el 43% de los estadounidenses creían que el mismísimo Jesucristo regresará a la Tierra antes del año 2050, lo que significa la llegada del Juicio Final. ¿Así o más claro, señores?

Ahora bien, yo seré el primero en defender que una sociedad libre, todos tenemos el derecho de creer y pensar lo que nos venga en gana. Pero mientras nos entretenemos con las profecías de Nostradamus o la Virgen de Fátima, nuestro planeta enfrenta verdaderos problemas que podrían convertirse en catástrofe: proliferación nuclear, terrorismo, la destrucción del medio ambiente, el cambio climático, y muchos etcéteras.

Si queremos seguir creyendo ideas absurdas, estoy seguro que nuestro Apocalipsis no llegará en la forma de cataclismo cósmico: será una consecuencia inevitable de nuestra propia estupidez.

Una versión de este texto apareció originalmente en Vértigo.

14/10/15

Breve tratado sobre la menstruación

El rechazo social hacia la menstruación no responde a ningún tipo de lógica, sino a un sistema ideológico apoyado en la opresión masculina y en la estructura patriarcal sobre la cual se funda nuestra sociedad.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¿Cómo hablar de la menstruación sin caer en la ignominia pública? Esa es la pregunta que me ha perseguido en los últimos días, sabiendo que al escribir sobre el tema posiblemente me desplome en los desfiladeros de la ignorancia o la miopía masculina. 

Aún así, la pregunta es relevante: ¿Qué carajos hago escribiendo sobre menstruación, si éste es un tema (aparentemente) exclusivo de los círculos femeninos? 

La realidad es que hablar de la menstruación presenta interesantes aristas que impactan a todo el mundo, y no sólo a la mitad de la población. Y aunque pueda decirse que este tema ni me afecta personalmente ni me incumbe íntimamente, ¡pues me vale! Aún así considero importante hablar de esto.

Porque no estamos hablamos de algo marginal: la menstruación es algo experimentado por todas las mujeres durante gran parte de su vida. Y aún siendo un suceso tan cotidiano, la simple mención de la palabra “menstruación” (o la descripción gráfica de sus síntomas) sigue envuelta en un velo de misticismo. O bueno, si vives en algún país islámico o en alguna sociedad retrógrada, será entonces un tema tratado con absoluto repudio y asco.

La cuestión es la siguiente: ¿cómo es posible que una condición que se manifiesta en la mitad de la población siga siendo tabú en todo el mundo? Me aventuro a una respuesta: es porque la menstruación sólo afecta a las mujeres. Si fuera una condición masculina, seguro existirían distintos parámetros para tratar el tema.

Éste es precisamente el argumento que propone Gloria Steinem en su célebre artículo If Men Could Menstruate; escrito hace 40 años pero igual de relevante como si lo hubiera escrito ayer. 

Steinman nos invita a imaginar un mundo donde mágicamente las mujeres dejaran de menstruar, y fueran los hombres quienes tuvieran que experimentar este sangrado mensual. 

Sus conclusiones merecen ser presentadas a detalle:

Si los hombres menstruaran, dice ella, la menstruación se convertiría en una condición envidiable: sería un evento para presumir con amigos en la cantina o alardear con colegas en la oficina. Se harían fiestas de “primera menstruación” con la familia, anunciando que por fin un joven se convierte en hombre y entra a su adultez. 

Los militares y conservadores citarían a la menstruación como requisito para servir a Dios y a su país en una guerra (“hay que dar sangre para poder quitar sangre”). Los cristianos y otros fundamentalistas religiosos harían sus analogías metafísicas (“Similar a los hombres, Jesús dio su sangre por nuestros pecados”); y algunos sectores de la sociedad catalogarían a las mujeres como “sucias” por no tener la capacidad de purgar sus impurezas cada mes.

Los hombres presumirían que el sexo es más placentero en ese periodo del mes; los intelectuales argumentarían que sin la capacidad para medir biológicamente los ciclos de la luna, una mujer jamás podría dominar materias que exigen la comprensión del tiempo, el espacio y las matemáticas. Las mujeres estarían por siempre desconectadas de los ritmos cíclicos del universo.

Por su parte, las escuelas de medicinas limitarían el acceso a las mujeres, ya que “podrían desmayarse ante la presencia de sangre”. Y a las lesbianas se les acusaría de tener un repudio por este líquido y que probablemente lo único que necesiten sea estar con un hombre que menstrúe bien, para así rectificar su sexualidad.

Finalmente, la menopausia sería celebrada como el término de una serie de ciclos de aprendizaje en la existencia de un hombre, que finalmente llegan a su final tras una larga vida.


El mensaje de Gloria Steinem es clarísimo: el rechazo social hacia la menstruación no responden a ningún tipo de lógica, sino a un sistema ideológico apoyado en la opresión masculina y en la estructura patriarcal sobre la cual se funda nuestra sociedad. 

De esta ideología de dominación surgen los discursos que nos rigen. Muy similar a la creencia de que una piel blanca es superior a otras, (cuando lo único que causa es que seas más susceptible a los rayos ultravioleta del sol), de ese mismo discurso opresivo surge el rechazo a la menstruación. Insisto… a esto no hay buscarle lógica.

Una solución a este embrollo podría ser la siguiente: si la menstruación se presenta como un problema en la vida de millones mujeres, basta con utilizar un dispositivo intrauterino (DIU) para olvidarse –prácticamente- de la menstruación por años. Porque de acuerdo con el consenso médico contemporáneo, el uso de un DIU podría evitar la menstruación por completo, tomando en cuenta que realmente no existe razón médica para que las mujeres tengan que menstruar cada mes. 

Por lo tanto, la simple manipulación del sistema reproductivo con un pequeño aparato en forma de “T” no sólo protege contra embarazos por más de 10 años, sino que podría evitar la menstruación por completo sin ninguna consecuencia médica; ahorrando así a millones de mujeres tiempo, dinero, dolor y estrés.

Me queda claro que ésta es sólo una solución práctica, y que finalmente no resuelve el problema de fondo. Porque el rechazo hacia la menstruación se mantendría vigente en nuestra sociedad. 

Aunque bueno, es claro que hablar de la menstruación se ha liberalizado en las últimas décadas –y ahora podemos ver anuncios de la nueva Cotex con adolescentes felices, saltando en la cama, ligando en el antro o andando en bicicleta (¿qué no eran días terribles para ustedes?)-. Pero la realidad es que este mensaje sigue sin reflejarse en el discurso público o en las conversaciones cotidianas. 

Para resolver este problema, se requiere comenzar a hablar abiertamente de este tema, con la libertad y normalidad que exige un evento que no sólo es común, sino completamente natural.

Porque seamos realistas, esperar a que la sociedad cambie por sí sola su percepción hacia la menstruación sería como esperar a Godot. Y para que de pronto los hombres comprendan lo normal y natural que es esta condición, tendríamos que vivir en ese mundo distópico donde mágicamente comiencen a menstruar.

Y eso sí, compañeras… ¡Gracias, pero no gracias!

Este artículo se publicó originalmente en Púrpura

4/10/15

Happiness is a warm gun

Todos los padres repiten el mismo mantra: "quiero que mi hijo sea feliz". Pero no se han percatado que la felicidad es algo que se construye, no que se impone.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Es imposible negar que vivimos en una sociedad obsesionada con la felicidad. Basta con observar las fotografías de nuestros amigos en Facebook; hojear los miles de libros de “autoayuda”; o analizar cualquier comercial de cerveza, desodorante, detergente, salsa de tomate o condones, para concluir que si no eres una persona feliz y sonriente, probablemente seas un tonto que vive en el error.

Sin embargo, me parece relevante cuestionar si la felicidad es realmente el objetivo máximo al que debamos aspirar en la vida, o peor aún, heredarlo a nuestros hijos. No me malinterpreten, ilustres lectores, no estoy proponiendo que vivamos en un mundo dantesco de perpetua amargura, ni que criemos niños nihilistas. Simplemente cuestiono si ser felices es por sí mismo un destino al que todos busquemos llegar con arrebatado ímpetu. 

El tema de la felicidad es muy vasto y resultará imposible analizarlo en su totalidad aquí. Aún así, creo que es posible explorar una de las aristas más comunes que se observa en nuestra sociedad contemporánea: la fijación fetichista de los padres por asegurar la felicidad de sus hijos.

La escritora Jennifer Senior argumenta en su libro “All Joy and No Fun”, que la noción de ser padres en el siglo XXI se ha convertido en un auténtico calvario de angustia y estrés. Esto se debe a que el rol de padres e hijos se ha transformado radicalmente en las últimas décadas. Hace apenas 70 años, en los países “avanzados” de Occidente podíamos ver a niños trabajando en fábricas, vendiendo periódico o pasando el día entero en los campos de cultivo. En aquellos años, los infantes eran reconocidos más por su valor económico que por sus risueñas sonrisas.


Hoy el mantra que todos los padres repiten es el mismo: quiero que mi hijo sea verdaderamente feliz. Esto, sin embargo, los ha convertido en prisioneros de una ciega ambición. Pues en esa carrera hacia el fondo por inculcar una idea abstracta de felicidad en sus hijos, han caído víctimas de una realidad muy cruel: la felicidad es algo que se construye, no que se impone. 

Porque si somos honestos, podemos ver que todos los intentos de nuestros padres por asegurar nuestra felicidad terminan por estrellarse con la realidad del mundo. En este planeta voraz, insensible y caótico, de poco sirven las muñecas o los carritos que nuestros padres nos hayan comprado. Al crecer, lo único que nos queda son los valores y el instinto de supervivencia que nos transfirieron.

Volviendo con Jennifer Senior, ella propone abandonar esta desesperada batalla por producir niños felices. Resulta un objetivo más loable educar hijos virtuosos, productivos y empáticos hacia el mundo: solamente así podrán ellos buscar su propia felicidad en el futuro.

Me queda claro que ningún padre puede evitar el deseo de ver a sus hijos felices. Pero en lugar de cargar con esa inútil cruz, busquen mejor hacer de sus hijos personas morales y decentes. Porque entre más intenten imponer su tonto sentido de felicidad en ellos, más niños descompuestos vamos a tener en este mundo. Y si me preguntan a mí, creo que ya tenemos suficientes de esos rondando nuestras calles.

¿No lo creen?

Una versión de este texto fue publicado originalmente en Vértigo.