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15/3/18

XI JINPING ES MI GRAN HERMANO

Pero uno tendría que ser muy ingenuo para creer que lo que pasa en China se queda en China. Es por esto que aquí en México no podemos bajar la guardia. Un día podríamos despertar con nuestro propio Sistema de Crédito Social Mexicano. Y lo que es peor todavía … ¡controlado por nuestra Secretaría de Gobernación! 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
@DelgadoCantu
Para los ciudadanos de México, la libertad es un concepto abstracto que suele encapsularse en la máxima de Don Benito: “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Esto significa que podemos hacer prácticamente lo que nos plazca siempre y cuando no afectemos a terceros.

Desgraciadamente, esta certeza sobre la privacidad ha comenzado a erosionarse y fracturarse en el mundo. Oscuras fuerzas emanadas de las tecnologías digitales amenazan el frágil balance entre libertad individual y la intervención del Estado: balance sagrado en toda democracia liberal. 

Al frente de este ataque se encuentra la República Popular de China, donde el gobierno experimenta a nivel nacional con un proyecto a todas luces Orwelliano: el Sistema de Crédito Social (SCS). 


En esencia, el SCS es una operación de espionaje masivo contra cientos de millones de ciudadanos. Por medio del monitoreo de todas sus actividades económicas y sociales, el individuo recibe una calificación generada por un algoritmo; calificación que determina su estatus en la sociedad y le otorgará toda clase de beneficios o castigos.

Debido a las dificultades para establecer un sistema de semejante magnitud en un país de 1,200 millones de personas, el gobierno subcontrató a empresas privadas para idear programas pilotos que servirán como esquema del SCS óptimo. 

Uno de los principales arquitectos de este siniestro prototipo es Alipay, aplicación digital de Ant Financial que a su vez es apéndice del gigante comercial Alibaba Group. Contexto: en 2016 Alibaba se convirtió en la tienda minorista más valiosa del mundo operando en más de 200 países; también es una de las empresas más grandes y redituables en Internet. 

A través de su Sesame Credit, Alipay analiza el comportamiento de sus usuarios y les otorga una calificación de 350 a 950 puntos. Con esa puntuación, determina si un individuo es confiable para recibir un crédito financiero; un problema particularmente agudo en China, donde incluso siendo la segunda potencia económica, su sistema de crédito ha permanecido subdesarrollado. 

La manera en la que se desarrolla esta calificación es una obra de alquimia digital. Según explica la escritora Mara Hvistendahl, Sesame Credit es sólo una de las múltiples aplicaciones dentro del ecosistema de Ali Pay; apps que son utilizadas para realizar toda clase de actividades en Internet y en el mundo real, incluyendo el pago de servicios y productos en supermercados, centros comerciales y tiendas online. 

De esta manera, el algoritmo no sólo toma en cuenta si pagas tus deudas bancarias o tu cuenta de luz a tiempo; también sabe qué tipo de productos consumes, las páginas web que visitas (incluyendo pornografía y tu actividad en redes sociales), el tipo de amigos que tienes y las conversaciones que mantienes con ellos. “Es como si Amazon se hubiera tragado a eBay, Apple News, Groupon, American Express, Citibank, y Youtube, y pudiera absorber tu información personal de todos ellos”, indica Hvistendahl. 

Debido a que utilizar Alipay no es obligatorio (todavía), resulta extraño que alguien quiera formar parte de este perverso experimento social. Sin embargo, los beneficios para los usuarios con buena puntuación suelen ser atractivos. Una calificación alta te permite rentar bicicletas, paraguas, automóviles o cuartos de hoteles sin tener que dejar un depósito, por ejemplo.

De igual manera, tener una calificación baja no sólo elimina esos privilegios, sino que evita que puedas comprar boletos de tren o de avión, enviar a tus hijos a escuelas privadas e incluso podría afectar tus prospectos de trabajo y matrimonio. En pocas palabras, mantener una calificación alta te abre muchas puertas, mientras que una puntuación baja te convierte en la escoria digital de China.

El gobierno alega que su objetivo es crear un ambiente de honestidad generalizado, proporcionando beneficios a los ciudadanos ejemplares y disciplinando a los detractores. Sin embargo, Hvistendahl explica que para el Partido Comunista Chino (PCC) el SCS es realmente “un intento de establecer un autoritarismo más suave y menos visible”, garantizando la obediencia total hacia el Estado.

Como ejemplo de esto, el periodista Yoichi Funabashi explica que aquellos que busquen información crítica del gobierno en Internet o información sobre incidente de 1989 en la plaza Tiananmen sufrirán una reducción de 200 puntos al instante.

La cuestión ya no es si el SCS existirá, sino la ferocidad que tendrá una vez que esté activo. Todo indica que sean en el año 2020 cuando el sistema esté en completa operación. 

A muchos no sorprenderá que el PCC sea el pionero en esta perversa estrategia. Desde que subió al poder en 2012, Xi Jinping ha usado el poder duro y la coerción para controlar a sus ciudadanos. Bajo su mandato, la liberalización política se ha esfumado y el espacio de la sociedad civil se redujo exponencialmente. Ahora busca crear el sistema de seguridad más sofisticado en la historia de la humanidad.

Lo peor de esto es que son los ciudadanos los que ayudan a establecer esta nueva servitud Orwelliana. Al otorgar su información privada de manera voluntaria a grandes corporaciones transnacionales, colocan la piedra angular de su futura prisión digital.

Pero uno tendría que ser muy ingenuo para creer que lo que pasa en China se queda en China. Es por esto que aquí en México no podemos bajar la guardia. Un día podríamos despertar con nuestro propio Sistema de Crédito Social Mexicano. Y lo que es peor todavía … ¡controlado por nuestra Secretaría de Gobernación! 

¡Dios nos libre!

Publicado originalmente en Revista Líder México

14/5/17

CUANDO LA MÚSICA SE TERMINA...

Argentina en Alcohólicos Anónimos abraza ahora a la derecha capitalista. Brasil corrió a patadas a la señora Dilma por despilfarrar la riqueza de la casa. Ecuador se libra de Correa, su proxeneta por más 10 años; Venezuela –en estado catatónico- no sale de cuidados intensivos. Bolivia se divorcia de Evo; e incluso Cuba, el veterano de la fiesta, se encuentra ahora en negro luto. ¿Y México?


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Existen ciertas imágenes que invariablemente nos remiten a México. Las más populares quizá sean también las más ridículas: nos pintan como ranchero con zarape durmiendo a la sombra de un nopal; también como gordos bigotones portando sombrero charro y siempre empistolados.

Para si tenemos cierta vanidad cultural, las imágenes presentadas nos deberían obligar a replantearnos la imagen que damos al exterior.

Nadie duda que en los últimos años hemos avanzado en nuestra eterna búsqueda por ser uno entre iguales con los países que conforman el club VIP. Nuestra capital presume zonas que podrían ser la envidia de cualquier ciudad europea. La “modernidad” se expande gradualmente y transforma el paisaje.

¿Pero qué de nuestra imagen? ¿Hemos logrado eludir nuestra trágica caricatura histórica? ¿Por fin seremos reconocidos por nuestros ídolos históricos del Norte? ¿O por los europeos que un día tanto emulamos?


Si somos honestos, podemos ver que ya hemos dejado atrás los zarapes y los trajes charros. Pero el nuevo personaje que surge está lejos de ser halagador: para algunos somos los narcos del mundo; y para otros –menos macabro, aunque no menos vulgar- somos el borracho del planeta.

Enfoquemos nuestra atención al segundo personaje. Quizá para algunos la nueva identidad de beodos globales incluso no sean tan mala. Nos gusta echar relajo a deshoras y ser los últimos en irnos de la fiesta.

Entre más nos identificamos a este personaje, más parecería que como sociedad navegamos por rumbos similares en el ámbito político e ideológico. Como buenos borrachos trasnochados, nos tambaleamos rumbo a una fiesta que terminó hace mucho tiempo. Una fiesta donde incluso los anfitriones ya se fueron a dormir.

"¡Pero no le hace! ¡La parranda debe de seguir!", decimos abrazados de un farol.

Hago esta analogía para hablar del nuevo socialismo latinoamericano. Un bacanal que despilfarró tanto dinero como retórica. Un dispendio de populismo que inició en casa del un loco llamado Hugo Chávez y que terminó por involucrar a toda la vecindad sudamericana.

 Pero esa fiesta terminó. Los cohetes se tronaron. El petróleo se bebió hasta reventar. Las orgías ideológicas se realizaron para deleite y placer de muchos de muchos.

Ahora vemos la resaca económica y política que cae como peste negra. Algunos países moribundos yacen pálidos en la sabanas y pampas sudamericanas.

Argentina en Alcohólicos Anónimos abraza ahora a la derecha capitalista. Brasil corrió a patadas a la señora Dilma por despilfarrar la riqueza de la casa. Ecuador se libra de Correa, su proxeneta por más 10 años; Venezuela –en estado catatónico- no sale de cuidados intensivos. Bolivia se divorcia de Evo; e incluso Cuba, el veterano de la fiesta, se encuentra ahora en negro luto.

Pero el mexicano no acepta la evidencia frente a sus ojos. Mientras allá recogen los platos rotos, aquí apenas destapamos el mezcal. Y quizá con la garganta caliente de tanto trago demagógico, de entequiladas promesas idílicas y de paraísos terrenales aguardientosos, nos encaminamos hacia el 2018 -con la frente en alto- decididos a cumplir con nuestro ineludible "destino" populista.

Queridos amigos, lamento decirles que la fiesta ya acabó. Y haríamos bien en seguir las palabras del poeta Morrison, quien en su momento dijo sabiamente: "cuando la música se termina, apaga las luces".


Apareció originalmente en Vértigo

8/4/17

EL CHISME DE LA DÉCADA

La vida puede ser amable por momentos y de vez en cuando la diosa Fortuna nos sonríe. Porque en las últimas semanas, hemos sido testigos de lo que podría ser el chisme de la década.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Para todos los que somos nerds de la política internacional, ciertos placeres superfluos y mundanos han sido eternamente negados. En particular las diversiones frívolas que cautivan a millones de personas, producto de los chismes que hierven en el mundo de la farándula y el espectáculo.

Pregúntenme de la última controversia de las Kardashian y no sabría ni decirles cuántas Kardashians existen, ni a qué fregados se dedican. Saquen a tema a la güerita esa de Taylor Swift y mi mente se convierte en ruido blanco. Incluso gente como Beyoncé me es ajena; no tengo ni las más remota idea de su vida, sus amores o sus broncas.

Pero la vida puede ser amable por momentos y de vez en cuando la diosa Fortuna nos sonríe. Porque en las últimas semanas, hemos sido testigos de lo que podría ser el chisme de la década:

¡Donald Trump y Stephen Bannon se van a divorciar!

La noticia cayó como bomba en todos los periódicos: Bannon fue corrido a patadas del Consejo de Seguridad Nacional y parece que su influencia con el presidente cada día se ve más mermada. El pobre Steve ha sido ninguneado, vejado y avergonzado.

“¿Quién pudo causar esto?”, se preguntarán. Pues como en toda historia de farándula, aquí también hay un triángulo de amor; un tercero en discordia. En este caso se trata de un muchachito de 36 años que vino a robarse los amores y las miradas a Mr. Trump. Me refiero al galán Jared Kushner, socialité neoyorquino, liberal en sus políticas y esposo de la guapa Ivanka Trump.



El desplazamiento en la cama presidencial y el enorme poder que acumula Jared es evidente. Donald lo ha puesto al frente de la diplomacia con China; la relación bilateral con México; lograr la paz entre Israel y Palestina; revisar la estrategia contra ISIS; reformar el sistema de justicia penal; y liderar la oficina de Innovación Americana, que se encarga de reformar el sistema de cuidado a los veteranos de guerra, enfrentar la epidemia de opiáceos, y reformar la totalidad del gobierno federal.

Un par de encarguitos nomás, como pueden ver.

Lo mejor para nosotros será que podremos ver en tiempo real el horrible desenlace de este divorcio, porque nadie espera que Bannon se vaya por las buenas y sin hacer un relajo.

Porque finalmente Steve creyó ser el incondicional de Trump, su único amor que haría de su retorcido nacionalismo-racial la ley en toda América. Kushner, en cambio, es un millonario que en su momento apoyó al partido Demócrata. Y mientras el primero habla de una apocalíptica guerra entre el Islam y el Cristianismo, el segundo prefiere viajar en jet privado a Aspen para esquiar.

De salir victorioso Kushner –y todo indica que así será- el mundo se estaría librando de la amenaza tóxica que representaba Bannon, tanto para el gobierno Imperial, la estabilidad económica global, y la permanencia de la civilización Occidental.

Pero este final dejaría un sentimiento anticlimático. Porque la nueva presidencia eliminaría aquellas amenazas xenófobas, racistas y ultra-nacionalistas que hacían de Trump ese espectáculo tan adictivo.
Así, finalmente será evidente el fiasco que representó Donald. Un simple show de burlesque de bajo presupuesto, adornado con su megalomanía narcisista, quizás algo sociópata, pero más bien enfocado a mostrarnos todos los orgullos de su nepotismo.

Y yo, señores, no compré ningún boleto para esa película.

2/4/17

¡COMPÁRTEME ÉSTA!

De manera más extraña, nos hemos adaptado también al surgimiento de una nueva “economía compartida” ("sharing economy" la llaman los gringos); un modelo novedoso de supervivencia que se sustenta con un sinfín de aplicaciones digitales, la mayoría enfocadas a poner en renta nuestro tiempo o propiedad para ganar unos pesos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

El periodista Martin Wolf recientemente escribió que si queremos mantener la legitimidad de los sistemas democráticos en el mundo, la política económica debe entonces orientarse a promover los intereses de las mayorías y no de unos pocos. De fracasar en este propósito, la base de nuestro orden político colapsará.

Pero... ¿qué no es esto lo que vivimos actualmente? ¿No estamos ya frente al fracaso neoliberal y vemos -de hecho- sus consecuencias en la forma de un espectro populista que recorre Occidente?

Sería imposible defender la racionalidad del modelo neoliberal en el siglo XXI, porque en realidad habitamos ya en un mundo post-neoliberal; o mejor dicho, en un mundo post-avaricia.

Una estrafalaria y decadente desigualdad barniza la estructura de este modelo económico a nivel global; una desigualdad que es aceptada por muchos, incluso por aquellos que están siendo arruinados por el propio sistema.



Es un hecho conocido que dentro de la OCDE, los mexicanos son quienes más horas trabajan a la semana, aunque ganan los salarios más bajos. Pero en vez de indignarnos por esta farsa, algo extraño sucede. Hemos decidido adaptarnos. ¿Adaptarnos a qué? Pues a la nueva realidad que incluye puestos laborales con títulos como "pasante" y "practicante", los cuales condenan a trabajadores adultos a remar en las galeras del mundo corporativo sin recibir siquiera un salario. 

De manera más extraña, nos hemos adaptado también al surgimiento de una nueva “economía compartida” ("sharing economy" la llaman los gringos); un modelo novedoso de supervivencia que se sustenta con un sinfín de aplicaciones digitales, la mayoría enfocadas a poner en renta nuestro tiempo o propiedad para ganar unos pesos.

El problema de fondo es que prácticamente ninguno de estos “empleos del futuro” permiten una vida digna. ¿Prestaciones de ley? ¡Hasta creen! ¿Seguro médico? ¡Lo que nos faltaba!

Este modelo se nos vende como el nuevo gran paradigma económico, aunque la realidad parece ser sólo las migajas del antiguo sistema. Nos dicen que podemos ser “emprendedores flexibles”, o que podemos “tener control de nuestro tiempo”. Pero detrás de la propaganda de “conéctate, diviértete y logra tus sueños” se esconde una realidad ineludible: el nuevo héroe post-neoliberal debe glorificar su propia explotación, trabajando más tiempo para ganar menos dinero que antes.

Volviendo a la hipótesis de Martin Wolf, podemos ver que históricamente un incremento compartido en salarios reales jugó un papel fundamental en la legitimación del capitalismo y logró la estabilidad democrática. Hoy, sin embargo, el modelo capitalista enfrenta numerosos retos para generar mejorías en la prosperidad. 

Dice el analista político (y comediante) Bill Maher que el daño en realidad nos lo hicimos nosotros mismos. Compramos la idea de que la avaricia era buena e incluso necesaria para ganar en este juego: reemplazamos a trabajadores con robots, explotamos a los “pasantes” en las empresas y decidimos depender del trabajo de esclavitud para hacer nuestros productos.  

De esta manera, un día nos despertamos y ya teníamos frente a nosotros una economía compartida “donde lo único que no se comparte son las ganancias”. Muy curioso, dice Maher, que por alguna razón todos se olvidaron de crear una aplicación para eso.

Bastante conveniente, ¿no creen?

5/2/17

EL RINOCERONTE CALVO

La técnica utilizada por Vladislav Surkov para manipular a la sociedad consiste en minar la percepción que se tiene de la realidad; creando toda clase de contradicciones para que las personas nunca conozcan que ocurre realmente.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Las "noticias falsas" fueron cosa de niños. Ahora vivimos en plena paranoia Orwelliana con el nacimiento de los "hechos alternativos" (Conway dixit).

Numerosos analistas comentaron (me incluyo) que si algo murió en la campaña de Donald Trump y ahora en su presidencia, fue la Verdad.

Pero no nos enmarañemos en discusiones epistemológicas o axiológicas de conceptos como “la verdad”. Conviene mejor dedicarnos a analizar la estrategia detrás de las acciones de Trump.

Ya sabemos que estamos frente a un hombre ególatra y narcisista. Algo sin parangón en la democracia estadounidense a la hora de mentir y tergiversar los datos.

Pero como escribía Héctor Aguilar Camín: "Trump: puede estar loco, pero hay método en su locura."

Para comprender el método, recurro al documentalista Adam Curtis, quien habla en su más reciente obra ("HyperNormalisation") sobre un siniestro personaje: Vladislav Surkov, hombre de confianza y asesor del presidente Vladimir Putin por más de 15 años. De acuerdo con Curtis, una técnica utilizada por Surkov para manipular a la sociedad consiste en minar la percepción que se tiene de la realidad; creando toda clase de contradicciones para que las personas nunca conozcan que ocurre realmente.

Curtis lo describe al decir que Surkov transformó a la política rusa en un “desconcertante y siempre cambiante escenario de teatro”.

Como ejemplo de esto, indica que Surkov solía apoyar en público a grupos neo-nazis, defensores de derechos humanos e incluso partidos opositores de Putin, dejando así a la sociedad (y a los opositores del régimen) sin saber dónde estaban realmente los intereses del Kremlin. Instauró así una realidad líquida y camaleónica, una estrategia de poder que dejaba a cualquier miembro de la oposición en constante confusión. Y aquí donde radica la genialidad de su estrategia: pues cuando la realidad se vuelve imposible de definir, se convierte también en algo imposible de combatir.


Algo similar hace Trump. Al inventarse una personalidad caleidoscópica, un día puede relacionarse con supremacistas blancos y otro con judíos conservadores. En el mismo enunciado desmantela al TLCAN y deporta a millones, pero siempre deseando que México sea un país amigo y próspero.

Con esta personalidad maleable que varía según la audiencia, Trump oscila entre dos –o más- realidades y abraza la contradicción. El problema es que nosotros quedamos presos en sus contradicciones: paralizados de actuar al no saber si la bestia está de nuestro lado o más bien se prepara para destrozarnos.

Más terrorífico es que esta táctica corroe y erosiona al corazón mismo de las democracias. Lo menciona la periodista Brooke Gladstone: "si cada individuo elige ahora su propia realidad y la democracia depende de generar consensos… ¿Qué tipo de democracia nos queda?"

Yo diría que una democracia simulada, donde el Gran Orangután es rey y bufón; juez y verdugo al mismo tiempo.

Por lo tanto, es nuestro deber como audiencia negarle a Trump su puesta en escena y mantener nuestra atención en la verdad y los hechos.

De otra forma, seremos simples espectadores en un teatro del absurdo llevado a su extremo más grotesco (y peligroso). Una obra digna de haber sido escrita por Eugène Ionesco, aunque ahora el guión se escriba en la Casa Blanca y lleve por título (¡por qué no!): "El Rinoceronte Calvo".

22/1/17

LA DICTADURA ES UN SUSPIRO

Ninguna dictadura se establece prometiendo aplastar los derechos de sus ciudadanos. Aparecen cuando nos damos por vencidos y dejamos de creer en los valores democráticos.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¿Qué es lo primero que nos viene a la mente al hablar de una dictadura?

Algunos seguro imaginarán escenas tétricas de los campos de concentración del Querido Líder Kim Jong Un; o quizás una tarde helada en los Gulags del camarada Stalin, o por qué no... un domingo cualquiera en la Rumania de Nicolae Ceausescu.

Porque hablar de dictaduras es describir un sistema a todas luces horripilante. Un mundo donde el ejército ronda por las calles matando disidentes, donde pandillas de matones golpean a opositores y destruyen comercios, o donde el único freno al terror del Gran Jefe es el propio límite de su crueldad o su capricho. Pa’ pronto –así dicen algunos- un sistema dantesco e insoportable.

¿Estamos de acuerdo, verdad?

Pues según el académico Thomas Pepinsky, pensar de esta manera sobre las dictaduras o el autoritarismo no sólo es un error conceptual, sino un peligro para cualquier democracia.

Pepinsky argumenta que esta visión del autoritarismo es una fantasía ideada por los norteamericanos para avalar (y contrastar) a su propio sistema político con cualquiera que ellos consideren ajeno a sus "valores". Porque la realidad es que las dictaduras del presente son completamente distintas a las descritas anteriormente. En casi todas ellas el ejército está en sus barricas, la prensa funciona con algo de libertad y los civiles despiertan para ir a trabajar, se quejan del gobierno por fallas en los servicios públicos y regresan a cenar con sus familias.

Los regímenes terroríficos descritos antes son más bien de corte totalitario, que han sido la excepción en la historia moderna.

En su argumento, Pepinsky indica que la gran mayoría de las personas pueden tolerar perfectamente la vida en una dictadura (de hecho, aquí en México lo hicimos por casi todo el siglo XX). Pues al vivir en un mundo complejo, la población tiene preocupaciones más allá de cómo son gobernados: deben alimentar a sus familiar, educar a sus hijos, avanzar en su trabajo... todos objetivos realizables en países no-democrático.


Todo esto viene al caso porque a menos de que ocurra algún evento cataclísimico, usted estará leyendo esto a pocos días de que Donald Trump haya sido ungido como presidente de los Estados Unidos.

Todos tenemos una idea de los peligros que este hombre representa. ¿Pero podemos hablar del fin de la democracia estadounidense y el inicio de una dictadura?

Muchos argumentarán que no existe tal peligro, pues las instituciones del Imperio Yankee han sobrevivido eventos más turbulentos.

Aunque esto podría ser verdad, si seguimos la línea de pensamiento de Pepinsky, veremos que la democracia norteamericana sí pende de un hilo.

Porque nuestro citado académico argumenta que las democracias no terminan con una “explosión” o un evento apocalíptico, sino que van erosionándose cuando las personas comienzan a perder la fe en ellas, cuando saben que cualquier votación rara vez conlleva un cambio real en la política, y cuando están dispuestos a canjear algunos derechos por cualquier proyección de orden.

De aquí la principal razón para tener pánico. Porque ninguna dictadura se establece prometiendo aplastar los derechos de sus ciudadanos. Aparecen cuando nos damos por vencidos y dejamos de creer en los valores democráticos.

Las dictaduras aparecen entre los suspiros de una población.

8/1/17

¡DIOS NOS LIBRE!

Nuestro problema como civilización es que no hemos creado un paradigma similar al religioso: un programa filosófico secular que supla la ausencia de significado y genere una idea cohesiva sobre la cual podamos identificarnos.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Durante años he sido un ateo irredento, y entre el catálogo de ideas que sostengo creo que la separación entre el Estado y la Iglesia es una de las acciones más importantes que Occidente ha tomado para entrar a la Modernidad.

No argumento que la secularización o el ateísmo generan en automático una sociedad más justa o noble; sino que la religión tiende a radicalizar a las personas, las encierra en ideologías herméticas, las ata a preconcepciones emanadas de autoridades divinas, y genera un rechazo hacia los avances científicos, más si estos contradicen sus dogmas religiosos.

La hipótesis es que entre más secularismo, mayor racionalidad; o entre menos religión, menos oscurantismo.

Pero este proyecto no considera un elemento intrínseco de los humanos: la necesidad de orden y sentido.

Para millones de personas, la religión ofrece precisamente esto: la certeza de que una autoridad superior ha preestablecido significado, destino y trascendencia en su existencia. Y al quitar el factor religioso, millones de personas parecen buscar nuevas fuentes de autoridad que les brinden lo que antes la divinidad les otorgaba.

Y esto tiene consecuencias...


El académico Shadi Hamid argumenta que la victoria de Trump y el auge del neo-fascismo en Europa es consecuencia directa de este proceso. Para Hamid, estos programas ideológicos incluso presentan similitudes con el espectro del Islamismo radical que recorre al Medio Oriente y otras latitudes.

Sea ya el tribalismo racial en EE.UU o el etno-nacionalismo europeo, para Hamid hay un hilo conector: "una sacudida en la búsqueda de significado político" que surge cuando las ideologías contemporáneas (neo-liberalismo, globalización...) fracasan al no brindar certeza, orden o significado a las personas. Ante este vacío, se busca un modelo de política que ya no tiene como prioridad mejorar la calidad de vida, sino dirigir la energía de una sociedad hacia un objetivo moral, filosófico o ideológico.

¿Suena familiar?

Para salir de este laberinto no necesitamos un retorno a la religión o una dosis más alta de devoción. Ya hemos visto las consecuencias de esto con el neo-Islamismo  y la nueva generación de jóvenes radicales y ultra-violentos.

Nuestro problema como civilización es que no hemos creado un paradigma similar al religioso: un programa filosófico secular que supla la ausencia de significado y genere una idea cohesiva sobre la cual podamos identificarnos.

Porque los economistas podrán hablar del PIB y el presidente de reformas estructurales, pero ninguna de estas ideas tiene la fuerza suficiente para dar cohesión y brindar propósito a la existencia de millones de personas.

Más bien, la salida de este laberinto debe emanar de lo que nos hace intrínsecamente humanos: la inteligencia. Porque cuando vemos los grandes avances científicos: en medicina, en la exploración (y posible colonización) del Cosmos o en inteligencia artificial, por mencionar algunos, nos enfrentamos a algo que nos supera como individuos y que puede darnos un significado más alto como especie. Entender que no importan los vicios que aún perduran, pues nuestra especie puede alcanzar nuevas alturas en conocimiento.

Eso sí... más vale que alguien se apresure en formular un programa ideológico de este tipo, porque el 2017 inicia con el horizonte atiborrado de oscuridad.

20/11/16

SOPITAS PARA LA MENTE

Lo que se requiere es una sociedad que posea las herramientas intelectuales para reconocer la verdad por sí misma. Porque la verdad no necesita de árbitros; lo que necesita son defensores.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Hace dos semanas escribí sobre la perniciosa influencia que los medios de información chatarra tenían en la salud de las democracias. Argumenté que ningún régimen democrático puede sobrevivir cuando la sociedad se deja consumir por charlatanerías y abandona todo parámetro compartido para entender la realidad.

Aunque reconozco que he dado mucha lata con este tema, mi insistencia no es gratuita. De no tomar acciones, veremos cómo este nihilismo informativo se agudiza en el futuro próximo.

Si usted todavía cree que el tema es irrelevante (no lo es) basta con decir que se ha convertido en una cuestión existencial en el discurso público estadounidense; no sólo porque ahí están los tres grandes núcleos infectados por las noticias chatarra -Google, Facebook y Twitter- sino también porque la desinformación causada por mentiras y rumores pudo ser un factor clave en la victoria del Fascista Americano (Letras Libres dixit).

Google y Facebook ya lanzaron el primer cañonazo en esta guerra, buscando asfixiar a los sitios que publican notas falsas al excluirlos de los servicios de publicidad de donde obtienen sus ganancias.

El caso de Facebook es particularmente complejo. Esta plataforma con 1,800 millones de suscriptores es para muchos de ellos el principal medio para conocer lo que sucede en el mundo.

Pew Research Center indica que en EE.UU. el 44% de las personas obtienen sus noticias a través de Facebook; cifra que aumenta a 61% entre los Millennials. En México la situación es similar: un 47% de las personas con acceso a Internet utilizan redes sociales para recibir noticias (IAB México). De acuerdo con Forbes, esto indica que los mexicanos ya usan Facebook como alternativa a los medios tradicionales de información; una tendencia que sin duda seguirá aumentando.


¿Cómo asegurar entonces que millones de ciudadanos eviten caer en las garras del rumor, la mentira y la ficción? Algunos argumentarán a favor de la censura. Dirán que basta con que un grupo de editores o algún algoritmo supriman las noticias falsas. Pero como bien indica Mark Zuckerberg, muchas veces es complicado discernir entre lo verdadero y lo falso en un texto. Agrega que en este proceso se puede atropellar la libertad de expresión, suprimiendo voces y perspectivas que no concuerdan con las propias al creer que son mentiras.

Mucha razón tiene el chaval Zuckerberg, aunque yo agregaría algo que es quizás igual de importante: que una empresa privada no debería tener la responsabilidad de “identificar” la verdad para nosotros.
Porque en esta problemática la solución jamás será la censura o la creación de "guardianes de la verdad". Lo que se requiere es una sociedad que posea las herramientas intelectuales para reconocer la verdad por sí misma. En palabras del periodista Jim Rutenberg: “la verdad no necesita de árbitros; lo que necesita son defensores”.

Todo esto suena muy bien si hubiera por lo menos algún tipo de plan para eliminar el analfabetismo mediático en nuestro país; pero al día de hoy no existe ni un borrador de éste.

Eso sí… ya hemos visto la tremenda disrupción y turbulencia que las noticias falsas tuvieron en la elección gringa del 2016. Si así les fue a los yanquis… no quiero ni saber lo que nos espera a nosotros en el 2018.

¡Aguas, señores! O como dicen en mi pueblo: sobre aviso no hay engaño.

Este texto apareció originalmente en Vértigo

14/11/16

¿QUÉ ES LA VERDAD? ILUSIÓN, SOMBRA, FICCIÓN...

Ninguna democracia podrá sobrevivir en un contexto donde la sociedad que pretende gobernar no comparte ni siquiera los mismos parámetros de la realidad. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Escribo esta columna sin conocer los resultados electorales en Estados Unidos. Pero al final es irrelevante, porque gane Mr. Trump o Mrs. Clinton el mayor perdedor en la contienda habrá sido el pensamiento crítico.

Hace tiempo escribí cómo el electorado yanqui parecía haber llegado a un grado de cinismo sin parangón, claudicando a cualquier interés por conocer la verdad y los datos que sustentan al mundo.

En aquel momento hablé de cómo políticos populistas y una sociedad ignorante habían confluido para corroer a la democracia. Pero un culpable escapó a la guillotina: los nuevos medios de comunicación digitales.

Por algún tiempo se argumentó que el internet serviría para robustecer al sistema democrático, puesto que si los electores tenían más fuentes de información y un mayor número de perspectivas más correcta sería su comprensión del mundo. Pero lejos de instaurar una utopía democrática, los nuevos medios digitales abrieron una oscura grieta, por la cual millones de personas han caído para no regresar jamás.

En el centro de esta controversia están los sitios de noticias chatarra. Plataformas de corte radical que promueven agendas partidistas e ideológicas. Lo que menos les importa es que las noticias que transmiten tengan un ápice de relación con la realidad que todos habitamos.

¿A quién me refiero? En concreto a las nuevas cloacas de (des)información que se han destapado; sitios de la ultraderecha como Breitbart, The Blaze, The Grudge Report y un sinfín de opinadores de radio que pululan las ondas de AM.

Son aquellos que por años dijeron que Barack Obama era musulmán y originario de Kenia; y los mismos que ahora pintan a doña Hillary Clinton como el anticristo que busca quitar las armas a todos los buenos patriotas.

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La popularidad de estos medios chatarra no solo se debe a la ignorancia mediática del electorado yanqui (incapaz de discernir entre veracidad y amarillismo), sino también al incesante ataque y desprestigio que estos nuevos jugadores han infligido a los medios tradicionales del periodismo, por su presunta cercanía a los círculos del poder.

Bien comentó el influyente conductor de radio conservador Charlie Sykes que mientras él y sus compinches se entretenían arremetiendo contra los medios tradicionales terminaron por eliminar su credibilidad y por ende todo punto de referencia con la veracidad periodística.

Además reconoció que ahora todo intento por hacer regresar a su audiencia a la realidad es inútil: sus radioescuchas están ya infectados con el virus de la sospecha y la desconfianza contra la prensa “de élite”.

El resultado es un país donde no existe ya ningún tipo de árbitro que determine lo que es verídico y comprobable; donde las teorías de conspiración son igual de válidas que una estadística gubernamental.

Y aquí se esconde el mayor peligro, ya que ninguna democracia podrá sobrevivir en un contexto donde la sociedad que pretende gobernar no comparte ni siquiera los mismos parámetros de la realidad. Donde la división entre burbujas ideológicas es tal que cada una tiene sus propios datos y estadísticas.

Quien resulte triunfador no solo heredará un país dividido ideológicamente, sino también una sociedad hundida en la paranoia, la desinformación, el tribalismo y la ignorancia.

¡Que Dios se apiade de su alma!

Texto publicado originalmente en Vértigo

1/11/16

EL MONSTRUO BAJO LA CAMA

Al final, éste ha sido el verdadero monstruo que se esconde bajo la cama. No la globalización y no la economía, sino el espectro del racismo, la intolerancia y la xenofobia.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Reza un proverbio muy gastado que aquellos que no conocen su historia están condenados a repetirla. Para muchos esta frase concentra lecciones claras de sabiduría; finalmente nadie quiere otro de esos “Grandes Saltos hacia Adelante” del Sr. Mao o traer de vuelta los Gulag del Camarada Stalin.

Pero el concepto de “conocer” la historia encierra numerosas complicaciones. Como toda persona inteligente sabe, la historia rara vez es algo que pueda conocerse de manera objetiva. Claro, existen personajes, fechas, lugares… pero el contexto dentro del cual suceden los hechos suele interpretarse de forma subjetiva.

Y aquí entramos a un terreno escabroso. Porque al final es el contexto de la Historia lo que determina si queremos o no repetirla. Para cierto grupo, un momento histórico podrá ser terrible, aunque para otros fue una época dorada.

Todo esto nos trae al mayor problema político en la actualidad: el auge de los movimientos populistas de ultra-derecha en Occidente.

Si usted me hubiera preguntado hace unas semanas qué es lo que genera el auge de estos movimientos, yo hubiera declarado con certeza que todo se debe a la crisis económica contemporánea.

Porque así nos han vendido los medios esta historia: la crisis financiera del 2008 y las fuerzas de la globalización (libre movimiento de personas, empresas, capitales...) han dejado a algunos ganadores pero a un inmenso número de perdedores. Este último grupo, cansado de la promesas incumplidas por la élite cosmopolita y viendo sus trabajaos diluirse por las corrientes del libre mercado, estalla en un iracundo berrinche y decide votar por aquellos que les ofrecen seguridad y estabilidad en tiempos caóticos. ¿Suena lógico, verdad?

Lógico sí… correcto no.


Bien lo menciona la periodista Lucy Bravo (Aldea Global/Vértigo No.814), que “tanto la prensa como los políticos han ignorado el racismo inherente del movimiento encabezado por Trump, para escudarlo en supuestas dificultades de la clase media trabajadora”. Siguiendo su línea, yo agregaré a los partidos de la extrema derecha en Europa.

Todo esto lo confirma una gran investigación realizada por Vox ("White Riot"), que tras analizar decenas de estudios establece que la realidad subyacente del movimiento de ultra-derecha ha sido siempre tan obvia como terrorífica: no es resentimiento económico, sino el odio contra los migrantes y un “coctel tóxico de intolerancia racial y religiosa”.

Al final, éste ha sido el verdadero monstruo que se esconde bajo la cama. No la globalización y no la economía, sino el espectro del racismo, la intolerancia y la xenofobia.

Revisando a detalle, todos estos movimientos políticos persiguen un simple objetivo: regresar a un momento histórico cuando los hombres blancos tenían el poder económico, político y social. De ahí esa nostalgia del “Make America Great Again" de Trump, y la "Francia para los Franceses" del Frente Nacional.

El periodista Marc Bassets sentencia: “la nostalgia es una arma política cargada de futuro. Quienes la agitan (...) recogen éxitos electorales".

Queda claro que olvidar la Historia puede llevarnos a repetir los peores capítulos que hemos escrito con sangre. Pero el mayor problema no es éste, sino la incapacidad que mostramos para olvidar -de una vez por todas- nuestros instintos más bajos como seres humanos.

Texto originalmente publicado en Vértigo

16/10/16

IN GOD WE TRUST

Dios parece estar muerto o por lo menos desaparecido de un escenario donde solía ser un rockstar: la campaña presidencial de los Estados Unidos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Seguro que todos conocen la frase de Nietzsche sobre la muerte de Dios. En una de sus obras icónicas, un hombre enloquecido enfrenta a un grupo de personas y sentencia: "Dios está muerto (…) Y nosotros lo hemos matado”.

Interpretaciones varían sobre el significado de esta frase y quizá para muchos -todavía creyentes en un ser superior- todo lo que diga Mr. Nietzsche les sea irrelevante.

Sin embargo, hoy esta frase resulta clave para entender una anomalía: Dios parece estar muerto o por lo menos desaparecido de un escenario donde solía ser un rockstar: la campaña presidencial de los Estados Unidos.

De hecho, su ausencia se siente todavía más pesada sobre el Partido Republicano, por décadas el portavoz de la Derecha Cristiana.

Noah Silvas blog

Esta mezcla entre política y religión no es reciente. Basta recordar que en 1920 fueron los grupos conservadores los que promovieron la prohibición del alcohol. Para 1960 -consecuencia de la liberación sexual- la religión y la moral se colocaron en primer plano de la vida política norteamericana. Más aún en los 70s, cuando la cuestión del aborto (legal tras Roe vs. Wade en 1973) se volvió prioridad para los cristianos. En la era de Reagan, el cristianismo y los Republicanos ya dormían en la misma cama.

Esta estrategia continuó sirviendo en los 90s cuando Bill Clinton estuvo cerca de ser destituido por su dudosa moral. Siguió en el siglo XXI con la creencia de Bush Jr. sobre su “misión divina”, declarando que Dios le había ordenado invadir Irak y Afganistán para llevar la paz al Medio Oriente.

En este tiempo los Republicanos aprendieron que al atizar las pasiones conservadoras podían ganar prácticamente cualquier elección, pues la demografía WASP (White Anglo-Saxon Protestant) les daba una tremenda cantidad de votos.

Hoy la cosa es distinta: Dios parece haber tomado vacaciones o sencillamente aplicó para una jubilación temprana de la política. Porque tanto Clinton como Trump han ignorado magistralmente a lo sacro durante la campaña.

De Clinton se sabe que no le gusta discutir su fe en público. Pero resulta llanamente increíble el apoyo que los cristianos han dado al magnate neoyorquino. Porque Trump no sólo ha mentido, engañado y presumido que no suele pedir perdón a Dios. También promovió por un tiempo el aborto, no cumple con el ideal de “la familia tradicional” y contradice la principal enseñanza sobre sexualidad que tanto pregonan los conservadores (sexo monógamo dentro del matrimonio). Bien menciona el periodista Collin Hansen que si algo define a Trump es su devoción a “la impía trinidad del dinero, el sexo y el poder”.

¿Cómo explicar esto? La respuesta nos llevaría por múltiples senderos de la sociología y la antropología, algo imposible de recorrer en una columna tan breve.

Aún así, yo quiero ofrecer una respuesta: que Dios ha sido derrotado por el capitalismo. Porque el estrés económico que resienten millones de norteamericanos los hace voltear hacia un nuevo Mesías que hará de nuevo grande a su país. Visto de otra manera, el poder del dinero ha sustituido a la fe; y el evangelio de un millonario misógino se volvió más atractivo que el de un judío empobrecido que habla de misericordia.

Así, creo que por fin entendemos de qué va la frase “In God We Trust” en el dinero gringo. Se refiere al único Dios verdadero de los yankees: el billete verde.

Una versión de este texto se publicó originalmente en Vértigo

9/10/16

ESTE TÍTULO ES FALSO

El electorado estadounidense parece haber llegado a un grado de cinismo sin parangón en la historia, claudicando por completo a cualquier responsabilidad democrática o a cualquier interés de conocer la Verdad de los hechos; de conocer los datos veraces que sustentan al mundo y a la realidad. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

El legendario comediante George Carlin sentenció hace veinte años que él jamás se quejaba de los políticos, ya que finalmente todos se quejaban de ellos y todos decían lo mismo: que los políticos apestan y no son de fiar.

Sin embargo, como acto siguiente Carlin volteaba su lupa para enfrentar a la audiencia, argumentando que en vez de criticar a los políticos haríamos mejor criticando al electorado: “si tienes un público egoísta e ignorante, tendrás entonces una clase política egoísta e ignorante”.

Menciono todo esto porque el veredicto de Carlin parece cada día más relevante; más aún cuando estamos en medio de una crisis política que desgasta y erosiona a los sistemas democráticos en todo el mundo y que nos podría llevar al oscurantismo después de un siglo de liberalismo en Occidente.

Ejemplos como el Brexit y el auge de Donald Trump vuelven urgente la necesidad de contar con un electorado a la altura de las circunstancias presentes. Un electorado que esté informado y dispuesto a tomar decisiones inteligentes y acertadas.

Se vale soñar, amigos, pues nada podría estar más lejos de la realidad.

Al analizar nuestra coyuntura presente es evidente que nuestro problema democrático es más profundo de lo que aparenta; y va mucho más allá de políticos deshonestos o electores indiferentes. El problema, de hecho, es más cercano a una crisis epistemológica: en la arena política, la Verdad es cada día más irrelevante.



La campaña presidencial de Estados Unidos es ejemplo perfecto de esto. Una calamidad absoluta para cualquier amante de los hechos o la verdad que terminó coronada con el debate entre Hillary Clinton y Donald Trump de la semana pasada. Un encuentro a todas luces surrealista, donde una mujer sumamente preparada se enfrentó a un orangután ignorante, mentiroso y farsante.

De acuerdo con Politifact, el 85% de todas las declaraciones que Donald Trump ha hecho durante la campaña (incluyendo el debate) han sido completamente falsas (18%), falsas (35%), mayoritariamente falsas (17%) o medias verdades (14%). Solamente el 15% de ellas han sido verdaderas (4%) o  casi verdaderas (11%).

¿Habían visto ustedes algo semejante en sus vidas?

Lo peor de todo –según analistas- es que probablemente la mitomanía de Trump no tenga ningún tipo de impacto con sus seguidores. Finalmente, el magnate ya ganó la primaria del Partido Republicano y está prácticamente empatado con la señora Clinton.

El problema aquí no parece ser culpa de políticos oportunistas. Todos sabemos perfectamente que los políticos son deshonestos en distintos grados. Es el típico juego del proceso democrático: los candidatos nos prometen las riquezas de Cíbola y nosotros tomamos sus promesas with a grain of salt, como dirían los Yankees.

Sin embargo, el electorado estadounidense parece haber llegado a un grado de cinismo sin parangón en la historia, claudicando por completo a cualquier responsabilidad democrática o a cualquier interés de conocer la Verdad de los hechos; de conocer los datos veraces que sustentan al mundo y a la realidad.

Se le atribuye al senador norteamericano Daniel Patrick Moynihan decir que “todo el mundo tiene derecho a una opinión pero no sus propios hechos”. Una frase que seguramente tiene sentido y lógica, aunque a estas alturas… ¡a quién carajos le importa!

Texto publicado originalmente en Vértigo

24/9/16

QUEJAS Y RECLAMOS

Hemos vivido los últimos 15 años entre terrorismo, caos, crisis financiera y una guerra civil. Sumado a que somos la generación más educada, pero igualmente la peor pagada en los últimos 30 años.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Por mucho tiempo he sostenido que soy una persona pesimista en lo general, aunque optimista en lo individual.

Basta con echar un vistazo al estado del mundo para darse cuenta que nuestro pronóstico como humanidad es a buenas luces negativo, aunque cada día acercándose más a lo calamitoso.

Pero esa es la actitud de mi vida: buscar mantener el optimismo a sabiendas de que gran parte de la humanidad se encuentra en una carrera hacia el abismo.

Últimamente, debo aceptarlo, esto se ha vuelto más complicado.

Con la conmemoración del decimoquinto aniversario de los ataques terroristas del 11 de septiembre, esa “oscuridad” de la que habla Leonard Cohen se ha postrado sobre mi mente. Porque son este tipo de fechas las que te detienen por un momento y te obligan a poner tu vida en perspectiva. “Quince años…” -piensa uno- “¿En verdad ha pasado tanto tiempo?”.

Pues sí señores, yo era apenas un muchacho de 14 años cuando en una escuela de Arkansas (es una larga historia) vi al WTC caer en llamas. Esto quiere decir que durante toda mi adolescencia y lo que llevo de adultez he vivido en un mundo donde el terrorismo (con toda su paranoia y pérdida de libertades civiles) es una constante y una realidad latente.

Y a quince años de este evento, queda preguntarse… ¿Cómo vamos en el combate al terrorismo?



La pregunta es ociosa, porque todos sabemos que la estrategia ha sido un fracaso. Veamos la vida cotidiana en el Medio Oriente, Asia Central, Estados Unidos y la Unión Europea, para entender que la situación no ha mejorado ni un ápice. El terrorismo sigue a la alza, aunque ahora de manera democratizada, al eliminar la lenta burocracia de Al-Qaeda por un terrorismo "do-it-yourself" promovido por el Estado Islámico y su club de amigos fundamentalistas.

Septiembre nos tiene otra sorpresa, pues hace 8 años (un 15 de septiembre, para ser exactos), la firma de Lehman Brothers se declaró en bancarrota, iniciando la crisis financiera más profunda en la historia reciente. Agreguemos eso también a la lista.

Sigo con mis quejas y reclamos porque aquí en México la cosa no va mejor. Quizás no tengamos broncas con Allāh o el Terror Inc. pero sí con otros grupos criminales de la misma calaña. Para nosotros, este 2016 igual nos cae como balde de agua fría, pues en diciembre estaremos cumpliendo nuestra primera década en la absurda guerra contra el narcotráfico.

Así lo es… diez años ya de operativos, retenes, decapitados, secuestros, extorsiones y otra larga letanía de atropellos a los derechos humanos; y sí… estamos igual o peor que al inicio de la guerra. Basta recordar que este mes de julio registramos la mayor cifra de homicidios desde el verano del 2011.

Así que la próxima vez que se quejen de cómo nosotros los Millennials somos unos cínicos o malcriados, que no queremos casarnos ni tener hijos, o no queremos comprar una casa o un auto… ¡Tengan paciencia, señores! Hemos vivido los últimos 15 años entre caos, crisis financiera y una guerra civil. Sumado a que somos la generación más educada, pero igualmente la peor pagada en los últimos 30 años.

Quién sabe qué sea… pero sigo sin explicarme por qué estoy de este humor y no puedo ser feliz. En una de esas es porque el verano termina este 21 de septiembre.

¡Ah! ¡Y ni siquiera empecemos con el tema del calentamiento global!

Una versión de este texto se publicó originalmente en Vértigo.

13/9/16

¿CUÁNTO POR SU CHAMACO, LOLITA?

La idea aquí propuesta es entregar dinero como motivación a todas las chamacas para que -¡voluntariamente!- utilicen métodos anticonceptivos de largo plazo y así podamos detener la epidemia de embarazos adolescentes.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Si se tratara de un virus o una infección contagiosa, México estaría frente a una epidemia de proporciones bíblicas. Porque es una realidad que vivimos una calamidad en el sector Salud por los embarazos adolescentes: un 19% de los bebés que nacen en México son de niñas menores a los 20 años.

Diariamente, más de mil niñas entre 10 y 19 años de edad se convierten en madres. En 2014 se sumaron 374,075 bebés concebidos por madres adolescentes; y de estos, cerca de 6 mil son de niñas menores a los 14 años (cifras de la SSA).

La OCDE valida estos datos, aunque pinta un panorama aún más oscuro: México ostenta el deshonroso primer lugar en embarazos adolescentes en esta organización, llegando a medio millón de nacimientos por año; prácticamente un embarazo adolescente cada minuto.

Ante este panorama tan adverso... ¿qué carajos queda por hacer? Los programas de educación sexual evidentemente no han sido efectivos, y aquella tontería de la abstinencia que promueven los religiosos menos ha funcionado.

Sin embargo –queridos amigos- han venido a la columna correcta, pues quiero presentarles una solución realista y pragmática a este problema.


Para entrar en tema, les contaré la historia de Barbara Harris, quien en 1989  -con 37 años de edad y siendo madre de seis hijos varones- decide cumplir el sueño de toda su vida: tener una hija.

Para esto contacta a un centro de adopción y al poco tiempo recibe la llamada esperada: ha llegado una bebé de ocho meses que puede ser adoptada. Pequeño detalle: la niña dio positivo al nacer de fenciclidina (PCP), crack y heroína. Era hija de una mujer junkie.

Aún con algo de recelo decide adoptar a la niña, a quien nombra Destiny. A los pocos meses recibe una nueva llamada: La madre biológica de Destiny había dado a luz a otro bebé, también con daños por heroína; Bárbara lo adopta también. Un año más tarde, una tercera llamada y una nueva hija... "¿Se la empaquetamos, señora?" -"¡Pues sí!, responde Bárbara". Otro año después: otra llamada; otro niño.

Ante esta realidad, Bárbara comienza a cuestionarse: “¿Cómo es posible que alguien pueda ir por la vida regando bebés dañados por drogas sin sufrir alguna consecuencia?”

Evidentemente no podía obligar a las mujeres a esterilizarse o usar anticonceptivos de manera forzosa, ya que al instante entraríamos en un pantano de problemas éticos. Sin embargo: ¿Por qué no pagarle a las mujeres para que dejen de tener bebés? Bajo esta premisa, decide ofrecer 200 dólares a cada mujer que quisiera -voluntariamente- esterilizarse o tomar anticonceptivos de largo plazo.

Esto me lleva a pensar... ¿No podríamos importar ese modelo a México para combatir los embarazos adolescentes? Me queda claro que las pubertas no representan el mismo problema que mujeres adictas al crack. Pero aún así, no podemos ser cándidos y suponer que una mujer de 14 años se encuentra preparada para brindar la formación integral que requiere un chamaco en el siglo 21.

¿Por qué no entonces darles una lana a estas muchachas para que -¡voluntariamente!- utilicen métodos anticonceptivos de largo plazo? Cuando caduquen estos medicamentos, ellas ya serán mayores de edad y podrán hacer lo que les venga en gana con su útero y su vida.

¿Qué opinan señores? ¿Quién le entra para incluir esta propuesta en la agenda legislativa?


Texto publicado originalmente en Vértigo

22/8/16

HISTORIAS DE TERROR BOLIVARIANAS

Resulta claro que Venezuela llegó a su situación calamitosa por tomar malas decisiones políticas. Pero no podemos ignorar que estas acciones no fueron impuestas con ley marcial. En algún momento grandes sectores de la población apoyaron estas medidas.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
@DelgadoCantu

Últimamente he estado pensando en las narrativas personales. Sobre cómo inventamos nuestra propia historia, seleccionando algunos eventos y dotándolos de significado, para luego incluirlos en la Gran Narrativa de la vida. Un ejercicio donde fincamos toda clase de traumas y éxitos que definen nuestro presente.

La misma cuestión aplica para los países. Porque al igual que nosotros, alguien se encargó de crear un cuento de la Historia Nacional, eligiendo triunfos, derrotas, heridas y victorias que definen el presente colectivo de una sociedad.

Ya todos conocemos los fantasmas que aterrorizan a México. Como niños seguimos viendo monstruos en las sombras de la noche: sea ya la Conquista, la intervención gringa o la francesa. ¡Bueno señores, hasta Porfirio Díaz nos sigue dando miedo!

No obstante, hemos crecido para entrar en la adolescencia y comenzar a perderle miedo a la oscuridad. Las nuevas generaciones están más interesadas en Pokemón y quizá no tengan ni idea de quién diablos fue Santa Anna, Winfield Scott o Maximiliano de Habsburgo, ni por qué deberían afectar su presente. Basta observar para ver que los jóvenes están muy cómodos con el multiculturalismo y la apertura ante el mundo.

Pero como todos sabemos, la adolescencia es también un periodo turbulento. Así como nosotros experimentamos con drogas e ideologías absurdas, igual las naciones pubertas hacen cosas que poco sentido tienen para los adultos, pero que para el país imberbe resultan reveladoras. Y tal cómo hemos visto, si estos excesos no se controlan, uno puede acabar como junkie en las frías calles de la ciudad.

Pues el mundo tiene a un nuevo amigo junkie. Un país llamado Venezuela que bajo el gobierno de Hugo Chávez abandonó su vida en los suburbios y escapó al desierto para unirse a la familia Manson, llevando su vida a los abismos de la crisis y la desesperanza.


Resulta claro que Venezuela llegó a esta situación por tomar malas decisiones políticas y volverse adicto a su droga predilecta: el petróleo. Pero no podemos ignorar que estas acciones no fueron impuestas con ley marcial. En algún momento grandes sectores de la población apoyaron estas medidas.

Según el economista Ricardo Hausmann, esto sucedió porque el chavismo tergiversó los paradigmas sociales que sustentaban la vida y la historia venezolana, manipulando la conciencia nacional colectiva y creando una nueva narrativa basada en los demonios de Chávez.

Así, una sociedad abierta comenzó a considerar a los empresarios, a la inversión extranjera y al capitalismo como encarnaciones de Lucifer; haciendo que medidas como expropiaciones, control de precios y manipulación de divisas embonaran en su nueva lógica.

Los resultados –sobra decirlo- han sido calamitosos. Pero más aterrador es el corto tiempo que tomó para transformar la mente de una sociedad entera. Cómo en pocos años, se convenció a millones que el modelo chavista era viable.

Si esto pasó en Venezuela, algunas preguntas se vuelven obligatorias para los países adolescentes. ¿Cómo estamos sorteando nuestra pubertad? ¿Qué tan viable es que tomemos el Kool-Aid buscando eliminar el rezago y la pobreza? O peor aún… ¿Qué tan susceptibles somos a la manipulación de los Charles Mansons modernos?

Quizá usted y yo estemos a salvo… ¿Pero qué decir de millones de mexicanos?

Texto publicado originalmente en Vértigo

7/8/16

LOS SENTIMIENTOS DE LA REALIDAD

Entiendo que muchos están cansados del establishment político y su discurso. Pero si como sociedad no podemos ver las mismas cifras y entenderlas de la misma manera, entonces estamos frente a una fractura profunda: un mundo donde cada loco puede inventar su realidad a partir de lo que ellos “sienten” que es verdad.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
@DelgadoCantu

Hace dos semanas escribí sobre el auge del populismo anti-intelectual, resumido a la perfección por el entonces Ministro de Justicia británico, Michael Gove, en su frase: “la gente ya está harta de escuchar a los expertos”.

Pero resulta obvio que si buscábamos llevar esta ideología a los límites del absurdo era necesario contar con un grupo de personas todavía más ignorantes. Por fortuna no tuvimos que buscar muy lejos, pues una gran muestra se reunió recientemente en Cleveland para conmemorar la Convención Nacional del Partido Republicano.

A diferencia de Gove, los Republicanos han decidido cavar todavía más profunda la trinchera de la ignorancia, pidiendo no sólo ignorar a los expertos, sino ignorar por completo la realidad, creando en su lugar un mundo donde los datos y las cifras estadísticas no tienen importancia, y donde basta con “sentir” que algo es verdad para que así lo sea. ¡Bienvenidos señores, al anti-realismo mágico!

Uno de los mayores expositores de este pensamiento es –obviamente- el señor Donald Trump, quien en la Convención Republicana presentó una visión apocalíptica del mundo, persuadiendo a su audiencia de que viven rodeados de elementos lúgubres, donde los migrantes rondan libremente asesinando familias, los musulmanes planean ataques terroristas, la economía está destruida y el poder militar yankee es inexistente. Todo su mensaje se basó en emociones sombrías: angustia, dolor, miedo y desconfianza…

Sin embargo, ha sido señalado por muchos -incluso por el presidente Obama- que nada de esto se refleja en el mundo real. Todo fue al final una fantasía retorcida del magnate neoyorquino.


Para empeorar las cosas, entra en escena Newt Gingrich, speaker del Congreso durante la década de 1990. Cuestionado por CNN sobre las declaraciones de Trump de cómo los homicidios están fuera de control (cuando de hecho están en su nivel más bajo en 25 años), Gingrich respondió que a él le importa poco lo que muestren las estadísticas, pues “la gente se siente amenazada; y como político, yo me iré con los sentimientos de las personas, y dejaré que ustedes (los periodistas) se vayan con los teóricos”.

¡Qué chulada! O sea que ahora podemos hacer de nuestras “emociones” la brújula para navegar la realidad.

¡Pues no! La economía, las finanzas públicas y las estadísticas de todo tipo se miden con números y con datos. Poco importa si alguien siente que el crimen o la inmigración ilegal están aumentando; si las cifras muestran lo contrario, entonces debemos creer en las cifras (siempre y cuando tengan validez científica).

Lo peor es que muchos políticos han entendido este perverso juego y han aprendido a jugarlo con un cinismo desmedido. Aunque todavía peor es que la sociedad ha caído voluntariamente en esta trampa, permitiendo que la clase política los manipule y entretenga con un espectáculo de prestidigitación y aire caliente. ¿A quién no le gusta ver sus emociones validadas por una figura de autoridad?

Entiendo que muchos están cansados del establishment político y su discurso. Pero si como sociedad no podemos ver las mismas cifras y entenderlas de la misma manera, entonces estamos frente a una fractura profunda: un mundo donde cada loco puede inventar su realidad a partir de lo que ellos “sienten” que es verdad.

¡Lo que nos faltaba, señores!

24/7/16

EN BUSCA DEL POPULISMO PERDIDO

Uno puede entender el desprecio hacia las élites y el nuevo gusto por el populismo. Es evidente que millones siguen encabritados por el estrepitoso fracaso del establishment para predecir y remediar las consecuencias de la crisis del 2008: desempleo masivo, crecimiento paupérrimo, salarios estancados y un futuro incierto para millones de personas.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Una de las frases más preocupantes de nuestros tiempos fue mencionada poco antes del referéndum que dejó a la Gran Bretaña fuera de la Unión Europea.

Al hablar sobre cómo todas las instituciones y autoridades financieras opinaban que el Brexit era una terrible idea, el entonces Ministro de Justicia británico, Michael Gove, sentenció: “la gente ya está harta de escuchar a los expertos”.

Esta frase resume el espíritu contemporáneo: un momento donde las actitudes peyorativas contra la élite se generalizan y el desprecio popular en su contra se traduce en anti-intelectualismo orgulloso y soberbio.

Este síntoma no es particular del Reino Unido. En el resto de Europa vemos a la racionalidad política deformarse bajo las oscuras fuerzas del populismo que manipulan los miedos sociales. En Estados Unidos, Donald Trump golpea el tambor de la ignorancia y el radicalismo que los Republicanos han tocado por años, traducido en un desprestigio hacia el establishment, el multiculturalismo y todo aquello que huela a “intelectual”.

Uno puede entender el desprecio hacia las élites y el nuevo gusto por el populismo. Es evidente que millones siguen encabritados por el estrepitoso fracaso del establishment para predecir y remediar las consecuencias de la crisis del 2008: desempleo masivo, crecimiento paupérrimo, salarios estancados y un futuro incierto para millones de personas.

Luigi Russolo - La Rivolta

Sin embargo, algo más perverso se gesta en el núcleo de este movimiento de protesta. Porque la desconfianza contra los “expertos” parece permear al mundo científico y académico. Esta visión anti-intelectual es promovida por políticos perversos –o simplemente idiotas- que usan el hartazgo social para erosionar la confianza en la ciencia y la racionalidad. La lógica es simple: si se logra desprestigiar la validez científica, más fácil será vender paraísos falsos y toda clase de propuestas estrafalarias.

Bajo esta visión retorcida, las conclusiones científicas se vuelven una opinión más, con la misma validez que una creencia subjetiva. De aquí que millones de personas sigan dudando del calentamiento global (más del 95% de los científicos lo aceptan) o crean que la migración hacia Estados Unidos está fuera de control (de hecho, está en su punto más bajo en décadas).

Y entonces… ¿qué hacemos para contrarrestar a este populismo anti-intelectual? Ante esta cuestión, el filósofo Karl Popper argumentaría que la barrera principal contra cualquier tipo de totalitarismo es la confianza colectiva hacia la razón y los principios neutrales de la ciencia. Si queremos que la polifonía de voces funcione en una democracia, todos debemos aceptar la racionalidad científica como plataforma común.

¿Y cómo lograr esto en el ambiente actual? Yo propongo que si el populismo se está imponiendo ante las viejas élites, la mejor forma de combatirlo será creando un nuevo estilo de populismo. Este populismo no deberá ser ni “progresista” (Chantal Mouffe dixit), ni mesiánico (AMLO et al.) ni “derechista” (Trump & friends), sino uno que combata a las políticas demagógicas de todo tipo y promueva las ideas que dieron vida a las democracias de Occidente. Porque si el populismo está de moda, entonces habrá que vender su mejor versión: un populismo basado en la razón y la racionalidad científica.

Eso sí… Los detalles de este proyecto se los dejo de tarea.

Texto publicado originalmente en Vértigo

11/7/16

DEN UNA OPORTUNIDAD A LA GUERRA

Quizá debamos considerar una idea polémica: que los seres humanos simplemente no hemos evolucionado para disfrutar la paz. Porque parecería que cada vez que la conseguimos, inmediatamente buscamos algún pleito entre nosotros o con nuestros vecinos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

El filósofo John Lennon lo dijo clarísimo en una de sus canciones emblemáticas: "Lo único que estamos diciendo es que den una oportunidad a la paz".

Y como hippies trasnochados que somos, después de 35 años sus palabras nos siguen pareciendo obvias; pues al menos de que tengas un residuo genético de Stalin o Pol Pot, nadie se atrevería a proponer que la paz es indeseable.

Pues espero no arruinar su fiesta, pero parece que hemos vivido en una ilusión todo este tiempo.

De acuerdo con el académico Stephen Walt, la paz no es tan inocua como parece y más bien es un arma de doble filo, ya que puede ocasionar todo tipo de inestabilidad en el mundo. Me explico:

Tomando la teoría política de Michael Desch, este profesor de Harvard propone que ha sido la guerra -o la percepción de una amenaza externa- lo que ha permitido el surgimiento de Estados fuertes y centralizados, así como de políticas nacionales cohesivas. Y en contra del sentido común, menciona que los periodos prolongados de paz son en realidad perniciosos, pues hacen que las diferencias internas crezcan y se profundicen, llevando a los Estados a la ineficiencia y la inestabilidad.

Para probar su punto menciona la coyuntura europea entre el Tratado de Versalles de 1815 y la Guerra de Crimea de 1853: un interregnum de paz continental que llevó a numerosos países a sufrir toda clase de caos intestinos. Lo mismo pasó en tierra Yankee, pues habiendo domado las amenazas externas, comenzó a germinar ese huevo de serpiente que desató la guerra civil de 1861.


En el centro de esta propuesta hay una idea simple: cuando un Estado se siente amenazado desde afuera, se ve obligado a desarrollar "burocracias eficientes, un sistema fiscal que funciona, ejércitos formidables, y también promueve el patriotismo y apacigua las divisiones internas". Todas acciones ideales para mantener la calma en el país.

Ejemplo de esto fueron las dos guerras mundiales y la subsecuente Guerra Fría, conflictos que llevaron a Estados Unidos a cohesionarse como nunca antes.

Quizá ustedes protesten y digan que la guerra contra Al-Qaeda no llevó a los gringos a la unidad; sino al contrario, que ahora vemos sus diferencias más marcadas que nunca. A este argumento, Walt indica que los ataques del 11 de septiembre, las guerras en Oriente Medio e incluso eventos como el de Boston y Orlando no han sido lo suficientemente calamitosos para lograr enterrar las divisiones sociales. Al final, la probabilidad de morir en un acto terrorista es cercana a 1 en 4 millones: una amenaza ambigua y difusa para tener una fuerza cohesionadora en la sociedad yankee.

Situación parecida la vemos en Europa, donde un prolongado periodo de paz llevó al surgimiento de viejas rencillas entre países y al surgimiento de líderes populistas que buscan desestabilizar el status-quo de la Unión. Es extraño, pero todo parece indicar que Europa sufre los efectos de una sobredosis de paz.

Al final, quizá debamos considerar una idea todavía más polémica: que los seres humanos simplemente no hemos evolucionado para disfrutar la paz. Porque parecería que cada vez que la conseguimos, inmediatamente buscamos algún pleito entre nosotros o con nuestros vecinos.

Con esta realización, creo que debemos dejar de lado el idealismo de Lennon y cantar mejor en sincronía: "All we are saying is give war a chance".

Texto publicado originalmente en Vértigo

26/6/16

LA VIOLENTA OBJETIVIDAD

Quizá sea tiempo de mandar al carajo la objetividad y comenzar a ejercer el poder que tenemos como comunicadores a través de las palabras.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Les presento una cuestión: ¿Deben los periodistas utilizar su lenguaje para combatir la violencia y la opresión en el mundo? ¿O debemos ser fieles a esa vieja esposa que llamamos objetividad?

La pregunta no es gratuita. A muchos nos enseñaron que la objetividad es pilar inquebrantable de nuestro oficio: una de esas cosas que nos hace sentir nobles; que nos exalta como profesionistas.

Yo seré sincero: creo que he sido un adúltero con la objetividad. Porque aunque sea una búsqueda loable, definitivamente es inútil como concepto por ser inalcanzable. Dejen me explico: al momento de buscar entender algún evento, debemos relacionar siempre esa información con nuestro bagaje cultural. Y en ese proceso, recurrimos invariablemente a preconcepciones, prejuicios, creencias, educación, supersticiones, etcétera. Sólo así podemos entender la realidad frente a nosotros.

¡Y no sólo eso! Pues una vez recopilada la información, debemos compartirla con la audiencia, utilizando –obviamente- el lenguaje: palabras que acaban por significar cosas distintas para cada persona. Y por si fuera poco, una vez que la audiencia recibe la información deben recurrir a sus propios prejuicios, sesgos, normas culturales, educación, etcétera, para procesarla. O sea... ¡No hay remedio!



Pero no seamos tan negativos, de acuerdo con el poeta y dramaturgo nigeriano, Wole Soyinka, los periodistas tienen una salida: utilizar el lenguaje como herramienta activa en su trabajo. Este premio Nobel de literatura argumenta que nunca debemos perder de vista el poder de las palabras, ya que el lenguaje es parte del “armamento” que tenemos para oponer resistencia ante la tiranía y la barbarie en el mundo. Soyinka toma como ejemplo al Estado Islámico, protagonista de incontables atrocidades en el Medio Oriente.

Frente a este agresor tan particular, cuestiona por qué los medios de comunicación (entiéndase nosotros) no han cuestionado elementos tan básicos cómo el mismo nombre de la organización.

Él dice que ante la búsqueda de una objetividad académica, hemos pasado por alto que al llamar a este grupo "Estado Islámico" sólo le estamos haciendo un favor, legitimando y normalizando a un agresor que no es “Islámico” y más bien una “corporación de homicidio anti-islámica”; y que tampoco es un Estado, sino un “grupo irredimible, sadista y obsesionado con la muerte (que) se complace con desestabilizar a Estados reales y exterminar poblaciones”.

De ahí que cuestione el interés de los periodistas por buscar la "objetividad" a toda costa, cuando tenemos el poder de socavar activamente a este grupo con nuestras palabras, ya que las personas bajo su yugo son incapaz de hacerlo. Bien dice Soyinka que "existe la libertad de expresión, pero también la libertad de elección al expresarse”.

Todo esto debe llevarnos a repensar aquellos los temas que tratamos de manera "objetiva" cuando en el fondo son indefendibles: dizque "maestros" mexicanos que no educan; "científicos" que niegan el cambio climático; "congresistas" que no representan a su electorado.

Quizá sea tiempo de mandar al carajo la objetividad y comenzar a ejercer el poder que tenemos como comunicadores a través de las palabras. O podemos seguir igual, buscando ser "objetivos" ante la ignorancia, la barbarie y la podredumbre que consume a nuestro mundo.

¿Qué opinan, señores?

Texto publicado originalmente en Vértigo