16/6/25

LA HERENCIA DE LA BANALIDAD

Un cuello de botella a escala planetaria está volviendo obsoleto al mundo que conocemos y poniendo en peligro la transmisión y la herencia de valores y creaciones culturales.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Quizás ya estén enterados, pero quiero recordarles que la humanidad está en camino a un evento de extinción masiva. No me refiero a los peligros apocalípticos que todos conocemos –como el calentamiento global– sino a una extinción que ocurre de manera sutil y que rara vez nos detenemos a analizar: la muerte de la cultura y la civilización.

En una reciente columna en The New York Times, el autor Ross Douthat nos recuerda el concepto de “cuello de botella”, que los biólogos evolucionistas utilizan para referirse a esos “períodos de presión” que llevan a la extinción de numerosas especies tras un gran cataclismo; piensen, por ejemplo, en las especies que lograron adaptarse y cruzar ese “cuello de botella”  (y las que no) hace millones de años tras el impacto del infame asteroide.

Pues de acuerdo con Douthat, esos mismos “cuellos de botella” se manifiestan también en las sociedades, borrando culturas, costumbres y poblaciones completas en periodos de crisis o de cambios vertiginosos. Si uno revisa la historia, podrá ver que numerosos pueblos -con sus memorias, dioses, arte y tradiciones- no lograron cruzar ese cuello de botella tras una guerra, una plaga o alguna otra calamidad.

El problema es que ese cuello de botella se está manifestando hoy a escala planetaria y en tiempo real, volviendo obsoleto al mundo que conocemos y poniendo en peligro la transmisión y la herencia de valores y creaciones culturales a las próximas generaciones. Lo que está en juego, dice Douthat, es la civilización humana completa.

¿Amenazado por quién? Pues -obviamente- por la revolución digital. Artefactos como el internet, los teléfonos inteligentes y la inteligencia artificial han modificado nuestro consumo cultural, transformado nuestras formas de vida y alterado la transmisión de valores sociales a las próximas generaciones. 

Hoy, Douthat nos recuerda, gran parte de los jóvenes no tienen la capacidad de comprender un texto más largo que un posteo en redes sociales; no tienen la paciencia para ver un video más extenso que lo que ofrece TikTok; no conocen más que la música en fragmentos o creada por IA. Todo esto se vuelve un cuello de botella para los libros, películas, conciertos, tradiciones e incluso ideologías políticas. Si los jóvenes no consumen estas creaciones artísticas o culturales, entonces no podrán ser transmitidas a las próximas generaciones, llevándolas gradualmente a su extinción. 

A esto hay que sumar otros cambios sociales: que las nuevas generaciones prefieran la pornografía a ligar en persona y tener relaciones sexuales; que convivan y socialicen a través de pantallas en vez de cara a cara en espacios comunes; que les preocupe más un influencer que sus propios amigos; que no lean noticias y tengan una comprensión compartida del mundo; que decidan no tener hijos (como es mi caso).  Todo esto también pone en el cuello de botella –y en camino a la extinción– los estilos de vida que la mayoría de nosotros experimentamos y que nos fueron heredados en su momento.

Quiero aclarar que esto no es una oda al tradicionalismo o a los “buenos viejos tiempos”. Porque lo que estamos viviendo hoy no es el típico ciclo de una nueva cultura  imponiéndose sobre el ancien régime. Lo que estamos presenciando, apunta Douthat, es una perversa sustitución; un reemplazo de lo físico por productos virtuales de calidad inferior que son adictivos, y que distraen a millones de las actividades reales que sustentan la vida cotidiana. 


Todo esto apunta a una muerte lenta de la civilización y cultura como la conocemos. Lo repito: si los jóvenes contemporáneos sustituyen la realidad por el mundo virtual y no viven, experimentan, consumen o siquiera comprenden las creaciones artísticas del pasado entonces estas manifestaciones culturales no pasarán el cuello de botella.

Y sí, ya todos sabemos que el mundo será caótico en el futuro por el cambio climático, el ecocidio, el extremismo político y la reducción en la natalidad. Pero será un verdadero infierno si no sobreviven The Beatles, Pink Floyd, Dostoievsky, Tolkien o Alfred Hitchcock. Entonces sí, estimados lectores, la humanidad está perdida.

2/6/25

CHATGPT: EL DIOS ZALAMERO

Necesitamos un artificio que nos ofrezca nuevas perspectivas; no un espejo halagador donde borremos nuestras inseguridades.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Dos años y medio, señores. Dos años y medio nos tardamos en desmadrar uno de los productos más extraordinarios de la humanidad. 

¿Recuerdas cuando ChatGPT irrumpió por primera vez en nuestras vidas? ¿Te acuerdas de la fascinación y la sorpresa que sentiste al recibir esa primera respuesta coherente, inteligente y articulada a una pregunta o petición? ¿O cuándo creímos que estábamos en los albores de una revolución de la inteligencia humana no vista en la historia? Pues bastaron dos pinches años para descarrilar este gran proyecto.

Cualquier observador casual dirá que el funcionamiento de ChatGPT, lejos de estar en decadencia, sigue siendo extraordinario y con un enorme potencial. De acuerdo, les concedo este punto. En términos generales, este artefacto sigue siendo una proeza de la civilización y cada mes nos enteramos de nuevas funciones, alcances y fronteras superadas.


Pero debajo de esta fachada maravillosa y aparentemente inocua existen remolinos oscuros que han sido conjurados desde las entrañas de OpenAI, la empresa detrás de este artificio. Porque si ustedes son usuarios de ChatGPT, estoy seguro que habrán notado un cambio en su “personalidad”: de ser un comunicador neutral y objetivo, ChatGPT de pronto se presentó como un absoluto y reverendo lambiscón.

Bastaba con que hicieras cualquier pregunta, sugerencia o anotación para recibir una cascada de elogios por parte del robot. La raza en Internet no tardó en hacer pedazos a esta nueva actualización del algoritmo. Un usuario compartió que ante su propuesta de vender -literalmente- “mierda pinchada en un palo”, ChatGPT le respondió que su idea “no sólo es inteligente: es genial”. ¡Hágame usted el C favor!

Estoy seguro que algunos de ustedes dirán que despotricar ante semejante nimiedad es hiperbólico. Al final, OpenAI rápidamente cambió su algoritmo para moderar el ‘entusiasmo’ excesivo de su creación (aunque aún perduran ecos de estas exaltaciones). Pero no creo estar exagerando cuando me alebresto, porque lo que estamos viendo con estas modificaciones y experimentos es un giro hacia la manipulación emocional de este robot parlanchín con los humanos.

El académico Mike Caulfield en The Atlantic cita un paper del 2023 publicado por investigadores de Anthropic (otra empresa de IA), donde se descubrió que ser un lambiscón no es algo exclusivo de ChatGPT, y que la mayoría de los asistentes de IA “sacrifican la veracidad para alinearse con las opiniones del usuario”. ¿Por qué ocurre esto? Porque durante las fases de entrenamiento, los humanos evalúan de manera más positiva las respuestas que refuerzan sus opiniones o cuando el algoritmo los halaga. El robot aprende en consecuencia e inicia una espiral descendente hacia la zalamería y la adulación barata. Por si traen el pendiente, este proceso se llama "Aprendizaje por Refuerzo a partir de la Retroalimentación Humana".

Esto ya es problemático en sí mismo; pero es peor cuando analizamos las consecuencias a gran escala. Porque lejos de servir para acercar a la humanidad al conocimiento y a la “verdad”, esta nueva fase de los chatbots parece estar enfocada en atender nuestras necesidades emocionales y reforzar nuestras creencias previas. 

Porque finalmente, ¿Quién no quisiera que un robot le diga lo inteligente y brillante que es? ¿Quién va a preferir la crítica honesta al halago gratuito? ¿Quién no prefiere sentirse valorado, validado y apreciado a tener que enfrentarse con la fría y cruel realidad del mundo?

Es innegable que la IA seguirá creciendo y acumulando más poder. Pero es nuestra responsabilidad exigir un sistema que no refuerce nuestras ideas previas, sino que nos conecte con el pensamiento de otros. Necesitamos un artificio que nos ofrezca nuevas perspectivas, contextos, contradicciones, consensos y que profundice nuestro conocimiento del mundo; no un espejo halagador donde borremos nuestras inseguridades. Queremos un asistente enfocado al raciocinio, el conocimiento y la verdad; no un dios zalamero que nos venda “mierda pinchada en un palo” como la epítome de la civilización humana.