19/5/25

LA IGNORANCIA ES LA FUERZA

Hoy vemos al Imperio Yanqui liderado por un rey loco, con una corte de aduladores e incompetentes, gobernando a una sociedad cada vez más idiota. 



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


“Amo a los que tienen poca educación” 
- Donald Trump (febrero 2016)

¿Qué ocurre cuando la estupidez se vuelve política de Estado? ¿Qué le queda a una civilización cuando el idiotismo, la desinformación y la incultura se vuelven valores que se celebran y glorifican? ¿Qué futuro le queda a una sociedad que exalta a la ignorancia?

Ahora que se cumplieron los primeros 100 días de la nueva administración Trump (cien días que se han sentido como medio siglo) mucho se ha escrito ya sobre sus políticas destructivas hacia el orden liberal internacional: su simpatía hacia algunos dictadores; su agresividad contra aliados históricos; su repudio a las instituciones democráticas y supranacionales; su desprecio al libre comercio y el cataclismo causado en la economía global.

Todo esto es gravísimo y puedo asegurarles que aún falta mucho por ver en los más de 1,300 días que le quedan a su presidencia. Pero en este retorno de Trump, quizá lo más corrosivo a nivel institucional ha sido la concentración de estupidez en las altas esferas del gobierno; estupidez que encuentra su espejo perfecto en la propia sociedad norteamericana.

Si recurrimos al clásico dilema de “quién-vino-primero-si-el-huevo-o-la-gallina” (obviamente fue el huevo), veremos que la estupidez que hoy vemos en el gobierno de Estados Unidos es consecuencia de lo que se ha gestado por décadas entre los ciudadanos norteamericanos. Revisen la historia reciente y descubrirán un gradual –pero constante– descenso de la sociedad estadounidense a niveles insólitos de frivolidad, superficialidad y de admiración a la ignorancia. 

Basta con analizar la producción y exportación cultural (es un decir) para saber que estamos viviendo en tiempos peligrosamente estúpidos: reality shows, películas de superhéroes a granel, teorías de conspiración y un preocupante desfile de refritos, repeticiones y relanzamientos en numerosos productos audiovisuales que nos señala una ausencia grave de originalidad en la industria cultural, por no decir estancamiento o decadencia. Esto para algunos quizá no sea una novedad. Al final, si algo ha caracterizado a la cultura popular norteamericana (en general) es  su falta de profundidad o complejidad. 

Pero hoy la situación es doblemente peligrosa. Porque aunque siempre convivimos con una sociedad estúpida, el planeta podía confiar en la existencia de una clase política y empresarial lo suficientemente preparada y con la competencia apropiada para liderar al Imperio.

Hoy esto se está desmoronando y en diversos sectores gubernamentales el intelecto se ha perdido del todo. Si uno revisa el perfil del gabinete federal de Trump, encontrará solamente una pandilla de orates, sicofantes, lambiscones o improvisados; de la misma manera, el despido masivo de burócratas de carrera y su reemplazo con fanáticos del régimen está creando una desprofesionalización de la administración pública, reemplazando el profesionalismo con la lealtad. 

Pero el Imperio peligra ahora también desde sus bases intelectuales. Porque en uno de los arrebatos más preocupantes de esta administración, Trump le ha declarado la guerra a los propios semilleros de profesionalismo y la intelligentsia norteamericana. El conflicto entre el presidente y las universidades -argumentando la infección de la ideología “woke” y otras tendencias radicales– busca cooptar a los últimos reductos donde se genera conocimiento real y de donde surgirán los futuros líderes del Imperio.

De lograrse esto, creo que podemos ver ya la película completa: un Imperio liderado por un rey loco, con una corte de aduladores e incompetentes, gobernando a una sociedad cada vez más idiota. 

Dicen que las secuelas siempre son peores que la obra original… pero esta secuela no solo es peor: es la instauración oficial de la estupidez como doctrina imperial.

4/5/25

EL SONIDO DEL SILENCIO

La principal diferencia entre una democracia y una dictadura se encuentra en el grado de libertad con el que fluye la información entre distintos actores.

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú



¿Cuál es la principal diferencia entre una democracia y una dictadura? Para un observador común, quizá estos diferenciadores se encuentran en la estructura o composición de los sistemas políticos o, incluso, en las bases éticas que sustentan a un régimen. Esto no sería del todo equivocado, aunque tampoco nos ofrece un panorama completo.

Porque, basado en la perspectiva del historiador Yuval Noah Harari, la principal diferencia entre una democracia y una dictadura se encuentra -y ponga usted mucha atención- en la manera en la que operan sus redes de información. O dicho de otra manera, el grado de libertad con el que fluye la información entre distintos actores determina el régimen en el que vivimos. Si no les queda claro, vámonos por partes.

En una dictadura, dice Harari, las redes de información se encuentran altamente centralizadas, creando un sistema donde la información fluye desde diversos “nodos” (cualquier actor social) en una dirección concreta: hacia el centro político del régimen, donde se toman la mayoría de las decisiones. 

Las democracias funcionan de manera opuesta. Aunque aquí también existe un eje central (el gobierno federal), éste convive con numerosos nodos de información descentralizados: la prensa, los partidos políticos, las ONG, universidades, las cortes, las publicaciones digitales. Estos nodos pueden comunicarse entre ellos sin tener que pasar por el centro, permitiendo una comunicación más fluida, variada, compleja y descentralizada. 

Este libre flujo de información tiene otra virtud, y es que permite la creación de “mecanismos de autocorrección”, donde los errores que cometa cualquiera de los nodos (incluido -y particularmente- el gobierno central), pueden ser detectados, analizados y expuestos por diversos actores, impulsando a  tomar mejores acciones o a generar un cambio de políticas públicas. 

Nada de esto sucede en las dictaduras. En los estados autocráticos, la gran mayoría de estos mecanismos de autocorrección son inexistentes, en parte porque un dictador tiende a eliminar rápidamente cualquier nodo que pudiera ser crítico (silenciar a periodistas, cerrar universidades, cooptar a las cortes, arrestar a líderes sociales, etcétera). Sumado a esto, en una dictadura la información que recibe el centro suele estar manipulada, ya que ninguno de los nodos pretende dar malas noticias, decir verdades incómodas o contradecir el discurso de la dictadura. Esto alimenta al centro con información basura y datos erróneos, y finalmente encarrila a quienes toman decisiones a cometer errores cada vez más catastróficos.

Todo esto debería de dar pausa al régimen que gobierna hoy a México. Sean cuales sean sus intenciones reales con la nueva Ley de Telecomunicaciones y Radiodifusión, la realidad es que la manera en la que está escrito el texto otorga un poder casi absoluto al Poder Ejecutivo y a su Agencia de Transformación Digital.

Esto representa un daño multidimensional para el Estado mexicano. En primer lugar, llevará a numerosos medios a autocensurarse para evitar enfrentarse con el régimen; esto dejará a la sociedad peor informada sobre los asuntos públicos, lo que a su vez evitará que exista una discusión abierta y objetiva entre los diversos nodos que componen a una democracia. Al final, es inevitable que el sistema de información del que habla Harari se transforme de uno variado y complejo a uno unidireccional, eliminando otro mecanismo de autocorrección para el centro que toma decisiones.

El régimen quizá crea que doblegando a los medios de comunicación se está ahorrando los problemas de convivir con una prensa crítica e incómoda. La realidad, como pueden ver, es más compleja. Porque lo que realmente está logrando es encadenarse a un sistema de información que ha llevado a numerosas dictaduras al fracaso y al colapso.

El gobierno de México puede tomar esta decisión bajo su propio riesgo, pero la historia nos demuestra que el destino es un cementerio de autocracias que quisieron controlar el flujo de información para terminar sepultados por su propia incompetencia, ineptitud, inoperancia e ignorancia.