10/9/15

Hoy no me quiero embarazar

Siempre me ha parecido curioso que las personas más obsesionadas por evitar el aborto sean al mismo tiempo las más angustiadas por evitar el uso de anticonceptivos.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Siempre me ha parecido curioso que las personas más obsesionadas por evitar el aborto sean al mismo tiempo las más angustiadas por evitar el uso de anticonceptivos. Nunca he entendido esta contradicción, pues me parece que la ecuación es sumamente sencilla: si más gente utiliza anticonceptivos, menor será el número de embarazos no deseados, lo que da como resultado un menor número de abortos. ¡Así de fácil! 

Por lo tanto, si el objetivo de nuestros hermanos católicos, cristianos, evangélicos -o ve tú a saber la denominación a la que pertenezcan- es tener un menor número de abortos, pues entonces sería urgente promover en todos los rincones del mundo el uso de anticonceptivos.

Hago un breve paréntesis ya que estamos en el tema: ¿Por qué los cristianos se enfocan tanto en odiar a los homosexuales? ¿Qué no son ellos los menos proclives a tener un aborto en toda su vida? Muy extraño todo eso, pero como en muchas otras cosas ya hemos aprendido que “los caminos del Señor son misteriosos”. Dejemos este tema para otro episodio. 

Volviendo a lo que nos concierne, estoy casi seguro que todos ustedes se han encontrado en algún momento con uno de estos seres piadosos que sataniza a toda mujer por pensar en interrumpir su embarazo, pero que al mismo tiempo le prohíbe disfrutar su sexualidad con la seguridad que ahora nos brinda la medicina moderna. 

Mucho de esto responde a la extraña simbiosis que estas personas han creado entre la moralidad y la sexualidad. Porque para muchos, ser una mujer virgen significa ser una mujer pura; y por lo tanto, toda aquella que comete un acto sexual, es automáticamente vetada del club de las almas piadosas. 

Pensémoslo bien, ¿no les parece extraño que la figura femenina a quien la Iglesia Católica impuso como ejemplo a seguir haya sido María? Y díganme ustedes, ilustres lectores, cuál fue el mayor logro de María. ¡Pues claro! ¡Nunca haber tenido sexo! Porque jamás escuchamos hablar de “María la Sabia”, “María la Magnífica” o “María la Virtuosa”. ¡Faltaba más! Debemos recordar a estar mujer como la “Virgen María”; pues poco importa qué más hizo esta señora en su vida, con tal de que nunca haya tenido sexo. 


Gran parte de esta mentalidad viene ligada a las prioridades que la Iglesia ha tomado en las últimas décadas. Recordemos por un momento el caso de Anjezë Bojaxhiu, una monja originaria de Albania que usando la magia de la mercadotecnia y la publicidad, llegó a convertirse en la superestrella del catolicismo bajo su nombre artístico de “Teresa”. El pasado 5 de septiembre, el mundo conmemoró el decimoctavo aniversario luctuoso de esta señora, pero en vez de lanzar las campanas al vuelo, debemos recordar algunos detallitos turbios sobre la Madre Teresa. 

Porque lejos de ser una anciana piadosa que cuidaba a los pobres de Calcuta, nuestra afamada Teresa era también el rostro del catolicismo en contra del aborto y el uso de anticonceptivos a nivel global (auspiciada por mi tocayo, el Papa Juan Pablo II). Su mensaje central cuando predicaba mostraba un fanatismo absoluto en contra de cualquier método para controlar la fertilidad de la mujer. Incluso al recibir el Premio Nobel de la Paz, nuestra Santa Madre habló del aborto como el principal culpable en la destrucción de la paz mundial. ¿En serio Madre? ¿No era un mayor peligro para la paz el arsenal nuclear de la Guerra Fría, la desigualdad económica o la escasez de recursos naturales? Lo que nadie le preguntó es cómo esperaba terminar con los abortos, si era igual de fanática para frenar el uso de cualquier método para evitar embarazos. 

Poco vale la pena discutir los disparates de esta mujer en temas de sexualidad. Y aunque ahora, 18 años después de su fallecimiento, millones de personas sigan creyendo en sus ideas, la realidad contemporánea es que la sexualidad es algo que cada día comienza a escapar del reino la superstición, para convertirse en la responsabilidad individual de personas que (esperemos) tomen decisiones responsables. 

 Así que la próxima vez que quieran conmemorar el fallecimiento de nuestra Santa Madre Teresa, recuerden lo mucho que hemos avanzado como sociedad para escapar del oscurantismo religioso en temas sexuales. Porque seamos honestos, ¿en verdad queremos seguir tomando consejos sobre sexualidad de monjas vírgenes y sacerdotes castos? 

A esto yo les respondo: ¡gracias, pero no gracias!



Este texto se publicó originalmente en Púrpura.