26/1/13

La insoportable espiritualidad del ser – Parte II: La Era de Acuario

Blandiendo con honra su bandera del New Age, este hijo de Gaia no le teme a la crítica, pues se considera iluminado por fuerzas cósmicas. Es un individuo que se siente atraído a la palabra “energía” como la hipnotizada polilla que revolotea en torno a la luz eléctrica.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

“Mantener una mente abierta es una virtud, pero no tan abierta que se caiga tu cerebro.”
- Jim Oberg

Podría considerarse increíble, pero la diferencia genética que separa a un Homo sapiens de un simple Pongo pygmaeus es solamente de un 3.1 por ciento. Por más insignificante que parezca, esta mínima variación en el ADN es la responsable de dotar a la especie humana, -y no a los orangutanes- con la habilidad única para razonar. 

De hecho, de no ser por nuestra inteligencia, el ser humano no sería tan distinto a cualquier otro primate. Es precisamente a raíz de la capacidad para aprender y reflexionar que nuestra civilización logró alcanzar los más asombrosos avances en cuestiones tecnológicas, humanísticas y sociales; incluso se podría asegurar que es la única razón por la que existe una civilización. 

Reflexionando sobre nuestro invaluable acervo cultural y científico, parecería insólito que en la actualidad existiese un ser racional que pudiera dudar del positivo legado de las Ciencias. Solamente un individuo con una afinidad intelectual cercana a la de un Pongo pygmaeus sería capaz de menospreciar nuestro patrimonio científico. 

Pero con el reciente surgimiento de las ideologías New Age, es posible confirmar la existencia de este tipo de personas. Los representantes de este Nuevo Renacer de la consciencia no sólo rechazan nuestro avance científico, sino que intentan imponer como verdadero su propio paradigma ideológico, forjado en las mismísimas cañerías de la imaginación humana. 

Esta nueva cosmovisión de la Era de Acuario, similar a una rabiosa Hidra de mil cabezas, se presenta amenazante al progreso científico colectivo; pues más allá de rayar en la absoluta incongruencia, pone en evidencia que, en efecto, existen todavía personas entre nosotros que mantienen un parentesco más cercano con el orangután más pedestre.

Un discípulo de Acuario es un sujeto que se proclama emisario de la Luz y representante de la Nueva Era. Su filosofía es imposible de puntualizar o resumir, pues realmente no es un método de pensamiento coherente, sino más bien una amplia colección de ideas arbitrarias. 

Blandiendo con honra su bandera del New Age, este hijo de Gaia no le teme a la crítica, pues se considera iluminado por fuerzas cósmicas. Es un individuo que se siente atraído a la palabra “energía” como la hipnotizada polilla que revolotea en torno a la luz eléctrica. Su lenguaje críptico se encuentra plagado de términos como “mística”, “vibras cuánticas” y “magnetismo planetario”.

Similar al creyente de cafetería –un personaje analizado en el texto anterior- este vagabundo espiritual decidió rechazar las rígidas cadenas de la teología oficial. Pero en lugar de encontrar la libertad de pensamiento, fue cayendo en espiral por el abismo de la mística y terminó siendo presa de gurús charlatanes y bufones espiritistas.

Para el seguidor del New Age, realmente no existe ideología alguna que deba ser rechazada. Si sospecha que su cristal de cuarzo no le brinda suficiente vibra positiva, sin dudarlo da un salto a los amuletos orientales. Cuando estos dejan de canalizar suficiente energía de Saturno, entonces opta por alinear sus chacras con un gurú; y cuando sus chacras se encuentran congestionadas, entonces es momento de ir por una limpieza de colon para eliminar todas las toxinas.


El típico entusiasta del Zodiaco se presenta como un religioso de cafetería narcotizado con crack. Pues mientras el religioso de cafetería se enfoca en seleccionar lo que le apetece dentro de su propia fe, el embajador de Capricornio elige lo que le gusta entre cientos de corrientes ideológicas. El arco que engloba su cosmovisión abarca desde la mitología maya hasta la herbolaria vietnamita; desde el vuduismo haitiano hasta el misticismo polinesio. 

Sin mencionar las obvias discrepancias ideológicas, el período de vida en el que ambos grupos adquieren sus creencias es la principal diferencia entre un fanático del New Age y un religioso tradicional. 

Una persona religiosa preferiblemente recibirá sus dogmas durante la niñez; lo cual es entendible, pues durante nuestro infantilismo mental es cuando tendemos a ser más susceptibles a toda clase ideas. En el extremo opuesto, un hijo de Gaia generalmente comenzará su adquisición de ideas durante su etapa adulta, lo cual es sorprendente; pues sin duda es difícil imaginar a una persona madura, poseedora del pleno uso de razón intelectual, de pronto decidiendo creer en hadas consejeras, ángeles protectores y el poder de los alineamientos cósmicos.

Algunos críticos podrán señalar que los seguidores del New Age son solamente trotamundos en un confuso mundo de ideologías antagonistas, viajeros espirituales que buscan las respuestas a las mismas preguntas que a todos nos conciernen; podrían argumentar que la disonante cosmovisión que los caracteriza es sólo un síntoma de ese intenso proceso de búsqueda. Sin duda un argumento rescatable, aunque con poca validez…

Es importante reconocer que para estudiar y comprender a la naturaleza y al Cosmos, la humanidad ya cuenta con un procedimiento que ha demostrado innumerables veces su eficacia: el método científico. Con este proceso de conocimiento, todo ser racional advertirá que los chacras, las piedras energéticas y las vibras galácticas no aportan nada valioso al acervo científico que requerimos para avanzar como especie. 

Pues no hay duda que el Universo que habitamos es un lugar extraordinario que no requiere de un plano espiritual o metafísico para lograr asombrarnos; y que la realidad del Cosmos es mágica por sí misma y puede prescindir de toda explicación mística para fascinarnos. 

Algo que también debe de reconocerse y admirarse es la incesante búsqueda del humano para encontrar las respuestas a sus preguntas más profundas. Pero en nuestro eterno viaje filosófico, les aseguro que ni Deepak Chopra, ni Rhonda Byrne, ni ninguno de los otro tantos gurús charlatanes nos podrán acercar más a la verdad que buscamos.

23/1/13

La insoportable espiritualidad del ser – Parte I: Religión de cafetería


Las razones que existen para creer en dios son tan numerosas como el número de dioses que la humanidad ha inventado durante milenios. Para la mayoría de las personas, creer en dios es algo natural; su educación recibida a temprana edad, por medio de los padres o de alguna institución educativa, los acostumbró a tener arraigado en su pensamiento la existencia de ese Gran Hermano que los cuida y los vigila desde el cielo.

Se podría argumentar que una de las principales razones para creen en dios -y formar parte de una religión organizada- es el sentimiento de poseer la verdad absoluta sobre cuestiones humanas y morales. 

Cada una de las religiones del mundo ostenta por lo menos un libro que, -argumentan sus seguidores- fue dictado directamente por dios o escrito por inspiración divina. Cada una de las religiones cree también fervorosamente que su libro es el único verdadero y con validez universal; un pequeño detalle que ha costado a la humanidad incontables guerras y muertes a lo largo de la Historia. 

Con esta premisa en mente, una persona sin afiliación religiosa podría creer que ridiculizar a un creyente es relativamente sencillo: bastaría con tomar uno de esos textos de supuesta inspiración divina, encontrar rápidamente una de las miles de contradicciones e incoherencias que ahí se incluyen y proceder a crear una crítica ácida a partir de ella.

Sin embargo, cuanto más se aplica esta estrategia con algún antagonista religioso, más se observa que  presenta serias dificultades para tener el éxito deseado. Este recurrente fracaso se debe en gran parte a un fenómeno que ha permeado a las religiones contemporáneas: el creyente de cafetería.

El creyente de cafetería se define principalmente por la completa desfachatez hacia el concepto de la revelación divina. Para estas personas, todas las reglas de su religión son negociables y todas las leyes divinas son flexibles. Aun cuando se considera un sólido creyente en dios y en su divinidad absoluta, considera que quizá no todo lo que ese dios haya dicho debe tomarse con tanta seriedad.


Como su nombre lo indica, este tipo de devoto pretende que su religión es igual a elegir del menú en un restaurante o escoger entre los ingredientes de una barra de ensaladas. 

En el caso del cristianismo de cafetería, quizá el día de hoy un fiel devoto no tenga el apetito para los genocidios del Deuteronomio que fueron comandados por dios, pero sí tendrá un gran antojo por las fábulas de su hijo Jesús curando a los ciegos. Quizá el mensaje de su Mesías sobre dar toda posesión material a los pobres lo considere exagerado y eso de poner la otra mejilla, una linda tontería.

Un cristiano de cafetería protesta enfáticamente cuando el Estado le otorga ciertos derechos básicos a la comunidad homosexual, pero olvida la enseñanza central de su religión, aquella de amar al próximo como a uno mismo. Es un individuo que denuncia cuando el Estado concede derechos básicos a la mujer para decidir sobre su cuerpo, pero se encuentra a favor de la pena de muerte contra ciertos criminales. Los ejemplos son interminables…

El creyente de cafetería no quiere entender que su religión es una ideología sólida y cerrada; que si decide creer que su libro sagrado es realmente revelación divina, entonces no existe lugar para la negociación; es decidir entre todo o nada.

Pero como buen individuo pragmático, el creyente de cafetería prefiere considerar a su religión como algo ventajoso y placentero. Intentando burlar a su dios, se encomienda a sí mismo la decisión de decidir qué secciones de su fe le gustan y cuáles son mejor descartar.

A partir de esto surgen preguntas obligatorias. Si el creyente de cafetería muestra una desconsideración total por los dogmas de su religión, ¿cuál es entonces el objetivo de pertenecer a una religión organizada? ¿Por qué gastar su tiempo y dinero en una institución que no se acomoda a sus necesidades espirituales? Pero aún más importante, si el creyente de cafetería cree que todo negociable ¿por qué deciden mantener esa terrible angustia ante el pecado y el castigo eterno?; muy fácilmente podrían mandar estas creencias por el ducto de la basura por donde se fueron otras tantas. Un embrollo de lo más confuso…

El aspecto positivo del creyente de cafetería es que sin saberlo, logró robar a los altos sacerdotes el control total de la fe y el monopolio de la religión. Al tropicalizar la religión a su antojo, ha logrado corroer permanentemente la antes incuestionable autoridad que la Iglesia mantenía sobre la sociedad.

No obstante, aunque no existe duda de que un creyente de cafetería será siempre preferido sobre un creyente fundamentalista, este fenómeno ha dado paso a la gestación de un individuo todavía más incoherente, el cuál será analizado en la siguiente entrada.

Texto por Juan Pablo Delgado

21/1/13

EL PEQUEÑO CABARET DE LOS HÉROES CHATARRA

La sociedad debe de estar consciente que la mayoría de las personas que los cautivan son fabricados por una industria con fines de lucro y detrás de ellos existen inmensas campañas de marketing que pulen y manipulan su imagen.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Es inevitable sentir una perversa satisfacción cuando un líder querido y admirado por la sociedad de pronto cae de su pedestal y se hunde en la desgracia. No sé exactamente el origen de este placer, pero imagino que responde al encanto de observar cómo los seguidores de dicho líder, incrédulos y mortificados, se desgarran las vestiduras y se cuestionan cómo pudieron ser engañados por un charlatán y un fraude.

La frecuencia de este hecho no debe de llegar como sorpresa. En nuestra cultura de consumismo voraz, todo se ha transformado en un commodity o en una mercancía con potencial de lucro; incluso las personas ahora se nos venden prefabricadas y empaquetadas en la forma de ídolos y héroes para nuestro consumo masivo. 

Esta creciente industria de ídolos es la encargada de indicarnos incesantemente a quién debemos de admirar, de seguir, de apreciar, de imitar o de rendir pleitesía; el motor de esta industria es el culto a la personalidad, y como en un espectáculo de cabaret, la materia prima es la frivolidad y la superficialidad de una imagen. Muy similar al resto de los productos que consumimos, la gran mayoría de estos ídolos son mercancía chatarra; héroes desechables o de rápida caducidad. 

Para la sociedad contemporánea, poco o nada importan los logros de vida o el talento de una persona; los ídolos incluso son creados dentro de un reality show para luego desaparecer igual o más rápido. Estos bajos estándares son los responsables de darnos como modelos de vida a un montón de bichos raros con personalidades mediocres y no extraña que en la lista de ídolos más populares se encuentren los jugadores de futbol, las actrices de telenovelas y los cantantes de reggaeton. 

Con el reciente escándalo de Lance Armstrong, la cuestión de los héroes chatarra vuelve a cobrar relevancia, porque aun cuando a la mayoría de las personas el tema del ciclismo los tenga sin cuidado, la infatigable industria de ídolos se esmeró por crear un perfil sobrehumano en torno a Lance. Con el paso del tiempo, Armstrong dejó de ser solamente un buen ciclista para convertirse en un ejemplo vivo de perseverancia, de superación y de tenacidad.

Al final, Lance resultó ser un embustero y un fraude, aunque realmente poco importa esto. En el peor de los casos, Armstrong dejará algunos corazones rotos y otras tantas ilusiones destrozadas; y acostumbrados a consumir compulsivamente, una vez que nuestro héroe pasa de moda o se termina su vida útil, se desecha y se busca uno nuevo. 


El verdadero problema surge cuando la sana admiración se transforma en reverencia y adoración, pues esto suele generar una ceguera colectiva hacia los errores del líder en cuestión. Incluso en el caso de Armstrong ya se comenzaban a mostrar matices de esto, pues tras fuertes rumores de que Lance consumía drogas para incrementar su rendimiento físico, millones de personas se mantuvieron incapaces de aceptar este hecho y creyeron fielmente en la versión del ciclista acusado.

Esta situación puede llegar a extremos mucho más graves, y no extraña que en la religión organizada se den los peores casos. En este territorio, el ejemplo paradigmático del héroe chatarra fue Marcial Maciel, el Gran Líder de la secta religiosa conocida como los Legionarios de Cristo. 

Durante el apogeo de su popularidad, amplios sectores sociales se encontraban completamente fascinados con este hombre, hasta el punto que los integrantes de su secta pretendían declararlo santo de la Iglesia. Pero a diferencia de otros ídolos chatarra que son inofensivos, Maciel mantenía una doble vida como pederasta y pedófilo, abusando sexualmente a cientos de infantes durante su vida como sacerdote. 

Cuando por fin se presentó numerosa evidencia de sus crímenes, la sociedad se mostró incrédula, calificó a los delatores de instigadores injuriosos y toda acción para detener a este monstruo fue paralizada. Incluso su caída de gracia post mortem fue incapaz de ser celebrada alegremente por el inmenso horror que dejó Maciel.

Con los ejemplos citados no pretendo insinuar que sea necesario prescindir de toda admiración y respeto hacia nuestros ídolos y líderes; acepto que esto natural e incluso positivo en algunos casos.

Pero la sociedad debe de estar consciente que la mayoría de las personas que los cautivan son fabricados por una industria con fines de lucro y detrás de ellos existen inmensas campañas de marketing que pulen y manipulan su imagen. Cabe decir que a diferencia de estos productos de la mercadotecnia, los verdaderos héroes –los académicos, científicos o filántropos- raras veces son reconocidos y admirados por la sociedad.

Al final, cada quien es responsable de elegir a sus propios héroes de vida. En la mayoría de los casos, las consecuencias de seguir a un charlatán o a un bribón son poco graves.  Sin embargo, es necesario mantener siempre un sano escepticismo ante todos ellos, pues sólo evitando caer en un ofuscado culto a la personalidad se podrá prevenir el surgimiento de otra bestia como Maciel.

17/1/13

LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE VIRGINIA

La idea de la virginidad es un concepto masculino; pues esta noción responde al intento por controlar el cuerpo, la vida y el placer de las mujeres.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Uno de los principales síntomas de la severa esquizofrenia social que sufrimos es nuestra compulsiva obsesión por el sexo, aunado a nuestra obsesión incesante por la virginidad. 

En su libro “The Purity Myth”, Jessica Valenti argumenta que “es complicado saber cuándo las personas comenzaron a preocuparse por la virginidad, pero lo que sí se conoce es que fueron los hombres, o las instituciones dirigidas por hombres, los que siempre han definido y asignado valor a la virginidad”.

No es de sorprender que la idea de la virginidad sea una concepto masculino, pues esta noción responde al intento por controlar el cuerpo, la vida y el placer de las mujeres. Muy rara vez se observa a grupos feministas abogando por un mayor control de su sexualidad y la curiosa tradición de asesinar a las mujeres “deshonradas” siempre ha sido exclusivamente masculina. 

Desde tiempos inmemoriales, la idea de la virginidad ha sido sustentada por una profunda inseguridad. El origen de esta inseguridad se encuentra en la imposibilidad del hombre de saber si sus hijos realmente le pertenecen. Una mujer sabe perfectamente con cuántos y cuáles hombres ha tenido sexo y el óvulo fertilizado siempre será suyo; pero el varón no puede estar seguro de que el infante en el vientre de su mujer comparte sus genes. Claro que ahora existen pruebas de ADN para conocer esto, pero en sociedades menos avanzadas, la única forma de “asegurarse” que los hijos fueran propios –y que la herencia de títulos, dinero y propiedad no terminaría en manos de unos bastardos- era eligiendo a una mujer virgen como esposa y manteniéndola después en perpetua reclusión doméstica.

Esta interesante idea rápidamente se infiltró en el reino de lo metafísico y lo sagrado. Las religiones organizadas –siempre dirigidas por hombres- no tardaron en unirse al frenesí de la virginidad y volverla un dogma de fe.

No es extraño que la figura femenina a quien la Iglesia Católica impuso como ejemplo a seguir haya sido María. ¿Y saben cuál fue el mayor logro de María? ¡nunca haber tenido sexo! Porque uno jamás habla de “María la Sabia” o “María la Magnánima”, ¡faltaba más! Hay que recordarla como la “Virgen María”, pues poco importa qué otras cosas haya hecho esa mujer en su vida, con tal de que nunca haya tenido sexo. 

La glorificación a la virginidad no es exclusiva del cristianismo. En el caso del Islam, la tentadora recompensa celestial para los mártires es poseer 72 vírgenes en el paraíso. Aunque algunos consideran este hadith como apócrifo, sigue siendo una excelente estrategia de marketing para inducir a jóvenes reprimidos a la idea del terrorismo suicida.


Con el paso del tiempo, nuestra obsesión por la virginidad comenzó a filtrarse en la vida cotidiana hasta el punto de llegar a representar el valor principal y último de las mujeres. En ciertos grupos sociales, la virginidad se mantiene como la única evidencia necesaria para calcular la moralidad de una mujer. Bajo esta mentalidad, poco interesa que una mujer sea estúpida, insulsa o maliciosa, pues mientras jamás haya ejercido su sexualidad, la sociedad la seguirá considerando como un persona moral y siempre merecedora de aprecio. 

Las consecuencias de esta mentalidad sobrepasan la obvia represión de la naturaleza sexual femenina. Pues al crear un vínculo directo entre la sexualidad y la moralidad, la sociedad pierde toda perspectiva real de la ética. Cuando la supuesta pureza inherente que conlleva la falta de sexo se transforma en la principal brújula moral de una cultura, se vuelve imposible construir una base sólida de comportamiento cívico.

No obstante la complejidad del tema, la medicina para la esquizofrenia que sufrimos es una fuerte dosis de racionalidad y libertad. Si en el predominante sistema cultural machista, los hombres son celebrados por sus proezas sexuales, las mujeres deberán de responder con la misma moneda. Pero tendrán que ser más astutas y nunca imitar comportamientos primitivos. 

Para que esto funcione, primeramente será necesario aceptar que la actitud masculina de glorificar el número de relaciones sexuales que ha tenido es estúpida y todos aquellos que la cultivan son unos brutos; si una mujer quiere seguir este camino, que lo haga bajo su propio riesgo. Habiendo entendido esto, será necesario comprender que la virginidad es voluntaria: quien quiera permanecer virgen hasta el matrimonio, que lo haga; quien no lo quiera así, lo mismo.

Pero el elemento fundamental es entender que la emancipación sexual de la mujer sólo podrá llegar con su emancipación económica, pues sólo con la libertad económica se obtiene la libertad de acción; y toda mujer con libertad de acción verá lo estéril que es usar la virginidad como elemento opresor.

Quizá entonces, con ese poder que emana de la libertad, se podrá iniciar un justo debate sobre el significado de la sexualidad.