16/8/20

LA DICHOSA VACUNA

Esa versión hollywoodense donde una cura acaba de golpe con una pandemia es imposible que suceda. La vacuna contra el Covid-19 será sólo el final del principio. Si bien nos va, será el principio del final. Pero de ninguna manera se trata del último capítulo en este culebrón.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Hablemos en serio: esta pandemia no terminará pronto, ni siquiera cuando tengamos una vacuna. 

Porque quizás ustedes sean de los soñadores que esperan ansiosos la aparición de una vacuna para que todo regrese a la normalidad. Puede que se digan en su soledad: “Si tan solo sobrevivo este aislamiento, llegará por fin la cura y el Cosmos retomará su estructura original”.

¡Ah claro! ¡La dichosa vacuna! Un deux ex machina que nos salvará de la infección y del eterno tedio. 

Pues lamento ser el portador de malas noticias: esa versión hollywoodense donde una cura acaba de golpe con la pandemia es imposible que suceda. La vacuna será sólo el final del principio. Si bien nos va, será el principio del final. Pero de ninguna manera se trata del último capítulo en este culebrón.


Les explico tres puntos importantes:

1. El tiempo es dinero. Consideren primero que es imposible saber si una vacuna estará lista para finales de año o inicios del 2021. Hay buenos prospectos y la velocidad del progreso hasta ahora ha sido histórico. Pero dejen les pregunto: ¿Cuántas de las predicciones felices sobre el Covid-19 se han cumplido? A estas alturas del juego ya deberíamos saber que los escenarios optimistas jamás suceden con este pinche virus.

2. Distribución. Pero supongamos que sí obtenemos una vacuna pronto. ¿Y ahora qué? Como indica Carolyn Johnson en The Washington Post: distribuir una vacuna en todo el mundo “tomará meses, o muy probablemente años”. Sumen a esto la enorme presión que caerá sobre las cadenas de distribución y producción en plena crisis económica; agreguen la poca confianza que habrá en amplios sectores de la sociedad; y que esta labor requiere de enorme cooperación global en estos tiempos de ultranacionalismos. ¡Ta’ muy complicado! 

3. ¿Y la efectividad, apá? Supongamos ahora que los astros se alinean y que sí tenemos una vacuna y la logramos distribuir sin sobresaltos. ¡Falta considerar la efectividad! ¿A poco la primera vacuna será la mejor de todas? ¡Poco probable! ¿O que afectará igual a toda la población del planeta? ¡Menos probable!

Michael Kinch, de la Washington University de St. Louis lo deja claro: “Si tuviera que adivinar diría que la primera generación de vacunas será muy mediocre”. El Dr. Anthony Fauci -asesor de la Casa Blanca- comentó también que “no es muy probable” tener una vacuna con efectividad cercana al 100%, y que si bien nos va, nos conformemos con una que tenga un 50% o 60% de efectividad. O sea, servirá sólo en la mitad de los casos. ¡Hazme el refavor cabrón! 

¿Y entonces? ¿Acaso no hay esperanza? ¿Estamos condenados a una existencia miserable? La respuesta sencilla es “sí y no”. 

Es innegable que aún con la dichosa vacuna seguirán las medidas de salud pública durante meses o años; más aún si consideramos que pronto el Covid-19 unirá fuerzas con la influenza estacionaria. Bajo este enfoque el panorama es terrible y ominoso.

¡Pero no te aflijas, temeroso lector! Porque conociendo e internalizando esta realidad puedes comenzar a tomar decisiones correctas. ¿Quieres seguir encerrado en tu casa? ¡Adelante! Estás en tu derecho; aunque ahora sabrás que tu esfuerzo será en vano o durará una eternidad. 

Yo tengo una mejor solución: acepto que nos tocaron muy malas cartas en esta partida de poker y que nada podemos hacer para cambiar esto. Pero sí puedo mejorar mi circunstancia. Así que seguiré apostando en este juego idiota, pero rodeado de la gente que amo y estimo; tomando un buen vino tinto en alguna terraza; buscando disfrutar cada momento.

Nos tocó la Ley de Herodes. Así que ustedes decidan: ¿O se chingan o se joden?


Publicado originalmente en Vértigo

2/8/20

LA BALADA DE CALÍGULA Y WINNIE-THE-POOH

Pongamos las cosas claras: cada semana es más evidente que las tensiones entre China y Estados Unidos están llegando a su nivel más agudo desde que normalizaron relaciones en 1978. Mi opinión: hoy se están escribiendo los primeros capítulos de la nueva Guerra Fría entre las dos principales potencias económicas y militares.

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Termina julio. Empieza agosto. Y la cosa nomás no mejora. Nuestras penas son conocidas: violencia, desempleo, crisis económica, secuestros, Emilio Lozoya, y el Covid-19… siempre el pinche Covid-19. Mejor ni hablar de esto.


Hoy quiero volver a mi tema predilecto de los últimos meses. No, no es el calentamiento global (ya habrá tiempo para contarles las malas noticias) sino la controvertida relación entre China y Occidente. No exagero al decir que ésta es la temática más importante en el escenario geopolítico actualmente.

Pongamos las cosas claras: cada semana es más evidente que las tensiones entre China y Estados Unidos están llegando a su nivel más agudo desde que normalizaron relaciones en 1978. Mi opinión: hoy se están escribiendo los primeros capítulos de la nueva Guerra Fría entre las dos principales potencias económicas y militares. Ambas con armas nucleares y sumando el 40% del PIB mundial. No son enchiladas...

En mi columna anterior les conté sobre dos crisis: la supresión de libertades en Hong Kong (víctima de una ley de seguridad impuesta por el presidente Xi Jingping) y el genocidio de los uigures en la provincia de Xinjiang (donde se tortura a millones en campos de concentración y esteriliza masivamente a las mujeres)

Pero digan cualquier tema y encontrarán también conflicto: comercio, derechos humanos, tecnología, defensa, ideología... ¡Todo es un desastre! 

Así que hoy analicemos los tres frentes más importantes de este conflicto:

1. Guerra comercial: Desde el inicio de su presidencia, Trump acusó a los chinos de ser tramposos y abusivos en materia comercial. Les impuso tarifas en prácticamente todas las importaciones y Beijing respondió con la misma moneda. Así llevamos tres años. Pero en las últimas semanas, el Departamento de Comercio anunció nuevas sanciones contra empresas chinas por la represión de los uigures y se espera EUA prohíba la entrada a cualquier miembro del Partido Comunista Chino (son 92 millones de pelados). A todo esto sumen las tensiones por el colapso económico global a causa del Sars-CoV-2 (otro regalo de los chinos) y resulta evidente que nada bueno saldrá en el corto plazo.

2. La batalla de los consulados: A finales de julio China ordenó cerrar el consulado yanqui en la ciudad Chengdu como respuesta al cierre del consulado chino en Houston, por órdenes gringas. Los estadounidenses alegan que los chinos usaban el consulado de Houston para espiar y robar investigaciones médicas. China niega todo. Se espera una escalada en las tensiones diplomáticas. ¡Qué desastre!

3. El frente británico: Como buen aliado de los gringos, el Reino Unido también le entró al quite. Su primer golpe vino tras el incidente de Hong Kong, cuando ofrecieron 3 millones de visas británicas a sus excolonos para que escapen de la tiranía de Beijing; poco después cancelaron su tratado de extradición con HK. Ya armados de valor, prohibieron la tecnología Huawei en cualquier área del gobierno, cancelando incluso un megacontrato para instalar la red 5G por temores de espionaje. 

Estas son las primera escaramuzas en lo que será la temática más importante de esta década. EUA no quiere perder su primacía global y China muestra menos reservas para hacer notar su poder. Con las elecciones gringas a menos de tres meses, sólo podemos esperar más arrebatos chauvinistas por parte de Trump y más represalias de Beijing. Nada bueno saldrá de esto...

Pero más allá de lo anterior, les platico todo esto también por si a alguien necesitaba algo más de qué preocuparse en la segunda mitad del año. Así nos tocó vivir, señores… ¡Viva el 2020! 


20/7/20

LA FURIA DEL DRAGÓN

No conformes con haber sido el origen del SARS-CoV-2, hoy China regresa para machacarnos dos problemas enormes: uno muy malo y otro mucho peor. 



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Bien dice una máxima de los filósofos clásicos: “¡Si no es una pinche cosa, es la otra!”

Y es que en medio de todo el alboroto mundial, resulta que si descuidamos por un segundito a China nos vuelve a armar un despapaye.

No conformes con haber sido el origen del SARS-CoV-2, hoy los chinos regresan para machacarnos dos problemas enormes: uno muy malo y otro mucho peor. Pero vámonos despacio, porque vamos lejos.


Primero lo muy malo: La última vez que les platiqué de China fue para contarles de una nueva ley de seguridad que el gobierno central en Beijing quería imponer a la provincia de Hong Kong. La lógica del presidente Xi Jinping era sencilla: los hongkoneses disfrutan de una serie de libertades que no existen en el resto del país (prensa, justicia, educación) y esto ya no será tolerado. Así que Xi preparó una ley en lo oscurito, se aprobó en el Parlamento a puerta cerrada y el 1 de julio Hong Kong amaneció con un nuevo régimen legal. El resultado: cualquier protesta contra el gobierno será criminalizada. Incluso si ocurre en Internet. ¡Incluso si ocurre fuera de China! Por lo que este artículo sedicioso me convierte en potencial delincuente frente a los comunistas. ¡Qué bueno!

De acuerdo con The Economist, esto representa “uno de los mayores asaltos a una sociedad liberal desde la Segunda Guerra Mundial”. También podemos dar por muerta la noción de “un país, dos sistemas” que subsistió desde 1997, y el estatus de Hong Kong como centro financiero de Asia. ¡Todo un desastre!

Pero aquí no termina la perversidad de Xi. Veamos una situación más trágica que la anterior.

De acuerdo con una investigación de la Associated Press (AP), el gobierno de China ha iniciado una campaña despiadada y sistemática para reducir el número de nacimientos de los uigures y otras minorías en la provincia de Xinjiang, al oeste del país; buscando eliminar por completo su identidad y estilo de vida que no coincide con los lineamientos del régimen central.

¿A qué me refiero exactamente? A la realización de abortos, esterilizaciones y aplicación forazada de anticonceptivos a millones de mujeres; al cobro de altísimas multas por tener más de dos hijos; al encarcelamiento masivo de millones de ciudadanos por violar las reglas impuestas por el gobierno. No estoy siendo hiperbólico. Expertos consultados por AP consideran a estas medidas un “genocidio demográfico”.

La lógica detrás de esta campaña parece ser la destrucción de la cultura uigur en Xinjiang, ya sea reduciendo el número de nacimientos o encarcelando en masa a la ciudadanía para “reeducarlos” a través de trabajos forzados y/o tortura en cientos de campos de concentración.

De acuerdo con cifras de AP, la tasa de natalidad en dos regiones donde predominantemente habitan uigures se colapsaron en más de un 60% entre 2015 y 2018. En toda la provincia de Xinjiang, el descenso ha sido de 24% tan sólo en el 2019, comparado con 4.2% a nivel nacional. El académico Adrian Zenz indica que “esta caída no tiene precedentes… hay un elemento de crueldad en todo esto”.

Joanne Smith Finley, de la Newcastle University del Reino Unido va un paso más lejos: “Es genocidio, punto final. No es un genocidio inmediato, impactante, de asesinatos masivos, pero sí es un genocidio lento, doloroso y progresivo".

Así las cosas: el régimen de Xi Jinping ha resultado ser no sólo autoritario y represivo, sino el responsable del primer gran genocidio del siglo XXI.

Dato curioso: Xinjiang significa “Nueva Frontera” en mandarín. Resulta perversamente irónico que aquí haya decidido Xi trazar su nueva frontera de terror.

Texto publicado originalmente en Vértigo

6/7/20

EL INVIERNO DEL PATRIARCA

Vladimir Putin es un rockstar de la geopolítica mundial. ¿Pero qué ha logrado en sus 20 años al frente de Rusia? Y peor aún... ¿Qué podemos esperar ahora que puede reelegirse hasta el 2036? 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Vladimir Putin es el villano del momento. Lo hemos visto montando a caballo con el pecho desnudo; salir de las profundidades del océano con reliquias de barcos hundidos; someter a sus adversarios con llaves de judo; posar con leopardos y con tiernos cachorros; boicotear elecciones presidenciales e iniciar invasiones sin remordimiento. Donald Trump, líder del país más poderosa, lo venera e idolatra. 

El 07 de mayo, la figura de Putin alcanzó nuevas alturas: ¡20 años en el poder! Poco después los rusos lo coronaron con laureles al aceptar una reforma que permite su reelección hasta el 2036.

Pero si vemos más allá del sex appeal y su fachada de genio estratega, la Rusia de Putin no es más que una colección de contradicciones, claroscuros y problemas.

¿Cuál es el legado tras de 20 años en el poder? Les presento diversas voces tomadas de Foreign Policy para desenmarañar este misterio:



Susan Glasser (periodista): Comparado con el borracho de Yeltsin (su predecesor), Putin sí buscó la modernidad de Rusia. Pero dos décadas después, su país es un petro-Estado en crisis, con un líder anciano que mantiene la tradición autoritaria que siempre obstaculizó el desarrollo. Hoy su economía se define por corrupción, parálisis y dependencia total en hidrocarburos. 

Olga Oliker (International Crisis Group): El verdadero cambio que Putin logró fue crear un sistema político que depende extraordinariamente de su persona. Y este sistema, por definición, sólo existe mientras Putin permanezca en el poder.

Michael McFaul (exembajador de EUA en Rusia): Putin reemplazó una frágil democracia con una sólida autocracia. Rechazó el liberalismo y el multilateralismo; promoviendo ideas conservadoras y nacionalistas. Lo que vemos ahora es un choque entre el putinismo y el liberalismo, dentro y fuera de las fronteras rusas.

Irina Borogan (periodista): El cambio más significativo del putinismo es que los jóvenes que crecieron bajo su régimen no saben qué es la libre expresión o qué significa la democracia.

Yevgenia Albats (periodista): Putin prometió "Hacer a Rusia grande otra vez". Pero anexar territorios e iniciar guerras no genera grandeza o respeto; sólo inspira miedo en sus vecinos y desconfianza en el resto del mundo. Si no fuera por el vasto arsenal de armas nucleares, todos olvidarían la existencia de Rusia.

Vladimir Milov (político): Putin evitó reformas urgentes para crear una economía fuerte. Hoy está en un callejón sin salida: desde 2008 el PIB no crece. No tenemos nada positivo que ofrecer al mundo, excepto amenazas, desinformación y disrupción. Esa es la cara del putinismo.

Catherine Belton (periodista): Rusia exacerbó las debilidades y divisiones de Occidente y mantiene bajo asedio a la democracia liberal. Pero Putin es una reliquia deformada de una época pasada. No entiende que sin una economía competitiva sus “juegos de poder” colapsarán a su país.

Angela Stent (académica): Putin es un jugador global que busca un orden mundial post-Occidental. Pero el colapso de los precios del petróleo y la fuerte disminución del crecimiento económico limitan su proyección de poder y evitará que sean una gran potencia.

Andrea Kendall-Taylor (Center for a New American Security): Durante los últimos 20 años, lo único que ha impulsado a Putin es su deseo de mantenerse el poder. 

Pues ahí lo tienen…

Más que un gigante, Vladimir Putin es más bien reflejo de un país en ruinas. Para la desgracia de millones, este viejo patriarca ahora tiene el poder para definir su futuro por 16 años más. El invierno ha llegado a Rusia… un invierno largo, oscuro y frío.

Publicado originalmente en Vértigo

22/6/20

SIGUE LA BOLA...

El mundo rompió su encierro para exigir una transformación profunda en el pacto social. Nosotros nos inventamos una lucha de clases para hacer desmadre y vandalizar.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Iniciamos con una máxima de los antiguos poetas: “¡Nos salieron más cabrones que bonitos!”.

Mientras pensaba en un tema para esta columna, mi primer instinto –cual eterno optimista– era presentar un panorama desolador del mundo. Me preocupaba que la pandemia nos había convertido en una sociedad dócil y obediente; y que los gobiernos empoderados por nuestro miedo aprovecharían esto para imponer aún más restricciones durante la “nueva normalidad”. El resultado –creía yo– sería una una distopía donde nuestras libertades de pensamiento, asociación, traslado y diversión se verían más limitadas, mientras el Estado, cual ogro benefactor, diría que esta nueva esclavitud era “por nuestro bien”.

Así iban las cosas, cuando de pronto… ¡CATAPLUM! ¡Que se arma la marabunta! La sociedad estalló, perdió miedo al virus, abandonó su encierro y volvió a las calles con venganza.

El detonante fue el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis. A partir de entonces, las manifestaciones masivas se extendieron por cientos de ciudades en EE.UU. y luego a nivel internacional: todas buscando eliminar la brutalidad policiaca y el racismo estructural que impera al momento de aplicar la ley.

En México también vimos nuestra serie de protestas, pero con sus agravantes idiosincráticos.

El alboroto comenzó con la muerte de Giovanni López, quien aparentemente fue asesinado por policías en el municipio de Ixtlahuacán de los Membrillos, Jalisco.

Como suele suceder en nuestro país, las cosas rápidamente se desdibujaron. En vez de protestar como el resto del mundo para reparar a nuestras corporaciones policiacas, la gente decidió politizar el asunto y pidió la renuncia del gobernador Enrique Alfaro.

Esto es incoherente. En primer lugar, Alfaro no es responsable de la policía municipal. En segundo lugar, su renuncia no resuelve nada. Y que quede claro, no busco defender al gobernador, porque en realidad ese sujeto me tiene sin cuidado.

Mi punto es que nuevamente estamos perdiendo una oportunidad irrepetible para pedir una verdadera transformación en nuestro sistema de impartición de justicia. Nadie puede negarlo: las policías municipales de México son un verdadero desastre.


Van algunas cifras del INEGI: en el 2018 hubo 24.7 millones de víctimas de algún delito del fuero común. Pero la población tiene tan poca confianza en sus policías locales que no reportó el 93.2% de estos delitos, citando como principales causas que “sería una pérdida de tiempo” o que “no tiene confianza en las autoridades”. De los crímenes reportados ante el Ministerio Público, en el 51.1% de los casos “no pasó nada” o se detuvo la investigación. A nivel nacional, el 67.2% de la población considera a la inseguridad como el problema que más afecta sus vidas.

¿Por qué diablos no protestamos contra esto? ¿Por qué no armar un verdadero congal contra esta cotidianidad dantesca? ¿Por qué no salir a la calle para pedir el final de la opacidad, de la corrupción, de las mordidas, del abuso policial? Vivimos diariamente al borde del abismo; a merced de la barbarie y el crimen. ¿No es algo que merezca una protesta de proporciones bíblicas?

Pero no… mejor será vandalizar un palacio de gobierno estatal o destruir comercios en el Centro Histórico de la capital. En esto acabó nuestro gran movimiento. Aquí las miserias de nuestros ideales. ¡Viva la revolución!

El mundo rompió su encierro para exigir una transformación profunda en el pacto social. Nosotros nos inventamos una lucha de clases para hacer desmadre y vandalizar.

Ellos salieron más cabrones que bonitos. Nosotros simplemente primitivos.

Publicado originalmente en Vértigo

8/6/20

LA VERDADERA PESTE CHINA

¿Alguien se acuerda del cambio climático? ¿Pusieron atención a lo que ocurre en Hong Kong? Pues hoy continuamos con nuestro recorrido por los temas ignorados y desatendidos por nuestra obsesiva fijación pandémica.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¡Éxtasis! Si sólo comprendieran el placer que viene con la libertad de ignorar al microscópico yasabenquién: los días recuperan sus dimensiones; los contornos de la realidad se manifiestan con claridad; las puertas de la conciencia se expanden. ¡Un delirio!

Les recuerdo que en mi columna anterior tomé un voto de silencio sobre la actual situación epidemiológica. Había dicho que todos estábamos tan dopados por la monotonía informativa que habíamos perdido de vista acontecimientos más interesantes, trascendentales e inclusos peligrosos para nuestro futuro inmediato.

Así que hoy continuaremos este viaje hacia las fronteras ignoradas y desatendidas por nuestra obsesiva fijación pandémica. ¡No temas, lector! ¡Avancemos!


Primero una brevísima parada en el histórico logro del 30 de mayo: el cohete Falcon 9 de SpaceX despegó desde Florida llevando con éxito a Bob Behnken y Doug Hurley al espacio sideral. Así inicia una nueva era en la exploración espacial, y si no ven la importancia de este acontecimiento, entonces no tienen alma y merecen una maldición maligna.

Segunda parada: cambio climático (no se quejen). Porque si algo ha causado optimismo en los últimos meses es ver cómo la naturaleza recupera el terreno perdido tras la retirada del homo sapiens. Todos vieron a los delfines en Venecia o cómo los Himalayas se vieron desde Jalandhar (India) por primera vez en décadas por la ausencia de contaminación.

No canten victoria: la amenaza del cambio climático seguirá cuando salgan de casa. Es un hecho que en los primeros meses del 2020, las emisiones globales de gases de efecto invernadero cayeron un 17%. Pero en mayo, la concentración de CO2 en la atmósfera ascendió a 418 partes por millón. O sea… fue la concentración más alta jamás registrada en la historia humana. La parálisis mundial no enmendó la destrucción que hemos causamos: el CO2 sigue acumulándose.

Pero no nos adelantemos y hablemos mejor de algo que nos afecta hoy mismo. Tercera parada: ¡Hong Kong!

¿Por qué tanto alboroto en HK? Va un resumen: Desde que los británicos regresaron este territorio al dominio chino, HK se gobernó con ciertas libertades que fueron tolerados [en parte] por una China autoritaria (“Un país, dos sistemas”). Pero el año pasado, el gobierno de HK quiso imponer una nueva ley de seguridad que permitiría la extradición de criminales a China. Esto abría las puertas a detenciones arbitrarias y a juicios corrompidos. Obviamente se armó la gorda y vimos protestas masivas durante meses. La ley terminó en el limbo legislativo.

Pero el desgraciado de Xi Jinping no se dio por vencido y a finales de mayo aprobó una Ley de Seguridad Nacional para combatir la “traición, sedición, secesión, y subversión”. Lo que no pudo hacerse a nivel local, se hizo a nivel nacional. Cabe decir que los términos de la ley son tan ambiguos que prácticamente criminaliza cualquier protesta contra el gobierno central de Beijing.

Las consecuencias son enormes en cuestiones geopolíticas, diplomáticas, comerciales y humanitarias. Revela a una China tramposa con intenciones de dominación absoluta a nivel nacional y regional; hace añicos los sueños democráticos y liberales de HK; pone en peligro la autonomía de Taiwán; incrementa la desconfianza global y aumenta la tensión entre China y EE.UU que podría concluir en un encuentro bélico.

El mensaje de China para el mundo es muy claro: ha iniciado una nueva era de terror.

Todo esto sucedió mientras millones de personas alucinaban con pandemias, dejando en claro que los verdaderos peligros son distintos a los que creemos. Basta preguntarle a cualquier ciudadano Hong Kong.

Publicado originalmente en Vértigo Político

25/5/20

ES EL COVID LA FLOR DE LA PEREZA

El COVID se ha convertido en el opio del pueblo. ¿Acaso olvidamos que existe una mundo más allá del virus. ¿Olvidamos que existen otros temas de igual o mayor importancia? ¿Que hay historias que incluso ofrecen mayor morbo o polémica? 



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Seré sincero: ya estoy hasta la fregada del COVID-19. Pude usar otra palabra para describir mi estado de ánimo, pero esta revista tiene que un prestigio que cuidar y jamás publicaría semejante lenguaje. 

Seamos serios… ¿No están ustedes en la misma situación? Porque desde que inició esta pandemia, no podemos pasar una hora sin escuchar algo sobre el mentado coronavirus: que si la curva aplanada; que si los respiradores; que si las vacunas; que si la hidroxicloroquina sirve; que si más bien te mata; que si la catástrofe económica; que si el desempleo; que si  López Gatell y sus cifras fraudulentas. ¡Basta!

Esta situación es patética y aterradora: todos caímos en una espiral informativa de la cual no podemos escapar. Porque incluso cuando ya no existen actualizaciones relevantes sobre el tema, pedimos migajas cual Oliver Twist: «Por favor, señor, quiero un poco más». Esta trampa afecta también a los medios de comunicación, que ante la insaciable demanda de noticias sobre el COVID, su oferta se volvió también monotemática. Si la audiencia pide coronavirus, le damos su coronavirus. 

En resumen, el COVID se ha convertido en el opio del pueblo.

¿Acaso olvidamos que existe una mundo más allá del virus. ¿Olvidamos que existen otros temas de igual o mayor importancia? ¿Que hay historias que incluso ofrecen mayor morbo o polémica? 



Hace poco parecía que la fortuna nos ofrecía una tregua. Las redes sociales vibraron ante la posible de muerte del dictador Kim Jong-un. ¡Ah! Pero la fortuna es caprichosa, y el miserable coreano panzón seguía vivo y listo para torturar un día más a los norcoreanos.

De pronto, otros dos eventos con el potencial de sacarnos de nuestro letargo traspasaron el ruido de la pandemia, aunque al final -como todo hoy en día- fueron sepultadas por el virus.

1. Vespa mandarinia. Lo que nos faltaba, la aparición de los Avispones Gigantes Asiáticos, a.k.a “las Avispas Asesinas”. Más allá de que su físico sea una colección de pesadillas, lo peor de su llegada a territorio americano no es su gigantesco aguijón (media pulgada) sino que su única misión es decapitar y comerse a las abejas mieleras. De acuerdo con expertos, unas 20 avispas asiáticas pueden destruir a una colonia de 40,000 abejas en pocas horas. Si no detenemos su invasión podríamos ver el exterminio de nuestras abejas; y si se van ellas, se va la polinización y toda la agricultura. Olviden al COVID-19, ésta sí es una plaga infernal.

2. Bahía de Cochinos Venezolanos. Una historia más sorprendente que los OVNIs de Maussan fue la invasión fallida para derrocar a Nicolás Maduro y terminar con su régimen maníaco. Organizada por una empresa de mercenarios gringos y apoyada por el gobierno de Juan Guaidó, la invasión fue una tragedia de tres pistas. Los soldados no lograron ni desembarcar cuando ya estaban capturados. Al final, Venezuela sigue viviendo una catástrofe económica, política y humanitaria. ¿A alguien le importó? ¡Nah!

El peligro frente a nosotros es que estemos perdiendo perspectiva sobre la realidad por estar profundamente dopados por del COVID. Eventos que afectan nuestro futuro de manera directa hoy nos pasan desapercibidos. ¿Alguien se acuerda que EE.UU. está en plena campaña para sacar a Trump de la Casa Blanca? ¿Alguien puso atención a la cancelación de energías renovables por parte del gobierno federal en México? ¡Para nada! 

Como adictos al opio, sólo queremos disfrutar los efectos de la adormidera: si no es COVID, nada nos interesa. Y así se derriten los días, entre el desinterés, la apatía y la indiferencia. Mientras tanto, las avispas asesinas se acercan y Maduro sigue su reino del terror.

¡Dulces sueños!
Publicado originalmente en Vértigo Político

10/5/20

LA NORMALIDAD EXTRAVIADA

¿Realmente podemos hablar de “normalidad” en la era post-Covid? No lo sé, pues todo indica que el mundo de hace apenas unas semanas no estará esperándonos cuando salgamos de casa.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Para aligerar estos estériles días, empecemos con una frase de nuestro amigo Voltaire: “Todos buscamos la felicidad, sin saber dónde encontrarla, como los borrachos buscan su casa sabiendo que tienen una”.

Así me imagino a millones de personas que deben estar enredadas en espesas telarañas tras mes y medio de encierro. “¿Existirá la felicidad?”, quizás se pregunten en la oscuridad. “Sí…” -responden murmurando- “sólo que está perdida, como esas casas de los borrachos” (y borrachas, no discriminemos).

Pero si la felicidad está extraviada, el futuro también parece estarlo. Nadie puede planear su porvenir en medio de tanta incertidumbre; sin saber cuándo terminará esta pesadilla ni cuándo seremos libres de nuestras propias paredes.

Por fortuna, ya existe algo de claridad frente a estas dudas: la normalidad -dicen los que saben- regresará en un par de meses.

¿Normalidad? ¿Realmente podemos hablar de “normalidad” en la era post-Covid? No lo sé, pues todo indica que el mundo de hace apenas unas semanas no estará esperándonos cuando salgamos de casa.


Primero la economía. En pocas semanas, millones de personas regresarán a las calles para… quedarse en las calles. Jonathan Heath, subgobernador del Banxico, comentó que la tasa de desempleo en México puede superar el 10.7% por la crisis que se avecina. Sumen a esto el cierre de miles de empresas, una estrepitosa recesión económica y que Pemex tendrá que ser regalado a esas personas que piden fierro viejo.

A nivel global, hablé en otra columna sobre el nuevo auge de las fuerzas autoritarias. Dictadorzuelos que utilizan la crisis para promover medidas de represión política y control social. Esto se complementa con la capacidad que tienen los gobiernos para espiarnos a través de nuestros propios celulares (ahora bajo la excusa de monitorear a los enfermos) que pronto podrían ser abusada con intenciones más perversas y Orwellianas.

El proceso de la globalización también se verá afectado, particularmente con la caída del comercio internacional (-32% para finales del año). A esto agreguen la visión de algunos países como EUA que ahora ven al proteccionismo económico, al cierre de fronteras y al fin de la inmigración como respuestas y modelos a seguir.

“¡Pero eso no importa” -dirá algún cándido, “lo importante son los cambios personales que lograremos en la cuarentena”.

Y claro, hoy es común encontrar en las redes sociales a soñadores melosos expresando cómo el encierro los enseñó a valorar a los amigos nuevamente; a meditar su relación con la naturaleza; a repensar su alimentación y su consumismo.

¿Será esta la felicidad extraviada? ¿Una especie de “transformación” humanista? ¡Ni lo crean! Porque si algo difícilmente cambiará será nuestro comportamiento como civilización.

Bien indicó el filósofo Fernando Savater, que a pesar de la actitud moralizante que vemos en muchas personas, al final absolutamente nada cambiará tras la pandemia. “Estaremos encantados cuando esto acabe y simplemente querremos recuperar nuestra vida anterior”.

Porque las epidemias han existido durante milenios y nunca han cambiado nuestra actitud como especie. Tal como sentencia Savater: “los individuos seguían siendo iguales. Y ahora pasará lo mismo. ¡Todos volveremos a ser una panda de individualistas!”

¿Entonces cuál es la moraleja? Pues quizás el error sea creer que hay una lección en esta pandemia. Si acaso, el mundo cambiará pero nosotros seguiremos siendo exactamente iguales.

Y puede ser que ante esta “normalidad” nos podamos librar de esa angustia por el futuro y en una de esas… hasta encontremos un poco de felicidad y consuelo.

Publicado originalmente en Vértigo

26/4/20

MAMÁ… EL COVID-19 TAMBIÉN INFECTÓ A MI FURIA

¿Se acuerdan de las grandes protestas globales del año pasado? ¿De la marcha feminista de hace apenas dos meses? Pues el COVID-19 acabó con todo esto y nos volvió obedientes y dóciles ante el gobierno.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¿Cómo va ese aislamiento? ¿Bien? ¿Más o menos? Pues falta mucho, así que... ¡Arriba y adelante!, como dijo Echeverría.

Volviendo a la paupérrima realidad, quizás recuerden que en mi columna anterior les conté cómo el COVID-19 ya destruyó a la economía mundial y al orden democrático global. Poca cosa… Aún así, hoy quiero pedirles nuevamente que agreguen a su lista de preocupaciones otro detallito: la destrucción de nuestro espíritu de protesta.

Quizás tras largas semanas de aislamiento su memoria los confunda. Pero el año pasado estuvo marcado por un extraordinario torbellino de furor popular: una explosión de rabia y hartazgo contra la desigualdad económica, de género, y el abuso de poder de todo tipo.

Les despejo su memoria: tan sólo en 2019 vimos movilizaciones masivas en Chile, Ecuador, Líbano, Argentina, Uruguay, Haití, España, Irak, y Hong Kong. Tanto en Bolivia como en Sudán, la población incluso derrocó a sus líderes cleptocráticos en busca de modelos gubernamentales más representativos.

¡No se vayan tan lejos! Piensen en el inicio de este glorioso año, donde incluso yo realicé una predicción (ahora desafortunada): que en temas de protestas el 2020 sería igual o más intenso que el anterior. Y mi pronóstico parecía cumplirse: en Chile las protestas semanales continuaban, presionando por una reducción a los aplastantes costos para mantener una vida digna básica.

¡Y cómo olvidar el tsunami de las féminas! ¡La energía de las marchas para defender los derechos de la mujer! ¡La República Femenina en marcha! ¡Hace apenas mes y medio!

Pero hoy... silencio: un silencio sepulcral, virulento y contagioso.

Porque no sólo las protestas se han detenido, sino que ahora cientos de millones de personas se encierran en sus casas de manera dócil y obediente. En todo el mundo, el COVID-19 parece haber congelado los sueños de cambio social y la lucha por la igualdad económica y de género.

“¡Pronto volveremos a las calles!”, dirá un activista trasnochado. Pues no lo creo… Ya las autoridades gubernamentales -a quien tanto caso hacen ahora- advierten que la crisis sanitaria terminará durando meses. Y los chinos dicen que ya esperan una segunda oleada del COVID-19 para noviembre. Aislamiento eterno. El cuento de nunca acabar…


Lo peor -para variar- se lo llevan las mujeres. Porque si algo nos dejará esta cuarentena es un serio retroceso para el movimiento feminista contemporáneo. No sólo las mujeres son las primeras en perder sus empleos (los datos me respaldan), sino que estamos viendo un auge macabro de violencia doméstica. La Red Nacional de Refugios indicó que en lo que llevamos de aislamiento, las llamadas por violencia de género aumentaron un 60%. Lo mismo en España, Francia, Estados Unidos...

¿Qué hacer entonces?

No hay una respuesta sencilla, pero sí existen acciones que podemos realizar hoy mismo: recuperar inmediatamente esa chispa de rabia que movió al mundo hace apenas unos meses. Dejar de estar aletargados por el encierro. Recordar la multitud de problemas que son peores y más importantes que un virus de baja letalidad (feminicidios, cambio climático). Exigir el regreso a nuestra vida productiva. Dejar de ser dóciles y de aceptar sin chistar las medidas draconianas que son pan de cada día; todo mientras la economía se desmorona, los trabajos desaparecen, la violencia doméstica incrementa y la pobreza se multiplica.

¿Quieren ser antisistema? Ser antisistema hoy implica dejar de temer a un virus poco mortal; dejar de creer ciegamente en las “recomendaciones” del gobierno; rescatar la individualidad.

O también se pueden quedar encerrados y nos vemos en el 2021.


Publicado originalmente en Vértigo

13/4/20

MAMÁ… EL COVID-19 INFECTÓ A MI DEMOCRACIA

Numerosos analistas han apuntado que la historia está llena de momentos oscuros donde la población aterrada corre a buscar el manto protector del Estado. Para los gobernantes, estas crisis llegan “como anillo al dedo” y utilizan la oportunidad  para aumentar su poder y eliminar las libertades políticas de una ciudadanía temerosa.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Ahora que están encerrados en cuarentena, les voy a pedir que sumen a su lista de preocupaciones un artículo más: ¿Se acuerdan que el COVID-19 ya destruyó a la economía global? Bueno… pues agréguenle a eso la destrucción del orden democrático en el mundo.

Numerosos analistas han apuntado que la historia está llena de momentos oscuros donde la población aterrada corre a buscar el manto protector del Estado. Para los gobernantes, estas crisis llegan “como anillo al dedo” y utilizan la oportunidad  para aumentar su poder y eliminar las libertades políticas de una ciudadanía temerosa.

Pues la crisis actual no es excepción a la regla. Alrededor del mundo, numerosos gobiernos han utilizado al virus como catalizador para centralizar el poder, reprimir derechos humanos y avanzar en el camino del autoritarismo.


Poco menos podríamos esperar de gobiernos que ya mostraban inclinaciones para el autoritarismo. Sea Hong Kong, India, Rusia, Turquía, Tailandia o diversas monarquías árabes, los gobiernos de estos lugares han tomado a la epidemia como excusa perfecta para arrestar disidentes, reprimir a periodistas, prohibir grandes reuniones públicas, o decretar nuevas leyes para reprimir cualquier intento de protesta social.

Pero esto también se manifiesta en regímenes considerados democráticos. En Bolivia, el gobierno interino de Jeanine Áñez ha decidido posponer las elecciones presidenciales programadas para mayo. Áñez llegó al poder tras el fraude electoral y exilio de Evo Morales, y ahora todo indica que su intención real es permanecer en el poder y usar al coronavirus como pretexto para torcer las reglas democráticas y perseguir a la oposición.

Otro caso delicado es Israel. Por décadas una democracia vibrante, en los últimos años ha caído en las garras chauvinistas del primer ministro Benjamin “Bibi” Netanyahu. Bibi ahora está acusado de corrupción, pero aprovechó la pandemia para aplazar su juicio penal y retrasar la formación de un gobierno funcional, impidiendo así que el parlamento recién electo pueda aprobar una ley que evitaría -qué casualidad- que un político acusado de corrupción -como Netanyahu- pueda ser primer ministro.

Nadie ha mostrado mayor cinismo por las reglas democráticas como Hungría. Ahí, el tiranillo Viktor Orbán utilizó la turbulencia del COVID-19 para pasar una serie de reformas constitucionales que le otorgan poderes dictatoriales y la capacidad para gobernar por decreto. Con las nuevas reglas, Orbán puede ignorar las leyes a voluntad y ha penalizado con cinco años de cárcel la difusión de información falsa (dejando a discreción personal qué es verdad y qué es fake news). Lo peor es que su extensión de poderes no tiene fecha de caducidad. Sin temor a equivocarme, puedo decir que estamos presenciando el nacimiento de una verdadera dictadura en el corazón de la Unión Europea. 

En México apenas iniciamos con las medidas de emergencia, las cuales nos han dicho se tomarán con respeto a los derechos humanos. Lo que sigue es asegurarnos que esto suceda al pie de la letra. No podemos permitir que el pánico destruya nuestra frágil democracia. Toda acción gubernamental debe tener límites claros y temporalidades fijas.

No es que debamos desconfiar del gobierno, sino que debemos desconfiar todavía más de una ciudadanía temerosa, dispuesta a intercambiar libertades por seguridad. Lo importante es que al final de esta crisis nuestra democracia siga en pie, ya que muchos países no tendrán la misma suerte. 

Una cosa es despertar y saber que el dinosaurio sigue ahí… otra muy distinta es encontrarnos a un gigantesco Leviatán.

¡Aguas!

Publicado originalmente en Vértigo

30/3/20

EL DECAMERÓN REGIÓN 4

Es vital y fundamental no caer en pánico con el COVID-19 y confiar en nuestro sistema inmunológico para sortear esta crisis. Recuerda: ¡Sólo tú puedes evitar el apocalipsis!


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
@DelgadoCantu


¡Llegó el imperio del COVID-19! Pero ya que estamos en cuarentena, emulemos mejor a Giovanni Boccaccio y contemos historias de amor, fortuna y epidemias. Yo empiezo.

Hace dos meses me enfermé de una fiebre que me zarandeó durante una semana (no era coronavirus, que conste). Quizá fue mi edad o quizás los excesos y vicios, pero pocas veces había pasado más de cinco días en calidad de pantufla vieja. Si de algo puedo jactarme, es de tener un sistema inmunológico entrenado por la Mossad: entra un bicho a mi cuerpo y mis células blancas lo hacen pedazos.

El gran drama vino después: Mi novia se enteró de mi padecimiento y entró en cólera, acusándome de “inconsiderado”, “necio” y “patán” por rehusarme a visitar a un médico. Como hombre sensato, hice una retirada táctica y decidí acudir con un doctor al día siguiente. Su veredicto: “Tienes fiebre y la garganta inflamada, toma estos antibióticos y antigripales”.

Sin decirle a mi mujer, decidí ignorar la parte de los antibióticos. Dormí 12 horas dopado con paracetamol y amanecí como nuevo al día siguiente. Mi novia se enteró de todo y aún me recrimina por los antibióticos.

¿Cuál es la moraleja? Hay dos: No discutan con su mujer por tonterías; y nunca jamás tomen antibióticos si no tienen un diagnóstico grave.

Ahora que vivimos bajo la sombra de una epidemia global, este tema vuelve a ser apremiante. ¡La gente se está medicando en exceso! Esto no sólo debilita nuestros sistemas inmunológicos, sino que permite el surgimiento de superbacterias que resisten a los fármacos y amenazan con destruir a la civilización.


Ahí les van un par de cifras, cortesía de la CDC y la OMS:
1. Cada 15 minutos, una persona en EE.UU muere por una infección que no pudo ser tratada con antibióticos. Esto suma 35,000 muertes al año.

2. Más de 700,000 personas mueren al año en todo el mundo por enfermedades que resistieron a los medicamentos.

3. Si no hacemos cambios radicales, podríamos sumar 10 millones de muertes a causa de resistencia antibiótica en el 2050.

La periodista Sigal Samuel explica en VOX: “La resistencia a los medicamentos sucede cuando usamos antibióticos en exceso en humanos, animales y cultivos. Un nuevo antibiótico puede tener excelentes resultados, pero las bacterias se adaptan. Poco a poco el antibiótico se vuelve menos efectivo y nos queda una enfermedad que no sabemos cómo tratar”. Un culpable son doctores que recetan antibióticos para casos que no los requieren y ni se benefician de ellos, como resfriados y gripes.

Hoy nuestro enemigo número 1 es el COVID-19 (un virus). Pero si algo sabemos de este bicho es que tiene una tasa de letalidad baja, donde incluso el 95% de los infectados son asintomáticos (80%) o tienen reacciones moderadas (15%). Esto quiere decir que no existe ninguna razón para caer en delirios fatalistas.

¿Qué les intento decir? Que es vital y fundamental no caer en pánico con el mentado virus y confiar en nuestro sistema inmunológico para sortear esta crisis. Imaginen que es cualquier gripe que hayan sufrido en el pasado: si te sientes poco enfermo, no te auto-mediques, quédate en casa, toma electrolitos y duerme 12 horas. Ojo: si tus síntomas son graves, por bondad, vista al médico.

Pero crear pánico, cerrar la economía y dañar al 95% que no está en riesgo es absurdo. La racionalidad es lo único que nos va a salvar de esta crisis. Y al final esto aplica igual con los antibióticos: sólo siendo inteligentes y evitando el pánico evitará que nos mediquemos como idiotas, previniendo en el proceso la aparición de las superbacterias que acabarán (quizás) con el mundo.

Recuerda: ¡Sólo tú puedes evitar el apocalipsis!


Publicado originalmente en Vértigo

16/3/20

LA FAMILIA TERMONUCLEAR

El período en que floreció la familia nuclear no fue normal. Fue un momento histórico extraño cuando toda la sociedad conspiró para ocultar su fragilidad esencial.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Escribo esta columna el 9 de marzo, pero no caeré en las marismas de la marcha del 8M y el paro del 9M. Acepto que la violencia contra las mujeres es la temática más relevante del momento -¡y con justa razón! Pero presiento que cualquier cosa que diga será usada en mi contra. Así que me recuso del tema por considerarlo fuera de mi jurisdicción. Si de algo sirve, estoy a favor de la incipiente República Femenina.

¿De qué hablar entonces en estos tiempos aciagos y turbulentos? Ahí les va una propuesta: hablemos de la familia. Esperen… ¡No se vayan! Les juro que no voy a ponerme moralino.

Mi preocupación viene de un artículo de David Brooks publicado en The Atlantic titulado: “La familia nuclear ha sido un error”. Ahí, Brooks hace una radiografía de las familias gringas y emite un veredicto fulminante: la familia nuclear va en contra de toda organización histórica de la humanidad y debe caer para permitir nuevas y mejores organizaciones sociales.

Nadie cuestiona que durante un brevísimo periodo del siglo XX (los 50s y 60s) la familia nuclear tuvo su momento de gloria. Pero según Brooks, es un modelo insostenible y lo estamos viendo desmoronarse frente a nuestro ojos. “El período en que floreció la familia nuclear no fue normal. Fue un momento histórico extraño cuando toda la sociedad conspiró para ocultar su fragilidad esencial”, indica.

La familia nuclear se está destruyendo por numerosas razones. En lo institucional, por la transformación de la estructura socio-económica que proveía de estabilidad a largo plazo. En lo económico por la caída de los sueldos y la entrada de las mujeres a la fuerza laboral. En lo cultural, porque la sociedad es más individualista y valora su privacidad y autonomía. 


En México aún no vemos este colapso, pero ya comenzamos a ver grietas. De acuerdo con el INEGI, en 1970 el 80.7% de las familias eran nucleares, cifra que bajó a 64.2% en 2010. Por su parte, las familias no nucleares (que involucran a personas más allá de los padres) incrementó del 19.3% al 36.1%. Los hogares biparentales cayeron 3% durante los últimos 4 años, pasando del 57% en 2014 a 53.8% en el 2017.

A esto hay que sumar una disminución en la tasa de fecundidad (2.4 hijos a 1.7 en los últimos 20 años), un crecimiento de mujeres al frente de la familia (24.6% en 2010 a 29% en 2015); y un incremento en hogares no familiares (6.2% en 1995 a 9.3% en 2010).

Antes de que se alebresten, subrayo que no insinúo que estos cambios sean negativos por sí mismos. Sólo quiero apuntar que las familias en México también están pasando por una transformación y que mantener a la familia nuclear como estándar es una batalla perdida. 

¿Qué hacer entonces? La respuesta de Brooks es muy clara. Debemos repensar el concepto de familia y eliminar a la familia nuclear como arquetipo ideal que aún persiste en el imaginario colectivo, y que termina por generar aislamiento,, soledad y una permanente estigmatización para quien no lo cumple.

Queda claro que es imposible volver a las familias extendidas (modelo dominante durante milenios) porque somos una sociedad que valora demasiado la privacidad y el individualismo. Pero sí podemos comenzar a crear “familias forjadas”, donde personas con intereses mutuos (amigos, vecinos) se unen para apoyarse y sostenerse unos a los otros. Recordemos que en el fondo, las familias son simples redes de protección para superar los momentos más difíciles de la vida.

Mi propuesta: compren una botella de vino e inviten a un amigo querido. Quizás sea momento de comenzar a tejer esa solidaridad y cercanía que tanto parece hacernos falta.

¡Salud!

Publicado originalmente en Vértigo

2/3/20

EL DICTADOR NO TIENE QUIEN LO CURE

Mientras una dictadura facilita la acumulación de información, también es característica distintiva de los sistemas autoritarios la dificultad de admitir errores y autocorregirse.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Terminamos la columna anterior con ánimos elevados: ¡El coronavirus es un aliado para frenar las ambiciones globales de China!

¿Por qué es importante esto? Porque el ascenso del Imperio Chino representa la mayor amenaza a la democracia liberal en el mundo; y lo que ocurra en esta primera mitad del siglo XXI determinará si Beijing dominará la geopolítica global en el mediano plazo. Que nadie los engañe: estamos en una nueva Guerra Fría y la libertad de todos está en juego.

Hace un par de días acudí a una charla organizada por Kybernus en el COLMEX sobre “Libertad y Liderazgo: Desafíos en el Siglo XXI”. Ahí, el exEmbajador de México ante la ONU, Enrique Berruga, resumió de manera impecable el embrollo: “La libertad cada día se ve más coartada, y el mundo tendrá que elegir entre el modelo centralizado de China o el modelo caótico de las democracias”.

¿Y quién va ganando? Hasta hace poco, el viento de la historia parecía soplar a favor de Beijing, en parte porque los defensores del liberalismo brillan por su ausencia: Europa sigue en espirales tras el Brexit y EUA sufre de delirio esquizofrénico.

Aprovechando la turbulencia, los chinos van a la ofensiva: avanzan de manera vertiginosa en la implementación del Sistema de Crédito Social (espionaje masivo a través de apps); en el uso de tecnología de reconocimiento facial y mantienen un archipiélago de gulags en la provincia de Xinjiang para encarcelar a millones de disidentes. A esto sumemos su inquebrantable crecimiento económico y su red global de aliados con la Nueva Ruta de la Seda.

Lo anterior son seductores cantos de sirena para los indecisos. ¿Qué tan malo puede ser un sistema autoritario si a los chinos les va de maravilla?

Incluso autores como Yuval Noah Harari advertían que las dictaduras están mejor equipadas para navegar en el mundo moderno, ya que con la Inteligencia Artificial pueden crear un autoritarismo digital inteligente, donde los gobiernos son cada día más eficientes para reprimir, controlar y castigar a sus ciudadanos.

¿Y entonces? ¿Se perdió la guerra?



¡Pues no! Entra de nuevo en escena el mentado coronavirus para sacudir su poca fe en el liberalismo y disipar los espejismos de las dictaduras “¿Cómo el coronavirus?”, preguntarán sorprendidos. Pues sí… el coronavirus es hoy el detonante de la mayor crisis que afecta a la maquinaria totalitaria de Xi Jinping.

Richard Hass (presidente del Council on Foreign Relations) nos ilumina diciendo que la legitimidad política en China se basa en gran medida en su desempeño económico; y los ciudadanos han aceptado restricciones a sus libertades a cambio de un mejor nivel de vida. En este tema, el coronavirus ya causa estragos, “lo que significa que una situación menos que ideal está empeorando rápidamente”, dice Hass.

Sumado a esto, su sistema centralizado evitó que las autoridades pudieran detener al virus cuando primero se detectó a finales de 2019. Esto debido a la parálisis gubernamental que ha surgido como consecuencia de la consolidación masiva de poder en torno a Xi, lo que deja a los funcionarios provinciales incapaces -o temerosos- de actuar sin la bendición del jefe central.

Así que mientras una dictadura facilita la acumulación de información, también “es característica distintiva de los sistemas autoritarios la dificultad de admitir errores y autocorregirse”, indica Hass. 

Todavía falta mucho para saber quién ganará la Guerra Fría del siglo XXI. Pero algo ha quedado claro: un sistema centralizado parecerá bueno para muchas cosas, pero hoy demuestra que no puede ni detener un simple catarro.

¡Salud!

Publicado originalmente en Vértigo

17/2/20

UN VIRUS CONTRA LA DICTADURA

Frente a este panorama, se vuelve urgente analizar las consecuencias que la crisis del COVID-19 tendrá en la imagen, la estabilidad política y el crecimiento de China.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


¡Ahora sí se armó la gorda! Para todos los Panglossianos que decían que todo saldría bien, la realidad se les desbordó y ahora nos amenaza con visiones dantescas. Es un hecho: ¡Tenemos una emergencia de salud pública global! 

A final de cuentas, el mentado coronavirus salió más cabrón que bonito y la OMS tuvo que salir a decirnos que las cosas van muy mal. ¿Qué tan mal? Pues esta emergencia de salud es 1 de las 6 que la OMS ha emitido en su historia. ¡Un despapaye!

Al momento de escribir esto, las cifras oficiales son: 40,536 casos confirmados en China con 910 muertes; más de 25,000 sospechas de infecciones; y más de 25 países que han confirmado la presencia de la enfermedad. ¿Lo peor? Seguimos sin ningún medicamento efectivo.

Frente a este panorama, se vuelve urgente analizar las consecuencias más allá de la salud pública. Principalmente, ver cómo la crisis afectará la imagen, la estabilidad política y el crecimiento de China. Pero vámonos lento porque vamos lejos.



Reputación: Primero hablemos del impacto reputacional que está recibiendo China por su cochinero. No sólo hemos visto brotes de xenofobia alrededor del mundo, donde los chinos son vistos como focos de infección; también el Departamento de Estado de EUA emitió una alerta de viaje, pidiendo que nadie visite al país asiático; a esto se suman varias aerolíneas que han decidido dejar de volar hacia China. Por si fuera poco, el gobierno de Xi Jinping prohibió a 50 millones de ciudadanos salir de la provincia de Hubei, el epicentro de la enfermedad. Y si la epidemia llegara a afectar a las Olimpiadas en Tokio, todo el mundo culpará a China. ¡Terrible óptica y publicidad para una potencia emergente!

Economía: Una mala imagen suele traducirse en mala economía, y el crecimiento de 6% que China había previsto en su PIB para el 2020 tendrá que recortarse. Si a esto sumamos las caídas en la Bolsa de Valores, las pérdidas en comercios e industria, y la disrupción en las cadenas de producción, tenemos un problemón gordo. Nada tonto, el secretario de Comercio de EUA, Wilbur Ross, salió en Fox News a decir que esta situación “ayudará a acelerar el regreso de trabajos a América del Norte”. ¡Muy abusado el viejito!

Legitimidad: Otro reto mayúsculo para el Partido Comunista Chino (PCC) es mantener su legitimidad frente a esta crisis. Taisu Zhang, profesor en la Yale Law School indica que a diferencia de otros problemas políticos cuestionables (reforma del 2018 que permite la reelección indefinida, la crisis de Hong Kong, etcétera), “la situación actual constituye un problema mucho más severo para la legitimidad política” del PCC. Mientras los problemas anteriores eran censurados por la policía cibernética, el coronavirus afecta de manera directa a la ciudadanía, lo que se traduce en muestras de odio y frustración rara vez vistas en un país caracterizado por su opresiva censura. Es un hecho que la población está sumamente molesta por la ineptitud del gobierno central, lo que obligó a Xi Jinping a relajar su postura dictatorial, permitiendo por momentos críticas en Internet, la prensa escrita e incluso en los medios oficiales del partido.

Eso sí... en estos tiempos inciertos no podemos olvidar el costo humano que conlleva una crisis epidemiológica. Pero para aquellos que ven con recelo el auge de una China totalitaria como potencia mundial, la aparición del coronavirus resulta benéfica en términos geopolíticos, pues erosiona (por lo menos un poco) el poder de Xi y sus secuaces.

En esta batalla contra las fuerzas totalitarias, todos los aliados cuentan, incluso los microscópicos.

Texto publicado originalmente en Vértigo

3/2/20

EL ATAQUE DEL CORONAVIRUS ATÓMICO

La fantasía de una Guerra Mundial es horrible, pero nos remite a un tiempo cuando había más simplicidad, o al menos una sensación de mayor simplicidad, y existía una percepción clara entre el bien y el mal.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¿Alguien me puede explicar qué fregados sucede? Porque quizás ni se enteraron, pero desde que inició el 2020 hemos tenidos dos acercamientos con el fin del mundo. Lo peor es que en vez de reaccionar con prudencia y seriedad ante el posible Armagedón, la raza prefiere volcarse a las redes sociales para señalar que la potencial hecatombe les importa tres kilos de chorizo toluqueño.

El primer jinete del Apocalipsis se asomó tras el asesinato del general iraní Qasem Soleimani, el cual fue tomado por muchos como el inicio de un conflicto bélico entre Irán y EE.UU., que podría desbordarse para incluir a Rusia y de ahí -¿por qué no?- acabar en guerra termonuclear.

Ahora el segundo caballero negro llega como un extraño virus de China que ha infectado a numerosos países (¡incluyendo a México!). ¿Pero alguien se preocupa? ¡Faltaba más! La gente manda memes y espera una pandemia global. En serio… parecen niños salvajes de la obra de Golding: “¡Córtale el cuello, mata al cerdo, derrama su sangre!”

Mi enorme consternación frente todo esto hace que mi memoria regrese a una antiquísima columna que publiqué en estas páginas. ¡La segunda para ser exactos! (Vértigo #753, “Apocalipsis Ahora”) 

En ese momento yo juzgaba a las religiones organizadas como las principales culpables de nuestra fijación con el Día del Juicio Final. Pelen los ojos y lean mi aguerrida retórica: “desde el Zoroastrismo en Persia hasta las corrientes judeo-cristianas ahora globalizadas, la mayoría de las religiones han tenido una fascinación por el fin de los tiempos; por llegar a esa culminación cósmica donde la luz destruye a la oscuridad; donde la cizaña es lanzada al fuego; donde los elegidos son salvados por un Mesías que regresa a impartir justicia divina”. ¡Papaya de Celaya! ¿Cómo ven mi flamante pluma de joven escritor jacobino?

Pero no estaba tan perdido en aquellos años. Basta revisar una encuesta del Pew Research Center (2019) para saber que el 20% de los cristianos gringos, cree que la Segunda Venida de Jesucristo (no empiecen) ocurrirá durante su vida. Por si no están actualizados con su Catecismo, el regreso de Yisus es señal inequívoca del Apocalipsis y, por ende, del fin de los tiempos.


Pero no me dejaré cegar por mi ateísmo otra vez. Así que busquemos una nueva explicación para entender lo que ocurre.

Hasta ahora, la única respuesta coherente que encontré es la de Ian Bogost, profesor del Georgia Tech y escritor en The Atlantic. ¿Qué propone él? Pues que al menos en el caso de Irán, la reacción en redes sociales no son necesariamente una señal de ignorancia, sino una búsqueda de confort frente a la incertidumbre en el caótico mundo contemporáneo.

Explica Bogost: “La fantasía de una Guerra Mundial es horrible, pero nos remite a un tiempo cuando había más simplicidad, o al menos una sensación de mayor simplicidad, y existía una percepción clara entre el bien y el mal”.

Esto significa que para tener sanidad mental necesitamos siempre de un enemigo claro, que imponga un orden psicológico al separar al mundo entre “buenos” y “malos”. De ahí también nuestra atracción a las películas apocalípticas (aliens, asteroides, epidemias zombies), donde toda la humanidad debe unirse y combatir a un invasor o enemigo común.

¿Mi respuesta? ¡Ya ni la amuelan! Y que con su pan se coman su incertidumbre. Porque si para calmar su ansiedad están queriendo la destrucción de la Tierra, nomás no cuenten conmigo.

Así que más vale que el Congreso pronto establezca el Instituto Mexicano del Cannabis, porque como dice aquella canción: “Johnny, la gente está muy loca”.

Publicado originalmente en Vértigo