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27/2/22

UCRANIA ES UN CANAPÉ

Si bien la amenaza de una guerra en Europa persiste, existen broncas aún mayores que vuelven a la situación de Ucrania en un simple canapé.



Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú



¿Se dieron cuenta? ¡Llegamos a febrero sin una crisis global importante! Claro, algunos dirán que el reverendo congal en Ucrania merece ser considerado como una “crisis global importante”. Pero hasta el momento de escribir estas líneas, la realidad es que el escurridizo Vladimir Putin no parece tener ninguna invasión planeada. Así que calmado venado… y cómo dijo el filósofo Lennon: “Give peace a chance”.


Todo esto es relevante porque si hacemos memoria de los últimos años, podemos ver que la cuesta de enero -en términos geopolíticos- ha sido bastante escabrosa. Les recuerdo: En 2020, iniciamos enero con Australia en llamas; el Sars-Cov-2 expandiéndose por China y Europa; y el asesinato del general Qasem Soleimani en Irán, que bien pudo pudo desatar la Tercera Guerra Mundial. El 2021 empezó con la variante Delta arrasando al planeta y con la toma del Capitolio por las huestes de Donald Trump, la cual puso en jaque a la democracia más antigua del mundo.


Ahora la diosa Fortuna nos sonríe, pero nuestro éxito no debe permitirnos confiarnos. Si bien la amenaza de una guerra en Europa persiste, existen broncas aún mayores que vuelven a la situación de Ucrania en un simple canapé. Para entrar en materia, los refiero al informe que publicó el World Economic Forum a principios de años: el Global Risks Report 2022. 


¿Qué dice este reporte? Pues básicamente ofrece una colección de pesadillas que haríamos bien en evitar en el futuro próximo. Esta lista de cataclismo se formula a partir de entrevistas con miles de expertos y ejecutivos; de los cuales sólo el 16% de ellos se siente “optimista” por el futuro, mientras que el 84% indican que están “preocupados”. Pero sin más preámbulo… ¡Vamos a darle una revisada!



1. Tensiones internas. Una de las mayores preocupaciones del Global Risk Report 2022 apunta a una mayor volatilidad económica y al crecimiento de la desigualdad entre ricos y pobres. Si esto suena grave, lo peor es que puede llevar a una erosión de la cohesión social en la mayoría de los países. Esta pérdida de cohesión social -crítica por sí misma- terminaría por incrementar la tensión geopolítica en detrimento de la cooperación internacional. 


2. La supervivencia del planeta. Aunque el mundo seguramente no se va a destruir en el 2022, si expandimos nuestra perspectiva al siguiente lustro vemos que la situación precaria del planeta es la mayor preocupación para los expertos, incluso por encima de cualquier problema económico o social. ¿Qué tipo de amenazas? Calentamiento descontrolado, climas extremos, pérdida de biodiversidad, daño ambiental y crisis por recursos naturales.


3. El desorden de la transición. Aquí encontramos la mayor preocupación reportada en Report: una transición climática desordenada. Consideren que el mundo entero va reprobado en el cumplimiento de sus compromisos ambientales, pero en los próximos años veremos reacciones sociales negativas ante cualquier cambio por descarbonizar las economías. Lo peor: los países más atrasados serán blanco de tensión, frustración y recriminación, con posibilidad de conflicto. 


4. Fallas en ciberseguridad. Entre más digitalizamos nuestras vidas cotidianas, más probabilidades de sufrir alguna falla o ataque con consecuencias catastróficas. Sumado a esto, podemos esperar un incremento en ataques ransomware, así como los fraudes en los comercios digitales. 


5. Caos sideral. Si la Tierra nos queda corta, los expertos también prevén un incremento de problemas en el espacio exterior, donde cada vez más empresas y gobiernos luchan por obtener un lugar estratégico en este horizonte poco regulado y cada vez más contaminado por basura espacial.


Así que incluso si la guerra en Ucrania se desata en estos días, ya tienen otros problemas para preocuparse. Mi recomendación: vayan ahorita mismo por un obligado whisky doble on the rocks. ¡Salud!

13/2/22

RECETA PARA COCINAR UNA INVASIÓN À LA PUTIN

Hoy vengo a resolverles la vida y responder la pregunta que los ha mantenido en vela, al borde de un ataque de nervios y hundidos en la más profunda ansiedad:  ¿Sí va a invadir o no va a invadir el compadre Putin?


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Al momento de escribir esto, Vladimir Putin aún no inicia la Tercera Guerra Mundial por haber invadido a Ucrania. Pero si al leer esta columna el planeta ya sufre de un invierno nuclear, primero, lo lamento mucho; y también les deseo la mejor de la suerte en la barbarie post-apocalíptica que se avecina.

Pero bueno, lo importante es que hoy, hoy, hoy no hay guerra; aunque lo que sí existe es mucha tensión y testosterona militar. Seguro ya se han enterado sobre cómo Rusia tiene actualmente a su maquinaria bélica -con más de 100,000 tropas- estacionada en la frontera con Ucrania. Y también que Estados Unidos y sus aliados de la OTAN ya han amenazado, regañado, presionado y negociado con el presidente Putin para evitar una hecatombe en el centro de Europa.

Pero hoy no vengo a hablarles sobre los pormenores de este tablero político. Más bien vengo a resolverles la vida y responder la pregunta que los ha mantenido en vela, al borde de un ataque de nervios y hundidos en la más profunda ansiedad:  ¿Sí va a invadir o no va a invadir el compadre Putin? ¡Vamos a ver qué dicen los expertos!


El periodista Eugene Chausovsky nos indica en Foreign Policy, que la respuesta a esta pregunta de los 64 mil dólares la podemos encontrar en los “imperativos geopolíticos” de Rusia, los cuales enmarcan cualquier toma de decisión para Moscú. Estos imperativos geopolíticos son los siguientes: 1. Consolidación política interna; 2. Protección de amenazas externas (vecinos o superpotencias); 3. Expansión de su influencia a nivel regional (países ex-soviéticos)o lo más amplio que sea posible.

Si consideramos que el culebrón actual se originó con la intención de Ucrania de pertenecer a la OTAN, entonces vemos que el imperativo #2 ya ha sido violado y deja a Rusia con una sensación de inseguridad.

Sobre este punto, Chausovsky apunta que aunque Moscú no pudo detener el avance de la OTAN en Europa Central y el Báltico en los años posteriores al derrumbe de la Unión Soviética, sí estuvo dispuesto a iniciar una guerra contra Georgia en 2008 y Ucrania en 2014 para evitar una expansión aún mayor. Así que ahí algunos antecedentes a considerar para el conflicto actual.

Ahora analicemos el marco estratégico que utiliza Rusia para determinar cuándo sí se decanta por intervenir militarmente en otro país. De acuerdo con Chausovsky, son cinco estos factores: 1. Un detonante; 2. El apoyo de la población local; 3. Una posible represalia militar; 4. Viabilidad técnica; 5. Costos económicos y políticos relativamente bajos.

Considerando lo anterior… ¿Qué encontramos en la situación actual? En primer lugar, que no ha existido un detonante (en contraste con el zafarrancho del Euromaidan en 2014). Tampoco tiene el apoyo de la población ucraniana (excepto en las provincias rebeldes con población rusa). Existe una altísima posibilidad de represalias militares por parte de Europa y Occidente. Y los costos económicos y políticos serían extremadamente altos (sanciones económicas, muerte de soldados, etcétera).

¿Conclusión? Las condiciones para una invasión simplemente no existen en la actualidad, y por lo tanto, es sumamente improbable que veamos una invasión militar en las próximas semanas. De igual manera, los costos parecen ser demasiados altos y las ganancias poco claras para Rusia.

Pero no canten victoria… siempre existe la posibilidad de que el presidente Putin se despierte de mal humor, arrastre por la Plaza Roja todos los imperativos y los marcos estratégicos y decida hacer una rabieta de dios es padre. Y entonces sí…  ¡Valiendosky madrosky!

31/1/22

MANUAL PARA EMIRATIZAR A MÉXICO

¿Están dispuestos a vender su democracia en una apuesta por el desarrollo? ¿Suena tentador?


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

En mi columna anterior les conté sobre mi reciente viaje a los Emiratos Árabes Unidos (EAU) para comparar el enorme éxito que han tenido en los últimos 50 años contra los fracasos de México. 

Para los despistados, una breve recapitulación: mientras aquí despilfarramos la bonanza petrolera, quebramos al país varias veces y ahora estamos hundidos en violencia, pobreza y la polémica por un mentado tren; los Emiratos aprovecharon su petróleo para crear uno de los países más prósperos del mundo, con uno de los mayores PIB per cápita y donde ahora se preocupan por conquistar el espacio exterior.

Quizá más impresionante es que en 1971 México era ya un país moderno, urbanizado y con incontables recursos naturales (incluyendo petróleo), mientras que los EAU eran una colección de reinos sobreviviendo al calor y a las inclementes dunas de arena. 

Ahora la pregunta del millón: ¿Queremos “emiratizar” a México? Si esa es nuestra intención, entonces les dejo este pequeño manual:


1. A la fregada la democracia. En primer lugar, olvídense de votar y de elegir a sus gobernantes. En los EAU todo el poder lo ostentan una colección de familias y ellas son dueñas de prácticamente todo. ¿Partidos políticos? ¡Olvídenlo! ¿Organizaciones de la sociedad civil? ¡Ni soñando! En los Emiratos hay un patrón y todos se cuadran. 

2. Cero prensa independiente. Ya que nos deshicimos de las engorrosas elecciones, tampoco esperen criticar públicamente al régimen. En los Emiratos la prensa está controlada y todas las voces disidentes reciben uno de los tres “ierros” de Gonzalo N. Santos: encierro, destierro o entierro.

3. Eliminemos impuestos. No crean que todo es turbio. Un aspecto fascinante de los EAU es que no existe el ISR ni otros de los impuestos fastidiosos de México. El gobierno también extiende excepciones fiscales a las empresas que se instalan en su territorio durante los primeros años de operación. ¿Pero si nadie paga impuestos, de dónde sacan lana?
 
4. Gobierno empresario. ¡Ah! Pues como ya se mencionó, en los EAU los emires son los patrones del changarro. Esto significa que en todas las áreas de la economía vemos al gobierno involucrado. Por poner un ejemplo, fue a través de una constructora público-privada que se construyeron las maravillas arquitectónicas de Dubai. Y claro, no olvidemos el control del gobierno en la industria petrolera. 

5. Ciudadanos VIP. A diferencia de México la ciudadanía emiratí sólo se otorga bajo el modelo de jus sanguinis; o sea… nadie es ciudadano si no tiene padres originarios de los Emiratos. ¿Qué significa esto? Que de los 10 millones de habitantes en los EAU, sólo el 1 de cada 10 es ciudadano con todos los derechos. ¿Y el resto de la banda? Ellos son considerados simples trabajadores invitados. ¡Pero ojo! Ser ciudadano emiratí significa recibir onerosos apoyos del gobierno, subsidios para tu familia, y otras regalías. O sea, hay que separar a la población entre los VIP y la perrada. 

¿Qué les parece? ¿Están dispuestos a vender su democracia en una apuesta por el desarrollo? ¿Suena tentador?

¡Pues aguas con esos cantos de sirena! Primero porque aquí en México la historia nos demuestra que autoritarismo no significa progreso (feliz centenario, Don Luis Echeverría). Y porque aún cuando la tentación autocrática se perciba como respuesta para nuestros problemas, este modelo significa ceder gran parte de nuestras libertades políticas, cívicas y sociales, las cuales deben considerarse como algo verdaderamente invaluable.

Al final, quizás no tengamos los lujos ni excesos de los Emiratos, pero por lo menos podemos quejarnos de todo eso en público (y en estas páginas) sin recibir alguno de los mencionados “ierros” de Gonzalo N. Santos.

Y como dice aquel comercial: eso no tiene precio.

17/1/22

MOEMNA: MOVIMIENTO DE EMIRATIZACIÓN NACIONAL

¿Qué demonios sucedió? ¿Cómo fue posible que en sólo cinco décadas los Emiratos pasarán de ser pescadores de perlas a lanzar misiones espaciales? 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Comienzo este 2022 con una absoluta certeza: nuestro país nomás no tiene remedio. Les comento esto porque hace un par de semanas anduve de visita en los mismísimos Emiratos Árabes Unidos (EAU). Y ahora vuelvo a México con esta resignación absoluta. Somos unos taqueros y los emiratíes nos están comiendo el mandado. Les explico…

Mi viaje coincidió con el 50° aniversario de la fundación de los EAU. ¿Recuerdan dónde estaba México en 1970? ¡Oh sí! Éramos un país en ascenso tras dos décadas del  “Desarrollo Estabilizador”; teníamos una clase media urbanizada y una economía industrializada y diversificada. Fuimos anfitriones de los Juegos Olímpicos de 1968 y de la Copa del Mundo de 1970. Sin lugar a dudas, México era ya un país avanzado y en camino hacia el desarrollo.

¿Y los Emiratos? En 1970 los EAU ni siquiera existían. Eran una colección de reinos independientes en medio de un desierto que venían saliendo de un protectorado británico. Su economía era paupérrima, apenas una colección de pueblos regados entre las dunas que dependían de la pesca y la perlicultura (venta de perlas, para los despistados). La industria petrolera sí existía, pero apenas pintaba en su economía. Nótese que fue en 1962 cuando Abu Dhabi (la futura capital de los EUA) exportó su primer barril de petróleo; y Dubai, hoy el segundo emirato más rico, lo hizo hasta 1969.

Así que aquí está nuestro punto de partida: dos países con petróleo a inicios de 1970, pero uno que ya es nación industrializada con incontables recursos naturales contra una bola de reinos miserables y arcaicos en las arenas del Golfo Pérsico. Vamos a dar fast-forward:



En los siguientes 50 años, México vive su mayor boom petrolero, fracasa en “administrar la abundancia”, despilfarra su fortuna, endeuda y quiebra al país, tiene una década perdida, comienza a liberalizar su economía, quiebra al país otra vez en 1994, tiene un crecimiento económico mediocre durante 20 años. El petróleo se nos empieza a acabar. El crimen organizado y la violencia se expanden y son ahora generalizados con más de 30,000 homicidios al año. Hoy México ocupa  a nivel global el lugar 70 en PIB per cápita, la población paga una tercera parte de sus ingresos al gobierno en impuestos y la pobreza se mantiene por encima del 50 por ciento. Hoy nuestra principal preocupación es un aeropuerto regional, una refinería y una consulta sobre la revocación de mandato.

¿Y los Emiratos? En los siguientes 50 años, los EAU utilizaron su riqueza petrolera para financiar proyectos clave para el desarrollo. Realizan una campaña de diversificación para proteger a su economía contra el impredecible mercado petrolero. Ponen énfasis en el comercio y el turismo. Lograr un crecimiento promedio del 13.2% al año. Sus ciudadanos no pagan impuestos y el gobierno garantiza empleo, subsidios y ayuda económica para todos los emiratíes. Hoy los EAU tienen uno de los 10 mayores PIB per cápita en el mundo y debaten sobre sus siguientes misiones espaciales, habiendo lanzado con éxito su primera misión de exploración a Marte en el año 2021. 

¿Qué demonios sucedió? ¿Cómo fue posible que en sólo cinco décadas los Emiratos pasarán de ser pescadores de perlas a lanzar misiones espaciales? 

En mi siguiente columna tomaremos el caso de Dubai para explicar el éxito de los EAU. Un modelo marcado por un vertiginoso crecimiento económico, pero que también esconde un núcleo autoritario y represivo. ¡Y mucho ojo! Porque el mayor peligro es que este modelo radicalmente liberal en lo económico, pero totalmente antiliberal en lo político parece estar funcionando, poniendo en jaque a los modelos democráticos que defendemos en Occidente.

Así que en mi próxima columna: El Manual para Emiratizar a México.

8/11/21

DEL 11S01 AL 6E21: EL ENEMIGO INTERNO

Este hilo conductor que hemos seguido nos provee una radiografía de los elementos necesarios para llevar a una democracia sólida al límite: la erosión de valores nacionales; la pérdida de confianza en líderes políticos y medios de comunicación; y la polarización de la sociedad para generar un permanente conflicto interno. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Por fin llegamos al final de este relato americano que inició en los ataques terroristas del 2001 y nos llevó a la insurrección y toma del Capitolio a inicios del 2021. 

En las dos columnas anteriores seguimos un hilo conductor que nos permitió ver la metamorfosis que sufrió Estados Unidos durante los últimos 20 años. De una nación (auto) considerada “excepcional” por su libertad y democracia, pasamos a un país con el optimismo hecho añicos. Muerta también quedaron la confianza de la sociedad norteamericana hacia sus líderes políticos y los medios de comunicación, dejando en su lugar a una población envenenada por la desconfianza, la xenofobia, el odio, la paranoia y la polarización.

Hoy colocamos la pieza final en esta Tragedia Americana: la guerra interna.

Nuestro capítulo anterior nos colocó en vísperas de la elección presidencial de 2016. Una elección inédita, donde el principal candidato Republicano -Donald Trump-  arrancó su campaña acusando a los migrantes mexicanos de ser peligrosos criminales y violadores. 

Pero el discurso de Trump no surgió de un vacío. Durante años la sociedad americana vivió traumatizada por años de guerra y desmoralizada por la ausencia de victorias, por las mentiras de sus políticos y por la manipulación de los medios. Esto terminó por germinar ideas de venganza hacia cualquier responsable -real o imaginario- de dichos fracasos: el establishment, los musulmanes, los migrantes...

Trump llevaba más de un lustro atizando este fuego de resentimiento. Basta recordar que fue él quien promovió la falsa teoría de que Barack Obama no era ciudadano norteamericano ('birther movement’), que era secretamente un musulman, e incluso lo acusó de ser el fundador del Estado Islámico (ISIS). 

Si bien Trump no inventó este discurso de odio, hay que reconocer que lo explotó con una macabra genialidad antes, durante y después de su campaña presidencial. Ya dentro de la Casa Blanca, su discurso tomó un giro aún más perverso: hacer de todos sus opositores políticos el equivalente a un enemigo de Estados Unidos.



El documental “America After 9/11” lo explica de manera muy clara: estar en contra de Trump era ser un terrorista. Desde las protestas contra la supremacía blanca (Charlottesville, 2013) o Black Lives Matter (2020), la manera en la que Trump se refería a los manifestantes como si hablara del terrorismo islámico: “Quieren destruir nuestro país”, “quieren quemar nuestras ciudades”, “quieren eliminar nuestra cultura”. 

Con esta retórica se profundizó la polarización política e ideológica. Ya no hablamos de tener diferencias políticas, sino de odiar a tus opositores y de crear una realidad paralela con “datos alternativos” y teorías de conspiración. Cuando llega la elección del 2020, el terreno era fértil para la Gran Mentira. A pesar de que Trump perdió por más de 7 millones de votos y 74 votos electorales, la tergiversación de la realidad era tal que dos tercios de los Republicanos siguen creyendo al día de hoy que la elección fue robada. 

Este hilo conductor que hemos seguido nos provee una radiografía de los elementos necesarios para llevar a una democracia sólida al límite: la erosión de valores nacionales; la pérdida de confianza en líderes políticos y medios de comunicación; y la polarización de la sociedad para generar un permanente conflicto interno. 

Si hacemos una rápida comparación con México, veremos que no somos tan distintos a nuestros vecinos. Aquí tenemos también a una sociedad traumatizada por 15 años de conflicto bélico contra el crimen organizado; una profunda falta de confianza hacia partidos políticos y medios de comunicación; y una polarización política no vista en la historia moderna de nuestro país.

El sistema democrático de Estados Unidos logró sobrevivir de milagro. ¿Podemos esperar lo mismo del andamiaje institucional mexicano?

25/10/21

DEL 11S01 AL 6E21: IMPERIO DE MENTIRAS

En esta segunda parte de la historia nos centraremos en la erosión y colapso de la confianza hacia la clase política y los medios de comunicación. Factores que gestaron un permanente estado de paranoia y abrieron la puerta al racismo, la xenofobia y toda clase de teorías de conspiración.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

En mi columna anterior iniciamos un recorrido por los últimos 20 años de la historia estadounidense para revelar un hilo conductor que conecta a los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 con la insurrección del 06 de enero de 2021. Esta historia está basada en el documental de la PBS titulado “America After 9/11”.

En nuestro primer capítulo analizamos el auge y caída del “excepcionalismo americano”, idea que colocaba a Estados Unidos como actor central y líder en la promoción de la democracia y la libertad en todo el mundo. ¿Por qué murió esta visión utópica? Porque la guerra “justa” en Afganistán se transformó en un conflicto global contra el terrorismo, trastornando el mesianismo democrático en una maquinaria bélica de muerte, terror y tortura.

En esta segunda parte de la historia nos centraremos en la erosión y colapso de la confianza hacia la clase política y los medios de comunicación. Factores que gestaron un permanente estado de paranoia y abrieron la puerta al racismo, la xenofobia y toda clase de teorías de conspiración.

El origen de esta erosión de la credibilidad se encuentra en los meses previos a la invasión de Irak. En este periodo de tiempo, prácticamente todos los políticos y todos los medios de comunicación se embriagaron con la idea de que Saddam Hussein poseía armas nucleares, lo cual justificaba una intervención militar en aquel país. 

En aras de este nacionalismo ardiente y ciego, nadie cuestionó la narrativa planteada por la administración de George W. Bush. Los medios de comunicación se autocensuraron y silenciaron a periodistas escépticos; cualquiera que levantara dudas era acusado de traidor o poco patriótico. Incluso los Demócratas más prominentes como Hillary Clinton, John Kerry y Joe Biden se sumaron a la locura. Esta corriente arrastró al Secretario de Estado -el otrora intachable Colin Powell- a mentir frente a la ONU sobre supuestas armas nucleares en Irak.


Ahora sabemos que todo fue una farsa: una farsa que terminaría por causar un descalabro en la credibilidad internacional de Estados Unidos, y que pulverizó la credibilidad en el establishment político y mediático. La pregunta en la mente de todos era: “¿Y ahora en quién puedo confiar?”. Claramente no en los Republicanos, autores de este fiasco. Pero tampoco en los Demócratas, que votaron por la guerra. Y mucho menos en los medios de comunicación, que promovieron esta mentira durante meses.

Este estigma jamás se borraría. Y llevó a que la sociedad creyera que el gobierno mentía sin descaro y que los medios encubren y promueven estas mentiras. Aunado a esta realidad estaba el desastre bélico en Irak. Con decenas de muertes diarias en el campo de batalla, cualquier ilusión que quedaba sobre las “transformaciones democráticas” murió: ahora el mundo islámico era visto como un enemigo que debía ser eliminado pues era imposible de “transformar”. 

En la sociedad germinaron ideas de venganza, racismo y xenofobia. El enemigo no sólo estaba en el Medio Oriente, era cualquier “otro” dentro de Estados Unidos: árabes, musulmanes, extranjeros o inmigrantes... todos potenciales “terroristas”. Estos “otros” podrían ser tus compañeros de trabajo, alguien que te atiende en un restaurante o incluso tus propios vecinos.

Con la confianza destruida en las instituciones y una sociedad traumatizada por el miedo y las horribles escenas de guerra, el tejido social comenzó a rasgarse y envenenarse. Todo esto sería aprovechado magistralmente por Donald Trump para ganar la elección del 2016 y -tras inyectar mayores dosis de paranoia y conspiracionismo- acabaron por polarizar a la sociedad y enfrentarla entre sí misma.

Pero eso será en el tercero y último capítulo de esta historia. ¡Hasta entonces!

11/10/21

DEL 11S01 AL 6E21: EXCEPCIONALISMO AMERICANO


En los primeros años de su “guerra global contra el terrorismo”, Estados Unidos se convirtió en el enemigo que buscaba combatir: un país que causa terror en el mundo.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


En días recientes me encontré con un documental (PBS: America After 9/11) que propone una hipótesis seductora: que existe un hilo conductor que nos puede guiar directamente desde los ataques del 11 de septiembre del 2001 a la insurrección del 06 de enero del 2021. Una cadena de decisiones políticas que culminó en la creación de una cultura de odio, división y paranoia, y que amenazó al mismo núcleo de la democracia en los Estados Unidos.

Esta es una historia de ideales malogrados, de líderes políticos fracasados; de manipulación mediática; de esperanzas rotas; y de valores quebrantados.

Para comenzar este relato debemos volver al momento histórico que transcurría previo a los ataques: Estados Unidos estaba en la cima de su poder como única potencia global, victorioso de la Guerra Fría, con una profunda creencia en el “excepcionalismo americano”, donde la democracia, la libertad y el libre mercado debían reinar en todo el planeta (guiados por los mismos yanquis, naturalmente).

Los ataques en Nueva York quizá rompieron la ingenuidad de esta Pax Americana. Pero esto -más que sosegar al Imperio- terminó por revolucionar los ideales de este supuesto “excepcionalismo”. Pocas veces en toda la historia estadounidense habíamos visto una unidad en la sociedad y entre las fuerzas políticas. La misión era única y clara: perseguir a los culpables. No había duda, el Imperio estaba en marcha.


El primer error en esta trama surge tras el éxito inicial contra el Talibán. Después de una guerra rápida y con pocas víctimas americanas en Afganistán, la política de George W. Bush se transformó bajo la lógica del “universalismo democrático” para extender su “guerra” contra el terrorismo a todo el mundo. A partir de ese momento, EE.UU. representaría al “bien” y tomaría responsabilidad para propagar la democracia y para derrotar (y derrocar) a “las fuerzas del mal” donde quiera que se encontraran.

El documental hace dos puntos al respecto: el primero es que una guerra localizada en Afganistán contra Al-Qaeda y el Talibán se volvió global, no sólo poniendo en la mira a regímenes como Irak, Irán y Corea del Norte (“El Eje del Mal”), sino  a todos los grupos terroristas presentes ¡y futuros! que pudieran surgir para desafiar al Imperio. Esto abrió la puerta -como efectivamente sucedió- a una campaña bélica sin final, que de hecho sigue vigente tras 20 años.

En segundo lugar, el documental advierte que cuando te defines como el “bueno” en cualquier cruzada, existe el peligro de comenzar a ver a todas sus acciones como nobles, justificando cualquier atrocidad que realices. Para Estados Unidos, esta realidad no tardó en llegar.

A los pocos meses de la caída del Talibán, cientos de ‘prisioneros’ encontraron su nuevo hogar en la base naval de Guantánamo bajo condiciones inhumanas. Sumado a esto, la CIA tomó a pecho las palabras del vicepresidente Dick Cheney (“debemos trabajar desde las sombras”) para establecer cárceles secretas para torturar salvajemente a supuestos terroristas. Y en Irak, las imágenes que surgieron de la prisión de Abu Ghraib causaron asco y furia en el mundo; destruyendo la credibilidad de EE.UU; y erosionando la confianza en la sociedad americana hacia su supuesto proyecto ‘democratizador’.

Bien dice aquella famosa frase: “Cuando te enfrentes a un monstruo, asegúrate que tú no te conviertas en uno”. Y esto fue precisamente lo que sucedió. En los primeros años de su “guerra global contra el terrorismo”, Estados Unidos se convirtió en el enemigo que buscaba combatir: un país que causa terror en el mundo.

Hasta aquí esta primera parte de la historia. En mi siguiente columna continuaré con este relato para contarles como la invasión de Irak inició una irreversible erosión en la confianza de la clase política y los medios, llevando eventualmente a la distorsión misma de la realidad y la verdad.


¡Salud!

27/9/21

LA RABIETA DEL PROFETA

 Si hablamos de respetar los derechos de las mujeres “dentro del islam”, haríamos bien en ir a la fuente original. ¿Qué dice el Corán respecto al tema?

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¡Ahora sí! Tras 20 años de guerra, Estados Unidos se retiró oficialmente de Afganistán y el país se encuentra nuevamente en las garras del temible Talibán. La preocupación ahora es conocer la verdadera agenda de este grupo. En público dicen que su movimiento no es igual al que tomó el poder en 1996; pero reportes denuncian ya abusos y crímenes similares a los de hace cinco lustros.

Para mí no hay gran confusión: el Talibán miente. Sus líderes son los mismos que hace 25 años y dejaron claro que no habrá democracia en su país. Un representante comentó a Reuters: “Ni siquiera se discutirá qué tipo de sistema político se aplicará en Afganistán porque es muy claro: es la ley sharía y punto”.

Aún así, una frase emitida por otro vocero quedó ominosamente suspendida en el aire: “Las mujeres estarán contentas de vivir bajo la ley sharía (...) vamos a permitir que trabajen y estudien, pero dentro del marco de la ley islámica”.

Antes de seguir, veamos de qué se trata todo esto de la sharía. La explicación más sencilla es que se trata de un cuerpo de reglas religiosas que guían la vida diaria de los musulmanes, basada en el Corán y en los dichos y enseñanzas del profeta Mahoma.

En el mundo islámico, este sistema se aplica dentro de un amplio espectro, pasando desde lo más laxo hasta lo más autoritario. Esto varía entre sociedades, familias e individuos. La mayoría de los países aplican la sharía para cuestiones civiles (matrimonio, herencias, custodia de niños...) pero otros llegan a basar su código penal en esta tradición. El Talibán, sobra decir, es de los más estrictos y totalitarios.

Durante su reinado del terror se instauró el Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio que forzaba las medidas más oscuras del Islam: las mujeres debían cubrir su cuerpo con un burka; se les prohibió el estudio, trabajo y salir de casa sin compañía de un familiar varón; se prohibió la música, televisión y deportes; y claro, ejecutaban públicamente a adúlteros, homosexuales y otros ‘indeseables’.

Pero si hablamos de respetar los derechos de las mujeres “dentro del islam”, haríamos bien en ir a la fuente original. ¿Qué dice el Corán respecto al tema? Aquí utilizo la traducción del Dr. Juan Vernet (Ed. Plaza, 1997):


AZORA IV (19 y 20) “Aquellas de vuestras mujeres que cometen fornicación (...) mantenerlas cautivas en las habitaciones hasta que las llame la muerte”.

Azora IV (38) “Los hombres están por encima de las mujeres, porque Dios ha favorecido a unos respecto de otros, y porque ellos gastan parte de su riqueza en favor de las mujeres. Las mujeres piadosas son sumisas a las disposiciones de Dios; son reservadas en ausencia de sus maridos (...) A aquella de quienes temáis la desobediencia, amonestados, mantenerlas separadas en sus habitaciones, golpeadlas”.

Azora IV (175) [Sobre las herencias] “al varón corresponde una parte igual a la de dos hembras”.

Azora XXIV (30) “Di a las creyentes que bajen sus ojos, oculten sus partes y no muestren sus adornos (...) ¡Cubran su seno con el velo!”.

Azora XXXIII (32) “¡Mujeres del profeta! No sois como las otras mujeres (...) ¡Permaneced en vuestras casas!”.

Dejemos aquí este breve compendio de las joyas del Corán. Y para aquellos que aleguen que el Pentateuco o los Evangelios plantean cosas similares, yo les respondo: seguro que sí, pero nadie en su sano juicio piensa basar hoy nuestra Constitución o Código Penal en textos escritos hace 2000 años.

Porque una cosa es muy clara, las sociedades del siglo XXI no pueden ser gobernadas con leyes escritas en la Edad de Hierro o en el siglo VII. Las sociedades son ahora más avanzadas y complejas que los grupos seminómadas que rondaban por la península arábiga hace siglos. Pero más importante aún: que los derechos de las mujeres no son negociables, no importa lo que diga Allah o su profeta.

30/8/21

LAS REVOLUCIONES SON ETERNAS - PARTE 2

La historia demuestra que buscar un cambio a través de una revolución podrá parecer atractivo, pero termina por ser un calvario sin final.  

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Una pregunta quedó en el aire en mi texto anterior: ¿Por qué los regímenes que emanan de una revolución perduran tanto tiempo, mientras que las democracias y las autocracias se desmoronan y colapsan?

Si olvidaron la trama, se las repito rápidamente: Max Fisher y Amanda Taub (The New York Times) citan un estudio de Steven Levitsky (Universidad de Harvard) y Lucan Way (U. de Toronto). La investigación de estos académicos revela que desde el año 1900 los gobiernos fundados por una revolución, sin importar la ideología, han sido mucho más longevos que las dictaduras y las democracias.

De acuerdo con sus datos, sólo el 19% de las dictaduras sobreviven más de tres décadas, mientras que el 71% de los regímenes revolucionarios superan este tiempo. No sólo esto, en los últimos 121 años, los países con un gobierno surgido de una revolución sufrieron menos protestas masivas, menos intentos de golpes de Estado, y menos fisuras o rompimientos entre su élite gobernante. Todos estos factores -cabe decir- son las principales causas de muerte de los otros regímenes.

La vez pasada no pude explicarles el porqué de esto. Pero ahora sí hay espacio, así que ahí les va:


De entrada, la respuesta puede resumirse en dos conceptos básicos: la institucionalización y la cohesión.

El equipo de Levitsky analizó a un grupo de 10 regímenes revolucionarios y encontró que existe una similitud compartida por todos: sus revoluciones totalmente ‘rediseñaron’ a la sociedad y a la arquitectura del Estado. Dicho de otra manera: la razón de su supervivencia no es ideológica, sino estructural.

Fisher y Taub lo explican así en su columna: en una dictadura común y corriente, aún cuando el autócrata tenga un enorme poder siempre existirán grietas y fracturas en el aparato institucional. Cada rama del gobierno -la burocracia, el ejército, las cortes, el clero, etcétera- tendrá su propio poder, su propia agenda y sus propios intereses. Esto termina por causar toda clase de enfrentamientos internos que entorpecen o debilitar al régimen. 

Contrario a lo anterior, en los gobiernos revolucionarios todo el aparato está controlado por una camarilla, generalmente los veteranos de la revolución. Estos individuos podrán competir o enemistarse, pero su lealtad última es usualmente hacia la ‘causa’ que los llevó al poder. 

Sumado a esto, las dictaduras tradicionales suelen surgir de una democracia que ha colapsado. Pero una vez en el poder, un dictador no tiene una estructura de gobierno institucionalizada, ni tampoco una narrativa que pueda cohesionar a la sociedad. Sin esta institucionalización o cohesión, basta con que llegue una gran crisis (económica, política, ideológica) para que su gobierno se derrumbe.

En cambio, las revoluciones suelen llegar al poder tras una revuelta armada. Esto hace que una vez adquirido el poder, se mantenga una visión militarista a la hora de gobernar. Y como en muchas ocasiones el nuevo régimen debe lidiar con una contra-revolución armada, esto refuerza aún más la filosofía militar y la permea a la sociedad entera, aumentando la cohesión bajo esta visión.

Esta narrativa la vemos incluso ahora, donde las protestas recientes en Cuba o Irán han hecho poco para desestabilizar a esos regímenes revolucionarios. Al contrario, más bien parece que tras cada protesta, el núcleo estatal se repliega, se cohesiona, se refuerza y luego contraataca. Mientras las protestas son material tóxico para las democracias y dictaduras, los regímenes revolucionarios parecen fortalecerse de ellas.

Al final, si queremos salvaguardar a nuestra democracia es imperativo mantener sano el andamiaje que la soporta. La historia demuestra que buscar un cambio a través de una revolución podrá parecer atractivo, pero termina por ser un calvario sin final. Pero nada de esto está pasando en México... ¿verdad?

16/8/21

LAS REVOLUCIONES SON ETERNAS

Sólo el 19 por ciento de las dictaduras no-revolucionarias sobreviven 30 años. Pero la gran mayoría de los estados revolucionarios -el 71 por ciento- lograron superar esta marca.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Si algo hemos aprendido en los últimos años es que las democracias son criaturas endebles. Siguiendo esta partitura, rápidamente nos pueden venir a la mente ejemplos como el golpe de estado en Myanmar, los casos de Polonia, Hungría y Turquía, o el daño que causó Trump durante cuatro años al frente de Estados Unidos.  

El ejemplo más reciente de esta debilidad ocurrió en Túnez, donde la única democracia surgida de la Primavera Árabe ahora se desmorona tras las controvertidas acciones del presidente Kais Saied, quien despidió al primer ministro del país y suspendió al Parlamento; algo que para aquellos que lo mal quieren es considerado un autogolpe de estado para centralizar el poder.

Pero a estas alturas del partido, hablar de la fragilidad democrática no es ni novedoso ni sorprendente. Lo extraordinario -en cambio- es ver cómo mientras este modelo político se derrumba, otros regímenes logran sobrevivir no sólo al cruel paso del tiempo, sino a las crisis económicas, protestas masivas, cismas ideológicos y sismos geopolíticos.

De aquí parte el argumento de Max Fisher y Amanda Taub en una reciente columna en The New York Times. Ambos periodistas plantean una premisa: la agitación y turbulencia son los principales factores que definen a la realidad geopolítica contemporánea. Pero no se confundan; porque aún cuando vemos a las democracias retrocediendo o colapsando, no podemos ignorar que también las dictaduras están emproblemadas. 

“Las dictaduras son cada vez más comunes, pero igual de inestables y con una vida muy corta. La disolución social y los disturbios civiles están incrementando drásticamente [en ambos modelos]”, apuntan. En pocas palabras: hoy las democracias y las dictaduras son igual de delicadas. ¡Así las cosas! 



Pero vayamos ahora a lo más interesante del asunto, que aún no ha sido puesto sobre la mesa. Fisher y Taub citan a Steven Levitsky, politólogo de la Universidad de Harvard, quien junto con su colega Lucan Way (Universidad de Toronto) descubrió que existe una clara excepción que parece inmune a esta turbulencia global.

El análisis de Levitsky y Way demuestra que tras la caída del muro de Berlín en 1989, la mayoría de las dictaduras comunistas en el mundo también colapsaron rápidamente. Pero ojo… ¡Cinco lograron sobrevivir!: China, Cuba, Vietnam, Laos y Corea del Norte.

¿Y cuál creen ustedes que es la característica que conecta a todos estos países? ¿En cuál campo semántico caben estos infames regímenes? ¡Pues que todos surgieron de revoluciones sociales violentas!

De acuerdo con ambos académicos, cuando se analizan los datos desde el año 1900, es posible observar que -comparados con democracias y dictaduras- “los gobiernos fundados por una revolución social, sin importar la ideología, probaron ser consistentemente y sorprendentemente más longevos”.

De acuerdo con sus últimas mediciones, “sólo el 19 por ciento de las dictaduras no-revolucionarias sobreviven 30 años. Pero la gran mayoría de los estados revolucionarios -el 71 por ciento- lograron superar esta marca”.

Y claro… basta revisar las cuentas para ver la veracidad de este argumento. La Unión Soviética y sus satélites duraron casi 70 años, pero China y Corea del Norte ya los superaron; Cuba ya sobrepasó los 60; la revolución teocrática de Irán ya es cuarentona. Y cómo olvidarnos de México, que con la originalidad originalísima de su revolución instauró un modelo político que sobrevivió 71 añotes. 

Por contraste, el sádico régimen de Idi Amin Dada -por poner un ejemplo al azar- duró ocho años, y la democracia en Egipto apenas uno. 

Lo interesante es reconocer que en un mundo de cataclismos políticos y revueltas sociales, los regímenes revolucionarios logran mantener una aparente estabilidad. Existen diversas razones que explican todo esto, pero la falta de espacio me obliga a dejar esta explicación para la siguiente columna. ¡Se aguantan!

5/7/21

LOS VENGADORES DEMOCRÁTICOS

La nueva Guerra Fría entre democracias y gobiernos autoritarios, será ganada por los resultados económicos y sociales, pero también por la retórica mediática y el ‘marketing’ político.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


¡Ahora sí, raza! Después de cuatro años de esquizofrenia, caos, incertidumbre y el nativismo de Donald Trump, el Tío Biden llegó a Europa para juntar de nuevo al equipo de los Vengadores Democráticos (Vaitiare Mateos dixit) y encontrar la manera de salvar al mundo. Fue, en palabras de la periodista Amanda Mars, “el regreso del hijo pródigo”. El enemigo común para el Grupo de los Siete (G7) es -obviamente- China y todas las fuerzas malvadas de los regímenes autoritarios. 

Retomando la seriedad: la principal conclusión que podemos tomar de las reuniones del G7 y la OTAN a mediados de junio fue el reconocimiento de las principales democracias que su bando está siendo apaleado -¡y de qué manera!- por el autoritarismo a nivel global.

Hemos comentado en este espacio varias veces cómo el tablero geopolítico muestra un claro retroceso de las democracias, al tiempo que los regímenes autoritarios siguen ganando terreno. Recapitulando rápidamente: Actualmente, sólo el 8.4% de la población mundial vive en una democracia plena mientras que más del 30% vive en un sistema autoritario (The Economist Intelligence Unit). Por si fuera poco, en el 2020 más de 100 países se han vuelto “menos democráticos” (Freedom House)

Con esas cifras, queda claro que la prioridad de las principales democracias del mundo es recuperar terreno, sumar aliados y contener a las diversas manifestaciones antiliberales. Como bien lo dijo el presidente Joe Biden al concluir el G7: “Estamos en una competencia -no con China, per ser- sino en competencia con autócratas y gobiernos autoritarios en todo el mundo”.

Al día siguiente, en la reunión de la OTAN,  Biden volvió a subrayar este tema. El documento final de esta alianza militar de 30 países también menciona por primera vez a China como un problema para la seguridad global, indicando que representa “un desafío sistémico al orden internacional basado en reglas y normativas”.

Concuerdo con el presidente americano y no dudo que sus intenciones sean loables. Las democracias sí están en retroceso y China representa un reto mayúsculo para las libertades civiles, políticas y económicas de los ciudadanos del mundo.

Sin embargo, debo aceptar que el discurso actual del liberalismo democrático es -por decirlo de una manera- carente de emoción y de inspiración. En múltiples latitudes del mundo, las democracias muestran señales de desgaste y agotamiento, llevando a un descontento, rabia y desilusión generalizados. Como ejemplo, basta ver lo sucedido el 6 de enero en Washington D.C.

Por su parte, China celebró el pasado 1 de julio el centenario de la fundación de su Partido Comunista, y como era de esperarse, tomó la oportunidad para mostrar que su sistema ha permitido un crecimiento económico inigualable en la historia de la humanidad y el supuesto regreso de este país a su lugar histórico en los asuntos globales. Nadie se sorprendió que no se hablara de la opresión, el genocidio de los uigures o la represión a la libertad de expresión en Hong Kong. Pero bueno, era su fiesta y no la nuestra.

Si estamos en el preámbulo de una nueva Guerra Fría entre las democracias y los gobiernos autoritarios, creo que esta batalla en gran parte será ganada por los resultados económicos y sociales que cada sistema logre otorgar a su población, pero también por la retórica mediática y el ‘marketing’ político. El vencedor será el más persuasivo, aquel que logre capturar al mayor número de mentes y corazones a nivel mundial.

Al día de hoy, todo parece indicar que China nos está comiendo el mandado.

7/6/21

DICTADORES À LA MODE

Aquí se encuentra el mayor peligro de las nuevas dictaduras: ¡Se han vuelto más aburridas!


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Hace tiempo escribí en estas páginas (“La Secta Democrática”; Vértigo 1041) sobre la decadencia de la democracia liberal a nivel global. Recapitulo rápidamente: The Economist Intelligence Unit, que revisa y califica el estado de la democracia en 167 países, reveló que durante el 2020 sólo el 8.4% de la población mundial vivía en una “democracia plena”. Por su parte, Freedom House concluyó que tres cuartas partes de la humanidad vive en un país donde la libertad está en declive, agregando que en los últimos cuatro años, más de 100 países se han vuelto “menos democráticos” incluyendo a Canadá, Estados Unidos y la mayoría de Europa Occidental. ¡Pácatelas! ¡Ni hablar!

No quisiera aparentar cinismo, pero nada de esto es sorpresa. A donde sea que miremos, observamos cómo gobiernos erosionan diariamente los andamiajes democráticos, práctica que se amplió y profundizó con la pandemia de la covid-19 y las medidas draconianas implementadas en numerosas latitudes.

Lo interesante aquí es analizar cómo en una era de apertura económica, integración comercial, y libre circulación de información, tantos países se estén volviendo más nacionalistas, iliberales y dominados por hombres fuertes. En plena globalización, los gobiernos autoritarios están teniendo un día de campo. ¿Cuál es el secreto de su éxito? 

De acuerdo con un análisis de Max Fisher y Amanda Taub en The New York Times, la razón es que los gobiernos autoritarios están evolucionando para adaptarse a la nueva realidad social y política. Atrás quedaron los líderes revolucionarios mesiánicos, las dictaduras totalitarias genocidas o las juntas militares (claro, todavía hay algunas por ahí, pero muy pocas). Ahora, los hombres fuertes se presentan como civiles, realizan elecciones con fachada democrática, y se han vuelto más astutos para contrarrestar cualquier protesta en su contra. Si antes un dictador asesinaba a quienes se rebelaban, ahora “no imponen su voluntad por la fuerza o aterrorizan a sus ciudadanos para someterlos; más bien buscan superarlos con astucia”, apuntan los autores.

Tomemos en concreto el caso de la represión violenta. Fisher y Taub indican que al analizar el golpe de estado en Myanmar en febrero del 2021 (el cual ha dejado más de 800 muertos) supusieron que este tipo de actos represivos serían comunes en el mundo. ¡Pues no! 

Tomando la información de Uppsala Conflict Data Program, una base de datos que muestra todos los actos de violencia en el mundo, descubrieron que en la década de 1990, hubo 23 casos donde un gobierno asesinó a 500 o más de sus propios ciudadanos; en la década de los 2000, hubo siete casos; y en la década de 2010, sólo seis.

“Bueno”, dirán algunos, “seguro los gobiernos matan a menos personas pero en más ocasiones”. ¡Tampoco! Al revisar los eventos de violencia gubernamental que causaron 100 muertes, se encontraron 80 casos en la década de 1990, 46 en la de 2000 y 31 en la de década  2010. Episodios con más de 1,000 muertos: 14 en la década de 1990, cinco en la de 2000 y cuatro en la de 2010.

Estos números demuestran que la represión violenta en contra de ciudadanos va a la baja, aún cuando el número de gobiernos autoritarios va a la alza. Y aquí se encuentra el mayor peligro de las nuevas dictaduras: ¡Se han vuelto más aburridas! Si antes un gobierno autoritario podía generar indignación internacional después de una masacre (pensemos en Tiananmen) ahora los dictadores son menos dramáticos y escandalosos, pero no necesariamente menos peligrosos. 

Pero no nos engañemos. Todos los días miles de millones de personas viven en países que reprimen sus derechos y libertades: lo malo es que esa realidad no es ni escandalosa ni dramática. ¿Y quién quisiera ver un programa así de aburrido en la televisión?


10/5/21

HAY TRANSFORMACIONES MÁS IGUALES QUE OTRAS

Al final, queda claro que tanto nosotros como los gringos estamos pasando por una Cuarta Transformación. La de ellos es una Cuarta Transformación tecnológica. La de nosotros es simplemente... una transformación de cuarta. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Hay que decir las cosas claras: ¡Hay de transformaciones a transformaciones!

A diferencia de las chabacanerías tropicales que nos recetan a diario en este país, nuestros vecinos del norte se dejaron de ocurrencias y propusieron una revolución sin precedentes en la historia de la humanidad: una absoluta transformación tecnológica, económica y social para salvar al mundo de un cataclismo ecológico. 

¿Qué fue lo que ocurrió? El 22 de abril, en el marco de una Cumbre Climática Virtual, el presidente Joe Biden anunció los nuevos compromisos que asumirá Estados Unidos en la reducción de gases de efecto invernadero. Su objetivo: reducir en un 50% las emisiones para el final de la década (comparado con niveles del 2005); casi el doble de lo propuesto por Brack Obama en 2015.

Semejante tarea hercúlea generará enorme escepticismo. ¡Y nadie podría culpar a los incrédulos! De hecho, podríamos decir que a partir de ahora, todas las acciones que tome la administración de Biden deberán estar enfocadas a cumplir este objetivo. Una cosa que falle, y todo el proyecto se descarrila.

Pero estos enormes y agresivos retos no eliminan la urgencia y trascendencia de este compromiso. “Esto es un imperativo moral, un imperativo económico, un momento de peligros pero también de posibilidades extraordinarias”, apuntó Biden al inaugurar la Cumbre. 

¿Qué tienen que hacer para lograr todo esto? De entrada, invertir billones de dólares en infraestructura; reestructurar las reglas del capitalismo; asegurar que miles de industrias y trabajadores puedan transitar a la economía del futuro; transformar la manera en la que millones de estadounidenses se alimentan, se transportan y consumen energía eléctrica. Poca cosa, como pueden ver.

Pero bien indican Coral Davenport, Lisa Friedman y Jim Tankersley en The New York Times, que si Biden logra orquestar esta transición, las ganancias serían inmensas: un menor riesgo de sufrir una catástrofe climática, un renovado liderazgo global para las industrias estadounidenses en los sectores clave que definirán al siglo XXI; y un torrente de nuevos nuevos y mejores empleos para la clase media. The Rhodium Group, una consultora en temas de energía, indicó que el plan Biden podría crear 600,000 nuevos empleos al año en promedio durante el período 2022-2031. ¡Ahí nomás!

Mientras todo esto se debate en el Imperio Yanqui, en nuestro México Mágico las cosas son diametralmente opuestas. Aquí nuestra participación en la Cumbre Climática se trató de nuevos yacimientos petroleros y de cómo fortalecer el mercado interno de gasolinas. Lo equivalente a llegar con un pomo de Bacardí a una reunión de Alcohólicos Anónimos. 

Esta no es la primera vez que nuestros gobernantes prefieren promover ideología a costa de la ciencia. Pero es precisamente esta mentalidad “anticlimática” (en ambos sentidos de la palabra) la que nos dejará fuera de la verdadera transformación que se avecina en los siguientes 10 años: inteligencia artificial, computación cuántica, nanotecnología, el internet de las cosas, biotecnología, realidad virtual, robótica, tecnología espacial, materiales inteligentes. 

Esta Cuarta Transformación Industrial requerirá de enormes apoyos e incentivos gubernamentales para lograrse, pero terminará por generar millones de empleos y muchos más millones de dólares. Estados Unidos ha entendido esto. Aquí no tenemos siquiera un plan para aprovecharla, mucho menos para liderarla.

Al final, queda claro que tanto nosotros como los gringos estamos pasando por una Cuarta Transformación. La de ellos es una Cuarta Transformación tecnológica. La de nosotros es simplemente... una transformación de cuarta. 

Bien dijeron los sabios de la antigüedad: todas las transformaciones son iguales, pero algunas son más iguales que otras.