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17/1/22

MOEMNA: MOVIMIENTO DE EMIRATIZACIÓN NACIONAL

¿Qué demonios sucedió? ¿Cómo fue posible que en sólo cinco décadas los Emiratos pasarán de ser pescadores de perlas a lanzar misiones espaciales? 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Comienzo este 2022 con una absoluta certeza: nuestro país nomás no tiene remedio. Les comento esto porque hace un par de semanas anduve de visita en los mismísimos Emiratos Árabes Unidos (EAU). Y ahora vuelvo a México con esta resignación absoluta. Somos unos taqueros y los emiratíes nos están comiendo el mandado. Les explico…

Mi viaje coincidió con el 50° aniversario de la fundación de los EAU. ¿Recuerdan dónde estaba México en 1970? ¡Oh sí! Éramos un país en ascenso tras dos décadas del  “Desarrollo Estabilizador”; teníamos una clase media urbanizada y una economía industrializada y diversificada. Fuimos anfitriones de los Juegos Olímpicos de 1968 y de la Copa del Mundo de 1970. Sin lugar a dudas, México era ya un país avanzado y en camino hacia el desarrollo.

¿Y los Emiratos? En 1970 los EAU ni siquiera existían. Eran una colección de reinos independientes en medio de un desierto que venían saliendo de un protectorado británico. Su economía era paupérrima, apenas una colección de pueblos regados entre las dunas que dependían de la pesca y la perlicultura (venta de perlas, para los despistados). La industria petrolera sí existía, pero apenas pintaba en su economía. Nótese que fue en 1962 cuando Abu Dhabi (la futura capital de los EUA) exportó su primer barril de petróleo; y Dubai, hoy el segundo emirato más rico, lo hizo hasta 1969.

Así que aquí está nuestro punto de partida: dos países con petróleo a inicios de 1970, pero uno que ya es nación industrializada con incontables recursos naturales contra una bola de reinos miserables y arcaicos en las arenas del Golfo Pérsico. Vamos a dar fast-forward:



En los siguientes 50 años, México vive su mayor boom petrolero, fracasa en “administrar la abundancia”, despilfarra su fortuna, endeuda y quiebra al país, tiene una década perdida, comienza a liberalizar su economía, quiebra al país otra vez en 1994, tiene un crecimiento económico mediocre durante 20 años. El petróleo se nos empieza a acabar. El crimen organizado y la violencia se expanden y son ahora generalizados con más de 30,000 homicidios al año. Hoy México ocupa  a nivel global el lugar 70 en PIB per cápita, la población paga una tercera parte de sus ingresos al gobierno en impuestos y la pobreza se mantiene por encima del 50 por ciento. Hoy nuestra principal preocupación es un aeropuerto regional, una refinería y una consulta sobre la revocación de mandato.

¿Y los Emiratos? En los siguientes 50 años, los EAU utilizaron su riqueza petrolera para financiar proyectos clave para el desarrollo. Realizan una campaña de diversificación para proteger a su economía contra el impredecible mercado petrolero. Ponen énfasis en el comercio y el turismo. Lograr un crecimiento promedio del 13.2% al año. Sus ciudadanos no pagan impuestos y el gobierno garantiza empleo, subsidios y ayuda económica para todos los emiratíes. Hoy los EAU tienen uno de los 10 mayores PIB per cápita en el mundo y debaten sobre sus siguientes misiones espaciales, habiendo lanzado con éxito su primera misión de exploración a Marte en el año 2021. 

¿Qué demonios sucedió? ¿Cómo fue posible que en sólo cinco décadas los Emiratos pasarán de ser pescadores de perlas a lanzar misiones espaciales? 

En mi siguiente columna tomaremos el caso de Dubai para explicar el éxito de los EAU. Un modelo marcado por un vertiginoso crecimiento económico, pero que también esconde un núcleo autoritario y represivo. ¡Y mucho ojo! Porque el mayor peligro es que este modelo radicalmente liberal en lo económico, pero totalmente antiliberal en lo político parece estar funcionando, poniendo en jaque a los modelos democráticos que defendemos en Occidente.

Así que en mi próxima columna: El Manual para Emiratizar a México.

8/11/21

DEL 11S01 AL 6E21: EL ENEMIGO INTERNO

Este hilo conductor que hemos seguido nos provee una radiografía de los elementos necesarios para llevar a una democracia sólida al límite: la erosión de valores nacionales; la pérdida de confianza en líderes políticos y medios de comunicación; y la polarización de la sociedad para generar un permanente conflicto interno. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Por fin llegamos al final de este relato americano que inició en los ataques terroristas del 2001 y nos llevó a la insurrección y toma del Capitolio a inicios del 2021. 

En las dos columnas anteriores seguimos un hilo conductor que nos permitió ver la metamorfosis que sufrió Estados Unidos durante los últimos 20 años. De una nación (auto) considerada “excepcional” por su libertad y democracia, pasamos a un país con el optimismo hecho añicos. Muerta también quedaron la confianza de la sociedad norteamericana hacia sus líderes políticos y los medios de comunicación, dejando en su lugar a una población envenenada por la desconfianza, la xenofobia, el odio, la paranoia y la polarización.

Hoy colocamos la pieza final en esta Tragedia Americana: la guerra interna.

Nuestro capítulo anterior nos colocó en vísperas de la elección presidencial de 2016. Una elección inédita, donde el principal candidato Republicano -Donald Trump-  arrancó su campaña acusando a los migrantes mexicanos de ser peligrosos criminales y violadores. 

Pero el discurso de Trump no surgió de un vacío. Durante años la sociedad americana vivió traumatizada por años de guerra y desmoralizada por la ausencia de victorias, por las mentiras de sus políticos y por la manipulación de los medios. Esto terminó por germinar ideas de venganza hacia cualquier responsable -real o imaginario- de dichos fracasos: el establishment, los musulmanes, los migrantes...

Trump llevaba más de un lustro atizando este fuego de resentimiento. Basta recordar que fue él quien promovió la falsa teoría de que Barack Obama no era ciudadano norteamericano ('birther movement’), que era secretamente un musulman, e incluso lo acusó de ser el fundador del Estado Islámico (ISIS). 

Si bien Trump no inventó este discurso de odio, hay que reconocer que lo explotó con una macabra genialidad antes, durante y después de su campaña presidencial. Ya dentro de la Casa Blanca, su discurso tomó un giro aún más perverso: hacer de todos sus opositores políticos el equivalente a un enemigo de Estados Unidos.



El documental “America After 9/11” lo explica de manera muy clara: estar en contra de Trump era ser un terrorista. Desde las protestas contra la supremacía blanca (Charlottesville, 2013) o Black Lives Matter (2020), la manera en la que Trump se refería a los manifestantes como si hablara del terrorismo islámico: “Quieren destruir nuestro país”, “quieren quemar nuestras ciudades”, “quieren eliminar nuestra cultura”. 

Con esta retórica se profundizó la polarización política e ideológica. Ya no hablamos de tener diferencias políticas, sino de odiar a tus opositores y de crear una realidad paralela con “datos alternativos” y teorías de conspiración. Cuando llega la elección del 2020, el terreno era fértil para la Gran Mentira. A pesar de que Trump perdió por más de 7 millones de votos y 74 votos electorales, la tergiversación de la realidad era tal que dos tercios de los Republicanos siguen creyendo al día de hoy que la elección fue robada. 

Este hilo conductor que hemos seguido nos provee una radiografía de los elementos necesarios para llevar a una democracia sólida al límite: la erosión de valores nacionales; la pérdida de confianza en líderes políticos y medios de comunicación; y la polarización de la sociedad para generar un permanente conflicto interno. 

Si hacemos una rápida comparación con México, veremos que no somos tan distintos a nuestros vecinos. Aquí tenemos también a una sociedad traumatizada por 15 años de conflicto bélico contra el crimen organizado; una profunda falta de confianza hacia partidos políticos y medios de comunicación; y una polarización política no vista en la historia moderna de nuestro país.

El sistema democrático de Estados Unidos logró sobrevivir de milagro. ¿Podemos esperar lo mismo del andamiaje institucional mexicano?

25/10/21

DEL 11S01 AL 6E21: IMPERIO DE MENTIRAS

En esta segunda parte de la historia nos centraremos en la erosión y colapso de la confianza hacia la clase política y los medios de comunicación. Factores que gestaron un permanente estado de paranoia y abrieron la puerta al racismo, la xenofobia y toda clase de teorías de conspiración.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

En mi columna anterior iniciamos un recorrido por los últimos 20 años de la historia estadounidense para revelar un hilo conductor que conecta a los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 con la insurrección del 06 de enero de 2021. Esta historia está basada en el documental de la PBS titulado “America After 9/11”.

En nuestro primer capítulo analizamos el auge y caída del “excepcionalismo americano”, idea que colocaba a Estados Unidos como actor central y líder en la promoción de la democracia y la libertad en todo el mundo. ¿Por qué murió esta visión utópica? Porque la guerra “justa” en Afganistán se transformó en un conflicto global contra el terrorismo, trastornando el mesianismo democrático en una maquinaria bélica de muerte, terror y tortura.

En esta segunda parte de la historia nos centraremos en la erosión y colapso de la confianza hacia la clase política y los medios de comunicación. Factores que gestaron un permanente estado de paranoia y abrieron la puerta al racismo, la xenofobia y toda clase de teorías de conspiración.

El origen de esta erosión de la credibilidad se encuentra en los meses previos a la invasión de Irak. En este periodo de tiempo, prácticamente todos los políticos y todos los medios de comunicación se embriagaron con la idea de que Saddam Hussein poseía armas nucleares, lo cual justificaba una intervención militar en aquel país. 

En aras de este nacionalismo ardiente y ciego, nadie cuestionó la narrativa planteada por la administración de George W. Bush. Los medios de comunicación se autocensuraron y silenciaron a periodistas escépticos; cualquiera que levantara dudas era acusado de traidor o poco patriótico. Incluso los Demócratas más prominentes como Hillary Clinton, John Kerry y Joe Biden se sumaron a la locura. Esta corriente arrastró al Secretario de Estado -el otrora intachable Colin Powell- a mentir frente a la ONU sobre supuestas armas nucleares en Irak.


Ahora sabemos que todo fue una farsa: una farsa que terminaría por causar un descalabro en la credibilidad internacional de Estados Unidos, y que pulverizó la credibilidad en el establishment político y mediático. La pregunta en la mente de todos era: “¿Y ahora en quién puedo confiar?”. Claramente no en los Republicanos, autores de este fiasco. Pero tampoco en los Demócratas, que votaron por la guerra. Y mucho menos en los medios de comunicación, que promovieron esta mentira durante meses.

Este estigma jamás se borraría. Y llevó a que la sociedad creyera que el gobierno mentía sin descaro y que los medios encubren y promueven estas mentiras. Aunado a esta realidad estaba el desastre bélico en Irak. Con decenas de muertes diarias en el campo de batalla, cualquier ilusión que quedaba sobre las “transformaciones democráticas” murió: ahora el mundo islámico era visto como un enemigo que debía ser eliminado pues era imposible de “transformar”. 

En la sociedad germinaron ideas de venganza, racismo y xenofobia. El enemigo no sólo estaba en el Medio Oriente, era cualquier “otro” dentro de Estados Unidos: árabes, musulmanes, extranjeros o inmigrantes... todos potenciales “terroristas”. Estos “otros” podrían ser tus compañeros de trabajo, alguien que te atiende en un restaurante o incluso tus propios vecinos.

Con la confianza destruida en las instituciones y una sociedad traumatizada por el miedo y las horribles escenas de guerra, el tejido social comenzó a rasgarse y envenenarse. Todo esto sería aprovechado magistralmente por Donald Trump para ganar la elección del 2016 y -tras inyectar mayores dosis de paranoia y conspiracionismo- acabaron por polarizar a la sociedad y enfrentarla entre sí misma.

Pero eso será en el tercero y último capítulo de esta historia. ¡Hasta entonces!

11/10/21

DEL 11S01 AL 6E21: EXCEPCIONALISMO AMERICANO


En los primeros años de su “guerra global contra el terrorismo”, Estados Unidos se convirtió en el enemigo que buscaba combatir: un país que causa terror en el mundo.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


En días recientes me encontré con un documental (PBS: America After 9/11) que propone una hipótesis seductora: que existe un hilo conductor que nos puede guiar directamente desde los ataques del 11 de septiembre del 2001 a la insurrección del 06 de enero del 2021. Una cadena de decisiones políticas que culminó en la creación de una cultura de odio, división y paranoia, y que amenazó al mismo núcleo de la democracia en los Estados Unidos.

Esta es una historia de ideales malogrados, de líderes políticos fracasados; de manipulación mediática; de esperanzas rotas; y de valores quebrantados.

Para comenzar este relato debemos volver al momento histórico que transcurría previo a los ataques: Estados Unidos estaba en la cima de su poder como única potencia global, victorioso de la Guerra Fría, con una profunda creencia en el “excepcionalismo americano”, donde la democracia, la libertad y el libre mercado debían reinar en todo el planeta (guiados por los mismos yanquis, naturalmente).

Los ataques en Nueva York quizá rompieron la ingenuidad de esta Pax Americana. Pero esto -más que sosegar al Imperio- terminó por revolucionar los ideales de este supuesto “excepcionalismo”. Pocas veces en toda la historia estadounidense habíamos visto una unidad en la sociedad y entre las fuerzas políticas. La misión era única y clara: perseguir a los culpables. No había duda, el Imperio estaba en marcha.


El primer error en esta trama surge tras el éxito inicial contra el Talibán. Después de una guerra rápida y con pocas víctimas americanas en Afganistán, la política de George W. Bush se transformó bajo la lógica del “universalismo democrático” para extender su “guerra” contra el terrorismo a todo el mundo. A partir de ese momento, EE.UU. representaría al “bien” y tomaría responsabilidad para propagar la democracia y para derrotar (y derrocar) a “las fuerzas del mal” donde quiera que se encontraran.

El documental hace dos puntos al respecto: el primero es que una guerra localizada en Afganistán contra Al-Qaeda y el Talibán se volvió global, no sólo poniendo en la mira a regímenes como Irak, Irán y Corea del Norte (“El Eje del Mal”), sino  a todos los grupos terroristas presentes ¡y futuros! que pudieran surgir para desafiar al Imperio. Esto abrió la puerta -como efectivamente sucedió- a una campaña bélica sin final, que de hecho sigue vigente tras 20 años.

En segundo lugar, el documental advierte que cuando te defines como el “bueno” en cualquier cruzada, existe el peligro de comenzar a ver a todas sus acciones como nobles, justificando cualquier atrocidad que realices. Para Estados Unidos, esta realidad no tardó en llegar.

A los pocos meses de la caída del Talibán, cientos de ‘prisioneros’ encontraron su nuevo hogar en la base naval de Guantánamo bajo condiciones inhumanas. Sumado a esto, la CIA tomó a pecho las palabras del vicepresidente Dick Cheney (“debemos trabajar desde las sombras”) para establecer cárceles secretas para torturar salvajemente a supuestos terroristas. Y en Irak, las imágenes que surgieron de la prisión de Abu Ghraib causaron asco y furia en el mundo; destruyendo la credibilidad de EE.UU; y erosionando la confianza en la sociedad americana hacia su supuesto proyecto ‘democratizador’.

Bien dice aquella famosa frase: “Cuando te enfrentes a un monstruo, asegúrate que tú no te conviertas en uno”. Y esto fue precisamente lo que sucedió. En los primeros años de su “guerra global contra el terrorismo”, Estados Unidos se convirtió en el enemigo que buscaba combatir: un país que causa terror en el mundo.

Hasta aquí esta primera parte de la historia. En mi siguiente columna continuaré con este relato para contarles como la invasión de Irak inició una irreversible erosión en la confianza de la clase política y los medios, llevando eventualmente a la distorsión misma de la realidad y la verdad.


¡Salud!

27/9/21

LA RABIETA DEL PROFETA

 Si hablamos de respetar los derechos de las mujeres “dentro del islam”, haríamos bien en ir a la fuente original. ¿Qué dice el Corán respecto al tema?

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

¡Ahora sí! Tras 20 años de guerra, Estados Unidos se retiró oficialmente de Afganistán y el país se encuentra nuevamente en las garras del temible Talibán. La preocupación ahora es conocer la verdadera agenda de este grupo. En público dicen que su movimiento no es igual al que tomó el poder en 1996; pero reportes denuncian ya abusos y crímenes similares a los de hace cinco lustros.

Para mí no hay gran confusión: el Talibán miente. Sus líderes son los mismos que hace 25 años y dejaron claro que no habrá democracia en su país. Un representante comentó a Reuters: “Ni siquiera se discutirá qué tipo de sistema político se aplicará en Afganistán porque es muy claro: es la ley sharía y punto”.

Aún así, una frase emitida por otro vocero quedó ominosamente suspendida en el aire: “Las mujeres estarán contentas de vivir bajo la ley sharía (...) vamos a permitir que trabajen y estudien, pero dentro del marco de la ley islámica”.

Antes de seguir, veamos de qué se trata todo esto de la sharía. La explicación más sencilla es que se trata de un cuerpo de reglas religiosas que guían la vida diaria de los musulmanes, basada en el Corán y en los dichos y enseñanzas del profeta Mahoma.

En el mundo islámico, este sistema se aplica dentro de un amplio espectro, pasando desde lo más laxo hasta lo más autoritario. Esto varía entre sociedades, familias e individuos. La mayoría de los países aplican la sharía para cuestiones civiles (matrimonio, herencias, custodia de niños...) pero otros llegan a basar su código penal en esta tradición. El Talibán, sobra decir, es de los más estrictos y totalitarios.

Durante su reinado del terror se instauró el Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio que forzaba las medidas más oscuras del Islam: las mujeres debían cubrir su cuerpo con un burka; se les prohibió el estudio, trabajo y salir de casa sin compañía de un familiar varón; se prohibió la música, televisión y deportes; y claro, ejecutaban públicamente a adúlteros, homosexuales y otros ‘indeseables’.

Pero si hablamos de respetar los derechos de las mujeres “dentro del islam”, haríamos bien en ir a la fuente original. ¿Qué dice el Corán respecto al tema? Aquí utilizo la traducción del Dr. Juan Vernet (Ed. Plaza, 1997):


AZORA IV (19 y 20) “Aquellas de vuestras mujeres que cometen fornicación (...) mantenerlas cautivas en las habitaciones hasta que las llame la muerte”.

Azora IV (38) “Los hombres están por encima de las mujeres, porque Dios ha favorecido a unos respecto de otros, y porque ellos gastan parte de su riqueza en favor de las mujeres. Las mujeres piadosas son sumisas a las disposiciones de Dios; son reservadas en ausencia de sus maridos (...) A aquella de quienes temáis la desobediencia, amonestados, mantenerlas separadas en sus habitaciones, golpeadlas”.

Azora IV (175) [Sobre las herencias] “al varón corresponde una parte igual a la de dos hembras”.

Azora XXIV (30) “Di a las creyentes que bajen sus ojos, oculten sus partes y no muestren sus adornos (...) ¡Cubran su seno con el velo!”.

Azora XXXIII (32) “¡Mujeres del profeta! No sois como las otras mujeres (...) ¡Permaneced en vuestras casas!”.

Dejemos aquí este breve compendio de las joyas del Corán. Y para aquellos que aleguen que el Pentateuco o los Evangelios plantean cosas similares, yo les respondo: seguro que sí, pero nadie en su sano juicio piensa basar hoy nuestra Constitución o Código Penal en textos escritos hace 2000 años.

Porque una cosa es muy clara, las sociedades del siglo XXI no pueden ser gobernadas con leyes escritas en la Edad de Hierro o en el siglo VII. Las sociedades son ahora más avanzadas y complejas que los grupos seminómadas que rondaban por la península arábiga hace siglos. Pero más importante aún: que los derechos de las mujeres no son negociables, no importa lo que diga Allah o su profeta.

30/8/21

LAS REVOLUCIONES SON ETERNAS - PARTE 2

La historia demuestra que buscar un cambio a través de una revolución podrá parecer atractivo, pero termina por ser un calvario sin final.  

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Una pregunta quedó en el aire en mi texto anterior: ¿Por qué los regímenes que emanan de una revolución perduran tanto tiempo, mientras que las democracias y las autocracias se desmoronan y colapsan?

Si olvidaron la trama, se las repito rápidamente: Max Fisher y Amanda Taub (The New York Times) citan un estudio de Steven Levitsky (Universidad de Harvard) y Lucan Way (U. de Toronto). La investigación de estos académicos revela que desde el año 1900 los gobiernos fundados por una revolución, sin importar la ideología, han sido mucho más longevos que las dictaduras y las democracias.

De acuerdo con sus datos, sólo el 19% de las dictaduras sobreviven más de tres décadas, mientras que el 71% de los regímenes revolucionarios superan este tiempo. No sólo esto, en los últimos 121 años, los países con un gobierno surgido de una revolución sufrieron menos protestas masivas, menos intentos de golpes de Estado, y menos fisuras o rompimientos entre su élite gobernante. Todos estos factores -cabe decir- son las principales causas de muerte de los otros regímenes.

La vez pasada no pude explicarles el porqué de esto. Pero ahora sí hay espacio, así que ahí les va:


De entrada, la respuesta puede resumirse en dos conceptos básicos: la institucionalización y la cohesión.

El equipo de Levitsky analizó a un grupo de 10 regímenes revolucionarios y encontró que existe una similitud compartida por todos: sus revoluciones totalmente ‘rediseñaron’ a la sociedad y a la arquitectura del Estado. Dicho de otra manera: la razón de su supervivencia no es ideológica, sino estructural.

Fisher y Taub lo explican así en su columna: en una dictadura común y corriente, aún cuando el autócrata tenga un enorme poder siempre existirán grietas y fracturas en el aparato institucional. Cada rama del gobierno -la burocracia, el ejército, las cortes, el clero, etcétera- tendrá su propio poder, su propia agenda y sus propios intereses. Esto termina por causar toda clase de enfrentamientos internos que entorpecen o debilitar al régimen. 

Contrario a lo anterior, en los gobiernos revolucionarios todo el aparato está controlado por una camarilla, generalmente los veteranos de la revolución. Estos individuos podrán competir o enemistarse, pero su lealtad última es usualmente hacia la ‘causa’ que los llevó al poder. 

Sumado a esto, las dictaduras tradicionales suelen surgir de una democracia que ha colapsado. Pero una vez en el poder, un dictador no tiene una estructura de gobierno institucionalizada, ni tampoco una narrativa que pueda cohesionar a la sociedad. Sin esta institucionalización o cohesión, basta con que llegue una gran crisis (económica, política, ideológica) para que su gobierno se derrumbe.

En cambio, las revoluciones suelen llegar al poder tras una revuelta armada. Esto hace que una vez adquirido el poder, se mantenga una visión militarista a la hora de gobernar. Y como en muchas ocasiones el nuevo régimen debe lidiar con una contra-revolución armada, esto refuerza aún más la filosofía militar y la permea a la sociedad entera, aumentando la cohesión bajo esta visión.

Esta narrativa la vemos incluso ahora, donde las protestas recientes en Cuba o Irán han hecho poco para desestabilizar a esos regímenes revolucionarios. Al contrario, más bien parece que tras cada protesta, el núcleo estatal se repliega, se cohesiona, se refuerza y luego contraataca. Mientras las protestas son material tóxico para las democracias y dictaduras, los regímenes revolucionarios parecen fortalecerse de ellas.

Al final, si queremos salvaguardar a nuestra democracia es imperativo mantener sano el andamiaje que la soporta. La historia demuestra que buscar un cambio a través de una revolución podrá parecer atractivo, pero termina por ser un calvario sin final. Pero nada de esto está pasando en México... ¿verdad?

16/8/21

LAS REVOLUCIONES SON ETERNAS

Sólo el 19 por ciento de las dictaduras no-revolucionarias sobreviven 30 años. Pero la gran mayoría de los estados revolucionarios -el 71 por ciento- lograron superar esta marca.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Si algo hemos aprendido en los últimos años es que las democracias son criaturas endebles. Siguiendo esta partitura, rápidamente nos pueden venir a la mente ejemplos como el golpe de estado en Myanmar, los casos de Polonia, Hungría y Turquía, o el daño que causó Trump durante cuatro años al frente de Estados Unidos.  

El ejemplo más reciente de esta debilidad ocurrió en Túnez, donde la única democracia surgida de la Primavera Árabe ahora se desmorona tras las controvertidas acciones del presidente Kais Saied, quien despidió al primer ministro del país y suspendió al Parlamento; algo que para aquellos que lo mal quieren es considerado un autogolpe de estado para centralizar el poder.

Pero a estas alturas del partido, hablar de la fragilidad democrática no es ni novedoso ni sorprendente. Lo extraordinario -en cambio- es ver cómo mientras este modelo político se derrumba, otros regímenes logran sobrevivir no sólo al cruel paso del tiempo, sino a las crisis económicas, protestas masivas, cismas ideológicos y sismos geopolíticos.

De aquí parte el argumento de Max Fisher y Amanda Taub en una reciente columna en The New York Times. Ambos periodistas plantean una premisa: la agitación y turbulencia son los principales factores que definen a la realidad geopolítica contemporánea. Pero no se confundan; porque aún cuando vemos a las democracias retrocediendo o colapsando, no podemos ignorar que también las dictaduras están emproblemadas. 

“Las dictaduras son cada vez más comunes, pero igual de inestables y con una vida muy corta. La disolución social y los disturbios civiles están incrementando drásticamente [en ambos modelos]”, apuntan. En pocas palabras: hoy las democracias y las dictaduras son igual de delicadas. ¡Así las cosas! 



Pero vayamos ahora a lo más interesante del asunto, que aún no ha sido puesto sobre la mesa. Fisher y Taub citan a Steven Levitsky, politólogo de la Universidad de Harvard, quien junto con su colega Lucan Way (Universidad de Toronto) descubrió que existe una clara excepción que parece inmune a esta turbulencia global.

El análisis de Levitsky y Way demuestra que tras la caída del muro de Berlín en 1989, la mayoría de las dictaduras comunistas en el mundo también colapsaron rápidamente. Pero ojo… ¡Cinco lograron sobrevivir!: China, Cuba, Vietnam, Laos y Corea del Norte.

¿Y cuál creen ustedes que es la característica que conecta a todos estos países? ¿En cuál campo semántico caben estos infames regímenes? ¡Pues que todos surgieron de revoluciones sociales violentas!

De acuerdo con ambos académicos, cuando se analizan los datos desde el año 1900, es posible observar que -comparados con democracias y dictaduras- “los gobiernos fundados por una revolución social, sin importar la ideología, probaron ser consistentemente y sorprendentemente más longevos”.

De acuerdo con sus últimas mediciones, “sólo el 19 por ciento de las dictaduras no-revolucionarias sobreviven 30 años. Pero la gran mayoría de los estados revolucionarios -el 71 por ciento- lograron superar esta marca”.

Y claro… basta revisar las cuentas para ver la veracidad de este argumento. La Unión Soviética y sus satélites duraron casi 70 años, pero China y Corea del Norte ya los superaron; Cuba ya sobrepasó los 60; la revolución teocrática de Irán ya es cuarentona. Y cómo olvidarnos de México, que con la originalidad originalísima de su revolución instauró un modelo político que sobrevivió 71 añotes. 

Por contraste, el sádico régimen de Idi Amin Dada -por poner un ejemplo al azar- duró ocho años, y la democracia en Egipto apenas uno. 

Lo interesante es reconocer que en un mundo de cataclismos políticos y revueltas sociales, los regímenes revolucionarios logran mantener una aparente estabilidad. Existen diversas razones que explican todo esto, pero la falta de espacio me obliga a dejar esta explicación para la siguiente columna. ¡Se aguantan!

5/7/21

LOS VENGADORES DEMOCRÁTICOS

La nueva Guerra Fría entre democracias y gobiernos autoritarios, será ganada por los resultados económicos y sociales, pero también por la retórica mediática y el ‘marketing’ político.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


¡Ahora sí, raza! Después de cuatro años de esquizofrenia, caos, incertidumbre y el nativismo de Donald Trump, el Tío Biden llegó a Europa para juntar de nuevo al equipo de los Vengadores Democráticos (Vaitiare Mateos dixit) y encontrar la manera de salvar al mundo. Fue, en palabras de la periodista Amanda Mars, “el regreso del hijo pródigo”. El enemigo común para el Grupo de los Siete (G7) es -obviamente- China y todas las fuerzas malvadas de los regímenes autoritarios. 

Retomando la seriedad: la principal conclusión que podemos tomar de las reuniones del G7 y la OTAN a mediados de junio fue el reconocimiento de las principales democracias que su bando está siendo apaleado -¡y de qué manera!- por el autoritarismo a nivel global.

Hemos comentado en este espacio varias veces cómo el tablero geopolítico muestra un claro retroceso de las democracias, al tiempo que los regímenes autoritarios siguen ganando terreno. Recapitulando rápidamente: Actualmente, sólo el 8.4% de la población mundial vive en una democracia plena mientras que más del 30% vive en un sistema autoritario (The Economist Intelligence Unit). Por si fuera poco, en el 2020 más de 100 países se han vuelto “menos democráticos” (Freedom House)

Con esas cifras, queda claro que la prioridad de las principales democracias del mundo es recuperar terreno, sumar aliados y contener a las diversas manifestaciones antiliberales. Como bien lo dijo el presidente Joe Biden al concluir el G7: “Estamos en una competencia -no con China, per ser- sino en competencia con autócratas y gobiernos autoritarios en todo el mundo”.

Al día siguiente, en la reunión de la OTAN,  Biden volvió a subrayar este tema. El documento final de esta alianza militar de 30 países también menciona por primera vez a China como un problema para la seguridad global, indicando que representa “un desafío sistémico al orden internacional basado en reglas y normativas”.

Concuerdo con el presidente americano y no dudo que sus intenciones sean loables. Las democracias sí están en retroceso y China representa un reto mayúsculo para las libertades civiles, políticas y económicas de los ciudadanos del mundo.

Sin embargo, debo aceptar que el discurso actual del liberalismo democrático es -por decirlo de una manera- carente de emoción y de inspiración. En múltiples latitudes del mundo, las democracias muestran señales de desgaste y agotamiento, llevando a un descontento, rabia y desilusión generalizados. Como ejemplo, basta ver lo sucedido el 6 de enero en Washington D.C.

Por su parte, China celebró el pasado 1 de julio el centenario de la fundación de su Partido Comunista, y como era de esperarse, tomó la oportunidad para mostrar que su sistema ha permitido un crecimiento económico inigualable en la historia de la humanidad y el supuesto regreso de este país a su lugar histórico en los asuntos globales. Nadie se sorprendió que no se hablara de la opresión, el genocidio de los uigures o la represión a la libertad de expresión en Hong Kong. Pero bueno, era su fiesta y no la nuestra.

Si estamos en el preámbulo de una nueva Guerra Fría entre las democracias y los gobiernos autoritarios, creo que esta batalla en gran parte será ganada por los resultados económicos y sociales que cada sistema logre otorgar a su población, pero también por la retórica mediática y el ‘marketing’ político. El vencedor será el más persuasivo, aquel que logre capturar al mayor número de mentes y corazones a nivel mundial.

Al día de hoy, todo parece indicar que China nos está comiendo el mandado.

7/6/21

DICTADORES À LA MODE

Aquí se encuentra el mayor peligro de las nuevas dictaduras: ¡Se han vuelto más aburridas!


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Hace tiempo escribí en estas páginas (“La Secta Democrática”; Vértigo 1041) sobre la decadencia de la democracia liberal a nivel global. Recapitulo rápidamente: The Economist Intelligence Unit, que revisa y califica el estado de la democracia en 167 países, reveló que durante el 2020 sólo el 8.4% de la población mundial vivía en una “democracia plena”. Por su parte, Freedom House concluyó que tres cuartas partes de la humanidad vive en un país donde la libertad está en declive, agregando que en los últimos cuatro años, más de 100 países se han vuelto “menos democráticos” incluyendo a Canadá, Estados Unidos y la mayoría de Europa Occidental. ¡Pácatelas! ¡Ni hablar!

No quisiera aparentar cinismo, pero nada de esto es sorpresa. A donde sea que miremos, observamos cómo gobiernos erosionan diariamente los andamiajes democráticos, práctica que se amplió y profundizó con la pandemia de la covid-19 y las medidas draconianas implementadas en numerosas latitudes.

Lo interesante aquí es analizar cómo en una era de apertura económica, integración comercial, y libre circulación de información, tantos países se estén volviendo más nacionalistas, iliberales y dominados por hombres fuertes. En plena globalización, los gobiernos autoritarios están teniendo un día de campo. ¿Cuál es el secreto de su éxito? 

De acuerdo con un análisis de Max Fisher y Amanda Taub en The New York Times, la razón es que los gobiernos autoritarios están evolucionando para adaptarse a la nueva realidad social y política. Atrás quedaron los líderes revolucionarios mesiánicos, las dictaduras totalitarias genocidas o las juntas militares (claro, todavía hay algunas por ahí, pero muy pocas). Ahora, los hombres fuertes se presentan como civiles, realizan elecciones con fachada democrática, y se han vuelto más astutos para contrarrestar cualquier protesta en su contra. Si antes un dictador asesinaba a quienes se rebelaban, ahora “no imponen su voluntad por la fuerza o aterrorizan a sus ciudadanos para someterlos; más bien buscan superarlos con astucia”, apuntan los autores.

Tomemos en concreto el caso de la represión violenta. Fisher y Taub indican que al analizar el golpe de estado en Myanmar en febrero del 2021 (el cual ha dejado más de 800 muertos) supusieron que este tipo de actos represivos serían comunes en el mundo. ¡Pues no! 

Tomando la información de Uppsala Conflict Data Program, una base de datos que muestra todos los actos de violencia en el mundo, descubrieron que en la década de 1990, hubo 23 casos donde un gobierno asesinó a 500 o más de sus propios ciudadanos; en la década de los 2000, hubo siete casos; y en la década de 2010, sólo seis.

“Bueno”, dirán algunos, “seguro los gobiernos matan a menos personas pero en más ocasiones”. ¡Tampoco! Al revisar los eventos de violencia gubernamental que causaron 100 muertes, se encontraron 80 casos en la década de 1990, 46 en la de 2000 y 31 en la de década  2010. Episodios con más de 1,000 muertos: 14 en la década de 1990, cinco en la de 2000 y cuatro en la de 2010.

Estos números demuestran que la represión violenta en contra de ciudadanos va a la baja, aún cuando el número de gobiernos autoritarios va a la alza. Y aquí se encuentra el mayor peligro de las nuevas dictaduras: ¡Se han vuelto más aburridas! Si antes un gobierno autoritario podía generar indignación internacional después de una masacre (pensemos en Tiananmen) ahora los dictadores son menos dramáticos y escandalosos, pero no necesariamente menos peligrosos. 

Pero no nos engañemos. Todos los días miles de millones de personas viven en países que reprimen sus derechos y libertades: lo malo es que esa realidad no es ni escandalosa ni dramática. ¿Y quién quisiera ver un programa así de aburrido en la televisión?


10/5/21

HAY TRANSFORMACIONES MÁS IGUALES QUE OTRAS

Al final, queda claro que tanto nosotros como los gringos estamos pasando por una Cuarta Transformación. La de ellos es una Cuarta Transformación tecnológica. La de nosotros es simplemente... una transformación de cuarta. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Hay que decir las cosas claras: ¡Hay de transformaciones a transformaciones!

A diferencia de las chabacanerías tropicales que nos recetan a diario en este país, nuestros vecinos del norte se dejaron de ocurrencias y propusieron una revolución sin precedentes en la historia de la humanidad: una absoluta transformación tecnológica, económica y social para salvar al mundo de un cataclismo ecológico. 

¿Qué fue lo que ocurrió? El 22 de abril, en el marco de una Cumbre Climática Virtual, el presidente Joe Biden anunció los nuevos compromisos que asumirá Estados Unidos en la reducción de gases de efecto invernadero. Su objetivo: reducir en un 50% las emisiones para el final de la década (comparado con niveles del 2005); casi el doble de lo propuesto por Brack Obama en 2015.

Semejante tarea hercúlea generará enorme escepticismo. ¡Y nadie podría culpar a los incrédulos! De hecho, podríamos decir que a partir de ahora, todas las acciones que tome la administración de Biden deberán estar enfocadas a cumplir este objetivo. Una cosa que falle, y todo el proyecto se descarrila.

Pero estos enormes y agresivos retos no eliminan la urgencia y trascendencia de este compromiso. “Esto es un imperativo moral, un imperativo económico, un momento de peligros pero también de posibilidades extraordinarias”, apuntó Biden al inaugurar la Cumbre. 

¿Qué tienen que hacer para lograr todo esto? De entrada, invertir billones de dólares en infraestructura; reestructurar las reglas del capitalismo; asegurar que miles de industrias y trabajadores puedan transitar a la economía del futuro; transformar la manera en la que millones de estadounidenses se alimentan, se transportan y consumen energía eléctrica. Poca cosa, como pueden ver.

Pero bien indican Coral Davenport, Lisa Friedman y Jim Tankersley en The New York Times, que si Biden logra orquestar esta transición, las ganancias serían inmensas: un menor riesgo de sufrir una catástrofe climática, un renovado liderazgo global para las industrias estadounidenses en los sectores clave que definirán al siglo XXI; y un torrente de nuevos nuevos y mejores empleos para la clase media. The Rhodium Group, una consultora en temas de energía, indicó que el plan Biden podría crear 600,000 nuevos empleos al año en promedio durante el período 2022-2031. ¡Ahí nomás!

Mientras todo esto se debate en el Imperio Yanqui, en nuestro México Mágico las cosas son diametralmente opuestas. Aquí nuestra participación en la Cumbre Climática se trató de nuevos yacimientos petroleros y de cómo fortalecer el mercado interno de gasolinas. Lo equivalente a llegar con un pomo de Bacardí a una reunión de Alcohólicos Anónimos. 

Esta no es la primera vez que nuestros gobernantes prefieren promover ideología a costa de la ciencia. Pero es precisamente esta mentalidad “anticlimática” (en ambos sentidos de la palabra) la que nos dejará fuera de la verdadera transformación que se avecina en los siguientes 10 años: inteligencia artificial, computación cuántica, nanotecnología, el internet de las cosas, biotecnología, realidad virtual, robótica, tecnología espacial, materiales inteligentes. 

Esta Cuarta Transformación Industrial requerirá de enormes apoyos e incentivos gubernamentales para lograrse, pero terminará por generar millones de empleos y muchos más millones de dólares. Estados Unidos ha entendido esto. Aquí no tenemos siquiera un plan para aprovecharla, mucho menos para liderarla.

Al final, queda claro que tanto nosotros como los gringos estamos pasando por una Cuarta Transformación. La de ellos es una Cuarta Transformación tecnológica. La de nosotros es simplemente... una transformación de cuarta. 

Bien dijeron los sabios de la antigüedad: todas las transformaciones son iguales, pero algunas son más iguales que otras.


26/4/21

CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

El problema del neoliberalismo es global. A donde sea que volteemos, el viejo paradigma se percibe malherido y desahuciado, dando tumbos y retrocediendo. Cuatro largas décadas de teoría y acción económica se desmoronan frente a nuestros ojos. ¡De rodillas, paganos!


Texto: Juan Pablo Delgado Cantú

No me importa sonar hiperbólico: estamos viviendo los tiempos finales del neoliberalismo. 

El responsable de esto no es  -naturalmente- el presidente de México. Porque aunque todas las mañanas arroje burlas, escarnios e insultos contra el espectro neoliberal, al final esto es -si acaso- un espectáculo parroquial que no genera eco más allá de nuestras fronteras.

El problema del neoliberalismo es global. A donde sea que volteemos, el viejo paradigma se percibe malherido y desahuciado, dando tumbos y retrocediendo. Cuatro largas décadas de teoría y acción económica se desmoronan frente a nuestros ojos. ¡De rodillas, paganos!

Quizá esto era inevitable. Desde hace años existe una gran inconformidad ante un sistema que muchos perciben como cruel, poco regulado, e incapaz de contrarrestar las grandes desigualdades que se han generado en las sociedades. 

Si la crisis del 2008 abrió las primeras grietas, el golpe mortal vino con la pandemia del Sars-CoV-2, donde el doble shock (de oferta y de demanda) causado por los cierres económicos dejó expuesta la absoluta incapacidad de este modelo para contener los peores efectos del desempleo, la quiebra de negocios y el aumento de la pobreza. 

Ahora bien, si el neoliberalismo muere, ¿qué es lo sigue? De acuerdo con numerosos analistas, estamos frente a una nueva época donde el Estado tendrá un papel más preponderante en la conducción de la economía. 

Desde mediados del 2020 ya doblaban las campanas por la muerte del neoliberalismo. En abril, el consejo editorial del diario británico The Financial Times -nunca conocido como amigo del estatismo- escribió que debido a la pandemia serían necesarias “reformas radicales” que revirtieran “la dirección política predominante de las últimas cuatro décadas”, las cuales deberán de promover “un papel más activo en la economía” por parte de los gobiernos para invertir en servicios públicos y proteger el mercado laboral.

También el Fondo Monetario Internacional (FMI) -paladín excepcional del neoliberalismo- dejó atrás su ortodoxia y desde el año pasado recomendó a los países incrementar su gasto público e incluso endeudarse (con “responsabilidad”) para aminorar los efectos de la crisis.

A comienzos de abril del 2021, el reporte “Fiscal Monitor” del FMI reconoció que la pandemia había exacerbado las desigualdades en educación, salud y otras esferas, lo que podría causar que las brechas de ingresos persistan por varias generaciones en el futuro. Ante esto, recomendó a las economías avanzadas impuestos más progresivos sobre la renta, las herencias, la propiedad; e incluso a incrementar impuestos sobre las ganancias corporativas "excedentes" para ayudar a reducir estas desigualdades. ¡Válgame dios!

Por su parte, el gobierno de Joe Biden, sin haber cumplido siquiera 100 días en el poder, ha trastocado la ortodoxia económica que definió a Estados Unidos por 40 años. Su administración ya gastó 1.9 billones de dólares en cheques para millones de ciudadanos (algo que inició Trump); y ahora, Biden busca incrementar los impuestos corporativos (del 21% al 28%) para recaudar $2.5 billones en los próximos 15 años y gastarlos en infraestructura. 

Por si fuera poco, su secretaria del Tesoro, Janet Yellen, propuso un impuesto mínimo global para las corporaciones, para detener la "carrera hacia el fondo", donde los países bajan sus tarifas para competir por empresas, permitiendo a las multinacionales trasladar ganancias y evitar pagar impuestos en su país de origen. Por lo pronto, Francia, Alemania y Jeff Bezos (Amazon) ya anunciaron su apoyo a Yellen.

¿Debemos lamentar la muerte del neoliberalismo? Yo creo que no merece ni una sola lágrima. El detalle ahora es construir un nuevo paradigma que realmente sea más justo, incluyente y responsable.

12/4/21

LA CUMBRE DE LOS AGRAVIOS

La “Cumbre en Anchorage” nos coloca frente a un futuro incierto y repleto de despeñaderos. China ha abandonado completamente la máxima de Deng Xiaoping -"Esconde tus fuerzas y espera tu momento”- mostrando en cambio asertividad, agresividad y soberbia. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Para todos los amantes del orden internacional, los hechos ocurridos a mediados de marzo debieron ser vistos como el primer capítulo de una historia de terror.

El día 18, el equipo diplomático de élite del presidente Joe Biden se reunió con sus contrapartes chinas en Anchorage, Alaska. Según la postura oficial del gobierno americano, era una oportunidad para detallar “nuestros intereses, intenciones y prioridades, y adquirir algo de conocimiento sobre la posición de los chinos”. O como dice el periodista Alex Ward de VOX, la reunión podría considerarse la primera cita entre dos exnovios tras una fuerte ruptura. 

Con este preámbulo, los aficionados de la geopolítica esperaban que la reunión significara el relanzamiento cordial y armónico de la relación más importante del planeta. Todos esperaban tensión -sin duda-, pero pocos previeron la discusión explosiva que terminó aconteciendo.

El Secretario de Estado, Antony Blinken, abrió la cancha con una letanía de quejas y agravios: el genocidio de Xinjiang; la represión en Hong Kong; las amenazas hacia Taiwán; los ciberataques contra Occidente, la coerción económica contra países aliados; y el desprecio por las normativas globales. 

Si cada interlocutor tenía dos minutos para exponer comentarios iniciales; Yang Jiechi, principal diplomático chino, se agandalló sus buenos 18 minutos para enumerar todo aquello que China desaprueba del Imperio Yanqui: la desconfianza que los propios gringos tienen hacia la democracia; que EE.UU es el “campeón” en ciberataques; los abusos de derechos humanos y los asesinatos de afroamericanos; las guerras que han iniciado en el mundo y la inequidad económica rampante. ¡Crista Jesusa! Eso no salió como esperábamos.

Lo peor de todo, es que a diferencias de otras reuniones bilaterales, aquí ambos países decidieron convertir su intercambio en un reality show, sacando los trapos sucios frente a las cámaras de televisión, las cuales transmitieron en vivo al mundo entero este afable y ameno soirée.

La situación siguió empeorando. Pocos días después, EE.UU, la Gran Bretaña y Canadá se unieron a la Unión Europea para imponer sanciones contra cuatro altos funcionarios chinos acusados de violaciones de derechos humanos contra los uigures en Xinjiang (ver “Un Genocidio Sin Importancia” en Vértigo #1045); quizás las sanciones más severas impuestas contra China desde la masacre de Tiananmen. Y si pusieron atención, notarán que los países involucrados son los mismos que integran a la OTAN -antiguamente el equipo anti-soviético- que ahora buscan poner en jaque a los chinos.

Obviamente, Beijing no tardó en responder con sus propias sanciones contra personas e instituciones de la UE, aprovechando para decir que Europa “debe dejar de sermonear a otros sobre derechos humanos, y de interferir en sus asuntos internos”. ¡Qué bonita relación!

Esto no es un asunto menor. Joe Biden lleva poco más de 2 meses en la presidencia y este primer (des)encuentro con China nos revela turbulenta ruta que nos depara por lo menos durante los siguientes cuatro años. ¡Y ojo! Hablamos de las dos economías más importantes del planeta, las cuales ni siquiera pueden ponerse de acuerdo en cómo debería de funcionar el mundo. 

La “Cumbre en Anchorage” nos coloca frente a un futuro incierto y repleto de despeñaderos. China ha abandonado completamente la máxima de Deng Xiaoping -"Esconde tus fuerzas y espera tu momento”- mostrando en cambio asertividad, agresividad y soberbia. Estados Unidos no dejará su posición como principal potencia global sin una batalla. En palabras de Alex Ward, “estamos ante el precipicio de una nueva relación entre China y Estados Unidos”. 

Eso sí… esperemos que no nos arrastren a ese precipicio junto con ellos.


29/3/21

UN GENOCIDIO SIN IMPORTANCIA

¿Cuál creen que es el mayor escándalo global actualmente? ¿Qué les parece “genocidio demográfico” para abrir conversación? 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Ahí le va una retadora: ¿Cuál creen que es el mayor escándalo global actualmente?

Algunos dirán que el trofeo se lo lleva Meghan Markle y sus escandalosas revelaciones sobre la vida privada de la Corona Británica. Otros dirán que es la “cultura de cancelación” descontrolada, que en los últimos días se ha llevado de encuentro a Dr. Seuss (por racista), a Pepe Le Pew (por acoso sexual en caricatura), a Mr. Potato Head (por sexista) y a John Travolta por utilizar el canto y la danza  en “Vaselina” para promover el racismo, el sexismo y la homofobia.

Permítanme entonces poner sobre la mesa otro escándalo que quizá pueda llegar a preocuparlos también. ¿Qué les parece “genocidio demográfico” para abrir conversación? Si no tienen idea de qué hablo por andar despistados con la Duquesa de Sussex, dejen les explico:

Desde hace unos años, el gobierno de China ha emprendido una campaña masiva y sistemática en contra de los uigures. Los uigures, para los nuevos en el tema, son una minoría étnica musulmana que viven en la provincia de Xinjiang (oeste China) que mantienen una cultura más afín a la de Asia Central que a la de Beijing; algo que al régimen de Xi Jinping le parece bastante inaceptable.

Fue entonces que Xi decidió tomar cartas en el asunto, y a partir del 2014 comenzó a internar a  millones de hombres, mujeres, niños y ancianos en campos masivos de “reeducación” (“concentración”, dirían otros), con la dizque excusa de estar combatiendo el radicalismo ideológico de la población. La realidad de lo que ocurrió es pavorosa: adoctrinamiento, separación familiar, tortura y una campaña masiva de esterilización.

A principios de marzo, el Newslines Institute For Strategy and Policy, un organismo independiente y apartidista con sede en Washington D.C., publicó un informe detallando la situación en Xinjiang y su conclusión fue fulminante: el gobierno de China es responsable de cometer genocidio contra los uigures.

El nuevo informe indica que las acciones del gobierno chino han violado "todos y cada uno de los actos" prohibidos por la Convenio para la Prevención y la Sanción del Delito del Genocidio. Entre ellos: asesinato de integrantes de un grupo; causar graves daños corporales o psicológicos;  sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; traslado forzoso de niños a otro grupo; e imposición de medidas destinadas a prevenir nacimientos dentro del grupo.

En este último punto, algunos expertos hablan en particular de un “genocidio demográfico”. La periodista Sigal Samuel en VOX indica que entre 2015 y 2018, la  población uigur en la provincia de Xinjiang se redujo en un 84%, y las cifras de esterilización “son drásticamente más altas que la tasa nacional china”. De acuerdo con las cifras presentadas por la Associated Press, “en 2014 se insertaron un poco más de 200,000 dispositivos intrauterinos (DIUs) en Xinjiang, número que aumentó a casi 330,000 DIUs en 2018, un aumento de más del 60 por ciento”.

Esta es la situación actual para millones de personas: una destrucción sistemática de su capacidad reproductiva con el objetivo de exterminar a la etnia a la que pertenecen.

Y como bien indica el comediante Bill Maher: ¿Saben a quién le importa un verdadero carajo que Dr. Seuss haya dibujado a unos chinos de manera racista? Exacto: ¡A los propios chinos!

Mientras nosotros nos peleamos por cancelar libros, películas o personajes de caricatura, China está rehaciendo al mundo a su imagen y semejanza, comenzando por su propio patio trasero. 


15/3/21

EL REGRESO DE IL DUCE

La pregunta relevante ahora es: ¿Qué forma tomará el movimiento de Donald Trump en el corto o mediano plazo?

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


El domingo 28 de febrero, tras un periodo que los historiadores recordarán como “El Breve Silencio”, Il Duce en el exilio regresó triunfante.

Saliendo de un pantano (Mar-a-Lago) para arribar a otro (Orlando), Donald Trump se volvió a coronar con laureles de miedo y odio durante su participación en la Conservative Political Action Conference (CPAC). Ahí, el ogro naranja subrayó que el camino que inició hace cuatro años “está muy lejos de terminar”. Su discurso inició y terminó entre aplausos y vítores, eliminando cualquier sospecha sobre su muerte política.

No les diré más de su discurso, en parte porque no quiero aburrirlos y en parte porque no se dijo nada nuevo. Fue una colección de los ‘grandes éxitos’ que vimos durante sus dos campañas electorales y su presidencia; melodías como “seguiremos ganando”, “luchar contra el radicalismo de los Demócratas”, “derrotar al establecimiento político”, y otras tantas. Sorprendió, eso sí, por una confesión: “No comenzaré ningún partido político nuevo, [pero no hay necesidad] ya tenemos al Partido Republicano”.

¡Así las cosas, señores! No duramos ni dos meses y ahora el monstruo aparece de nuevo para amenazar otra vez al mundo. Les recuerdo que no llega solo: detrás de él hay un partido político secuestrado y millones de seguidores fanáticos.

La pregunta relevante ahora es: ¿Qué forma tomará el movimiento de Donald Trump en el corto o mediano plazo? Para esto, quisiera compartirles las opciones que nos señala la periodista Yasmeen Serhan en The Atlantic:

1. El caso Berlusconi: Silvio Berlusconi fue “el Trump antes que Trump”. Un empresario multimillonario, estrella de la TV, populista en contra del “establishment” y mujeriego irredento. Al igual que Trump, su carrera política se definió por escándalos, juicios e investigaciones judiciales, algo que nunca le quitó sus altísimos niveles de aprobación. Esta popularidad le permitió tener varios regresos triunfales al escenario político de Italia. ¿Logrará Trump emular a su compadre italiano? ¿Mantendrá ese culto de personalidad que también tuvo Silvio? ¿Mantendrá el control del Partido Republicano como Silvio dominó a Forza Italia? Sea como sea, una  gran diferencia entre ambos es que Berlusconi siempre reconoció sus derrotas electorales sin grandes incidentes.

2. El Caso Perón: El arquetipo de todo populista contemporáneo, Juan Domingo Perón creó en la década de 1940 una fuerza política que traspasó fronteras y sobrevivió incluso a su muerte. ¿Cuál fue su secreto? Que al haber sido derrocado y exiliado en un golpe de estado, Perón pudo crearse una “narrativa de victimización”. Un sentimiento de agravio similar ya permea a los seguidores de Trump, quienes insisten en que la elección del 2020 fue robada. Incluso si Trump no compite en el 2024, la ideología del “trumpismo” (como la del “peronismo” en Argentina) seguramente definirá a los candidatos que surjan del bando Republicano.

3. El Caso Fujimori: Otro tipo de populismo que sobrevivió la pérdida de su líder. Al igual que el peronismo en Argentina, la ideología del expresidente Alberto Fujimori sigue siendo una fuerza política dominante en Perú. ¿La principal diferencia? Que el fujimorismo se mantuvo dentro de la familia del fundador; y hoy los hijos de Fujimori, Keiko y Kenji, lideran facciones rivales del movimiento. Algo muy similar ocurre con el trumpismo, donde Don Jr. e Ivanka han tomado banderas divergentes, aunque ambos buscan ser los herederos del trono que dejó su padre.

Queda claro que el trumpismo actual muestra características de todos estos modelos. Aunque bien indica Serhan que el movimiento de Trump seguramente será más similar al fujimorismo que al peronismo. Eso sí, sea cual sea el estilo que adopte, una cosa es totalmente segura: el trumpismo llegó para quedarse.


1/3/21

LA SECTA DEMOCRÁTICA

Hoy quiero referirme a una secta de creyentes que -contra toda evidencia- continúan pregonando la invencibilidad de la democracia liberal en el mundo. Llamémoslos, por decir algo, “La Iglesia del Liberalismo Triunfante”


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Si algo he entendido en mi breve investigación sobre cultos, es que la participación en uno de ellos nunca fue exclusiva de personas delirantes o con tendencias milenaristas. 

Como expliqué en mi columna anterior [“El Síndrome de Estrumpcolmo”, Vértigo #1039], incluso cuando las creencias de un grupo sean ilógicas o disparatadas, la mayoría de los seguidores suelen ser personas funcionales, con educación, y provenientes de familias estables. Esto lo hemos visto en las últimas décadas, desde individuos que pertenecen a QAnon, NXIVM, o Heaven's Gate.

Con esto en mente, quisiera expandir un poco mi muestra de análisis para buscar tendencias cultistas en otros sectores de la sociedad que generalmente suelen ser considerados ilustrados y racionales. En particular, explorar las manías que subsisten en los círculos más altos de la academia y de la filosofía política. Por esto, hoy quiero referirme a una secta de creyentes que -contra toda evidencia- continúan pregonando la invencibilidad de la democracia liberal en el mundo. Llamémoslos, por decir algo, “La Iglesia del Liberalismo Triunfante”.

El credo central de su catecismo es la idea de que la globalización llevará invariablemente a un mundo más democrático y con mayor respeto a las libertades políticas, económicas y sociales. Que frente al incremento en el intercambio comercial y cultural, el liberalismo terminaría por permear a las naciones de todos los continentes; culminando con la destrucción de todas las barreras autoritarias y dictatoriales.

¿Les suena muy familiar, verdad? ¡Y cómo nos gustaría que todo esto fuera cierto! Por desgracia, toda la evidencia apunta en contra de esta gran ficción. Lo peligroso del asunto es que, de no abandonar nuestra ceguera religiosa, quizá un día despertemos y ya sea demasiado tarde para salvaguardar algo del naufragio democrático.

Veamos la evidencia: Por un lado, The Economist Intelligence Unit, que revisa y califica el estado de la democracia en 167 países, reveló que el año pasado sólo el 8.4% de la población mundial vivía en una “democracia plena”; mientras que más de un tercio de la humanidad vivía bajo un régimen autoritario. En su puntaje sobre salud democrática, el promedio mundial obtuvo una calificación de 5.37 de 10, el más bajo desde que The Economist comenzó sus mediciones en 2006. 

También están las mediciones de Freedom House, que en su último informe concluyó que el estado de la democracia y los derechos humanos había empeorado en 80 países desde que inició la pandemia del covid-19. De acuerdo con Freedom House, en los últimos cuatro años, más de 100 países se han vuelto “menos democráticos” incluyendo a Canadá, Estados Unidos y la mayoría de Europa Occidental. ¡Terribles noticias!

Esto debería ser la alarma que despierte a todos que deseamos un mundo regido por los principios de una democracia liberal. Que algo quede claro: el liberalismo no goza de buena salud, está perdiendo la batalla en todo el mundo y revertir esta tendencia no será nada sencillo.

¿Qué podemos hacer? Lo primero sería reconocer que estamos en graves problemas. Lo segundo, dejar de pensar que la democracia es inevitable en un mundo globalizado. ¡Nunca lo fue! Lo tercero es comprender que toda acción anti-liberal que tome un gobierno -por más pequeña que sea- ayuda a erosionar la estructura democrática de un país; algo evidente con las numerosas medidas iliberales tomadas durante la pandemia del covid-19.

Es momento de escapar de La Iglesia del Liberalismo Triunfante y defender las últimas libertades que nos quedan. La luz al final del túnel no parece ser el paraíso prometido, sino un tren acercándose a toda velocidad.