10/6/13

Cómo conocer la realidad y no extraviarse en el intento


Texto por Daniel Morales

"We get experts on everything. That sound like they're sort of scientific experts […] There's all kinds of myths and pseudoscience all over the place […] I have the advantage of having found out how hard it is to get to really know something. How careful you have to be about checking the experiments. How easy it is to make mistakes and fool yourself. I know what it means to know something […] I see how they get their information and I can't believe that they know it. They haven't done the work necessary, they haven't done the checks necessary, they haven't done the care necessary…"
- Richard P. Feynman

Todos hemos tenido esta desagradable experiencia:

Un conocido pretende convencerte de la veracidad de una aseveración extraordinaria, utilizando una anécdota como único argumento. 

Por si esto no fuera ya suficientemente problemático, en la mayoría de estos casos resulta fácil entender que las implicaciones de su anécdota no incluyen -difícilmente sorprendente- argumentos que soporten la conclusión a la que ellos se aferran fervientemente.

Recientemente tuve un encuentro de este tipo, en el que alguien me explicaba porqué está convencido de que cambiar a una dieta de alimentos orgánicos es suficiente para curar el cáncer. La anécdota probablemente sonará familiar. Un familiar suyo desarrolló cáncer y después de descubrir que los tratamientos estándares en hospitales occidentales no estaban surtiendo efecto, decidió abandonar los consejos de los médicos y simplemente cambiar a una dieta de alimentos orgánicos. Siendo ésta una anécdota, lo que ocurrió a continuación es dolorosamente predecible: Gracias a la nueva dieta, su cáncer desapareció. 

Ahora, uno debe proceder cuidadosamente a la hora de explorar (léase refutar) la validez de este tipo de argumentos, porque las emociones son vastas, violentas y volátiles cuando alguien se atreve a poner en duda conclusiones personales.  

Con la mayor cantidad de tacto posible sugerí que no era adecuado concluir, a partir de esa serie de eventos, que la comida orgánica curó el cáncer, pues a falta de controles para la cantidad infinita de variables que podrían interferir en la explicación, simplemente era imposible obtener un ápice de evidencia que soporte alguna hipótesis, sea la que sea que se quiera postular. ¿Qué si su cáncer había desaparecido espontáneamente, como parece ocurrir en uno de cada 100,000 casos? ¿Qué si su quimioterapia había sido responsable de la cura, pero con una ligera tardanza? ¿Qué si su diagnóstico había estado equivocado desde el principio? ¿Qué si justo en el momento en el que el hombre cambió su dieta, la ciudad decidió agregar fluoruro al agua y la cura milagrosa fue causada por el consumo de este elemento? ¿O por ese par de zapatos que compró más o menos por esas fechas? ¿La nueva marca de perfume que su mujer empezó a usar? No podría jamás saberlo. 

¡Pero, de hecho, no es necesario sucumbir ante la incertidumbre! Sí existe una manera de poner a prueba diferentes ideas de qué funciona y qué no funciona para curar el cáncer. Siempre y cuando se diseñe el experimento adecuado. 


Comenté que si verdaderamente quería sentirse confiado en la veracidad de que una dieta orgánica cura el cáncer, lo que se tiene que hacer es tomar a un enorme grupo de humanos, preferiblemente con exactamente el mismo perfil genético, y criarlo desde su nacimiento en el mismo ambiente, bebiendo y comiendo exactamente lo mismo, ejercitándose exactamente igual; en pocas palabras controlando el más mínimo detalle. Después inducir cáncer en el grupo por medio de la introducción de agentes mutagénicos en el ambiente, y posteriormente dividir al grupo en dos: uno que recibirá una dieta cien por ciento orgánica (el grupo que recibe "tratamiento") y otro que continuará con la dieta anterior (el control negativo). Con grupos suficientemente grandes, y si existe un efecto curativo realmente significativo en la comida orgánica, es indudable que el cáncer de los dos grupos debe desarrollarse de manera distinta a partir del cambio de dieta. 

Para hacer al experimento aún más poderoso, se puede incluir un control positivo, un tercer grupo que recibe un tratamiento cuyo efecto anticancerígeno es generalmente aceptado, por ejemplo, quimioterapia. De esta forma, si resulta que los tres grupos son indistinguibles, se vuelve difícil concluir que la dieta orgánica es inútil, pues ni siquiera el tratamiento aceptado funcionó. Por el contrario, si el control positivo se recupera pero los otros dos (el control negativo y el grupo orgánico) son indistinguibles, se vuelve muy tentador concluir que, al menos en este experimento, la comida orgánica no tiene ningún efecto anticancerígeno, manteniendo todo lo demás constante. 

El experimento se puede hacer aún más completo, con un cuarto grupo que recibe la dieta orgánica y la quimioterapia en conjunto, para investigar si la dieta orgánica provee alguna ayuda extra a quien está recibiendo tratamiento tradicional, o si de plano es totalmente inútil. Si nos ponemos serios, también se debe tener un grupo de humanos que no reciben el agente mutagénico, esto para asegurarse (cuando este grupo no desarrolle cáncer) de que el cáncer que aparece en los otros grupos es causado por la manipulación del experimentador, y no de manera espontánea en todos los humanos. También puede haber grupos sin agente mutagénico pero con comida orgánica y/o quimioterapia, para investigar los efectos de estos tratamientos en humanos saludables. En la ciencia real, el dinero disponible es lo único que limita el número de controles.

Obviamente el experimento anterior es imposible (empezando por el hecho de que se necesitan "clones" humanos en grandes cantidades, y continuando por lo perturbador que sería tomar humanos que no poseen la capacidad de decidir y utilizarlos para experimentos científicos). Afortunadamente, se puede explotar la similitud biológica entre los humanos y los roedores, y un experimento idéntico utilizando a estos animales puede otorgarnos (y, efectivamente, nos ha otorgado una y otra vez) información muy poderosa.

Tristemente, la respuesta de mi interlocutor fue alarmantemente ignorante. Sí, sí, sí, pero, ¿cómo es posible tomar información que se obtiene en un ambiente totalmente controlado (como lo es un laboratorio) y aplicarla al mundo real, repleto de caos y variabilidad? ¡Evidentemente nada de lo que se descubre en un experimento tan artificial es relevante en el mundo real!

De alguna manera este contagioso argumento es muy intuitivo, ¡por supuesto que un experimento en un laboratorio es artificial! ¿Cómo es, entonces, relevante? Bah, esos científicos sólo están llegando a conclusiones obtenidas en contextos que para nada se parecen al mundo real...

Irónicamente, ese es precisamente el poder del experimento. Las víctimas de ese argumento-trampa no entienden que eliminar el caos del mundo real es la mejor (¡incluso la única!) manera de poder obtener una historia -una hipótesis de causa-efecto- que tenga un mínimo de poder predictivo. Si se trabaja con el caos, con la variabilidad del mundo real, resulta simplemente imposible saber si fue la dieta orgánica o si fue el nuevo par de zapatos lo que curó el cáncer (¿alguien se pregunta de dónde vienen las supersticiones?).

Más alarmante aún es que muchos parecen deleitarse al imaginarse un mundo en el que nada se ponga a prueba, para que sus ideas favoritas (con agendas corporativas, orgánicas, religiosas, New Age, etcétera) tengan la misma validez que todas las demás. Ninguna. Entonces sería un verdadero todos contra todos en el que las creencias de la gente serían decididas exclusivamente por lo atractivo y contagioso de las ideas, y no por su poder de hacer predicciones. No puedo imaginar peor distopía.

Sobra decir que no logré cambiar la opinión de mi interlocutor, quien continuó creyendo fervientemente que una dieta orgánica es el secreto absoluto para la cura del cáncer. Cabe decir que esta conclusión fue exactamente la misma que defendió Steve Jobs… y ya vieron cómo le fue a ese muchacho.

Me atemoriza que conclusiones como ésta, tomadas de un análisis simplista de causa y efecto en una anécdota, son la principal influencia de las creencias de gran parte de la población. Quizá, como dice la queja proverbial del mexicano, ¡por eso estamos como estamos!

30/5/13

Y Dios dijo: “sed fecundos y multiplicaos”

A las parejas contemporáneas que buscan tener un hijo, poco parece importarles los problemas que enfrentamos como civilización: sobrepoblación, calentamiento global, o escasez de recursos naturales tan básicos como el agua potable.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

No creo exagerar al proponer que una de las decisiones más importantes en la vida de un ser humano es la decisión de procrear. La intención de crear una nueva vida y considerar que es correcto darle un lugar en este planeta tiene implicaciones éticas tan profundas, que ninguna persona con un nivel mínimo de educación debería lanzarse a favor de esto sin un previo análisis crítico de las consecuencias que conlleva dicha decisión.

Desgraciadamente, pensar así es pedirle demasiado a nuestra especie. Considerando solamente la evidencia más directa, parece que vivimos todavía en un mundo donde la decisión de multiplicar a la especie se encuentra basada estrictamente en razones personales o egoístas y jamás en una visión ética o global. A simple vista, parece que existe un inconsciente colectivo en nuestra sociedad que clasifica esta decisión como algo irremediablemente obvio. La naturalidad de reproducirse sigue siendo un paradigma en nuestros tiempos, y cuestionar este paradigma es un error o simplemente algo inútil o superfluo.

No obstante, yo argumento que la decisión de procrear ya no debe de enmarcarse bajo los mismos parámetros de otras décadas. Decidir traer nuevos humanos al planeta, -más homo sapiens que se sumen a los 7 mil millones que ya existen actualmente-, debería de ser visto por todos con terror o con sospecha. Porque exceptuando la posibilidad de destrucción total que implicó la guerra atómica del siglo pasado, nunca antes nuestra civilización se ha encontrado tan cerca del abismo, y en el centro de esta inminente catástrofe se encuentran los absurdos niveles de reproducción de nuestra especie.

De ninguna manera mi argumento está dirigido a imponer restricciones gubernamentales a los derechos de reproducción (como ya sucede en China), ni pretendo entretener una tonta idea de que algún virus acabe con amplias secciones de la humanidad de un solo golpe (algo que incluso es muy plausible). Lo único que considero correcto proponer es una reinterpretación radical del paradigma dominante sobre la reproducción y una reflexión sobre las consecuencias que actualmente implica decirse a favor de esto.

Un buen lugar de inicio podría ser el editorial publicado en The New York Times bajo el título “Think Before You Breed”. En este editorial, Christine Overall argumenta que uno de los principales problemas es la naturalidad con la que grandes sectores de la población piensan sobre la procreación y como son las personas que deciden no tener hijos las que deben de dar explicaciones a la sociedad por dicha decisión.

De acuerdo con la autora, una persona que decide no tener hijos es considerada “infértil, demasiado egoísta o que simplemente no le ha llegado el momento para hacerlo”. Sin embargo, la mentalidad colectiva debería de ser completamente opuesta. No hay duda que el peso total de las explicaciones debería de recaer sobre las personas que deciden tener hijos. Son ellos quienes deben de proporcionar a la sociedad una serie de argumentos inteligentes y lógicos cuando deciden agregar a un ser humano (o varios más) a la ya exorbitante cifra de homo sapiens en existencia.

Pero a las parejas contemporáneas poco parecen importarles los problemas que enfrentamos como civilización. Sus mentes parecen no registrar los problemas de sobrepoblación, o el calentamiento global, o la escasez de recursos naturales, o la escasez de alimentos y agua potable. ¡Faltaba más! Las razones importantes parecen responder a una cosmovisión egoísta: “yo decido tener hijos porque quiero”; “yo decido tener hijos porque le darán propósito y valor a mi vida”; “yo decido tener hijos porque serán la causa de mi felicidad”. Mi placer, mi vida, mi felicidad. ¡Y al carajo con las implicaciones globales! Si un hijo satisface mi ego y también me permite cumplir con las expectativas sociales, ¡pues venga entonces ese niño!

Yo no debería de recalcarles aquí que, considerando el actual estado de nuestro planeta y de nuestra sociedad, esta actitud debería de considerarse como la quintaesencia de la irresponsabilidad. Una actitud que, -como mencioné anteriormente-, debe de tomarse con total horror o escepticismo.


Sumado a esto, no debemos de evitar repartir culpa a quien culpa merece. Y en esta esfera, no tengo duda que la Iglesia Católica ha sido uno de los mayores obstáculos que evitan un cambio de paradigma en esta temática. La Iglesia mantiene atada a la institución del matrimonio en nociones sociales que quizá fueron válidas en el Medioevo, pero que en lo absoluto corresponden al tiempo presente. Para la Iglesia (y sus millones de seguidores) el objetivo principal del matrimonio continúa siendo la multiplicación de la especie; y todas las relaciones sexuales son “correctas” si se encuentran “abiertas hacia la vida”.

De manera increíblemente irresponsable, la Iglesia prohíbe cualquier uso de anticonceptivos, considerándolos como contrarios a la “voluntad de Dios” en materia sexual. Lo más interesante es que a millones de personas les sigue causando más terror los supuestos castigos celestiales que devienen por utilizar un cilindro de látex, que el posible impacto que un hijo no planeado pueda tener en el planeta o en su vida personal. A esto hay que agregar que, personalmente, yo no quisiera formar parte de ningún club donde me aseguren que una figura paterna invisible se encuentra juzgando constantemente mi comportamiento y mis acciones al momento de mantener relaciones sexuales. ¡No gracias!… yo prefiero vivir sin este tipo de traumas.

Y a pesar de abogar por una causa perdida, mi objetivo aquí no es argumentar a favor del ostracismo de las familias numerosas. Solamente considero necesario que se inicie una discusión sobre el paradigma contemporáneo de la reproducción que sigue clasificándola como algo obvio y obligatorio. 

Tampoco es necesaria la creación de un Estado-Leviatán para controlar este problema. La misma sociedad puede comenzar a criticar a todas las personas que siguen considerando como algo “hermoso” o “divino” tener a dos o tres o cuatro hijos. Pues así como la sociedad apalea a los fumadores de cigarros o a aquellos que tiran basura en la vía pública, quizá haya llegado el momento de poner un poco de presión a quienes dejan de lado su responsabilidad ética, y con total ligereza se dejan llevar por las sendas de la multiplicación.

Y a todos aquellos que siguen viendo con naturalidad las palabras de la Biblia que rezan: “multiplicaos y llenad la tierra”… a ellos les digo: ¡Misión cumplida!

27/5/13

LA VOLUNTAD DE IGNORANCIA

La ignorancia elegida no es sólo despreciar el conocimiento al cual se tiene acceso, también es una falta de sabiduría al momento de utilizar la información


Texto por: Pablo González

Es mi noción que la civilización humana ha llegado a un punto en donde la ignorancia se ha convertido en una decisión personal y consciente.

Considero importante separar a la ignorancia en dos clasificaciones: la "ignorancia circunstancial" y la "ignorancia elegida". La ignorancia circunstancial engloba a esas personas que no tienen la opción de informarse sobre su entorno. En algunas zonas marginadas del mundo, los individuos se encuentran muy limitados respecto a la información que reciben, generalmente por la ausencia de medios impresos o por el dominio de la televisión que carcome la opinión de aquellos que se informan solamente de ella. Esas personas no tienen la opción de buscar conocimiento mas allá de la gente que los rodea, y aunque esto funciona para sus actividades diarias, evita un conocimiento global de la realidad. 

En contraste, la ignorancia elegida es característica de los ciudadanos del mundo industrializado y desarrollado, en donde la información es obtenida con mucha más facilidad y a través de diversos medios. Para los habitantes del mundo industrializado es necesario demarcarles una línea todavía mas exacta: aquellos que cuentan con acceso al Internet. Y no hay duda que cualquier persona que tenga libre acceso al Internet llega a ser un candidato idóneo para sufrir de la ignorancia elegida.

Para esta esfera de personas, la ignorancia involucra Voluntad. De la misma forma en la que Nietzsche habló de la “voluntad de poder”, aquí yo me refiero a la “voluntad de ignorancia”; a aquel motor que arrastra a aquellos individuos con el poder para conocer su mundo por diversos medios a hundirse en la indiferencia o en el consumo de opiniones chatarra. Son también aquellos que, irrelevantemente de la opinión que sostengan, jamás tratarán de entender el otro lado de un argumento.

Es mi opinión que la ignorancia elegida es la razón prima por la cual muchos detestan a Estados Unidos de América. En el "Imperio Yankee", a pesar de la enorme cantidad de información que se genera, la mayoría de la sociedad es una masa ignorante y confundida. Mucho de esto se debe a que gran parte de la información que se produce funciona estrictamente para la manipulación de las masas en dicho país. Sin embargo, esta ignorancia también responde a una pereza absoluta para pensar de forma crítica y correcta, para buscar otra información, para no ser tan ingenuos ni tan cándidos con lo que su Gobierno o las televisoras les dicen. Un perfecto ejemplo de esto continúa siendo la propaganda en torno a las armas de destrucción masiva en Irak, que llevó a la invasión de dicho país y a una guerra que duró más de una década. 

Porque es verdad que la ignorancia elegida no es sólo despreciar el conocimiento al cual se tiene acceso, también es una falta de sabiduría al momento de utilizar la información. Por ejemplo, el opinar sin considerar los potenciales argumentos en contra te puede hacer un ignorante. El repetir algún dato que mencionó alguna “autoridad” sin verificarlo sólo hablará bien de ti si a quien se lo comentas es más ignorante que tú. Si se tiene una vía de información en donde libremente se puede investigar, tu opinión sólo será valida si buscas y encuentras información objetiva sobre el tema en cuestión. 


Sumado a esto, -y considerando diversos estudios sociales- es necesario comentar que la ignorancia es un factor que puede reforzar los conflictos entre grupos. El tener una opinión errónea causa que juzgues a alguien con una opinión diferente a la tuya de una forma equivocada. Un claro ejemplo es la generalización, en donde se abarcan a cantidades enormes de individuos únicos bajo un abanico de estereotipos. Pero aun así, si el mismo estereotipo puede ser atribuido a la persona que tiene la misma opinión que uno, el atributo dado a su razonamiento queda ausente. La mente humana llega a creer que cuando uno dentro de su grupo hace algo bueno es en base a la individualidad y razonamiento de esa persona; cuando alguien de otro grupo hace algo bueno, se le atribuye a la circunstancia externa de la persona, pensando que es el ambiente que lo hace actuar de tal manera y no su propia moral. 

Daniel J. Boorstin dijo que el mayor enemigo del conocimiento no es la ignorancia, sino es la ilusión del conocimiento. Este dicho acompañado por otro que dice “la ignorancia es éxtasis” (T. Grey, 1742) abarca el razonamiento de porqué gente con la capacidad de investigar todo, simplemente no lo hace. El saber y entender el otro lado de la moneda mueve a uno fuera de su zona de confort y el decidir poner a prueba las creencias propias es la quintaesencia del progreso intelectual

Se requiere tener una sensibilidad global para entender que, para los ciudadanos de países industrializados y con acceso a Internet, la ignorancia ya no se puede usar de excusa. No resulta justo retroceder en la ruta del progreso humanístico debido a la comodidad o a la pereza. Es imperativo que el conocimiento sea el objetivo primordial en cualquier discusión, ya que si sólo seguimos defendiendo nuestra opinión, la obscuridad de la ignorancia dará luz a más y más conflictos.

Finalmente, resulta fundamental reconocer que cuando un individuo decide regresar al fondo de la caverna y se conforma con ver simples sombras y siluetas, este individuo se encuentra cometiendo un crimen contra las oportunidades que le han otorgado y comete un imperdonable insulto contra el progreso tecnológico y científico que hemos logrado como civilización.

2/5/13

EL CROMOSOMA DE LAS TINIEBLAS


Más de 630 millones de mujeres viven en un lugar donde la violencia doméstica no es ilegal y más de 2,600 millones de mujeres habitan en países donde la violación sexual dentro del matrimonio no es castigada por la ley. Cada año, más de 300 millones de niñas son víctimas de mutilación genital en el continente africano y en todo el mundo, 3 de cada 5 mujeres sufrirán algún tipo de violencia durante su vida.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


“The horror! The horror!”
- Mr. Kurtz

Hace tiempo escribí un texto para El Árbol de Moras en el cual criticaba la inacción de las mujeres en Occidente para dar “el último empuje” y alcanzar la inexorable igualdad económica y política dentro de la sociedad. Entre los argumentos presentados, también mencioné que resulta sorprendente cómo, incluso cuando el sexo femenino constituye actualmente la mayoría de la población mundial, las féminas siguen siendo “objetos” reprimidos y violentados en la mayor parte del planeta.

Retomando aquella línea de argumentación, tengo que reconocer que he cometido una terrible equivocación. Mi desliz fue creer que fuera verídico que el sexo femenino representa en realidad a la mayoría de la población global… ¡esto es un error! Podrá ser verdad en América y Europa, -de esto no hay duda-, pero es completamente equivocado cuando se pretende extender dicha aseveración al resto de los continentes.

Considerando ahora esta certeza, surgen algunas preguntas fundamentales: ¿Cómo es posible que en Occidente el sexo femenino sí constituya a la mayoría de la población, pero que esto no se replique en otras áreas del mundo? ¿Cuáles son las diferencias socio-políticas que han permitido que ésta sea la realidad?

Para responder estas preguntas es necesario retomar la compleja temática de la opresión femenina y profundizar en la verdadera miseria que enfrentan las mujeres en todo el mundo;  una miseria que va mucho más allá de las faltas de oportunidades laborales, la falta de acceso a la educación o la violencia doméstica que todos podríamos imaginar. La situación que enfrentan las mujeres en el mundo requiere mirar al Horror directamente a los ojos.

Una de las bases para comprender la topografía de este infierno dantesco es la extensa investigación realizada por Nicholas Kristof y Sheryl WuDunn para su libro y documental “Half the Sky”. A las preguntas que propuse anteriormente, Kristof y WuDunn responden que las mujeres no representan la mayoría de la población mundial debido al sistemático y rutinario “genocidio de género” del cual son víctimas.

Para entender la magnitud de este feminicidio global, se puede comenzar por citar algunas cifras tan básicas como escalofriantes. 

Según los datos expuestos en “Half the Sky”, en los últimos 50 años han sido asesinadas más mujeres, precisamente por ser mujeres, que el número total de hombres que murieron en todas las guerras del siglo XX.  Kristof y WuDunn también indican que en cualquier década del siglo pasado, más mujeres murieron a causa de este rutinario feminicidio que el número total de personas asesinadas en todos los genocidios del siglo XX. Por su parte, el escritor Salman Rushdie indicó que el problema es incluso más grave, pues al número total de feminicidios habría que agregar los millones de fetos que son abortados simplemente porque nacerían con un cromosoma X y no un cromosoma Y.


Algunas otras cifras relevantes: Más de 630 millones de mujeres viven en un lugar donde la violencia doméstica no es ilegal y más de 2,600 millones de mujeres habitan en países donde la violación sexual dentro del matrimonio no es castigada por la ley. Cada año, más de 300 millones de niñas son víctimas de mutilación genital en el continente africano y en todo el mundo, 3 de cada 5 mujeres sufrirán algún tipo de violencia durante su vida.

Les daré un minuto para que repasen estos datos…

Esta escandalosa realidad, más allá de causarnos una profunda indignación que quizá nos haga perder la fe en nuestra especie, debería obligarnos a replantear radicalmente nuestras prioridades en este mundo. Es necesario reconsiderar cuál es realmente el tema moral que será definitorio en el presente siglo. Nick Kristof ofrece una postura con la cual concuerdo completamente: “(Actualmente) el mayor abuso a los derechos humanos no involucra represión política y no involucra los otros temas en los que siempre nos enfocamos; (el mayor abuso a los derechos humanos) involucra los cromosomas con los que la gente nace”.

Resulta irrelevante la actitud que ustedes, estimados lectores, decidan tomar en respuesta a estas cifras. Lo que debemos de aceptar sin contratiempos es que, a pesar de la enorme complejidad de este problema, es imperativo que cualquier estrategia para comenzar a resolverlo debe de estar basado en el empoderamiento de las mujeres. No existe forma de disipar este infierno si las mujeres no forman la base y la vanguardia en cualquier solución. 

Todos los expertos en temas políticos y sociales que participan en “Half the Sky” concuerdan que la mejor manera de lograr el empoderamiento de la mujer es a través de la educación. Cuando una sociedad decide educar a su población femenina, automáticamente les otorga un poder que previamente no tenían; un poder para reconocer las estructuras sociales de las cuales son prisioneras y un poder que les permitirá emanciparse por medio del acceso a la economía formal. 

Cuando una mujer (como le sucede a millones) se dedica a la prostitución desde los 11 años, su capacidad de reconocer su valor social y personal se ve seriamente coartado. En cambio, sólo por medio de la educación social y cívica, fundamentalmente necesaria en cualquier solución, será posible comenzar a destruir las antiguas estructuras patriarcales y será posible transformar las percepciones que actualmente estigmatizan a las mujeres.

Todo tipo de educación es fundamentalmente importante debido a que las actitudes patriarcales y misóginas son igualmente internalizadas por hombres como por mujeres. Como se indica en “Half the Sky”: El factor principal que determina si estás a favor de la violencia doméstica no es si eres hombre, sino el nivel de educación que has recibido. 

Al escribir sobre este tema pude evitar reflexionar en el grotesco abismo donde han caído todos aquellos que se autoproclaman relativistas culturales. Me refiero a todos aquellos pazguatos que promueven el respeto a las culturas locales y abogan a favor de los usos y costumbres de una región, sin considerar los atropellos a la ética que pudieran cometerse. 

Cabe decir que si todos defendiéramos dicha mentalidad, no habría lugar para la crítica de la violencia doméstica, la esclavitud sexual o la mutilación genital de la que son víctimas millones de mujeres en todo el mundo. Para esos papanatas relativistas, si una sociedad considera que es correcto cortar el clítoris a una infante de 9 años, ¿quiénes somos nosotros para juzgarlo como incorrecto? ¡Nada más cercano a la quintaesencia de la estupidez!

De sobra estar indicar que cualquier cultura que imponga un régimen de terror y violencia sobre las mujeres es una cultura innegablemente fracasada, y por lo tanto, una cultura exenta de todo respeto. Por lo tanto, el primer paso a tomar para remediar los horrores que afligen al sexo femenino es la reprobación total del relativismo cultural.

En paralelo a este primer paso, es necesario continuar con la solución moral y ética que involucra empoderar a las mujeres para seguir marchando en el camino de la dignidad y el progreso humano. No obstante, no debemos descartar otras soluciones, como aquella que recomienda el señor Kurtz en su panfleto mencionado en “El Corazón de las Tinieblas”. La estrategia de Kurtz para terminar con el Horror es la siguiente:

“¡Exterminad a todos los bárbaros!”

12/4/13

Venga a nosotros el reino de los pazguatos

Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo uno. O mejor aún, no le des ninguno.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Considero correcto afirmar que, si quisiéramos encontrar el régimen autoritario óptimo, éste sería aquél que la sociedad parece elegir por voluntad propia. Una dictadura que se impone por la fuerza, desde el exterior, y que gobierna por medio del terror, generalmente se extingue rápidamente. Por el contrario, un sistema político autoritario que pretende ser la voluntad misma del pueblo, incluso cuando utilice medios coercitivos para mantenerse en el poder, muy probablemente tendrá más éxito.  

Similar a estos sistemas políticos dictatoriales, en las sociedades contemporáneas se ha gestado un modelo que podría clasificarse como “la dictadura cultural de las masas”. Bajo este régimen cultural, una élite ostenta el poder para manipular, promover y masificar ciertos mensajes culturales, todo bajo la ilusión de estar “satisfaciendo” los deseos de la sociedad.

A partir de esto surge una pregunta obligada: ¿cuáles constituyen los verdaderos deseos de la sociedad? Para evitar aquí violencia innecesaria contra mi argumento, creo que es posible generalizar burdamente y concluir que existen tres constantes innegables que se presentan en la mayoría de los individuos: la búsqueda de la felicidad, la búsqueda del placer y la búsqueda del entretenimiento.

Incluso podríamos ir un poco más lejos, como lo hizo Ray Bradbury en su novela Fahrenheit 451, y aventurarnos a decir que la mayoría de las personas buscan la felicidad casi exclusivamente a través del placer y el entretenimiento.

Con tan solo observar brevemente a la sociedad en la cual vivimos, podemos rápidamente concluir que este argumento es a todas luces factible. Sin pretender aquí hacer juicios de valores moralistas, me parece correcto afirmar que en la búsqueda por la felicidad, la gente no duda en atascarse de música pop, literatura barata, telenovelas, revistas de farándula, filmes de Michael Bay, comida chatarra, Deepak Chopra… Todo esto nada más que diversos caminos para encontrar “la felicidad” por medio del placer y la diversión.

Ray Bradbury lo explica maravillosamente en su libro a través del personaje Beatty, el jefe de los bomberos encargados de quemar libros. Argumenta Beatty:

“Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo uno. O mejor aún, no le des ninguno. (…) Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado, o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos «hechos» que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices, porque los hechos de esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como Filosofía o Sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino se encuentra la melancolía. (…) Así pues, adelante con los clubs, las fiestas, los acróbatas y los prestidigitadores, el sexo y las drogas, más de todo lo que esté relacionado con reflejos automáticos. Si el drama es malo, si la película no dice nada, si la comedia carece de sentido, dame una inyección de teramina. Me parecerá que reacciono con la obra, cuando sólo se trata de una reacción táctil a las vibraciones. Pero no me importa. Prefiero un entretenimiento completo.”

No hay duda que la intelligentsia de la tiranía cultural de las masas lleva décadas sabiendo esto y lo ha explotado al máximo; basta mirar rápidamente la programación en la televisión para darse cuenta de esta realidad. Pero como se mencionó anteriormente, es importante recordar que la base argumentativa que utiliza dicha intelligentsia es una imitación de los modelos dictatoriales exitosos: simulan ser simplemente la manifestación de la voluntad del pueblo; ellos simplemente están ofreciendo lo que el público quiere y desea, aunque son ellos mismos los que les han impuesto qué desear y qué querer. 


A pesar de la abrumadora influencia de la dictadura cultural de las masas, no todos se han dejado engañar tan fácilmente. En contraposición directa a este modelo, existe un bando contrario que, aunque mucho menos numeroso, pretende neutralizar su autoridad. Este reducido grupo es la “élite cultural ortodoxa”, quienes consideran que su oferta cultural es por mucho superior a la que ofrece su rival. La élite cultural ortodoxa considera que, si tan sólo pudieran eliminar a la cúpula perversa que controla los medios de comunicación (a los Murdoch, los Azcárraga…), la verdadera democratización de la cultura terminará por imponerse. 

Sin embargo, esto parece ser una ilusión. Porque en su intento por aumentar la calidad de los contenidos mediáticos y de la oferta cultural, la élite cultural ortodoxa termina por transformarse también en un rígido modelo dictatorial. La élite cultura ortodoxa impone también sus dogmas y cánones, mantiene su códice de literatura permitida y literatura chatarra; de arte tolerado y arte decadente. Incluso un Pantheon donde los dioses intelectuales mantienen su poder, influencia y vigencia después de la muerte. 

Y cuando la élite cultural ortodoxa habla de la “verdadera democratización” de la cultura, lo que no reconocen es que ellos mismos se han tendido una trampa. El periodista Sergio Sarmiento, con cierto humor ácido, escribió acerca del significado de la “verdadera democratización”, particularmente en el caso de los medios de comunicación masiva.

 “Una televisión democrática sería, me imagino, una en que la programación fuera definida por las preferencias de la mayoría. Llevaría, de hecho, a una verdadera dictadura del rating. Según el blog Ratings México los programas más vistos en la televisión mexicana son las telenovelas de Televisa Porque el amor manda y Amores verdaderos que se transmiten por la noche de lunes a viernes. En las tardes reina la peruana Laura Bozzo con su programa ahora llamado simplemente Laura. La selección nacional de futbol suele también conseguir los niveles más altos de público. Una televisión realmente democrática tendría solamente programas de alto rating.”

Así pues, como resultado final de todo esto embrollo, me parece que la sociedad ha terminado por quedar atrapada en una realidad bipolar, completamente a merced de dos modelos dictatoriales opuestos: por un lado, un modelo de corte populista que dice representar la voluntad y los deseos de las masas; y en el polo contrario, un modelo de corte liberal que dice representar lo mejor para la sociedad por medio de una alta cultura que (según ellos) representa el ideal al que todos deben aspirar. 

Sin embargo, a todos los miembros de la élite cultural ortodoxa les digo, (e incluso cuando yo me identifico con ellos): me parece que la guerra está perdida y no tengo duda que la victoria y el avance de la dictadura cultural de las masas es inevitable. Las consecuencias de esta realidad ya fue presentada por Ray Bradubury: una sociedad donde los libros son vistos con asco y la sociedad se idiotiza con amigos virtuales en televisiones del tamaño de paredes completas.

Muchos podrán considerar esto exagerado. Hoy todos damos por hecho que la filosofía, la literatura, la historia y las bellas artes persistirán por siempre. ¿Pero es coherente afirmar esto? Si consideramos que la mayoría de las universidades tienen relegado el estudio de las Humanidades y que la mayoría de las personas se encuentran muy conformes con la cultura chatarra, creo que en realidad todo apunta hacia la dominación absoluta de la dictadura cultural de las masas.

Es posible que nos encontremos viviendo en una de las últimas generaciones donde la élite cultural ortodoxa tenga un poder o una influencia real. Quizá en un futuro, cuando el reino de los pazguatos se encuentre entre nosotros, los canales de televisión que enseñan historia comenzarán a tratar conspiraciones alienígenas, o quizá en las bibliotecas coloquen a Paulo Cohelo y a Rhonda Byrne en la sección de Filosofía o Psicología. 

O quizá esto ya sea una realidad…

25/3/13

Las manías en los tiempos del activismo


Una de las consecuencias más visibles del proceso de la globalización es la percepción de que cada día nos encontramos más “unidos” como especie humana. Esto es inevitable, pues con la masificación y democratización de las tecnologías de la comunicación, nunca antes la Humanidad pudo relacionarse de forma tan directa e inmediata con sus compañeros Homo sapiens que habitan en distantes zonas del globo. Los medios de comunicación, por su parte, han evolucionado gradualmente hasta el punto de mantenernos perpetuamente informados de los acontecimientos que ocurren en lejísimos lugares que probablemente jamás visitaremos y que incluso no podríamos ubicar en un mapa.

No tengo duda que esta realidad representa uno de los avances más constructivos en el proceso de integración de la civilización global; y pretender listar aquí los beneficios de las tecnologías de la información me parece a todas luces excesivo. Sin embargo, una de las consecuencias de este incesante bombardeo de noticias, -impulsado aún más por el acceso generalizado a las redes sociales- es que entre mayor sea nuestro “acercamiento” hacia otras culturas, mayor será también nuestro “acercamiento” hacia sus problemas y sufrimientos. Cuando los medios de comunicación nos traen las nuevas de lejanos lugares, en muchas ocasiones vienen cargadas de tragedias.

La consecuencia inevitable de adquirir esta desdichada información es el surgimiento de un impulso por ayudar; mantenerse inerte se ha vuelto inaceptable cuando suceden cosas horribles en el mundo. A esta particular situación le corresponde una pregunta obligada, ¿qué podría hacer yo, siendo un simple individuo, para asistir en la solución de estos problemas? Frente a dicha cuestión, una considerable cantidad de personas han respondido con una actitud que yo clasificaré como el “Síndrome del Activista Ético-Maniaco” (SAEM). 

Un individuo que presenta este síndrome considera que permanecer indiferentes ante las calamidades que afligen al mundo es imperdonable; pretender ignorar el sufrimiento ajeno te convierte en antisocial, y fallar en mostrar empatía con tus hermanos Homo sapiens te vuelve un monstruo misántropo.

Sin embargo, es interesante analizar la forma en la que el activista ético-maniaco se desenvuelve, y un análisis más profundo revela que las acciones varían poco entre aquellos que padecen de esta alteración psicológica. Su activismo comienza generalmente con una muestra de indignación o reprobación por el hecho en cuestión. Acto siguiente, los individuos con el SAEM se abalanzan sobre las redes sociales, en donde muestran su solidaridad con los afectados de varias formas, aunque principalmente por medio de algún comentario, un “like” o un tweet. Finalmente… ¡nada más! La función ha terminado y el espíritu activista se desvanece tan rápido como se generó.

Ejemplos de esto abundan en nuestro presente. Uno podrá recordar la infame campaña mediática en torno a Joseph Kony, que no generó resultado alguno pero que en el proceso hizo millonarios a los representantes de Invisible Children. Actualmente, otro caso similar es la campaña que se ha comenzado a gestar a favor de “Amina”, una dama de Túnez que desafió los cánones morales de su sociedad al mostrar sus senos y recibió una condena de muerte por parte de un miserable sacerdote islámico. En este caso, la sociedad virtual ha respondido rápidamente, subiendo fotografías a las redes sociales en donde muestran sus pechos o sus torsos desnudos en apoyo solidario con dicha mujer. ¡No hay duda que esto salvará a Amina!

En adición a estos casos se podrá hacer mención de innumerables campañas a favor de algo o en contra de otra cosa; llámese cáncer de mama, la muerte de delfines rosas del Amazonas, la elección de Enrique Peña Nieto, o la protección de perros callejeros o ¡qué se yo!, lo importante es que este estilo de activismo muestra un común denominador: los activistas ético-maniacos sienten que han hecho su parte. Consideran que dar “share” a un mensaje o una fotografía de alguna manera tendrá un efecto positivo para remediar el problema en cuestión. No es necesario recalcar que la realidad es muy distinta.


El análisis de esta forma de pensamiento no es nuevo. Una postura similar fue expuesta por el filósofo Slavoj Zizek en su férrea crítica contra el capitalismo cultural. En su ponencia, Zizek indicó cómo los consumidores contemporáneos buscan productos que integran en sí mismos una cualidad benéfica. El ejemplo planteado por Zizek es el café de Starbucks. Explica que cuando un consumidor va y compra una taza de café a Starbucks, no sólo está consumiendo una bebida, sino que consume todo un “modelo de ética”, pues al comprar en Starbucks, el consumidor también aporta capital a las diversas campañas “éticas” que lleva a cabo la empresa. Como ejemplo paralelo Slavoj menciona a los zapatos Toms, en donde al comprar un par de zapatos, la empresa regala otro par a un niño necesitado en África o en Guatemala. 

La importancia de mencionar a Zizek recae en la explicación que él da a este comportamiento consumista. Slavoj argumenta que al consumir Starbucks o Toms, el individuo se siente exento de ser un simple consumidor más, pues se redime creyendo que está realizando una acción ética en el proceso. Similar a esto, un activista ético-maniaco considera que el subir una fotografía o hacer un comentario denunciante equivale a hacer algo por el problema en cuestión, y es muy probable que el activista que padece del SAEM se sienta satisfecho y feliz consigo mismo: sin duda ya ha “realizado” una acción positiva por la humanidad.

De sobra está decir que la problemática aquí no es con el activismo en general; el problema es en relación al compromiso. No tengo duda de que existen miles de personas que actualmente, en todo el mundo, realizan un inmensurable bien por medio de su activismo. Pero hay que reconocer que para lograr el éxito, toda acción filantrópica y activismo político o social requiere de un firme compromiso. Recordemos que la Historia juzga no por las intenciones, sino por los resultados.

Me atrevo ahora a proponer que el padecimiento generalizado del SAEM se relaciona directamente con la forma en la que recibimos actualmente nuestra información acerca del mundo. No es secreto alguno que somos esclavos de la información que recibimos de los medios de comunicación masiva: lo que ellos dicen que es noticia, se vuelve noticia, y lo que los medios deciden ignorar podría igual no existir, pues nuestras mentes jamás lo registrarán como un hecho. 

Similar a esto, el activista ético-maniaco es víctima de su propia compulsión, pues su interés se encuentra irremediablemente atado a la coyuntura del momento. En vez de comprometerse con un solo tema y hacer todo lo posible por solucionarlo, el individuo que padece del SAEM cambia constantemente de intereses: hoy defiende a Amina, pero mañana será necesario “movilizarse” para proteger a los refugiados en Siria, y otro día quizá se necesite salvar a las ballenas en peligro de extinción. Sin embargo, cuando el tema pasa de moda y desaparece de los medios de comunicación y las redes sociales, es como si jamás hubiese existido; jamás se vuelve a mencionar el tema que hace apenas unos días tuvo consternado a nuestro activista ético-maniaco.

Mi compañero Albano Flores habló en su texto sobre el poder que las redes sociales tienen para debilitar a dictadores y derrumbar a Estados tiránicos. Pero es necesario puntualizar que no fueron solamente las redes sociales las que causaron la caída de Hosni Mubarak en Egipto o de Ben Ali en Túnez. ¡Fueron personas! Individuos que, más allá de utilizar las redes sociales, se comprometieron con el movimiento y salieron a las calles para cambiar su realidad. Y como diría el entrañable Cantinflas: “¡ahí está el detalle!”.

Texto por Juan Pablo Delgado

22/3/13

LOS RECUERDOS DEL PORVENIR FEMINISTA

La nueva sociedad a la que debemos de aspirar todos nosotros es una sociedad de igualdad, sí, una sociedad donde la mujer tiene cabida en todo momento. Pero también es una sociedad donde el hombre tiene cabida. Es una sociedad donde lo que dicta nuestras acciones no es la igualdad sino la equidad, donde no buscamos todos compartir la misma ideología sino el mismo respeto.


Texto por: Iván Eusebio Aguirre Darancou

Hoy estamos reunidos en este espacio virtual para “conmemorar” el mes internacional de la mujer. Hemos tenido unas décadas cargada de experiencias nuevas que nos han abierto las puertas a nuevas formas de pensar, de experimentar el mundo, de ser mejores mujeres y porqué no, también mejores hombres. No deja de resultarme triste que nos veamos obligados a llevar a cabo este tipo de eventos para promover la equidad de género y que los organicemos no como mero trabajo intelectual sino sobretodo como punta de lanza para crear nuevas sociedades. Sin embargo, estas palabras que quiero dedicarles a todas las mujeres aquí presentes, y a las no también, no son palabras de remembranza, mucho menos de tristeza. 

Todo lo contrario, quiero que estas palabras se entiendan en el marco de esta semana de conmemoración de las mujeres. Quiero que al oírlas pensemos en todas las mujeres del mundo que nos han permitido estar aquí reunidos, mujeres que sin tener la más remota idea de lo que es la igualdad de género o los llamados Gender Studies tuvieron la valentía de abrir ante nosotros nuevos mundos. Mujeres como Marie Curie, Sor Juana Inés de la Cruz, Safo. Gracias a ellas hemos avanzado, no como mujeres sino como humanidad. 

Y en este sentido quiero partir de una idea que a lo largo del mes se ha ido rebotando en diferentes mesas y ponencias. Queda claro que aún no hemos terminando de construir la sociedad perfecta de inclusión de género. La nueva sociedad a la que debemos de aspirar todos nosotros es una sociedad de igualdad, sí, una sociedad donde la mujer tiene cabida en todo momento. Pero también es una sociedad donde el hombre tiene cabida. Es una sociedad donde lo que dicta nuestras acciones no es la igualdad sino la equidad, donde no buscamos todos compartir la misma ideología sino el mismo respeto. Es una sociedad donde la mujer es respetada no por su belleza sino simplemente por ser parte del género humano. Es decir, la idea fundamental, -que espero dejar claro con toda esta sarta de palabras- es que la mujer no es más que la mitad del género humano, así como el hombre no es más que la otra mitad. Ambos son válidos en sí mismos, como parte de la humanidad en su totalidad. 

A lo largo de la historia, la mujer ha buscado un espacio donde ella puede ser gobernante libre de su propia existencia, separada geográfica y psíquicamente del reino del hombre. En la antigüedad, la Amazonia y la isla de Lesbos representaban ese lugar, en los siglos románticos el ático terminaba siendo el único punto de fuga, y en el siglo pasado el cuarto propio resultada el espacio idílico para el escape. Pero en la sociedad que hoy estamos forjando y que continuaremos formando, la mujer no huye del hombre, ni éste la orilla a refugiarse en la soledad. Todo lo contrario, los hombres abrimos los brazos para recibir todo aquello que la mujer está dispuesta a recibirnos. Porque sí, debemos como hombres y como sociedad pedir perdón por aquellos agravios, pero más que pedir perdón debemos abrirnos y mostrar apertura para recibir las iniciativas que las mujeres pueden aportar y trabajar junto con ellas.

Atrás han quedado los días del feminismo radical donde las mujeres como unidad social se alzaban contra el resto de nosotros para exigir sus derechos. Hoy, los derechos existen, las leyes se han escrito, los acuerdos se han firmado. El feminismo logró su cometido. Pero falta ahora el trabajo social, que descansa ya no en los hombros de las mujeres valientes que dedicaron sus vidas a la lucha, sino en los hombros de todos nosotros: los hombres y las mujeres que formamos parte de la sociedad. Queda bajo nuestra responsabilidad deshacernos de una vez por todas de los estereotipos de género que nos causan tanto conflicto. 

Creo que es importante señalar aquí que cuando hablo de una sociedad futura no me refiero a una sociedad igualitaria. Desde el surgimiento de las luchas feministas se han desarrollado corrientes muy diferentes, todas ellas válidas en su contexto social e histórico. Pero hoy en día cuando se menciona la palabra “feminismo” muchos de nosotros pensamos más en instancias de igualdad que equidad. Pensamos generalmente en una sociedad donde la mujer es igual al hombre, viste igual que el hombre, habla igual que el hombre, trabaja igual que el hombre. Es decir, la mujer se ve obligada a convertirse en hombre.

Sin embargo, la verdadera sociedad de equidad, la que debemos construir con esfuerzo y a la que le hemos agregado algunos ladrillos esta semana, es una sociedad donde el trabajo de la mujer, sea cual sea, vale por sí mismo. Una sociedad donde un hombre puede desempeñar un trabajo de ama de casa sin que sea menospreciado, o un trabajo de enfermero o secretario. Una sociedad donde una mujer no tenga que vestir pantalones para ser tomada en serio, ni tenga que cortarse el pelo ni mucho menos comportarse como otro hombre. Es una sociedad donde las oportunidades están abiertas tanto a mujeres como a hombres, y ya depende de cada uno decidir qué quiere hacer. 


¿Cómo lograr esto? ¿Cómo construir una sociedad que cuando la imaginamos resulta tan lejana como irreal? ¿Cómo vencer cientos de años de segregación de género? La respuesta, créanlo o no, es mucho más fácil de lo que parece. Lo estamos haciendo aquí. Podemos cambiar políticas, podemos cambiar leyes, podemos hacer manifestaciones, pero hasta que no nos detengamos y reflexionemos como individuos sobre nuestra postura, nada cambiara. 

Porque el cambio, si bien mucho más profundo que meramente político o legal, es también mucho más sencillo de lo que parece. Tanto como dejar de pensar en una mujer en función de un hombre. Tan sencillo como borrar de nuestra mente la dicotomía hombre-mujer y mejor pensar en un solo género humano. Porque mientras no dejemos de concebir a la mujer como algo aparte del hombre no podremos imaginarnos a la par. Planteaba el filósofo francés Jacques Derrida que las dicotomías clásicas que han regido nuestra vida a lo largo de siglos son inválidas en una sociedad como la nuestra. Que ya no podemos pensar sólo en blanco y negro, porque también hay todo un arco iris en medio. O dejar de pensar en simplemente día y noche, porque dejaríamos de lado todas las puestas de sol. 

Basta ya entonces de concursos de belleza, basta de que la mujer sea considerada como mujer sólo en función de su belleza. Existen tantas otras variables con las cuales podemos medir nuestra humanidad, nuestros géneros. Existe la inteligencia, existe la entrega, existe la empatía, existe el trabajo social, existe la política. Existe el compromiso por un mejor mundo. Y lo que es más, estos valores no son sólo de la mujer, sino del género humano. ¿Acaso un hombre tiene que probar algo para ser considerado hombre? ¿Acaso una mujer debería tener que ganar algo para ser considerada mujer?

Pues de igual manera nos conviene a todos pensar más en un solo género humano, una sola sociedad compuesta de muchas maneras de expresión, donde la mujer es una parte esencial del tejido social. Basta de mirar los estereotipos que los medios nos fomentan, basta de fomentar las ideas que siguen subrepticiamente existiendo sin que nos demos cuenta.

Pero tampoco se trata de ignorar nuestras diferencias genéticas y naturales. Más bien se trata de abrazar cada uno de nosotros nuestras diferencias personales, pero a partir de ellas encontrar en los otros, en las mujeres específicamente, aquello que nos hace falta para lograr concretar una realidad más completa. Esto lo lograremos con acciones sencillas, ayudándonos entre todos a través de la educación, de la lectura, de la inclusión en todo momento, a romper con las barreras que hemos creado a lo largo de siglos. 

Para finalizar, quiero recordar a Rosario Castellanos, quién a lo largo de su vida nos incitó a reflexionar sobre la situación de la mujer mexicana que en ese momento se encontraba en una encrucijada por demás importante. Denunció el maltrato femenino que aún hoy se sigue viviendo, denuncia el hecho de que la mujer sea considerada, entonces y hoy, un ser que existe sobre todo para la reproducción de la especie. Castellanos dedicó su vida y su obra a buscar nuevas maneras de ser mujer, nuevas maneras de existencia que fueran más allá de simplemente un concurso de belleza, o un concurso de inteligencia, o la creación artística. Quiero compartirles sus meditaciones:

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.

Castellanos nos mueve a ver a la mujer ya no sólo como madre, o como artista, o como mártir. Es más, hasta nos dice, basta de intelectuales, basta de feministas. Busquemos otros modos de ser que nos permitan existir en harmonía. Queda ante nosotros, los reunidos aquí y los que están dispuestos, los hombres y las mujeres, materializar estos lazos. Queda ante nosotros la tarea de crear la sociedad que permita la existencia de esos nuevos modos de ser… 


12/3/13

El hombre opresor ha muerto, ¡viva el hombre opresor!

La desigualdad entre los sexos se mantiene. Pretender que esto no es verdad no es ninguna solución; y decidir no hacer nada al respecto, es al final una decisión con consecuencias. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Nadie podría impugnar que las mujeres han tenido un tiempo extremadamente difícil en este planeta. Aunque no faltará algún historiador o antropólogo que hable de antiguas sociedades matriarcales donde la mujer era líder y soberana de sus súbditos aldeanos, la realidad es que desde que la Historia se ha escrito, ha sido escrita por hombres; y esta Historia nos muestra con total descaro cómo las damas han vivido en perpetua opresión y subyugación, siempre compitiendo en una carrera cuesta arriba con todas las reglas manipuladas en su contra. Inclusive actualmente, -¡e incluso cuando el sexo femenino constituye a la mayoría de la población mundial!-, las féminas siguen siendo “objetos” reprimidos y violentados en la mayor parte del mundo. 

Pasando por alto las obvias implicaciones éticas de este asunto, resulta sorprendente que nuestra realidad tenga que seguir funcionando de esta manera. De sobra es reconocido que la cultura de la masculinidad no es más que un género de lo más vulgar y grotesco. En verdad son pocas las “virtudes” que pueden rescatársele al hombre: a la gran mayoría les agrada ser toscos, violentos y practicar un humor basado en la misoginia y la inmundicia. Y por más que los hombres hablen de su supuesta superioridad, la realidad es que no existe absolutamente ningún área en donde las mujeres no puedan igualarles, exceptuando quizá la fuerza bruta. Comenzando por mencionar su supremacía en gracia y belleza (con obvias excepciones), las mujeres también pueden pavonearse de ser óptimas para exceder en todas las esferas de la vida moderna.

Bajo esta línea de pensamiento, la periodista Hanna Rosin decidió ir un paso más lejos y pronosticar sin tapujos el fin de la dominación masculina. En su texto “The End of Men”, Rosin basa su argumento en los cambios económicos que suceden actualmente en todo el planeta, aunque con mucha mayor fuerza en los países de Occidente. En esta nueva realidad, la economía industrial ha dado paso gradualmente a una economía de servicios, volviendo cada vez más prescindible todo trabajo que requiere principalmente de la fuerza física, y privilegiando aquellas cualidades que la sociedad ha clasificado como “femeninas”: la inteligencia social, la capacidad de comunicación y la aptitud de concentrarse en diversas tareas. Sin la primacía de la fuerza bruta, todos los obstáculos biológicos que hacen superior a un hombre se eliminan por completo. 

Sin duda sería muy sencillo clasificar de hiperbólico el argumento de Rosin, pues es obvio que los varones continúan dominando los más altos puestos laborales en todo el planeta y la discriminación laboral sigue siendo una realidad innegable, -desde al acceso al trabajo hasta la igualdad de paga. Sin embargo, no podemos ignorar que estas transformaciones socio-económicas representan cambios radicales para toda mujer; son las que nivelan el tablero del juego y las que empatan indiscutiblemente a las damas con sus contrapartes en cuanto a “capacidades” laborales.

Construyendo sobre estos argumentos económicos, no me parece aventurado argumentar que la mujer en Occidente se encuentra actualmente viviendo en su “mejor momento histórico”. Y no se requiere un extenso conocimiento de la Historia para apreciar esta realidad; basta con pensar brevemente en lo asombrosamente horrible (y lo extraordinariamente paupérrima) que era la condición social de la mujer hace apenas unas décadas, -y ya no se diga hace varios siglos- así como admirable observar el enorme progreso logrado a su favor en tan poco tiempo.


Por lo tanto, sorprende observar cómo enormes segmentos de la población femenina en Occidente, y concretamente en México (mi caso más presente), no dedican pensamiento alguno para analizar su “condición” actual. Y al ignorar por completo su Historia, un excesivo número de damas parecen creer que el estatus social que ostentan es algo obvio e inmutable. 

Algo de esto salió a relucir durante la reciente celebración del Día Internacional de la Mujer. Como cada año que arriba esta fecha, no se hicieron esperar las voces de ambos sexos manifestando su desprecio y crítica. A la necia pregunta de “¿por qué seguimos celebrando semejante día?” la respuesta es más que obvia: porque quizá sea la única esperanza de generar consciencia social en todas las mujeres adormiladas y aletargadas; porque sin esta celebración, todavía menos mujeres obtendrían la mínima perspectiva de los cambios que las han colocado en (casi) las mismas condiciones con sus contrapartes masculinas.

Y éste es precisamente el mayor problema, pues en los últimos siglos la mujer ha luchado infatigablemente por alcanzar la representación legal, el acceso a la educación y el acceso al mercado laboral. Y ahora, en esta segunda década del XXI, cuando sólo se requieren los últimos esfuerzos para modificar radicalmente su realidad, la solidaridad femenina ha desaparecido casi por completo.

Quizá sea una equivocada percepción personal la que me evita ver una realidad oculta (no lo creo), pero desconozco sobre la existencia de amplios grupos de mujeres que en su vida cotidiana discutan sobre su estatus contemporáneo y sobre los cambios requeridos para mejorarlo incluso más. Pues en lugar de reflexionar sobre la insólita libertad que actualmente ostentan, las féminas prefieren perder su valioso tiempo en temáticas triviales, sin percatarse de que, con tan solo un poco de solidaridad y lucha, ese engranaje que les otorgará la igualdad absoluta podrá dar su siguiente vuelta. 

Y no sólo eso, pues bajo una cosmovisión capitalista en lo laboral y consumista en lo económico, las mujeres se han vuelto las peores enemigas de ellas mismas. Comenzando con el entusiasmo colectivo por las críticas frívolas en contra de modas y estilos de vida, parece que existe una guerra declarada entre ellas que las lleva a auto-sabotearse, y con ello, destruir la única posibilidad de organización efectiva y progresista. Enfocadas en criticar las actitudes machistas que afectan su vida cotidiana, ignoran la magnitud de la guerra civil que consume a las filas de su propio sexo.

En uno de sus grandes ensayos, el entrañable Christopher Hitchens argumentó que el hombre requiere del humor para pretender que no son sirvientes y suplicantes de ninguna mujer. El humor entre hombres es un acto que se realiza casi exclusivamente entre ellos y en ocasiones se utiliza para escudarse de aquella realidad: de saber perfectamente (y reconocerlo sólo en secreto) que las mujeres son sus dueñas y superiores.

Pero este hecho no se ha traducido en una nueva realidad, y la desigualdad entre los sexos se mantiene como constante indiscutible. Pretender que esto no es así no es ninguna solución; decidir no hacer nada  es también, al final, una decisión; y esperar a que la mayoría de los hombres cambien de cosmovisión y cedan voluntariamente el poder acumulado durante miles de años me parece ilusorio.

Es precisamente ahora, con el estatus incomparable que ostenta la mujer contemporánea, cuando se debería de dar el último empuje. Nunca antes en la historia una dama se encontró tan cerca de alcanzar ese último grado de igualdad económica y política; de alcanzar los últimos escalones de la igualdad absoluta.

Pero con la inacción de las féminas en nuestra sociedad, parece ser que el hombre opresor podrá vivir para ver un nuevo día. Bien para ellos, los que han sobrevivido, pero terrible para el momentum histórico que no debió detenerse hasta colocar al último misógino bajo una afilada guillotina feminista.

25/2/13

El tirano no tiene quien le escriba

Texto por Albano Flores

"L'amour pour principe et l'ordre pour base; le progrès pour but"
-Auguste Comte

Aseguro sin reserva que la pequeñez demostrada por los tiranos contemporáneos, como lo narra mi colega Juan Pablo Delgado en su texto “La balada del cobarde Joe y el extravagante Kim”, atestiguan la letalidad de las nuevas armas de democratización masiva. Argumento que es precisamente con estas novedosas armas con las cuales será posible terminar, de una vez por todas, la interminable guerra entre los pueblos y sus tiranos. 

A un paso feroz, levantando revueltas en Egipto y bajando sotanas en el Vaticano, considero que ha dejado de ser ingenuo pensar que en nuestras vidas se podrán extinguir por completo las últimas tiranías y que por fin superaremos esta etapa primitiva y vergonzosa de la historia. La continua reprobación internacional, aunada al movimiento interno en países autoritarios, da espacio a la ofensiva democrática menos violenta, pero más eficaz en la historia; y considero un privilegio vivir en estos tiempos, donde se observa el surgimiento de sociedades intercomunicadas que despiertan como potente marea con el poder de retirar el velo a los últimos secretos humillantes y oscuros de los gobiernos totalitarios y autocráticos del planeta. 

Sin tratar en ningún momento de negar o mermar las atrocidades cometidas por los tiranos contemporáneos, -y expresando claramente que cualquier barbaridad es mucha barbaridad-, se debe dejar claro que son incomparables y desmedidas las diferencias entre las revoluciones del siglo pasado y las que hoy ocurren.

Actualmente, miles de millones de individuos mantienen el poder sobre las redes sociales, las más modernas armas de destrucción y democratización masiva. Tanto Facebook como Twitter pueden funcionar ahora como auténticas Tommy Guns; armas de fuego que surgieron desapercibidas, disfrazadas de juguete, e incluso envueltas en letras juveniles, pero que resultaron ser sumamente hostiles y corrosivas para toda persona en busca de poder económico y político. Las redes sociales funcionan como altavoces de cada error y secreto de los personajes públicos; un megáfono de cada "filia" en el Vaticano y cada asesinato en Sudamérica. 

YouTube ¡la AK-47 de nuestros tiempos! ¡Destructora de reputaciones familiares y políticas! Como la ametralladora rusa, YouTube es fácil de usar y está al alcance de todos. Y como no, en este grupo también podemos incluir al franco-tirador más letal de nuestros tiempo, Wikileaks, que develó documentos clasificados como “ultra secretos” en todo el mundo, y nos permitió conocer acerca de la tortura americana denominada "waterboarding", nexos entre gobiernos y el crimen organizado y hasta las más tenebrosas fantasías sexuales del clero en la santísima Iglesia Católica.

Como las pequeñas y exóticas ranas del Amazonas, de un momento a otro, estas coloridas modas del Internet, que fueron diseñadas para satisfacer el morbo juvenil, se tornaron mortíferas. De manera casi súbita, nuestros vecinos se volvieron globales, toda persona con acceso a Internet un activista en potencia, y el Internet el ágora global para la libre expresión.


Estas nuevas armas, más allá de decapitar tiranías, protegen también a las naciones democráticas y capitalistas de sus propios defectos, particularmente de uno de sus más oscuros engendros: “el magnate”. Esta deformación animal, poderoso económicamente, audaz por evolución y corrupto por costumbre es también una presa de la Red virtual donde el poder que ostentaron Papas, reyes, zares, sultanes y dictadores es amenazado. El Internet lo exhibe y desenmascara al magnate, robándole a este monstruo moderno parte de su fuerza. 

Por lo tanto, podría asegurarse que vivimos una actualización de la democracia, una mucho más fuerte y contagiosa. Sin duda debemos parte del avance a la prensa escrita, a la televisión y a la radio, que lograron debilitar a numerosos regímenes autoritarios en el mundo; sin embargo, este movimiento resultó inútil para erradicar por completo un problema al que nos estábamos empezando a acostumbrar, (y en muchas ocasiones llegamos a aceptar): esa idea estúpida que diferentes culturas necesitan diferentes gobiernos, incluso si estos son opresivos. 

Las nuevas armas de democratización masiva despiertan la razón de los individuos que ahora se encuentran interconectados y les permiten entender al autoritarismo no como una forma de gobierno, sino como una forma de abuso de gobierno; y a la democracia como el ejercicio de ella y no como una declaración que esconde una dictadura. Y sobre todo, la democracia permite entender al gobierno como un mal necesario donde ante la equivalencia de orden y bienestar de dos naciones, será más perfecta la menos política.

¡EL HOMBRE PROGRESA! Es su vocación como ser humano, es lo que ha demostrado toda su historia y lo que se demuestra hoy. No se puede declarar que el bienestar es una constante elíptica y que en el curso de la historia se debe rodar siempre entre periodos de guerra y periodos de paz, sólo para volver a periodos de guerra otra vez. Si los datos de longevidad y bienestar son variables en la historia ¡no se tiene por qué asumir que los índices de violencia, sufrimiento y hostilidad sean constantes, ni que lo vayan a ser!

La mejor noticia para nosotros, sin embargo, es que con el uso correcto de las nuevas armas de democratización masiva podremos ver a la humanidad desenvolverse, -quizá todavía sin el amor como principio-, pero sí con el orden como base y el progreso como objetivo.

21/2/13

Benedicto XVI, el ateo


Para efecto de este texto, la verdad es que poco importa si el Papa cree en los dogmas de su Iglesia o no, pues el Santo Padre podría ser un empedernido ateo aunque ni siquiera él esté consciente de esto.



Texto por Daniel Morales


Aprovechando el reciente éxito de “El Árbol de Moras”, que ha recibido más de 11,000 visitas en poco más de un mes, considero que es un buen momento para publicar una entrada con un título cruelmente sensacionalista para ustedes, público ilustrado. Y ahora, habiendo ya hecho el daño de acusar públicamente a Joseph Ratizger de ser un falso creyente, debo confesarles que, desafortunadamente, no podría comprobarles si el supremo pontífice es ateo o no lo es.

Aunque para efecto de este texto, la verdad es que poco importa si el Papa cree en los dogmas de su Iglesia o no, pues mi argumento es que el Santo Padre podría ser un empedernido ateo aunque ni siquiera él esté consciente de esto.

Éste tema constituye el núcleo de la última polémica que ha levantado el genial filósofo Dan Dennett. En una conferencia reciente, este filósofo, con su icónica imagen de un Santa Clós bonachón, nos invita a reflexionar sobre algunas cuestiones que muchos considerarían incómodas: si no te consideras ateo, pero no crees realmente que tu dios está de tu lado apoyando a tu equipo en un partido de fútbol… puede que seas ateo. Si no te consideras ateo, pero no crees literalmente que tu dios escucha tus plegarias cuando rezas… puede que también seas ateo. Haciendo uso de su característica astucia, Dennett prevé la reticencia de los creyentes: si estás escuchando esta conferencia… puede que seas ateo. Y si estás pensando en dejar de escucharla… también puede que seas ateo.

El objetivo del señor Dennett no es causar agitación, sino poner a prueba una hipótesis que rápidamente está acumulando evidencia a su favor, gracias a su intenso trabajo investigativo. La  sospecha de Dennett es que muchas, -quizá muchísimas-, personas religiosas son, en el fondo, unos completos y verdaderos ateos. Junto con la investigadora Linda LaScola, Dennett comenzó el “Clergy Project”, un  estilo de club para reverendos, sacerdotes y otros líderes de congregaciones religiosas que han arribado a la conclusión de que en realidad han dejado de tener creencias sobrenaturales. Actualmente, el proyecto consiste de un sitio de Internet al que sólo pueden tener acceso los miembros del proyecto, que son previamente entrevistados por LaScola, y cuya identidad es mantenida en estricto secreto. 

Hasta el momento se cuenta con 410 miembros (Dennett ha indicado que la única razón por la que el número no es mayor es solamente porque la identidad de cada solicitante debe ser revisada minuciosamente para evitar la infiltración de, por ejemplo, periodistas, o “trolls” de diversas denominaciones). El sitio actúa como un espacio confidencial donde miembros pueden darse apoyo, compartir experiencias e historias, y ayudarse mutuamente a decidir qué se puede hacer con su nueva cosmovisión atea. Se está hablando de la posibilidad de ofrecerles entrenamiento en algún otro oficio, y un miembro exclamó que si lograran conseguir ofrecerlo de manera gratuita, la fila de solicitantes le daría la vuelta al mundo.


Surge entonces una importantísima pregunta: ¿por qué un individuo podría seguir siendo parte de una congregación religiosa si en realidad no cree en dios? La respuesta es compleja, pero fácil de comprender una vez que se analiza el embrollo desde la perspectiva del creyente afligido. Una forma de explicarlo es con la terminología de la economía de comportamiento. Nuestra tendencia natural hacia la aversión de pérdidas combinada con los "costos hundidos" de cualquier decisión (aquellos costos que se han incurrido y que no pueden ser recuperados), crea generalmente una percepción de "haber invertido demasiado para renunciar". Puedes imaginar a un individuo apostando en Las Vegas, que sabe que las probabilidades de ganar en cualquier juego son muy bajas, pero debido a que ha invertido ya  demasiado dinero, considera imposible retirarse de la mesa satisfecho y despreocupado. El simple pensamiento de los enormes costos que ha incurrido lo obligan a continuar jugando y a seguir perdiendo su dinero. 

De manera similar, es fácil imaginar cómo ciertos creyentes que han invertido cantidades exorbitantes de su tiempo, gastado quizá los mejores años de su juventud y la posibilidad de tener una pareja o una familia, tenderían a evitar, a toda costa, la idea de que cometieron un error de enorme magnitud; de aceptar que, durante toda su vida, han vivido bajo la creencia de una filosofía equivocada.

El otro motivo que ha surgido de las investigaciones de Dennett parece ser aún más significativo: los líderes de congregaciones religiosas saben que si anunciaran su ateísmo a sus más cercanos y mejores amigos, -ya sean colegas o feligreses- quedarían irremediablemente aislados, y quizá incluso condenados por la sociedad. Este miedo al rechazo social y a perder los únicos lazos humanos que han logrado crear es un sentimiento tan opresor como para ser aceptado con ligereza. Sumado a esto, muchos sacerdotes podrían mantener sus creencias por creer que su rebaño de feligreses, aunque no sean sus amigos cercanos, necesitan de ellos para recibir consejo, ánimo y fuerzas.

En mi opinión, no hay situación más bella que cuando la cruda realidad de la vida se presenta devastadoramente opuesta a lo que los dogmas (siempre irracionales y desprovistos de sentido común) nos indican. El grupo de sátira periodística “The Onion” ha creado un ejemplo perfecto de este escenario: "Dios contesta rezos de niño" anuncia el título sobre una fotografía de un pequeño en silla de ruedas, ""No", dice Dios.

En el caso del "cobarde Joe", epíteto creado por el colega Juan Pablo Delgado en su reciente entrada, el dogma del catolicismo indica que el puesto de supremo líder es vitalicio. De 265 Papas, sólo cuatro habían renunciado. Y sin embargo, la semana pasada el mundo se enteró de que el gran sombrero del Vicario de Cristo será abdicado, un escenario que millones de católicos hubieran creído imposible.

¿Será entonces que Joe Ratzinger, a sus 85 años, ha cruzado ese obstáculo intelectual que surge cuando se cree haber “invertido demasiado para renunciar”?  Porque sin duda, renunciar a la placentera vida de líder supremo de una religión que cuenta con más de mil millones de seguidores es una decisión curiosa y por mucho sospechosa. Como Papa, el viejo Joe tiene acceso a los más despampanantes lujos y riquezas, y estando en un puesto donde la tibieza de tu desempeño o la mediocridad de tus acciones no conlleva ipso facto a un inmediato despido laboral, entonces… ¿por qué renunciar?

Ratzinger explica que "no tiene fuerza" para seguir con el cargo que le han encomendado, aunque en verdad no se le conocen problemas de salud fuera de su avanzada edad. Para mí, me parece sumamente divertido imaginar que su falta de fuerza se debe en verdad a la súbita realización de que todo el dogma que ha luchado por acatar y propagar por ocho décadas; todas sus creencias más íntimas y personales; todas sus ideas más básicas, desde el inicio del universo hasta la razón por la que existe el humano, están completamente equivocadas; pensar que todo se deba a que ha dejado de creer en dios y en las enseñanzas de su propia Iglesia. Porque con una epifanía de tal magnitud, no cabe duda que hasta el más cínico optaría por dejar el cargo de supremo representante de estos cuentos de fantasía para retirarse a aceptar sus verdaderas creencias antes de morir. Nunca se ha invertido suficiente como para que verdaderamente deje de valer la pena aceptar la realidad.

¿Qué sigue para el viejo Joe? Si se me permite soñar, yo imagino que con un poco de suerte, todavía puede disfrutar algunos años de una celebridad ferozmente polémica si se declara ateo de manera pública. ¿Quién sabe? Quizá de esta forma podrá, finalmente, hacer algo bueno por la humanidad, cosa que, es bastante claro, no logró en sus ocho años de cobarde liderazgo al frente de la iglesia Católica. Un Joe Ratzinger que decide salir del clóset del ateísmo mandaría dos mensajes importantísimos a todo el mundo cristiano: primeramente, que jamás se “invierte demasiado” tiempo o dinero en creencias metafísicas que eviten que puedas renunciar a tu fe; y segundo, que si él puede claudicar a su Iglesia, ¿por qué no más católicos siguen su ejemplo?