23/1/13

La insoportable espiritualidad del ser – Parte I: Religión de cafetería


Las razones que existen para creer en dios son tan numerosas como el número de dioses que la humanidad ha inventado durante milenios. Para la mayoría de las personas, creer en dios es algo natural; su educación recibida a temprana edad, por medio de los padres o de alguna institución educativa, los acostumbró a tener arraigado en su pensamiento la existencia de ese Gran Hermano que los cuida y los vigila desde el cielo.

Se podría argumentar que una de las principales razones para creen en dios -y formar parte de una religión organizada- es el sentimiento de poseer la verdad absoluta sobre cuestiones humanas y morales. 

Cada una de las religiones del mundo ostenta por lo menos un libro que, -argumentan sus seguidores- fue dictado directamente por dios o escrito por inspiración divina. Cada una de las religiones cree también fervorosamente que su libro es el único verdadero y con validez universal; un pequeño detalle que ha costado a la humanidad incontables guerras y muertes a lo largo de la Historia. 

Con esta premisa en mente, una persona sin afiliación religiosa podría creer que ridiculizar a un creyente es relativamente sencillo: bastaría con tomar uno de esos textos de supuesta inspiración divina, encontrar rápidamente una de las miles de contradicciones e incoherencias que ahí se incluyen y proceder a crear una crítica ácida a partir de ella.

Sin embargo, cuanto más se aplica esta estrategia con algún antagonista religioso, más se observa que  presenta serias dificultades para tener el éxito deseado. Este recurrente fracaso se debe en gran parte a un fenómeno que ha permeado a las religiones contemporáneas: el creyente de cafetería.

El creyente de cafetería se define principalmente por la completa desfachatez hacia el concepto de la revelación divina. Para estas personas, todas las reglas de su religión son negociables y todas las leyes divinas son flexibles. Aun cuando se considera un sólido creyente en dios y en su divinidad absoluta, considera que quizá no todo lo que ese dios haya dicho debe tomarse con tanta seriedad.


Como su nombre lo indica, este tipo de devoto pretende que su religión es igual a elegir del menú en un restaurante o escoger entre los ingredientes de una barra de ensaladas. 

En el caso del cristianismo de cafetería, quizá el día de hoy un fiel devoto no tenga el apetito para los genocidios del Deuteronomio que fueron comandados por dios, pero sí tendrá un gran antojo por las fábulas de su hijo Jesús curando a los ciegos. Quizá el mensaje de su Mesías sobre dar toda posesión material a los pobres lo considere exagerado y eso de poner la otra mejilla, una linda tontería.

Un cristiano de cafetería protesta enfáticamente cuando el Estado le otorga ciertos derechos básicos a la comunidad homosexual, pero olvida la enseñanza central de su religión, aquella de amar al próximo como a uno mismo. Es un individuo que denuncia cuando el Estado concede derechos básicos a la mujer para decidir sobre su cuerpo, pero se encuentra a favor de la pena de muerte contra ciertos criminales. Los ejemplos son interminables…

El creyente de cafetería no quiere entender que su religión es una ideología sólida y cerrada; que si decide creer que su libro sagrado es realmente revelación divina, entonces no existe lugar para la negociación; es decidir entre todo o nada.

Pero como buen individuo pragmático, el creyente de cafetería prefiere considerar a su religión como algo ventajoso y placentero. Intentando burlar a su dios, se encomienda a sí mismo la decisión de decidir qué secciones de su fe le gustan y cuáles son mejor descartar.

A partir de esto surgen preguntas obligatorias. Si el creyente de cafetería muestra una desconsideración total por los dogmas de su religión, ¿cuál es entonces el objetivo de pertenecer a una religión organizada? ¿Por qué gastar su tiempo y dinero en una institución que no se acomoda a sus necesidades espirituales? Pero aún más importante, si el creyente de cafetería cree que todo negociable ¿por qué deciden mantener esa terrible angustia ante el pecado y el castigo eterno?; muy fácilmente podrían mandar estas creencias por el ducto de la basura por donde se fueron otras tantas. Un embrollo de lo más confuso…

El aspecto positivo del creyente de cafetería es que sin saberlo, logró robar a los altos sacerdotes el control total de la fe y el monopolio de la religión. Al tropicalizar la religión a su antojo, ha logrado corroer permanentemente la antes incuestionable autoridad que la Iglesia mantenía sobre la sociedad.

No obstante, aunque no existe duda de que un creyente de cafetería será siempre preferido sobre un creyente fundamentalista, este fenómeno ha dado paso a la gestación de un individuo todavía más incoherente, el cuál será analizado en la siguiente entrada.

Texto por Juan Pablo Delgado